domingo, 25 de octubre de 2020
HORACIO VERBITSKY Y MAURICIO Y MARIANO Y LA FAMIGLIA.
La torrencial confesión de Mariano Macrì sobre la trama de poder, política, negocios y familia detrás del hombre de negocios dudosos con el Estado y desde el Estado, Maurizio Macrì, confirma buena parte de las constataciones a las que habían llegado investigaciones periodísticas y judiciales, pero ahora con el sello de calidad que le confiere el testimonio de un protagonista. Rebosante de chimentos, el libro se lee como una edición especial de Hola, con sus páginas pringosas de estafas, traiciones, venganzas y lamentos.
El capítulo final narra el último encuentro entre los hermanos, el 18 de marzo de este año, un día antes de que Mariano comenzara a derramar su catarsis sobre el teléfono de su viejo conocido de Washington, Santiago O’Donnell, el hijo de GOD. Es decir que se trata de un fast book, que careció del tiempo necesario para el ordenamiento y el chequeo de las introducciones a cada declaración grabada, a lo largo de 17 horas, por el menor de los hijos varones de Franco Macrì y Alicia Blanco Villegas. Por eso se repiten errores como el muy común que afirma que el hermano Presidente autorizó a que el hermano testaferro, Gianfranco Macrì, blanqueara 35,5 millones de dólares, por un decreto que eliminó las restricciones de la ley que lo impedían. En verdad, la ley sólo prohibió que blanquearan padres, madres, cónyuges, e hijxs de los funcionarios públicos, pero no hermanxs. El decreto interpretativo permitió que también las categorías prohibidas pudieran hacerlo, si conseguían demostrar que los activos transparentados ingresaron a su patrimonio antes de que el familiar accediera al cargo público. Como el dinero es fungible, esta cláusula es tramposa.
Esa limitación editorial se salva por la cita de los trabajos periodísticos más serios sobre los negocios de la famiglia, entre los que se destacan El Pibe y su actualización una vez que el protagonista accedió a la presidencia, Big Macrì, ambos de Gabriela Cerruti. Ella es quien cuenta que Jaime Durán Barba planteó que la carrera política de Maurizio requería matar al padre y convertir a Maurizio en el Macrì bueno, y a Franco en el Macrì malo, algo que Néstor Kirchner supo o intuyó cuando instaló la consigna Maurizio, que es Macrì. A sugerencia de Durán Barba intentaron colocar a la madre en el centro de la escena, pero sus incontenibles elogios a Videla y su aversión a pobres y homosexuales lo disuadieron.
Mariano no le perdona a su hermano que dos semanas después de la muerte del padre, Maurizio instaló que Franco pertenecía a un sistema extorsivo, mafioso. “Se lo dijo a Luis Majul, que ni siquiera se lo había preguntado”.
La mirada impávida de ojos celestes
En las páginas finales se destila lo esencial del retrato de un hombre frío, falso, incapaz de sentir empatía aún por las personas más próximas y vulnerables, como su padre anciano o su sobrinita enferma de cáncer: Maurizio repite un libreto en el que nunca tiene nada que ver, y se queda callado, mientras mira impávido al interlocutor con sus ojos celestes. “Siempre tratando de borrarse, de eximirse. Lo tiene realmente muy incorporado, hasta se cree la película. Y siempre hay un fusible para despedir cuando las cosas no salen”. Mariano afirma que en el delirio en que se cree el salvador de la Patria y del mundo, Maurizio le da vuelo a un costado insensible y destructor “que tanto daño le hizo a toda la familia y a toda la Argentina”. A lo largo de 234 páginas, Mariano Macri no se esfuerza por ocultar el odio que siente por el primogénito de la familia, con quien ostensiblemente compite por el favor del padre. En razón del alineamiento con Maurizio en la guerra intestina, ese resentimiento también alcanza a Gianfranco.
