Un año después del fraude electoral, la caravana de migrantes hacia EEUU vuelve a poner en el mapa a un país castigado por la indiferencia internacional, por la desigualdad, la pobreza, la corrupción, la violencia, la impunidad y la constante falta de respeto a los derechos humanos.
Honduras apenas ocupa algún titular de la actualidad internacional. Para su tristeza, sale a la luz únicamente cada vez que una desgracia asola el país. El huracán Mitch, el golpe de estado de 2009, el asesinato de la líder indígena Berta Cáceres, las elecciones fraudulentas del pasado año o la caravana de migrantes que este otoño emprendió rumbo a Estados Unidos.
Fraude electoral
El 26 de noviembre de 2017 se celebraron elecciones a la presidencia de la República de Honduras. Por primera vez desde que la Constitución de 1982 lo había marcado como uno de sus artículos pétreos (inamovibles), un presidente optó a la reelección siendo ese hecho inconstitucional. El texto en cuestión, art. 239 dice: “Nuestra Constitución prohíbe al ciudadano que es o ya fue presidente ser electo nuevamente para gobernar, pero no solo eso, sino que también prohíbe fomentar la reelección presidencial y castiga a todos aquellos funcionarios públicos que lo hagan directa o indirectamente. Y el que quebrante esta disposición cesará inmediatamente de sus cargos y quedará inhabilitado por 10 años para el ejercicio de toda función pública”.
Juan Orlando Hernández (JOH), gracias a un recurso de inconstitucionalidad, se presentó a la reelección y lejos de ser inhabilitado por tal causa, cumple ahora el primer año de su segundo mandato. Por medio, un recuento de votos manipulado cuando a horas de cerrarse JOH perdía las elecciones. Indicios de un fraude electoral que llevó a la población a las calles durante varios días. En la represión del Gobierno a esa protesta masiva, 33 personas murieron en Honduras, cientos de heridos y varias personas fueron detenidas. Muchas de ellas siguen en la cárcel como presos políticos.
Con ese legado, el presidente al que la gran mayoría califica de “ilegítimo”, gobierna el país. Lo hace en connivencia con las élites hondureñas pero con la oposición de las clases más humildes, que en este país rozan el 70%. Y la situación, en Honduras, solo ha hecho que empeorar durante los últimos meses.
La desigualdad y la concentración del poder económico en un pequeño porcentaje de la población (17 familias), es el origen de todos los problemas del país. A partir de esa realidad, la corrupción generalizada y la organización institucional entorno a la impunidad, dejan en situación de indefensión a la mayoría de los hondureños y hondureñas.
Pobreza, desigualdad, corrupción y violencia
De los 9 millones de hondureñas, el 66% (6 millones) viven en la pobreza y de ellos, el 45% en la pobreza extrema. Lo que significa que viven con menos de un dólar y medio al día. Un país donde la mitad de la población no tiene empleo y por tanto vive, o malvive, de negocios al margen de la legalidad. Y lo peor de todo, un país donde la violencia encuentra cobijo y se mete por cada poro de la sociedad hondureña. Bandas juveniles o maras controlan estas colonias usando la extorsión y la violencia contra todo aquel que no obedece sus normas o que no paga el impuesto que exigen. Negocian con la droga, una droga que consiguen en las mafias que también dominan el país y que lo están convirtiendo ya en un narcoestado. Los nuevos ricos, personas vinculadas al narcotráfico, muchas veces se ganan la simpatía de la población y autoridades con sus dádivas y generosas donaciones.
En medio de tal situación, la seguridad privada se ha convertido en una necesidad casi obligatoria para quien tenga un negocio, grande o pequeño. Las armas entonces aparecen por todas partes, camiones de reparto, puertas de supermercados, en farmacias, en panaderías,…… Y esa enorme plantilla de guardias de seguridad está en manos de empresas cuyos dueños son los militares y ex-militares del ejército hondureño.
Junto a ellos, policía local, nacional, policía militar y el ejército. Estos dos cuerpos del estado, de los mejores dotados de toda Latinoamérica. Como conclusión, Honduras dedica el 52% de su presupuesto nacional a Seguridad. El presupuesto para Educación no llega al 22%.
La principal fuente de ingresos para una gran mayoría de hondureños, es el trabajo en las maquilas, grandes empresas del textil que dan trabajo a 130.000 personas en Honduras. La mayoría son mujeres, jóvenes y madres solteras que trabajan en condiciones muy duras y con salarios pírricos.
