CAPITULO II.
Islas Malvinas, Sandwich y Georgias
del Sur; a cuarenta años de su recuperación.
El eslabón
de una Historia inconclusa.
Debemos
resignificar nuestra identidad
mediante un proceso de reconstrucción histórica, social y cultural, lo cual nos
permita rescatar desde un nosotros proveniente de una experiencia social
concreta, la soberanía territorial,
educativa, política y económica.
Prof. Dr. G.B.
El Estado
construido en el marco de las denominadas «Presidencias Fundadoras»[1]al
momento de consolidarse como tal hacia finales del siglo XIX, tendió a
homogeneizar socialmente al país, en especial en lo referente a su proyecto
educativo y cultural. Al tomar estas variables se caracterizó por una imitación
de los modelos europeos y estadounidenses, ya que a juicio de la clase
dirigente detentadora del poder, las poblaciones originarias carecían de
valores específicos, tanto en lo referente a una cultura occidental como en lo
identitario, y expresaban de este modo la Barbarie
autóctona.[2]
Los miembros de la clase dominante se proclamaron depositarios del Progreso y de la Civilización, y definían así un estatus que ellos consideraron como
hereditario y, al convertirse en las familias patricias, obtuvieron un
prestigio que detentaron de manera absoluta por ser los portadores de los valores fundantes de la nacionalidad,
con lo que hacían notar de este modo la existencia de un otro diferente[3]
mediante la exclusión jerárquica: estigmatizándolo y revalorizando a un tiempo
el nuevo orden establecido. Los trabajadores de origen fundamentalmente
inmigrante fueron objeto tanto por su condición foránea como por las nuevas
ideologías que portaron (socialistas, anarquistas, sindicalistas) del mismo
estigma excluyente. A ello se sumó una represión sistemática que los mantuvo
alejados del espacio de las decisiones políticas y sociales durante décadas.
Las diferencias se profundizaron, ya que se expresaron, además, como
variaciones culturales, es decir, quienes persistieron en afirmar su diversidad
fueron percibidos como un peligro para una identidad
colectiva (impregnada de un nuevo nacionalismo) que era garantía de la cohesión
social y vistos, además, como sujetos inferiores que aún no alcanzaron el mismo
grado de civilización. No obstante, con el arribo del radicalismo al gobierno
en el año 1916 y, especialmente, con la impronta que le dio a su gestión el
presidente Hipólito Yrigoyen, los sectores populares[4] que se
identificaron con él provocaron un impacto político de consideración en la élite terrateniente apropiándose de
aquella escena política, social y cultural.
A mediados de la década del veinte y hasta el golpe de estado del año
1930, (el cual terminó abruptamente con el segundo mandato del presidente
radical mencionado), defensorxs de este gobierno se enfrentaron a lxs
adversarixs de su mismo partido pertenecientes a la corriente antipersonalista,
quienes junto a otras agrupaciones partidarias, como, por ejemplo, el
Socialista y el Conservador, cruzaron definiciones tales como «democracia
verdadera de la justicia social o tiranía de las mayorías, civilización fofa y
deleznable de Pavón o demagogo identificado con la barbarie rosista».[5]
Como podemos observar, una terminología que conlleva toda una carga
simbólica entre quienes, por un lado, se han venido apropiando del relato
memorial de la historia nacional deviniéndola en oficial, como así también de
los lugares de la memoria[6] y
aquellxs que plantearon el reapropiamiento del espacio público y del discurso
histórico y político, e intentaron construir una nueva afirmación identitaria
que conlleva otra conceptualización desde lo popular.
