Cuatro mujeres se abrazan en la orilla. Acaban de tirar cenizas al mar. Despedida, rito. Así están un largo rato. Tomé una foto a una distancia en la que no se distinguieran sus caras. Era el atardecer. A unos metros de ellas otra mujer metida hasta la cintura del mar con una red de mediomundo intenta sacar peces. Puse las fotos en Facebook. Y al rato me comenta una mujer que sabía de quiénes se trataban las fotos de las mujeres abrazadas. Me dijo así: “¿Y si además te cuento que eran las cenizas de un combatiente de Malvinas, que el domingo murió de Covid?”. El excombatiente era de Mar del Plata.
Ni por lejos aún sabemos todo lo que se llevó el Covid. O peor: lo que aún resta llevarse. Historias, vidas, lo de siempre. Varias semanas tardó gran parte de la prensa argentina híper crítica sobre las idas y vueltas de las promesas de vacunación en reconocer que el problema es mundial, que hasta ahora uno de los países modélicos es Israel. Los países pretenden comprar más vacunas de las que necesitan. Los países del primer mundo negocian más y mejor que los del tercer mundo. Y los laboratorios, en fin, los laboratorios. Tal vez el Covid no vino a cambiar el mundo, sino a mostrar cómo funciona.
La Pandemia para muchos nos hizo caminar en el borde de las contradicciones privadas (qué hacer, qué no, qué contradecirse) y en el borde de las contradicciones públicas (que no es lo mismo). Por un lado, como ya dijo Alejandro Kaufman, se hace evidente y visible ese grado cero de lo estatal (morimos, nacemos, alguien nos anota, en el medio nos vacunamos) y por otro lado cierto brío que imaginó que fue más fácil parar el capitalismo antes que sea el fin del mundo. Pero acá estamos, sin cancionero, sin tantas ilusiones, con capitalismo y en la cola de las vacunas.
Una hija de la Argentina
En sus primeros días de presidencia, y en la primera reunión con los gobernadores, Mauricio Macri le pidió unos minutos de charla a solas a Insfrán. “Quedate cinco minutos, Gildo”. Sin vueltas, le preguntó cómo había construido el superávit económico de su provincia. Tiempo y política, le dijo Insfrán. Podríamos decir: dos cosas que Macri se aseguró no tener. Casi nadie vio pasar que años después el entonces candidato José Luis Espert visitó y se sacó una foto con Gildo Insfrán en su despacho. La foto circuló incluso en la interna libertaria de estos días. Para Espert, un “neoliberal duro” que le sacó votos a Macri, Gildo no representa el “derroche populista”, sino la gestión racional de los recursos escasos de una provincia.
Probablemente casi todos sellaron la postal del primer acto simbólico de Néstor Kirchner en el poder. Se trataba del acuerdo salarial con los docentes en la provincia de Entre Ríos. Junto al ministro Daniel Filmus (a quien Kirchner prácticamente conoció el día que le tomó juramento), los funcionarios provinciales y los dirigentes docentes “cortaron la cinta” para inaugurar una nueva época. La única solución al “problema educativo” no es salarial, pero sin respuesta salarial no hay solución al problema educativo. Sin embargo, unos días después, un 28 de mayo de 2003, otra decisión de Kirchner pasó más desapercibida: la firma del Acta de Reparación Histórica en la provincia de Formosa. Un apretón de manos entre Kirchner e Insfrán, que mantenían un vínculo sólido y de solidaridad periférica desde los años noventa frente a los poderes nacionales de turno. La reparación decía: esta tierra ya no es más de nadie. A metros del aeropuerto provincial se levanta una estatua de Kirchner. Podría ser Formosa, después de Santa Cruz, la provincia más “nestorista”. Una provincia que “creó” Perón en 1955, antes del golpe, asentada sobre un territorio paraguayo anexado al territorio nacional tras la Guerra de la Triple Alianza. Entre Formosa y Paraguay hay una frontera viviente. Una frontera adentro de otra. El padre del propio Insfrán era paraguayo y peleó en la guerra del Chaco. Viajó desde Laguna Blanca para alistarse en el ejército de su país. La guerra entre Bolivia y Paraguay, una carnicería cuyo retrato sofocante y alucinado se puede leer en “Hijo de hombre”, la novela colosal de Augusto Roa Bastos. Morir en la guerra, morir de sed. Desesperar por una gota de agua en el monte. La mediación de nuestro país tuvo su fruto: el premio Nobel de la Paz al gran diplomático argentino Carlos Saavedra Lamas, otorgado en 1937.
