jueves, 1 de septiembre de 2016

OPINION La vuelta a la “normalidad” Por Washington Uranga

Unos y otros, los que estaban a favor y los que estaban en contra, saben que lo sucedido ayer en Brasil con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff representa un golpe para todas las fuerzas progresistas y también para la democracia en América Latina. Es una etapa más del regreso de la derecha política y económica en la región. Situación que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, califica claramente de “restauración conservadora” y a la que el vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera, prefiere designar como “oleada conservadora” argumentando que son momentos históricos de altas y bajas pero no un paso atrás de lo ya andado y construido. En todo caso se trata de matices de un análisis que deja al descubierto que los sectores populares y los gobiernos progresistas de la región que los representaron están sufriendo una derrota más. En Argentina fue por el camino electoral; en Paraguay y en Brasil usando resortes institucionales legales pero cuestionables desde su legitimidad ética y política (¡cuándo le importó la ética y la legitimidad a la derecha!). Y se podría analizar las características particulares de la situación de cada país.
La conclusión es clara: la derecha política y económica vernácula con el apoyo de sus aliados globales decidió “volver a la normalidad” y restablecer el orden, dejando en claro quienes mandan y quienes obedecen. Hay ejemplos anteriores, pero Brasil, por todo lo que conocemos es la “presa” mayor y lo que allí acaba de suceder nos afecta directamente. En lo económico, en lo político y en lo cultural. El cambio de rumbo impone también para la región una modificación sustancial de su geopolítica. Profundiza el aislamiento de Venezuela y acorrala aún más a Bolivia y a Ecuador. También porque Brasil –como nunca lo dejó de hacer– pretende extender e imponer su perspectiva, sin importar los costos, a los otros países de la región. Bien lo sabe Uruguay cuyo canciller, Rodolfo Nin Novoa, denunció que su colega de Brasil, José Serra, intentó “comprar el voto de Uruguay” para impedir que Venezuela asumiera la presidencia pro tempore del Mercosur.
Nada de lo que sucedió y ocurrirá en Brasil puede ser ajeno a lo acontece y acontecerá en los países de América del Sur. Lo fue para bien en los últimos años y lo será ahora con la nueva realidad política y económica del gigante regional. Desde esta perspectiva el análisis de la situación de Brasil en su integralidad debe ser atendido también por las fuerzas políticas argentinas, porque el desarrollo de los acontecimientos en el país vecino incidirá significativamente también en nuestra realidad local.
En ese esfuerzo y en la misma tarea, parece importante construir también una agenda común que reflexione desde el campo popular acerca de los procesos de integración desde la democracia. Para hacer un balance acerca de cómo se aprovecharon las oportunidades durante el tiempo en que coincidieron los gobiernos progresistas, pero también para revisar las asignaturas pendientes y, en particular, las debilidades que dejan en evidencia sistemas democráticos construidos sobre pilares y al servicio de la sociedad liberal capitalista. Sistemas que entienden que la “normalidad” es el ejercicio del gobierno por parte de los grupos capitalistas de poder y que cualquier otra alternativa es apenas una “distracción” o un “descuido” que, por favorecer a los sectores populares, debe ser corregido. Así lo conciben y suelen argumentar también los funcionarios del macrismo refiriéndose a la realidad argentina.
Para esa mirada Brasil ha vuelto ahora a la “normalidad”. Y en ese sentido se puede decir que desde el punto de vista de los afectados, de las víctimas del golpe institucional, “todos somos Brasil”, si en ese “todos” se incluyen las fuerzas que luchan por la consolidación de un cambio basado en la justicia y con perspectiva integral de derechos.