En la lucha
contra el otrx, es donde radicó lo diferente y parecieron expresarse las
soluciones nuevas: en las fechas símbolo, en un ideario nacional, en aquello
que la corriente historiográfica revisionista definió como las rebeliones populares en busca de los ideales de justicia y de patria: es en
estos espacios donde se disputó la hegemonía política del país, en la cual
también se expresó el sentimiento colectivo, se apeló a la memoria y se comenzó a esbozar desde la oposición a los sectores
dominantes una conciencia nacional diferenciada. [7]
Así fueron
cobrando continuidad histórica, entre otros, términos tales como «civilización y barbarie, nacionalismo y
liberalismo, peronismo y antiperonismo, los cuales sirvieron para diseñar
la geografía de campos de batalla típicamente
argentinos, en los que fueron definidos los contenidos de la cultura
nacional y también las características sociales de sus intérpretes»[8]
La ciencia
histórica, “apropiada” por parte de las clases dominantes, que tomaron como
matriz cultural e ideológica, El Facundo,
la primera novela de características políticas, escrita por Domingo Faustino
Sarmiento, donde la dicotomía por él planteada de civilización o barbarie fue de ahí en más, el marco teórico, sobre
el cual se relató la historia argentina. De este modo, lo referenciado con lo
autóctono, como por ejemplo lxs pueblos originarixs, criollxs,
afrodescendientes, debían ser reemplazadxs por inmigrantes civilizadxs
provenientes de Europa y EE.UU., que trajeran a su vez, Orden y Progreso.
Bartolomé Mitre,
cultor de estas ideas, también produjo la construcción de una verdad desde SU relato histórico y memorial, forjó
una ideología (y una historiografía liberal) que durante décadas negó la
existencia de un otrx diferente. La barbarie, desde este análisis, se
continuó encarnando en poblaciones que lideradas por caudillxs (quienes
devinieron en sus jefxs políticos y conductores), se opusieron de un modo u
otro a modelos económicos y políticos exclusivos y excluyentes.
Esta clase
dominante, triunfadora en el terreno militar tras sesenta años de guerras
civiles en el SXIX, fue la oligarquía terrateniente, la cual impuso además de
un modelo económico y social, un modelo educativo con sus consiguientes
prácticas culturales, históricas e identitarias. Por lo tanto, construyeron su
visión particular acerca de los valores inherentes a la nacionalidad. En la
construcción de una línea histórica, definieron a Juan M. de Rosas, Hipólito
Yrigoyen y Juan D. Perón, como tiranxs, dictadores, caudillxs (en el sentido
despectivo), populistas (demagogxs), en síntesis, como representantes en ese
continuo de la narración de nuestra historia, de aquella barbarie instalada como matriz cultural e identitaria negativa.
Si tomamos el
concepto Soberanía, lo demuestra, por ejemplo, entre otros tantos hechos
históricos, que la Vuelta de Obligado,
batalla producida el día 20 de noviembre
del año 1845, en el marco del bloqueo imperial anglo-francés, y el
posterior avance en aguas territoriales del río Paraná, de la armada británica,
recién fue reconocida como una gesta patria y recordada con un feriado, en el
año 1974.[9] Al
llevarse a cabo durante el gobierno de Juan M. de Rosas, uno de los líderes
populares defenestradxs por la Academia de la Historia nacional, se ocultó el
significado de la batalla, en cuanto a la defensa soberana del territorio
nacional, quiénes participaron, la intransigencia del jefe de la Confederación
Argentina contra los dos imperios en ese entonces más poderosos del planeta, el
Reino Unido de la Gran Bretaña y Francia, en síntesis se ocultó y se borró de
la historia “oficial”.
Por lo tanto, la
historiografía liberal mitrista
durante décadas se dedicó a construir una visión parcial y maniquea de la
Historia nacional, silenciando la voz de las mayorías, ocultando en los centros
de educativos de todo el país, y en todos sus niveles, las contradicciones
entre dos modelos de país, con las consiguientes luchas que se produjeron en la
conformación y desarrollo de nuestra nación.
Una historia
edulcorada con héroes y de bronce, no de carne y hueso, donde no hubo lugar
para la mujer, lxs pueblxs originarixs, lxs criollxs, afrodescendientes y las
diferentes etnias que poblaron nuestro territorio. La patria, la nación,
nuestra geografía y sus consiguientes riquezas naturales fueron patrimonio de
quienes se autoproclamaron vencedorxs.
