domingo, 4 de septiembre de 2022

 


CRISTINA, ELLOS Y NOSOTROS

Hay que dejar de ser la Armada Brancaleone que posibilitó que le gatillaran a la cabeza de Cristina

Por Ricardo Aronskind

Salvo que no se comprenda directamente qué es y cómo funciona la Argentina, es imposible minimizar el peligro por el que pasó Cristina Fernández de Kirchner, y el país en su conjunto.

Fue el desemboque superlativo de una semana marcada por las reacciones generadas a partir del show protagonizado por el fiscal de la causa “Vialidad”, Diego Luciani —acompañado por todo el aparato político y comunicacional de la derecha—, para instalar la culpabilidad de la ex Presidenta en el caso y abrir el camino para bloquear su participación política institucional y eventualmente enviarla a prisión.

No faltaban problemas en el gobierno del Frente de Todos, que acudió al nombramiento de Sergio Massa para intentar introducir alguna consistencia en una economía que estaba entrando en zona de ingobernabilidad. Pero el ataque político promovido por el partido de la derecha, y el posterior intento de asesinato a la figura nacional más profundamente instalada en el afecto popular introdujeron nuevos elementos de complejidad en la escena política y económica.

No resulta sencillo desbrozar las dinámicas que están en juego en este momento, ni el impacto que tendrán los últimos acontecimientos en el devenir del actual gobierno.

Economía, en modo tregua

Se esperaba que Massa se posicionara como un decisor audaz, rápido y astuto. Pero por ahora parece empantanado en la misión de atraer dólares para fortalecer las reservas del Banco Central, y terminar de quebrar las expectativas devaluatorias en el corto plazo. Ocurre que los dólares fluyen a cuentagotas hacia las menguadas reservas, mientras se desarrolla una agotadora negociación con los agro-exportadores, quienes tienen el ideal de un dólar oficial a 300 pesos, para embolsar super-ganancias. Un chantaje a toda la sociedad.

Uno de los tristes efectos del devenir político de la actual gestión es que ya ni se discute el significado político de esta situación. El ministro Massa ha anunciado un viaje a Estados Unidos para buscar nuevos fondos y conseguir la “confianza” que no le terminan de otorgar los poderes fácticos locales. El destino geográfico es el mensaje geopolítico, al menos por ahora.

En búsqueda de los dólares perdidos, el gobierno sancionó también un régimen de blanqueo de dólares si son destinados a la construcción. El objetivo de doble impacto es promover la llegada de dólares a las reservas oficiales, y estimular un rubro de fuerte impacto productivo y en el empleo.

En el frente financiero local, hay signos de distensión: están bajando los dólares marginales, desde los niveles delirantes que alcanzaron en la embestida devaluatoria previa. El blue luego de tocar un valor de 350 en aquel momento, bajó esta semana a 280 pesos; también retrocedieron más modestamente el dólar MEP y el “contado con liqui”. El índice bursátil Merval anotó una sorprendente suba del 17% en el mes de agosto, lo que habla de expectativas más optimistas en el cortoplacista mundo de las acciones. La licitación de fondos realizada por el gobierno esta semana concluyó con resultados muy buenos, superando ampliamente los fondos que en principio se necesitaba colectar. Una reticencia crediticia interna, para un gobierno con el crédito externo casi cortado, podía implicar un relanzamiento de la corrida.

En el frente productivo también aparecen novedades que anticipan un futuro más despejado. Se anunciaron importantes inversiones en sectores de la minería: una empresa china industrializará litio en Catamarca, emprendimiento que incluye una cláusula de transferencia de tecnología a la parte local. También se anunció un acuerdo de enorme impacto entre YPF y Petronas (la empresa petrolera nacional de Malasia), para la explotación de gas y la exportación en cantidades muy relevantes en dólares en los próximos años.

Según el estudio de Orlando Ferreres, el crecimiento de la inversión real este año está mostrando hasta el momento un aumento del 17%, un signo sólido de expectativas positivas en el frente productivo.

Pero las medidas de ajuste fiscal anunciadas, más las medidas destinadas a frenar la corrida (alza de la tasa de interés) están provocando problemas para la actividad económica de las pequeñas y medianas empresas, que se agregan a dificultades para la importación de ciertos insumos.

La erosión salarial producto de la inflación en los últimos meses ha tratado de ser compensada por el gobierno, para los trabajadores de menores ingresos (más de un millón de familias), con un refuerzo en las asignaciones familiares de 20.000 pesos.

Pareciera que la meta de déficit fiscal de 2,5% del PBI para este año, establecida en el acuerdo con el FMI, está dentro de los objetivos cumplibles sin necesidad de recortes draconianos, pero la meta de las reservas de divisas, en cambio, requerirá las disculpas del organismo internacional.

El gobierno archivó las medidas fiscales más progresivas, como el impuesto a la rentabilidad inesperada producto de la guerra en Ucrania, o el revalúo fiscal anunciado por la ex ministra Batakis. Son banderas blancas que se alzan para apaciguar al establishment, aunque debilitan las metas fiscales.

El gobierno parece deslizarse hacia el “exportismo”: sin planificación, sin una estrategia orgánica para que la exportación genere desarrollo interno, se está tratando de abrir las compuertas en forma masiva a los negocios exportadores para las multinacionales y grupos locales. Con la excusa de cubrir una deuda externa enorme, se trata de exportar todo lo posible, olvidándose de crear las condiciones institucionales para apalancar el mercado interno y el nivel de vida de la población. Ese es el resultado de que Argentina esté sumergida en una crisis financiera permanente: obligarla “por imperio de las circunstancias” a vender sus grandes recursos por un plato de lentejas diet.