› DE HONDURAS A PARAGUAY Y DE AHI A BRASIL, DE LA PERIFERIA AL CENTRO, DE LO BURDO A LO MAS SOFISTICADO Golpes blandos, la nueva tendencia en la región

Por Santiago O'Donnell

El golpe parlamentario que terminó con el gobierno de Dilma Rousseff es el eslabón más reciente de una serie de golpes blandos que empezó con el derrocamiento del presidente de Honduras, Mel Zelaya, en el 2009, y siguió con el de Paraguay, Fernando Lugo, en 2014.
La secuencia, a medida que avanza, va creciendo en su maquillaje y su sofisticación. Empieza en Honduras con un golpe rudimentario, al principio casi de manual, pero con una parodia de legalidad. Sigue con un juicio político express en Paraguay sin pruebas contra el presidente y violando su derecho de defensa y culmina en Brasil con un proceso tan legal como ilegítimo y carente de fundamentos jurídicos.
La secuencia, además, arranca en la periferia de la región, donde Estados Unidos continúa siendo la fuerza hegemónica, y llega hasta el corazón mismo de Sudamérica y principal potencia regional, que es Brasil, pasando como escala intermedia por un país sudamericano y socio del Mercosur como Paraguay, parte del grupo de países sudamericanos que formó un bloque relativamente autónomo en la década pasada y empezó a aplicar mecanismos propios para resolver sus conflictos.
A principios de la década pasada, las nuevas instituciones regionales como Mercosur y especialmente Unasur habían servido para evitar la interrupción de regímenes democráticos en Ecuador y Bolivia, y conflictos bilaterales como Colombia-Venezuela, Colombia-Ecuador o Bolivia-Chile, desacuerdos todos ellos que en tiempos de guerra fría habrían tenido a Estados Unidos como protagonista principal y árbitro eventual.
Pero la distracción de Washington con las guerras en Medio Oriente, y la aparición de China como principal socio comercial, junto a la coincidencia de un grupo de gobernantes carismáticos de similar signo político, comprometidos con la integración regional, consiguió romper la hegemonía del Consenso de Washington a nivel sudamericano.
Mientras en México, Centroamérica y el Caribe, a pesar de puentes tendidos a través de organismos que excluyen a Estados Unidos y Canadá como la Celac, por su nivel de integración con la potencia del norte tanto a nivel de tratados de libre comercio como en temas migratorios y de remesas, la dependencia sigue siendo casi absoluta, lo cual impide su participación en otros proyectos de integración. Este límite se vio en el golpe de Honduras.
Zelaya fue sacado de su cama en pijamas por una patota del comandante del estado mayor, Romeo Vázquez. Lo llevaron a una base militar estadounidense, lo subieron a otro avión y lo echaron del país. A la mañana siguiente, en una sesión express asumió un títere civil del comandante, el presidente del Congreso, Roberto Micheletti, y los militares decretaron el estado de sitio y una serie de medidas de control social de corte autoritario. Según cables del Departamento de Estado estadounidenses revelados por Wikileaks, Estados Unidos no apoyó el golpe y hasta intentó de disuadir a sus autores, aunque Zelaya no era de su agrado. De hecho, Estados Unidos acompañó al resto de los países de la OEA en su condena al día siguiente de que ocurrió. Pero apenas horas después Estados Unidos, a contramano de Latinoamérica, empezó a apoyar la transición del gobierno golpista hacia unas rápidas elecciones, aprovechando que Zelaya estaba en el final de su mandato. Mientras tanto, envalentonados por sus éxitos en Sudamérica, Brasil y Argentina apostaron fuerte al regreso de Zelaya, con Cristina Kirchner acompañando al presidente legítimo en un fallido intento de regreso y Lula dándole asilo en la embajada brasileña de Tegucigalpa una vez que el regreso no pudo concretarse. Con su apoyo a la transición del gobierno golpista, Estados Unidos marcó un límite a la expansión del bloque sudamericano sin romper sus políticas de Estado de no invadir más después del desembarco los Marines en Panamá en 1989, y de no apoyar más golpes, al menos abiertamente, desde el fallido putch contra Chávez en 2002.
