https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-discordia-historica-entre-la-clase-media-y-la-patria-choriplanera-nid28012023/
lunes, 30 de enero de 2023
domingo, 29 de enero de 2023
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INDIO MUNDIAL
Solari habla de fútbol, estado de ánimo, lujos vulgares y la necesidad de romper las pelotas
Nunca imaginé que pasaría horas hablando de fútbol con el Indio Solari. Porque, en términos generales, el deporte me interesa poco y nada, y me constaba que él había sido futbolero durante años —le gustaba jugar, además—, pero ya no. Cuando se le pregunta, jura que la cosa dejó de interesarle cuando se retiró Riquelme. Pero claro: ocurrió el Mundial. Y cuando quisimos darnos cuenta llevábamos ya largo rato hablando de la Selección y del fenómeno formidable que generó el triunfo.
Por supuesto, también conversamos de otras cosas. (Cuando uno charla con el Indio, nunca sabe a qué periferia del universo irá a parar. Esta vez, por ejemplo, aprendí que el joven Solari consideró inscribirse hace décadas como aspirante a animador para los Walt Disney Studios, y se arrepintió al toque porque la lentitud del proceso le parecía embolante. O sea que, sin saberlo, nos perdimos largometrajes animados sobre puticlubs, vacas cubanas y diablitos entrañables. De lo que no dudo es de que, de haber persistido por ese camino, la historia argentina hubiese sido diferente.) Pero el hilo conductor del intercambio pasó, y de principio a fin, por el estado de ánimo que la victoria mundialista hizo posible en este país.
EL ÁNGEL EXTERMINADOR
(Un día como hoy... #KurtWilckens ajusticiaba al coronel Varela)
Tal y como lo había previsto, aquella mañana Kurt Wilckens amaneció muy temprano y salió rumbo a la estación. Probablemente, ya que la tarea que le deparaba el día no era de su agrado, algunos pensamientos encontrados lo invadieron mientras aguardaba el tranvía. Tras un corto viaje, bajó en Plaza Italia y caminó a paso tranquilo con un paquete en la mano. Sabía que tenía que ir hacia el oeste por Santa Fe hasta doblar en Fitz Roy. Con el paso de la mañana, las calles se fueron llenando de gente y de autos que iban de un lado al otro. Sin embargo, pese al tumulto en la ciudad, el obrero anarquista de origen alemán ya había trazado su plan.
Cuando llegó a destino, observó el cartel de la numeración: 2461. Estaba en el lugar correcto. Su reloj decía que eran las 7:15, por lo que decidió aguardar allí pacientemente, sin darle demasiada importancia a los cuarteles de Infantería que estaban en frente. Minutos antes de las 8:00, la perilla de la puerta de la casa giró y un militar salió con una niña de la mano. Bajo la atenta mirada de Wilckens, ambos charlaron unos segundos en la vereda hasta que la niña dijo que se sentía mal y el militar la levantó en brazos para llevarla nuevamente adentro. No mucho después, la puerta volvía a abrirse y ahora el uniformado salía solo, diario en mano y sable prolijamente enfundado. Años atrás, el correcto militar, el teniente coronel Héctor Benigno Varela, había sido el ejecutor impune en la matanza de obreros del sur argentino. El brazo armado de la Patagonia Trágica, el fusilador de 1500 peones rurales.
Tras corroborar que definitivamente se trataba de él, que no había margen de error alguno, Wilckens no dudó en avanzar. A paso lento, caminó unos metros en dirección a la casa. Cuando Varela estuvo lo suficientemente cerca, el anarquista salió a su paso, levantó su arma y apuntó. En ese mismo momento, una niña, sin notar lo que estaba ocurriendo, se cruzó por delante del militar. Sabiendo que ya no había marcha atrás, Wilckens la tomó de un brazo y la corrió mientras Varela observaba confuso la situación.
Fue en ese mismo instante que Wilckens arrojó una bomba al piso. Las esquirlas dieron en las piernas de Varela y alcanzaron al anarquista. Tras sentir el impacto, entendió que ya no podría huir como había planeado. Acto seguido, sacó nuevamente su revólver y disparó. Serían cuatro tiros certeros que terminarían con la vida del reconocido militar, los mismos cuatro tiros que ordenaba darles a los obreros rendidos en la Patagonia. Tras el hecho, quienes estaban presentes se acercarían a detener al anarquista mientras este ofrecía su arma sin resistencia. Desde el piso, dirá tranquilo a los policías que llegaban enfurecidos: "He vengado a mis hermanos".
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