Desde Santiago
La cordillera se tiñe de atardecer como si se sonrojora cuando los minutos empiezan a descontar hacia el toque de queda. Parece inclinada de vergüenza sobre La Alameda, parece que buscara el abrazo de los miles de manifestantes que desbordan esa avenida central de Santiago de Chile, radiantes de orgullo por resistir en la calle frente a los carros de asalto, las fuerzas policiales y militares que exhiben las armas largas, las gafas que les borran la cara y los gases lacrimógenos para amedrentar a quienes no se amedrentan porque se organizan. Todo el día hubo asambleas en universidades, en la puerta de los ministerios, en la calle, en los centros de estudiantes, en los sindicatos. Se discute al mismo tiempo que se toma la calle, se organizan cuidados colectivos al mismo tiempo que se desafía al miedo. Se declara una huelga general de 48 horas al mismo tiempo que la huelga se desenvuelve de muchas maneras, al mismo tiempo, siempre en la calle.
Las escuelas públicas cerradas, las privadas libradas a su arbitrio. Las universidades cerradas por decisión de sus autoridades, para evitar que se conviertan en ratoneras ahora que el “Estado de Emergencia” permite a las fuerzas armadas entrar a sus claustros para reprimir o apresar, docentes, no docentes y estudiantes. Las calles tomadas desde el mediodía desde hace cinco días. En Concepción, una de las ciudades más golpeadas por la represión, ayer a la tarde se agitó una fiesta electrónica contra el toque de queda. En los barrios populares del sur de Santiago se bailó la cueca. En todos lados sonaron cacerolas y las bicicletas jaquearon el transporte público.
Aunque algunos gremios ya realizaron jornadas de paro -los portuarios de Valparaiso, por ejemplo-, la Central Única de Trabajadores y Trabajadoras (CUT) junto a la articulación Unidad Social en la que participan otras organizaciones sociales declaró una huelga de 48 horas que comienza hoy y que prepara una movilización masiva desde Plaza Italia hasta la estación Los Héroes a partir de las 10.30 de la mañana. La revuelta agita a Chile que no puede terminar de contar a sus muertos y muertas. La Fiscalía Nacional ha entregado la identificación de 7 de los 15 que reconoce, 8 cuerpos más fueron encontrados calcinados en una fábrica y un supermercado. En la región metropolitana, además, hay tres denuncias formales de abuso sexual por parte de uniformados a detenidas. La desnudez forzada parece ser una práctica recurrente de las fuerzas represivas.
No sólo Santiago está ensangrentada y sin embargo, la calle no se abandona. El miedo cambió de bando, dicen las paredes y eso es una vibración que sacude más que los terremotos y una demanda más clara que el agua de deshielo que baja de las altas cumbres: bajen las armas.
Camilo Piñeros, estudiante de medicina de 6to año, es parte de la auto organización de profesionales y estudiantes de la salud para atender personas heridas que saben que van a llegar porque ya se contaron por centenas desde el viernes pasado. “Nos dividimos en en macro regiones: oriente, poniente, norte y sur, ubicamos lugares de acopio de materiales de primeros auxilios y estamos conectades -con e, sí, que aquí es regla entre estudiantes- por whatsapp”. Ahora que se acerca la hora en que las armas tienen permiso gubernamental para disparar esperan con calma porque saben cómo responder en caso de emergencia.
En la Plaza Italia, centro neurálgico de Santiago, hay jóvenes y viejas, trabajadoras formales y trabajadores informales, dirigentes sindicales, amas de casa, docentes de todos los niveles, estudiantes, artistas, padres, hijes. Una incontable cantidad de pañuelos verdes feministas y otro tanto de los amarillos, los que dicen “No + AFP” -denunciando el saqueo de la jubilación privada. Hay, sobre todo, una rebeldía que no se calma ni con las balas, ni las muertes que se lloran colectivamente, ni con los gases que nunca dejan de picar en la garganta. La decisión es certera y fue tomada en asambleas y en la propia calle sin ningún planteo orgánico: esto no se va a detener hasta que los milicos y “los pacos” (carabineros) no se vayan de la calle. Está pintado en cada pared de esta inmensa ciudad y anda de boca en boca. Con las armas en la calle no hay nada que hablar con las instituciones y mucho que movilizar para sacudirlas.
“Me vine con mi hija de 9 porque ella estaba asustada. Asustada de los milicos, asustada de los gases, con pesadillas. Van cinco días de movilización y la traje para que no tenga miedo. Porque pueblo que lucha no teme, y ahí está, contenta con su silbato”, dice Camila que es enfermera y ayer participó de la asamblea frente al ministerio de Salud que siguió con la movilización de profesionales y estudiantes del sector hacia Plaza Italia. A su lado, cuatro estudiantes del último año de obstetricia con los delantales blancos que usan en sus prácticas, ninguna tiene más de 24; todas están endeudadas, calculan, hasta el 2040. Pero ahora quieren hablar de otra cosa, quieren hablar del colapso del sistema de salud. “El 80 por ciento de la población usa la salud pública pero la inversión no alcanza ni para cubrir al 30 por ciento. Los hospitales no pueden colapsar ahora con les herides porque los hospitales están colapsados hace tiempo. Tenemos que hospitalizar en pasillos, no hay especialistas; donde debería haber 20 profesionales hay 10... Eso es violencia estructural, no se trata de los famosos 30 pesos, se trata de 45 años de políticas económicas neoliberales que se llevan nuestro dinero al sector privado para después fugarlo”. Esa es la descripción de Iara, Camila, Paula y Evelyn del funcionamiento de las Administradoras de Fondos de Pensión, un lento saqueo a toda la población “para después cobrar una jubilación ínfima”, insiste Iara.
