Hola, ¿cómo estás? Antes de arrancar, nos gustaría conocer tu opinión acerca de lo que hacemos, de las temáticas que te interesan y algunas cosillas más. Para eso armamos esta encuesta, así que si podés completarla te agradezco un montón. Para nosotros es muy importante y nos sirve para seguir mejorando el producto. Ahora así, arranquemos. Qué semana complicada. Ya lo conocemos, así que no hace falta decir mucho más, pero el candidato más votado es sumamente antiestatista. Hoy nos vamos a dedicar a hablar un poco de un sector impulsado principalmente por el Estado. Además, hace poco se estrenó Oppenheimer, así que viene como anillo al dedo. Sin más preámbulos: el sector nuclear. Los datos del día- En Argentina contamos con tres reactores nucleares de potencia que producen aproximadamente el 6% de la electricidad total de nuestro país. Estos son Atucha 1, Atucha 2 y Embalse;
- Se está construyendo un prototipo de reactor modular pequeño (SMR en inglés), una tecnología que todavía se está explorando en el mundo y son pocos los competidores;
- Contamos con cinco reactores de investigación, dos en Buenos Aires, uno en Córdoba, Rosario y Bariloche. Además hay producción de isótopos para uso medicinal, una planta de agua pesada y tantas otras cosas.
Todo comenzó algún tiempo atrás en la Isla HuemulLa historia nuclear argentina suele contarse desde que el presidente Juan Domingo Perón contrató a un científico austríaco -Ronald Richter- para desarrollar un reactor de fusión nuclear, algo que todavía hoy no es posible, en la zona desde Bariloche hasta la Isla Huemul. Pero, en realidad, todo empezó unos años antes. Las bombas atómicas que Estados Unidos tiró sobre Japón mostraron el potencial de los elementos radioactivos y llevó a los militares de distintos países a prestarles atención. Argentina no fue la excepción, el General Manuel Savio -director de Fabricaciones Militares desde 1941- luchó por resguardar los elementos radioactivos que tenemos en nuestro suelo: uranio y boro más que nada. A la par, algunos científicos como Teófilo Isnardi y Enrique Gaviola empezaron a investigar cosas relacionadas a lo nuclear. Ya con Perón y Richter, en 1950 se crea la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) con el objetivo de organizar y regular la actividad nuclear. Luego, en 1952, José Balseiro y otros físicos elaboran un informe en el que determinan que el Proyecto Huemul no funcionaba, así que se decidió terminar con la experiencia. Es entonces cuando arranca lo interesante. Desde 1952 hasta 1983, la CNEA y los proyectos nucleares estuvieron a cargo de la Armada. Eso puede ser bueno, malo o neutral, pero en este caso le confirió a la Comisión una estabilidad poco usual para los entes argentinos. En esos 31 años pasaron 17 presidentes y dictadores, pero ¿cuántos presidentes de la CNEA? Tan solo 3: Pedro Iraolagoitía (1952–1955 y 1973–1976), Oscar Quihillalt (1955–1973) y Carlos Castro Madero (1976–1983). La característica común es que los tres fueron militares, pero eso no es lo importante. La gracia es que hubo cierta continuidad en las políticas que se tomaron. Como contracara, desde 1983 en adelante hubo 11 presidentes, es decir una trayectoria más exigua. Los mayores avances se hicieron antes de 1984 (hasta los 2000). No solo fue cuando arrancó la inversión más fuerte en cuanto a investigación y equipamiento, sino que también se construyeron dos centrales atómicas de potencia (Atucha I y Embalse). La primera entró en operación en 1974 -te dejo este video de su inauguración- y la segunda en 1984, tras 10 años de construcción. Además se estimuló el vínculo entre este sector y la industria argentina, en parte por esfuerzos de Jorge Sábato -un crack-. Durante la última dictadura militar, el sector ganó mucho peso y se empezó a construir la central Atucha II. Llama la atención que se haya profundizado la presencia estatal en el sector, dado el marco de desregulación y apertura. Algo que se suele señalar en este sentido fue el interés del dictador Emilio Massera en el área, así como también por fomentar gastos en obra pública por parte de los empresarios amigos. Como te imaginarás, estar bajo el mando de la Armada durante la dictadura no va muy de la mano con el cumplimiento de los derechos humanos. La CNEA no fue la excepción, hay varios desaparecidos, pero lo que no es tan claro es cuál fue el rol que tuvo el presidente de la Comisión en ese momento -Castro Madero-, ya que hay testimonios diciendo que colaboró con trabajadores que podían ser secuestrados para evitarlo y otros testimonios que indican que no se podía pasar por alto la situación. Así que si tenés algún dato y me lo querés mandar, más que agradecido porque es un tema que me interesa mucho. El retorno a la democracia supuso la separación de las fuerzas armadas del complejo nuclear y también una época de mayor volatilidad en las políticas. Tanto por presiones de Estados Unidos sobre el programa de enriquecimiento uranio como por problemas económicos, durante el gobierno de Raúl Alfonsín no se avanzó mucho en el área, aunque no por falta