lunes, 6 de noviembre de 2017

AHORA O NUNCA

Por Hugo Presman *
Lo dijo el Presidente Mauricio Macri en el Centro Cultural Néstor Kirchner, reunido con casi todos los gobernadores, (faltaron los de San Juan y Santiago del Estero) muchos empresarios, algunos sindicalistas, un intendente, el acomodaticio presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y la Vicepresidenta del Tribunal Elena Highton de Nolasco, con su prestigio vapuleado. Después de casi dos años y de una gigantesca transferencia de ingresos que realizó apenas asumió, el gobierno de Mauricio Macri concretó cercenamientos de derechos y despidos, en simultáneo con un aumento de planes y gasto social creciente en línea con la desindustrialización de algunos sectores de la economía. Eliminó una variedad de planes educacionales y aplicó tarifazos de notable envergadura. El plan DADA se cumplió estrictamente: Devaluación, Ajuste, Deuda (endeudamiento) y Apertura de la economía. Se incrementó el déficit fiscal, demostrando un pragmatismo del que carecía el fundamentalismo de mercado de los referentes históricos como Alvaro Alsogaray, Ricardo López Murphy y Domingo Felipe Cavallo. De esa forma se engrasó un modelo agroexportador mixturado con el de rentabilidad financiera que alcanzó niveles superlativos en la práctica de la bicicleta especulativa. La financiación de ese déficit se hizo con un endeudamiento récord gracias a la posibilidad que le proporcionó “la pesada herencia”. En lo político se diseñó un proyecto actuado como la antítesis del kirchnerismo, al que intentó reducirlo a un capítulo del Código Penal. Con la tríada representada por los medios, el poder judicial y el económico, realizó una campaña muy efectiva de demolición del populismo sedimentada en los profundos odios que sembró Cristina Fernández, sobre todo por lo que hizo bien pero agravado inútilmente por cosas innecesarias que hizo u omitió, lo que penetró en sectores medios, especialmente en la clase media baja y algunas franjas populares importantes, donde las frases “se robaron todo”, o el latiguillo que fue “una asociación ilícita que se apropió del Estado para vaciarlo” penetraron en profundidad”.
Con casi el 42% de los votos, la validación electoral ha producido una especie de euforia incontrolada en el gobierno y sus poderosos sostenimientos, incentivando ahora sí “vamos por todo”. La frase muda de Cristina Fernández se hace sonora en el gobierno del macrismo.
Ahora o nunca, dice el presidente. Y entonces va por el ajuste regresivo de las jubilaciones y de la Asignación Universal por Hijo tomada como ofrenda para reducir en 100 mil millones de pesos el déficit. Ahora o nunca dice el presidente y va por domesticar integralmente al poder judicial. Ahora o nunca dice el presidente y va por muchos de los derechos de los trabajadores. Ahora o nunca dice el presidente y va por jibarizar a los sindicatos a su mínima expresión intentando reducir a los sindicalistas a la genuflexión vía rendición monetaria o carpetazos.
Ahora o nunca dice el presidente y va por una reforma impositiva que beneficia fundamentalmente a los empresarios.
Ahora o nunca dice el presidente y va por una reforma política que resguarde resultados. Ahora o nunca dice el presidente en su intento refundacional de la Argentina, que implica aceptar como política de estado los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional, la subordinación a los organismos internacionales de crédito, a las corporaciones internacionales y una política exterior subordinada a los EE. UU.
Ahora o nunca dice el “círculo rojo”, deseoso de extirpar toda posibilidad de populismo.
Ahora o nunca escriben los columnistas de los diarios dominantes, las decenas de programas oficialistas en radio y televisión, que practican un periodismo militante que antes denostaban cuando lo practicaban otros. Así pueden leerse títulos como: “Las reformas reflejan el plan político de Macri”; “Un llamado a cambiar los paradigmas de la Argentina”; “El discurso inaugural del primer gobierno macrista”; “Los empresarios creen que Macri asume la condición de estadista”; “Macri pidió consenso para bajar el déficit y la inflación, es ahora o nunca dijo”; “La apuesta a otra etapa fundacional y los riesgos del eterno retorno. Los empresarios son los más entusiasmados con los anuncios”
En el ahora o nunca, se entierran las hipócritas banderas del republicanismo, la independencia del poder judicial, la veracidad de lo que se cuenta y se condiciona hasta la inanición al periodismo no oficialista.
Ahora o nunca es la consigna para desempatar la paridad histórica entre dos modelos. Es la misma derecha histórica con sus odios ancestrales, su sed infinita de revancha, sus prejuicios y sus discriminaciones. Pero es mucho más peligrosa e inteligente porque tiene cintura política que le llevó por ejemplo a dar entre agosto (las PASO) y la elección de medio término de octubre, 1.534.004 préstamos para los beneficiarios de la AUH y 867.660 para jubilados y empleados en relación de dependencia. Escribió el periodista Alejandro Bercovich: “el macrismo inauguró el populismo financiero del siglo XXI. Fue como si en cada día hábil entre las PASO y las generales hubiese llenado un estadio con 35000 personas para entregarle un promedio de diez mil pesos a cada uno. A debitar en 24 cómodas cuotas mensuales que se debitan directamente de la asignación mensual” Es un consumo adelantado de lo que el periodista, especializado en economía mencionado, calificó como el chori financiero.
Son los de siempre y a su vez distintos en cómo se presentan y cómo envuelven su relato. Con mucha más cintura política que sus antecesores. Subestimarlos ha sido un error gigantesco. En 12 años crearon un partido, rompieron el bipartidismo, amurallaron la ciudad de Buenos Aires con triunfos categóricos, se extendieron a todo el país, y ya aspiran a un proyecto de veinte años.
Ahora o nunca dice la coalición antiperonista que pretende diseñar un peronismo opositor vegetariano. Ahora o nunca dice el presidente: hay que reducir el Estado y empezar a vender patrimonio.
Ahora o nunca dice el presidente que tiene el viento a favor de la política.
Ahora o nunca. La restauración conservadora inicia su plan de reformas estructurales.
Ahora o nunca.
Todo es de una claridad meridiana. Hasta la Sociedad Rural se incorporó al gobierno
Mintieron alevosamente en las presidenciales del 2015, pero estaban tan seguros del triunfo electoral de octubre, que no tuvieron reparos en anunciar lo que iban a hacer inmediatamente después: un collar de aprietes económicos y amputación de derechos que padecerán quienes los votaron y quienes se opusieron.
Mientras que ese casi 42% de apoyo mantenga las expectativas sobre un futuro mejor y supere las durezas del presente, el macrismo estará a pocos puntos de ganar en el 2019 sin necesidad del ballotage.
Ahora o nunca. El nunca depende de una oposición hoy claudicante, dividida y en mucho de sus estamentos, muy colaborativa.
Ahora contiene en su interior una vuelta de lo que se intentó en reiteradas ocasiones de la mano de los golpes establishment-militar o en insólitos virajes en democracia. Nunca es la resistencia que derrotó aquellos intentos. La moneda está en el aire, pero el dueño de la moneda tiene la iniciativa y viene por todo. La historia se está escribiendo. Nada está escrito de antemano. Pero si no se ayuda a la historia serán los ganadores del ahora los que se quedarán con ella y con el futuro.
* Hugo Presman es Contador Público egresado de la Universidad de Buenos Aires. Fue profesor de Economía Política en al Facultad de Ciencias Económicas de la misma Universidad. Es Periodista. Sus trabajos son publicados en diversos medios nacionales e internacionales. Co conduce desde hace 13 años el programa radial EL TREN que se emite de lunes a viernes por AM 770 Radio Cooperativa de 19 a 20,00 horas. Sus informes semanales son publicados en distintos medios del país y del exterior. Es autor del trabajo de investigación “ 25 años de ausencia” y participó en los libros “Damián Carlos Álvarez Pasión por el libro”, “Insignificancia y autonomía. Debates a partir de Cornelius Castoriadis” y “Bicentenario de la Revolución de Mayo y de la Emancipación Americana”.
Diario Registrado