Así llegamos al segundo golpe blando contra un gobierno progresista por parte de una elite financiera y política malacostumbrada a perpetuarse en el poder a como dé lugar. Esta vez le tocó al ex obispo Fernando Lugo, otro personaje que no era del agrado de los Estados Unidos, entre otras cosas, Wikileaks dixit, porque reemplazó una unidad antiterrorista estadounidense dedicada a entrenar tropas de elite paraguayas, por asesores militares de Argentina y Brasil. Lugo no era un político tradicional ni era particularmente hábil a la hora de negociar. Sin apoyos en el Congreso, abandonado por sus socios del Partido Liberal, traicionado por su vice Federico Franco, quedó a la merced de la elite golpista, acostumbrada a décadas ininterrumpidas de gobierno de la mano del general Alfredo Stroessner y su Partido Colorado. La oportunidad llegó tras la conmioción social causada por la llamada masacre de Curuguaty, en la que fallecieron once campesinos y seis policías en una estancia sojera en el este del país. Si bien la violencia venía desde hace tiempo y quizá nadie había hecho más para mediar en el conflicto entre campesinos y terratenientes que el propio Lugo, el Congreso decidió destituirlo por su “responsabilidad política” en el enfrentamiento. El juicio duró menos de 48 horas y Lugo tuvo menos de dos para defenderse. A falta de pruebas reales, fue destituido por el voto de 215 de los 225 congresistas paraguayos después de que la Corte Suprema rechazara un pedido de aplazar el proceso. La destitución fue condenada por la mayoría de los países de la Unasur pero, a diferencia del golpe blando hondureño, una moción de censura en la OEA apenas alcanzó 8 votos a favor y 28 en contra. Unasur mandó a una delegación de cancilleres que al término de su misión emitió un documento crítico, los países bolivarianos del ALBA no reconocieron al gobierno de facto de Franco y el Mercosur suspendió la membresía de Paraguay hasta las elecciones, nueve meses después del golpe, que llevaron al gobierno al colorado Horacio Cartes.
Ahora llegó el golpe en contra de Dilma. Esta vez se respetaron los tiempos y rituales que marca la formalidad, en un proceso parlamentario que fue supervisado in situ por el presidente de la Corte Suprema. Pero nuevamente se trata de una interrupción del régimen democrático para imponer un gobierno de facto de una elite nostálgica de poder, a través de mecanismos constitucionales previstos para sancionar acciones criminales a pesar de que no se acusa a la presidenta de haber cometido crimen alguno, aprovechando el mal humor social por una prolongada recesión y un persistente escándalo de corrupción que involucra a muchos de los pincipales empresarios y dirigentes políticos del país, pero no a Dilma.
Siguiendo con la progresión de condena total en el caso hondureño y condena parcial en el caso paraguayo, esta vez las voces de protesta a nivel regional son más la excepción que la regla, atento al vuelco a la derecha que está dando Sudamérica. A diferencia de lo que pasó en Honduras pero en sintonía con lo que pasó en Paraguay, en el caso brasileño Washington se mantiene cauto, distante y prescindente, como aceptando la nueva realidad geopolítica de su pérdida de hegemonía. Sin embargo, atenta a los múltiples intereses que aún posee en la región, así como a su alianza tradicional con los factores de poder que quedaron del lado de los golpistas o directamente operaron para erosionar las fuerzas democráticas especulando con la posibilidad de recapturar ganancias extraordinarias, la administración de Barack Obama no tardó en reconocer la legalidad de los gobiernos surgidos de estos procesos. No es lo mismo que invadir un país, pero no deja de ser una intervención negativa.
Así quedaron las cosas después del golpe blando en Brasil. A la espera de otros eslabones en esta nueva cadena de intervenciones antidemocráticas, a menos que el joven bloque regional sudamericano genere mecanismos defensivos que le permitan preservar lo que queda en pie y regenerar lo que hace falta en términos de cultura democrática, tanto en los países amenazados por esta nueva tendencia como en aquellos que ya optaron por salidas autoritarias para sus crisis de gobernabilidad.
@santiodonnell

