sábado, 10 de febrero de 2018

AZUCAR AMARGA

AZUCAREROS: CARAVANA EN EL NORTE DEL PAÍS.
Dirigentes sindicales de ingenios azucareros de Salta y Jujuy, integrantes de la Federación Azucarera Regional (FAR), anunciaron una caravana para el 19 de febrero contra los despidos en el sector.
Dirigentes sindicales de ingenios azucareros de Salta y Jujuy, integrantes de la Federación Azucarera Regional (FAR), anunciaron una caravana para el 19 de…
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La caricatura ofensiva que estigmatiza a los 'dreamers' y obligó a un periódico de EEUU a pedir disculpas

Una caricatura que demoniza a los dreamers desató protestas delante del edificio del periódico de Nuevo México que la publicó, cancelación de suscripciones, disculpas, y hasta debate en una sesión del congreso estatal.
El dibujo del artista Sean Delonas en el Albuquerque Journal representa a una pareja blanca de aspecto aterrorizado que es asaltada a punta de pistola por miembros de la pandilla criminal MS-13. Otro hombre lleva bombas y un cuchillo ensangrentado.


“Bueno, cariño”, dice el hombre blanco víctima del robo. “Creo que prefieren ser llamados ‘soñadores’… o futuros demócratas”.
El miércoles, el editor del Albuquerque Journal emitió una disculpa, diciendo que si bien la misión de la página editorial es provocar el debate, “esta caricatura solo exacerbó las emociones”.
El jueves, tras continuas críticas, la editora Karen Moses publicó una disculpa ampliada.
“No pretendo saber qué estaba tratando de transmitir el dibujante Sean Delonas en la caricatura que se publicó en el Albuquerque Journal del miércoles”, escribió Moses. “Pero en un nivel nos pareció estar hurgando en la retórica del presidente Trump al retratar a una temblorosa pareja republicana que representaba a los ‘dreamers’ con una pincelada amplia y totalmente falsa”.
“En cambio, muchos vieron una caricatura extremadamente objetable y pensaron que esa era la posición del diario”, agregó Moses. “No lo es.”
A pesar de la disculpa, docenas de personas protestaron frente a las oficinas del Albuquerque Journal el jueves por la noche, informó el propio diario. Una manifestante, Margarita Maestas, incluso entró a la sala de prensa para cancelar su suscripción de 17 años, según el Journal.  

Roberto E. Rosales, periodista gráfico de la revista, tuiteó:

 
“Como fotoperiodista de El Salvador que, por cierto, condena a MS-13 y trabaja en @ABQJournal, ¿Cómo crees que me hace sentir esta caricatura? ¡Patético!”
Los legisladores del estado dedicaron media hora a criticar la caricatura en el piso del Senado de Nuevo México.
“Me ofenden los republicanos, y me ofenden como conservador, cuando tratan de describir a los demócratas como matones y terroristas”, dijo el representante republicano John Sánchez.
Los miembros de la delegación del Congreso de Nuevo México también emitieron una declaración condenando la caricatura.
“Juega con el estereotipo más falso y negativo de ‘dreamers’, que solo puede servir para apelar a los extremistas”, indica declaración. “En lugar de resaltar un terreno intermedio que podría ser fértil para un acuerdo, esta caricatura empuja a las dos partes más hacia sus respectivas esquinas”, señalaron en referencia a las negociaciones en marcha sobre el destino de unas 700.000 personas protegidas por el programa DACA, a quienes se les conoce como ‘dreamers’.
A Delonas, de 56 años, cuyas caricaturas son distribuidas por todo el mundo, le divierte el debate y dejó en claro que no tiene simpatías por los ‘dreamers’.
“No estoy diciendo que no puedan entrar; tienen que ingresar legalmente, y deben ser investigados”, dijo Delonas, quien reside en Pensilvania. “Creo que puedes llamarlos ‘dreamers’, pero estoy de acuerdo con Trump en que los estadounidenses también tienen sueños”.

viernes, 9 de febrero de 2018

LLEGARON

Bullrich confirmó que se creará una "task force" con EE.UU. en Posadas

El testimonio de la periodista Marta Dillon en el juicio a Etchecolatz y otros represores “Hace 41 años que esperamos justicia”