La desmovilización política y sus costos

La falta de disposición del gobierno a disputar con el poder económico para fortalecer las condiciones de gobernabilidad, llevó a que se estableciera hace unos meses un peligroso escenario de elevada inflación y de corrida cambiaria. Fue evidente desde un comienzo, y la pandemia fue una excusa casi perfecta, la intención del Presidente y su entorno de no promover la movilización y participación popular, estrategia que fue sostenida por todo el Frente de Todos, hasta el punto de adormecer las expectativas populares y deprimir el entusiasmo con el que comenzó el actual mandato.

La otra consecuencia política de la desmovilización y desmotivación popular, que emergió en estas últimas semanas, ha sido la pantomima de juicio por la causa “Vialidad” contra Cristina.

El cuadro de atonía popular al que se llegó durante el último año –a pesar de que la pandemia se fue evaporando de la vivencia cotidiana— fue sin duda uno de los factores que incidió en el atolondramiento judicial para plantear la acusación, la denegación del derecho a la defensa, las provocaciones visuales y hasta la simbología de los años de castigo planteados.

Los que le escriben el guión al fiscal Luciani leyeron que el apoyo popular a Cristina estaba agonizando, y por lo tanto estaba lo suficientemente débil como para no reaccionar con firmeza frente a la grosería del montaje judicial.

Es evidente que hubo una mala lectura del cuadro general, que subestimó la reacción colectiva y el nivel de adhesión a Cristina, confundiendo atonía con agonía. La llegada de Massa como supuesto “super-ministro” fue entendida también como una bandera blanca del kirchnerismo frente a los poderes fácticos, que son los promotores del juicio contra la ex Presidente.

Además de la lectura equivocada de la realidad social, evidentemente hay halcones de la derecha que apuestan incluso a la violencia para quebrar al peronismo. Creen que es el momento de la dureza represiva, para terminar de saldar una contienda histórica, y poder lanzar un nuevo ciclo de acumulación con los trabajadores y los sectores medios completamente subordinados a su programa.

Los senderos que se bifurcan

La nueva centralidad de Cristina, la revitalización de su figura debido a la persecución judicial, han creado un escenario aún más complicado para el Frente de Todos.

El rescate de Cristina por parte de millones de argentinxs no es casual, y se remonta a los buenos recuerdos asociados a su gestión presidencial. Su participación actual en un gobierno económicamente conservador y crecientemente subordinado a los lineamientos del establishment local e internacional no parece haber desgastado severamente el recuerdo de la Cristina Presidenta. La gratitud de muchísima gente parece ser un capital que no se evapora.

El tema es cómo se compatibilizará este renacido clima de adhesión popular –basado en el recuerdo de políticas populares— con el rumbo que parece imprimirle Massa a la actual gestión.

Si bien hay grandes decisiones aún pendientes de definición, Massa parece inclinarse –nombramiento de Rubinstein incluido— hacia las respuestas convencionales de la derecha económica argentina: procurar juntar reservas acudiendo a las fuentes de siempre (más dólares del FMI o sector agro exportador) desechando otras opciones (Asia); nada de impuestos adicionales a sectores con alta capacidad contributiva; reducción de las erogaciones del sector público sin reducir el pago de intereses al sector financiero; mejores condiciones para la realización de inversiones a costa siempre de los ingresos del fisco o del bolsillo de los usuarios; caídas salariales en el sector público y privado “hasta que el panorama mejore”; tolerancia con los abusos de posición dominante en materia de fijación privada de precios que incluyen márgenes de ganancia desorbitados, etc. Seguramente adentro del gobierno, y en silencio, se desarrollan debates y negociaciones en cuanto a las próximas decisiones económicas.

La revitalización del entusiasmo popular producto de la indignación por el juicio amañado a Cristina no parece compatible con meros ajustes conservadores sin un horizonte más luminoso. Se sabe cómo actúa políticamente la derecha neoliberal: va llevando a gobiernos débiles a hacer “lo que corresponde”, o sea ampliar sus propios negocios y rentabilidades, sin importar el efecto sobre las mayorías. Precisamente como los gobiernos son débiles, acceden a agredir a su base social, con lo cual son aún más débiles y desguarnecidos.

La reacción popular al pedido de condena y proscripción a Cristina, mostró precisamente el grado de adormecimiento en el que se encontraba el kirchnerismo, que casi no participaba en la vida política en forma activa, y tenía a su famoso activismo militante cubierto de telarañas. La propia imagen de Cristina, a pesar de sus intervenciones públicas, iba siendo arrastrada por el menguante gobierno albertista. La gran Cristina Presidenta de los 12 años, se contraponía con la Cristina que puso a un Alberto que sólo pedía resignación, y al cual ella no lograba hacer reaccionar…

El odio multidimensional

Muchos atentados presidenciales son precedidos por fuertes campañas de odio, como para alentar “sin alentar” el magnicidio.

El origen concreto del odio en nuestro país está en el sector social que no soporta políticas redistributivas, autonomía política del Estado y no alineamiento incondicional con Estados Unidos. De esa minoría poderosa salen las ideas madre. Luego, vienen los medios… y luego los macristas que se subieron a un discurso ya implantado por el aparato de medios de derecha.

Esta derecha política no solo es hija de este discurso, sino gran beneficiaria, como se demostró cuando sacó el 40% de los votos en 2019, luego de protagonizar un gobierno calamitoso, que hubiera merecido sacar el 5% si el mecanismo antiperonista/kirchnerista no estuviera tan aceitado.

Juntos por el Cambio es inseparable de ese discurso de odio. Requiere su asistencia permanente, ya que:

  • no puede presentar con franqueza su propuesta económico-social a la sociedad porque es rechazada mayoritariamente;
  • no puede exhibir los logros inexistentes de su anterior gestión ni los talentos de su dirigentes;
  • no puede dar a luz pública los antecedentes de sus principales figuras, que muestran estándares bajísimos en base a sus supuesto criterios republicanos. Por lo tanto reposan y viven del odio al kirchnerismo y a Cristina como fundamento de su vida política.

