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Hay una coincidencia generalizada desde todos los flancos del análisis político. Si Macri vuelve a ganar, es obvio que el motivo sobresaliente jamás podría ser la situación económica.
Hay una coincidencia generalizada desde todos los flancos del análisis político. Si Macri vuelve a ganar, es obvio que el motivo sobresaliente jamás podría ser la situación económica.
El desastre que esta banda produjo para las grandes mayorías ya no tiene reversión posible, incluso si de ahora a agosto u octubre lograra estabilizar variables de la denominada “macroeconomía”. Es decir, esos números muy grandes de las cuentas internas y externas que, por lo común, solo sirven para que los adalides de la exclusión social intenten generar esperanzas en una población desconcientizada y capaz de haber creído que un gobierno de ricos no robaría. Pero las cifras y el padecimiento son los que son.
Un Macri reelecto tampoco lo sería por imagen de honestidad. Excepto por su núcleo duro de votantes gorilísimos –que sigue siendo el mismo de toda nuestra historia desde mediados del siglo pasado, que se define por su invicto odio visceral al peronismo, que nunca tuvo ni tendrá la decencia institucional como uno de sus valores– nadie seriamente podría argüir que este régimen tiene las manos limpias, ni menos sucias que en el período kirchnerista, ni que vino a combatir la corrupción. Solo el muro protector de sus agentes mediáticos obtura que el macrismo vive de escándalo en escándalo, y ni siquiera así pueden disimularse por completo. La plata en los paraísos fiscales, el perdón de la deuda al grupo familiar por el Correo, los negociados inmobiliarios con tierras fiscales, la casi totalidad de sus funcionarios involucrados en maniobras sospechosas. Podrá decirse que a “la gente” o a “los argentinos” no les importaría, si hubieran manejado lo económico con un sentido mínimamente más distributivo. Pero ni eso. En otras palabras, con licencia de conversación de café: afanan, no tiran un hueso más que a los propios junto con algunos de momentos precisos en zonas explosivas del conurbano bonaerense y, sobre todo, no paran de joder a la clase media que fue y es el síntoma de humor que los llevó al poder explícito.
¿Cómo podrían volver a ganar, entonces? ¿Sólo porque la oposición electoralmente expresada no estaría siendo apta para unificarse?
Quizás haya más de una opción para tratar de establecer, o arrimar, qué diablos terminará ocurriendo en este año de elecciones presidenciales. Lo cual, a su vez, tiene tres problemáticas confluyentes. La primera, la que salta a la vista, es con qué figura individual se le gana a Macri. La segunda es con qué discurso (sea cual fuere la figura). Y la tercera, trascendental, es de qué manera esa figura y ese discurso serán compatibles con los rigores del 2020. Porque será el año que viene cuando todo podrá saltar por los aires, acabada la asistencia del FMI y acumulados los vencimientos de deuda externa. Salvo que una nueva corrida cambiaria se llevara puesto a Macri antes de las elecciones, sin que –hoy– pueda visualizarse cuál sería la fórmula Duhalde/Alfonsín de 2001 para conducir una “transición” rumbo a no se sabe qué.
Pero, seguro, hay de base dos opciones.
Una es que con alrededor de sesenta por ciento de rechazo a su gestión, según cualquier encuesta que quiera tomarse, Macri no remonta más y su suerte está echada. Bajo este criterio, que todavía tenga chances de ganar es un artilugio de la patria mediática, las consultoras afines y la confianza en que Cristina presa o cada vez más cercada acabe por consolidar la impronta de no volver al pasado. Pero solo sería cuestión de tiempo y de padecimiento recesivo, hambreador, humillante, que Macri vaya a perder irreversiblemente. De hecho, las operaciones del propio establishment al pretender instalar nombres como el de Lavagna, o la margarita de los desdoblamientos de voto provinciales que incluyeron a Vidal para “salvarla” del jefe decadente, serían expresión de un gobierno nacional que ya no puede resistir su caída de popularidad. En síntesis, que perderá contra lo que surja.
Una segunda opción, en cambio, es que a Macri le queda cuerda porque las definiciones estarán surcadas nunca por lo que pase sino por lo que parezca o por lo que le quiera parecer a una porción eventualmente decisiva del electorado.