Si miramos los debates argentinos de los últimos tiempos parecen todos remojados en el efecto Covid: el país al desnudo. La discusión de las políticas de aislamiento en Formosa que pusieron en tela de juicio de qué estaba hecho el éxito de esa gestión provincial (de recursos comparativamente escasos ante otros centros urbanos) frente a la Pandemia. Una provincia con números notables (el número más bajo de muerto por millón) pero con un cuestionado sistema de aislamiento que involucró el llamado de atención sobre violaciones de derechos humanos. Hay algo en la recepción de información sobre Formosa: el eterno riesgo de la doble vara… ¿Por qué aceptaríamos en Formosa lo que no aceptaríamos en nuestras ciudades?, se pregunta mucha gente con buena fe viendo la posibilidad de que en la provincia se hayan quebrado límites. Al rumor y las preguntas sobre las estrictas condiciones de aislamiento y hacinamiento de muchos ciudadanos formoseños se sumó la inaceptable detención de las concejalas opositoras Gabriela Neme y Celeste Ruiz Díaz. La versión oficial es que procedió la propia policía sin orden. Difícil argumento en un gobierno que se ufana de su verticalidad. Sobre Formosa se discutió en estos días la existencia de centros de aislamiento a las que las personas son obligadas a ir. ¿Eso viola un derecho constitucional? Sí. Una provincia con una cultura política fuertemente autonomista, insular y estatalizada sintió que la gestión de la Pandemia le ratificaba su filosofía. Estaba “preparada” para la agresión del virus, lista para, frente al ataque zombi, levantar el muro. El cuadro se completa: se conoció que tres intendentes de origen radical de la provincia (Rafael Nacif, de Ingeniero Juárez; Celia Robles, de Villa Escolar y Rubén Pereyra, de la comisión de fomento de Buena Vista) se manifestaron a favor de las políticas provinciales de aislamiento. El radicalismo nacional afirmó que el origen político no habla de su pertenencia actual.
Yendo hacia atrás, ¿por qué gobierna Insfrán? Los datos de obra pública de su larguísima gestión pintan un mapa que con toda lógica “complejiza” (esa palabra que odiamos necesitar) de qué está hecho ese gobierno y su trayectoria electoral. Un paso, una obra. 1386 escuelas nuevas. Más de 200 hospitales y centros de salud. 2.200 kilómetros de rutas pavimentadas que permitieron conectar la provincia de sudeste a noroeste (hay pueblos del noroeste formoseño a los que sólo se podía llegar por Salta hace unos años). Un aumento del 535% del agua potabilizada, alcanzando al 93% de la población el agua por red. Y el financiamiento de las obras tiene un gran componente nacional porque hay una Formosa antes y después de Néstor Kirchner, y la coparticipación. Salvo las escuelas, cuya mayoría se financió con recursos de la provincia.
De este lado de la avenida General Paz con Larreta (la figura institucional más importante de la oposición) ocurre una paradoja adentro de otra: su “generosidad presupuestaria” abarca un arco tan amplio de la prensa que, más allá de su estilo de autor dentro del macrismo, le granjea silencios que hacen soportable la auditoría militante de su gestión. Pero lo picado de la policía porteña se ha vuelto un rumor: todos lo saben y pocos lo dicen. Ésta es, muchas veces, la manta corta del debate de derechos humanos argentinos. Los derechos humanos son, en definitiva, una incomodidad. Diría torpemente que empiezan por la defensa de las personas por lo universal que tienen (su humanidad) y obligan a omitir la “conveniencia” o no de esa defensa. Es decir, no nacieron sólo para defender a “nuestros luchadores” que serán remera. Los derechos humanos no son el área de homenaje permanente de un gobierno sino una zona de trapitos al sol. Los derechos humanos son lo que no conviene. Son, muchas veces, lo que un gobierno hace contra sí mismo. Primero no convienen, y después existen. Y la defensa de los derechos humanos tiene un valor último: que exista una sociedad civil. Vemos Formosa, vemos CABA, ¿y sabemos todo lo que pasó en el resto de las provincias? En particular, en este año de la Pandemia, ¿aumentó o no aumentó la violencia institucional? La respuesta es que sí. Con trazo grueso diríamos: en todo el país, en todas las provincias, en todas las policías que responden a gobiernos de todas las fuerzas políticas.