En el ránking de Naciones UnidaS (Índice de Desarrollo Humano) que mide la esperanza de vida, el nivel de salud, el acceso a la educación y la dignidad en el nivel de vida, Honduras ocupa el puesto 130º del mundo, el más bajo de toda Latinoamérica. Solo es superada por Haití, que ocupa el 163º.
Miedo a morir
“Nos han robado tanto que hasta nos han robado el miedo”, es una frase que resuena en un país que, sin estar en guerra, soporta una tasa de homicidios superior a los lugares en conflicto (90 por cada 100.000 personas). Y San Pedro Sula, a 244 km de Tegucigalpa, llegó a ser calificada como la ciudad más peligrosa del planeta.
Además de la violencia callejera, de las muertes vinculadas a la droga, cualquier persona que se muestre crítica con el gobierno o con las multinacionales que están ocupando gran parte del país, son amenazadas de muerte y, en muchos casos, asesinadas. En los últimos cinco años, 25 periodistas han muerto por este motivo y casi 170 líderes indígenas y defensores de los derechos humanos.
El gobierno de Honduras ha optado por una política minero-extractiva, con la que se privatizan y concesionan miles de hectáreas, incluso algunas que no les pertenecen, favoreciendo así la inversión extranjera en nombre de un crecimiento económico que realizan totalmente de espaldas al desarrollo social y de los derechos comunitarios. Muchas de las comunidades indígenas hondureñas, originarias desde hace muchos años esas tierras, están siendo expulsadas.
Un ejemplo de ello es la comunidad garífuna: negros hondureños descendientes de esclavos africanos. Viven en la costa caribeña y están siendo expulsados de sus tierras por la construcción de centrales térmicas o por la compra abusiva de espacios en la costa para crear grandes resorts turísticos. Muchas comunidades se han organizado en movimiento de defensores del territorio y han luchado, incluso en ámbitos internacionales, para reclamar sus derechos. Uno de los casos más emblemáticos fue el de Berta Cáceres, cuyo asesinato, hace algo más de dos años, ha hecho resucitar al pueblo hondureño.
Otro de los problemas que enfrenta el país es la impunidad: casi siempre resulta complejo demostrar que un asesinato ha sido premeditado y con unos autores intelectuales muy concretos. Al final siempre hay una excusa infalible para la policía o las autoridades locales: fue un crimen pasional. Y es que aquí las fuerzas de seguridad siempre tienen algún tipo de vinculación con el crimen organizado.
Huir del país
La creciente situación de pobreza, desigualdad, violencia e impunidad en la que ha entrado Honduras en los últimos años sitúa a su población más vulnerable ante una doble opción: quedarse en el país y correr el riesgo de que te maten, de pasar hambre… de aguantar hasta donde se pueda esperando momentos mejores. O irse hacia el norte (México o EEUU) en busca de una oportunidad y de una vida mejor para su familia. Eso han hecho ya muchos y, de hecho, las remesas (ganancias que los emigrantes envían a sus familias) son la principal fuente de ingresos en Honduras.
Las personas que deciden huir hacia el norte en busca de una vida mejor lo hacen en pequeños grupos o en solitario. Cada mes, entre 300 y 400 personas menores de 30 años tomaron esa opción en Honduras, según datos que maneja el ERIC. El pasado 13 de octubre, y de forma masiva, se convocó una salida conjunta desde San Pedro Sula hacia Estados Unidos y se juntaron 4.000 hondureños. Cifra que fue creciendo, con otras marchas paralelas de otros ciudadanos centroamericanos, hasta llegar a los 7.000.
Espacios para la libertad y la esperanza
Desde Entreculturas acompañamos las obras de la Compañía de Jesús que trabajan en Honduras, como ERIC-Radio Progreso, el Instituto Técnico Loyola y nuestra contraparte educativa Fe y Alegría Honduras.
La radio se ha convertido en un espacio de libertad, de denuncia y de análisis constructivo de la realidad del país, demostrando que el periodismo puede y debe ser arriesgado, valiente, comprometido y dar voz a los sin voz. Desde Fe y Alegría Honduras y el Instituto Técnico Loyola, promoviendo una educación que cambia vidas y da oportunidades de futuro.
Y en medio de todo está el propio pueblo hondureño, que pese a vivir en un país rico que es propiedad de unos pocos, es un ejemplo de hospitalidad, de cercanía y de alegría. Aunque vivan con lo justo, con miedo y con incertidumbre, ha demostrado ser un pueblo luchador, capaz y que no pierde la esperanza.
Merece la pena que no les olvidemos.
* Texto redactado por José Luis Barreiro Areses, periodista y miembro de Entreculturas en Galicia que el pasado verano estuvo de Experiencia Sur en Honduras.