“Me imagino que para una persona que se maneja con ese nivel de impunidad y de creerse dueño de la verdad, la única oportunidad de reflexionar y hacer un repaso por su vida, sería estando privada de su libertad. O sufriendo un golpe fuerte en la vida”, como el propio Mariano, quien revela que tiene un tumor en el cerebro y una de cuyas hijas contrajo cáncer. Con el típico psicologismo porteño, sugiere que desahogarse en un libro lo curará. “No es que yo tenga intención de que vaya en cana”, agrega. Pero “si funcionaran las cosas en nuestro país, si tuviésemos un país que nos diera tranquilidad para nuestros hijos y nuestros nietos, y fuera más justo, una persona con determinadas conductas tendría que ir presa y pagar con su libertad. Podés querer que a alguien que hizo daño le peguen un tiro. (…) Si puedo hacer algo por mi hermano, quisiera hacerlo desechar toda esa locura en la que se ha metido y tratar de revertir el daño que hizo. Lamentablemente siempre es tarde. Cuando esos tipos pasan por la máxima expresión de poder y de responsabilidad y tienen la oportunidad de hacer un bien, sacan lo peor de sí mismos y terminan haciéndoles un mal a todos. Lo más probable es que necesite un poco de encierro en la cárcel para darse cuenta”.
Mariano recuerda que Maurizio “en vez de ser afectuoso era siempre provocador, hiriente. Haciendo un repaso por mi vida, pensé: ‘Pero este tipo en la puta vida fue cariñoso conmigo’. Sólo cuando empezó en la política se puso a ensayar, y tan exageradamente que me agarraba la mano, me franeleaba (…) Mientras pensaba cómo era posible que fuese tan frío, tan hijo de puta, me fui dando cuenta de que (…) nunca tuvo la capacidad de amar. En muchos aspectos era realmente un psicópata”.
En sus poluciones de rencor Mariano también revela el odio de la rama materna, los Blanco Villegas. Franco Macrì se casó a los 18 años con Alicia Blanco Villegas, de 15, la acaudalada heredera de una de las mayores extensiones de tierras productivas del país. Con 26.381 hectáreas en la provincia de Buenos Aires, el Grupo Agropecuario Blanco Villegas integra la cúpula de los mayores propietarios del país. Los accionistas del grupo eran la última vez que escribí sobre el tema, cuando Maurizio fue electo Presidente, su madre, su tía Lía Esther Blanco Villegas, su hermano Gianfranco Macrì, su tío Jorge Alberto Blanco Villegas, su esposa Argentina Cinque y Julio H. D’Hers. Alicia nunca pudo superar que Franco la dejara “después de ella darle sus mejores años (sic). Estaba despechada. Y no se recuperó nunca. Lo puteaba permanentemente, pero en la puteada se notaba también la admiración. En esto de patinar y quedar atrapada en esa lógica y no poder sobreponerse, se parece un poco a mí y a lo que me pasa con toda esta confrontación. No logro independizarme y cortar este mal vínculo con los hermanos. A mis 12 años se separaron y, en cierto modo, desde entonces la vieja me usa como paño de lágrimas y no para de insultarlo y de hablarme mal de él. Yo creo que el viejo buscó en mi madre un modelo que tuviera semejanzas con su propia madre, una mujer muy distante con quien casi no tuvo relación”.
Con la mayor naturalidad, Mariano narra el enfrentamiento entre su madre y Gianfranco por la división de un terreno en el Buenos Aires Golf. “Gianfranco le quiso pisar una parte del terreno de ella porque en el proyecto figuraba como parte de otro lote. Mamá le dijo: ‘Yo nunca te cedí ese terreno, me estás quitando un triángulo que es mío. No corresponde’. Y el otro, para que no se le cayera la venta y para no perder su negocio, se le plantó y la llevó a la Justicia. La enfrentó y se lo pisó nomás”. En varias notas conté cuántas otras cosas menos privadas pisaron en ese emprendimiento. Gianfranco también dispuso que los guardias de seguridad le prohibieran la entrada a las oficinas de Socma a su padre, quien había donado la empresa a lxs cinco hijs. La relación fue violenta desde la infancia. “Gianfranco era medio incontrolable. Mamá lo ataba a los radiadores. Ella y el viejo lo surtían mucho”. También “mamá ha sido muy maltratadora de mi hermana Sandra. Le decía que no quería llevarla a ningún lado porque le daba vergüenza que fuera gorda”. A Mauricio lo castigaba por su mala pronunciación en inglés (los celos por la perfección de Adolfo de Prat Gay, tanto en inglés como en francés, incidieron en su pronta salida del gabinete).
