jueves, 4 de enero de 2018

EL PAÍS 04 de enero de 2018 · Actualizado hace 1 hora Twitter explotó contra las imágenes de Vidal Una foto que resultó tan increíble como los Reyes Magos

A la par de la viralización de la foto de la gobernadora "sorprendida" en una juguetería mientras compraba juguetes para sus hijos en Pinamar, se multiplicaron las publicaciones que ponen en duda la escena y la ridiculizan. "¿Espontaneidad o marketing político?", se preguntaron muchos usuarios en las redes sociales.
Imagen: EAMEO
Después de que se “filtraran” las fotos de la gobernadora María Eugenia Vidal en una juguetería mientras visitaba obras junto al intendente de Pinamar de Cambiemos, Martín Yeza, los internautas expresaron su desconfianza en las redes sociales y usaron su creatividad para ridiculizarla. Es que la imagen de Vidal comprando juguetes, mirando los estantes de un negocio completamente vacío, hizo que los usuarios de las redes sospecharan, por un lado, de la veracidad de la fotografía en la que la gobernadora se mostraba sorprendida, y por otro, dudaran el tan anunciado “boom de ventas” que vivieron las tiendas argentinas durante las fiestas. “¿Espontaneidad o marketing político?”, se preguntaron muchos.
Acompañando sus críticas con algunas imágenes, los usuarios de Twitter recordaron que la gobernadora vive en una base militar por seguridad desde el comienzo de su gestión, con lo cual no entendían cómo había sido posible que los fotógrafos, que habían estado justo en el momento y jugar indicado, no la hayan retratado junto a alguno de sus custodios durante su estadía en la Costa Atlántica. “Comenzó la campaña”, señalaron otros desde la red social, al destacar que otras fotos “casuales” del presidente Mauricio Macri, como así de la gobernadora, realizando actividades "mundanas" resultaron ser una “puesta en escena”.

VERANO12 04 de enero de 2018 El espíritu de Perón Por Virginia Feinmann

Ese año en la escuela se cantaban más marchas. La directora ordenaba formar fila y después decía lo de la patria recuperada, y decía firmes, distancia, descanso, firmes. A la salida se arriaba la bandera con “Vamos, argentinos, vamos a vencer”. Era una bandera nueva, con la franja del medio muy blanca, pero tenía un agujero pequeño en el costado. Cata podía verlo con toda claridad. Cada vez que después de firmes–distancia-descanso-firmes arriaban la bandera, lo único que ella miraba era ese agujero en la tela.
Su hermana Pepi iba a buscarla seguido durante el recreo. No le gustaba jugar con otros chicos. No sabían tocar la guitarra como ella ni conocían temas de Pedro y Pablo. Muchas veces terminaban las dos solas, caminando en círculos por el patio, cantando en voz baja.

