lunes, 12 de agosto de 2019

Críticas, memes y pocas caricias significativas La reacción en las redes sociales al discurso de Macri

En las Twitter rápidamente se multiplicaron los rechazos, como así también las burlas, al insólito discurso del presidente Mauricio Macri durante la conferencia de prensa en la que culpó a la oposición y a quienes votaron al Frente de Todos por la corrida cambiaria contra el peso.

Opinión Estar preparados

Imagen: Bernardino Avila
Al día siguiente de cualquier elección, sin la premura de escribir mientras los datos van conociéndose, siempre ocurre que puede opinarse con mayor precisión.
No es el caso.
Sí en lo estricto de los números, que sencillamente confirman una paliza tremenda apenas se recorre con detenimiento cada provincia, cada distrito grande o chico, cada ¿sorpresa?
Pero el gobierno inerte adelantó anoche, en boca del propio Macri, que la responsabilidad por lo que suceda se traslada al Frente de Todos y a su masa de votantes. Actitud asquerosa, digna de un farsante, que antes de eso supone una irresponsabilidad institucional estremecedora.
Como en la noche del comicio, debe volver a recurrirse a la fórmula del “al momento de escribirse estas líneas…”, porque ya pasó el lapso considerable sin que nadie del oficialismo, absolutamente nadie, se digne a mostrar una cara, un gesto, un indicio.
Una cosa es estar anímicamente nocaut, y otra bien diferente es, encima, demostrarlo.
Hasta los periodistas más fanáticos de la esfera oficial, que anoche descubrieron en modo repentino la catástrofe económica determinante del resultado, exigen a voz en cuello que alguien aparezca. Sobre todo, alguien con una imagen que al menos se parezca lejanamente a la de un Presidente de la Nación.
El país económico está paralizado. El dólar vuela, las acciones de grandes empresas sufren una caída descomunal, la tasa fue llevada al 74 por ciento, no hay precios en buena parte de la cadena. Y las versiones son de todo tipo, incluyendo la posibilidad de que el Gobierno se disponga a un acto suicida: dejar correr al dólar y provocar una hecatombe, que pudiera servirle para crear pánico y, a pura extorsión, torcer lo irreversible de octubre.
¿Demencia temprana? Sí, pero nada que no pueda esperarse de una pandilla que ayer desnudó sus patas cortas como selección de cuadros eficaces.
El Frente ganador no debe caer en la trampa de compartir responsabilidades por las decisiones que tome una gestión ya “terminada”, aunque le quepa la obligación de gobernar hasta diciembre.
Pero se debería exigir que no siga habiendo quema de reservas, mínimamente. Claro que, hasta donde uno entiende, el Gobierno no echará mano al recurso de controlar la compra de dólares, ni a medida alguna que signifique olor a “cepo”.
La situación es dramática y quien firma deja para los especialistas de la economía cuál salida “técnica” puede imaginarse, pero se ratifica que puede estarse ante un vacío de poder que acelere tiempos.
No es tremendismo.
Podría ser la consecuencia lógica de estar frente a un Gobierno que ya fue.

12 de agosto de 2019 · Actualizado hace 1 hora PASO 2019 La ruptura y la transición