Mariano también cuenta cómo Maurizio, junto con su tío Jorge Blanco Villegas y el gerente Ricardo Mansueto Zinn, aprovecharon un infarto de Franco para viajar a Italia e intentar desplazarlo de la conducción de Sevel, la automotriz que fabricaba los vehículos Fiat y Peugeot. Durante la dictadura cívico-militar, Fiat le había cedido la conducción a los Macrì para que cerraran varias plantas y despidieran a 15.000 trabajadores, cosa que los italianos por razones políticas no podían hacer, dice. Cuando Sevel salió a la bolsa, en 1992, Maurizio manejó todo el proceso porque venía de trabajar en la City. “El viejo dijo que el tío le había hecho deprimir el precio de la acción. Había salido en 15 y terminó en 3. Debe haber habido un manejo en el que seguramente Maurizio tuvo algo que ver”. Mariano consigna que su familia se caracteriza por una “falta total de comunicación”. En 1995 Alicia Blanco Villegas invitó a todxs sus hijxs y nietxs a pasar las fiestas en Italia. “Pero Maurizio dijo: ‘Con esta familia de mierda yo no voy a ningún lado’. Y no fue”.
No eran mejores las relaciones con las respectivas parejas de la progenie de Franco y Alicia. Isabel Menditeguy, cansada de las infidelidades ostentosas de Maurizio, bajó de su computadora información sensible sobre los negocios turbios en Boca Juniors y así consiguió un divorcio subsidiado con 8 millones de dólares. Cuando el esposo de Sandra denunció a Maurizio porque lo espiaba, el entonces jefe de gobierno le exigió de desistiera de la causa. Como ella no pudo incidir en las decisiones de su pareja, Maurizio dejó de hablarle, hasta su muerte. Mariano se casó a los 22 años con Marie France Peña Luque, de 27, “una rubia potente que estaba más fuerte que un búfalo”, con quien tuvo dos hijos “en muchos años de relación tortuosa (…) ella salía con flacos porque quería pincharme, se hacía la femme fatale (…) esas cosas la mujer siempre las maneja (…) Al compartir un hijo y una hija, quedé pegado para toda la vida. El acuerdo de divorcio fue difícil porque ella pedía cualquier cosa. Pensó que yo tenía derecho a 200 millones de dólares, un delirio que hacía imposible cualquier diálogo”. Transaron por muchos millones menos.
Grupo de familia
El hábito de desligarse de sus responsabilidades también describe a Mariano Macrì, quien tampoco asume las implicancias de haber sido parte de las empresas offshore conocidas a partir de los Panama Papers, como Fleg Trading, y los Paradise Papers. En su rol de ingenuo benjamín de la familia, Mariano dice que “hace quince años pude haber firmado algo que me pidió el viejo. Yo lo hacía sin preguntar y, además, no entendía muy bien estas cosas de las offshore. Por eso pude haber firmado la constitución en ese tiempo; pero después, si hubo movimientos en la cuenta, no firmé ninguno. (…) En un momento Gianfranco me planteó: ‘Hemos decidido que lo que vamos a hacer es blanquear, porque al blanquear se hace un tapón fiscal y, con eso, no hay averiguación de origen de fondos’. No querían que se descubriera el origen de una cuenta que supo tener, según dice la causa, más de quince palos [verdes]. ‘Podés blanquear vos, puedo blanquear yo o podemos blanquear los dos’. Yo le dije: ‘Ni en pedo me meto en las pelotudeces que ustedes hacen’. (…) Esta reunión se hizo en Socma y no estaba Maurizio. Maurizio hace muy bien su papel de no figurar. (…) Durante muchos años quise entender si el grupo se había manejado en negro, quise que se me explicase, y nunca terminaron de explicarme nada ni de mostrarme ningún asiento. El hecho de que no hubiese una mesa de diálogo ni discusiones abiertas, fuertes, sanas, fue parte de la gran rivalidad que tuve con Maurizio. Fui muy ingenuo y tomé las cosas como venían”, dice Mariano.