Era un día de esos en que Pepi se acercaba. Había querido cantar la Luis Burela y nadie más quiso. A ella le gustaba esa canción. “¿Con qué armas, señor, lucharemos? / Con las que les quitaremos, dicen que gritó.” Siempre repetía el estribillo, mientras saltaba a la soga, mientras saltaba al elástico, si bien su papá, que era quien se lo había enseñado, desde el comienzo del año venía diciéndole que no lo cantara más.
Así estaban cuando llegaron las inglesas. En realidad no eran inglesas. Florencia se llamaba Florencia pero le decían Florence, y a Carolina, Carol. Sus padres habían nacido en algún lado, con nombres de ese estilo. El nombre de la madre, por ejemplo, era Eudora, pero ellas habían explicado que se pronunciaba Iudora. También contaron que tenían un perro que se llamaba Maxwell y que era un preston terrier. Fue lo primero que les informaron a todos al empezar la escuela.
Ahora querían invitarlas a jugar. ¿A nosotras?, se sorprendió Pepi. Cata esperó callada. Bueno, sí, dijeron las inglesas. Well, yes, dijo Florence. Why not? 
Jamás les hablaban en los recreos. Cata y Pepi no tenían idea de qué estaba balbuceando Florence mientras movía las manos y mostraba el cielo y Carol les miraba los zapatos con sus ojos finitos y celestes así que volvieron a preguntar por qué.
–Es un juego que inventó nuestro primo de Adlington, les va a encantar.
–Pero a nosotras por qué.
–Bueno porque... well... Porque nadie más se anima.
Caminaron un poco. Florence tenía piernas largas e iba adelante sin esfuerzo. La punta del lazo de su delantal, siempre más blanco que los demás, subía y bajaba con sus movimientos, las iba guiando por calles en círculo, con árboles cada vez más grandes que empezaron a oscurecer el cielo. Las casas se hicieron anchas y bajas y las plantas trepaban por las paredes. El aire era frío, pesado. 
–¿Cómo es el juego? –dijo Pepi. 
–Well... –Carol miró a Florence–, se cortan unos papeles... 
–Sí –dijo ella y se dio vuelta, las trenzas rubias también giraron y el lazo de su delantal la rodeó como la cola del corcel encantado– Se cortan unos papeles, en cada uno escribís una letra del eibicí, los ponés en círculo, arriba de una mesa… Apoyamos una copa de cristal boca abajo. Cada una pone su dedo arriba de la copa.
Siguió caminando.
–¿Y entonces?
–Y entonces podés hablar con los muertos –completó Carol.
La casa tenía puertas verdes como pizarrones gigantes y dos leones de bronce con anillos en la boca. Pepi quiso tocar uno, pero Cata le detuvo la mano. Florence apretó un timbre que sonó como una campanita. Una señora parecida a la portera de la escuela les abrió la puerta. Las inglesas pasaron sin saludarla. Pepi quiso darle un beso pero por alguna razón no se animó. Entraron.
Iudora, la madre, leía un libro cerca del fuego. Era una chimenea como la de los cuentos, como la de Papá Noel en trineo, con fuego encendido de verdad. Ella estaba envuelta en una manta y la tapa del libro era de terciopelo rojo y letras doradas. Antes de que pudieran acercarse las miró, levantó una ceja y les sonrió con media boca. Volvió al libro.
–¿Le avisaste a tu mamá que veníamos? –preguntó Cata mientras seguían a las inglesas por una escalera de madera lustrada. 
Cada paso hacía un ruido que nunca habían escuchado. Quizás solo el piano de la escuela cuando venían a afinarlo. Le abrían la panza de madera oscura, las cuerdas y los martillos y el paño lenci adentro. Así pisaban ahora.
–Sí, le avisamos.
–¿Y qué dijo?
–Que estaba bien –se rió un poco–. Que seguro iban a querer hablar con Perón.
–Queremos hablar con Perón –dijo Pepi–. Tenemos que hablar con Perón, Cata, papá se va a poner contento…
–Very well then –Florence dispuso las letras sobre una mesita de madera redonda– ¿cuál es el nombre del señor Perón?
–Juan Domingo –dijo Cata y sintió que se paraba más derecha.
–Pongan los dedos –indicó Florence y una vez que lo hicieron cerró los ojos y recitó: si el espíritu del señor Juan Domingo Perón se encuentra presente en la sala, que se manifieste a través de la copa.
