Comenzada formalmente la campaña electoral y sin perder de vista algunos componentes estéticos y de contenido, a los que se alude dentro de unas líneas, vale preguntarse si hay mucho más para decir, ver, escuchar, registrar. O si acaso se trata de que la unificación opositora le acierte a unas pocas y precisas propuestas.
De adelanto: son (casi) solamente interrogantes porque, según antecedentes de sobra, la efectividad del proselitismo se mide con el resultado puesto y, antes, mediante cómo calza en un clima social predeterminado.
Hasta ahora, y como le cabe a toda fuerza oficialista, el macrismo se expresa con sus decisiones, que son inequívocas. Tuvo contramarchas políticas, pero nunca ideológicas. La más ostensible fue designar a Miguel Ángel Pichetto como compañero de fórmula, y en el terreno operativo no le fue muy bien que digamos salvo por la cortina de humo de haberle caído fantástico a la invisible confianza externa.
Fuera de eso, Casa Rosada armó sus listas a gusto y piacere, el senador quedó pintado y, al margen de si fue él quien engendró la movida de proscribir a José Luis Espert para evitar fugas por derecha, lo evidenciado a hoy es un boomerang: lo victimizaron, le hicieron una publicidad extraordinaria y todo para nada, porque el humorista quedó firme como candidato con sus votos que, en primera instancia, se restarían de ex Cambiemos.
Apuntes como esos podrán ser considerables si se atiende a chicanas e intrigas de palacio, y lo serán mucho más si las primarias acaban en una diferencia grande o indescontable a favor de Fernández y Fernández. Lo cual ocurriría con el diario de un lunes que todavía debe construirse.
Mientras tanto, el Gobierno avanza a un paso vaya a saberse si convincente en cuanto a sus chances electorales. Pero es una marcha que no ofrece dudas, ninguna, acerca de su estable decisión.
Los cambiemitas ganarán o perderán con las botas puestas, e incluso se dan el lujo de advertir que trasladaron todas sus bombas para después de diciembre.
Una deuda externa triplicada en sus intereses desde 2016, no en factura de acreedores privados sino con un organismo financiero internacional. Lo que queda de los tarifazos, cuyas cuotas pasan asimismo a luego de las elecciones. Las reformas laborales y previsionales, que en el primer caso consistía en llamar “flexibilización” a lo ahora denominado “competitividad”. En el segundo, lesionar a los futuros jubilados sin siquiera desmentir que intentarán volver al fraude del sistema de capitalización.
Todo informado. Todo avisado. Incluye al dólar en descenso y en retraso cambiario, con el propio “mercado” recordando que eso explota inevitablemente. Todo –en principio– para después del diciembre en que, Macri dixit, harán las cosas que hacen pero más rápido todavía.
No sólo eso.
Es un hecho de no tantos antecedentes, por su dimensión de falsedad técnica, que el Gobierno haya vendido el buzón de un acuerdo Mercosur–Unión Europea, inexistente en letra chica pero también en la mayor y, con suerte, a implementar en unos cuantos años.
No hay una sola referencia específica al margen de intenciones macropolíticas que, nada menos, deben atravesar la aprobación de un Congreso que, muy probablemente, estará integrado por una mayoría opositora.
Redoblan la apuesta con otra fake absoluta, el convenio de libre comercio con Estados Unidos que en el menemato se titulaba “intercambio recíproco” y que Martín Granovsky resumió en su artículo sobre el desentierro del ALCA (PáginaI12, viernes pasado): es una burla a Washington que, justo a 243 años de la independencia norteamericana, la oferta se produzca justo al rato de haber anunciado la intención de firmar un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea.
“Los historiadores recordarán que cuando Mauricio Macri hizo el anuncio estaba en plena campaña por su reelección, y que un asesor ecuatoriano le recomendaba sacar de la galera un conejo por día para compensar noticias como la caída de la producción automotriz (y la industrial, o los índices de la construcción), o los cinco muertos de frío en condiciones de indigencia”.