Este rasgo del Yonofuismo común a ambos hermanos también caracterizaba al padre. A principios de la década de 1990, cuando publiqué mi libro Robo para la Corona, sobre el remate a precio vil del capital social acumulado por generaciones de argentinos en las empresas públicas, Franco me pidió una entrevista, que mantuvimos a solas en mi oficina. Allí intentó convencerme de que las renegociaciones de contratos para abultar la cuenta con rubros excluidos adrede en los pliegos de la licitación era una práctica de otras compañías, pero no de las suyas. En su simpático cocoliche, este gran seductor me dijo: “No se equivoque Horacio, nosotros no pagamos abogados, sólo tenemos ingenieros”. Sentado en la misma silla Maurizio me pediría años después al iniciar su carrera política que lo juzgara por él y no por su padre. Otra vez, en la torre vidriada de Puerto Madero desde la que conducía el grupo, Franco me juró que ellos no tenían un aparato de inteligencia para escuchar a sus competidores, como el que le permitió al Grupo Soldati ganarles la licitación de Obras Sanitarias, presentando una oferta con pocos centavos de diferencia con la de las Sociedades Macrì. Sólo se distrajo unos segundos para mimar a una nena de bucles rubios a lo Shirley Temple, que entró como una tromba y le desordenó el escritorio ante su sonrisa embobada. Era su hermana, Florencia, un cuarto de siglo menor que Maurizio, quien cuando fue Presidente la mandó espiar por el aparato de inteligencia estatal, que ahora minimiza como cuentapropistas. El libro suministra indicios sobre los motivos de ese seguimiento: Florencia y la otra hermana, Sandra, acordaron sindicar sus acciones con las de Mariano para desalojar de la conducción del holding a Maurizio y Gianfranco, desafío del que luego desistieron por decisión del padre padrone.
El desconocimiento que Mariano alega de todas las trapisondas es poco creíble, dado que durante años se encargó de llevar las actas y los registros de cada reunión del grupo, directivos y gerentes. Otro tanto puede decirse de la visión idealizada de su padre, pese a que cuenta su participación en la compra de la Banca Nazionale del Lavoro [continuador en la Argentina del Banco Ambrosiano, que se derrumbó estrepitosamente en Italia en 1982, en una trama que involucró al Vaticano, la mafia y la P2]. (…) Pero su manera de vivir y desenvolverse para mí era suficiente carta de presentación para no tener ninguna duda de que no era un mafioso. (…) El viejo era una persona muy solvente, un empresario italiano migrado a la Argentina, asociado con los Agnelli, y fue desarrollando una relación con [el primer ministro italiano Bettino] Craxi (quien le decía): ‘No hay ningún gobierno que pueda tener éxito si no tiene por lo menos tres de los cinco poderes transversales de su lado como socios’. ¿Y cuáles son esos cinco poderes transversales?. ‘La plata de las armas, la plata de la droga, los sindicatos, la Iglesia [Católica] y el poder económico’”.
Como diría Charly García, familia muy normal.
sábado, 24 de octubre de 2020
CONTRATAPA BOLIVIAEVO MORALESMAS BOLIVIANOCOLOMBIA 24 de octubre de 2020 El viento Por Sandra Russo
El lunes pasado, cuando en la Argentina estaba fresco el ánimo
político y emocional que salieron a darse a sí mismos tantos y tantas
en la carnalidad del 17 de octubre, en Bolivia sucedió lo que parecía imposible.
El gobierno golpista no podía retener con fraude el poder: sin veinte puntos de diferencia,
lo hubieran hecho.
https://www.pagina12.com.ar/301288-el-viento
viernes, 23 de octubre de 2020
News
Opinión: Eso es lo último que necesitamos oír de Trump
Es curioso que todos hablen de Joe Biden como el gallo viejo en esta carrera, porque el jueves por la noche en Nashville, Tennessee, fue el presidente Donald Trump quien parecía estar avanzando a marchas forzadas.
No me refiero a lo físico: tenía su repertorio completo de expresiones faciales (arrogante, chiflado, amenazante, mártir) y el habitual rebuzno chillón. Hablo en términos metafóricos, políticos.
Necesitaba mostrar al electorado algo distinto de lo que les había estado mostrando en el transcurso de este desdichado año, pero no lo tenía.
Necesitaba apartarse de su mal genio, pero ese era el único estado que le quedaba. Su calma durante el primer tercio del debate dio paso a la habitual excitación durante el resto del mismo. Volvió a su grandilocuencia característica, sus falsedades habituales, sus burlas, sus insultos.
“No podemos encerrarnos en un sótano como Joe”, gritó. “Él tiene eso de vivir en un sótano”.
