domingo, 18 de agosto de 2019

Opinión El odio entre nosotros

El odio anida entre nosotros. Pasa desapercibido en el revuelo económico, pero tanto mentar el huevo de la serpiente y hoy, en realidad, el problema es la serpiente misma: un odio ya activo, en funciones y que las urnas mostraron bien sanito. Un odio vivito y dañando; que se viste de celeste y quiere mostrarse como factor de poder real en las elecciones de octubre.
Más de medio millón de personas apoyó a un partido cuyo reclamo principal es la negación de un derecho al 51 por ciento de la población del país: 642.636 votos tuvo la lista que el ex funcionario carapintada y la activista evangélica montaron principalmente sobre la idea de negar el derecho al aborto legal, según la web oficial de los resultados de las PASO. Quienes se sintieron representados por el discurso patriotero y más explícitamente exterminador del partido que se llama a sí mismo “Patriota”, en cambio, ¿apenas? fueron 58.572 en las urnas. Hay más asociaciones políticas afines pero de momento sus números son menores, quizá porque todavía no aceitaron sus palabras lo suficiente como para traducirlas en voluntades.
No son pocas personas. Los referentes antiderechos se cotizan a sí mismos en un millón de voluntades en todo el país, entre iglesias evangélicas y feligresía católica. En estado puro, según las PASO, son menos; entreveradas en los partidos tradicionales, tal vez lleguen a ese número.
Como sea: he ahí una veta que algunos sectores están empezando a explotar.
Quienes concitaron esos votos se dicen celestes, por ponerse un nombre, un color, algo que suene vagamente humano y digerible para distraídos. Entendieron cómo articular el odio (mediáticamente) para convertirlo (políticamente) en poder, y están empezando a ocupar lugares desde esa identidad. Ese es el gran cambio de los últimos meses: que están desembozados y entendieron cómo cosechar con el discurso del ángel exterminador que asuela, claro, pero por la causa “noble” de los antiderechos. Actúan localmente mientras ponen sus ojos en Bolsonaro, Vox, Salvini.
El slogan es defender las dos vidas, pero las consignas en que se desgrana habla de destruir, impedir, imponer, evitar, prohibir, cancelar. Algo de la productividad de ese discurso lo recogen otros partidos, al mismo tiempo que albergan a algunos de los voceros antiderechos. Si hay funcionarios-candidatos y figuras públicas que sostienen que al otro hay que aniquilarlo, ¿cómo esa idea no va a ser legítima? Es más: ¿cómo no se va a trasladar a votantes, a la conversación pública, a la vida cotidiana?
En el mundo que delinea el discurso del odio (lo repito por no olvidarlo: más de medio millón de personas de todo el país), la diferencia no es riqueza y diversidad sino cuerpo extraño a aniquilar. ¿Nos suena? Nos suena: “los máximos enemigos del cambio”, “mientras existan no lo lograremos”, “los valores de la Patria”, “sin familia no hay patria”, “hay que eliminar de las aulas la ideología de género”, “los que tenemos valores buenos”. Con esa agresión prepotente recorrieron el país con fruición desde 2018, cuando el debate por la legalización del aborto los abroqueló. De algún lado obtuvieron fondos para cubrir todo tipo de acciones: giras federales de referentes llegados desde otros países (la brasileña Sara Winter, el peruano Christian Rosas, el uruguayo Álvaro Dastugue, la ecuatoriana Amparo Medina) y activistas locales que quieren convertirse en Influencers antiderechos, folletos, carteles, líneas telefónicas gratuitas para bloquear el acceso al aborto.
Es un discurso que dice que las mujeres no tenemos derechos, que las disidencias deben allanarse a su idea de orden, que cree en una sola manera de ver el mundo. Que ataca a cualquier minoría que se le cruce en la mira.
Es un odio envalentonado porque tiene pruebas de que su estrategia de pegar para sumar le sirve. Si la diputada electa Amalia Granata sigue hoy paneleando sobre temas alejados a la política legislativa, es porque enzarzarse en esas presuntas polémicas le sirve todavía para construir capital político. De hecho, cuando ataca al hijo de un candidato presidencial que osó criticarla (por atacar a la hija de una dirigente política) y dice que el joven habla porque quiere “ser vedette”, en realidad está diciendo que ella no quiere dejar de serlo, por muy diputada provincial electa que sea. Dice, también, que no piensa asumir esa nueva identidad desde la construcción que requiere la política, sino desde la negación. Ella y la gente como ella llegan para romper, impedir, obstaculizar.