Pero estos escándalos de la derecha gobernante, que se esparcen entre pornografía, estupideces, ninguneo mediático y falta de muñeca en visión de largo aliento, están lejos de una parte social decisiva. La de los indiferentes, unánimemente citados como “indecisos”. Son clave para el resultado de elecciones en que se juega un dramático futuro de mediano plazo.
Estimables focus group, realizados desde proveniencias oficialistas y opositoras, por el momento mantenidos en reserva, muestran que los vacilantes no son atendidos como se debe en los mensajes conocidos hasta acá. Ni por el macrismo, que actúa en base al pasado kirchnerista despreciable, ni por la unidad o unión que por fin logró el espacio del peronismo globalmente entendido.
Los unos y los otros están hablándoles con prioridad a sus núcleos duros, con la diferencia de que el Gobierno se asienta en sus hechos horribles pero sin ambigüedades y la oposición permanece genérica. Difusa respecto de propuestas más concretas, mejor enfocadas hacia un público más amplio.
Una de las consultoras, Argumentaria, que trabajó sobre este tema en el conurbano bonaerense, advierte que la apelación a un pasado que era mejor, y a un presente desastroso, no causa efecto en una ciudadanía necesitada de argumentos más específicos. El factor “épica”, por sí solo, no suma.
Es desde ahí donde, pareciera, la oposición necesita valor agregado, tanto en las declaraciones de sus candidatos como en la campaña propiamente dicha.
Acerca de lo segundo, las piezas publicitarias –de todas las fuerzas– revelan, primero, las mismas deficiencias de continente que se saben hace rato. Con guiones predecibles y cansadores, mal locutadas, hechas a las disparadas, cabe inquirir si a esta altura los comandos de campaña están en verdad interesados en esa artillería que recorre radio y tevé hasta agotar a cualquiera.
Ocurre que el oficialismo no tiene más nada que demostrar, ni en sus spots ni en su acción de gobierno, y el Frente de Todos sí.
Cristina cubre la sección emocional, lo hace sin imperfecciones, trabaja desde el lugar al que se bajó subiéndose de otra manera y consolida la pasión de los votos asegurados.
Conseguir al resto, para el intento de liquidar el pleito en primarias o primera vuelta, requiere de mejores precisiones.
Alberto Fernández ya dejó claro lo que no se propone y se asienta como figura con juego propio. Sus reuniones ampliadas de los últimos días, con gobernadores e intendentes del conurbano, no hubieran sido posibles con CFK en papel protagónico. Aquello de que ella divide y Alberto suma, o que con Cristina no alcanza y sin ella no se puede.
Lo que no, ya está. Fue la agenda que el aparato del macrismo impuso en los momentos iniciales de lanzada su candidatura, y contestarle era inevitable.
No a la venganza, ni a que el gobierno de la unidad cometerá la chiquilinada de anunciar el no pago de la deuda con el Fondo, ni a que será Cristina quien le armará el gabinete, ni a cualquier ruta en esas direcciones.
Para lo que sí, sin tampoco caer en la inocencia suicida de anunciar cada medida a disponer, sería imprescindible que la oposición trazara ciertos ejes mucho más definidos que los vistos al presente.
El centro global es claro y pasa por palabras o disparadores como recuperación, reconquista, volver al trabajo y al mercado interno, acabar con la timba financiera, edificar sobre los escombros que deja Macri. Y formular esa “poesía” válida con creatividad propagandística, desde ya.
Pero aquella parte sustantiva de “la gente” demanda unas formulaciones más concretas, del tipo de cómo será un plan de emergencia para asistir a los pobres e indigentes que la brutalidad gobernante multiplicó, a cuáles ganancias se afectará para sacar los fondos que la reparación compele, de qué modo que no sean oraciones fáciles volverá el crédito productivo.
En otras palabras, se supone que hay dos pecados en que una oposición auténtica no debería incurrir.
Uno es cometer sincericidios.
El otro, no señalar a cuales minorías se afectará.
La plata para la reconstrucción de algún lado hay que sacarla y tarde o temprano deberá decirse de dónde, so pena de mostrar un programa aguachento o melancólico. Cuidado, porque el macrismo no duda.