lunes, 13 de marzo de 2017

27 de febrero de 2017 | El país OPINIÓN Pronósticos que incluyen a Cristina

Con un clima gremial cada día más denso, un horizonte de la economía aún más preocupante que el presente y el registro callejero flotando entre decepción e incertidumbre absoluta, se debe prestar atención a la probabilidad de que haya tomado cuerpo, formalmente, la intención de meter presa a Cristina. 
Hace unos meses, esa hipótesis dividía las opiniones gubernamentales respecto de su conveniencia política e, incluso, varios especialistas de la esfera judicial sostenían que los plazos técnicos de las causas en danza no daban para encarcelar a la ex Presidenta durante este año, si acaso ella resolviera presentar candidatura. Pero las cosas fueron cambiando a medida de que actualidad y perspectivas ensombrecieron la imagen del Gobierno. Hasta las encuestas de favoritismo oficialista muestran una caída persistente de Macri y compañía. Los índices económicos, nada menos que con industria y construcción a la cabeza, exhiben un cuadro deprimente. Las olas de cierres de empresas y despidos son una gotera agrandada en secuencia cotidiana, que abarca desde el boliche del barrio hasta emprendimientos medianos. Las pesadillas de un deja vu, reinstalador de los peores efectos del menemato, parecen alcanzar ya a los sectores medios que confiaron en un cambio mayormente no traumático y que ahora, quizás, empiezan a manifestar un sentimiento vergonzante. El bajón articula al descenso generalizado del consumo con esa película ya vista, se pensaba que de forma aleccionadora, sobre –entre otros– endeudamiento externo desaforado (al que las clases populares y medias no prestan interés coyuntural) o apertura indiscriminada de importaciones (a la que sí se dedica algo más de ojo, como en el caso de la industria electrónica, porque no es tan fácil convencer en torno de que computadoras e implementos más baratos sean a costa de dejar miles de trabajadores en la calle). De todo esto, o en definitiva acerca de un modelo de exclusión social que el macrismo no piensa modificar en un ápice sino todo lo contrario, acabaron tomando nota explícita las organizaciones sindicales que le dieron al Gobierno un largo año de respiro. De allí que la movilización del 7 de marzo, convocada por la CGT y ya aglutinadora de un amplio apoyo en franjas diversas, se prevea gigantesca. Eso es así hasta el punto de que quedan relegadas las pocas simpatías que despierta su máxima dirigencia. Sumado el paro nacional de los docentes, se aproxima una suerte de súper-marzo conflictivo que, como retrato general de una atmósfera turbia, no estaba en los cálculos del Gobierno a –al fin y al cabo– poco más de un año de asumido. Estarán descubriendo que hay una sociedad con mayorías o minorías muy intensas, según cada tiempo. Y que haber ganado las elecciones por un pelo era un viaje de ida, que a las primeras de cambio podría significar la retroalimentación de mucho de lo acumulado en 12 años con numerosas reparaciones populares. Reparaciones que podrán verse muy modestas desde algún lugar ideológico ortodoxo, radicalizado, pero que comparadas con este huracán reaccionario semejan trascendentes, o añorables. 
 El Errorismo de Estado, capaz de dejar al descubierto más un plan de negociados familiares y compinchescos que un esquema armónico de intereses corporativos, le pegó a la alianza de derechas en donde más le duele: la credibilidad de su moralismo, su transparencia, sus modos para ventilar la política corrupta que encarnó la yegua. Ahora se desenmascara que esa construcción mediática no solamente era un fraude, sino que ni siquiera son eficaces para disimularlo. En la llamada gente del común que votó a Cambiemos crece aquella impresión de que Macri es Macri y no el Mauricio que se ofertó y compró por el humo de la campaña. Y entre observadores analíticos de todo color, incluyendo a la prensa oficialista, entra en discusión severa dónde están los dichosos grandes cuadros políticos que tenía el macrismo. Salta así como así que arreglaron la deuda del Correo entre gallos, parientes y medianoche. El milico Oscar Aguad, ministro de Comunicaciones, va al Congreso y dice suelto de cuerpo que en una de ésas Macri sabía. En medio del escándalo se revela que recortan el aumento de los haberes jubilatorios. Antes, se les ocurre manipular el feriado del 24 de marzo. O después, mientras Macri está en España, le regalan a Clarín que pueda brindar telefonía móvil para que Telefónica no pueda creer lo que sucede (con desparpajo, porque, en fin, a la gente esos asuntos no le importan en lo más mínimo, los medios amigos prefirieron el combate cuerpo a cuerpo entre los vestuarios de Leticia y Juliana, a falta de cualquier otro resultado concreto de la visita). Tampoco debería poder creerse que empresas aéreas ligadas a la famiglia gubernamental, beneficiadas con la concesión de rutas competitivas con la aerolínea de bandera, pinten para ser otro escándalo que sacuda la pureza del Gobierno. ¿Dónde están los cuadros de la derecha que mínimamente tendrían la habilidad de ocultar lo que es obvio? ¿Quedaron estupefactos porque, para acumular ejemplos casi capusottescos, Macri no tuvo mejor idea que hablar en Madrid de lo “sano” que es el ofrecimiento del 18 por ciento de aumento a los docentes, justo cuando los gremios se sentaban a discutir la paritaria? ¿Y qué tal el cuadro Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central, que le agregó decir en público que son esperables tres meses delicados en materia de inflación?