No es polémica ni intercambiar ideas ni debatir: es agresión lisa y llana. De eso se trata el odio.

Entrevista con el fundador de Podemos Juan Carlos Monedero “Macri es un nuevo Nerón”

El español que más sabe sobre América Latina analiza cuál es la novedad del Frente de Todos y por qué su campaña remató en un triunfo frente al macrismo.
Fundador de Podemos y profesor de Ciencia Política, este madrileño de 56 años es uno de los españoles más sensibles a la realidad de América Latina y de la Argentina. Monedero visitó organizaciones sociales y mantuvo entrevistas con dirigentes y candidatos.
--La victoria del Frente de Todos –dijo a Página/12 en un bar de San Telmo-- deja enseñanzas. Revela que aumentan las posibilidades de triunfo cuando las fuerzas populares se centran en lo social (empleo, precio de la luz y el gas, deterioro de la educación, sanidad, jubilación), cuando se logra la unidad de todo el campo progresista, cuando se crea comunidad escuchando más a la gente que al marketing y cuando no se miente. Cuando escuchas más al marketing y estás más atento a la construcción de tu relato, te ocurre como a los maridos infieles. Tienes que coordinar tantas mentiras que al final te cansas y fallas. Porque no eres capaz de coordinarlas. El marketing te hace incurrir en contradicciones que debilitan la ideología y generan mucha desconfianza entre la gente. En cambio si te centras en lo social tienes una línea ideológica clara. Tienes un corpus.
--¿Lo concreto te pauta la agenda?
--Vivimos en sociedades capitalistas, que son sociedades de clases, donde al mismo tiempo no puedes estar a favor del Fondo Monetario Internacional y de los cartoneros. La realidad te obliga a decir con quién estás. En el momento en que tú aclaras con quién estás, fijas los criterios del frente popular. Lo más clarificador es pensar las decisiones concretas que debes tomar sobre políticas públicas. Ahí no hay mucha discusión.
--Siempre que haya realismo, ¿no?
--Mira, es una mezcla de inteligencia y humildad. Puedes comprar los servicios de una consultora carísima y comprar encuestas y espacios publicitarios, o puedes escuchar a la gente. Montarte en un autito y hacerte 160 mil kilómetros. Hay dos grandes estilos. Están las campañas de gente que no tiene ninguna base popular, como Mauricio Macri, Jair Bolsonaro y Donald Trump. Se fundamentan en el dinero. Y están los Lula, los Mandela, los Evo, que visitan pueblo a pueblo y se dejan tocar por la gente. Aquí hay un elemento muy importante. En España es muy dependiente de los expertos de comunicación y marketing. Todos conocemos al spin doctor de Macri, al asesor en relaciones públicas de Macri, pero nadie sabe quién es el responsable de ideología del macrismo. Parece que las ideas cotizan menos que las habilidades en comunicación. Al final tenía razón Rosa Luxemburgo. Primero el partido sustituye a la sociedad. El comité central reemplaza al partido. El secretario general, al comité central. Y ahora el spin doctor sustituye al secretario general.
--En la Argentina hasta antes de las PASO parecía que el dueño del big data, de las informaciones sobre vida y obra de cada votante, ganaría solo por eso.
--El big data funciona si puedes mandar mensajes segmentados a la población. Existe y es caro. Pero no es tan fácil como dicen llegar a cada persona y mandarle un mensaje particularizado. En España de hecho Facebook y Whatsapp les pusieron obstáculos a los partidos políticos por hacerlo. Y eso que Facebook siempre va a tratar peor a los partidos progresistas que a los de derechas. Pero no siempre ganan. En la Argentina fueron derrotados los caminantes blancos. Como en Game of Thrones, parecían invencibles.
--¿Por qué no fueron invencibles?