–Haced que compadezca... –agregó Carol.
–Sí, haced que compadezca delante de..., no, que comparezca... 
–No, que compadezca…
–¡Queremos hablar con Perón!–dijo Pepi.
La copa se movió.
Pareció que flotaba sobre esa madera casi negra y suave. Sin que la forzaran de ningún modo fue de letra en letra. Primero a la L, después I, después B. Se miraron. Liberación, dijo Cata. Liberación o dependencia. Lo había escuchado varias veces. No way!, dijo Florence.
–¿Entonces qué?
La copa frenó un segundo y retomó hasta la R y después la O. ¿Libro? Y después M, A, D, R, E. Y después volvió al centro y se quedó totalmente quieta.
Libro madre no es nada. Libro madre...
–Cuando entramos tu mamá estaba leyendo un libro –se acordó Cata.
Carol bajó las escaleras corriendo. Volvió y dijo que su madre estaba leyendo The hound of the Baskervilles y que lo había escrito Sir Arthur Conan Doyle y que por lo tanto estaban hablando con él.
–No puede ser. ¡Llamamos a Perón!
–Excuse me pero me parece mucho más interesante –dijo Florence y empezó a hablar en inglés con la copa.
Cata y Pepi no volvieron a poner los dedos, agarraron sus portafolios y se fueron sin saludar. Cuando la señora igual a la portera de la escuela fue a abrirles Pepi la abrazó y lloró. Ella no dijo nada. Solo le acarició la cabeza con una mano callosa, despacio, hasta que se calmó, hasta que se le pasó la rabia y el llanto, y pudieron irse y caminar las treinta cuadras que había entre su casa y ese lugar.
Tomaban una sopa de letras. Pepi juntó con la cuchara, la P, la E, la R. Nadie hablaba. Papá no tocaba la guitarra. Mamá lo miraba y cada tanto le daba la mano, le sacudía un poco el brazo. 
–Hay que avisarle al Negro, Héctor. 
Hay que avisarle al Negro era lo único que decía, en voz muy baja. Solo después, horas más tarde, cuando Cata se despertó en medio de la noche y cruzó el pasillo de baldosas frías para ir al baño, escuchó llorar a mamá.
La directora daba discursos cada vez más largos. Se había triunfado, decía, sobre los enemigos de la nación. Y llevaba los hombros hacia atrás, erguía más el pecho, levantaba más el mentón y taconeaba por los pasillos. Su rodete era cada vez más tirante.
Nosotras tenemos que hacer algo, le dijo Pepi a Cata en el recreo, mientras caminaba alrededor de ella en círculos porque ninguno de sus compañeros, ni ella misma esta vez, habían querido cantar la Luis Burela. 
–Tenemos que hacer algo.
Desde el otro lado del patio Florence las miraba, sentada con su pelo dorado en trenzas, con el lazo del delantal reposando a su lado. Subía y bajaba los ojos del libro de terciopelo rojo con letras doradas. No creían que lo estuviera leyendo. Más bien parecía que lo había llevado para molestarlas.
Esa noche sonó el teléfono y mamá escuchó un rato largo.
–Está bien, yo aviso –dijo–. Héctor no... no sé... no está bien... desde lo de Alicia y el Negro. 
Cata miró a papá que a su vez miraba algo inexistente, como si esperara, como si vigilara, como si quisiera atrapar ruidos con los ojos.
Vamos a jugar de nuevo, les dijeron entonces a las inglesas. El juego del primo de ustedes.
Florence se hacía la distraída, aunque Carol ya estaba diciendo yes, yes, y si quieren pueden tratar de hablar con Perón otra vez.
–Sí, con Perón queremos hablar. ¿Les parece esta tarde?
Volvieron a recorrer las calles en círculo, las casas con plantas en las paredes, el aire frío y pesado, los árboles que oscurecían el cielo, la punta brillante del lazo del delantal de Florence.
Esta vez no se veía a Iudora frente al fuego y nadie leía el libro del señor ese, así que pensaron que todo iba a ser más fácil.
Carol arrimó la mesita oscura de tres patas y Florence apoyó una por una las letras. De un armario lleno de cristales y adornos sacó la copa. Lo cerró con un clic suave y una vuelta de llave. Pasó una franela verde a la copa, la puso boca abajo en el centro de la mesa, posó el índice en la base y, well, pongan los dedos ustedes también.