Por cierto hubo
excepciones como por ejemplo el agrupamiento político de tendencia
yrigoyenista, Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina (FORJA), (herederxs
en un punto de la corriente historiográfica revisionista)[10], que a
mediados de la década del año 1930, sentó las bases de gran parte del ideario
que profundizó años más tarde el justicialismo: y lo hizo revalorizando la Conciencia Nacional y el Ser
Nacional a manera de respuestas ideológicas y simbólicas, frente a la
alianza de la clase dirigente nacional con los poderes económicos británicos;
junto a la Identidad Nacional, aparecieron como algunas de
las categorías que deberemos insertar correctamente en cada momento de la
evolución de las antinomias históricas.[11]
El marco político
y social que proporcionó el peronismo a partir del año 1945 nos permitió ver
delimitado el antagonismo como fórmula que instaló una frontera entre lo popular y el poder institucional
cuestionado, con lo que apareció a modo de definición política el concepto pueblo como «intento de dar un nombre a
esa plenitud ausente».[12] Y
eso último ocurrió mediante la inclusión social de lxs trabajadorxs, que había
venido dándose en un proceso acelerado de búsqueda y encuentro en una
perspectiva orientada hacia la construcción de una nueva identidad colectiva, allí donde «solo existía una individualidad
indefinida».[13]
En este marco teórico y en la realidad histórica concreta se inscribe el
hecho en sí de la guerra de Malvinas, junto a su historia y a su prolongación
en el tiempo a modo de nueva antinomia que se demuestra entre quienes adhieren
sin eufemismo a un proceso de “desmalvinización”,
el cual se inició apenas terminado el conflicto bélico y se prolongó no sin
continuidades y rupturas durante la democracia recuperada a partir del año
1983.
Las antinomias “orgullo-vergüenza”, “dignidad-oprobio”,
“nacionalismo-chauvinismo”, y “justeza o no del reclamo”, permearon aquella
coyuntura y los años posteriores, junto a las negaciones y las políticas del olvido
emanadas entre otras causas por haberse producido el hecho durante la dictadura
cívico-militar iniciada en el año 1976, tiñeron la historia centenaria del
justo reclamo por nuestro territorio insular. Y lo que es peor aún, el
desconocimiento hacia lxs miles de integrantes de las Fuerzas Armadas que
participaron directamente en la guerra, con su secuela de muertxs, heridxs y
traumatizadxs.[14]
Si bien reiteramos, entre los años 1983 y el presente, las
políticas del Estado para con este hecho histórico fueron variando y
produciendo diferentes medidas de reconocimiento, no siempre fue de este modo,
y debemos auscultar si, la sociedad en términos generales, sobre todo las
nuevas generaciones tienen recuerdo, o, se trabajó y trabaja con políticas de
la memoria que tiendan a fortalecer esta cultura. Mas aún en esta época global
de aturdimiento informativo e incidencia sociocultural individualista que anula
el pasado y hace un culto a la inmediatez y a la vorágine de un presente
efímero
Por este motivo el recupero de una identidad colectiva inclusiva, y de
una identidad narrativa colectiva que abarque la totalidad de lo realmente
acontecido y lo ponga en debate es fundante para comprender el presente. La
ausencia del sujeto pueblo en los procesos sociales, y el ocultamiento o
descalificación de sus líderes por parte de políticxs, economistas,
periodistas, e intelectuales al servicio de los factores de poder económicos y
sociales, tanto nacionales como extranjeros, es una tarea que nos debemos
quienes desde las ciencias sociales trabajamos por el recupero y puesta en
valor de una Historia sin “dueñxs”; mucho menos tergiversada y ocultada.
[1] Esta definición corresponde en la
historiografía argentina a las presidencias sucesivas de Bartolomé Mitre,
Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda, quienes pusieron de pie la
estructura del Estado Nacional entre los años 1862-1880, y consolidaron el
modelo económico agroexportador sobre las bases de la inmigración, los
ferrocarriles y la relación económica con el mercado mundial liderado por Gran
Bretaña.
[2] Con relación a la construcción de este
modelo de país, tanto en lo administrativo como en lo económico, social y
cultural, ver Jorge Bolívar, «El Proyecto del ’80, 1850-1976. Europeización con
dependencia consentida»; en Proyecto
Umbral, Resignificar el pasado para reconquistar el futuro, Rosario,
Ediciones Circus, 2009. Tulio Halperín Dongho, Proyecto y Construcción de una Nación, Biblioteca del Pensamiento
Argentino, Buenos Aires, Ariel Historia, 1998. Oscar Oszlak, La formación del estado argentino, Buenos
Aires, Editorial Planeta, 1982. David Rock, El
radicalismo argentino, 1890-1930,
Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2001. Alain Rouquié, Poder Militar y sociedad política en la Argentina I hasta 1943,
Buenos Aires, Emecé Editores, 1994.