OPINION Jaque a la democracia regional Por Mario Wainfeld

Lula da Silva asumió como presidente de Brasil en enero de 2003, Néstor Kirchner lo hizo en la Argentina en mayo del mismo año. Comenzó entonces un ciclo democrático colectivo sin precedentes que ayer tuvo su punto final, de la peor manera imaginable. Un golpe de estado “blando”, camuflado en ropaje institucional. Aún aquellos que defienden su nula legalidad reconocen que asume un presidente impresentable, carente de votos y de legitimidad de origen. La presidenta reelecta Dilma Rousseff fue desplazada tras cuatro victorias de su partido en elecciones libres. El sucesor, Michel Temer, está desacreditado y fue abucheado por multitudes antes de su asumir. Llega montado en una endeble coalición parlamentaria que lo usó como ariete. Todo indica que el establishment, que encontró un atajo para llegar al poder, deberá buscar otro dirigente para tener chances en la elección presidencial de 2018 si Temer consigue pervivir.
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Cuando el siglo se iniciaba, dos mandatarios argentinos debieron renunciar anticipadamente tras derramar sangre de sus compatriotas. El entonces presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada reprimía a sangre y fuego la insurrección popular.
La herencia neoconservadora fue cuestionada por los pueblos y sus líderes. Distintos regímenes, adecuados a la historia y características de cada estado, se consolidaron luego, consiguiendo estabilidad política y económica jamás conocidas antes. En el lapso transcurrido entre 2003 y 2015 llegaron a conducir sus países un obrero metalúrgico (Lula), tres mujeres (Dilma, Cristina Fernández de Kirchner y Michelle Bachelet) y un indígena. Avances y progreso cultural que fueron de la mano con mejoras notables en las condiciones socioeconómicas generales, en particular de los sectores populares.
La acción conjunta de Brasil, la potencia de América del Sur, y de Argentina como aliado estratégico apuntalaron esos procesos, que se fueron acuñando en cada realidad, con sus propios tiempos y características.
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La región transitó tiempos de paz relativa, sin guerras internacionales. También quedó a cubierto de ataques del terrorismo internacional, que devasta casi todas las otras comarcas del planeta.
América del Sur fue el ciento y único continente que no adhirió a la cruzada contra el terror encabezada por Estados Unidos tras el atentado contra las Torres Gemelas. No adhirió a brutales misiones militares que agravaron a niveles delirantes la situación en Medio Oriente. Ni se prestó para instalar campos de detención “a la Guantánamo” en su suelo. Las dos excepcionalidades (paz y abstención sensata) se complementaron y realimentaron.
El obrar veloz y decidido de los jefes regionales, conducidos por Brasil y Argentina, fue imprescindible para garantizar una salida democrática en Bolivia primero. Más adelante, para frenar de raíz una ofensiva militar de Colombia contra Ecuador y conjurar golpes sangrientos contra los presidentes Evo Morales y Rafael Correa en Bolivia y Ecuador.
La resistencia conjunta al golpismo fracasó en Paraguay y Honduras, en lo que visto desde hoy fueron más ensayos generales que presagio de lo consumado ahora en Brasil.
La paz es un pilar para la vida cotidiana y para cualquier esquema de desarrollo económico. Desplazados sus sostenes políticos, cabe preocuparse por su continuidad.
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El Canciller brasileño, José Serra, elogió a los regímenes parlamentarios, tratando de embellecer al parlamento de su país. El debate sobre regímenes políticos es siempre vigente pero no parece que este sea el mejor estadio histórico para que América (cuna de los presidencialismos de sur a norte) mire al “modelo” europeo. Los gobiernos parlamentarios atraviesan un mal momento, que se prolonga desde hace varios años.
En España, por primera vez en décadas, la derecha encarnada por el presidente Mariano Rajoy no consigue formar gobierno, tras dos elecciones.
El sistema bipartidista inglés, antaño el más afiatado de todos, hace agua: el Brexit refleja una crisis política y cultural mayúscula que se proyecta al “Continente” con pronóstico reservado.
Las derechas xenófobas y racistas ganan creciente aprobación ciudadana y se convierten en opciones de gobierno en varios países de Europa. El “socialista” francés François Hollande va camino de una derrota aplastante, factiblemente a manos de la derecha salvaje de Marine Le Pen o del cada vez más extremista ex presidente Nicolas Sarkozy.