Perón, te pedimos por favor que vengas y ayudes a papá y mamá, dijo Pepi y las inglesas, dear God, ¡así no es! Pero ella lo repitió, lo repitió unas tres o cuatro veces, frunciendo los labios finitos, haciendo fuerza con los ojos sobre la copa, hasta que empezó a deslizarse y todas sintieron un golpe seco en la panza, como si hubiera arrancado un auto. Se miraron. Y después a las letras.
I, T, S –pausa– C, A, M, I, L, L, A.
–Camilla. Perón está enfermo. Está en una camilla, Cata, por eso estamos así.
–Así cómo –dijo Florence.
–No sé –dijo Pepi–, así.
–Tristes –dijo Cata–. Con miedo –y le sostuvo la mirada.
La copa volvió a moverse.
CAMILLA–FROM–BARLEY–FIELD.
–Camilla... ¡la nena del camión silo! –Florence y Carol se agarraron las manos– Es una nena… –les dijeron–, era una nena... murió en el campo de su padre... era como nosotras...
–Como ustedes cómo.
–Como nosotras, así como somos nosotras, pero fue al campo y habló con los peones. No saben por qué fue y habló con los peones. Y a la noche la encontraron en un camión silo.
–¿Un camión qué?
–Un camión silo... –Carol pensó...
–...Grain storage lorry –dijo Florence y Cata quiso preguntarle a esa nena si sabía algo, si los peones le habían hablado de Perón. 
–¿Vos entendés lo que dice?
–Obvio que entiendo, entiendo todo, ella fue al campo y los peones la metieron en un camión silo y le tiraron los granos encima a propósito y la ahogaron.
–La mataron –completó Carol.
–Cómo sabés que fueron los peones –Cata se levantó tan fuerte que golpeó la mesa con las rodillas. La copa se inclinó un segundo, después volvió a su lugar–. A lo mejor ni sabían que ella se metió ahí. A lo mejor se metió sola, por ser una nena inglesa tonta que no entiende nada.
–Qué decís. Fueron los peones. La mataron, right, Camilla? –Florence siguió hablando en inglés. Carol lloraba y decía poor Camilla y ellas agarraron los portafolios de nuevo y se fueron corriendo de ahí.
A la hora de la cena el teléfono sonó más que nunca. Mamá se apretaba el ceño con dos dedos y decía sí, sí, estoy avisando. Estoy avisando a los que puedo. A algunos ya no los encuentro.
Papá había dicho que no cenaba, que cenaran sin él. Le dolía mucho la cabeza y se había tirado en un sillón. Estaba acurrucado como un bebé con frío.
Pepi le dijo a su hermana que iba a pasar el recreo con amigas, que había encontrado una que se sabía “Ay país”, que iban a cantarla juntas y que no se preocupara. Apenas Cata se dio vuelta para jugar al elástico, ella salió por la puerta de hierro negro sin mirar a nadie. Pensó que así nadie la miraría a ella, y así fue.
Corrió por la avenida hasta la calle en círculo, las casas anchas, el aire frío. Imaginaba el lazo blanco de Florence adelante, como las miguitas de Hansel y Gretel, como la cola del corcel encantado que le decía por dónde ir. Reconoció la casa de los pizarrones verdes. Tocó el timbre de campana. La señora igual a la portera de la escuela la abrazó, le secó las lágrimas, le apartó el pelo húmedo de la frente, escuchó todo lo que tenía para contarle. Cuando, llegado el momento, Pepi le pidió el favor de subir al cuarto de la copa, la dejó pasar. Y cuando le dijo que necesitaba ver las letras un segundo, la señora, tranquila, callada y armoniosamente, también dio vuelta a la llave del armario y lo abrió con el suave clic.
Esa noche mamá tampoco cenó. Les dejó unas milanesas cortadas y un puré con grumos y se fue a seguir envolviendo. Cada tanto le llevaba un té a la cama a papá. Y después puso la máquina de escribir en una caja y la cerró con cinta. Recubrió los vasos con papel de diario. Bajó libros de la biblioteca y los apiló en el piso, cerca de las valijas.
Cuando todos se acostaron, Pepi la escuchó llorar otra vez, bajito. Golpeó la puerta del dormitorio. Entró. Mamá tenía el codo apoyado en la mesa de luz y la cara sobre ese codo. La levantó y la miró. Le sonrió. Pepi se acercó y le dio lo que guardaba para ella desde la tarde. Una por una le fue alcanzando, primero la P, después la E, la R, la O, la N. Mamá las acomodó sobre el vidrio de la mesa de luz. Le acarició la cabeza. Le dijo sí. Sí, mi amor, sí.