de intentos. Si te interesa el tema, te recomiendo muchísimo el libro de Diego Hurtado El sueño de la Argentina Atómica y el El secreto atómico de Huemul de Mario Mariscotti. El Plan Nuclear Argentino. La venganza del átomoDurante el gobierno de Carlos Menem se privatizaron gran parte de las empresas públicas bajo la idea de que estarían mejor administradas por gestores privados que por el Estado. El sector nuclear se salvó, aunque se reconfiguró completamente. Puntualmente, se partió en tres a la CNEA. Quedó una agencia regulatoria -la Autoridad Regulatoria Nuclear- como un organismo público encargado de fiscalizar las tareas nucleares y garantizar su seguridad; Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NA-SA) como la empresa dedicada a gestionar las centrales nucleares y la CNEA con actividades más vinculadas a la investigación y planificación. ¿De qué se salvó entonces? De ser privatizada. Si bien se creó una sociedad anónima buscando que el sector privado participe (a.k.a la compre), esto no sucedió. ¿Por qué se salvó? A diferencia de otras actividades, la nuclear está fuertemente regulada y tiene marcos normativos muy severos. No solamente hay regulaciones locales para asegurar que su funcionamiento sea sumamente seguro, sino que también constantemente hay inspecciones internacionales por parte de la Organización Internacional de Energía Atómica (hoy presidida por Rafael Grossi, un argentino). Entonces, si bien se trata de un sector rentable en términos económicos, también es muy complejo y no hay tantos actores internacionales con experiencia en el tema como para privatizarlas. Menos mal, ¿no? Lo que sí sucedió es que entró en un estado de stand-by. Las cosas que funcionaban, siguieron su curso, pero todo lo que necesitaba presupuesto o se estaba construyendo se frenó. El caso más emblemático fue Atucha II, que ya tenía demoras por la crisis económica del alfonsinismo, que detuvo completamente su construcción. Por suerte, las partes del reactor ya estaban acá, así como los planos y las cuestiones técnicas porque la empresa alemana a la que se lo compraron había enviado las cosas. En realidad, esa no era la suerte porque los materiales se podían perder, así como también todos los documentos respaldatorios. Lo increíble es que los trabajadores del complejo nuclear guardaron todo en perfecto estado (acá te cuentan un poco más los propios trabajadores). Habiendo pasado más de 20 años de volatilidad en las decisiones, en 2006 se relanzó el Plan Nuclear Argentino bajo la presidencia de Néstor Kirchner. ¿En qué consistía? En extender la vida útil de las centrales nucleares existentes (Atucha I y Embalse), construir el prototipo de reactor modular pequeño -enseguida volvemos a esto-, analizar la posibilidad de construir una nueva central, fomentar la producción de radioisótopos para uso medicinal en el marco del plan de medicina nuclear y fundamentalmente terminar Atucha II. El tema es que finalizar la construcción de una central no es nada fácil. La empresa proveedora del reactor -Siemens- había cerrado años antes su división nuclear y, desde nuestro lado, el parate provocó que muchos trabajadores se fueran o se jubilaran. Se planteó entonces un doble desafío. Por un lado, NA-SA y el complejo nuclear se cargaron al hombro la tarea de construir y armar el reactor siguiendo las instrucciones que venían con el reactor, pero sin el apoyo de la empresa contratada. Por otro lado, la necesidad de formar trabajadores capacitados para llevarlo adelante. Cada parte de una planta nuclear está pensada y construida con mucha meticulosidad, es mucho más complicada que otras obras de ingeniería y requiere conocimientos específicos. Para eso se conformó una escuela de soldadores para formar nuevos trabajadores y se convocó a quienes estuvieron inicialmente en el proyecto para colaborar en su finalización. Ante esta situación, hay voces que dicen que era mejor dejar frenado el proyecto y arrancar uno desde cero, pero la realidad es que el desafío que supuso la nueva puesta en marcha permitió ganar capacidades clave para posicionar nuevamente a Argentina dentro del panorama internacional de la energía nuclear. De hecho, hace poco el reactor tuvo un desperfecto que requirió parar su producción para arreglarlo y son los propios trabajadores los que se están encargando de eso, a una velocidad mucho mayor que si hubieran contratado a una firma extranjera para hacerlo. Moraleja. Frenar proyectos de inversión tan grandes es muy complicado y retomarlos aún más. Javier Milei plantea hacer esto con todas las inversiones estatales relevantes porque supuestamente las podrían hacer los privados. De hecho, planteó el cierre del Ministerio de Ciencia y Tecnología y del CONICET… El problema es claro, aunque pudiera llegar al gobierno, en algún momento se irá porque los cambios no son irreversibles, entonces volver a generar las capacidades adquiridas hoy en día sería mucho más costoso. Si te interesa profundizar sobre esta parte, te recomiendo el informe de SIC Periodismo Textual que podés encontrar acá. Siempre