El Gobierno prefirió esta salida al default
Los motivos para elegir el mal menor del acuerdo con el FMI
La virtud distintiva del arreglo es que Argentina no se compromete a reformas jubilatorias ni laborales, ni tampoco a achicar el gasto social. La deuda que dejó Macri es injusta e impagable y sigue ahí. No se adoptó una solución óptima sino la menos peor.
Esta columna se tipea minutos después del discurso del presidente Alberto Fernández y de la presentación del ministro de Economía, Martín Guzmán (que se extendió algo más de media hora) seguida de una conferencia de prensa breve y punzante. Ambos extrovirtieron satisfacción y alivio. Los dos se basaron en textos preescritos. Transmitieron confianza, AF se permitió repetir el estribillo de Palito Ortega “Yo tengo fe”. El Gobierno prefirió esta salida al default que ninguno de los dos mencionó por su nombre. Guzmán sí lo caracterizó como “un salto a la incertidumbre”, contraponiéndolo a la previsibilidad del programa acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Quedan pendientes puntos suspensivos, Memorándums a pactar, lo que en jerga se apoda “letra chica”.
Con esas salvedades, añadamos que esta nota antecede a una más extensa que se publicará el domingo en la edición de papel y en la web de este diario. Constituye una primera mirada.
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El bastión de la postura oficial es que lo pactado incluye metas (objetivos) pero no políticas concretas (instrumentos). He ahí la circunstancia crucial que distingue a este acuerdo de otros anteriores. Argentina no se compromete a reformas jubilatorias, laborales, achicamiento del gasto social, corte de la recuperación económica, restricción de la actividad productiva, despidos de empleados públicos, privatizaciones y una carrada de espantosos etcéteras. Ese es el núcleo de su optimismo, que se exhibió alto. Y, coincidimos. la virtud distintiva de los anuncios.
Lo que no se dijo y gravita es que las metas impuestas son pesadas y que será peliagudo honrarlas “solo” creciendo y mejorando la asignación del gasto. Y que al final del camino persiste la deuda de 44.000 millones de dólares, pateada para adelante.
Dejamos a los colegas calificados de este diario el detalle, los leeremos con atención en estas horas. Pero, por dar un ejemplo entre varios, bajar el déficit fiscal de 3 por ciento del PBI en 2021 a 0,9 por ciento en 2024 no será fácil, en cualquier escenario.
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Se habilita la suba del gasto social “moderadamente”. Habrá que cuantificar en la cancha el alcance del adverbio de por sí restrictivo. En una columna anterior, narramos que el objetivo de Economía para cerrar con el FMI era crecimiento del PBI acollarado con aumentos del gasto social algo menores. No es igual, intuimos, que lo insinuado por la palabra “moderadamente” en un papel suscripto con el FMI.
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El Gobierno confía en que el crecimiento del PBI -- que el FMI revisó “a más” esta semana-- superará el 3 por ciento este año. “Al fin y al cabo es el arrastre estadístico del largo 10 por ciento del año pasado”. El crecimiento del consumo popular y la obra pública serían los motores. Con default, argumentó Guzmán, hubiera sido imposible conseguir desembolsos de otros organismos internacionales de crédito que el ministro ahora estima viables, hasta deslizó porcentuales. Se volcarían sobre todo a obra pública, porque el gasto social estricto, en líneas generales se cubre con recursos del Tesoro (lo reseñaremos mejor mañana, si cabe). Uno de los karmas del default, subrayan sus críticos, es la pérdida de financiamiento externo para el sector público y el privado.
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A título de opinión, volviendo sobre material escrito por este cronista. Aún si se pudiera repetir el desempeño de 2021, con cifras menores de crecimiento, mejoradas por no pagar divisas al Fondo, quedarían deudas impagas del programa oficial. Deuda interna, simplifiquemos.