TODOS EN LIBERTAD CONDICIONAL

Las maniobras del Gobierno y el Poder Judicial
Por Washington Uranga
En el contexto de lo que viene ocurriendo en los últimos tiempos no debería ser una sorpresa la detención del ex vicepresidente Amado Boudou, a pesar de que no existan justificadas razones jurídicas para someterlo a esta situación. Sobran, sin embargo, las coartadas mediáticas y pseudo políticas para montar la escena en el marco de una estrategia que centre la vista en esta y las anteriores detenciones para apartar la mirada sobre la demoledora arremetida contra derechos ciudadanos adquiridos y presentada por el Presidente bajo el título de “consensos”. Y si la sorpresa existe aún, puede ser una manifestación más de ingenuidad o resabio de que todavía creemos en los derechos de las personas y en el valor de la Justicia. Tal vez por eso la detención de Boudou fue insospechada hasta para los juristas más adictos al oficialismo.


No así para los voceros mediáticos del Gobierno que en la semana ya habían reprendido públicamente a los jueces Daniel Rafecas y Ariel Lijo por no actuar en consonancia con los deseos del Gobierno en lo que ellos, quienes hablan y escriben en nombre del Gobierno, califican de “corrupción”. Obediente o amedrentado, Lijo actuó en consecuencia y entregó a Boudou como ofrenda en el altar de un Poder Judicial que hace tiempo secuestró y sacrificó a la Justicia.

o demás ya es conocido. Los medios que trabajan para el Gobierno tuvieron fotos del detenido en su casa, con chaleco antibalas y en la situación más humillante posible para acrecentar el morbo. Imágenes que solo pueden haber salido -como en casi todos los casos anteriores en las que trascienden- de las propias fuerzas de seguridad actuantes, del Ministerio que las comanda o del Poder Judicial. Pero estas ya son violaciones menores que por consuetudinarias terminan validadas de hecho por la práctica y que ni siquiera mueven a la pregunta sobre su legitimidad y acerca de los derechos de las personas sometidas a estas situaciones.
Está ampliamente demostrado que Amado Boudou aún desde antes de dejar su cargo de vicepresidente se allanó en todos los términos a los requerimientos judiciales y que no existe razón alguna jurídicamente válida para determinar la privación de la libertad de quien no está condenado y cuya inocencia se presume hasta que eventualmente haya una sentencia en contrario. Pero eso ya no importa, porque hay procesos sumarios de carácter mediático que luego son refrendados por los jueces. Tampoco es casual que el procedimiento se haga un viernes, antes de un fin de semana, sin aviso a los abogados defensores como si el acusado estuviese implicado en un plan de fuga minuciosamente planeado. Tampoco hay interés real por la aplicación de justicia. Los objetivos son otros.
Existe el propósito ya inocultable de disciplinar a la sociedad y dentro de ella a todos aquellos y aquellas que hayan representado intereses distintos a los de quienes hoy ejercen el poder en todos los niveles y sentidos. Más allá de las explicaciones que, como cualquier ciudadano, Boudou tendría que dar en el marco de un sistema de justicia imparcial y donde rija efectivamente el derecho a la defensa, es evidente que el ex vicepresidente -como otros- está “pagando” osadías tales como la reestatización de las AFJP que llenaban las arcas de poderosos grupos económicos sostén del actual gobierno. El mensaje que se manda es el disciplinamiento de la política al poder fáctico, y el adjetivo usado para la descalificación simbólica es “corrupción”, para lo cual no hacen falta pruebas, ni siquiera indagatorias. Y para cuyo fin se usan figuras tales como la “asociación ilícita” -recurso inventado por la dictadura militar- para calificar decisiones de índole política adoptadas por autoridades democráticas.
Demás está decir que si la misma lógica judicial se aplicara a muchos de los que hoy son funcionarios, “el mejor equipo de gobierno de los últimos cincuenta años” podría verse gravemente diezmando en sus filas. Con seguridad eso no va a ocurrir, entre otros motivos porque los medios de comunicación afines en lugar de hacer sesudas investigaciones sobre evasores y blanqueo, piden por el contrario que -siguiendo el razonamiento presidencial- se considere el sentido patriótico de los blanqueadores y se perdonen sus eventuales delitos por considerarlos apenas infracciones menores.
Entre los propósitos de la “nueva derecha” en el gobierno está sin duda el de “regresar a la normalidad” y “restablecer la seguridad jurídica”. Es la traducción de una mirada de clase que sostiene que la sociedad tiene que volver a ser rejerarquizada después de años de disfuncionalidad. Tienen que gobernar los que nacieron para mandar y no hay lugar para los plebeyos en la política. Y quienes por fuera de la casta del poder se animen a la política se exponen a severas sanciones, incluida la cárcel. Para ejemplo, solo basta mirar la situación actual de Milagro Sala. El argumento puede ser la “corrupción”, el “terrorismo”, la “subversión, el “lavado de dinero” o imputaciones que van desde “perturbador del orden público” hasta “mapuche”. Poco importa el calificativo porque en la democracia del “diálogo y del consenso” todos vivimos en libertad condicional y, al contrario de lo que establece la Constitución y la ley, si pensamos distinto al Gobierno pasamos a ser culpables, primero mediáticos y después jurídicos, sin mayores posibilidades de demostrar lo contrario.
Así visto el “diálogo” es un simulacro por el cual el poderoso concede la palabra para habilitar la catarsis de quienes, sin ninguna posibilidad ni alternativa, tendrán que ajustarse luego a los designios de aquellos que ejerciendo del poder real y el gobierno legal de la democracia saben de antemano que les asiste si no la razón, por lo menos la posibilidad de imponer decisiones acordes a sus intereses. Y el “consenso” es el resultado de la opinión impuesta por gerentes y políticos que por motivos de cuna, de clase y de historia están “naturalmente” llamados a ejercer el poder.
No es ilógico señalar entonces que, a tono también con el contexto internacional, el proyecto de la alianza Cambiemos y de la “nueva derecha” apunta realmente a restaurar la normalidad del poder y el funcionamiento de una democracia formal en la que las decisiones están restringidas a quienes “nacieron” para mandar y gobernar y en la que no queda espacio, ya no para la gestión y la participación política de los subalternos, sino sencillamente para que éstos se expresen de manera diferente. Si lo hacen no serán escuchados, silenciados por las corporaciones mediáticas del oficialismo, denigrados simbólicamente. Si insisten, les cabe la represión y hasta la cárcel. Porque sin importar la ley y muchos menos la Justicia, todos estamos en libertad condicional.
03/11/17