En Italia, tierra de alquimias, sobrevive un gobierno sin votos y sin desempeños dignos de mención.
Grecia, el eslabón más débil, padeció la desolación causada por la mega crisis económica financiera concebida en el centro del mundo y defendida por sus líderes. El intento de promover una vía alternativa fue sojuzgado por la “troika” europea y debilitado por contradicciones internas.
Solo se mantuvieron estables los gobernantes de las dos potencias del capitalismo dominante: Alemania y Estados Unidos. De cualquier manera, el presidente Barack Obama se retira y lo seguirá un retroceso que será pavoroso si Donald Trump contraría los pronósticos y arriba a la Casa Blanca.
América del Sur –mal que le pese a los detractores de los gobiernos progresistas, nacional populares, socialdemócratas o relativamente radicales de izquierda– fue una excepción en el ocaso de las democracias y de los estados de bienestar. Claro que los países centrales llegaron muy alto y desde ahí vienen declinando. Nuestras naciones remontaron desde abajo, desde el infierno como solía mentar Kirchner aludiendo a la Argentina.
La mejora general en este Sur no fue absoluta ni exenta de traspiés, errores y contradicciones. La derrota electoral del kirchnerismo a manos del presidente Mauricio Macri fue una señal de alerta. Con enormes diferencias también lo es el tirabuzón del gobierno bolivariano, acentuado tras el fallecimiento del presidente Hugo Chávez.
De cualquier modo, desde que éste llegó a gobernar, hubo elecciones libres y sin proscripciones en todos y cada uno de los estados. Otra novedad, dañada ayer mismo.
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Este cronista es reacio a los pronósticos porque el futuro jamás está escrito. Esto dicho, el escenario contiene factores objetivos desoladores. Los aliados ideológicos de Temer entienden que es un mandatario débil. La Canciller argentina, Susana Malcorra, lo expresó esta misma semana en una charla con alrededor de quince invitados, organizada por la Fundación Embajada Abierta. Reconoció que es dudoso cuánto poder tendrá el nuevo gobierno, después del impeachment.
Temer y Macri se perfilan para formar un nuevo eje político, alineado con Estados Unidos. La acción conjunta para desplazar a Venezuela de la presidencia pro tempore del Mercosur, inimaginable en años precedentes, ahora está a punto de coronarse. La institucionalidad del Mercosur siempre fue endeble pero jamás cayó tan hondo. Malcorra afirmó que la presidencia colegiada dejando fuera a Venezuela es algo así como la cuadratura del círculo. Un eufemismo para caracterizar una jugada prepotente que vaticina otras peores.
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En materia económica se acostumbra decir que cuando llueve o diluvia en Brasil, la Argentina germina o se inunda. El país hermano atraviesa recesión severa y las recetas que pergeña el poder económico no tienen pinta de revertir el problema. El ajuste es la receta cantada. El “gasto social” pinta para ser el pato de la boda. La debacle del gran vecino puede ser contagiosa y perjudicial para la Argentina, con cualquier gobierno.
Macri, con un punto de arranque mejor en lo político y lo económico que Temer, empeoró en nueve meses todos los indicadores, incluyendo aquellos que se prejuzga como propicios para la derecha: inflación, hasta reservas en el Banco Central.
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La legitimidad de origen de los presidentes populares se consolidó mediante una modalidad validada de ejercicio. Sustentabilidad política, paz y reformas económicas parciales progresivas constituyeron un combo negado por sus detractores, que ahora se proponen combatirlo.
Dilma se defendió con altura y pasión, distinguiéndose de sus fiscales, energúmenos hasta para argumentar. Los verdugos no consiguieron la mayoría requerida para inhabilitarla políticamente, en una jornada oprobiosa para la historia colectiva, jubilosa para ellos. Se retira sin haber ejercido violencia ni provocarla para defenderse aunque puede reprochársele haber asumido el “programa del adversario” en el segundo período.
Lula da Silva conserva el rol del mayor estadista de su patria y de la región, proporcional a la gravitación de su patria. Siempre fue consecuente con sus principios y su origen humilde. Nada borra todo lo que hizo, menos que nada los festejos culposos de la derecha regional que llegó con malas artes al sitio que la decisión popular le negó durante trece años.

