Con un clima gremial cada día más denso, un horizonte de la economía aún más preocupante que el presente y el registro callejero flotando entre decepción e incertidumbre absoluta, se debe prestar atención a la probabilidad de que haya tomado cuerpo, formalmente, la intención de meter presa a Cristina.
Hace unos meses, esa hipótesis dividía las opiniones gubernamentales respecto de su conveniencia política e, incluso, varios especialistas de la esfera judicial sostenían que los plazos técnicos de las causas en danza no daban para encarcelar a la ex Presidenta durante este año, si acaso ella resolviera presentar candidatura. Pero las cosas fueron cambiando a medida de que actualidad y perspectivas ensombrecieron la imagen del Gobierno. Hasta las encuestas de favoritismo oficialista muestran una caída persistente de Macri y compañía. Los índices económicos, nada menos que con industria y construcción a la cabeza, exhiben un cuadro deprimente. Las olas de cierres de empresas y despidos son una gotera agrandada en secuencia cotidiana, que abarca desde el boliche del barrio hasta emprendimientos medianos. Las pesadillas de un deja vu, reinstalador de los peores efectos del menemato, parecen alcanzar ya a los sectores medios que confiaron en un cambio mayormente no traumático y que ahora, quizás, empiezan a manifestar un sentimiento vergonzante. El bajón articula al descenso generalizado del consumo con esa película ya vista, se pensaba que de forma aleccionadora, sobre –entre otros– endeudamiento externo desaforado (al que las clases populares y medias no prestan interés coyuntural) o apertura indiscriminada de importaciones (a la que sí se dedica algo más de ojo, como en el caso de la industria electrónica, porque no es tan fácil convencer en torno de que computadoras e implementos más baratos sean a costa de dejar miles de trabajadores en la calle). De todo esto, o en definitiva acerca de un modelo de exclusión social que el macrismo no piensa modificar en un ápice sino todo lo contrario, acabaron tomando nota explícita las organizaciones sindicales que le dieron al Gobierno un largo año de respiro. De allí que la movilización del 7 de marzo, convocada por la CGT y ya aglutinadora de un amplio apoyo en franjas diversas, se prevea gigantesca. Eso es así hasta el punto de que quedan relegadas las pocas simpatías que despierta su máxima dirigencia. Sumado el paro nacional de los docentes, se aproxima una suerte de súper-marzo conflictivo que, como retrato general de una atmósfera turbia, no estaba en los cálculos del Gobierno a –al fin y al cabo– poco más de un año de asumido. Estarán descubriendo que hay una sociedad con mayorías o minorías muy intensas, según cada tiempo. Y que haber ganado las elecciones por un pelo era un viaje de ida, que a las primeras de cambio podría significar la retroalimentación de mucho de lo acumulado en 12 años con numerosas reparaciones populares. Reparaciones que podrán verse muy modestas desde algún lugar ideológico ortodoxo, radicalizado, pero que comparadas con este huracán reaccionario semejan trascendentes, o añorables.
El Errorismo de Estado, capaz de dejar al descubierto más un plan de negociados familiares y compinchescos que un esquema armónico de intereses corporativos, le pegó a la alianza de derechas en donde más le duele: la credibilidad de su moralismo, su transparencia, sus modos para ventilar la política corrupta que encarnó la yegua. Ahora se desenmascara que esa construcción mediática no solamente era un fraude, sino que ni siquiera son eficaces para disimularlo. En la llamada gente del común que votó a Cambiemos crece aquella impresión de que Macri es Macri y no el Mauricio que se ofertó y compró por el humo de la campaña. Y entre observadores analíticos de todo color, incluyendo a la prensa oficialista, entra en discusión severa dónde están los dichosos grandes cuadros políticos que tenía el macrismo. Salta así como así que arreglaron la deuda del Correo entre gallos, parientes y medianoche. El milico Oscar Aguad, ministro de Comunicaciones, va al Congreso y dice suelto de cuerpo que en una de ésas Macri sabía. En medio del escándalo se revela que recortan el aumento de los haberes jubilatorios. Antes, se les ocurre manipular el feriado del 24 de marzo. O después, mientras Macri está en España, le regalan a Clarín que pueda brindar telefonía móvil para que Telefónica no pueda creer lo que sucede (con desparpajo, porque, en fin, a la gente esos asuntos no le importan en lo más mínimo, los medios amigos prefirieron el combate cuerpo a cuerpo entre los vestuarios de Leticia y Juliana, a falta de cualquier otro resultado concreto de la visita). Tampoco debería poder creerse que empresas aéreas ligadas a la famiglia gubernamental, beneficiadas con la concesión de rutas competitivas con la aerolínea de bandera, pinten para ser otro escándalo que sacuda la pureza del Gobierno. ¿Dónde están los cuadros de la derecha que mínimamente tendrían la habilidad de ocultar lo que es obvio? ¿Quedaron estupefactos porque, para acumular ejemplos casi capusottescos, Macri no tuvo mejor idea que hablar en Madrid de lo “sano” que es el ofrecimiento del 18 por ciento de aumento a los docentes, justo cuando los gremios se sentaban a discutir la paritaria? ¿Y qué tal el cuadro Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central, que le agregó decir en público que son esperables tres meses delicados en materia de inflación?