Todo o gran parte de tamaña ineptitud comunicacional sería lo que los voceros oficialistas denominan errores no forzados. Son los que la doctora Carrió, numen de la virginidad republicana y con una candidez sí que forzada, en medio de un tenida parlamentaria, tradujo en la frase “váyanse todos a la reputa madre que los parió”. El periodismo macrista tomó ese lenguaje soez como propio de una doncella fiscalista, mientras el “pelotudo” coloquial dispensado por Cristina a Oscar Parrilli fue tratado como inherente a una déspota acorralada. Convéngase en que esos artilugios ya asoman cual reacciones defensivas, instintivas, tal vez infantiles, siendo que no media ningún yerro no forzado. Llega un momento en que, por más cuadros de que se disponga y de que este Gobierno en efecto los tuviere, las tormentas agravadas no se tapan con la mano. Que el macrismo imagine que sus problemas son de comunicación, y no el resultado de que va clarificándose para quiénes gobierna, es precisamente el símbolo de que sus grandes cuadros fueron y son sospechosos de ser una ficción. O -lo cual no es contradictorio- que habrán sido figuras útiles e interesantes en el mundo de los negocios particulares. No en el del muñequeo de la política grande (esto último entró igualmente en debate, porque ahora también resulta que, en los corrillos del empresariado determinante, se dice que los CEOs gubernamentales eran en realidad unos meros gerentes de timba financiera y fondos de inversión, y no unos ejecutivos como Dios manda).
Como consecuencia de este clima circunstancialmente más amenazador que explosivo y con CFK subiendo en todas las mediciones que se quieran, creció la posibilidad política de que el juez federal Claudio Bonadio se sienta amparado para mandarla presa. El colega Raúl Kollmann lo expuso y sintetizó muy bien en sus columnas del martes pasado y ayer en este diario, a la puerta de que a comienzos de marzo deban declarar Cristina y sus hijos por la causa armada de Los Sauces. El grotesco implementado por Bonadio, como recuerda Kollmann acerca de la presunta asociación ilícita destinada a lavar dinero, tiene su origen en 2003, cuando Néstor Kirchner asumió como presidente y Los Sauces ni siquiera existía. “Bonadio (que fue apartado de la causa original por graves irregularidades) convocaba a testigos sin avisar a las partes, e incluso puso en marcha una pericia sin notificar a las defensas (…) Ese cúmulo de atropellos llevó a la Cámara Federal a apartarlo de la causa Hotesur (la original), que luego quedó en manos de Julián Ercolini. Sin embargo, Bonadio armó rápidamente una causa paralela (…) Nada importó (…) Aceptaron una denuncia de Margarita Stolbizer y, pese a que se trataba del mismo objeto procesal, no se envió la denuncia a Ercolini para que la sumara, sino que Bonadio se quedó con esa causa colectora. Es parte de la trama político-mediático-judicial de Comodoro Py (…) La impresión de todos los que pasaron por allí (tras la declaración, el lunes, de un empleado administrativo) es que Bonadio prepara el terreno para detener a CFK cuando tenga que resolver la situación. Esa preparación del terreno ya la hizo en la causa del dólar futuro, pero finalmente desistió de la acusación por asociación ilícita. No se sabe si esta vez hará lo mismo. Lo que está claro es que con la descabellada imputación (del lunes) sentó las bases (para detener a Cristina). Y lo hizo en una causa armada e ilegal.”
Para retomar el comienzo de estas líneas: pocos meses atrás, la posibilidad de Cristina presa era una pieza de laboratorio, una mirada de reojo, una partida de ajedrez de la que cabía esperar su desarrollo. Hoy, visto un escenario que se complica cada día, es una alternativa concreta. No necesariamente inevitable. Pero sí concreta.

