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El espectro de la moral política se despertó de golpe en la conciencia de los dirigentes de este mundo. Excepto uno de ellos, el primer ministro Griego Alexis Tsipras, ninguno de los jefes de Estado o de Gobierno de Occidente acude a los funerales de Fidel Castro. Tampoco lo hará el hombre que, poco a poco, ha ido ganando batalla tras batalla en su pugna con las potencias: el presidente ruso Vladimir Putin. La retórica común de los europeos consiste en decir que “ni la democracia, ni los derechos humanos, ni la libertad de expresión formaban parte de las ideas de Fidel Castro” (Steffen Seibert, portavoz de Angela Merkel). Jamás les importó desplegar alfombras de terciopelo para que los peores tiranos del planeta caminaran sobre ellas cuando venían a las capitales de Occidente a firmar frondosos contratos para comprar armas. Cuba fue y será una excepción. El presidente francés, François Hollande, la canciller alemana Angela Merkel, la primera ministra británica Theresa May o el mismo Barack Obama, artífice del proceso de normalización con Cuba, ninguno de ellos, entre tantos otros, se desplazó a La Habana. Lo que ellos llaman “la herencia” de Fidel les provoca una crisis moral sin precedentes. Nunca se los vio tan irrevocablemente unidos y éticos ante la desaparición de un hombre que encarna, para ellos, la negación de la democracia liberal. Nunca antes les tembló la conciencia cuando pactaban contratos con algunos de los países árabes que se levantaron en 2011durante la Primavera Arabe. Sea el tirano corrupto que gobernó Túnez, Zine el-Abidine Ben Ali, durante un cuarto de siglo, el Egipto de Hosni Mubarak o el “nuevo” Egipto de la restauración ultraconservadora gobernado por el represor Fattah al-Sissi (general) desde 2014, cuando terminó de decapitar a los herederos de la Plaza Tahrir y luego apoyó el golpe de Estado (9 de julio de 2013) contra el presidente electo y líder de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi. Fattah al-Sissi fue recibido con honores de demócrata o lo visitaron con parodias respetuosas y delegaciones de mercaderes de armas que firmaron con esas dictaduras contratos por miles de millones de euros: barcos de guerra, aviones de combate, satélites de comunicaciones militares, helicópteros, tanques. Airbus Space Systems, Thales Alenia Space, DCNS, Dassault Aviation, HDW, TKMS (ThyssenKrupp Marine Systems) (Alemania), Lockheed Martin (USA), estos mastodontes de la industria armamentistas hacen sus mejores negocios con las tiranías del planeta. Los millones y las armas lavan la sangre que derraman los pueblos y sirven de coartada del olvido.
Con Cuba y Fidel han construido una retórica de “excepcionalidad democrática” para justificar su ausencia. Han sido, al final, muy poco generosos con un enemigo indomable que les levantó a los pueblos durante décadas. Su mediocridad y su falta de inspiración son un retrato elocuente de las democracias liberales en estado de Zombi (Frédéric Lordon, economista francés) que ellos representan. La misma pequeñez disfrazada de inteligencia han manifestado los ciudadanos de la República Plumífera Pluridisciplinaria, RPP:intelectuales, analistas, escritores, filósofos, novelistas, sociólogos, historiadores, editorialistas. Todo un pelotón de sepultureros que se lanzaron sobre el cadáver de Fidel para liquidar su herencia o sus actos. Dignos delegados del pensamiento más actual, el pensamiento halo, aquel que sólo ve lo que brilla, metodología fría y reductora hecha de artimañas verbales ingeniosas, heredero de otras cuatro evoluciones hacia debajo de la reflexión:el pensamiento MP3, el pensamiento ZIP y RAR, todo comprimido, sin elegancia ni honestidad. Son demasiado jóvenes para conocer las sutilezas y exactitudes de la historia, o demasiado ancianos para tener buena memoria. Han enterrado a Fidel en las páginas de El País, Le Monde o Le Nouvel Observateur con una consigna ridícula como timón: “el Siglo XX está definitivamente detrás de nosotros”, escribe en el Nouvel Observateur uno de los biógrafos franceses de Fidel (casi lo mismo tituló El País en España), Serge Raffy. ¡Qué pena que no sea cierto !. Si así fuera, la humanidad hubiese dejado atrás las guerras, la explotación, el hambre que se lleva millones de vidas por año, la miseria, las enfermedades, las epidemias, las tiranías o las catástrofes naturales. La gran mayoría de los sepultureros retóricos conoce muy poco Cuba –tal vez sus playas–, jamás habló con Fidel o permaneció el tiempo suficiente en la Isla para, al menos, sembrar la legitimidad debida. Se despachan contra “el tirano grotesco” con una fuerza moral que no hace sino dejar al desnudo la debilidad y el oportunismo:no los vemos escribir contra el genocidio en Alepo, los bombardeos rusos, sirios y occidentales sobre poblaciones que mueren cada día a fuego lento. Cuba y Fidel se volvieron de pronto el territorio donde es posible ejercer de profesor de ética y democracia mientras se olvida la depredación zombi que la democracia liberal lleva a cabo en casi todo el planeta. La infinita geometría variable de los valores y las relaciones internacionales se escenifica aquí con una transparencia implacable. Los muertos no se defienden, la exposición límpida de la complejidad requiere demasiado esfuerzo mental, una isla pequeña, maltratada, asediada y castigada se torna de pronto el fantasma global del mal ejemplo y un hombre que le dio conciencia y capacidad de acción a millones de personas en el mundo se vuelve el mal encarnado, el déspota de su pueblo y el de los sueños y las esperanzas. Fidel sobrevivió a muchas contingencias. Su vida se extendió hasta llegar al siglo XXI. Habrá en su entierro menos líderes de lo que él, como aliado o adversario, se merece. Tal vez la muerte contenga un suspiro de alegría final. No sabemos. Si así fuera, Fidel habrá podido festejar la más intima, fabulosa y espectacular de las victorias, incluso si él no participó en la confrontación: ser testigo de cómo su peor enemigo, el imperio norteamericano, se destruía a si mismo, se autodegradaba, se rebajaba hasta niveles tan patéticos que supo elegir a un grosero, racista y evasor de impuestos como presidente. Donald Trump ha sido el último regalo que Fidel recibió de Occidente. Qué importa ahora que sus líderes se hayan negado a estar presentes en el último adiós. Comandante, lo mejor está por comenzar.