Imagen: Bernardino Avila
El hecho electoral del último domingo es irreversible. La presunción de que desde aquí a octubre pudiera producirse una súbita reconciliación social con el gobierno de Macri luce un poco problemática. Eso no quiere decir que no habrá campañas electorales, las habrá. Pero puede pensarse que no serán el centro de la atención política; es absolutamente más importante la fórmula de gobernabilidad política que se pondrá en marcha desde aquí hasta el 10 de diciembre. Una fórmula de gobernabilidad política significa evitar que el barco quede a la deriva, bajo el timón de un presidente que a sus conocidas debilidades de carácter le agregue una grave y creciente indignación de gran parte del pueblo con sus políticas.
El acontecimiento del último domingo no debería medirse exclusivamente en términos de porcentajes electorales. La noticia, claro, es la contundencia de las cifras. Pero el significado político de un acontecimiento no se mide en cifras, tiene una calidad específica. En este caso el acontecimiento fue sorpresivo, nadie públicamente había anunciado la posibilidad de su aparición. Las cifras mágicas de nuestra civilización -las encuestas- auguraban una situación de paridad, matizada por algunas que ampliaban más o menos levemente las ventajas numéricas del Frente de todos respecto del oficialismo. Nadie se animó a insinuar la posibilidad de lo que realmente fue. Es decir que lo que ocurrió no puede ser livianamente considerado un error de muestreo de las empresas del ramo. Lo que emergió es un nuevo mapa social y político que nadie previó, por lo menos públicamente. El nombre de lo que emergió podría llamarse la ruptura de un pacto. Un pacto que se estableció en 2015 y sobrevivió un tiempo del gobierno de Macri estalló definitivamente el domingo. Y lo hizo con una armonía nacional asombrosa: ninguna región, ninguna provincia dejó de sacudirse. El oficialismo ganó solamente en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Córdoba, en ambos casos por distancias marcadamente inferiores a las registradas hace cuatro años. Por supuesto que habrá diferencias específicas de orden regional y municipal que puede una mirada más profunda pueda revelar, pero lo que aquí se intenta subrayar es el carácter nacional del acontecimiento, de la ruptura del pacto. Un pacto que decía que cualquier cosa podía aceptarse con tal de que no vuelva “lo anterior”. Era el pacto con lo que los encuestadores llaman los “independientes”. Es decir de las personas que no se enrolan en ningún “extremo”, según la jerga mediática que también perdió el domingo. Esas personas son las que generalmente inclinan la balanza electoral.
Sin embargo lo que en realidad se desplaza es el conjunto del humor social, hasta tal punto que termina de mover en una u otra dirección a los independientes (o indiferentes). No es un proceso molecular, es un movimiento colectivo. Lo que se vivió fue la expresión electoral de un movimiento que hizo la sociedad argentina como conjunto. Y que consiste en la decisión de no admitir más la extorsión que obligaba a mantener el apoyo o la resignación al gobierno “si no queremos ser Venezuela”. Se rompió el mito fundante del macrismo, la identificación de Cristina y sus seguidores con el mal absoluto, que abarca desde el terrorismo mundial hasta la cantidad de gente que vive sin trabajar en este país. El proceso de gobierno de Macri fue carcomiendo el atractivo de ese mito. La elección puso en acto su crisis.
El gobierno fue, hay que insistir, un factor muy importante de esta ruptura, dados los retrocesos generales provocados por su política. El otro factor central fue el proceso que desencadenó la decisión de Cristina el 18 de mayo último, la de promover la candidatura de Alberto y “aceptar” el lugar de vicepresidenta. Fue el momento decisivo del último tramo de nuestra vida política. No porque haya inventado el proceso de unidad de la oposición, que se insinuaba y se desarrollaba desde antes, sino por destrabar el mecanismo que lo condicionaba, que era justamente la base del mito macrista. Hablamos del peso que en la estructura justicialista tenía el veto a la figura de la ex presidenta, sostenido en términos parecidos a los de la retórica de Marcos Peña. Claro que ese veto se había ido debilitando en un proceso de mutuo acercamiento con importantes cuadros políticos y sindicales. Un proceso, dicho sea de paso, que es inseparable de la adhesión popular que conservó y amplió Cristina. Lo cierto es que la unidad de la oposición fue lo que galvanizó la ruptura del mito macrista que venía madurando en el país.
Ahora, además de registrar el hecho hay que pensar en sus consecuencias. La principal consecuencia es que el “simulacro”, la “encuesta nacional” que eran las PASO para sus detractores, no ha sido una lucha preliminar sino que ha creado una realidad política totalmente nueva. No fueron nada más que el antecedente para nuevos movimientos tácticos partidarios sino el comienzo de una compleja transición política. Al gobierno, profundamente debilitado como está, le quedan cuatro meses de gestión. Y las horas que estamos viviendo nos dicen qué tipo de cuatro meses serán. La política argentina tiene que enfrentar el problema de la gobernabilidad durante el próximo período. Y acá la palabra gobernabilidad no es usada en sus significados clásicos (la “estabilidad de los mercados”, la “seguridad jurídica” de los inversores y eufemismos parecidos, concebidos para nombrar el derecho de propiedad de los inversionistas financieros). Se usa la palabra como la capacidad de mantener un orden político básico y de asegurar condiciones básicas de vida a sus ciudadanos. Este gobierno se caracterizó por la irresponsabilidad por las consecuencias de sus actos, como no sea visto de modo excluyente desde la perspectiva de los minúsculos sectores más poderosos de la sociedad argentina. Y a este gobierno le corresponde pilotear una etapa muy difícil para el país.
La situación es de enorme complejidad. El gobierno actual es enteramente responsable de esta situación. Fue su política y no la herencia de los gobiernos anteriores lo que nos llevó a este lugar. No puede pedirse a la oposición que se haga cargo de la situación. Pero tampoco puede la política quedarse pasivamente mirando el deterioro progresivo de la nación y el daño tremendo que se le inflige a su pueblo a la espera de diciembre. En Argentina empezó una transición y tenemos que ser conscientes de eso. 

