El resultado de las PASO de ayer vuelve necesario repensar no solo la eficacia metodológica de las encuestas, tema largamente instalado y nunca superado. También puso en evidencia que es hora de analizar en profundidad el rol de los medios. Aún cuando nadie puede negar su poder, resulta evidente que la influencia mediática parece estar más concentrada en la instalación de la agenda pública que en determinar el voto ciudadano. Al menos en tiempos en los que los grandes medios lejos están de reflejar la realidad.
La cobertura televisiva de la elección sirve para constatar que también es hora de revisar ciertas prácticas periodísticas que la tan estimulada “grieta” instaló como habituales, en donde el deseo personal se confunde en el análisis políticos. El esfuerzo que, durante las horas sin datos oficiales, hicieron numerosos analistas para intentar convencer a los televidentes de que la derrota del oficialismo era de no más de 5 puntos y era “revertible” en octubre chocó cuando, a las 22.30, los primeros resultados del escrutinio reflejaron que la diferencia entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio era de 17 puntos. La realidad de las urnas ya no podía omitirse.
Como nunca antes, el domingo quedó expuesto cómo los medios ni las redes sociales ni la campaña digital “ganan elecciones”. El blindaje mediático, tampoco. Al menos cuando los procesos políticos cuentan con un pasado. Por más esfuerzo que se haga, por más recursos que se destinen a la campaña digital y a los medios tradicionales, el sentido que producen los relatos puede tapar la realidad un tiempo, pero para nada la puede reemplazar eternamente. La cobertura del acto eleccionario desnudó cómo, incluso, el relato construido hasta el segundo antes de que se conocieran los contundentes datos oficiales estaba fundamentado casi únicamente en intereses personales y/o fuentes oficiales. La realidad no se construye, se refleja.
El cierre de los comicios marcó un respetuoso apego a la veda electoral de casi todos los canales. La única emisora de TV abierta que publicó abiertamente ganadores fue la de El Trece, en dúplex con TN, que esquivando la ley publicaron a las 18 los “primeros datos extraoficiales”, bajo los zócalos “Ventaja de Alberto sobre Macri", "En provincia, diferencia de Kicillof sobre Vidal" y “En Capital, diferencia de Rodríguez Larreta sobre Lammens". El resto de los canales se limitaron a dar cuenta del cierre de la jornada electoral. En la TV Pública, el “periodismo a ciegas” generó análisis incomprobables ni bien cerraron los comicios. "Mucha gente todavía están votando, aquellos remolones, sobre todo los mas jóvenes que fueron más tarde, porque ese es el dato que hay: que los más jóvenes fueron a votar a ultima hora", afirmó sin datos una de las conductoras de la programación especial.
En la TV por cable, la prudencia también primó en las distintas pantallas, con excepción de Crónica TV, que a pura placa roja afirmó segundos después de las 18 “Ventaja de Alberto Fernández”, “Arrasó Larreta” y “Ventaja de Kicillof”. El desapego a la veda electoral de TN y Crónica, sin embargo, no se tradujo en rating: el canal más visto ayer durante toda la cobertura fue la de C5N, que con una renovada y tecnológica estética llegó a tener picos de audiencia de más de 11 puntos, posicionándose en casi toda la tarde-noche como la señal más vista en la TV abierta y el cable. Sin violar la veda, Gustavo Sylvestre apenas atinó a afirmar que el cierre de la votación se vivía “con gran clima de euforia en el bunker del Frente de Todos, tanto a nivel nacional como en la provincia de Buenos Aires. Por el momento, las únicas sonrisas de Juntos por el Cambio son de la Ciudad".
El “periodismo a ciegas” -un ejercicio cada vez más extendido, más allá del obligado apagón estadístico y que el gobierno extendió hasta las 22.30- alcanzó ayer su pico de imprudencia. En TN/ElTrece, sin dato oficial alguno, los analistas políticos insistieron desde el primer minuto con la idea de que la derrota del oficialismo era “remontable”, ubicando la distancia entre los 3 y 5 puntos. “El gobierno dice que la diferencia no es mayor al 3 por ciento”, sugirió un serio -desde lo gestual- Joaquín Morales Solá, tras agregar que sobre el final de la jornada el oficialismo había recortado la distancia que le había sacado el Frente de Todos. A continuación, Marcelo Bonellitambién reforzó esa hipótesis haciendo fidedigno el off que provenía de “la Casa Rosada” y difundiendo una boca de urna oficial que le daba a “Alberto Fernández 41,97% y a Macri 36,97%”. El agregado de centésimas a esos números buscaron darle una legitimidad que se desvaneció a medida que se contaban los votos.
El contraste entre los datos oficiales y los análisis fue notable. No sólo por la falta de datos, sino también por el esfuerzo visible que muchos analistas hicieron cuando la derrota oficial iba tomando fuerza. La realidad transformó a la elección general de octubre en el nuevo “segundo semestre” para muchos. Bajo el zócalo “El oficialismo es optimista pensando en las PASO 2015”, en TN/El Trece Eduardo Van Der Kooy arriesgaba que “en octubre vamos a tener una definición mucho mas apretada que lo que indiquen los números de hoy". En América TV, Paulo Viloutaaclaraba con obviedad y deseo que las PASO eran “el partido amistoso, el real se juega en octubre”, mientras Luis Majul iba un poco más allá: “estas fueron las PASO y falta para octubre, seamos responsables de la batalla comunicacional porque mañana abren los mercados”.
La carga y difusión de los datos oficiales, marcando la amplia diferencia del Frente de Todos con Juntos por el Cambio, tanto a nivel nacional como provincial, cambió el tono de la cobertura. Las cuatro horas y media de análisis basados en un escenario hipotético y alejado de la realidad de las urnas expusieron a los ojos de todos los argentinos el desbarranco de un ejercicio periodístico que deberá replantearse si quiere tener credibilidad y evitar quedar en ridículo. Ni las elecciones, tal vez el acto democrático más contundente, menos interpretativo y más inmediatamente resultadista, libró a parte del periodismo televisivo del corset de sus propias creencias.