El politólogo Nicolás Tereschuck (PáginaI12, domingo 27 de enero) se refiere a esa segunda variante y toma el concepto aristotélico de hace dos mil trescientos años, ahora duranbarbesco, en el sentido de que son las pasiones aquello por lo que los hombres cambian y difieren para juzgar. “Convencer no es igual a develar y persuadir no es lo mismo que enseñar (...) Los hechos ya no hablan por sí solos (...) No serán solo los datos, los pésimos datos de la economía durante el gobierno del PRO, los que permitan estar más cerca de derrotarlo en las urnas”. Tereschuck subraya que “el exceso de verdad” por parte de la oposición choca con la forma en que el macrismo se pretende (y se ejecuta) inmune a los datos.
Como advierte el docente, estos tipos se presentan cual rivales de un grupo que manipuló y destruyó a la Argentina en los últimos setenta años, que están cambiándoles la vida a cientos de miles de personas rompiendo privilegios, que se trata de modificar la lógica de “yo te doy”, que los problemas son cosa de que el gobierno no toma atajos, que los resultados son parte de los procesos y que los procesos llevan tiempo. ¿Qué pasaría, pregunta Tereschuck, si la oposición pasara a disputar en ese terreno? ¿Acaso Menem, con una inflación de cuatro dígitos, no desbordó lo económico con la promesa de “salariazo” y “revolución productiva”? ¿Y acaso, ya siendo el riojano presidente, con la mayor baja inflación de la historia y en pleno crecimiento de “la macro” (bien que con un país ficticio de peso uno a uno con el dólar remate a regalo de la joya de la abuela y desocupación galopante) no volvió a ganar con la promesa de ingresar al primer mundo (y el voto de los endeudados en cuotas por la heladera y la licuadora)?
Para concluir con la cita del profesor de la UBA, vale la pena intentarlo porque las elecciones parecen definirse cada vez más por lo que se experimenta en el estómago y no precisamente como hambre. “Más bien como en el amor, como en ciertos momentos de la vida, se trata de lograr que algunos de nuestros conciudadanos sientan –iba a escribir erróneamente ‘piensan’– que ‘me parece que sí, que me la juego por vos’”.
En traducción personal, a tono con lo que viene hablándose en todos los circuitos políticos y periodísticos del mundo “progre”, no es que esté mal insistir con el señalamiento de las catástrofes y miserias del macrismo. Al contrario.
Lo único que faltaría es que deje de elevarse la voz acerca de que para los medios oficialistas estamos poco menos que en Suiza, de ser por el veranito financiero de dólar estable. De que solamente interesa apoyar el intento de golpe de Estado en Venezuela, intervención yanqui mediante. Ignorar los cortes de luz mientras se ratifica otro tarifazo estratosférico. Priorizar y mentir andanzas judiciales en torno de un motochorro colombiano, mientras un juez sicario sigue apretando a empresarios que deben arrepentirse a favor de encarcelar a Cristina. Relegar que desde la propia colectividad corporativa judía indican la locura de usar el memo con Irán como ariete de la grieta, en un nuevo paso para corroborar el invento del asesinato de Nisman. Obviar que la pérdida de empleo desde 2015 ya se nutre de a centenares de miles, y que la inflación de este año puede preverse en más del treinta por ciento.
No ceder en esas denuncias y tomar conciencia de que con eso no alcanzaría, para que se vaya Macri, forman parte de un mismo entramado.
Sacarse esta pesadilla de encima –prioridad, desde ya– debe contemplar cómo se sincera lo que vendrá. Cómo se traza una nueva utopía, módica pero articuladora.
El macrismo avanzó planteando un futuro que nunca llega ni podría llegar porque es genéricamente una manga de despiadados. Pero hasta aquí acertó construyendo imaginarios sobre eso. Sobre un futuro.
El error del progresismo, peronismo, o el ismo que se quiera, consistiría en suponer que basta recordar lo bien que estábamos cuando estábamos mal.
La pasión, que es lo que falta, no se trabaja de esa manera.
Si Macri volviese a ganar sería bajo el negocio de que son todos iguales.