El aparato de odio montado hace casi tres lustros no es un error, ni un exceso. Es parte de una planificación de largo plazo, con técnicas publicitarias y de manipulación de masas probadas, para debilitar y eventualmente aislar y destruir a la Argentina popular. Es de una enorme puerilidad pensar que apelaciones morales pueden detener una campaña orquestada, financiada con muchísimo dinero, a la cual se le dedicaron los principales diarios nacionales, canales de televisión y cientos de trolls pagos.

¿A quién pedir arrepentimiento? ¿A los periodistas, o a los dueños de los periodistas? Y los dueños de los medios, ¿construyeron este aparato sin darse cuenta, por una preferencia comercial, o decidieron cambiar la configuración ideológico-política de la sociedad argentina?

Luego de dos años y medio de adormecimiento, el grotesco de la derecha judicial ensoberbecida indignó y además mostró que no es un problema ajeno a las mayorías. La larguísima prédica comunicacional –un verdadero curso de pensamiento derechista permanente las 24 horas del día— no es una simple expresión de espíritus libres y periodistas independientes: es la construcción del basamento de todas las políticas públicas anti- populares.

Parte del peronismo, y hasta sectores de la izquierda bastante cerrados, comprendieron que en este juicio a Cristina se juegan más cosas: el control completo de una oligarquía de negocios sobre la democracia, el copamiento conservador de las instituciones de la república y el acotamiento total de la capacidad de decisión política de las mayorías.

El comentario de Macri sobre matar al sindicalismo como si fuera un caballo herido, tiene que haber resonado en muchas cabezas reacias a Cristina. Se suma a los insultos de larga data, proferidos desde el aparato comunicacional de la derecha contra los docentes, los científicos, los médicos y enfermeras, las universidades públicas, el CONICET, el ARSAT, los empleados públicos y toda otra persona que no trabaje en empresas privadas para mayor gloria de sus propietarios. Eso se suma al acendrado desprecio e incitación que agitan hacia la gente que ha sido históricamente excluida del sistema productivo, como resultado de los experimentos neoliberales.

Odio para todos y todas los que obstaculicen, molesten o menoscaben los negocios y la acumulación de las distintas fracciones del capital.

No es casual, está organizado y es sistemático.

Violencia institucional, la credibilidad de la derecha

Antes del atentado, el debate público dentro de la derecha se volvió más claro e ilustrativo que nunca: cómo socavar a Cristina, cómo someter al kirchnerismo que se estaba movilizando por su líder, y con qué perfil ganar las elecciones del año que viene.

Patricia Bullrich fue extremadamente clara: había que ganar credibilidad ante sus votantes (¿o mandantes?) mostrando que se estaba dispuesto a reprimir, que no había miedo a utilizar la fuerza, porque en el próximo gobierno habrá que utilizarla, si se quieren implementar las medidas “necesarias” para la minoría que está detrás de Juntos por el Cambio. Mostrar blandura, que no salgan muchas cabezas rotas de la movilización popular, sería una mala señal sobre la gobernabilidad futura a la que aspira la Presidente del PRO.

En el mundo de las fracciones económicas que representa Bullrich, el programa de concentración de la riqueza y entrega del patrimonio nacional es lo que el país necesita. Para cumplir ese programa, represión es credibilidad.

La derecha está leyendo muy mal

Unos cuantos energúmenos en la derecha piensan que liquidada Cristina se acabará la rabia. Eso finalmente se materializa en alguno que va y tira.

En el pensamiento mágico liberal-fascista el kirchnerismo se evaporaría. Se disolvería en el aire el 30% de los votantes. Creen que la gente milita por plata, que son todos mercenarios pagos, que a las marchas van militantes rentados. El desprecio y la publicidad les degradaron la capacidad de comprensión.

En la derecha alucinada esperan que así se disuelva toda reserva de dignidad nacional, de igualitarismo, de voluntad democrática que existe en la sociedad mucho más allá del kirchnerismo. Han promovido y estimulado un conjunto de creencias tan aberrantes, que están perfectamente ejemplificadas por los dichos del amigo de quien quiso asesinar a Cristina: “Si ella muere, se pagarían menos impuestos”.

Es un problema grave para nuestro país: nuestra derecha muestra severas dificultades para comprender la sociedad en la que vive.

Evidentemente no comprenden que iniciado el ciclo de violencia por la eliminación física de la gran líder popular, la furia social no se detendría más. Qué inversión llegaría, qué confianza habría, qué paz podrían disfrutar en esas condiciones.

Parecen creer que el otro no existe, o que es anulable por arte de magia.

El odio ha sido una herramienta política eficaz, es una mercadería con importante demanda, y es la argamasa ideológico-cultural necesaria para un modelo concentrado, extranjerizado y excluyente. No es previsible que ese imprescindible combustible derechista sea dejado de lado por un inesperado ímpetu democrático y contemporizador.

Mejor despabilarse y hacer lo que no se vino haciendo: organizarse, actualizarse y prepararse para una larga lucha, sin milagros, pero con victorias populares posibles.

Hay que dejar de ser la Armada Brancaleone que posibilitó que le gatillaran a Cristina a 30 centímetros de su cabeza.