EN UNA SOLICITADA, LA PATRONAL FIESP FESTEJO EL GOLPE A DILMA Y DIJO QUE EL PAIS "ANDABA COMO UN TREN DESCARRILADO" La burguesía paulista celebra

La Federación de las Industrias del Estado de Sao Paulo (Fiesp), la mayor y más influyente patronal del país, publicó un manifiesto en el que celebró la culminación del proceso destituyente contra Dilma Rousseff, que impulsó desde la asunción de la mandataria para su segundo mandato en enero de 2015. La solicitada fue publicada en páginas impares, las más caras debido a su mayor visibilidad, de los diarios impresos Folha de Sao Paulo, O Estado de Sao Paulo y O Globo, de Río de Janeiro, los tres grandes periódicos de Brasil.
Con el lema "es hora de, todos juntos, reconstruir Brasil", la Fiesp dijo que el país "andaba como un tren descarrilado" y ahora debe volver a las "vías de la confianza, el desarrollo, la gestión eficiente, el buen gobierno y la generación de empleo y riqueza".
La patronal añadió que el proceso culminado ayer en el Senado y que ha derivado en la investidura de Michel Temer, quien ostentará la presidencia hasta el fin del actual mandato el 1 de enero de 2019, se llevó a cabo "en total respeto con la Constitución y las leyes, y dentro de las normas del Estado democrático de derecho".
En el texto firmado por el presidente de la Fiesp, Paulo Skaf, los empresarios también piden un ajuste fiscal que, según opinaron, "es la madre de todas las reformas". Al mismo tiempo, rechazaron una suba de impuestos por considerar que los brasileños "no admiten" esa posibilidad.

LA ACTIVIDAD DEL SECTOR INDUSTRIAL SIGUE EN CAIDA LIBRE: 7,9 POR CIENTO EN JULIO Le queda poco para festejar en su día