PROGRESISMO, HISTORIA Y PERONISMO



OPINION.
“Las siguientes líneas no pretenden denigrar el progresismo, sino más bien comprender a un sector que es parte del movimiento nacional”
Por Juan Godoy
“La mentalidad colonial enseña a pensar el mundo desde afuera, y no desde adentro. El hombre de nuestra cultura no ve los fenómenos directamente sino que intenta interpretarlos a través de su reflexión en un espejo ajeno, a diferencia del hombre común que, guiado por su propio sentido práctico, ve el hecho y trata de interpretarlo sin otros elementos que los de su propia realidad”.
Arturo Jauretche

Las siguientes líneas no pretenden denigrar el progresismo, sino más bien comprender a un sector que es parte del movimiento nacional, y sobre todo problematizarlo en vinculación a la necesidad de su “nacionalización”. Hecha la aclaración pertinente, aquí entendemos que la historia y la política de la Argentina, en tanto su condición de país dependiente, semi-colonial, se divide básicamente en dos campos: el nacional y el colonial. Es claro que a lo largo de nuestra historia el enfrentamiento no ha sido entre izquierda y derecha, sino más bien el dilema es nación-pueblo contra la oligarquía aliada al imperialismo de turno.
De esta forma esos campos establecen esquemas para pensar la realidad que nosotros conocemos como el pensamiento nacional-latinoamericano y el pensamiento colonial. El primero busca construir una matriz de reflexión a partir de las características propias como nación, y a su vez la búsqueda de soluciones propias a las problemáticas de la patria: a éstas se las enfrenta con un criterio nacional. En este sentido, Lugones había reclamado “ojos mejores para ver la patria”. No se trata de cerrarse a “lo extranjero”, sino incorporarlo en tanto su correspondencia con nuestros problemas. Aquí lo central es la dependencia económica, sobre la cual se yergue la cultural.
Por otro lado, el pensamiento colonial es el esquema que planifica y justifica el orden semi-colonial dependiente, es eurocentrista y apunta a “solucionar” nuestros problemas “copiando y pegando” ideas y experiencias realizadas en otro tiempo y/o lugar, pero no incorporándolo en lo que nos pueda ser útil, sino haciéndolo como absoluto en tanto destrucción de lo propio.
Resulta que a lo largo de nuestra historia hay hechos y/o personajes que, cuando se puede, son silenciados por el aparato cultural, y cuando su acción no se puede ocultar, son demonizados, vaciados de contenido o tergiversado su accionar. Por último, vinculado a la segunda cuestión, cuando existen movimientos muy poderosos en tanto el cuestionamiento y/o transformación de la realidad, y esos movimientos se vuelven prácticamente innegables, los instrumentos culturales actúan rápidamente de forma de neutralizarlo.
En relación a esto último es que aparece el progresismo en relación al peronismo, como una deformación de este movimiento nacional. En este caso, apunta a instalar en vastos sectores, mayormente medios y medio-altos, un conjunto de ideas que, si bien permiten que esos sectores se sumen al movimiento nacional, los neutraliza en tanto esas ideas estrechan lazos con la matriz de pensamiento colonial. Busca destruir y/o controlar así la posible alianza entre los sectores medios y los populares que Jorge Enea Spilimbergo llamaba “alianza plebeya”.
En este sentido, el progresismo es, entonces, fruto del pensamiento colonial. Su esquema de pensamiento a partir del cual analiza la historia y la realidad está vinculado a esa matriz y no a la nacional, que es de la que se nutre, conforma, reproduce y fortalece el peronismo.
Nos interesa entonces ver algunas características de estos sectores progresistas. Como decíamos, mayormente están conformados por los sectores medios y medio-altos, en tanto como establece Arturo Jauretche son estos a los que apunta, sobre todo, la colonización pedagógica y son, al mismo tiempo, a los que dicha colonización logra penetrar con más fuerza.
Estos sectores suelen tener un desconocimiento bastante profundo de la historia de nuestra patria, ni qué hablar de la del continente. Esto se liga a su conformación cultural, a su formación. Decíamos que están formados en la colonización pedagógica, rompieron con algunos de sus patrones, pero no con la mayoría. Así, el desconocimiento histórico actúa como posibilidad de asentamiento de las zonceras coloniales. En este sentido, Hernández Arregui sostiene que la formación impartida por este pensamiento colonial es una formación contra nosotros mismos. El pensamiento colonial enseña a pensar a contrapelo de las necesidades de la patria. Nuestro gran José Hernández también lo había avizorado en el Martín Fierro cuando afirma que “es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”.
Obsérvese en materia histórica que estos suelen ser tentados con “el evitismo”, que considera que, al fin y al cabo, la que era realmente revolucionaria era Eva Perón, mientras que Juan Perón sería una suerte de “milico” conservador, más aún en su tercer gobierno, donde se manifestaría su maniqueísmo ya que pasó de alentar la revolución a aniquilarla en tanto “volvió” de derecha, se “transformó” en facho (y la revolución en este caso la encabezaría “la tendencia”). Este “evitismo”, que desde el peronismo de base se lo ha considerado hace ya tiempo como “la etapa superior del gorilismo”, cala profundo en el progresismo.
En vinculación a esto último aparecen al menos tres aristas a tener en cuenta: el desconocimiento del peronismo como un movimiento que llevó a cabo una revolución nacional, y a Perón como el líder que la realizó. En segundo lugar, el “anti-militarismo abstracto”, que aparece aquí a partir de la idea del “milico” conservador, noción ya largamente tratada desde el pensamiento nacional que entiende a las Fuerzas Armadas como una institución compuesta por hombres que pueden cumplir el rol de romper la dominación o asegurarla (lo mismo vale para la Iglesia, ya que el “anti-clericalismo” abstracto también aparece en el progresismo). En este punto también es importante entender el rol fundamental de las Fuerzas Armadas en los países coloniales y semi-coloniales (quizás el comandante Chávez, más cercano en el tiempo, puede servir ara la comprensión), y conocer su origen nacional, popular y anti-colonialista. En tercer lugar, aparece aquí también la idea de que el enfrentamiento principal en nuestro país es entre izquierda y derecha, y no entre lo nacional y lo colonial como indicamos al comienzo.