El Cohete a la Luna

BORGES-BIOY-Y-LA FIESTA DEL MONSTRUO.

 https://archive.org/details/LaFiestaDelMonstruo/mode/2up

 


ANTIPERONISMO, ODIO, Y REVANCHA

Conviene no subestimar la violencia que encierran las bravatas del gorila

Por Esteban Rodríguez Alzueta*

Imagen: Antonio Seguí

«…para combatir hay que odiar a los enemigos»
Jorge Luis Borges, en Diálogo II con Osvaldo Ferrari

«…el país cayó en poder de un bailarín de quilombo»
Jorge Luis Borges, op. cit. en Borges de Bioy Casares

En los últimos años distintos sectores de las derechas locales fueron protagonistas de importantes manifestaciones con mucha cobertura mediática y manija política. Es una derecha hecha con muchas derechas, porque la derecha también llegó a ser transversal, no está hecha solamente con los valores de las elites sino con el resentimiento de los sectores medios, con la sobreidentificación a los valores de las clases altas. Porque en esa derecha caben los chacareros y la burguesía financiera, pero también la arrogancia del doctor, el periodista exitoso de la gran empresa, la buena víctima interpretando el papel de la víctima, el vecino alerta y delator, el tachero ladino que se las sabe todas y la maestra indignada, los antivacunas flemáticos y los jóvenes iracundos y desorientados de sectores populares. Como Frankenstein, es un cuerpo hecho con restos de muchos cuerpos putrefactos, algunos de los cuales surcan la historia desde hace bastante tiempo y se mueven, parafraseando a Rodolfo Walsh, como patrullas perdidas, esperando el momento para dar rienda suelta a la pirotecnia verbal y las patadas voladoras.

En estas marchas las expresiones de odio fueron la moneda corriente. Las guillotinas, las horcas y las bolsas mortuorias colgando de las rejas de la Casa Rosada, las carteladas con consignas espeluznantes añorando las peores desgracias, llenas de improperios y clisés, acompañadas siempre con los gritos guturales y el tachín-tachín de los caceroleros que no pueden coordinar un solo cantito, fueron la parafernalia que utilizaron sus manifestantes para expresar los sentimientos más íntimos y profundos, que van fermentando frente al televisor. Son acciones colectivas y beligerantes, en las que no se sabe dónde termina la expresión y dónde comienza el odio. Acciones hechas con muchos repertorios de beligerancia, porque son manifestaciones que han sabido apropiarse de repertorios previos que alguna vez tuvieron otros protagonistas, es decir, otras partituras, otras consignas, y otras finalidades.

Gorilismo perenne

La violencia puesta en juego en todas aquellas convocatorias es la expresión de un gorilismo perenne, que se trasmite de generación en generación. En la Argentina no existe el antisemitismo porque existe el antiperonismo, pero cumple la misma función que ha tenido históricamente en otros países: es una manera que tienen algunos sectores medios y medios altos de reproducir las desigualdades sociales, de autopostularse en el lado del Bien, que se arrogan con mucha pereza y violencia para ejercer la exclusión. Las manifestaciones de violencia son la expresión de la imbecilidad y el terraplanismo que mantiene cautivos a estos sectores. No son opiniones sino pasiones iracundas.

No son gente democrática sino autoritaria, que necesita perderse en una multitud para dar rienda suelta al resentimiento que fue macerando a la sombra de la vida privada, para soltar el odio que entrena todos los días mirando televisión. Quiero decir, el antiperonismo no es fruto de una experiencia previa, sino una idea que permite activar una experiencia. Si el peronista no existiera, el antiperonista lo inventaría. Una experiencia que le permite reproducir un orden social a través del desorden, introduciendo el caos. Porque en realidad, el gorila amaestrado reclama para los otros un orden riguroso y, para él, un desorden sin responsabilidad, quiere colocarse encima de las leyes. No quiere construir una sociedad sino purificar la que ya existe.

Cabezas obtusas

Cuesta averiguar su monstruosidad porque son gente normal y se parecen a nuestro vecino. Sus protagonistas son gente inteligente, incluso muchos de ellos están llenos de pergaminos. Seguramente cada una de sus biografías debe estar jalonada con importantes títulos académicos, éxitos comerciales y viajes por el mundo. Pero también con muchas frustraciones bien disimuladas, mucha evasión impositiva, mucho dólar paralelo. Ahora bien, todo esto no es lo que cuenta, lo importante aquí es que toda esta gente inteligente tiene un problema: son personas que no saben pensar, son perezosas, es decir, no pueden ponerse en el lugar del otro, se creen el centro del mundo y toman la parte por el todo. Su lugar en el mundo ocupa todo el mundo. Se creen el centro del universo y miran el mundo con la soberbia de aquellos que creen que la biografía propia es la medida de las cosas.

Más aún, al no poder pensar de manera ampliada, se vuelven indolentes: son incapaces de sentir las dificultades que tienen otras personas, por eso se abroquelan y empiezan a girar sobre sí mismos, no sea cuestión que un rapto de solidaridad los distraiga de sus intereses exclusivos. Para el antiperonista los problemas del otro no son su problema. Conocemos la cantinela: la libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro, vos tendrás derecho a protestar pero yo a circular libremente.

Sus argumentaciones son circulares, pero también derivativas. Basta escucharlos atentamente para entender que su discurso está compuesto de proposiciones que no guardan una relación lógica, que van saltando de un tema a otro tema sin ton ni son. Porque, además, los antiperonistas se la pasan banalizando, borrando las escalas: para ellos todo es lo mismo, más de lo mismo, se la pasan comparando la administración de un país con el almacén de la esquina, y repiten frases que no guardan proporción con la realidad. No les interesa acercarse a la realidad sino reemplazarla con sus opiniones extravagantes.

Cuando decimos que estamos frente a cabezas obtusas no buscamos descalificarlos sino describirlos, haciéndonos eco de una vieja categoría usada por Kant y retomada por Hannah Arendt para nombrar la banalidad del mal, la crueldad que encierran sus bravatas que suelen disimular con buenos modales, autos caros y mucha pilcha top. Decía Kant en su Antropología: el que carece de ingenio no posee juicio, es una cabeza obtusa, un estúpido. Hablar con él es como intentar hablar con una pared. Lo único que nos queda es esperar que se les acabe el veneno.