Ante el Tribunal Oral Federal 6 de la Ciudad de Buenos Aires, Dillon habló sobre el secuestro, el cautiverio y el asesinato de su mamá, Marta Taboada, en febrero de 1977. “Etchecolatz tiene que volver a la cárcel”, reclamó.
“Aun en la clandestinidad, teníamos un enorme poder y alegría de estar juntos”, contó Dillon.
“Aun en la clandestinidad, teníamos un enorme poder y alegría de estar juntos”, contó Dillon. 
Imagen: Ximena Talento
La periodista y militante feminista Marta Dillon esperó durante años el momento que finalmente llegó ayer. Muchos años durante los que atesoró recuerdos, sufrió “muros de silencio”, se reencontró con gente y reconstruyó la noche en la que secuestraron a su mamá Marta Taboada, sus días de encierro en el centro clandestino de detención conocido como Proto Banco y su fusilamiento en una esquina de Ciudadela. Lo esperó más años de los que tardó el Equipo Argentino de Antropología Forense en encontrar parte de los restos de su mamá. Pero finalmente llegó. “Hace muchísimos años que espero este momento y hace 41 años que esperamos justicia, así que me voy a tomar mi tiempo”, le aclaró al Tribunal Oral Federal 6 de la Ciudad de Buenos Aires, que juzga al genocida Miguel Etchecolatz y a otros ocho ex policías y miembros del Ejército por los crímenes cometidos en Proto Banco –conocido también como Puente 12, Cuatrerismo-Brigada Güemes– y la Comisaría de Monte Grande durante la última dictadura. Por el beneficio de la detención domiciliaria que goza Etchecolatz también se quejó Dillon ante el tribunal. “No tenemos la culpa de que hayan pasado 30, 35, 40 años hasta que se empiece a condenar a estas personas”, les enrostró por fin a los jueces, luego de que la interrumpieran en dos oportunidades. “No somos responsables de que la Justicia haya llegado tan tarde ni creo que deba ser considerada diferente la responsabilidad del genocida que planificó el exterminio de miles de personas solo porque es un anciano. Etchecolatz tiene que volver a la cárcel”, insistió.
“Anoto a mi favor que soy sobreviviente”, dijo en un momento Dillon. “Y que las consecuencias que me generaron dolor también hacen que hoy esté rodeada de compañeras con las que inventamos herramientas de justicia que posibilitaron entre otras cosas estos juicios.” 

Del otro lado del vidrio que separa el sector de acusados y querellantes del público, en el subsuelo de Comodoro Py, amigas de la periodista con las que comparte ser “hija de desaparecidos”, referentes del Sindicato de Prensa de Buenos Aires y compañeras de militancia feminista que forraron las paredes del SUM de Comodoro Py con la bandera de Ni Una Menos y levantaron carteles con la foto de su madre y la leyenda “hija de una desobediencia”, la escucharon, lloraron con ella, la aplaudieron.
Desde la lucha contra el patriarcado de la que es referente, Dillon reclamó a la Justicia que escuche e investigue a los delitos sexuales como delitos de lesa humanidad. Y también enmarcó en esa batalla el reclamo para que Etchecolatz regrese a la cárcel de Ezeiza.  
“Cuando se acusaba a las Madres de Plaza de Mayo de no haber cuidado lo suficiente a sus hijos, lo que se estaba diciendo es que las mujeres tenían que ser delegadas del control del terrorismo de Estado. Cuando a nuestras madres se las acusaba de haber elegido la militancia por encima del cuidado de sus hijos, se intentaba reponer a las mujeres en el lugar de sumisión”, denunció. “Mujeres como mi madre y sus compañeras lo que estaban haciendo era una reelaboración de los vínculos, una apuesta a la colectivización de la crianza, a entender que ser mujer no es un único destino y que ser madre no implica retirarse de la vida pública.”
Es que los genocidas no solo “eliminaron a una generación”, sino que también “impidieron continuar con las experimentaciones de otras formas de hacer familias y de hacer casas”. Es que en el relato que aportó ayer en relación con la militancia, la vida cotidiana y la crianza que su mamá llevó a cabo con ella y sus hermanos hasta que la secuestró una patota el 28 de octubre de 1976, Dillon mostró a una mujer con mayor espesor que el de mera militante orgánica –abogada, maestra, artista– y, a la vez, reveló que el efecto que su desaparición tuvo en ella y su familia tiene varias capas.

