La designación de Miguel Angel Pichetto como candidato a vicepresidente es una medida defensiva que intenta contener la hemorragia política que estaba desangrando al gobierno del presidente Maurizio Macrì. No garantiza el éxito electoral, pero posterga el shock hipovolémico.
Desde la corrida cambiaria de 2018, Macrì apostó la suerte de su gobierno a una sola carta: la contención del riesgo país y de la cotización del dólar. Contó para ello con el apoyo del Fondo Monetario Internacional, que borró con el codo sus propias reglamentaciones para permitir que los caudalosos fondos entregados a la Argentina siguieran financiando la fuga de capitales (sin banda de no intervención ni límite diario) y del Tesoro de los Estados Unidos, que condescendió con esa infracción a las normas del FMI. Si alguien le pide cuentas a la dirección del Fondo, Trump tuiteará: “Who the fuck is Bagarde?”
Pese a todo ello, el riesgo país seguía por encima de los mil puntos y la cotización del dólar amagaba con una nueva disparada. Recién la nominación de Micky Vainilla (luego del rechazo de Ernesto Sanz, Martín Lousteau y Juan Urtubey) pareció conseguir el objetivo. Pero, ¿cuánto durará? El viernes la cotización volvía a empinarse, en vísperas de un domingo electoral de paliza para el gobierno.
El antecedente inmediato a esta candidatura de cuarta selección fue la gira de Pichetto por Estados Unidos junto con el presidente del Colegio de Abogados de la City de Buenos Aires e integrante del directorio del diario La Nación, Máximo Fonrouge, organizada por el presidente del HSBC, Gabriel Martino.
El banquero también intentó un acercamiento con Alberto Fernández, gestionado por Sergio Berensztein, socio del padre del detenido espía Marcelo D’Alessio. Martino dijo que quería poner al candidato en contacto con fondos de inversión. Fernández le respondió que pidieran audiencia y los recibiría. Es decir, sin la intermediación de Martino. Berensztein se asoció en la consultora D’Alessio Irol luego de alejarse de Poliarquía.
En los diversos encuentros que mantuvo durante ese viaje con inversores, Pichetto aseguró que no habría un nuevo default e hizo un rimbombante elogio del capitalismo estadounidense difícil de conseguir hoy en Estados Unidos.
Por supuesto, lo mismo dice el gobierno, como también lo juraba en 2001 Fernando De la Rúa, así como una ley del Congreso aseguró la intangibilidad de los depósitos bancarios, cien días antes de que fueran encercados en el Corralito. Loable expresión de deseos.
El peronismo, la palabra mágica
La diferencia con aquellos precedentes es una palabra. Pichetto era hasta el momento del salto en alto jefe del bloque de senadores del peronismo. Hacer pie en ese territorio irredento es el oscuro objeto de deseo de las distintas facciones de la burguesía argenta y los partidos que las representan. Desde diciembre de 2015, Pichetto comandó la fracción opoficialista que facilitó las principales medidas antipopulares del gobierno. Ahora lo integra sin más disimulo. Pero no está claro que así resulte más útil que entonces. A la distancia, algunos operadores financieros pueden pensar que el acuerdo con Pichetto ablandará las posiciones del peronismo. Pero no tardarán mucho en advertir que una golondrina no hace verano.
De inmediato comenzó a circular un fragmento de la entrevista que Pino Solanas y Octavio Getino le realizaron a Perón hace casi medio siglo. Dice que tenía un perro que se llamaba León. Él lo llamaba por su nombre, “León, León”, y el perro venía. Pero no era un León, sino un perro. Del mismo modo, algunos se llaman peronistas pero no lo son, concluye.
Más allá del ingenio impar de Perón, Pichetto no logró atraer a un solo dirigente peronista tras de sí. Su presentación fue algo patética. A Sergio Uñac, Gustavo Bordet y Sergio Massa les pidió disculpas por la noticia que iba a darles, lo que no es un buen comienzo.
A todos los gobernadores les pidió que fueran prescindentes en la elección presidencial e hizo trascender que había tenido éxito con los de Santiago del Estero y Río Negro. Pero no es cierto. Gerardo Zamora aspira a obtener las tres senadurías por Santiago del Estero, por lo que además de la lista oficial, que irá pegada a la del Frente Todos/Todas/Todes, auspiciará una boleta corta, con lo que se asegurará el total de la representación de su provincia. Alberto Weretilneck (una derivación del inglés antiguo que significa estamos hasta el cuello) no puede pegar su lista provincial a la de Alberto Fernández y Cristina, porque ese lugar ya lo ocupa el partido justicialista de Río Negro. Pero luego de la oficialización de las candidaturas, recibirá en Bariloche a Fernández, con quien visitará la sede del INVAP y allí ambos anunciarán el mutuo apoyo.