Hernández Arregui decía que los sectores medios –y nosotros podríamos sumar aquí progresistas– piensan “siempre en términos absolutos (…) su minúscula situación social le hace perorar con frases de gigante”, de ahí ese aire de “superioridad” moral y de pensamiento con respecto a la población argentina que no arribó a “sus verdades”.
El progresismo es abierto en términos de libertades individuales, pero no suele serlo en materia de pensamiento político. No decimos acá en relación al pensamiento político oligárquico, sino al del amplio movimiento nacional, y sus adyacencias. “Argumenta” que “no entiende” al electorado, que todo se reduce a su “ignorancia” y lo “putea”, lo que no pareciera ser la estrategia política más audaz para la persuasión, y que indefectiblemente lleva a la cerrazón y a la no posibilidad de construir políticamente. Al mismo tiempo, pretende “construir” a partir de cruzar con la “vara” de la traición a propios y ajenos, un pensamiento que divide “mancha-pureza” y que no da la impresión de ser una categoría para analizar la política. Incluso podemos decir que es “falsamente purista”, porque en esa construcción se deja afuera interesadamente a unos y ubica a otros ya sea en términos temporales o personales.
En este marco, también se hace presente una idea que el campo nacional no ha tenido, y sí la izquierda abstracta: nos referimos a la noción (y a veces el sentimiento) de que todo empeore para poder mejorar electoralmente. Cuanto peor, mejor. Es la política de la “panza llena”, que no comprende que el drama de las crisis para los sectores populares no consiste en no vacacionar o tener que ahorrar, sino en comer o no hacerlo. Esta idea, además, lleva al quietismo político, a esperar a que “todo suceda”.
En muchas cuestiones coincide el pensamiento progresista con el liberalismo. El progresismo es en gran medida liberal. No observa otra salida para el país que el endeudamiento, aunque más controlado, que las inversiones extranjeras, el asistencialismo, el destino de país dependiente agroexportador (piensa que la Argentina no puede construir industria, que eso “ya fue”), y la no ruptura del orden dependiente. Por poner algún ejemplo: puede discutir el precio de las facturas de luz y gas pero no quién lo genera, propiedad de quién es, para qué se utiliza, la necesidad de poner la energía al servicio del desarrollo, etc. El progresismo no considera necesario planificar la economía y el país, como sí lo hace lo nacional.
En otra materia que se hace presente el pensamiento colonial, y que también hace mucho daño al movimiento nacional, es la denigración al sindicalismo. Podríamos hoy llamarlo como “anti-sindicalismo abstracto”, considerando a los representantes de los trabajadores –¡ay, la colonización pedagógica!– como burócratas y, cuando no, ladrones. Desconoce que el peronismo es un movimiento, si bien más amplio, fundamentalmente de trabajadores organizados, “la columna vertebral”. Se podría discutir si deben ser la columna vertebral o la cabeza, pero nunca el rol y lugar primordial de los mismos. Parece que el progresismo mamó del pensamiento colonial el mismo odio que la oligarquía le tuvo al movimiento obrero organizado a lo largo de toda nuestra historia.
El progresismo se suma a luchas de causas lejanas y/o vinculadas a temáticas secundarias, vías de escape a las nacionales. Así, por ejemplo la desmalvinización se va a hacer patente en estos, Malvinas y específicamente la guerra del 82 como una “locura de un borracho”, y los que lucharon por la Patria como “pobres pibes”, más nunca entendiéndola como una gesta nacional anti-colonialista y a los que defendieron nuestra soberanía nacional como héroes. Confunde el nacionalismo con nazismo, y el nacionalismo de los países opresores con el de los oprimidos. Termina pensando que el nacionalismo está “fuera de moda”.
Asimismo, el progresismo considera que un tipo negro “es piantavotos”, mientras que un joven universitario de ojos claros con aires de “canchero” cala más profundo en nuestro pueblo que aquel. Llevando al mismo tiempo a la pérdida de identidad ideológica y política.
El progresismo, como no podría ser de otra manera, por estar formado dentro del pensamiento colonial, piensa en términos de la madre de todas las zonceras: “civilización y barbarie”. Así es eurocentrista, denigra lo nacional, lo auténticamente nacional. Por lo cual lee a los autores europeos en detrimento de los propios, los considera “poco serios”, “no científicos”, también gusta leer (y decirlo también claro, en busca de “distinción”), Le Monde y otros medios similares. Al fin y al cabo es lógico, porque como lo aborda Fermín Chávez, el pensamiento colonial piensa que la cultura es un árbol de dos raíces: la cultura, que sería la cultura europea, elitista, que da todos buenos frutos; y por otro lado lo nacional, que implica que lo que nazca de la patria profunda es un árbol que no puede dar buenos frutos. El pensamiento colonial denigra la conciencia nacional.
Pensamos aquí que el progresismo debe conformar el movimiento nacional, es más, es necesario porque el peronismo siempre fue un movimiento nacional frentista que apunta a aunar a todos los sectores que estén en mayor o menor medida enfrentados a la oligarquía y al imperialismo, de modo de lograr triunfar en “la madre de todas las batallas”: la ruptura de la dependencia. Por lo tanto, el progresismo debe estar dentro del movimiento nacional, pero no conducirlo, claramente. Porque como enseña el “Bebe” John William Cooke el peronismo es un movimiento policlasista pero la ideología es la de los sectores trabajadores.
La revancha clasista de la oligarquía encabezada por el macrismo se encamina a cuatro años más de gobierno a partir del 2019 si no actuamos rápidamente, con humildad y patriotismo. Mirar adelante y no para el costado. Así, resulta imperioso que el peronismo “vuelva a sus fuentes” para poder reconstruir el movimiento nacional, desplazar a la oligarquía del poder y volver a conducir los destinos de la patria.