06 de marzo de 2017 | El país OPINIÓN Marzo, fuerzas, recomienz

Si el miércoles pasado estampó el inicio y formato de la campaña electoral por parte del Gobierno, mediante el discurso de Macri en el Congreso, la semana que se inicia será probablemente un termómetro social capaz de promover grandes definiciones en la oposición. 
Con acierto, desde la propia prensa oficialista se señaló que la intervención presidencial ante diputados y senadores no fue una pieza de la que correspondiera reparar en su contenido técnico, calidad de balance, proyecciones de mediano o largo plazo ni, menos que menos, capacidades de oratoria de las que, como todo el mundo sabe, el jefe de Estado carece por completo. Dicho ya por los analistas de todo color ideológico, y por todas las fuerzas políticas con natural excepción (pública) de la alianza gobernante, lo de Macri consistió exclusivamente en polarizar contra Cristina, sin nombrarla como significante pero sí como significado de una herencia perversa de la que sólo puede salirse de a poco. Hay, en esa observación coincidente, una pregunta implícita que –a sabiendas, por temor reprimido o por pereza– se deja escapar: si Cristina y el kirchnerismo representan un pasado atroz en cualquier sentido que se quiera, derrotado en las urnas apenas hace poco más de un año y sin posibilidades de retorno porque, de acuerdo con el relato M, los argentinos somos conscientes de que el populismo es un escenario que nos devastó, ¿por qué tanta necesidad de centralizar contra la ex presidenta y la simbología de los doce años? Alguna cosa no cierra, y parece residir en que la base electoral K es mucho más fuerte o amenazadora que lo que el Gobierno admite. Lo cual, naturalmente, lleva a deducir que en Palacio están interrogándose si acaso comienza a agotarse el verso de la herencia recibida y que, por tanto, es imprescindible machacar con el tema para reinstalarlo. Sin embargo, esa estratagema conduce a otra pregunta. De ser veraz que con la perorata del caos heredado empieza ya a no alcanzar, ¿por qué no apoyarse en algún logro concreto y, sobre todo, en perspectivas aun más específicas (modelo productivo, metas económicas inclusivas de las mayorías, políticas salariales, números precisos sobre reparto de los ingresos)? ¿No sabe el Gobierno hacer eso? Claro que sabe. Es que no debe, so pena de quedar en evidencia asumida de para quiénes se gobierna. 
Esa obviedad explica la cantidad de disparates y componendas emitidos y omitidas durante el discurso de Macri. ¿Con qué credibilidad puede hablar de una ley de anticorrupción empresarial quien viene sumergido en un escándalo tras otro de negociados familiares y corporativos? ¿Qué significa mentar “pobreza cero” si el núcleo abrumador de las medidas tomadas es favorecer a los ricos? ¿Con qué se come citar el récord de la cosecha agraria, como no sea para explicar un auge gemelo en la venta de los vehículos de alta gama, en medio de la pérdida generalizada del poder adquisitivo de las clases bajas y medias, los tarifazos, los despidos, los cierres de pymes? ¿Acerca de cuál dialoguismo podría testificar una gestión que violó la ley nacional de la paritaria docente? ¿De cuál respeto a las instituciones podría jactarse mientras se carga una presa política? En reemplazo de todo eso y de tanto más que no puede decir por aquello de que no debe, en función de su obediencia debida a la clase para la que administra, Macri tenía la única opción de reincidir en su catálogo de frases párvulas. Esas oraciones, antes de representar su volumen narrativo, expresan la imposibilidad de sincerarse y la necesidad de sustituirlo achacando culpas en el pasado reciente. Peor todavía, al revés de Menem no tiene siquiera la chance de ampararse en la vuelta “al mundo” por vía del tren neoliberal. No porque ese mundo haya desaparecido ideológica u operativamente, al contrario, sino por razones de oportunismo. ¿Con qué cara hubiera podido profundizar en torno de eso estando Trump en la Casa Blanca? Habría sido demasiado. O hubiese requerido de una entidad ensayística, sobre las diferencias entre arrebatos proteccionistas y sustancia actual del capitalismo, para la que no están preparados ni Macri, ni sus asesores ni, en primer término, la urgencia de descargar todo problema en el cuco de Cristina.  