El rol de los medios La cobertura de las PASO: el deseo antes que la información

El resultado de las PASO de ayer vuelve necesario repensar no solo la eficacia metodológica de las encuestas, tema largamente instalado y nunca superado. También puso en evidencia que es hora de analizar en profundidad el rol de los medios. Aún cuando nadie puede negar su poder, resulta evidente que la influencia mediática parece estar más concentrada en la instalación de la agenda pública que en determinar el voto ciudadano. Al menos en tiempos en los que los grandes medios lejos están de reflejar la realidad. 
La cobertura televisiva de la elección sirve para constatar que también es hora de revisar ciertas prácticas periodísticas que la tan estimulada “grieta” instaló como habituales, en donde el deseo personal se confunde en el análisis políticos. El esfuerzo que, durante las horas sin datos oficiales, hicieron numerosos analistas para intentar convencer a los televidentes de que la derrota del oficialismo era de no más de 5 puntos y era “revertible” en octubre chocó cuando, a las 22.30, los primeros resultados del escrutinio reflejaron que la diferencia entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio era de 17 puntos. La realidad de las urnas ya no podía omitirse.
Como nunca antes, el domingo quedó expuesto cómo los medios ni las redes sociales ni la campaña digital “ganan elecciones”. El blindaje mediático, tampoco. Al menos cuando los procesos políticos cuentan con un pasado. Por más esfuerzo que se haga, por más recursos que se destinen a la campaña digital y a los medios tradicionales, el sentido que producen los relatos puede tapar la realidad un tiempo, pero para nada la puede reemplazar eternamente. La cobertura del acto eleccionario desnudó cómo, incluso, el relato construido hasta el segundo antes de que se conocieran los contundentes datos oficiales estaba fundamentado casi únicamente en intereses personales y/o fuentes oficiales. La realidad no se construye, se refleja.
El cierre de los comicios marcó un respetuoso apego a la veda electoral de casi todos los canales. La única emisora de TV abierta que publicó abiertamente ganadores fue la de El Trece, en dúplex con TN, que esquivando la ley publicaron a las 18 los “primeros datos extraoficiales”, bajo los zócalos “Ventaja de Alberto sobre Macri", "En provincia, diferencia de Kicillof sobre Vidal" y “En Capital, diferencia de Rodríguez Larreta sobre Lammens". El resto de los canales se limitaron a dar cuenta del cierre de la jornada electoral. En la TV Pública, el “periodismo a ciegas” generó análisis incomprobables ni bien cerraron los comicios. "Mucha gente todavía están votando, aquellos remolones, sobre todo los mas jóvenes que fueron más tarde, porque ese es el dato que hay: que los más jóvenes fueron a votar a ultima hora", afirmó sin datos una de las conductoras de la programación especial.
En la TV por cable, la prudencia también primó en las distintas pantallas, con excepción de Crónica TV, que a pura placa roja afirmó segundos después de las 18 “Ventaja de Alberto Fernández”, “Arrasó Larreta” y “Ventaja de Kicillof”. El desapego a la veda electoral de TN y Crónica, sin embargo, no se tradujo en rating: el canal más visto ayer durante toda la cobertura fue la de C5N, que con una renovada y tecnológica estética llegó a tener picos de audiencia de más de 11 puntos, posicionándose en casi toda la tarde-noche como la señal más vista en la TV abierta y el cable. Sin violar la veda, Gustavo Sylvestre apenas atinó a afirmar que el cierre de la votación se vivía “con gran clima de euforia en el bunker del Frente de Todos, tanto a nivel nacional como en la provincia de Buenos Aires. Por el momento, las únicas sonrisas de Juntos por el Cambio son de la Ciudad".
El “periodismo a ciegas” -un ejercicio cada vez más extendido, más allá del obligado apagón estadístico y que el gobierno extendió hasta las 22.30- alcanzó ayer su pico de imprudencia. En TN/ElTrece, sin dato oficial alguno, los analistas políticos insistieron desde el primer minuto con la idea de que la derrota del oficialismo era “remontable”, ubicando la distancia entre los 3 y 5 puntos. “El gobierno dice que la diferencia no es mayor al 3 por ciento”, sugirió un serio -desde lo gestual- Joaquín Morales Solá, tras agregar que sobre el final de la jornada el oficialismo había recortado la distancia que le había sacado el Frente de Todos. A continuación, Marcelo Bonellitambién reforzó esa hipótesis haciendo fidedigno el off que provenía de “la Casa Rosada” y difundiendo una boca de urna oficial que le daba a “Alberto Fernández 41,97% y a Macri 36,97%”. El agregado de centésimas a esos números buscaron darle una legitimidad que se desvaneció a medida que se contaban los votos.
El contraste entre los datos oficiales y los análisis fue notable. No sólo por la falta de datos, sino también por el esfuerzo visible que muchos analistas hicieron cuando la derrota oficial iba tomando fuerza. La realidad transformó a la elección general de octubre en el nuevo “segundo semestre” para muchos. Bajo el zócalo “El oficialismo es optimista pensando en las PASO 2015”, en TN/El Trece Eduardo Van Der Kooy arriesgaba que “en octubre vamos a tener una definición mucho mas apretada que lo que indiquen los números de hoy". En América TV, Paulo Viloutaaclaraba con obviedad y deseo que las PASO eran “el partido amistoso, el real se juega en octubre”, mientras Luis Majul iba un poco más allá: “estas fueron las PASO y falta para octubre, seamos responsables de la batalla comunicacional porque mañana abren los mercados”.
La carga y difusión de los datos oficiales, marcando la amplia diferencia del Frente de Todos con Juntos por el Cambio, tanto a nivel nacional como provincial, cambió el tono de la cobertura. Las cuatro horas y media de análisis basados en un escenario hipotético y alejado de la realidad de las urnas expusieron a los ojos de todos los argentinos el desbarranco de un ejercicio periodístico que deberá replantearse si quiere tener credibilidad y evitar quedar en ridículo. Ni las elecciones, tal vez el acto democrático más contundente, menos interpretativo y más inmediatamente resultadista, libró a parte del periodismo televisivo del corset de sus propias creencias.