El secuestro 

La primera pregunta que le hizo la Fiscalía a Dillon, sentada por primera vez frente a un grupo de jueces que están analizando responsabilidades de genocidas por el secuestro, las torturas y la muerte de su madre, indagó sobre su familia en aquellos años. La respuesta de la periodista esbozó un primer trazo del perfil que acabaría dibujando de Marta Taboada: “Mi familia nuclear éramos mi mamá y mis hermanos –tres varones más chicos–. La ampliada estaba integrada por compañeros y compañeras de militancia de mi mamá, con quienes convivíamos”, dijo. Ese colectivo se componía por Gladys Porcel y sus dos hijos, Tupac y Fidel; Juan Carlos Arroyo y sus hijas Eva y Sofía. Mencionó que “alguna vez, cuando era un bebito”, cuidó a Mario de la Rosa, quien declaró ayer por la mañana en el mismo juicio; a Susana Herrera, una adolescente que los ayudaba con los trabajos domésticos. Ante los jueces, Dillon aclaró que ella era testigo de lo ocurrido con su mamá “pero también de los lazos de amor que había establecido” con esa gente.
Vivió con ellos, entre ellos. Primero en una casa de Flores que, cuando cayó uno de los compañeros de militancia, debieron abandonar. Se fueron a una en Moreno, “la casa de la calle Joly”, donde conocieron a Susana Herrera. De allí se la llevaron a Marta, una noche que había salido con Juan Carlos Arroyo. “De esa noche lo único que me acuerdo era que estaba celosa porque había salido con un hombre y que no le dí un beso”, se lamentó Dillon, que se despertó esa noche con un integrante de la patota revolviendo su habitación. A ella y a sus hermanos los consoló Susi. La patota rompió toda la casa y secuestró a Marta, a Gladys, embarazada de seis meses, y a Juan Carlos. La hija mayor de Taboada tenía 10 años. Al rato, su tía materna y su padre fueron a buscarlos: “Al vernos, mi papá se apoyó en la pared y se puso a llorar”. 
En la superficie, Taboada era abogada, docente y militante del Frente Revolucionario 17 de Octubre. Su hija amplió la descripción. “Después del divorcio –del padre de ella y de sus tres hermanos– tuvo que hacer mucho para sobrevivir, pintaba telas. Había hecho un jardín de infantes en la casa de Flores, en plena persecución y aislamiento levantó a una persona herida en la autopista”, relató y reflexionó: “Aún en la clandestinidad, teníamos un enorme poder y alegría de estar juntos, de saber que esa militancia que llevaban nuestros mayores, que era una charla cotidiana en nuestra casa, no era locura sino una lucha por ensanchar las fronteras del mundo de lo posible para nosotros, sus hijos, y para el resto”.
La vida de Dillon y sus hermanos con su padre continuó entre “muros de silencio” que no les permitían poner sobre la mesa lo ocurrido con su mamá, que obligaban a mantenerlo en su interior. “Durante años le preguntaba a mi papá cuando íbamos a poder ver a mamá y él siempre me decía ‘en 15 días, dame 15 días’. Esos 15 días se convirtieron en un montón de años, no volví a ver más que su cráneo y unos pocos huesos”.