DEPRESIÓN Y RESISTENCIA

Por E. Raúl Zaffaroni *
Desde los Comuneros colombianos, Túpac Amaru y los quilombos brasileños, nuestra historia es la de una lucha entre liberación y colonia, como brecha histórica.
Tuvimos momentos de avance: los movimientos populares de diferentes épocas y países, que abrieron y ampliaron el espacio a la ciudadanía real. También hubo retrocesos, porque es historia de lucha y no relato de marcha triunfal, que es como relatan sus historias las sociedades decadentes.
Nuestra lucha como historia está repleta de retrocesos durísimos: el genocidio de nuestros originarios, la guerra al Paraguay, el asesinato de Dorrego y de nuestros caudillos, la rebelión de 1880, la Revolución de 1890, la masacre de Falcón, los asesinatos de la Patagonia, la Semana Trágica, las represiones de 1930 y 1955, el bombardeo a la Plaza de Mayo, los fusilamientos de 1956, los crímenes atroces de la dictadura de 1976-1983, y quedan más en el tintero. Pasar revista a la región sería agotador. Pero nada de eso impidió el avance de nuestra ciudadanía real.
Ahora sufrimos otro momento de retroceso. El Estado de Derecho se derrumba: hay presos políticos (Milagro Sala y sus compañeros); se encubren homicidios (Maldonado); se quieren revisar condenas por crímenes de lesa humanidad; se desconocen decisiones de justicia internacional; se persigue a jueces díscolos; casi se secuestró a un senador para demorar su incorporación al Consejo; se reclaman jueces propios; se acusa de mafiosos a los laboralistas; se estigmatiza al sindicalismo; se propone derogar el derecho laboral; se intentó nombrar ministros de la Corte Suprema por decreto; un sector de jueces se presta a un revanchismo análogo al de 1955; se inventan y clonan procesos; se imponen prisiones preventivas infundadas; se montan shows judiciales; desapareció la imparcialidad en amplios sectores judiciales; se quiso computar doble la prisión preventiva de genocidas que no la habían cumplido nunca; se extorsiona a los gobernadores para manipular al Congreso; se amenaza el sistema previsional; se desfinancian el desarrollo científico y tecnológico y las universidades; se persigue judicialmente a sus rectores; crece la deuda externa a velocidad nunca vista; se vuelve al colonialismo del FMI y, como frutilla del postre se forzó la renuncia de la Procuradora General de la Nación y se amenaza la autonomía del Ministerio Público, con lo que se manipulará selectivamente el ejercicio (y no ejercicio) de las acciones penales.
Es obvio que nos alejamos velozmente del modelo ideal del Estado de Derecho (todos iguales ante la ley) y nos acercamos al del Estado de policía (todos sometidos al que manda).
Esta regresión responde al marco mundial de pulsiones del totalitarismo corporativo, dominante en los Estados-sede, en que el lugar de los políticos lo ocupan los autócratas de las transnacionales. En los periféricos debilita la soberanía y fortalece la represión, porque la soberanía es de los pueblos y la represión es contra los pueblos, lo que empalma con su proyecto de 30% de inclusión y 70% de exclusión, racionalizado con la ideología única de idolatría del mercado, que exige libertad para personas jurídicas y represión para las humanas, usurpando el nombre de liberalismo (nunca mejor acompañado por el neo), con el que domina las academias y se vulgariza a través de los monopolios mediáticos. Todo esto, sin contar con las noticias falsas, los mensajes emocionales, la manipulación digital de conducta y los big data, con sus millones de dobles del consumidor, del peligroso y también del votante.
La pulsión totalitaria corporativa mundial trata de generar sensación de impotencia, mostrándose eterna y omnipotente. Se trata de otra fake new (así se llaman las mentiras del Tea Party), porque no hay poder que no pase y que no tenga fisuras ni contradicciones. La impotencia genera depresión y, como es obvio, el deprimido no puede oponer resistencia (aunque puede volverse loco, matar y suicidarse).
Para provocar depresión es necesario ocultar la historia, otrora con el relato mitrista, ahora menos intelectualmente (acorde a la decadencia de nuestras minorías), tapándola con globos amarillos y shows televisivos.
Desde la aporía agustiniana el tiempo es un problema, dado que el presente es una línea móvil entre dos cosas que no son: el pasado porque ya fue y el futuro porque aún no es. Pero lo cierto es que sin conocer lo que ya no es, tampoco podemos proyectar lo que aún no es. La fijación en la línea del presente sin percibir su movilidad es lo que causa la sensación de impotencia y la consiguiente depresión, porque al ignorar las otras dimensiones se obtiene una falsa visión estática de un mal momento histórico.
Todo poder autoritario o totalitario acude a la táctica de incapacitar para la resistencia ocultando la historia para provocar depresión, porque fuera del contexto de lucha no se comprende que ese también es nuestro futuro, dado que el colonialismo continuará –aunque cambie de careta– y no parece cercano el momento en que no haya hegemonías mundiales que nos quieran colonizar.
Además, sin ese contexto, tampoco es posible ponderar el balance positivo de la lucha de nuestra historia periférica, que es nada menos que nuestro ser, que aquí estamos, argentinos y latinoamericanos, y no sólo estamos, sino que también llegamos a ser y somos, que es lo más importante: avanzamos, resistimos y no han podido impedir que seamos y sigamos siendo.
Nuestros próceres no estaban angustiados –como se ha pretendido–, al menos no por separarse de un absolutismo monárquico. Tampoco San Martín se deprimió por Cancha Rayada ni Bolívar aflojó pese a sus reiterados fracasos. No debemos estarlo nosotros, aunque hoy la lucha contra la colonia no consista en cruzar los Andes a caballo.
Nuestra historia continúa conforme a su esencia de historia de lucha anticolonialista y desde el pasado nuestros próceres nos exigen seguir sus ideales liberadores, reafirmando hoy que, argentinos y latinoamericanos, aquí estamos y aquí somos, nunca nos fuimos, no nos iremos ni dejaremos de ser: estamos, somos y seguiremos estando y siendo y, por supuesto, en la buena empujando y en la mala resistiendo, sin deprimirnos.
* Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires.

