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04/07/2021 Las declaraciones que realizó el secretario de Economía Social del Ministerio de Desarrollo de la Nación y referente del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, en las que relacionó las transferencias monetarias que el Estado argentino realiza a poblaciones a las que considera sujetos de derechos sociales o desea sostener en la subsistencia en el medio de una situación excepcional de derrumbe económico causado por la pandemia, con la violencia de género y la delincuencia, están equivocadas, no en uno, sino en varios niveles diferentes. Si bien voces del interior del Movimiento Evita señalaron el error y Pérsico mismo pidió disculpas, vale la pena desentrañar el solapamiento de significados y connotaciones erróneas condensados en tan solo unos minutos de discurso. No para ahondar en la polémica, sino justamente para echar luz respecto de hasta qué punto lo notable de esas frases es que condensaron y repitieron un sentido común patriarcal y clasista. La crítica (que fue vocal y extendida) se concentró en la fuerte carga machista y patriarcal de las mismas, pero creo que vale la pena detenerse en otros aspectos. Para comprender el sentido de un discurso político es necesario situarlo en su contexto de enunciación. Emilio Pérsico, que comparte la doble pertenencia de ser referente de un movimiento social y al mismo tiempo un funcionario del estado, hizo una presentación en un encuentro de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas. Frente a este auditorio, sostuvo que "en general la que tiene las tarjetas de ayuda social" destinadas a asistir a ancianos y chicos, “es la mujer”, lo que hizo que "la mayoría de las familias sean matriarcales". Agregó: “La que conduce es la mujer y el chabón piró. La única manera que tiene para volver a su casa a ver a su mujer es agarrar a cinco giles, llevarse cinco celulares a cinco mil pesos cada celular o vender droga y caer en las enfermedades sociales”. Finalmente, concluyó que “eso ha destruido el tejido social y hace que después estos compañeros tengan una muy baja empleabilidad”. La idea es que el estado ha generado que las mujeres tengan o manejen mayores ingresos monetarios que sus cónyuges masculinos. Esta verdadera subversión estatal de la estructura patriarcal de las familias mása pobres causa un daño psíquico tan grande a los varones “jefes de familia” que deben recurrir a la violencia o el delito para recuperar su lugar, justamente, de "jefe”. Un primer nivel es el error fáctico. Simplemente, es falso que las mujeres de los sectores más pobres están “en ventaja” con respecto a los varones de esas clases. Según datos del INDEC, es al revés: las brechas de ingreso entre lo que ganan, en promedio, las mujeres y los varones es más alta entre los y las trabajadores informales, justamente porque las mujeres dependen más de ingresos no laborales. La brecha de ingreso entre trabajadores y trabajadoras informales es más alta que la brecha de ingreso promedio entre varones y mujeres. La brecha de ingreso total individual al cuarto trimestre del 2020 da 24%, pero la de informales da 41%. Es decir, los varones empleados informalmente ganan más (en promedio) que las mujeres empleadas informalmente, aún cuando esas mujeres “manejan la tarjeta alimentaria”. Les trabajadores informales en Argentina tienen salarios mucho más bajos que los formales (y esto es una injusticia que afecta a varones y mujeres), pero las mujeres que deben emplearse en el sector informal tienen trabajos aun más precarios, por menos dinero, y en los cuáles trabajan menos horas “garantizadas” que los varones. (La mayoría de las trabajadoras informales está empleada como trabajadora de casas particulares). Esto puede verse en el gráfico 1. Pero, además, la mayoría de esas mujeres que “manejan la tarjeta” son, en realidad, jefas de hogar monoparentales. El 83,5% hogares monoparentales de Argentina están encabezados por mujeres, que además en muchos casos (por lo expuesto anteriormente) son también empleadas en el sector informal. En el primer trimestre de 2020, en el peor momento de la caída económica causada por la pandemia, en los hogares monomarentales la pobreza había trepado al 68%. Esas transferencias de ingresos hoy se están sosteniendo, y muy apenitas, sólo con lo absolutamente mínimo, la subsistencia básica de niñes, ancianes, y adultes en hogares monomaternales. ¿Deberían las mujeres entregarle “las tarjetas” a sus (supuestos) maridos? ¿Debería el estado dejar de direccionar recursos en su dirección, para no romper “la familia”? ¿Deben las mujeres sumar, a la larguísima lista de tareas de cuidado que están a su cargo, la reparación del orgullo herido del ex varón proveedor? En un segundo nivel, estas expresiones no hacen otra cosa que reproducir un discurso fuertemente clasista que es de muy viejo cuño, y que no nació ni se reduce a la Argentina. Repite y naturaliza la idea de que las personas pobres sufren patologías familiares que les son propias; legitima la relación entre pobreza, delincuencia y violencia patriarcal; argumenta que los varones de los grupos mas pobres son esencialmente machistas; y sostiene el mito de la “baja empleabilidad” de las personas pobres (esto es un mito porque los varones y mujeres pobres trabajan: lo hacen por menos horas o en períodos cortos de “changas”, en peores oficios, mal pagos, y en condiciones de informalidad forzada). No recupera las experiencias de autoorganización de estas comunidades para sostener su propio tejido social (la mayoría encabezadas por mujeres) en una crisis profunda. Ignora un conjunto de evidencias que da cuenta de que mercado de trabajo y estado de bienestar no existen en una relación de suma cero, sino que, antes bien, los momentos históricos en los que Argentina se ha acercado al pleno empleo han sido siempre momentos de expansión del estado de bienestar basado en derechos, y que reducir el estado de bienestar no genera “empleabilidad”, sino hambre. Finalmente, y para terminar, se puede focalizar la atención sobre el sentido político de la alocución. Este discurso se pronunció en la reunión de Dirigentes Cristianos de Empresas. Emilio Pérsico, dirigente de un movimiento que representa a miles que viven, trabajan, sostienen familias y hogares en contextos de gran injusticia, eligió un discurso poco desafiante de los sentidos comunes de ese público. Fue más desafiante y provocador el discurso del Papa Francisco, que convocó a esos empresarios a invertir y generar empleo antes que llevarse “la plata afuera”. Se trata en todo caso de señalar la permanencia en el tiempo de ciertos discursos. No son para nada novedosos, ni son una peculiaridad nacional: el Ministerio de Trabajo de Estados Unidos produjo en 1964 un Informe sobre el Estado de la Familias Afroamericanas que ya desplegaba muchos de estos argumentos relacionando la pobreza afroamericana con una supuesta “crisis de la familia negra” (puede leerse una edición anotada aquí). Son lugares comunes. El Movimiento Evita es amplio y diverso, y las respuestas no se hicieron esperar. La intendenta del partido de Moreno, Mariel Fernández, que se referencia en el mismo movimiento, le respondió públicamente que “las mujeres son las que garantizan que los recursos vayan al sostenimiento de las familias. Ese no es un lugar de poder, esto habla de que las tareas de crianza no son compartidas, que las tareas de cuidado todavía no son asumidas por los varones”. La organización difundió un comunicado con un pedido de disculpas, lo cual habla no sólo de una reversión de una posición individual, sino de un trabajo y un procesamiento colectivo, lo que nunca es fácil y es productivo. Hay que valorar y aceptar la reflexión, y apostar a que la rapidez de las reacciones nos hable de que algo está cambiando en la valoración social de estos temas. María Esperanza |