El cautiverio, la muerte

Cuando llegó el Juicio a las Juntas, estaban instalados en Mendoza. La periodista leía el diario de juicio, donde de repente se encontró con su nombre: “Marta Taboada”. La búsqueda, con altos y bajos porque “es muy difícil sostener una búsqueda permanente durante 40 años”, continuó en los 90, en Hijos. 
Supo por las palabras de compañeras de cautiverio, como Cristina Comandé, que su mamá estuvo secuestrada en Proto Banco junto con Gladys Porcel. Supo que ese lugar “era pequeño, que había una estufa de querosene en donde quemaban los piojos que se sacaban de la ropa”. Que su mamá y las otras prisioneras clandestinas se intercambiaban la ropa entre ellas “para simular que podían hacerlo, para reorganizar la vida cotidiana ahí adentro”. Que la polenta que recibían de comida la dejaban secar para después cortarla en porciones y hacer de cuenta que era una torta. “Son anécdotas de resistencia, acciones para, en un lugar de muerte, seguir reproduciendo la vida.” 
Entre las estrategias de búsqueda de Marta Dillon, una fue la información aportada al Equipo Argentino de Antropología Forense que, en 2010, identificó los restos de la militante del FR17: su calavera, un fémur y sus peronés, hallados en una fosa común del cementerio de San Martín, en donde había sido inhumada como NN. Su hija se sumergió en la búsqueda nuevamente. Supo que Taboada fue fusilada junto a una veintena de prisioneros clandestinos en los alrededores de la Comisaría de Ciudadela, una matanza que se dio consecutivamente los días 30 de enero, 1, 2 y 3 de febrero de 1977. Taboada cayó de un tiro en la nuca en la esquina de Costa y Díaz Vélez, a las 3 de la mañana del 2 de febrero.
Ayer, cuando la fiscal le consultó sobre las consecuencias que el secuestro y el asesinato de su mamá tuvieron en ella, a Dillon le costó “dimensionarlas”. “Lo que sí puedo dimensionar en este momento es lo que me provoca este Gobierno, que no es la dictadura, pero que le rinde honor a sus maestros, a los que ejecutaron el terrorismo de Estado”, vinculó. “Cuando se dice que la policía puede fusilar por la espalda, lo que se revive en mí es el fusilamiento de mi madre”, comparó. 
Vecinos de la zona le aseguraron a Dillon haber visto aquel fusilamiento. Trabajadores de la Morgue del Hospital Ramón Carrillo le contaron que los registros ya no existen, pero que a ellos la Justicia nunca se acercó para tomarles testimonio. Allí, en esa morgue con capacidad para nueve cuerpos, fueron alojados durante varios días los de los 25 militantes fusilados en la masacre de Ciudadela. Tampoco fueron llamados a contar lo que saben los trabajadores del cementerio de San Martín, que registraron con cuidado las tumbas en donde fueron depositados los cuerpos de los jóvenes sin identificar, tarea que ayudó al equipo de antropólogos. Dillon ayer exigió a la Justicia una investigación sobre esos hechos “que provenga del Estado”. 

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08 de febrero de 2018 Psicología, neurociencias y mercado La cifra imposible

En el psicoanálisis, la investigación de la causalidad psíquica no puede ser cuantificable. Pero ahora la psicología que habla la lengua de los neurotransmisores se sumó al carnaval de las cifras: en una sociedad regida por el capital, sus operadores solo aceptan números para evaluar su rentabilidad.
“Fue una cura brillante pero perdimos el paciente”.
E. Hemingway