Luego, más tarde, se dirigió directamente a Biden con esta frase: “No me vengas con eso de que eres un bebé inocente”. Qué ejemplo más perfecto del hábito de Trump de endilgarle a sus oponentes caricaturas que aplican para él a la perfección.
Durante la mayor parte de la noche, Biden sacudió la cabeza con incredulidad, sonrió como uno sonríe ante un niño incorregible, dijo menos de lo que podía o debería haber dicho y contó los minutos hasta que todo terminó.
De hecho, no dejó de mirar el reloj. En otro debate con un oponente más cuerdo, ese gesto podría haber sido fatal. En este, era algo con lo que simplemente todos nos identificábamos. A mí también me urgía que terminara la noche. Y apuesto que la abrumadora mayoría de los estadounidenses se sintió de la misma manera.
Ya tuvimos suficiente de esta campaña. Ya fue suficiente de este gobierno. Basta de la atmósfera de fealdad que prevalece en Estados Unidos en este momento. Es hora de dar vuelta a la página, y eso es lo que Biden prometió hacer el jueves por la noche, de esa manera tan totalmente simple, pero extrañamente tranquilizadora.
Su mensaje en general y sus comentarios finales en particular fueron que somos mejores que esto y que podemos superarlo. Nos dio ese mensaje con la suficiente firmeza como para tener la oportunidad de guiarnos hacia nuestro siguiente capítulo.
Este debate, moderado por Kristen Welker de NBC News, fue la segunda (y última) reunión de los dos candidatos y, sin duda, fue mejor que la primera, pero eso es en parte porque no hay manera de caer más bajo que esa catástrofe. Además, la comisión de debates incorporó una salvaguarda: con cada nuevo tema, los candidatos podían hablar durante dos minutos iniciales durante los cuales el micrófono de su oponente se silenciaba.
Fuera de esas zonas protegidas, hubo muchas interrupciones y (sorpresa de las sorpresas), la mayor parte, las hizo Trump. Fue deplorable, lo que significa que se mantuvo fiel a sí mismo.
Anoche, estaba en pésima forma; las probabilidades de su reelección se alejan con cada berrinche diario. Su economía se ha hundido, su base se ha reducido, sus intentos de vilipendiar a Biden han fracasado y su minimización del coronavirus ha sido socavada por su propio contagio y el de tantos en la Casa Blanca.
El jueves por la noche, necesitaba un “Ave María”, no una “Lesley prejuiciada”, que fue su táctica en las horas previas, mientras impulsaba un obsesivo e injustificado ataque a la periodista Lesley Stahl de “60 Minutos”, uno de los programas de noticias más populares y confiables de la televisión estadounidense. Ese resentimiento y petulancia lo siguieron hasta el escenario de Nashville. Aunque sus asesores lo habían exhortado a sonreír más de lo habitual, se mofó y frunció el ceño casi como siempre.
Siendo justos, tenía una tarea difícil, incluso imposible. Por un lado, tenía que sacar de quicio a Biden, porque el modo de alcanzar al favorito es detener su paso y eso era algo que Trump difícilmente haría con cortesía y afirmaciones.
No obstante, no podía repetir su desastroso desempeño del primer debate, cuando en lugar de ser feroz fue salvaje. Para reparar el daño causado, por lo menos tenía que dar atisbos de decoro y el más leve latido que demostrara que tiene corazón.
Esos objetivos estaban en tensión, aunque varios republicanos destacados señalaron que Trump tenía un modelo de comportamiento: Mike Pence, quien alternó entre combativo y serenamente confiado en su debate vicepresidencial con Kamala Harris.
Sin embargo, Trump carece de humildad para seguir el ejemplo de alguien. Y presionar al rey desquiciado de Mar-a-Loco a emular al dormilón de Indiana es como pedirle a un tejón melero que se transforme en un perezoso de tres dedos. Va en contra de la naturaleza misma de la bestia.
Trató de aplicar una estrategia extraña, basada en el engaño y dependiente de la amnesia absoluta de los votantes.
Pintó a Biden, no a sí mismo, como una abominación ética cuya carrera en el gobierno estaba dedicada al enriquecimiento personal. Retrató a la familia Biden, no a la suya, como un clan de corruptos. En esencia, hizo como si Biden estuviera en funciones y habló como si hubiera salido de la vicepresidencia hace 60 segundos y se aferró a la afirmación de que él, el líder del país más rico y poderoso del mundo desde hace casi cuatro años, no tuviera nada qué ver con la política.