Otro que competirá con boleta corta es el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti. Pero esto no es a favor de Macrì. En 2015, el actual Presidente obtuvo en Córdoba el 70% de los votos, gracias a la ausencia de fiscalización por parte del kirchnerismo, que confió en la promesa de Schiaretti: de eso se encargaría su esposa, Alejandra Vigo. Ahora el senador Carlos Caserio y la legisladora provincial Natalia de la Sota emiten señales de simpatía hacia los Fernández, que obtendrían allí entre 10 y 15 puntos más que Scioli hace cuatro años. Si todo lo demás permaneciera igual, Macrì no sería reelecto.
El domingo 16 habrá elecciones de gobernador en Santa Fe, San Luis, Formosa y Tierra del Fuego. En ninguna de ellas el oficialismo tiene la menor chance y, como ya es costumbre, la principal ambición es que sus candidatos salgan segundos. Un segundo objetivo es que los vencedores estén lo más lejos posible del kirchnerismo. En Tierra del Fuego las dos listas competitivas son kirchneristas. Este no será un buen domingo para Macrì y Micky Vainilla.
Suma cero, o aún menos
Nadie piensa ni dentro ni fuera del gobierno que la presencia de Pichetto en la fórmula vaya a agregar votos a Macrì. Sólo atenúa la caída. Pero tal vez ni siquiera pueda considerarse un juego de suma cero, porque el malestar que ha producido en parte de la base electoral de Cambiemos, tanto de PRO como de la UCR y de la Coalición Cívica Libertadora, puede traducirse en una pérdida de votantes en distintas direcciones: la fórmula Lavagna-Urtubey, la candidatura libertaria de José Luis Espert, el nacionalismo católico del ex carapintada Juan José Gómez Centurión.
Ni siquiera todos sus colaboradores más próximos permanecen junto a Pichetto. Uno que se alejó al anunciarse la candidatura fue el ex ministro de Economía Miguel Peirano. En cambio, sigue firme con él Guillermo Michel, ex titular de la Aduana durante la gestión de Ricardo Echegaray. Su nombre se mencionó esta semana en el juicio que enfrenta Echegaray junto con Cristóbal López y Fabián de Souza. ¿Qué dirá Elisa Carrió, que lo denunció con entusiasmo?
En su libro El siglo de Perón, el sociólogo francés Alain Rouquie ofrece una serie de reflexiones sobre el peronismo y el antiperonismo, como fuerzas complementarias. El movimiento clave de la política argentina no es el peronismo sino el antiperonismo, que lo precedió, cree.
Lo que sucede es que nadie antes de Macrì tuvo la habilidad para organizarlo en una fuerza política compacta y con capacidad electoral. En 2015 cerró un ciclo de 99 años en el que la alta burguesía debió recurrir a la colonización de partidos populares o a los militares, siempre adoctrinados por la jerarquía eclesiástica católica, para imponer sus intereses, ya que la contienda democrática le fue adversa, primero con Yrigoyen y más tarde con Perón.
La mejor elección histórica del peronismo se produjo en 1973, cuando Juan Perón ganó su tercer mandato con el 62% de los votos. Es decir que aún en su mejor momento —que coincide con el peor del antiperonismo—, el 38% de las voluntades se le resistía. El mismo porcentaje obtuvo el candidato radical César Angeloz contra Menem en 1989. Ese es el piso sobre el que Macrì apoya su ilusión.
Pero Pichetto puede perforarlo hacia abajo, como los clavos Miguelito que el gremialismo peronista utilizó durante los años de la resistencia para asegurar la paralización del transporte en las huelgas generales.
A propósito, Fernández y Cristina visitaron en la Asociación Bancaria a los sindicalistas que vienen resistiendo a pie firme la ofensiva del gobierno contra sus empleos y sus ingresos. Entre ellos estaban el camionero Hugo Moyano, el bancario Sergio Palazzo y el secretario general de la CTA, Hugo Yasky. El conciso comunicado que acompañó la foto de rigor postula como objetivo la defensa del trabajo, mientras el macrismo señala entre las ventajas del acercamiento de Pichetto la posibilidad de aprobar las reformas laboral y previsional que exige el FMI. Pichetto nunca se pronunció en contra, sólo alegaba que no prosperarían sin la adhesión de la CGT, que no tuvo entonces ni tendría el año próximo en la dudosa hipótesis de la reelección.
Nadie mejor que Jaime Durán Barba para explicar que a veces las sumas de dirigentes equivalen a restas de votos. No lo dirá ahora con la misma claridad que en sus libros, porque la unción de Pichetto es un contraste para él. Durán Barba como sumo sacerdote electoral, y Marcos Peña Braun como su paje de compañía, impusieron hasta ahora su fobia por los partidos tradicionales porque, como se jacta el asesor ecuatoriano, desde que acompaña a Macrì, el hombre de negocios turbios con el Estado no perdió ni una elección. Pichetto está allí, como deseaban Emilio Monzó, el nieto de Rogelio Frigerio y el sobrino de Vicente Massot, porque todas las investigaciones de sociología electoral indicaban que esta vez el hijo de Franco Macrì perdería el invicto.
