Para muchas de las personas que atravesaron su adolescencia en Argentina
a principios de
este siglo, los acordes de “No me importa morir”, la canción de El Otro Yo,
seguramente deben haber sonado como cortina imaginaria cuando leyeron por
estos días sobre la fiesta de “El club de los abuelos”. En plena parte II del terror
de la pandemia, en Crespo, Entre Ríos, 500 personas a las que se considera
dentro de la antipática categoría “de riesgo” se reunieron en un galpón
cerrado, sin protocolos y con autorización del municipio, a bailar
¿hasta que la muerte los separe?