El Macri auténtico de la intervención ante la Asamblea Legislativa fue, por un lado, el del cinismo. Pero, en esencia, en su esencia, lo reflejó mejor la casi increíble patoteada que le disparó a Roberto Baradel. El secretario general del Suteba, con custodia hace semanas por decisión judicial debido a las amenazas recibidas contra él y sus hijos, fue advertido por Macri de que “no necesita que nadie lo cuide”. En esa reacción se sintetizan varias cosas. El Presidente que banaliza intimidaciones; el dialoguista que agrede; el lector que no puede apartar su vista de los papeles que le escribieron y que sólo se sale de libreto para formular una provocación personal; el estadista que se rebaja a una chicana igual de barata que de lamentable; el jefe político que convoca a cuidar a los docentes y que no tiene mejor idea que hacer eso cuando las clases están a punto de no empezar porque el republicanista vulneró olímpicamente la ley del sector.  
Entre el Macri que hace lo que puede para disimular las consecuencias de su gobierno y el Macri que da rienda suelta a sus instintos de patrón de estancia, se espeja en buena medida la respuesta que esta semana llegará a ser, quizás, la más importante desde la asunción de Cambiemos. Es difícil compendiar en una palabra o figura qué tipo de respuesta habrá de ser ésa. Definirla como “política” es de una elementalidad perezosa, porque además no es unívoca. Cuando se habla de una respuesta política se lo hace desde cierta mancomunión de intereses, y lo que acontecerá desde hoy semeja más a un efluvio de mezclas contestatarias. Está el acelere del avance contra CFK y su familia, por causas armadas, bochornosas, que como ya diseccionaron numerosos especialistas del área son una afrenta a la solidez jurídica y que reavivarán la irritación de los sectores más próximos a la ex presidenta. Está la marcha que, producida desde la CGT por presión desde abajo, ya superó a sus convocantes originales para transformarse en un aglutinador que excede a los dirigentes y que sumará a gente suelta, agrupamientos varios, laburantes de pequeñas fábricas y talleres industriales, profesionales, carenciados, despedidos, militancia tratando de reencontrar rumbo y calle y, cómo que no, hasta desconcertados votantes de Cambiemos. Está el paro de las mujeres que, más allá de sus consignas universales contra la violencia institucional y de género, dudosamente vaya a carecer de marcadas expresiones contra el Gobierno porque además incorpora categorías, como la explotación laboral, que exceden a las reivindicaciones tan justificadas como clásicas. Está la huelga de los docentes en medio de una campaña feroz para estigmatizarlos. 
El politólogo Edgardo Mocca, el pasado domingo 26 en este diario, escribió que marzo se insinúa como un mes crucial para enderezar la proa hacia la unidad nacional. Tal vez asome como un pronóstico de épica excesiva, pero es del todo cierto que, como apunta, estarán la cuestión social, la cuestión obrera y la cuestión de género. Y que se juntarán, en todos los casos, multitudes integradas por un vastísimo arco social. “Las acciones de protesta y las concentraciones no pueden ser pensadas como fragmentos dispersos, sino como torrentes que hay que hacer converger para poner fin al atropello y la arbitrariedad. Y de alguna manera ya han empezado a converger. No, claro está, como una fórmula electoral para octubre, sino como un sistema de demandas que se va haciendo lugar en la política argentina. Una profundidad y una energía de lucha que ya ha permeado a todos los campamentos políticos. Decidió a los indecisos, hizo moverse a los que querían quedarse quietos, hizo regresar a otros de la luna de miel de Davos y hasta ruborizó a algunas figuras conspicuas de la Alianza, que dicen empezar a advertir un exceso de ‘errores’ en la política del Gobierno. La movilización multisectorial va diseñando un programa político. Una plataforma de defensa del empleo y la producción nacional, de reactivación de la demanda sobre la base del mejoramiento efectivo de los salarios, de recuperación de la inversión en el desarrollo social, educacional y científico-técnico, de freno del drenaje de recursos producido por el irresponsable endeudamiento contraído en pocos meses de gobierno (…) Si este programa se fortalece y se amplían sus bases, todo lo que habrá que hacer en los próximos meses es darle una forma política a esa unidad nacional y asegurar que las candidaturas comunes en octubre den las mayores garantías de su plena representación”. 
Si ese “todo lo que habrá que hacer” resuena quimérico, vista la dispersión de las representaciones políticas y el cuadro de desazón y bronca reinantes, piénsese que mucho peor es no darse cuenta de que por algo hay que comenzar.
Re-comenzar.