--Estamos en un cambio de ciclo, más favorable a la derecha que a la izquierda. Las nuevas generaciones no tienen memoria de los derechos laborales. Su socialización ha sido en un mundo muy inclemente, muy competitivo, muy salvaje. Los efectos de la crisis de 2008 han sido demoledores con los viejos derechos laborales. Y cosas que eran lugares comunes para generaciones anteriores, como los convenios y la existencia de sindicatos, las jornadas laborales fijas, los salarios dignos, de repente desaparecieron. Pero hay un matiz, que es más importante en América Latina que en Europa: los gobiernos de cambio dejaron más huella de la que a veces hemos reconocido. Es verdad que ganó Macri, que ganó Sebastián Piñera, que ganó Bolsonaro, que ganó Lenin Moreno, pero la experiencia de derechos de los gobiernos de cambio está ahí. Es también lo que explica que pese a todos sus errores siga habiendo un sector popular amplio que apoya a Nicolás Maduro. En España, el desierto de 40 años de dictadura y los 40 de convalecencia explican que tenía que venir una nueva generación, la de los indignados, a plantear las cosas de manera diferente. Eso también explica por qué el neoliberalismo se lleva tan mal con la memoria.
--¿Por qué?
--Porque la memoria nos hace saber quiénes anticiparon nuestra rabia, pelearon derechos y nos marcaron el camino de la dignidad. Por eso el neoliberalismo se lleva mal con los sindicatos. Los sindicatos expresan la memoria de las luchas y te enseñan a reclamar derechos. Es curioso que también hay una memoria vinculada a la nación. Cuando veo lo que ha ocurrido hoy con la manipulación del cambio, se refuerza mi idea de que Macri no tiene patria. Y que hay un empresariado global muy vinculado al mundo financiero y a los mercados especulativos que no tiene patria. Gente como Macri junta por un lado un enorme desprecio de clase y por otro una enorme impunidad, que les lleva a vivir desterritorializados, como si a ellos no les afectara nada. Como si estuvieran afuera de ese mundo que ellos construyen, manipulan y definen. Por eso existe el riesgo, alto, de que en estos dos meses Macri prefiera prenderle fuego a la Argentina antes que aceptar que no tiene salida. El macrismo es una bestia herida dispuesta a morir matando. Por eso es urgente hoy en la Argentina que el actual presidente moral de la Argentina, que es Alberto Fernández, hable como ya lo está haciendo con los empresarios patriotas y con los responsables internacionales que están gestionando intereses económicos en la Argentina. Macri es un nuevo Nerón. Alberto debe evitar que nuevo Nerón prenda fuego al país mientras desde su mansión mira cómo arde la Argentina.
--¿Qué puede ocurrir con el FMI, que llegó a prestar dinero que llegaba y se fugaba?
--No descarto que el Fondo Monetario Internacional tenga que rendir cuentas por el uso ilegítimo y casi seguro ilegal que ha hecho del préstamo con fines electorales. De la misma manera que los sectores financieros que están especulando con el peso deberán rendir cuentas en los órganos que correspondan. La devaluación del peso el lunes 12, al día siguiente de las PASO, es una obra de terrorismo financiero entendible para fondos buitre pero no para el presidente de un país.
--Estuviste con dirigentes y candidatos del Frente de Todos. ¿Qué encontraste como novedad?
--En la Argentina hay un encuentro entre la sensibilidad frente a las enormes desigualdades de quienes las sufren y la sensibilidad de quienes no sufren tanto en carne propia pero se preocupan por los intereses colectivos. Hay un encuentro entre la gente sensible ante el calentamiento global y la sensibilidad feminista. Estos elementos juntos están reaventando la política en la Argentina. Me llamó mucho la atención ver este frente amplio construido en la candidatura del Frente de Todos. El peronismo es la nave nodriza pero hay más partidos, fuerzas y movimientos sociales y sindicales. Todos se dieron cuenta de que no puedes gestionar al realidad con las herramientas del pasado.
--¿Y en España?
--La mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados son 176 escaños. La derecha tiene 147. El PSOE, 123. Podemos, 42. Para construir un gobierno estable hay que sumar los 165 de Podemos y del PSOE. Además habría que conseguir los otros once y un acuerdo con el nacionalismo vasco y el nacionalismo catalán que permita una solución del conflicto territorial en España. Pero el PSOE quiere gobernar en solitario. Tiene un tercio del Parlamento y quiere tener el 100 por 100 del gobierno. Pretendió hacer un acuerdo de gobierno en 48 horas, que es una frivolidad, y le presentó a Podemos una oferta hueca. Una vicepresidencia sin competencias, un ministerio que antes había partido en dos y una dirección a la que había convertido en ministerio pero cuyas competencias estaban transferidas a las comunidades autónomas. Quedan 40 días. Veremos que pasa.