La dirigencia fabril celebrará este año el día de la industria aunque no tiene nada para festejar: la actividad manufacturera cayó 7,9 por ciento en julio con respecto al mismo mes del año pasado, informó ayer el Indec. El primer resultado del promocionado segundo semestre fue el peor del 2016 y también de los últimos 14 años. Hay que remontarse a la situación de crisis total de la economía argentina en 2002 para encontrar peores guarismos. Con el número de julio, la merma industrial acumulada en siete meses es del 4 por ciento, sólo amortiguada por la inicial liquidación de la cosecha por parte del agro luego de la devaluación. Los sectores de más flojo desempeño fueron alimentos y bebidas, edición e impresión, insumos de la construcción, siderurgia y autos. De cara al próximo trimestre, son más los empresarios que visualizan una reducción de la plantilla de personal y de las horas trabajadas que los que esperan aumentos.
En ese contexto, la cúpula de la UIA recibirá hoy al jefe de Gabinete, Marcos Peña, en el marco del día de la industria, y otros funcionarios asistirán al cóctel de la CAME. Si bien los dirigentes se esfuerzan en mantener la cordialidad con el Gobierno, la situación es complicada y se espera que al menos exterioricen su preocupación.
Al contrario de lo que plantea el Gobierno, los propios indicadores oficiales dan cuenta de que la situación económica empeora a medida que se desarrolla el año. No hubo hasta ahora “shock de confianza”, ni impulso sostenido a raíz de la devaluación, la liberación cambiaria y de los flujos de capitales. Es más, ocurrió todo lo contrario: la escalada de precios deprimió el salario y el consumo, que arrastró a la baja a la producción y al empleo. Las exportaciones no suben por la mejora de competitividad sino que bajan por la caída de Brasil, mientras que las importaciones complican todavía más a la industria local.
La caída de la producción manufacturera en julio fue del 7,9 por ciento, el peor número desde agosto de 2002, según la serie histórica del Indec, cuando se registró una baja del 8,5 por ciento. Entre 2003 y 2008 el sector mostró una fuerte recuperación, que tuvo un bache en 2009. En 2010 se retomó un fuerte crecimiento hasta mediados de 2012, cuando el rebrote de la crisis internacional motivó una fase de caída que alcanzó el 2,2 por ciento en febrero de 2013. Todo 2014 fue negativo, con la peor marca registrada en mayo (3,7 por ciento), mientras que a fines de 2015 la industria se estabilizó hasta el derrape de este año.
El desagregado sectorial muestra que el sector siderúrgico cayó en julio un 14,2 por ciento de forma interanual a raíz de la baja en el acero (17,4 por ciento). La siderurgia acumula en el año una merma del 12,7 por ciento por la caída de las ventas de tres sectores asociados: línea blanca, automotriz y de la construcción. La producción de electrodomésticos junto a los bienes de capital forma parte de la metalmecánica, que cayó un 7 por ciento en julio. En tanto, la fabricación de insumos de la construcción cayó 11,6 por ciento interanual, por la merma del 12,4 por ciento del cemento. El desempeño de la construcción guarda relación con el freno a la obra pública que aplicó el Gobierno, lo que provocó una gran pérdida de empleo formal en el sector, que llega al 14,4 por ciento según el propio Indec.
El sector automotor anotó una caída del 12,2 por ciento en julio, con lo que registra en los primeros siete meses una merma acumulada del 13,4 por ciento. La situación económica de Brasil es especialmente perjudicial para la industria automotriz, ya que exporta buena parte de su producción al país vecino. El sector del plástico cayó 5,8 por ciento en julio y la refinación de petróleo, un 8 por ciento. Además, la industria del cartón y papel bajó 13,2 mientras que edición e impresión, un 15,3.
En el sector de la alimentación la caída de producción fue del 8 por ciento, mientras que la industria textil bajó 2,6 por ciento, con lo cual comenzó recortar el 8 por ciento de suba que registra en el año, dato que es criticado por los empresarios del sector.

A CONFESION DE PARTE... Pinedo: "Es un momento muy difícil para el pueblo"

El presidente provisional del Senado admitió que las políticas del gobierno de Cambiemos afectan, sobre todo, a "los sectores más desprotegidos", y vaticinó que al cierre de 2016 "vamos a tener relativo éxito en un año muy difícil".
"Vamos a terminar el año como el presidente (Mauricio Macri) imaginaba, con una inflación relativamente baja", confió Federico Pinedo durante una entrevista con radio La Red, en la que estimó, además, que este mes el costo de vida estará "por debajo del 1,5 por ciento" y la inflación prevista para "todo" el año que viene "es de alrededor el 15 por ciento".
Tras plantear que el nuevo Gobierno se hizo cargo en una "Argentina con problemas de energía ya dramáticos", Pinedo aseveró que el "Presidente se puso una meta ambiciosa para que tengamos un crecimiento fuerte el año que viene". "Me parece que lo va a lograr, con todas las dificultades enormes que hemos tenido en el camino, como pagar el precio de decir la verdad", enfatizó.
"Veo un Gobierno que pasó por la guerra -añadió-; estamos en un momento muy difícil para el pueblo, especialmente para los sectores más desprotegidos que son los informales, que estamos tratado de cuidar a esos sectores con políticas sociales".