Un cardumen de pirañas

Pero conviene no subestimar la violencia que encierra cada una de las palabras que despotrican. No hay agresión sin degradación previa, y a través de sus habladurías van creando condiciones para que las fuerzas del orden hagan la tarea sucia. Siempre encontrarán un funcionario o un juez que se calce el sayo y ordene la represión. Su maniqueísmo encuentra en la grieta su hábitat natural y se mueven como pez en el agua o, mejor dicho, como un cardumen de pirañas: se amontonarán donde huelan sangre y cada uno dará su tarascón.

Presos de ira, con un deseo desenfrenado de venganza, están dispuestos a dar el próximo movimiento y pasar a la acción. Porque las personas posesas de odio que marchan hipnóticas son las mismas que defienden, impulsan y practican los escraches, linchamientos y casos de justicia por mano propia. Nunca lo harán solas sino confundidas en una muta de caza. Solo inmersos en la masa, cuando no corran ningún peligro, blindadas por el periodismo, avivadas por sus dirigentes, podrán los antiperonistas redimirse del miedo y su paranoia, dar rienda suelta a los fantasmas que estuvieron evocando durante todos estos años. «Hay que matar al enemigo», se repiten como un mantra. Hay que «encerrar la yegua», «se robaron un PBI», «son todos corruptos», «viva el cáncer», «viva la patria».

Los antiperonistas están en ese plan: creando las condiciones anímicas, sincronizando las emociones antes de lanzarse a la caza o pedir mano dura. Son un puño sin brazo o, peor aún, muchos puños sin pies ni cabeza. Una multitud informe, desquiciada y violenta dispuesta a golpear las puertas que haya que golpear otra vez.

La fiesta del monstruo

Termino con Jorge Luis Borges, alguien que hizo del antiperonismo una fe. Borges es el paradigma del gorila argentino, su mejor arquetipo: una persona muy inteligente, pero que se taraba y le costaba pensar. A los gorilas les encanta compararse con Borges, se ríen y deleitan con Borges, pasean con los libros de Borges bajo el brazo. No dudamos que su antiperonismo se compensaba con una literatura exquisita. Pero las páginas de las que fue autor hay que leerlas al lado de estas otras: palabras que quieren ser irónicas, pero al estar llenas de odio, se convirtieron en estandartes del resentimiento. El gorilismo que comulgaba transformaba a Borges en un matón pendenciero. Borges reemplazó el cuchillo por las frases hirientes. Mal que le pese a los borgeanos, Borges era otro intelectual comprometido, y los términos de su compromiso estaban también llenos de violencia.

En el año 1947 Borges y su amigo Adolfo Bioy Casares escriben La fiesta del monstruo. Una sátira que se completa con otro cuento, El gremialista, y el ensayo L’illusion comique publicado en Sur en noviembre/diciembre de 1955. Un cuento que estaba reescribiendo otros relatos fundacionales de la literatura argentina, un cuento que sería reescrito después en El niño proletario de Osvaldo Lamborghini o Los Mickey de Santiago Llach. El cuento circuló manuscrito y de manera anónima en el Río de La Plata y fue publicado recién por Rodríguez Monegal en Montevideo, en el semanario Marcha, el 30 de septiembre de 1955, días después –como escribe Borges en su Autobiografía– de «la revolución tan esperada». En ese cuento, que cargan a la cuenta del linaje de Bustos Domecq, Borges y Bioy se ríen del cabecita negra, de sus maneras de hablar y vestir, de las poses y sus gestos, las supuestas costumbres del subproletariado descripto en esos mismos meses por Ezequiel Martínez Estrada en su gorilísimo Qué es esto. Lo hacen exagerando y, como le gustaba a Borges, sacando las cosas de su contexto, metiendo la historia universal dentro de sus propias fantasías, haciendo de los acontecimientos históricos otro apéndice de la literatura fantástica. Escriben: «El primer cascotazo lo acertó, de puro tarro, y le desparramó las encías y la sangre era un chorro negro. Yo me calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un cascote que le aplasté una oreja y ya perdí la cuenta de los impactos, porque el bombardeo era masivo».

Todo este raid de violencia grotesca que emprende la ménade borgeana fue, antes que nada, una empresa llena de mentiras y disparates organizada a través del aparato de propaganda, y hablada con sus prejuicios de clase. Una empresa que las derechas continúan guionando, produciendo y consumiendo con la avidez de aquellos que solo tienen una idea en la cabeza: la revancha, tomarse revanchas. En otras palabras: lo que Borges y Bioy cargan a la cuenta del peronismo ha sido el comportamiento habitual del antiperonismo. Por eso, estos cuentos, al igual que el anecdotario gorila que puebla el imaginario de las derechas, son una reserva de odio, un depositario de lugares comunes que tienen un único fin: alimentar las pasiones punitivas, continuar cultivando el monstruo que llevan dentro, un monstruo que permanecerá agazapado hasta que lleguen los candidatos correctos y lo interpelen y pongan en marcha.

Se ha dicho que la democracia es una forma de gobierno que puede esterilizar el odio y la ira. Lo hace cuando transforma a los enemigos en adversarios, proponiendo el diálogo paciente e indefinido a la recíproca querella y matanza. Sin embargo, en las últimas décadas, tanto el odio como la ira se han colado otra vez por la ventana o, mejor dicho, por la televisión, las redes sociales y la retórica política. Los regímenes democráticos están cediendo a las tentaciones autoritarias que fomentan y legitiman nuevamente la ira, el odio y la revancha. Como dijo también Arendt, la violencia llega cuando nos quedamos sin palabras, y las derechas hace rato se quedaron sin palabras, renunciaron al diálogo y clausuraron los debates. Compensan la pérdida de poder y prestigio con violencia, apostando una vez más a las distintas formas de violencia.