El ex presidente del Banco Central advirtió que se trató de una decisión política Redrado denunció que Macri dio la orden de no frenar la corrida

El ex titualr del Banco Central, Martín Redrado, dijo que tras la derrota del oficialismo en las PASO del último domingo, el presidente Mauricio Macri dijo que el dólar “se vaya donde se tenga que ir y que los argentinos aprendan a votar".
@“Luego de las elecciones el presidente dijo: ‘Que el dólar se vaya donde se tenga que ir y que los argentinos aprendan a votar’”, afirmó el ex titular del Banco Central Martín Redrado. La explicación que ofreció el consultor para la escalada en la cotización de la moneda estadounidense colisiona con el discurso extorsivo que plantearon el presidente Mauricio Macri y la gobernadora María Eugenia Vidal el lunes pasado cuando aseguraron que “el mundo” votó en contra del Frente de Todos. Redrado consideró que la disparada en el precio del dólar que llegó a tocar los 66 pesos en el frenético inicio de la semana post PASO respondió a “una instrucción política para dejar correr el tipo de cambio sin tener techo”. El ex funcionario advirtió que esa definición de la Casa Rosada “generó la maxidevaluación que después se trasformó en esta corrida”, agregó para enfatizar que la prioridad del Gobierno debería ser frenarla.
Las presiones sobre el mercado de cambios y el derrumbe en el precio de bonos y acciones no sorprendieron a nadie. La contundencia de los resultados de las elecciones primarias preanunciaron un nuevo episodio de tensión financiera que la inacción del Banco Central y el Palacio de Hacienda convirtió en una violenta corrida. Las autoridades no sólo no recurrieron al restringido instrumental que disponen para evitar una devaluación sino que el escape de los inversores financieros fue aceitado por la desregulación total del mercado cambiario que implementó el propio gobierno. Sin embargo, Macri consideró que la incertidumbre financiera reflejaba el error de los votantes al acompañar una fórmula que “no tiene credibilidad en el mundo”. El mandatario no sólo no intentó calmar las aguas sino que aseguró, con virulencia, que “si el kirchnerismo gana, esto es sólo una muestra de lo que puede pasar. Es tremendo lo que puede pasar”. Aunque al día siguiente ensayó un tímido pedido de disculpas, Macri aseguró que “el mundo ve eso como el fin de la Argentina. Los argentinos debemos decidir si vamos al pasado, que nos lleva a lo que pasó hoy”.
La amputación del herramental necesario para administrar el mercado cambiario fue paulatina y se volvió irreversible tras el pacto con el Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, el Banco Central todavía cuenta con algunos instrumentos para intentar desactivar una corrida. Redrado, el economista que se desempeñó hasta 2010 al frente de la autoridad monetaria hasta que fue eyectado de su cargo por negarse a implementar el programa de pago de deuda con reservas, consideró que la ausencia del BCRA en la plaza cambiaria fue una decisión del presidente Macri. “El BCRA estuvo mirando desde la tribuna lo que pasaba en el mercado en lugar de estar interviniendo”, indicó el director de la Fundación Capital al sostener que “mis colegas recibieron la instrucción de que se corrieran del mercado”.
Redrado fue bautizado por el periodista Bernardo Neustadt como “Golden Boy” cuando lo invitaba a su programa televisivo para celebrar las virtudes del programa económico menemista. El economista hizo una extensa y prolífica carrera en el sector público. El presidente interino Eduardo Duhalde lo designó como secretario de Relaciones Económicas de Cancillería y mantuvo ese cargo con la llegada de Néstor Kirchner que, dieciocho meses después de asumir, lo consagró al frente del Banco Central. Allí se desempeñó hasta 2010 cuando el gobierno de Cristina Fernández definió removerlo. Antes de acceder a esas posiciones, a comienzos de los años noventa, Redrado estuvo al frente de la Comisión Nacional de Valores, desde donde promocionó la escandalosa salida a la bolsa de Sevel del Grupo Macri.