A Otto Fenichel no le gustaban las sorpresas, por lo que cuando Freud descubrió la pulsión de muerte optó por dejar a Freud.
La travesura de Fenichel, más que un pataleo dirigido a Freud, complacía a los marxistas cientificistas en el intento de compatibilizar el psicoanálisis (cuya teoría Fenichel rechazaba) con la ciencia del tratamiento de los perros, razón por la cual cambió al padre del psicoanálisis por el reflexólogo Pavlov.
En una luminosa ocurrencia, se propuso medir el cambio terapéutico bajo las poco cuantificables categorías de “curado, bastante mejorado, mejorado, no curado”. Para evaluar la caprichosa escala presentó porcentajes de mejoría concluyendo que el psicoanálisis que él aplicaba sin aceptar ni entender, tenía porcentajes poco alentadores. “Espere lo que desee”, decía Lacan, y Fenichel concluyó en lo que decía no buscar.
Una vez más, al psicoanálisis le toca dar la mala noticia: contra todos los optimismos positivistas, los humanos resisten el deseo de saber por qué el cambio que ello implica alejaría a los sujetos de lo que los guía, la compulsión de repetición, vehículo de la pulsión de muerte. Se acusa al psicoanálisis de haber inventado un Golem tergiversador que en realidad Freud descubrió detrás de las etiquetas vienesas.
De ahí en adelante, y por generaciones, se acusa al psicoanálisis de haber develado que hay algo mucho peor que los monstruos.
Freud constató que la cultura fracasará siempre en su intento de domar a esas fieras.
Fenichel, instalado en los Estados Unidos, negó la constatación y no respondió la pregunta de por qué los seres humanos repiten las experiencias de dolor en lugar de abandonarlas como hacen los animales. Cuando creyó haber reformado el psicoanálisis, en realidad lo había abandonado.
Los intentos de demostrar que los humanos pueden aprender de los roedores cómo abandonar la pulsión de repetición a través de la reeducación, depositan en los sujetos la propia impericia.
La psicología experimental carga desde sus orígenes con los condicionamientos para sentarse a la mesa de sus primos ricos, los médicos.
Los experimentadores que han dicho explicar la conducta humana a partir de la del animal, como Skinner y Pavlov, han tenido éxito para explicar la psicología de estos últimos, pero no su  correspondencia con las humanas.
Mimetizados hasta en los guardapolvos, dicen replicar el modo experimental  de las ciencias llamadas duras para demostrar con cifras lo que no existe. 
La cruzada de la cuantificación dice: “No importa que no exista, mídalo igual”.
Al psicoanálisis se le recrimina no aportar cifras que apoyen la existencia de lo que formula, es decir no cumplir con los criterios de objetividad de  la ciencia.
Freud era un investigador y descubrió el inconsciente gracias a seguir las huellas de la causalidad psíquica. No abandonó el espíritu científico sino que lo revolucionó redefiniendo la noción de causalidad.
El psicoanálisis no discute criterios de objetividad con la ciencia porque su objeto no es el mismo, atiende a su propia causalidad, dado que la  noción de causa, razón y objeto no son monopolio de la ciencia positivista. 
Es un triunfo del psicoanálisis verificar los resultados clínicos de un nuevo saber no encuadrable dentro de la ciencia positiva, opuesto a la magia, y distinto de la religión. A la demanda de que aporte cifras, el psicoanálisis sólo puede ofrecer su interpretación.
La investigación de la causalidad psíquica no puede ser cuantificable porque no se aplica a un objeto universal sino a una subjetividad particular. Esto no constituye una falla epistémica subsanable por otra teoría sino que refleja la estructura misma de su peculiar objeto, abordable con una única herramienta, la palabra y sus intrincados desfiladeros. 
El psicoanálisis no pretende ni requiere el aval de la comunidad científica y, al igual que la ciencia, se garantiza dentro de la consistencia de su propia lógica y del reconocimiento de su comunidad.
Desde sus orígenes, el psicoanálisis se mantuvo al margen de la psicología y se opone a sus preceptos, siempre tomados y adaptados de otras disciplinas.  
La psicología es huérfana de padre y desde sus orígenes se ofreció a ser adoptada por las escuelas que amaestraban perros (reflexología), y la fenomenología de Hüserl que la abandonó por Heidegger. Algunos despechados se refugiaron en cuasi religiones psiquiátricas, como la teoría de la empatía jasperiana y la Gestalt. Luego repitió como un mantra, y sin entender, las leyes de la termodinámica, y se hizo hippie junto a las teorías sociológicas de la escuela de Palo Alto. Hoy coquetea con los neurocientíficos y habla la lengua de los neurotransmisores. La estadística le presta sus lápices de colores, gráficos y tablas. Se ha sumado al carnaval de las cifras. No es ingenua, sabe que en una sociedad regida por la ganancia y el capital sus operadores aceptarán sólo cifras para evaluar sus conveniencias de rentabilidad. La batalla entre los laboratorios y las prácticas del comportamiento y su manipulación se pelean por el mejor presupuesto y la mayor ganancia.
La ciencia no está exenta de las identificaciones forzadas. Hoy se ha transformado en tecnología por la exigencia de la economía de mercado. Las máquinas son más rentables que los científicos. Con técnicos y operadores instruidos alcanza para operar una máquina. En muchos casos, la ciencia se presta a ser utilizada para investigar y presentar sólo resultados que justifiquen la venta de productos farmacéuticos. Se han rendido a los vasallajes del mercado, la ciencia se compra y se vende como un producto mas.
Nadie lee los gráficos que presentan los operadores que defienden la eficacia (ganancia) de determinado método, aportan cifras que nadie lee. Sus “papers” son archivados o publicados sus resúmenes para causar una impresión favorable por la pátina que dan los nombres de “ciencia e investigación” que seduce a un público incauto que cree más en el énfasis de los nombres que en la verdad que dicen revelar.
En 2008, una revista portorriqueña de psicología1 repite lo que los operadores necesitan para convencer los incautos. El objeto es aportar cifras sobre la utilidad de distintos abordajes para combatir la depresión. Afirman que la medición es indispensable para la evaluación del cambio terapéutico y que la utilidad clínica de la misma depende de cuán generalizables sean las investigaciones “según los costos y beneficios de quien los requiere” (sic).
En una experiencia surrealista, para “demostrar” el éxito del método, presentan tablas y gráficos estadísticos. Por último concluyen con ecuaciones matemáticas que lo reflejan. En síntesis, han logrado fotografiar el Big Bang.
En nuestro país hoy las mal llamadas neurociencias aplicadas a lo psíquico también dicen haberlo hecho, y muestran la localización de los afectos en coloraciones cerebrales a partir de imágenes obtenidas por una maquinaria,(resonadores magnéticos), ya poco confiable para la ciencia misma.
Sería un delirio si no fuera porque de lo que se trata es de corregir la experiencia subjetiva del dolor humano a través de una ingeniería social bajo métodos coercitivos. El argumento, por demás infantil, es que como la vida humana se prolongará (gracias a la ciencia), entre otros, los pobres no deben estar fijados al sufrimiento que la pobreza les ocasiona hoy, sino pensar en las expectativas del mañana. La población a la que orientan sus métodos no son las personas sino las masas. Los gobiernos, aliviados. Es más fácil manejar masas que sujetos.

