El 4 de octubre de 2010 publicamos un artículo de Horacio Bustingorry problematizando la figura de José Ignacio Rucci. O al menos como se lo recuerda. Recientemente, entrevistamos a su hijo, Aníbal Rucci. De esas notas, la reacción general pendula desde la perplejidad al rechazo rotundo. Entonces, ¿por qué la Agencia regresa sobre Rucci?
Su imagen negativa, forjada al calor de los tormentosos años 70, aún perdura en el imaginario del mundillo militante nacional y popular. Probablemente, el paradigma de la figura de Rucci como un tipo conservador, oportunista, de derecha, amarillo, y proto-genocida esté sintetizado en Ezeiza, de Verbitsky. Y es un problema para muchos de nosotros, que somos admiradores de Horacio y pretendemos seguir sus pasos. Pero como el libro lo señala, a pesar de haber sido publicado en los 80, Ezeiza está basado sobre la memoria inmediata (estuvo terminado a mediados de los 70) y las fuentes se perdieron en la batahola de la noche negra genocida.
Peor aún, el Rucci "de derecha" está siendo retomado por los medios liberales (Ceferino Reato, el Grupo Perfil) en alianza con lo más claudicante del peronismo (Duhalde, Barrionuevo) para abrir una cuña dentro del Movimiento Obrero organizado en la Argentina. Incluso, la confusión alcanza al kirchnerismo. Conocemos personalmente a no pocos militantes juveniles que consideran que Hugo Moyano y la CGT son “enemigos estratégicos pero aliados tácticos” pues representan “la derecha sindical, heredera de Rucci”.
Una de dos. O el Movimiento Obrero Organizado es la columna vertebral del campo popular o es una aguda hernia de disco. O desde los 30 hasta la fecha el sindicalismo argentino fue la plataforma sobre la que se asentaron ofensivas y gobiernos populares (con excepciones confirmatorias de la regla) o son gerentes disfrazados de trabajadores.
Volviendo a los 70, Rucci fue el jefe del sindicalismo argentino en la víspera del regreso de Perón y, luego de su asesinato, su mártir eximio. Está claro que Rucci no quería una Patria Socialista, pero de eso no se deduce que quería la Patria neoliberal. De hecho, siempre estuvo enfrentado a López Rega (claramente la fracción diestra del peronismo setentista) y fue su aliado Lorenzo Miguel y la CGT ortodoxa quienes lo expulsaron al Brujo del poder. ¿No fue Rucci quien pidió por la libertad del sindicalista clasista Agustín Tosco y luego debatió con él por TV sobre la Revolución nacional?
Se dirá que Rucci no tenía ideología y que apenas era un matón ¿Estaba Rucci armado y se rodeaba de custodios? Claro, como casi cualquier actor político de la época. ¿Puede vincularse a Rucci con los terroristas de Estado, en el sentido que tenía vínculos estatales que podía utilizar represivamente? No está demostrado que lo haya hecho, y en todo caso, tenía tantos vínculos estatales como los Montoneros. Pero eso sería igualar a Videla con Firmenich, teoría de los dos demonios que no compartimos, más allá de cualquier Operativo Dorrego que se esgrima. Entonces, si Videla no es Firmenich, tampoco lo es Rucci.
En ese sentido, los términos “derecha e izquierda peronistas” explican más la urgencia por encontrar conceptos en los calientes y lúgubres 70 que para la compleja realidad histórica nacional. Porque, si Rucci no fue “genocida” (en el sentido de no ser lopezrreguista ni aliado a la cúpula militar proto-neoliberal) ni “socialista” (más allá de lo que quiera decir eso)… ¿qué fue?
Esa es la pregunta que ordena muchos de nuestros artículos y entrevistas sobre la temática. Pero proponemos una hipótesis para ese punto intermedio: fue un reformista. Un sindicalista, dentro del sistema capitalista, pero con fuerte voluntad de construir poder obrero para encuadrar a la patronal. Veremos qué resulta de esta exhumación.