Este artículo fue escrito antes del atentado contra la vicepresidenta CFK.

  • El autor es docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Temor y control; La máquina de la inseguridad; Vecinocracia: olfato social y linchamientos; Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención.

El Cohete a la Luna

 



EL DÍA DEL CHACAL

El ataque a Cristina Kirchner ¿fue obra de un lobo solitario o una coreografía ideada de antemano? Sabag Montiel participó de otros escraches junto a Jóvenes Republicanos.

Por: Ricardo Ragendorfer
@Ragendorfer

Una de las frases más oídas desde la noche del jueves es: «Falló la seguridad», en referencia a la custodia de Cristina Fernández de Kirchner.

Pues bien, si algo enseña la historia de la humanidad es que cualquiera puede matar a las personas más poderosas del planeta. Eso, por caso, lo supo en carne propia el archiduque Francisco Fernando de Austria, al ser asesinado en Sarajevo por el separatista bosnio Gavrilo Princip el 28 de junio de 1914, comenzando así la Primera Guerra Mundial.

Eso también lo llegó a comprender John F. Kennedy en Dallas (1963) o Indira Gandhi en Nueva Delhi (1984) o Isaac Rabin en Tel Aviv (1995), entre otros jefes y jefas de Estado en plena actividad o con mandato cumplido.

Claro que a tales episodios se le agregan algunos magnicidios fallidos, como los de Juan Pablo II y Ronald Reagan (ambos en 1981).


Cabe destacar que el Sumo Pontífice fue herido por Mehmet Ali Ağca. Y el presidente norteamericano, por un tal John Hinckley Jr. El primero era un terrorista turco al servicio de la mafia búlgara; el segundo, lisa y llanamente, un súbito cuentapropista del terror.

Lo cierto es que el agresor de CFK, Fernando «Tedi» Sabag Montiel, tendría una tipología similar a la del atacante de Reagan. Un «loquito suelto», repiten ahora algunos periodistas, ciertos dirigentes opositores y opinadores de toda laya. Al respecto, obviamente, no está dicha la última palabra.

En este punto bien vale repasar la escalada de violencia que precedió su acción criminal en grado de tentativa.

El 2 de agosto, a la salida del Congreso de la Nación –durante la sesión especial en la que se aceptó la renuncia de Sergio Massa como presidente de la Cámara Baja–, una patota compuesta por 20 sujetos agredió con insultos y empujones al líder del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), Juan Grabois. «¿La sangre de quién va a estar en la calle? ¡Forro!», fue uno de los gritos que le dispensaron.

Al día siguiente, esos mismos energúmenos golpearon la camioneta de Massa y otros autos que ingresaban al Museo del Bicentenario con motivo de su jura ministerial, además de atacar a un movilero de C5N.

Pertenecían –según los cronistas televisivos– a Jóvenes Republicanos

(JR), la rama sub-25 de Unión Republicana (UR), una falange ultraderechista comandada por el diputado neuquino del Pro, Francisco Sánchez. No es un dato menor que la «madrina» de esa agrupación sea Patricia Bullrich.

Eso fue sólo el principio de algo que continuaría con más sofisticación.

Todo indica que los incidentes del 22 de agosto frente al edificio donde reside CFK, en Recoleta, tuvieron una coreografía ideada de antemano.

Ya caía el sol cuando miles de personas llegaban allí para expresarle su apoyo luego de que, en un memorable acting kafkiano, el fiscal federal Diego Luciani pidiera para ella, durante el juicio oral por las obras públicas en Santa Cruz, nada menos que 12 años de cárcel y su inhabilitación de por vida.

A pesar de que la multitud no exhibía belicosidad alguna, de pronto fue envuelta por un centenar de uniformados con cascos, escudos y machetes. Era la Policía de la Ciudad. Aquella aparición anticipó apenas por segundos, como en un paso de ballet, la llegada de una escuálida horda de provocadores. Ellos alternaban insultos y consignas macristas con el lanzamiento de piedras. Fue la señal para que los mastines humanos de Horacio Rodríguez Larreta pasaran a la acción. ¿Adivinen sobre quiénes? Aquello incluyó bastonazos a mansalva, gases lacrimógenos y la detención del diputado provincial del Frente de Todos (FdT) Adrián Grana.


¿Acaso los civiles que secundaron la represión eran simples ciudadanos autoconvocados? En realidad pocos advirtieron la presencia en aquel lugar de dos sujetos no muy conocidos por la opinión pública, quienes llevaban la voz cantante: el exbrigadier Vicente Autiero quien integró el Gabinete ministerial de Bullrich (siendo el artífice de la represión del 18 de diciembre de 2018 ante el Congreso, durante el debate por la reforma previsional), y Ulises Chaparro, el caudillejo de los JR.

En sincronía con aquel acontecimiento, el inefable Sánchez manifestaba desde una cuenta de Twitter su disgusto por la condena solicitada por Luciani. Ocurre que le parecía muy liviana. Y pedía para CFK la «pena de muerte».

Ya se sabe que, 10 días después, el bueno de Tedi estuvo a punto de convertir el anhelo de aquel cavernícola en una realidad.

El asunto es que –según reveló el periodista Paulo Kablan por C5N ese mismo jueves– Sabag Montiel participó, cuatro semanas antes, del «escrache» de los JR a Grabois en la zona del Congreso y, al día siguiente, del ataque a la camioneta de Massa en el Museo del Bicentenario. Vaya, vaya…

También resultó notable que, a las 20:48 de aquel día, Tedi apareciera en un móvil de Crónica TV para denostar justamente a Massa y CFK.