El gobierno de Macri, con el aval del FMI, es el único culpable de la debacle ¿Quiénes son responsables de la corrida cambiaria?

El régimen de valorizaciones financiera de estos casi cuatro años de economía macrista explotó. No lo hizo por el triunfo electoral de la oposición. Los nombres de los principales funcionarios del área económica responsables de la crisis.
Mauricio Macril, el principal responsable político de la debacle económica.
Mauricio Macril, el principal responsable político de la debacle económica. 
El descontrol de la paridad cambiaria y el derrumbe de acciones y bonos tienen un único responsable. No son los operadores financieros que se ocupan de lo que saben hacer, que es especular con el dólar y activos bursátiles. Tampoco son culpables la mayoría de las encuestadoras que se dedicaron a hacer lo de siempre: vender expectativas positivas al oficialismo, que maneja un billetera más abultada para comprar sondeos electorales y así intentar manipular la opinión pública. Ninguna responsabilidad puede atribuirse al caos cambiario a la fuerza política que arrasó con el macrismo. Quien tiene que hacerse cargo de la catástrofe de otra megadevaluación es el gobierno de Cambiemos.
La desregulación total del mercado cambiario, la apertura irrestricta para el ingreso y egreso de capitales financieros, el endeudamiento desaforado y la inmensa bicicleta con las Lebac, primero, y con las Leliq, después, son los elementos de un combo devastador. Las bases de la economía macrista son las que provocaron esta debacle.
El responsable político es la alianza macrismo-radicalismo que ha arrojado a la sociedad argentina a otra crisis de proporciones, entre las peores que se han registrado. Pero hay economistas que han estado en puestos claves que fueron los ideólogos y ejecutores de una política que terminó en este descalabro. Como tienen la fortuna de la impunidad que les brinda el establishment, resulta oportuno recordar quienes deberán ser recordados como culpables de este nuevo drama socioeconómico: Alfonso Prat Gay, Federico Sturzenegger, Lucas Llach, Luis Caputo, Nicolás Dujovne, Guido Sandleris, Gustavo Cañonero.
A lo largo de estos cuatro años ellos fueron los funcionarios del Palacio de Hacienda y del Banco Central que han alimentado una obscena orgía financiera. Hasta festejaron la emisión de un bono de deuda a 100 años. Después, aparece una inmensa legión de economistas de la city que buscaron darle legitimidad a un plan económico que resultó un fiasco.
Como ha sucedido en crisis pasadas, en la de 1989 que derivó en hiperinflación, y en la de 2001 cuyo desenlace fue el default y megadevaluación, el Fondo Monetario Internacional ha cumplido el papel de avalar un programa financiero y cambiario pésimo para la estabilidad macroeconómica. Con el gobierno de Macri fue más audaz que en esas dos experiencias traumáticas. Entregó el crédito más abultado de su historia a un país cuando la economía macrista ya había naufragado, en marzo del año pasado, en el momento que Wall Street le cerró el grifo de dólares.
El FMI, o sea Estados Unidos, entregó millones de dólares a una economía que ya no tenía suficientes divisas sólo por una decisión geopolítica de sostener a un gobierno de derecha para frenar el regreso al poder de una fuerza populista. Fracasaron en ese intento. El resultado de las urnas de este domingo fue un golpe certero a esa ambición.
Los inmensos costos de este nuevo experimento neoliberal, hegemonizado por un régimen de valorización financiera, se han empezado a padecer desde hace varios meses. Pero, lamentablemente, de acuerdo a otras crisis traumáticas, recién a partir de ahora se empezará a observar el peor rostro del desastre económico cuya exclusiva responsabilidad es del gobierno de Mauricio Macri.