Evasión popular
Faltan 17 minutos para el toque de queda y desde los barrios altos, esos que aquí se llaman “pijos” porque es donde las casas son amplias y los autos también -como las deudas-, centenares de bicicletas bajan por la avenida Providencia. “Evade”, dicen los carteles que llevan pegados en los manubrios. Es una palabra clave que también se pinta sobre las paredes y en lo que queda de los vidrios de las paradas de los colectivos –“las micros”- sobre La Alameda. Fue lo que empezaron a hacer hace más de una semana les estudiantes de escuelas secundarias, evadir el aumento del metro saltando por encima de los molinetes. Una acción directa que detonó este “¡Chile despertó!” que no deja de corearse.
Y es que evadir es la primera acción de libertad que imaginan quienes entran en la manga de vacas hacia la expropiación de su tiempo y sus saberes por más de la mitad de la vida que significa estudiar en este país. Hay que tener mucho dinero para hacer desde una tecnicatura, terciaria o carrera profesional sin contraer un Crédito con Aval del Estado que pague los estudios y que se devolverá cuando se empiecen a cobrar los primeros sueldos. “Yo soy profesor de Educación Física, me recibí en 2014, tuve que pedir 6 millones para estudiar, voy a terminar pagando 20, al paso que voy, será en 2036”. Porque aunque Álvaro Barrientos quisiera adelantar cuotas de su CAE, apenas si puede sostener la vida cotidiana sin contraer otras deudas. Está sentado en una plaza en la comuna de Providencia, aunque se aproxima la militarización de la ciudad que viene sucediendo desde hace cinco noches, hay un micrófono abierto y una banda tocando, centenares de personas en el pasto, niñes que juegan con las cacerolas de las protestas y una sensación que no se parece en nada a la furia sino más bien a otra palabra que también anda de cartel en grafiti: dignidad.
Vonni Basualdo, joven estudiante de pedagogía en matemática, sentada en la misma plaza que se ocupó porque “les vecines” también se organizaron por whatsapp después de encontrarse en la calle para recuperarla, asiente. “Es contra la precariedad de la vida y a favor de la dignidad. Esto no se termina. Que saquen los milicos y después igual va a estar difícil, porque el pueblo cada vez está más informado, saben que hay problemas estructurales: la educación, la salud, las AFP y ya no queremos más parches.”
Asambleas instituyentes
Javiera Manzi es vocera de la Coordinadora Feminista 8M, parte de la organización del paro transnacional que modificó los 8 de marzo desde 2017. Ayer, fue protagonista de dos asambleas, la primera, de la Coordinadora. La segunda, en la Federación de Estudiantes de Chile, convocó a más de 60 organizaciones sociales, sindicatos, mapuche, feministas, territoriales. Ahí, como en cada asamblea de las que se vienen organizando por sectores o por territorios, se pusieron en común las evaluaciones de lo actuado y la imaginación de lo por venir. “La violencia se expresa de manera diferenciada sobre nuestros cuerpos de mujeres y disidencias, nuestra lucha es anticapitalista y antipatriarcal y queremos que nuestras demandas estén en primera línea. Nosotras hicimos la primera huelga feminista este año y fue la movilización más masiva desde la dictadura. Juntarnos con otras organizaciones es una necesidad ahora porque no es momento de cerrarse sino de abrirse. Las asambleas son instituyentes de una autoridad que fundamos juntes y por ese camino es que queremos seguir transitando”, dice agitada entre el final de una actividad, el sonido de las cacerolas de fondo y otra asamblea en su barrio que también la espera.
¿Qué sigue después de estas movilizaciones, de esta insurrección que no parece poder calmarse con medidas o con “parches”, como le dicen los estudiantes al resultado de las movilizaciones de 2011 por la reforma educativa? “Necesitamos una Asamblea Constituyente porque la Constitución actual es una trampa neoliberal, un entramado jurídico que obstaculiza las reformas que necesitamos en Chile”, dice Benjamín Núñez, estudiante de Derecho, apenas terminada la asamblea tripartita de la Universidad de Chile donde participaron funcionarios/as, estudiantes, no docentes y trabajadores y trabajadoras a honorarios -un equivalente a monotributistas- que en la UdeCH son más de 10 mil. “Pero no puede ser una asamblea con representantes de partidos políticos, tiene que ser una gran discusión política abierta, un cabildo abierto para que todos y todas podamos diseñar el territorio que queremos”
El movimiento en la calle es autoconvocado pero no está acéfalo, hace sonar cacerolas pero no le faltan palabras; es urgente pero tiene el tiempo que precisa para detener la vida cotidiana y poner ahí la cuña de la desobediencia. Los plazos que pone la calle están expresados en las paredes y con esa poesía propia de la revuelta dice: “Hasta que valga la pena vivir”.