[3] Para una ampliación acerca de la
construcción de una sociedad patricia y la consiguiente marginación de sectores
sociales conformados por inmigrantes, sus descendientes y la mixtura con lxs
habitantes originarios de la Argentina; ver Alain Rouquié. Poder militar y
sociedad política en la Argentina. I hasta 1943. Buenos Aires: Emecé Editores.
1994. pp. 46-47. Mario Margulis, Marcelo Urresti y otros, La segregación negada, Buenos Aires, Biblos, 1999. Ezequiel
Adamovsky, La historia de la clase media
Argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Buenos Aires,
Planeta de libros, 2015.
[4] Entendemos por el concepto de «sectores populares» aquellxs
integrantes de las clases medias urbanas
y rurales, que «conformaron un
mosaico heteróclito» surgido al calor del modelo agroexportador (Alain Rouquié.
op. cit. pp. 52-57). También Ezequiel
Adamovsky, en su trabajo ya citado, hace referencia al surgimiento de nuevos
sectores sociales a partir de la modernización de inicios del siglo XX (clase
media urbana, clase obrera), sobre la base de la relación entre criollxs e
inmigrantes. En tanto David Rock hace referencia a estos mismos sectores
sociales como expresión antagónica a la élite oligárquica y organizados
políticamente en la Unión Cívica Radical.
[5] Diana Quatrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política
en la Argentina, Buenos Aires, Emecé Editores, 1998, pp. 62-63. Ver también
el antagonismo entre la oligarquía y los nuevos sectores sociales organizados
en torno a la Unión Cívica Radical, en David Rock, op. cit., pp. 13-80 y
112-117.
[6] Este concepto lo tomamos del trabajo de
Diana Quatrocchi-Woisson, quien hace referencia a aquellos espacios apropiados
por los Estados con el objetivo de consolidar un relato histórico. En nuestro
caso, observamos de qué modo también los gobiernos peronistas se apropiaron o
reapropiaron de lugares geográficos y los transformaron en íconos identitarios.
En Diana Quatrocchi-Woisson, op. cit
[7] Maristella Svampa, El dilema argentino. Civilización o Barbarie, Buenos Aires,
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, 2006, pp. 45-105. En referencia puntual al
Revisionismo histórico ver: Diana Quatrocchi – Woisson. op. cit., pp.87-189 y Maristella Svampa, op. cit. pp. 221-243
[8] Federico Neiburg, Los Intelectuales y la invención del peronismo, Buenos Aires,
Alianza Editorial, 1998, p. 14.
[9] En el año 1974, el historiador argentino
José M. Rosa, impulsó la declaración del feriado inherente a esta gesta, que
promulgó el Poder Ejecutivo mediante la Ley 20.770. En el año 2010, fue
promovido a feriado nacional por el gobierno de la expresidenta Cristina F. de
Kirchner.
18
El Revisionismo es una
corriente historiográfica que se dedicó a debatir y “revisar” la historiografía
liberal ya mencionada tanto de Bartolomé Mitre como de Vicente F. López. Entre
sus principales mentores se encontraron Adolfo Saldías, Julio y Rodolfo Irasusta,
Carlos Ibarguren, Ernesto Quesada y Ernesto Palacio.
[11] Para una amplia explicación acerca de
estos conceptos, su desarrollo en el marco histórico, político y sobre todo
cultural de su constitución, como así también acerca del agrupamiento radical
de tendencia yrigoyenista (FORJA): ver Juan José Hernández Arregui, La Formación de la Conciencia Nacional 1930-1960, Buenos Aires, Plus Ultra,
1973.
[12] Ernesto Laclau, La Razón
Populista, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2005, p.113.
[13]
Williams Rowe y Vivian Schelling, Memoria
y modernidad. Cultura popular en América Latina, México D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Editorial Grijalbo, 1993, p. 195.
[14] Aclaramos que, de todos modos, el debate
está instalado también hacia dicha corporación con referencia a la actuación de
sus integrantes de acuerdo con sus graduaciones militares, en el campo de
batalla. Como así también el comportamiento de algunxs de estos mandos para con
lxs conscriptxs durante la ocupación.