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Durante sendas entrevistas que ofreció ayer, el economista consideró que el Gobierno debería avanzar “sobre acuerdos con los exportadores cerealeros y contratos de futuro del tipo de cambio para darle certeza a la oferta de divisas”. Para Redrado, “el BCRA podría buscar en otros bancos centrales (como ocurre actualmente con China) líneas de liquidez contingente que le podrían otorgar más músculo”. Las declaraciones fueron realizadas al término de su participación en la Conferencia Regional del grupo hotelero Wyndham en Panamá. Redrado es uno de los políticos argentinos que figura en la megafiltración de información financiera Panamá Papers. Documentos identificados revelan que durante la mayor parte de su gestión en el Ministerio de Relaciones Exteriores, el economista fue CEO, director y accionista de una compañía denominada Puntogol Corp, una firma establecida en las Islas Vírgenes Británicas con la colaboración del estudio Mossack Fonseca.
“La Argentina se debe a sí misma el debate de cómo vuelve a crecer, cómo baja la inflación, cómo elimina la pobreza, y no quedarnos con una discusión bastante pobre, de futuro versus pasado. Los argentinos nos merecemos una discusión que salga de esta mediocridad de si es volver al pasado, volver al zafarrancho que nos dejó Cristina o a esta mediocridad que no resuelve los problemas”, sentenció en referencia a la situación pos PASO. Sobre el candidato presidencial Alberto Fernández dijo respetarlo profesionalmente y tener un “excelente diálogo”. “Hablamos desde hace más de 30 años”, definió.

CONTRATAPA 17 de agosto de 2019 El discurso de la supremacía

Imagen: NA
El lunes pasado, cuando Macri, en su primer discurso, acusó al electorado de la corrida cambiaria por la que ahora es denunciado su gobierno, él mismo y con su furia rasgó el velo que casi todos estos años, salvo en los lapsus, lo preservó. Lo vimos a través de ese tajo que el resultado electoral le hizo a su máscara. Aunque lo que decía era incoherente y antidemocrático, irresponsable y psicópata, un rayo tranquilizador surgía de esa imagen parlante, de ese hombre destemplado que mordía bilis mientras fabulaba que “el mundo” nos daba la espalda de antemano por cómo habíamos votado. Ese rayo leve pero insisto, extrañamente tranquilizador, provenía de estar viéndolo por fin, viéndolo a él, y no al holograma coucheado al que estamos acostumbrados.
Después, ya de nuevo en personaje, dijo que no estaba enojado con los votantes (ya estaba de nuevo en campaña, de modo que lo que hizo no fue exactamente disculparse con el peronismo o el Frente de Todos, sino avisarles a los no peronistas que ya no aguantan más esta sangría y que votaron a Alberto Fernández que “que los valora”, que “piensa que su futuro”, ese que él viene forjando con tanto ahínco, y a cuya localización se accederá “cuando terminemos de cruzar el río”. Ahí ya estaba atajado y atajando, como siempre, con algún as bajo la manga (algo posiblemente ilegal), y el efecto de repulsión volvió a su curso normal. Después vimos en quién se repaldará hasta octubre: en la sacerdotisa del odio que piensa “dar una paliza” electoral sumando a los esquiadores.
Apareció enseguida la interpretación de ese cambio abrupto e ilógico del discurso (no había querido ofender, estaba enojado con él mismo por no haber hecho más, no había podido dormir, etc.), como parecido o asimilable al del golpeador que primero te faja y a los dos días te llora arrodillado diciéndote que estaba nervioso, que había sido un mal día, que nunca más te va a pegar. Y es cierto que en algunos aspectos el círculo de la violencia era reconocible, pero también era reconocible en el o la psicópata a secas, esos seres sin culpa que siempre la trasfieren a sus víctimas y lastiman sin alterarse. Después de todo, los golpeadores son un subgrupo entre los psicópatas.