¿Acaso también participó de la provocación fogoneada el 22 de agosto por los JR en la esquina de Juncal y Uruguay? Habría que saberlo.

Desde luego que aún sigue en pie el misterio en torno este lumpen, cuya ideología neonazi la lleva a flor de piel, y en un sentido literal (con tatuajes del sol negro, el martillo de Thor y la cruz de hierro).

¿Acaso la tragedia histórica que estuvo a punto de desatar fue instigada por voces que oía en su cerebro o encarnó el instrumento real de un complot?

Es posible que la dupla formada por la jueza María Eugenia Capuchetti (cuyo nombre figuraba en la «servilleta» de Fabián «Pepín» Rodríguez Simón) y el fiscal Carlos Rívolo (artífice de 923 denuncias contra CFK) no tengan la voluntad de llegar tan lejos como para dilucidar esta cuestión.

Sea como fuere, la de Fernando Sabag Montiel constituye, a todas luces, una acción política, en un contexto donde, desde algunos medios, desde las redes sociales y desde las bocazas de cierta dirigencia, se reclama la muerte a gritos.

Tiempo Argentino



 




LA VÍCTIMA ES CULPABLE

El crimen imperdonable para los detentadores del poder es hacer del pueblo un sujeto político

Por Enrique Arias Gibert

Foto: Luis Angeletti

El house organ del Partido Judicial, la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia de la Nación, reaccionó al atentado con el siguiente comunicado:

«La AMFJN expresa su honda preocupación ante los hechos que han tomado estado público en los últimos minutos y que involucran a la Sra. Vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner.

Tales sucesos, enmarcables en el enrarecimiento del clima social que hoy nos envuelve, resultan repudiables por su manifiesta contrariedad a la paz social que debe emerger de un sistema democrático.

Manifestamos nuestro incondicional apoyo a los magistrados/as del Poder Judicial y los Ministerios Públicos que deban intervenir en el esclarecimiento de esos hechos.

Buenos Aires, 1° de septiembre de 2022″.

El manejo del lenguaje es cristalino: la preocupación no es por el atentado, sino por los hechos que han tomado estado público. La Vicepresidenta no es la víctima, sino que esos hechos la involucran. Es decir, casi ha sido partícipe. Es como decir que los presos soviéticos, los judíos o los gitanos estaban involucrados en la gestación de los campos de exterminio nazis. Curiosamente, quien jaló del gatillo tenía el cuerpo decorado con la simbología nazi.

Tales sucesos, continúa el comunicado, son enmarcables en el enrarecimiento del clima social que hoy nos envuelve. Pareciera que para la Asociación de Magistrados existieron varios sucesos de la misma envergadura o gravedad institucional. Los sucesos no son producto de campañas de demonización y de la negación del otro como humano (los kukas, la yegua, etc.) sino del enrarecimiento del clima social. ¿Las movilizaciones, los reclamos salariales, la lucha contra el hambre y la falta de hábitat adecuado? ¿Por qué son repudiables esos sucesos para la Asociación de Magistrados? No por sí mismos, sino por «su manifiesta contrariedad a la paz social que debe emerger de un sistema democrático». Esto implica que no merece el repudio el acto de atentar contra la vida de una ex Presidenta y actual Vicepresidenta sino por la alteración de la paz social. Esto es equiparar el atentado a los parripollos e instrumentos musicales de Jorge Macri.

Finalmente, el comunicado de la AMFJN manifiesta su incondicional apoyo no a la víctima o a sus familiares y amigos sino a «los magistrados/as del Poder Judicial y los Ministerios Públicos que deban intervenir en el esclarecimiento de esos hechos». Del contexto de la frase surge que, si los magistrados requieren un incondicional apoyo es porque la Asociación da por supuesto que han de ser objeto de presiones.

Todo el comunicado persevera en el discurso maniqueo y paranoico que justamente crea el clima del odio. La superioridad autopercibida de los miembros del Partido Judicial los lleva a creerse por encima de la ley (después de todo para ellos la Ley es lo que los jueces dicen que es), de la República (a menos que los derechos afectados sean los de las minorías privilegiadas) y de la democracia (a la que nunca se cita como principio orientador de la actividad judicial, conforme el artículo 28 de la Constitución Nacional). Hace falta mucha infatuación para invocar el nombre del pueblo, como lo hizo el fiscal Diego Luciani, cuando nadie lo ha votado. Pero este es el fruto de la creencia de los jueces y fiscales en ser un poder destinado a evitar que los poderes elegidos por el pueblo afecten los derechos de las minorías.

Del mismo modo, Horacio Rosatti, presidente de la Corte Suprema, señalaba con petulancia días antes del atentado: «El modelo de la Constitución es el capitalismo. El que quiera otro tendrá que hacer una revolución o reformarla». La posición de Rosatti es la de quien cree que hay un solo modo de interpretar los textos. Lo que pretende es clausurar los significantes vacíos, como si nuestro lenguaje fuera el lenguaje de las abejas. El idioma se semantiza y la lucha política es precisamente la lucha por la carga semántica de esos significantes vacíos que actúan como punto de acolchonado de todo lenguaje y también del lenguaje constitucional. Lo que caracteriza al lenguaje humano es precisamente esa posibilidad de desplazar el juego de los significantes a través de las operaciones de la metonimia y la metáfora para abrir el espacio al significado.

La ignorancia de las ciencias humanas con que nos forman las facultades de Derecho convierte a Rosatti en un émulo del también juez Daniel Schreber, para quien el discurso normativo «trata de algo vecino a esos mensajes que los lingüistas llaman autónimos por cuanto es el significante mismo (y no lo que significa) lo que constituye el objeto de la comunicación» (Lacan, 2002:519). De este modo Rosatti no sólo pretende clausurar el lenguaje, sino también la lucha política que caracteriza a toda sociedad plural. El efecto de este discurso psicótico se expresa perfectamente en la frase del médico polifuncional Nelson Castro: Cristina es mala.