soñé con tener reactores en mi casaEl sistema científico tecnológico de Argentina puede tener problemas, pero los avances que se han hecho en materia nuclear y los proyectos que se están impulsando hoy día tienen implicancias muy importantes en el futuro. Más arriba te comenté que dentro del Plan Nuclear está la construcción de un reactor modular pequeño (SMR), pero ¿de qué se trata? La Central Argentina de Elementos Modulares (CAREM) es un proyecto que se pensó en 1984 y al que se le volvió a dar manija en 2006. Sin entrar mucho en detalle, dado que mi conocimiento sobre el tema es acotado, se trata de un tipo de reactores de tamaño pequeño que pueden construirse de forma modular, es decir que se construye una parte y después se le van agregando nuevos módulos. Al ser más pequeño que los reactores de potencia convencionales, la instalación requiere menos tiempo y una inversión más pequeña. Esto es algo clave en el sector nuclear, ya que se suelen requerir muchos años de construcción y montos elevadísimos. La gracia en su tamaño reside también en la posibilidad de llevar electricidad a zonas más aisladas, como yacimientos mineros, centros urbanos de menor tamaño alejados de las grandes urbes y garantizar una provisión de energía propia a las islas -nosotros no tenemos muchas, pero está pensado para exportarse-, entre otras opciones. Además hay otra cuestión clave: son muy pocas las iniciativas de este tipo. Seguramente alguna se me escapa, pero en principio las más importantes son cuatro: una de Rolls-Royce -sí, la de los autos caros-, una de China que está bastante avanzada, otra de una empresa estadounidense que se llama NuScale y la nuestra. Es decir, estamos a la vanguardia internacional en este tipo de reactores. El problema es que el contexto de crisis económica no ayuda mucho a que se termine el proyecto, que hoy en día es un prototipo, pero con algo de suerte e iniciativa política en los próximos años se podría arrancar el modelo comercial y ponernos a la delantera de este tipo de reactores. Para esto es importante que no avancen las posiciones que buscan frenar la iniciativa estatal. Vale aclarar que hay participación privada en lo que son las obras de ingeniería y construcción, pero no en el diseño, armado y financiamiento de los reactores. Te preguntarás por qué no participan los privados de forma sistemática en este sector. Esto ocurre en otros países -por ejemplo en Japón y España- pero por lo general es el Estado el principal impulsor de la actividad nuclear. Uno de mis lectores más fieles se ríe cada vez que digo esto, pero más adelante -no hoy, porque no llegamos- vamos a hablar de qué pasa en otros países y sobre las otras empresas públicas que participan en el sector nuclear argentino. Pero volviendo a la pregunta, los privados no participan activamente en Argentina. En el caso de los reactores de mayor escala esto se debe principalmente a que los montos de inversión son gigantescos -varios miles de millones de dólares- y el acceso al crédito es limitado en nuestro país. Además, como te comentaba antes, se trata de un sector muy regulado, donde los descuidos pueden ser fatídicos, entonces es un riesgo muy grande para una empresa que tranquilamente puede incursionar en otros sectores. En el caso de los SMR el motivo es distinto. Los montos son menores, son más seguros, pero todavía no es una tecnología dominada, por lo que las inversiones que se realizan viven en el limbo de la incertidumbre. A los economistas nos gusta hablar de riesgo cuando las probabilidades de éxito son conocidas -o más o menos estimables- y de incertidumbre cuando no se tiene la menor idea de las probabilidades de éxito. Es en este segundo caso donde entra el Estado -no solo el argentino, pasa en todo el mundo- para invertir en algo que no se sabe si va a funcionar, de forma tal de allanar el camino a otras inversiones en el futuro. Si sale bien, el CAREM puede ser una revolución tecnológica importantísima y posicionarnos en un lugar muy destacado en el mundo, así como también se pueden pensar asociaciones con el sector privado para que provea a la cadena productiva. Si sale mal, fue un intento que permitió ganar capacidades en varias cuestiones que probablemente puedan utilizarse más adelante. Perdón si soy reiterativo, pero lo que es claro es que propuestas políticas tendientes a eliminar la participación estatal en cuestiones tecnológicas y científicas son muy malas para pensar desarrollos tecnológicos inciertos. Ya lo comenté un poco en la entrega pasada de YPF, pero si hoy en día usamos smartphones en gran parte es porque el Departamento de Estado de Estados Unidos invirtió una torta de plata en investigaciones para usos militares. En paralelo a esto, se está terminando de construir un nuevo reactor de investigación -el RA10- en Ezeiza de mano de la CNEA e INVAP y se hicieron gestiones para construir una nueva central nuclear con tecnología china en el complejo de Atucha. Esto último a veces avanza y otras veces no, dado que hay en medio algunos intereses de otros países que enturbian la cuestión. |