Todo o gran parte de tamaña ineptitud comunicacional sería lo que los voceros oficialistas denominan errores no forzados. Son los que la doctora Carrió, numen de la virginidad republicana y con una candidez sí que forzada, en medio de un tenida parlamentaria, tradujo en la frase “váyanse todos a la reputa madre que los parió”. El periodismo macrista tomó ese lenguaje soez como propio de una doncella fiscalista, mientras el “pelotudo” coloquial dispensado por Cristina a Oscar Parrilli fue tratado como inherente a una déspota acorralada. Convéngase en que esos artilugios ya asoman cual reacciones defensivas, instintivas, tal vez infantiles, siendo que no media ningún yerro no forzado. Llega un momento en que, por más cuadros de que se disponga y de que este Gobierno en efecto los tuviere, las tormentas agravadas no se tapan con la mano. Que el macrismo imagine que sus problemas son de comunicación, y no el resultado de que va clarificándose para quiénes gobierna, es precisamente el símbolo de que sus grandes cuadros fueron y son sospechosos de ser una ficción. O -lo cual no es contradictorio- que habrán sido figuras útiles e interesantes en el mundo de los negocios particulares. No en el del muñequeo de la política grande (esto último entró igualmente en debate, porque ahora también resulta que, en los corrillos del empresariado determinante, se dice que los CEOs gubernamentales eran en realidad unos meros gerentes de timba financiera y fondos de inversión, y no unos ejecutivos como Dios manda).
Como consecuencia de este clima circunstancialmente más amenazador que explosivo y con CFK subiendo en todas las mediciones que se quieran, creció la posibilidad política de que el juez federal Claudio Bonadio se sienta amparado para mandarla presa. El colega Raúl Kollmann lo expuso y sintetizó muy bien en sus columnas del martes pasado y ayer en este diario, a la puerta de que a comienzos de marzo deban declarar Cristina y sus hijos por la causa armada de Los Sauces. El grotesco implementado por Bonadio, como recuerda Kollmann acerca de la presunta asociación ilícita destinada a lavar dinero, tiene su origen en 2003, cuando Néstor Kirchner asumió como presidente y Los Sauces ni siquiera existía. “Bonadio (que fue apartado de la causa original por graves irregularidades) convocaba a testigos sin avisar a las partes, e incluso puso en marcha una pericia sin notificar a las defensas (…) Ese cúmulo de atropellos llevó a la Cámara Federal a apartarlo de la causa Hotesur (la original), que luego quedó en manos de Julián Ercolini. Sin embargo, Bonadio armó rápidamente una causa paralela (…) Nada importó (…) Aceptaron una denuncia de Margarita Stolbizer y, pese a que se trataba del mismo objeto procesal, no se envió la denuncia a Ercolini para que la sumara, sino que Bonadio se quedó con esa causa colectora. Es parte de la trama político-mediático-judicial de Comodoro Py (…) La impresión de todos los que pasaron por allí (tras la declaración, el lunes, de un empleado administrativo) es que Bonadio prepara el terreno para detener a CFK cuando tenga que resolver la situación. Esa preparación del terreno ya la hizo en la causa del dólar futuro, pero finalmente desistió de la acusación por asociación ilícita. No se sabe si esta vez hará lo mismo. Lo que está claro es que con la descabellada imputación (del lunes) sentó las bases (para detener a Cristina). Y lo hizo en una causa armada e ilegal.”
Para retomar el comienzo de estas líneas: pocos meses atrás, la posibilidad de Cristina presa era una pieza de laboratorio, una mirada de reojo, una partida de ajedrez de la que cabía esperar su desarrollo. Hoy, visto un escenario que se complica cada día, es una alternativa concreta. No necesariamente inevitable. Pero sí concreta.