03/11/17

LA BANALIDAD DE CARRIÓ

Lilita, de Hannah Arendt a pedir la revisión de los juicios a genocidas. Perfil y contradicciones de una lengua que, detrás del desborde, cifra el laboratorio de un cambio de época.
Por Ricardo Ragendorfer
Envalentonada por su triunfo electoral, ancha como nunca y con el ímpetu de una orca que se abre paso en el océano, la diputada Elisa Carrió anunció el uso indiscriminado de su arma más dañina: la lengua. “Ya me saqué el bozal de campaña”, supo consignar el 31 de octubre en su cuenta de Twitter. Ya se sabe que sus desafortunadas expresiones sobre la desaparición forzada de Santiago Maldonado (“Hay un 20 por ciento de posibilidades de que esté en Chile” y la comparación con Walt Disney tras ser hallado su cuerpo en las frías aguas del río Chubut) hicieron que, por orden del propio Presidente, se llamara a silencio en los días previos al sufragio. Aún así, durante un acto partidario en el barrio de Belgrano –cuyas imágenes se difundieron recién ahora– no vaciló en decir que buscará “el consenso” para impulsar la revisión de los juicios a represores, al afirmar que muchos de ellos fueron “condenados sin pruebas”. Lo cierto es que más allá del bochorno y los repudios, sus atrocidades verbales –y esta en particular– son para el régimen macrista un eficaz globo de ensayo para testear sus iniciativas más monstruosas. Pero, a la vez, sus dichos poseen la extraña virtud de derivar en debates signados por un nivel de absurdo sin antecedentes tan extremos en la historia política argentina.
Al respecto, un añejo ejemplo. La anécdota es mínima: Lilita equiparó a fines de 2013 al entonces secretario de Comercio, Guillermo Moreno, con el Obersturmbanführer de las SS, Adolf Eichmann, considerado el arquitecto del Holocausto. Tal concepto hizo que la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) la acusara de “banalizar el genocidio”, lo cual generó una respuesta suya –a través de una epístola dirigida al presidente de esa entidad, Julio Schlosser– que arranca con un consejo: “Para hablar hay que estudiar más”, no sin después sorprender a la opinión pública al atribuir sus palabras a un texto de la filosofa judeo-alemana Hannah Arendt, cuyos aportes al estudio de los totalitarismos del siglo XX ejerce –según ella– una “gran influencia” en sus propias ideas.

