martes, 2 de abril de 2013

ALEJANDRO HOROWIKZ MEMORIA E HISTORIA OPINION

Responsos con la misma machacona melodía Las ciencias sociales nos enseñan que la memoria colectiva y la verdad histórica no son necesariamente una misma cosa. Por Alejandro Horowicz Plutarco cuenta que un día Pirro hacía proyectos de conquista: "Primero vamos a someter Grecia", decía. "¿Y después?" le preguntaba Cineas. "Ganaremos África." "¿Y después de África?" "Pasaremos al Asia, conquistaremos Asia Menor, Arabia." "¿Y después?" "Iremos hasta las Indias." "¿Y después de las Indias?" "¡Ah!" dice Pirro, "descansaré". "Por qué no descansar entonces, inmediatamente", le dice Cineas. Simone de Beauvoir Jorge Luis Borges con pulida acidez sostuvo: la muerte no mejora a nadie. En un país como la Argentina este es un argumento contra la corriente, ya que la muerte y alguna ilusión de victoria, lo mejoran casi todo. El disvalor menemista por excelencia, ganar todo lo demás importa poco, es compartido por la ¿totalidad? de los practicantes de la política nacional. Hay victorias y victorias pírricas, y claro tampoco todas las muertes son iguales. Los memoriosos cuentan que a fines de la década del '20, cuando Carlos Gardel se presentaba en los pueblos de la provincia de Buenos Aires, si faltaba alguien más, el teatro reventaba de ausencia. La muerte de Gardel, en junio de 1935, cambió brutalmente las cosas, y millones desfilaron en su velorio callejero, pero bastó que alguno sugiriera que había nacido en Tacuarembó –República Oriental del Uruguay– para que un ataque de nacionalismo frenético estallara. Se podía y se puede soportar que ese genial cantante popular, inventor del tango canción, sea francés pero de ninguna manera "uruguayo" ('u –ru-gua- yyyoo', silabea nuestro xenófobo furioso). Demasiada afrenta para tanta estrechez exitista, no alcanza con que haya desarrollado sus magníficas habilidades por estos pagos, además no debe merodear campitos próximos. Algo debemos reconocer, Gardel es un grande entre los más grandes. Y supo desarrollar sus talentos a fuerza de un enorme tesón, de un duro trabajo sistemático. Lo suyo fue coronación de un trabajo de décadas. Por eso, la escena de la memorable película de Pino Solanas (donde Gardel pone en la vitrola un disco de Gardel, porque ya no canta) tiene la virtud sintética de fijar un límite, un hasta acá, y esa es una buena idea incluso con Gardel. Mas allá, el mito. Raúl Alfonsín no es Gardel, pero se lo considera el "padre de la democracia" en esta región del mundo. El presidente que sentó en el banquillo de los acusados a los nueve primeros integrantes de las juntas militares, gozó y sigue gozando de un inusitado prestigio nacional e internacional. Mucha gente ignora cuál es la capital de esta República sudamericana, y un fragmento de los que disfruta este intenso desconocimiento sabe que Alfonsín fue un "gran presidente", al menos uno que sostuvo la bandera de la democracia política en la punta del mástil. Las ciencias sociales nos enseñan que la memoria colectiva y la verdad histórica no son necesariamente una misma cosa. Un repaso más circunstanciado en la biografía política de Raúl Ricardo Alfonsín (1927 - 2009) tanto como en los problemas de su tiempo, permitiría matizar, y sobre todo inteligir el interregno histórico que le tocó encabezar. Una de la simplificaciones periodísticas que alcanzó el máximo impacto político reza así: con la convocatoria a elecciones realizada por el general Reynaldo Bignone, el "último de facto" según su cínico libro, culmina la dictadura militar inaugurada el 24 de marzo de 1976. Por tanto, con el ascenso del doctor Alfonsín a la primera magistratura queda restablecido el ciclo democrático. La divisoria es tajante, de un lado los gobiernos militares y del otro los civiles. Con esta sencilla lógica de sastrería –usa charreteras no es democrático– quedaría resuelto este intríngulis de diferenciación política. Si así fuera Humberto Illia resultaría un presidente democrático (pese a la proscripción del peronismo en ese proceso electoral) y el coronel Perón, el heredero del golpe del '43, un fascista anacrónico. Más aun, los "críticos" de Illia habrían atacado a un demócrata de blasones perfectos, y sus defensores, en lugar de gorilas de pelo en pecho, terminarían siendo enemigos de la dictadura totalitaria del general Juan Carlos Onganía. Tengo una mala noticia: no es tan simplote, será preciso reconsiderar el asunto. En mi tesis doctoral, Las dictaduras argentinas, sostengo que existe una continuidad entre la dictadura burguesa terrorista y los gobiernos parlamentarios. Que hasta el estallido de 2001, la lógica política no se modificó, que se votara a quien se votara los mismos hacían lo mismo con la sola adecuación a las cambiantes circunstancias –la Convertibilidad de Domingo Cavallo, para citar un elemento decisivo–, y que hasta el restablecimiento de la relación entre los delitos y las penas, entre las palabras y las cosas, la impunidad de los beneficiarios sociales del terror sistemático y del cuerpo de oficiales a su servicio, se mantuvo inalterada. Conceptualizo ese fenómeno como democracia de la derrota, es decir, como incapacidad sistémica de cambiar de rumbo. Como un orden político cooptado por los beneficiarios de la dictadura, como un sistema de valores compartido, donde el "deme dos" de la "gloriosa época" de José Alfredo Martínez de Hoz se continuó en el "voto cuota" del inolvidable riojano. Un dato no menor: la sociedad argentina –al menos una buena parte– no ignora que esto es así. Y sin embargo, por una decisión casi consciente resuelve "olvidarlo". Y como se conmemora el cuarto aniversario de la muerte de Alfonsín, todos los responsos fúnebres suenan con la misma machacona melodía. "Vamos Horowicz, déjese de joder, hasta usted acepta que la memoria colectiva y la verdad histórica no son iguales. Es cierto que simplificamos, pero quién no lo hace." "Admito que no son iguales, nunca dije que una cosa debiera remplazar a la otra, sobre todo a la hora de elaborar política." Como el oficialismo K no es precisamente un campo homogéneo, y como sus integrantes provienen de muy distintos linajes, comprar sin beneficio de inventario sus diversas tradiciones políticas, no puede no ser problemático. Están los que creen que el peronismo, que por cierto consideran una unidad supra histórica, es la confluencia entre trabajadores, Fuerzas Armadas e Iglesia. Eso no es cierto ni en 1945, de lo contrario el 17 de Octubre obrero jamás hubiera hecho falta, y muchísimo menos después de 1955. Los que sueñan reconstruir el "frente nacional" que jamás existió, basta recordar el papel de la Iglesia desde 1954, tienen que soportar en sus filas a cualquier militar (incluso al ex teniente coronel Aldo Rico), a todo fraile que amague con golpear la puerta, y ni qué hablar si es Papa. Esa versión del peronismo transforma cualquier acto de gobierno –la presencia de Cristina Fernández en la asunción de Bergoglio– en estrategia política. La presidenta no podía no concurrir a Roma, sin romper el protocolo, y sobre todo no tenía ninguna necesidad de "pelearse" públicamente. Eso no transforma a Bergoglio en un aliado. Al mismo tiempo, aprovechó la visibilidad adicional de tanta pompa y circunstancia para colar sus temas, Malvinas, en la agenda internacional. Ahora bien, es cierto que la debilidad del Papa al interior del poder romano, le impone las fintas "terceristas", pero si se le ocurriera ir apenas más allá, descubriría que está pisando un territorio previamente minado. Bergoglio no puede cambiar nada, y ni siquiera está claro que se proponga tal cosa. Pero ese no es el punto. Si algo sabe Bergoglio es cuánto vale el capital internacional que en materia de Derechos Humanos acumuló el gobierno argentino, y aprovecha esa imagen diferencial en su propio beneficio; esos son los límites de ambos: una cara separada del conservatismo cerril de la Iglesia, y la posibilidad de que sus dichos en Roma ganen una repercusión mediática más amplia. Si Cristina pagara la foto más cara, si las políticas domésticas fueran variadas para "reforzar" este acuerdo de circunstancias, el gobierno no obtendría ventaja alguna, al tiempo que confundiría a su propia tropa. Tiempo Argentino GB

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