El General Valle sabe que está recorriendo los minutos finales de su vida.
Toma la estilográfica y le escribe a su ex amigo y hoy presidente:
"Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado.
Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Toma la estilográfica y le escribe a su ex amigo y hoy presidente:
"Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado.
Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus victimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus victimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados.
Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
La palabra "monstruos" brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las Instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror.
Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas.
Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable.
Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias es sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria."
La palabra "monstruos" brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las Instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror.
Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas.
Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable.
Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias es sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria."
Juan José Valle
Buenos Aires, 12 de junio
9 de junio de 1956
Buenos Aires, 12 de junio
9 de junio de 1956
Cronología de 27 fusilamientos
Por Pablo José Hernández
El soldado Blas Closs, el infante de marina Bernardino Rodríguez y el inspector de policía provincial Rafael Fernández son muertos a causa de la insurrección, en tanto que la represión se cobra la vida de Ramón Raúl Videla, Carlos Irigoyen, Rolando Zaneta y Miguel Angel Mouriño. La nómina más extensa y siniestra, sin embargo, no es la que integran los muertos de ambos bandos caídos en combate sino, por el contrario, la de quienes fueron fusilados luego de haber sido detenidos. El fusilamiento de Valle el 12 de Junio en la penitenciaria de la calle Las Heras, en efecto, era sólo la culminación de un baño de sangre.
El 10 de Junio, en Lanús, habían sido ejecutados el teniente coronel José Albino Irigoyen, el capitán Jorge Miguel Costales y los civiles Dante Hipólito Lugo, Clemente Brauls y Osvaldo Alberto Albedro.
En la misma fecha, pero en los basurales de José León Suárez, habían corrido la misma suerte Carlos Alberto Lizazo, Nicolas Carranza, Francisco Garibotti, Mario Brión y Vicente Rodríguez, cinco ciudadanos algunos de los cuales no tenían ni idea, siquiera, de que horas antes se había producido un reducido levantamiento.
El 11, en tanto, fue el turno de los militares. El teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno fue muerto en La Plata, mientras que en campo de Mayo eran fusilados los coroneles Eduardo Alcibíades Cortines y Ricardo Santiago Ibazeta, los capitanes Néstor Dardp Cano y Eloy Luis Caro, el teniente primero Jorge Leopoldo Noriega y el Teniente de banda Nestor Marcelo Videla.
Son siete los suboficiales -cuatro e la escuela de Mecánica del Ejercito y tres en la Penitenciaria- que completan la macabra lista de ese día: Hugo Eladio Quiroga, Miguel Angel Paolini, Ernesto Garecca, José Miguel Rodríguez, Luciano Isais Rojas, Isauro Costa y Luis Pugnetti.
El 12, en tanto, al igual que Valle pero en La Plata, le llegaría el turno al subteniente de reserva Alberto Juan Abadie. A la gravedad de los veintisiete fusilamientos se le suma, además, las irregularidades de diversa índole que violan hasta los propios decretos y resoluciones emanados del gobierno dictatorial que encabezan el general Aramburu y el almirante Isaac Francisco Rojas.
La Ley Marcial, por ejemplo, no fue anunciada por ningún medio antes de las 24 del 9 de junio, por lo cual no correspondía que fuera aplicada a quienes se hubiera detenido antes de su difusión.
Fueron muertos en los basurales de José León Suárez, sin embargo, un grupo de civiles detenidos la noche del 9 mientras escuchaban un match de boxeo en una sencilla casa de Florida.
Al día siguiente, en tanto, se reúne en Consejo de Guerra que, presidido por el general Juan Carlos Lorio, juzga a los militares rebeldes que actuaron en Campo de Mayo. El fallo, terminante, los absuelve: "Este Consejo ha resuelto que no ha lugar la pena de muerte". Desde el Ministerio del Ejercito le comunican a Lorio que, pese a lo resuelto por el tribunal, es orden del gobierno que los detenidos sean fusilados. Éste, sorprendido, trata de hablar con Aramburu. La respuesta será celebre: "El Presidente duerme", le contestan a Lorio. Susana de Ibazeta, la esposa del coronel, recibe igual contestación cuando, contrariando la voluntad de su marido, trata de conectarse con Aramburu para solicitarle clemencia. Valle, por último, también es muerte pese a que cuando se entregó contaba con la palabra de Francisco Manrique, dada a un amigo común, de que su vida sería respetada".