13 de marzo de 2017 | El país OPINIÓN Entre la calle y un vacío de poder


Aquello de que lo difícil no es explicar la realidad sino modificarla resulta muy tentador para simplificar lo ocurrido en estos días de la política argentina. 
Es imprescindible tomar nota de una serie de datos de los llamados objetivos, aunque la palabra ya suene un tanto desacomodada visto cómo la devaluaron los intereses del mundo periodístico-corporativo. Es objetivo que la notable marcha de los docentes, el lunes pasado, reveló una potencia intacta de los sectores más concientizados y militantes del gremio, capaz de contestarle bien, muy bien, a la despiadada campaña mediática del Baradel versus Vidal; sindicalista patotero bonaerense contra gobernadora angelical extorsionada; derechos salariales de los maestros frente a no tomar a los niños de rehenes; intento de reducir el conflicto a la provincia de Buenos Aires para ocultar su carácter nacional. Y un aspecto clave que alimenta más todavía el significado de esa multitud de docentes y acompañantes: la convocatoria careció de antelación. Sólo tuvieron sábado y domingo para ponerla en marcha, a los piques, y sin embargo reventó de gente. El paro fue masivo en los establecimientos estatales y, como siempre, menor en los privados que están sujetos a la presión patronal. La foto mediática se concentró en Capital y conurbano para desconocer la adhesión en provincias y zonas donde la educación estatal cumple un rol que la privada no desempeñará jamás. Excepto por los activistas cloacales de las redes, en formato de trolls o de minusválidos políticos que reducen el tema a maestros y profesores vagos que no quieren trabajar, el propio complejo mediático oficialista debió hablar de una manifestación imponente. Cabe preguntarse si acaso al Gobierno no está jugándole en desfavor lo burdo de su táctica. Macri con la chaveta saltada contra Baradel en el Congreso, las imágenes de los hijos del jefe de Suteba por televisión, las invenciones de los call center PRO mostrándolo en un BMW para pedir disculpas por la equivocación a las pocas horas, la guachada casi inconcebible de un periodista que le pregunta por su título de docente, ¿no activan una reacción de sentido rabioso inversamente proporcional? ¿No generan ganas multiplicadas de responder a las provocaciones? Esas preguntas constituyen a la principal, que es si la provocación no estará reflejando debilidad gubernamental. 
Día después de la marcha docente, hubo una de las concentraciones gremiales más impresionantes que se recuerden desde el recupero democrático. “Gremiales” es asimismo una simplificación, aunque acertada, porque quedó claro que el ingrediente dominante fue la asistencia de una muchedumbre sindicalizada pero con el apoyo ineludible de sueltos, profesionales, laburantes ajenos al aparato cegetista, desencantados y desconcertados varios. Los medios para-oficiales se ensimismaron con los sucesos alrededor del palco, ya producido el derrape histórico del indescriptible triunvirato cegetista. Eso duró la tarde/noche de la jornada y algunas columnas periodísticas de la siguiente, subrayando el copamiento kirchnero-izquierdista del escenario y los recuerdos del futuro que implican las imágenes en caso de no haberse aprendido la lección. Sobre esto hay numerosas consideraciones que, ya dichas en mayor o menor medida, en on u off, desde los protagonistas directos y desde los comentaristas de toda laya, merecen ser remarcadas. La primera es haberse sabido de sobra que el descontento en las bases excedía largamente las intenciones y pericia de la CGT para poder controlarlo, por más que fuera y sea una bronca dispersa. Constatado eso, ¿cómo es posible, se preguntó, que los triunviros no encontraran la forma de canalizar el desborde, anclado en la exigencia de ponerle fecha al paro general? Pregunta incorrecta, porque ninguno de esos burócratas –en la acepción simbólicamente más jodida del término– estaba allí por convicción combativa. Estaban porque en su momento ganaron tiempo convocando a una marchita pro-productiva, limitada a protestar contra  problemillas de avalancha importadora y a efectos de que el Gobierno tirara o encubriera con algún hueso superador de la plata que les saldó por sus obras sociales. ¿Qué podían hacer, instalados ahí arriba frente a una multitud efervescente en la que no eran cuatro gatos locos quienes los puteaban para poner la fecha sino los mismísimos ocupantes del frente de las columnas? ¿Qué podían hacer si no hay uno, además, con mínima representatividad y carisma para controlar una situación como ésa? ¿Qué podían hacer si ni siquiera se le animaron a la Plaza de Mayo, para no ofender a Macri? De manual, después dejaron trascender que la agresividad partió de cien estúpidos; después dijeron que eran mil, y después que fueron los K y los troscos.