EL PAÍS 04 de enero de 2018 Opinión La guerra jurídica o Lawfare

La persecución permanente que padece la ex presidenta Cristina Kirchner y el intento de encarcelar a Lula da Silva en Brasil son ejemplos de una nueva táctica de guerra no convencional que se conoce como Lawfare.
La derechas de nuestra región lo han adoptado en los últimos años como mecanismo predilecto para derrotar gobiernos populares y denostar a sus dirigentes, con el objetivo de suplantarlo en el gobierno, encarcelarlos o por lo menos desprestigiarlos cruelmente. Y en esta guerra hacen uso indebido de instrumentos jurídicos para fines de persecución política, destrucción de imagen pública e inhabilitación de un adversario político. Combina acciones aparentemente legales con una amplia cobertura de prensa para presionar al acusado y su entorno (incluidos familiares cercanos), de forma tal que sea más vulnerable a las acusaciones sin prueba.  
Pero, ¿qué significa Lawfare? El término describe “un modo de guerra no convencional en el que la ley es usada como un medio para conseguir un objetivo militar” y es utilizado con este sentido en Unrestricted Warfare, un libro de 1999 sobre estrategia militar. En 2001 el concepto comienza a ser manejado en ámbitos diferentes a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos  tras la publicación de un artículo escrito por el general de Fuerza Aérea, Charles Dunlap, de la Duke Law School. Estados Unidos es uno de los principales proveedores de asesoría para la reforma de los aparatos jurídicos en América Latina y el Departamento de Justicia estadounidense ha estrechado en los últimos años los vínculos con los aparatos judiciales de la región en la lucha anticorrupción. Una de las acciones más importantes fue el llamado proyecto “Puentes”, que consistió en cursos de asesoramiento a varios integrantes del Poder Judicial de Brasil y otros países de la región. El alumno estrella es el juez Sergio Moro, impulsor de la causa Lava Jato y quien condeno a Lula a nueve años de prisión.
Para esto se necesita una justicia cómplice, medios de comunicación que trabajen en absoluta concordancia con el objetivo de despedazar a las expresiones populares y políticos que participen en el ataque, siempre propalado generosamente por los medios y luego capitalicen los resultados de derrocar, inhabilitar y desprestigiar a las representaciones populares que se enfrentan a los intereses de los grandes grupos económicos
El Poder Judicial en nuestros países se ha convertido en los últimos años en un potente espacio desde donde se despliega, casi sin límites, estrategias de desestabilización y persecución política, hasta colocarse muy lejos del principio republicano del equilibrio de poderes. Es el único que no deriva de la voluntad popular sino de complejos mecanismos de designaciones políticas y concursos, sumado a privilegios que los demás poderes no tienen. Esto le permite operar políticamente bajo un manto de institucionalidad. El argumento permanente es la corrupción. Se sostiene que debe ser extirpada del Estado apelando a las “buenas prácticas” del sector privado (eficiencia y transparencia) para desplazar la “lógica” de lo público, asociada al derroche y a la mala gestión de “los políticos”, apostando a la formación de técnicos apolíticos.
La actividad de los grandes medios es más conocida y evidente. Incluso en un rapto de extraña sinceridad un editorialista de Clarín la caracterizó como “periodismo de guerra”.
Políticos que denuncian corrupción, medios que se “hacen eco”, políticos y medios que exigen celeridad a la justicia, mecanismo del poder judicial que disciplinan o excluyen a los jueces independientes y magistrados que condenan, sin pruebas y encarcelan sin el debido proceso. Eso es lo que vivimos a diario en America latina. De esta forma se destituyó a Manuel Zelaya en Honduras, a Fernando Lugo en Paraguay, a Dilma Rousseff en Brasil y se encarceló al vicepresidente de Ecuador Jorge Glass y a centenares de luchadores. Se pretende acallar con la persecución y la cárcel a aquellos representantes del pueblo que puedan interceder en su plan de desandar lo logrado en los últimos años.
Q Director Ideal-CTA. Diputado del Parlasur.

NISMAN



COMPLICES DEL GENOCIDIO-BULLRICH-MACRI-VIDAL.

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