La cifra exacta

A principios de los 90, un laboratorio con sede en Indianápolis sintetizó una nueva droga, la fluoxetina, que salió al mercado con el nombre de Prozac bautizada “droga de la felicidad”, lo que generó una epidemia de diagnósticos de depresión. Encontramos que con los mismos métodos objetivos y cuantificables, los que antes habían sido diagnosticados como “trastornos  de la ansiedad” en realidad eran todos “depresivos”.
La cifra incontrastable es que, en 1995, Eli Lilly ganó 2300 millones de dólares gracias a investigaciones financiadas por ellos para obtener los datos duros de su conveniencia.
En 2002, un eficiente servidor de cifras dirigió una investigación que concluyó que las nuevas TCC (terapias comportamentales) eran más eficaces en el tratamiento de las enfermedades mentales que los fármacos.
El investigador DeRubeis cotizaba alto en el ámbito de las finanzas. En oportunidad de ser entrevistado por una periodista del Wall Street Journal, (mayo 24, 2002), se explayó en cifras alentadoras sobre cuánto cuesta un depresivo al año tratado con uno u otro método, a los efectos de promocionar las terapias comportamentales.
El artículo revela que la cuantificación de las ganancias y los grados de depresión se confunden hasta tal punto que no se sabe si un “deprimido severo” no se define sino como aquél que le cuesta más dinero al estado o las aseguradoras.
Más modestos, los laboratorios locales ganaron 900 millones con la comercialización del metilfedinato (MDF), en Argentina conocido como Ritalina, para medicar el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), enfermedad cuyo inventor antes de morir reconoció que no existía. Los estudios de laboratorio habían demostrado la conveniencia de la aplicación para medicar una enfermedad inexistente cuya incidencia se decía era el 10 por ciento de la población infantil en edad escolar.
Lo que la investigación no llegó a precisar en los prospectos era el riesgo de sus efectos colaterales.
Sobre la bipolaridad que asuela hoy como el cambio climático, las investigaciones aportan cifras. Aseguran que la mitad de la población está mal medicada, ya que hay la mitad de depresivos de los diagnosticados y el doble de bipolares.
La investigación llevada a cabo en los Estados Unidos por la Depressive and Manic-Depressive Illness National Association concluye con cifras  “fidedignas” que sobre una gran poblacio?n de pacientes bipolares, sólo el 48 por ciento habi?a sido diagnosticado como bipolar.
A nadie le importarían estas cifras si no fuera porque aseguran beneficios siderales en la comercialización de estabilizadores del ánimo. Otras investigaciones cuyos resultados estadísticos son tan válidos como los anteriores aseguran lo contrario. La bipolaridad estaría subdiagnosticada.
En este caso, un estudio medido con los mismos métodos válidos y confiables, realizado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Brown de Rhode Island, ha sugerido que hasta un 50 por ciento de los casos diagnosticados de trastorno bipolar podrían ser falsos positivos.
El valor de las cifras se vuelca en este caso a la ganancia en la comercialización de antidepresivos.
Jean Claude Millner pone en forma la cuestión de la evaluación cuantitativa con una breve cita de Rousseau: “La manía de negar lo que es y explicar lo que no es”. 
* Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL).
1. “La medición en el cambio terapéutico” Vol 19, 2008 Revista Puertoriqueña de Psicología.