Primero, la recurrencia de hablar sobre infiltraciones zurdas rememora el rostro más siniestro de las jerarquías sindicales. Segundo, las columnas kirchneristas y de la denominada izquierda jamás estuvieron sino a varias cuadras del palco. Tercero, ¿cien o mil estúpidos, o una veintena de despedidos del 60, o unos trapitos del gremio de remiseros, o la Cámpora, le aparatean y pudren un acto de masas a la CGT? Bien: o estamos al borde de la revolución y no nos habíamos enterado, o la cúpula de lo que otrora se llamaba central obrera debería dedicarse a conducir un maxikiosco. De todos modos, y para incurrir en el lugar común cuyo consignismo no afecta cierta épica necesaria, nada de esto puede extraviar que el hecho eventualmente re-fundante es la suma de cientos de miles de argentinos que ganaron la calle para decir basta. El cuidado o prejuicio contra ese tipo de sentencias animosas, siendo que se viene y está en medio de una derecha ganadora, legítima en las urnas, no debe reprimirlas. Sea que se considere que lo habido fue una suma de minorías intensas, de estructuras organizadas con capacidad de llenar la calles o de expresiones populares que no representan a mayorías silenciosas, lo objetivo es que a un año y monedas de gobierno reaccionario crece la resistencia y la movilización. Otra vez se demuestra que hay en esta sociedad reservas activas, también reflejadas en las mujeres que cubrieron el espacio público aun después de la energía que insumieron dos enormes manifestaciones inmediatamente precedentes. ¿Cuántos colectivos sociales de dónde pueden enorgullecerse de tal cosa? 
El tema que continúa apresurando, de manera inevitable, es qué o quién vehiculiza. Por ahora, no hay respuestas para ninguno de los dos factores. Ni en el qué ni el quién se encuentran contestaciones de corto plazo, que es como se piensa y como se vive. Para quienes todavía guardan esperanzas en el rumbo votado, Macri muestra que su liderazgo es endeble entre la tropa propia –véase la alarma manifestada ayer en las vocerías oficialistas– y lo que sucede alrededor de la candidatura a senador bonaerense de su primo Jorge es categórico. El apellido pasó a jugar contra, no porque la sacerdotisa Carrió lo haya tildado de delincuente con esa vara que por un lado asusta a Cambiemos debido a que para el gorilaje más recalcitrante es palabra sagrada y, por otro, espanta porque ya se sabe que la doctora tiene la particularidad de destruir cuanto construye (a más de que nadie quiere imaginarla en funciones ejecutivas, o dando consejos al respecto). Hay crecientes rumores de cambios de gabinete. La UCA plantó que hay millón y medio de nuevos pobres y 600 mil nuevos indigentes, producto de este Gobierno y no de la herencia recibida. La UIA, en observación aún amable, le respondió a Dujovne que el fin de la recesión sólo existe en sus fantasías. El número inflacionario de febrero conmovió. Frenaron las alzas para abril en el transporte público, demoraron las del agua y dividieron en tres las del gas y en dos las de la luz, para que caigan después de octubre. Si los aliados cascotean, en la calle pasó lo que pasó y el estimado del 17 por ciento de inflación anual mutó a mejor vida, el Gobierno necesita un reanimador que nadie se explica dónde puede estar salvo –electoralmente– en la fragmentación peronista. Y en la estratagema de insistir con la corrupción K, justo cuando empezó a brillar la M. Mirada corta, pero no disponen de otra.
Enfrente, tampoco el qué ni el quién tienen un ordenador. Si algo faltaba para corroborarlo, el bochorno de la CGT despejó dudas. Y quedó archi-renovado, con la suma de Massa sin convicción ni señales, que con Cristina no alcanza y sin ella no se puede. Planteado en esa ecuación de nombre propio alcanza, por ahora, menos que menos. Aunque un poco menos que hace poco. Pero no se puede negar que para expresar a modelos antagónicos no hay otra personalización que sirva mejor. Por lo pronto, aconteció que el papelón estuvo en un palco, no en la calle. Porque ahí, abajo, hubo una ejemplar fiesta contestataria durante tres días consecutivos.
Esa es la noticia, a apenas un año y piquito de asumido Macri.

[AUDIO] ¿Estaba preparado el predio para tanta gente? #ElIndioSolari#IndioEnOlavarria cc Mariana Moyano Tuny Kollmann || Es #DelPlata, es de todos
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El presidente criticó las medidas de fuerzas sindicales, que estuvieron en el centro de la escena política.