El fusilamiento del General Valle se hizo en cumplimiento del decreto firmado por Pedro Eugenio Aramburu, al mando de la Nación después de que un grupo de militares bombardeara la plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, donde murieron más de un centenar de civiles. Ahí se empieza a contar una negra historia. En sus oscuros escritos se cuentan 27 muertes producidas entre el 9 y 12 de junio de 1956.
El 10 de Junio, en Lanús, habían sido ejecutados el teniente coronel José Albino Irigoyen, el capitán Jorge Miguel Costales y los civiles Dante Hipólito Lugo, Clemente Brauls y Osvaldo Alberto Albedro.
En la misma fecha, pero en los basurales de José León Suárez, habían corrido la misma suerte Carlos Alberto Lizazo, Nicolas Carranza, Francisco Garibotti, Mario Brión y Vicente Rodríguez, cinco ciudadanos algunos de los cuales no tenían ni idea, siquiera, de que horas antes se había producido un reducido levantamiento.
El 11, en tanto, fue el turno de los militares. El teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno fue muerto en La Plata, mientras que en campo de Mayo eran fusilados los coroneles Eduardo Alcibíades Cortines y Ricardo Santiago Ibazeta, los capitanes Néstor Dardp Cano y Eloy Luis Caro, el teniente primero Jorge Leopoldo Noriega y el Teniente de banda Nestor Marcelo Videla.
Son siete los suboficiales -cuatro e la escuela de Mecánica del Ejercito y tres en la Penitenciaria- que completan la macabra lista de ese día: Hugo Eladio Quiroga, Miguel Angel Paolini, Ernesto Garecca, José Miguel Rodríguez, Luciano Isais Rojas, Isauro Costa y Luis Pugnetti.
El 12, en tanto, al igual que Valle pero en La Plata, le llegaría el turno al subteniente de reserva Alberto Juan Abadie. A la gravedad de los veintisiete fusilamientos se le suma, además, las irregularidades de diversa índole que violan hasta los propios decretos y resoluciones emanados del gobierno dictatorial que encabezan el general Aramburu y el almirante Isaac Francisco Rojas.
La Ley Marcial, por ejemplo, no fue anunciada por ningún medio antes de las 24 del 9 de junio, por lo cual no correspondía que fuera aplicada a quienes se hubiera detenido antes de su difusión.
Fueron muertos en los basurales de José León Suárez, sin embargo, un grupo de civiles detenidos la noche del 9 mientras escuchaban un match de boxeo en una sencilla casa de Florida.
Al día siguiente, en tanto, se reúne en Consejo de Guerra que, presidido por el general Juan Carlos Lorio, juzga a los militares rebeldes que actuaron en Campo de Mayo. El fallo, terminante, los absuelve: "Este Consejo ha resuelto que no ha lugar la pena de muerte". Desde el Ministerio del Ejercito le comunican a Lorio que, pese a lo resuelto por el tribunal, es orden del gobierno que los detenidos sean fusilados. Éste, sorprendido, trata de hablar con Aramburu. La respuesta será celebre: "El Presidente duerme", le contestan a Lorio. Susana de Ibazeta, la esposa del coronel, recibe igual contestación cuando, contrariando la voluntad de su marido, trata de conectarse con Aramburu para solicitarle clemencia. Valle, por último, también es muerte pese a que cuando se entregó contaba con la palabra de Francisco Manrique, dada a un amigo común, de que su vida sería respetada".
El fusilamiento del General Valle se hizo en cumplimiento del decreto firmado por Pedro Eugenio Aramburu, al mando de la Nación después de que un grupo de militares bombardeara la plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, donde murieron más de un centenar de civiles. Ahí se empieza a contar una negra historia. En sus oscuros escritos se cuentan 27 muertes producidas entre el 9 y 12 de junio de 1956.
(De: Compañeros, perfiles de la militancia peronista)