Tan solitario fue el arribo de Pichetto que para exhibirlo con otros peronistas hubo que reunir a todos los que ya formaban parte del catálogo oficial. Cabían todos en torno de una mesa.
Pichetto empezó su campaña como émulo sureño de Bolsonaro. Dijo que Axel Kicillof era comunista y que el peronismo nunca fue de izquierda, como Martín Sabbatella y Horacio Verbitsky, “tipos que han entrado por la ventana y se han apoderado del peronismo”. Kicillof nunca fue comunista. En la entrevista que le realizó Carlos Pagni para el libro ¿Y ahora, qué? cuenta su trayectoria política, que comenzó en el alfonsinismo al terminar la dictadura y fue virando hacia el peronismo. En cuanto a mí, nací dentro del peronismo, porque eso ocurría con casi todos los chicos de la provincia de Buenos Aires en la década de 1940, y me fui de forma voluntaria en 1973, luego de Ezeiza. Lo dije públicamente y expliqué la razón: no quiero que me maten por la espalda. Tampoco disputo cargos ni posiciones en el Estado.
La exclusión del alcalde de Tigre Julio Zamora por imposición de Sergio Massa, quien desea negociar en forma personal la sumisión de su ex colaborador, me ratifica en la sabiduría de esa decisión.
También me pregunto si Máximo Kirchner sabía quién era el extafador, ex carapintada, ex jefe de campaña de Patti y ex macrista Santiago Cúneo, cuando aceptó que le tomaran esta foto tremenda. Ya en abril Axel Kicillof le había concedido una entrevista, que no tuvo trascendencia porque una imagen vale más que mil palabras. Sería bueno que supieran que al lado de Cúneo, Pichetto y Bolsonaro son socialdemócratas. Alberto Fernández fue terminante: «Con los nazis, los antisemitas, con cualquier ideología que discrimine a una personaestoy absolutamente enfrentado. No creo que Máximo esté avalando una cosa así. Conozco su forma de pensar y él tiene una vocación democrática».
Señor juez
Pichetto renunció a la presidencia del bloque pero anunció que permanecerá en el Consejo de la Magistratura, cosa que no corresponde porque ha perdido una de las calidades por las que fue elegido. Sigue siendo senador, pero ya no integra el bloque mayoritario. En tono desafiante invitó a quienes lo impugnan a dirimirlo en la Justicia. ¿Por qué lo hizo, si sólo le quedan unos meses de mandato?
La explicación debe buscarse en su inmediata presentación ante el Consejo, como primera actividad luego del anuncio de su metamorfosis: como presidente de la Comisión de Acusación y Disciplina del Consejo de la Magistratura, pidió que en la sesión del próximo martes sea citado el juez de la Cámara Federal de Casación Penal, Alejandro Slokar. Se trata de una denuncia presentada por Elisa Carrió hace tres años y que ya tenía un dictamen desestimatorio por parte del consejero Pablo Tonelli, vicepresidente de la Comisión y diputado de PRO.
Carrió acusaba a Slokar de haber activado un planteo de falta de acción del entonces secretario de Obras Públicas, José Francisco López, sobre la investigación de su patrimonio desde 2003, justo el día en que fue detenido con los bolsos repletos de dólares en el convento, luego de cajonearlo por tres años. Pero la instrucción demostró que la presidente de la sala, Ángela Ledesma, había citado a esa audiencia con un mes de antelación, cuando nada permitía sospechar el raid nocturno de López hasta la casa de las monjas.
Carrió también afirmaba que Slokar intentó obstruir la investigación hasta que prescribiera. Pero Slokar nunca intervino en la causa principal, que siguió su avance, ni solicitó el expediente. El súbito interés de Pichetto se debe a la preocupación oficial por el avance de la causa del juez Alejo Ramos Padilla por asociación ilícita, que incluye a Marcelo Sebastián D’Alessio, al fiscal Carlos Stornelli, al periodista Daniel Santoro y a los agentes de inteligencia Ricardo Bogoliuk y Aníbal Degastaldi, donde las salpicaduras llegan hasta Macrì, quien le prometió a Stornelli limpiar a Ramos Padilla, según le contó la compañera sentimental del fiscal a su exposo, para disuadirlo de declarar ante Ramos Padilla, cosa que no logró.
También avanza otra causa que inquieta al gobierno, porque demuele dos ficciones fundacionales del macrismo: la integridad de sus funcionarios y el respeto por las instituciones, y compromete a algunos de los colaboradores más íntimos del propio presidente. El expediente está ahora en manos de un fiscal que el gobierno no cuenta como propia tropa. Tal vez sólo en el Consejo de la Magistratura Miguelito no sea un clavo.