Si algo tan grave como el atentado fue posible, es precisamente lo que hace al discurso psicótico. La expansión megalomaníaca del yo y el intento de obturar mediante la alteración delirante la otredad irreductible del Otro. En esa matriz, en ese estructuralmente fallido control sobre el devenir de los Pueblos y de la Historia, se construye el odio.

Y a ese Poder Judicial yo lo acuso. Yo acuso en el nombre común, innominado e innumerable de los y las que están siendo sometidos a proceso. No se está juzgando a una persona. En la construcción artificial de la trama inquisitoria lo que se está juzgando es el proceso de emancipación de América Latina. El Poder Judicial ha pretendido y aún pretende legitimar un despojo. En la cárcel de los inocentes, en la proscripción que no cesa, en las barreras contra la reivindicación de los humildes, en la negación de que los derechos humanos son simplemente alimento, cobijo y cultura, como condición de humanidad para todas y para todos. Esa y no otra es la propiedad de los humanos.

Yo acuso. En esta acusación no hay repetición porque no hay petición que hacer a quienes se atribuyen las insignias de una república sin democracia. No se puede rogar a los que pretenden invocar una democracia sin Poder del Pueblo. Nada se puede pedir a los apropiadores de lo público, a aquellos que creen que el poder se hereda o se compra. Porque democracia es circulación del poder, es potencia de los muchos, de los innombrados a los que las oligarquías pretenden resignar a lo innombrable. La democracia resiste a la apropiación por alguien o por una lógica que, como una pulsión acéfala, se enseñorea sobre mujeres y hombres.

Eso es lo que no entenderán nunca los dictadores del mercado. De allí su pertinaz pretensión de anular la historia, de sobreescribir en la carne, sobre el dolor de los cuerpos, las marcas que cambien de sentido la memoria.

Para que lo vivido sea mentira, para que el deseo colectivo hecho afecto y proyección vuelva al goce autista de la repetición inerte se indagó la ideología de los trabajadores del Estado para ponerle el estigma del crimen, se redujo al silencio a periodistas, se suprimieron y aún hoy se reducen los programas estatales de enseñanza, salud, investigación y cultura y, en el espacio público, es reprimida cualquier expresión de cultura colectiva. Ese Poder Judicial es el mismo que considera la educación pública un producto de segunda, dedicado a los pobres. Porque para ellos hay castas de hombres y mujeres que deben evitar mezclarse.

Para ello se crearon escenas que hicieran verosímil el montaje de un relato que anulara los recuerdos, que culpabilizara el disfrute y el deseo de los sectores populares. Aparecieron bolsos para que la forma sensible del dinero hiciera olvidar que la corrupción se mueve con asientos electrónicos, con cuentas escondidas en paraísos fiscales.

Se consideró gasto improductivo la protección y la promoción de la igualdad, como si la sonrisa de los pobres fuera un crimen, como si el acceso a la tecnología no fuera un imperativo de igualdad ciudadana, como si la información no fuera un derecho del pueblo sino el patrimonio de los dueños de los medios concentrados y de las prestadoras de servicios (públicos), como si la participación democrática debiera estar restringida a las discusiones de las élites que orbitan los colegios profesionales y universidades. Como si perseverar en la existencia no fuera el derecho de cada uno y ello no implicara el compromiso del acceso a la salud pública para todos y todas. Aún hoy aparecen los que sin querer enterarse del incumplimiento pasmoso del Estado respecto de sus habitantes gritan enconadamente contra las ocupaciones de tierra, haciendo de lo que es necesidad un delito.

El sujeto pueblo adquiere un nombre propio que aparece como marca de identificación y contraseña. En reflejo, ese nombre es estigma y enfermedad contagiosa que debe ser extirpada para los beneficiarios del estado de cosas. Por esa razón, la represión de los movimientos de emancipación necesita la denigración del sujeto que porta el nombre del pueblo, llámese Perón, Evita, el Che, Fidel, Chávez, Evo, Lula, Néstor y Cristina, Correa o Milagro Sala, que aún sufre la cárcel por el delito de ser originaria e irredenta.

Por ello se inventaron procesos judiciales propios del siglo XV en los que la amenaza y la sospecha insidiosa suplen los hechos demostrados o demostrables. Se iniciaron investigaciones con copias de una prueba documental cuyo original curiosamente no fue retenido por los funcionarios que les atribuyeron contenido de verdad de relevancia institucional, para luego aparecer milagrosamente.

Esas declaraciones, obtenidas con la amenaza de cárcel, son supuestos de extorsión operada desde el aparato judicial del Estado. La aplicación del encarcelamiento para quienes no presten su voz al relato armado desde el poder de los jueces constituye un supuesto de tortura, de un crimen de Estado imprescriptible para sus perpetradores. El Poder Judicial realmente existente fue su autor y lo homologa a razones de derecho.

Para hacer un objeto de escarnio a ese nombre propio del pueblo, se diseñó una ofensiva a nivel continental contra quienes lo representan. Por eso ante la inexistencia del delito imputado formalmente, tienen la íntima convicción de la culpabilidad del procesado.

Y esto es porque el crimen es otro. No importan las pruebas, porque el crimen imperdonable para los detentadores del poder es manifiesto: hacer del pueblo un sujeto político. Se condena en esos nombres que los corderos quieran dejar de serlo.

Los derechos humanos no son un código multinacional ni están escritos en un cielo legible. Los derechos humanos son las necesidades materiales básicas que distinguen la humanidad de la nuda vida. El verdadero nombre de los derechos humanos es Seguridad Social. Contra eso milita este Poder Judicial.

El Cohete a la Luna