“Más allá del bochorno y los repudios, sus atrocidades verbales –y esta en particular– son para el régimen macrista un eficaz globo de ensayo para testear sus iniciativas más monstruosas”
Arendt cubrió entre abril y junio de 1961 para la revista estadounidense The New Yorker el juicio en Israel contra Eichmann. De ello resultó su ensayo Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal (1963). Así, con aquellas tres últimas palabras la antigua discípula de Martín Heidegger denomina una notable característica –pero hasta entonces no pensada– de las matanzas masivas en nombre del Estado y la naturaleza de sus hacedores. El caso abordado es ejemplar: Eichmann no era una bestia sádica sino un simple burócrata, un individuo con categoría gerencial en un sistema basado en el exterminio, y sin más motivaciones que no malquistarse con sus jefes. Por lo tanto había una relación directa entre su mediocridad personal y el calibre de sus crímenes.
Es digno de análisis lo que puede derivar la obra de Arendt en alguien como la señora Carrió, cuya cosmovisión ultracatólica –matizada con niveles metafísicos desaforados y brotes místicos rayanos con el delirio– es su marca registrada. De modo que la misma mujer que se ufana del trato personalizado que le dispensa el Señor (“A mí, Dios se me apareció dos veces; en ambas, me pidió que fuera presidenta”, aseguró en diversas oportunidades ante calificados testigos), es la que también se apropia del pensamiento de Arendt con carácter de “experta”, al punto de regentear desde 2004 un denominado “Instituto de Formación Política Hannah Arendt”, con una agenda que suele incluir, por ejemplo, cursillos teológicos sobre la figura de María Magdalena, talleres de autoestima y otros de logoterapia. La propia Carrió suscribe en la página Web de esa entidad una evocación bibliográfica: “El primer libro de Arendt que llegó a mis manos estaba dedicado al nazismo. Allí entendí lo que significaba la desaparición forzada de personas. Corrían los años setenta”.
Justo por aquella época ella era una joven abogada con una promisoria carrera en la justicia del Chaco. De hecho, en 1979 el mismísimo interventor de esa provincia, general Antonio Serrano, la nombró por decreto asesora de la Fiscalía del Estado. Tiempo después atribuiría su etapa como funcionaria judicial de la última dictadura a una razón atendible: “Yo necesitaba una obra social”. Al parecer, poco antes había sufrido un accidente. “Si no hubiera aceptado esa tarea, hoy no estaría con vida”, fueron sus palabras. En 1980 fue designada secretaria de la Procuración del Superior Tribunal de Justicia, un cargo con nivel y jerarquía de juez de Cámara. En tal oportunidad tuvo que cumplir con un pequeño formalismo: jurar por las actas del Proceso. Y no le tembló el pulso.
Tres décadas más tarde, ya convertida en una abanderada de los valores republicanos, fustigó al gobierno kirchnerista por una orden de arresto librada por la justicia misionera contra el coronel retirado Luis Sarmiento. El hecho de que éste sea el progenitor de la jueza María José Sarmiento –quien saltó a la fama por suspender el decreto que creaba el Fondo del Bicentenario– bastó para que Carrió pusiera el grito en el cielo. “¡Es una maniobra del oficialismo para intimidar magistrados!”, fue su lectura al respecto, pese a que el anciano militar –conocido entre sus camaradas como “El mago de la picana”– estaba acusado por 43 privaciones ilegítimas de la libertad con torturas seguidas de muerte ocurridas durante su gestión como ministro de gobierno de Misiones, entre 1976 y 1977. Lilita también apeló a su fineza humanitaria para abordar otro costado de la cuestión: “Presionar así a la familia; usar a una persona de 85 años muy enferma, es terrible”. Y lo dijo sin un ápice de duda; como si el advenimiento de la vejez, acompañada por una leve chochera, pudiese atenuar el carácter criminal de una vida.
“Es digno de análisis lo que puede derivar la obra de Arendt en alguien como la señora Carrió, cuya cosmovisión ultracatólica –matizada con niveles metafísicos desaforados y brotes místicos rayanos con el delirio– es su marca registrada”
Lo cierto es que Lilita es una fuente inagotable de polémicas. Por caso, en su momento hasta logró irritar a los residentes paraguayos en la Argentina cuando sostuvo que “durante el régimen del general Stroessner la libertad estaba limitada, aunque el dictador no mandó a matar opositores”. No menos desafortunadas fueron sus declaraciones sobre la ley de extracción obligatoria de ADN en los expedientes por el plan sistemático de robos de bebés durante la última dictadura. “Esto no apunta a proteger los Derechos Humanos; esto es fascismo puro”, apuntó la diputada. Por semejante concepto, fue expulsada de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, además de merecer el repudio de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Su postura ante la aprobación del matrimonio de personas del mismo género tampoco tuvo desperdicios. En tal sentido, salió en defensa de la jueza pampeana Marta Covella, quien en su momento hizo pública su decisión de no casar a nadie en aquellas condiciones. Las palabras de Carrió entonces fueron: “Es saludable que exista la objeción de conciencia, porque no hay que confrontar sino hermanarnos”.
También en nombre de esa espeluznante forma de “concordia” es que el pasado 13 de octubre confesó su propósito de impulsar “juicios de revisión” para los condenados por delitos de lesa humanidad”. Y pidió a su auditorio en el club Harrods Gath & Chaves, de Belgrano, la reserva del asunto para que no se filtrara antes de las elecciones puesto que su difusión pública “embarraría la cancha”. Finalmente, en cuanto a los posibles beneficios a genocidas, insistió: “Esto es lo que se viene. Y yo ya me estoy ocupando”.
Claro que por ahora ningún funcionario del Poder Ejecutivo desmintió sus dichos. Sabias palabras de esta “discípula” de Hannah Arendt que sin duda logró consumar una hazaña inigualable en el campo de la filosofía política: haber banalizado hasta la banalidad del mal.