Pero hay más variaciones. Preferiría asimilarlo aquí a otro discurso, que es el que Cambiemos camufló todos estos años, embadurnándose con una posmodernidad ya pasada de época, con globos y piletas dibujadas en el cemento, con bigotes de disfraces, con terapias provenientes de California y toda esa levedad que conocemos. Con frases hechas, con lugares comunes, con un relato pueril aunque miles de veces multiplicado en sus aparatos de difusión, Cambiemos logró esconder casi todo el tiempo su verdadero discurso, que es el de la supremacía. Ese discurso general de la supremacía ha sido el que sostuvo en el poder, en distintos tiempos, a pequeños grupos que lograron fabricar artefactos políticos entrelazados con la profunda y única convicción de esos pequeños grupos: por decisión divina, “natural”, de linaje, de raza, de clase o de religión, esos grupos gobernaron para sí mismos, amparados psíquicamente en su propia superioridad por sobre el resto de la población. Reyes, zares, tiranos, dictadores, autócratas, emperadores, a lo largo del tiempo, ejercieron ese juego mental de supremacía, fetichizaron su derecho al poder, y para mantenerse en él llevaron adelante cientos de desastres y masacres.
El Pro es un partido político creado para ganar elecciones, no para perderlas. Su objetivo no es influir en la vida del país, sino ejecutar un plan de negocios de alta intensidad, que un triunfo popular aborta. Nunca Macri podrá mejorar en nada la vida de los ciudadanos, porque el Pro es un rejunte supremacista, que no puede decirlo pero que observa a la sociedad argentina, a todos los sectores que ellos mismos no ocupan, como un conglomerado molesto de seres inferiores que insisten en vivir como si tuvieran el derecho de hacerlo. Con viejos que tienen ahora la mala costumbre de vivir mucho. Con niños que no paran de nacer y a los que hay que vacunar y darles algo de comer en las escuelas, aunque hayan cerrado miles de ellas y hayan despreciado a los docentes y a los científicos y a los artistas. Con discapacitados que quieren cobrar pensiones y portadores de VIH que quieren recibir sus cócteles.
Ellos nos miran como si fuéramos un circo lleno de fenómenos. El fénomeno humano que el supremacista argentino más rechaza, la síntesis de su revulsión tanto ideológica como estomacal es un estereotipo llamado “negro de mierda”. Se equivocaron las clases medias que comparten esa revulsión –que no es espontánea ni azarosa, sino el fruto de una lenta construcción política y cultural iniciada en el siglo pasado -, cuando creyeron que el supremacista podría a los rubiecitos con empleo en blanco y hogar de chalecito a dos aguas en su propio conjunto. Nunca se encimaron los conjuntos de las clases medias y los del supremacista. No estaba previsto. No resultaría lógico desde la perspectiva del supremacista. Ellos, sea los que portan apellidos o enormes fortunas amasadas en el borde o del otro lado de la ley, son un ínfimo club de campeones de no se sabe qué, que creen que pueden usar a un Estado nacional para su exclusivo beneficio.
Lograron victorias electorales gracias a que nadie en los grandes medios refutó nunca sus mentiras. Lograron que a muchos trabajadores con ansias locas de ascender socialmente se les nublara la razón y creyeran que Macri venía a traerles alegría. Trajo dolor. Dolor a destajo. Lo único que el supremacista tiene y da de buena gana a los seres de los estamentos inferiores es dolor. Disfruta provocando ese daño, porque proyecta en el dolor que causa su propia estatura. Como Bolsonaro o Trump. Se siente más fuerte y seguro cuando tiene las riendas cortas. La oscuridad en la que pone al pueblo redirige las luces al palacio.
Esa es la verdadera lógica de Macri y la de su discurso de superioridad, tan absurda en alguien tan poco dotado. Lo único que tiene es dinero. Macri es el que vimos por el tajo de su máscara. Ese que querría fulminarnos y tener a su disposición un país de zombies que se dejen de organizar política, sindical o socialmente. La tarea cultural profunda del macrismo apuntó a eso. A introyectar la idea de que vinimos al mundo a sufrir.

Pero no encontró un país cómodo para desarrollar su proyecto. Hay países alrededor de la Argentina en los que esa tarea fue sangrienta pero cumplida. Aquí los supremacistas se chocan de cabeza contra distintas tradiciones pero sobre todo con la que amparó y dio derechos a los “negros de mierda” que la elite tanto detesta. Es gracias al peronismo que en lo profundo de la argentinidad late ese impulso de supervivencia. Nuestro pueblo sabe mirar a los ojos al patrón o al supremacista, y reclama y no se cansa de reclamar generación tras generación una vida dichosa.