En Formosa no habita el carisma del modelo puntano, tan autonarrado por los hermanos Saá. Insfrán evita cualquier contacto con la prensa nacional. Entonces, sin los históricos subsidios al cine de los puntanos y sin turismo hipster para veganos y amantes de la madre tierra de las sierras, hay lo que Insfrán llamó “Comunidad Rural Organizada” para juntar dos ideas que el peronismo del siglo XXI se porfía en separar: el peronismo y el campo. Solución local para un problema nacional. Pero esa Comunidad formoseña se basa en un programa de transferencias de recursos a pequeños productores rurales. Hagamos un punto acá. Gildo Insfrán siendo un joven estudiante de veterinaria y militante del peronismo conoció de cerca la versión de las Ligas Agrarias formoseñas: la ULICAF, la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas. Una organización amparada por los sectores más progresistas de la Iglesia Católica y en cuya “agenda” estaba incluido el reconocimiento como unidades productivas a las explotaciones agrícolas más chicas. Así fueron “los setenta” satelitales en Formosa. Ya en democracia, con la creación de un programa llamado PAIPPA (Instituto Provincial de Acción Integral para el Pequeño Productor Agropecuario) el gobierno provincial puso en práctica desde 1996 parte de esa vieja agenda campesina con dos objetivos implícitos: que no haya monocultivo y que no se conurbanicen las ciudades con migraciones internas.
El actual director del organismo, Carlos Sotelo, fue uno de los dirigentes principales de la ULICAF, preso tras el golpe de 1976 y salvado a contrarreloj por las gestiones de un obispo. Gildo Insfrán es un hermano menor de esa historia poco narrada. Otra: la de Nelly Daldovo. Como docente, fue parte del movimiento rural de los años setenta y participó de la histórica asamblea de 1971 en Riacho Hé Hé, en que se conforma la ULICAF. Tras la vuelta de la democracia, se reincorpora al peronismo y llega a intendenta de ese mismo lugar. Es una de las dirigentes más cercanas al gobernador. Su testimonio es conocido en la provincia y lo escuché de su boca una tarde en su casa: detenida junto a su marido, secuestrada y torturada por la Gendarmería, liberada tiempo después. En 1973 el viento de cambio también había soplado en Formosa. La gobernación del peronista Antenor Gauna sintonizó con las tendencias juveniles del peronismo y el movimiento campesino. Duró seis meses. Ya antes de 1976 el clima estaba empiojado. Todos estos son retazos de una historia que quizás ponen a la provincia en un contexto. A la provincia y al país. De esos años viene también la historia del soldado Hermindo Luna. Un conscripto que resistió el ataque de Montoneros al Regimiento de Infantería 29 de Formosa un 5 de octubre de 1975. Hermindo gritó “¡acá no se rinde nadie!”. Hermindo, un joven de 21 años, nacido en el remoto Paraje Lamadrid, cerca de Las Lomitas (donde años después estuvo preso Carlos Menem) es un héroe del coraje.
Con Gildo Insfrán no hay que hacer un caudillo para armar, ni sería prudente una romantización. Una solución institucional a las violaciones de derechos en todo el país efectivamente es lo que plantea Roy Hora aquí. El nombramiento de un defensor del pueblo que desbloquee un poco este empate de rivalidades partidarias que muchas veces no permiten encontrar mínimas soluciones a los problemas argentinos.
Probablemente lo que el poder provincial vive como ataque sistemático de una parte de la prensa les haya construido un sentido común defensivo a extremos en que sentarse a dar una explicación pareciera ser vivido como una concesión al rigor del “poder mediático” porteño. Un desafío inevitable del gobierno formoseño será entrenar a su plantel en lo básico: en dar explicaciones. Lo que se ve hace una semana en la televisión es una reja con una nena del otro lado o una mamá que perdió a un bebé ahí adentro. Esas imágenes no se compensan con la voz aguardentosa de la realpolitik que explica Formosa a distancia. Se compensa mostrando otras imágenes y reparando las que se vieron. Formosa no es inexplicable. No es un sapo dentro del peronismo. No es una fábula de monstruos para opositores. Los formoseños votan por goleada a Gildo y esa es una verdad última. El Estado de Formosa no es sólo la tasa de empleados públicos sino también la mayor estatalización que vivió esa provincia de frontera. ¿Sobre qué está construida Formosa? Sobre sangre y pérdida.
MR