Panorama económico Atendido por sus dueños


Imagen: Guadalupe Lombardo
El establishment celebra. Los sectores populares no salen de su perplejidad. En el medio, una amplia franja de la población que quiere creer que las medidas son a su favor pero no comprende bien cómo ni por qué. En apenas horas, el gobierno lanzó una reforma que le pegó en la espina dorsal a todo el andamiaje de la legislación laboral, presentó una sinuosa reforma tributaria de la cual, seguramente, algunos capítulos están de antemano destinados a quedar en el camino, anunció la privatización de centrales energéticas y puso en manos del titular de la Sociedad Rural, nada menos, el Ministerio de Agroindustria. Liberó el manejo de las divisas provenientes de las exportaciones –ya no habrá obligación de liquidarlas en el país en ningún momento– y anticipó que modificará la fórmula de movilización jubilatoria, con lo que espera pagar 100 mil millones de pesos menos de jubilaciones el año próximo. “Ahora o nunca”, tituló los anuncios un portal empresario agropecuario celebrando las medidas y su oportunidad, un concepto que seguramente iluminó la decisión del gobierno para avanzar a ritmo de vértigo sobre derechos adquiridos y terminar de acomodar los tantos a favor de los grupos más concentrados.
El plan de gobierno hora está expuesto, aunque la táctica discursiva siga siendo la misma: presentarlo con tono edulcorado, “es duro pero necesario”, “es lo mejor para todos”, “empezamos a sacar el carro del barro”, “todos van a tener que poner algo”. Hay quienes rechazan ese relato señalando que los efectos negativos son indisimulables, pero hay también, y son muchos, los que “lo compran”. Entre los primeros, Marcos Gallo, investigador de la Universidad de Mar del Plata, en un reportaje para APU (Agencia Paco Urondo), señaló esta semana: “este modelo no tiene lugar para las pymes, irán desapareciendo y generará altos niveles de desempleo”, para luego agregar que “es muy cínico que presenten esta reforma laboral como una medida que va a crear trabajo cuando es todo lo contrario; la flexibilización laboral es una herramienta de destrucción de fuentes de trabajo. Es básicamente su objetivo, reducir el costo salarial argentino, que no es más que el nivel de vida del argentino”. Estas definiciones están formuladas en medio de un análisis mucho más profundo, en el mismo reportaje (hecho por Branco Troiano), que merece leerse.
tro comentario que rechaza el relato oficial, aunque en tono más irónico, fue hecho a este periodista por un dirigente industrial esta semana. “Este gobierno es como ese conocido que te escucha toser, se te acerca y te pregunta: ¿Estás mal? ¿Te duele el pecho? ¿Sabés por qué tenés esa tos? ¿Te hiciste ver por un médico? No te descuides, mirá que a esas cosas uno no le da importancia pero se pueden complicar. Mirá, tengo este jarabe, tomalo ahora para que te alivie pero después hacete ver para quedarte tranquilo. Pero cuando tomás el jarabe que te dio, resulta que es ácido muriático”.  Luego, el que parodia la relación con el gobierno explicó: “Estoy cansado de ir a ver a los funcionarios, del Ministerio de Producción, de Comercio o de Industria, y que te reciban con café, muy cordiales, charla amena, manifiesten preocupación y te prometan un destino de felicidad, pero cuando toman medidas te matan”. El dirigente empresario, de un sector pyme muy vinculado al mercado interno, sabe de lo que habla. Y esto fue dicho tras conocerse el paquetazo de esta semana. 
Y, sin embargo, no son pocos los empresarios que se ilusionan, se entusiasman con la idea de que bajarán sus “costos laborales”, que ahora estarán protegidos de los abusos de “la industria del juicio laboral”. Ven el futuro a través del cristal de sus propios costos, y tal vez estén en lo cierto en algún aspecto, pero no miden las consecuencias de un mercado interno que se achica, un consumo que seguirá retrayéndose con esta política laboral, con menores salarios y menos empleo. Una estructura económica en la que ya no habrá lugar para pymes, como bien dice Marcos Gallo (citado más arriba).
Muchos dirigentes pymes lo saben. Tendrán que pelear contra un modelo que los excluye, y contra la candidez de sus propios afiliados, entre los que el discurso oficial caló hondo. Tendrán que demostrar que “el modelo industrial” no es tal. Uno de ellos describía, esta semana, que 15 días atrás, el gobierno convocó a los integrantes de “la cadena de valor del cuero” (curtiembres y manufacturas) para debatir sobre las condiciones y las necesidades del sector, en sus distintos eslabones. Estaban los ministros Francisco Cabrera, de Producción, y Ricardo Buryaile, todavía de Agroindustria. Entre los representantes sectoriales participó Luis Miguel Etchevehere, de Sociedad Rural, “por los dueños de las vacas”, segmento que nunca había tenido intervención en los debates de rama industrial El dirigente de la Rural no sólo sorprendió por su presencia, sino también por su propuesta en esa oportunidad: pidió la eliminación de todo tipo de retención para exportar los cueros sin procesar. “Una propuesta de primarización absoluta, como para dejar de pensar en exportar cinturones, botas o carteras. La desindustrialización total, la vuelta a la etapa de la colonia”, relató al autor de esta nota el empresario que participó de ese encuentro. “El que presentó eso hoy es ministro. Y encima el gobierno te vende que la reforma tributaria y laboral es la solución al problema de las pymes industriales, y muchos le creen”.   
Los grupos más concentrados, los que constituyen la cúpula, el establishment, el poder económico, sí tienen razones válidas para celebrar. Esta semana sintieron que “ahora sí” el gobierno de Cambiemos se decidió a gobernar para ellos. Antes, tenían una sensación de “demasiadas concesiones” a otros sectores sociales. Algunos de sus voceros mediáticos llegaron a calificar de “populismo culposo” a medidas del gobierno que atenuaban el castigo a los sectores más vulnerables. Ahora sienten que “eso se acabó”: van por todo. Ese “todo” incluye cambiar las reglas de juego para consolidar una posición de poder en la sociedad, barriendo fundamentalmente con el cuerpo central de la legislación laboral. De prosperar la reforma planteada, ese cuerpo quedaría quebrado en su espina dorsal al quitarle apoyo a aspectos fundamentales de la ley de contrato de trabajo, como son las indemnizaciones por despido o la jornada laboral de 8 horas. 
Menos poder a los sindicatos, y cada vez menos Estado. Un Estado que seguirá reduciendo los subsidios (transferencias) a los sectores más vulnerables y seguirá cediendo poder de decisión a los sectores privados, a los que además empodera con desregulaciones y un nuevo capítulo de privatizaciones. Con un sendero de aumento de tarifas ya establecido, ahora entrega el negocio de explotación de seis centrales térmicas y participaciones accionarias en distintas compañías. La puesta en marcha del sistema de Participación Público Privada (PPP) para obras de infraestructura hará el resto: será el sector contratista el que defina cuándo y cómo se harán las obras. 
El negocio financiero, la especulación inmobiliaria, las exportaciones extractivas, más los sectores altamente concentrados proveedores de la obra pública, son los grandes beneficiarios de este modelo, y también de este último conjunto de medidas. Para ellos, el negocio. Para ellos, el poder. Como contrapartida, “todo lo que es el entramado productor, que está orientado al mercado interno y está compuesto en gran medida por Pymes, tenderá gradualmente a achicarse de manera considerable: este modelo no tiene lugar para pymes”, sentencia el investigador Marcos Gallo en el artículo ya mencionado. Mauricio Macri eligió bien el momento, sus estrategas pensaron minuciosamente la política de comunicación: de tipo invasiva, de imposición por ahogo. Una novedad tras otra, sin respiro. Acorralando al rival. El establishment lo celebra. Los perjudicados todavía no salen de su perplejidad.