“Con estos políticos es mucho ruido y pocas nueces”, dijo Trump en un momento dado.
¿Estos políticos? Señor presidente, permítame presentarle la profesión que ahora desempeña. Su desempeño es terrible en ella y como muestra de ello han muerto más de 220.000 estadounidenses. No obstante, es su ocupación, Dios nos ampare.
Me encantaría poder escribir que la actuación de Biden, en cambio, fue deslumbrante, pero tengo los pies más plantados en la tierra que Trump. Biden nunca es deslumbrante.
Se tambaleaba con frecuencia y sus respuestas no logran ser lo contundentes que podrían ser. A ratos fue evasivo, ya que protegía su ventaja y trató de irse por las ramas tratándose de temas que podían estallarle encima.
Sin embargo, algo que he llegado a apreciar de Biden es que no afirma ser grandioso, no como Trump lo hace cada vez que respira. Promete estabilidad; promete buenas intenciones. Si gana, podría ser el presidente poco común que no está convencido de ser la persona más inteligente doquiera que pone un pie.
Estuve de acuerdo con sus comentarios finales, cuando dijo, una vez más: “En estas elecciones, lo que está en juego es la naturaleza de este país: decencia, honor, respeto, tratar a la gente con dignidad”. Tiene razón en eso. Y por eso es la persona adecuada.
“Ustedes saben quién soy; ustedes saben quién es él”, había dicho Biden antes. “Obsérvenos detenidamente”. Ya no necesito voltear a ver a Trump. He visto todo lo que puedo soportar y hace mucho que estoy listo para ver otra cosa.
This article originally appeared in The New York Times.
© 2020 New York Times News Service
23 de octubre de 2020
Reclamo del Ministerio Público Fiscal para poder avanzar en la identificación de víctimas de la dictadura
Corte Suprema y derechos humanos: los daños colaterales
de la pachorra de Sus Señorías
La Unidad Especial para Casos de Apropiaciones pidió que el tribunal que preside
Carlos Rosenkrantz autorice al Cuerpo Médico Forense
a colaborar en 260 exhumaciones de familiares de víctimas
requeridas por el Banco Genético de Datos.
https://www.pagina12.com.ar/301080-corte-suprema-y-derechos-humanos-los-danos-colaterales-de-la
JORGE ALEMANN OPINION
22 de octubre de 2020 · Actualizado hace 15 hs
¿Qué pasa con el odio de las ultraderechas?
Por Jorge Alemán
El líder de Vox, Santiago Abascal, durante una intervención en el Congreso
La derrota clarísima del líder de Vox, Santiago Abascal,
frente a la coalición progresista de Sanches e Iglesias,
más el calculado desplazamiento de la derecha liberal hacia una posición moderada,
posición que les hizo sumarse al No en la votación en contra de la moción
de censura del líder ultraderechista Abascal,
puede estar señalando un cambio de época que no se reduce a España
https://www.pagina12.com.ar/301108-que-pasa-con-el-odio-de-las-ultraderechas
https://www.pagina12.com.ar/300963-no-es-puro-humo-arde-el-impenetrable
23 de octubre de 2020
Crónicas de una chonguita formoseña
No es puro humo: arde El Impenetrable
Por Ileana Dell Unti
Por Ileana Dell Unti
Imagen: Mauricio Aguirre
Estoy sentada en el patio y la luz tiene un color que nunca he visto.
Casi no hay sombras, parece un atardecer pero son las 5 de la tarde.
El sol está muy anaranjado porque mañana va a hacer más calor que hoy,
pero el cielo está gris y lo tapa, no son nubes de lluvia, es humo.
Hay algo extraño en el aire, además de la luz.
Salgo a la vereda a intentar ver mejor el sol al final de la calle
y veo el piso cubierto de lo que pienso, son restos de monte nativo.
El aire está repleto de cenizas.
Mi vecino también sale con cara de preocupado, mira hacia el sol como yo
y después nos miramos en silencio.
Las cenizas no caen como la lluvia, bajan flotando muy despacio, por eso cuesta verlas a simple vista.
Es como la nieve pero sin el glamour de la navidad.
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