La inversión social tiene que incrementarse y, machacamos, modificarse cualitativamente. Políticas novedosas, de distribución de ingresos atentas a las carencias de la clase trabajadora. Es abrumadora la cantidad de argentinos que no consiguen llegar a fin de mes, colectivo que abarca a trabajadores registrados o no, con o sin conchabo, de clase media inclusive para abajo.
La otra deuda es la inflación, aludida por Guzmán. Con esos niveles es imposible redistribuir el ingreso o conseguir que la mayor parte de los ingresos fijos superen a las subas de precios.
Sin novedades en inflación, sin creatividad ni guita en políticas sociales el oficialismo no conseguirá cumplir con sus promesas y objetivos con los argentinos, no ya con el Fondo.
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AF y Guzmán no ahondaron en los estrechos, ínfimos, márgenes de decisión que disponían. Este Gobierno, pandemia y deuda mediante, vivió en el contexto del mal menor. Ni el default ni este acuerdo podían ser maravillas, apenas respuestas a un legado espantoso que Guzmán describió con tono tan drástico como sereno (apenas se le marcaba el nerviosismo). La deuda es injusta e impagable, no se adoptó una solución óptima sino la menos peor.
La Argentina no es un país poderoso, el oficialismo viene de perder las elecciones de medio término, Su táctica desde, redondeemos, enero del año pasado fue demostrar que estaba en condiciones de crecer, bajar el déficit, generar saldos de reservas. El coyuntural (apodémoslo) “modelo 2021” era el “sendero”. En la Rosada y en Economía calculan que se tiene oxígeno para perseverar en ese rumbo.
Las alusiones presidenciales a la remoción de la espada de Damocles o de la “tragedia” tienen el sello voluntarista de su retórica. Cuando amanezcamos mañana o el mes próximo, la deuda y la espada seguirán allí.
Y aunque el FMI no impuso condicionalidades de política económica no flexibilizó las revisiones trimestrales como requisito previo para los desembolsos. Dichas visitas pueden ser un calvario, lo fueron para gestiones anteriores.
¿Habrá un nuevo paradigma del Fondo? Cuesta creerlo, se verá. El oficialismo confió en que el cambio de autoridades, la personalidad de su titular Kristalina Georgieva y la pandemia, alumbrarían un organismo más transigente. No se notó en las pulseadas de estos días, no parece que haya habido concesiones respecto de las sobretasas.
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“¿Cuántas veces cubrió en veinte años circunstancias como ésta?” inquiría un cuadro del oficialismo a este escriba, ironizando apenitas. Demasiadas… Las renegociaciones con el FMI constituyen una endemia.
El default, volvamos, era leído por el Gobierno como una circunstancia sin precedentes abierta a desenlaces catastróficos en un país del tamaño de la Argentina y con volumen record de deuda. Y una de sus secuelas más típicas, las corridas financieras, los ataques devaluacionistas de “los mercados“ (se subrayan las comillas) que se llevaron puesto a más de un gobierno o lo dejaron groggy. Ese porvenir inminente, tal vez inexorable, es el que AF y Guzmán imaginan haber conjurado o cuanto menos mitigado. O diferido, quién le dice.
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Se avecina, ya se despliega, una polémica sobre contra factuales. El oficial es que el default traería un ataque feroz contra el peso, las reservas, pérdida de créditos internacionales, un parate en la actividad productiva que requiere insumos importados. Sus críticos alegarán que todo eso advendrá a la primera revisión con bochazo del FMI o a la segunda.
El Gobierno -que siempre prometió hacer algo parecido a lo que firmará (en la pre pandemia, pasado remoto)- transita el alivio de haber cerrado la negociación, confía en que el crecimiento seguirá.
Estas historias continuarán. Este cronista vuelve mañana con lecturas del debate, de las previsibles diatribas de la oposición, de cómo procesa el oficialismo las novedades. Ampliaremos, como escribe Crónica.
mwainfeld@pagina12.com.ar