El viernes último, un principio de incendio alarmó a la delegación australiana, que abandonó a todo vapor sus alojamientos en la Villa Olímpica construida en Río. Ha sido un tropiezo más entre tantos otros que marcan las vísperas de la apertura del mayor evento deportivo del planeta. Días antes, dos aviones de la marina brasileña, que hacían maniobras preparativas para el esquema de seguridad destinado a disminuir al máximo el riesgo de posibles atentados terroristas durante los Juegos, chocaron en pleno vuelo.
El lunes de la semana anterior, un integrante de la tropa de elite de la Policía Federal, que llegó al aeropuerto internacional de Río para juntarse a las fuerzas de seguridad que tratarán de impedir que aumente aún más la violencia que asola a la ciudad, fue asaltado. Le robaron la pistola, la credencial, la billetera, el celular y otras cositas más.
De las 31 torres construidas para abrigar delegaciones y atletas, la Villa Olímpica, y que luego serán vendidas en el mercado inmobiliario que ostenta los precios más elevados de Sudamérica, casi todas presentaron problemas de las más variadas modalidades. Las delegaciones de Australia, Suecia y Argentina se negaron a aceptar instalar sus atletas, entrenadores y dirigentes en departamentos con goteras, con vasos sanitarios que no funcionaban, con instalaciones eléctricas precarias, vidrios rotos, sin agua caliente y casi todos absolutamente inmundos. La de Estados Unidos ha sido más pragmática: convocó la brigada de mantenimiento de la cadena hotelera Hilton para transformar el desastre el algo habitable.
El pasado jueves se anunció que todos los problemas estaban solucionados. Pregúntenle a la delegación australiana…
Los poco más de 3600 apartamentos que componen el conjunto de torres que costaron unos 700 millones de dólares fueron anunciados como el lanzamiento inmobiliario del año. Venderlos sería fácil, un éxito fulminante, decían los constructores. Fulminadas fueron sus proyecciones: se vendieron menos de 300 unidades.
El gobierno interino de Michel Temer esperaba la presencia de un centenar de jefes de Estado y de Gobierno. Con la crisis política, pronto surgieron indicios de que esa expectativa era exageradamente optimista. Primero, se disminuyó para ‘poco menos de una centena’. Luego, para 60. Faltando cuatro días, se confirmó la presencia de unos 45. Habrá un único representante de los países que integran, con Brasil, el G20, que reúne a las 20 mayores economías del mundo: François Hollande, de Francia. Se confirmó la presencia de Mauricio Macri, cuyas afinidades con el gobierno interino de Michel Temer, surgido a raíz del golpe institucional en curso, parecen cada vez más sólidas.
De Estados Unidos se espera la presencia del secretario de Estado, John Kerry. El ceremonial del ministerio brasileño de Relaciones Exteriores, tan orgulloso a la hora de lucir sus aptitudes, está enredado en un tremendo problema. Acorde a las reglas de la diplomacia, un secretario o ministro no tiene el mismo rango de un jefe de Estado o de gobierno. ¿Cómo acomodar al representante del país más poderoso del mundo?
El ministro interino de Relaciones Exteriores, José Serra, conocido por su truculencia, no tuvo dudas: “Arréglense”, dijo a sus atónitos subordinados. Es que su meta prioritaria es acercarse a Washington en alta velocidad y deshacer la política externa de los tiempos de Lula y Dilma.
Por donde quiera que se mire, el riesgo de un vejamen de proporciones olímpicas parece acosar el evento.
La Comisaría de Atención al Turista, por ejemplo, instalada en Leblon, el más sofisticado barrio de Río y el metro cuadrado más caro del país, tuvo que ser socorrida por el comercio vecino: se hizo una colecta para comprar muebles, papel, purificador de agua, hacer arreglos en la parte eléctrica y, cómo no, darle una manita renovadora al jardín de la entrada. La más visible y sonora vergüenza registrada hasta ahora fue la Villa Olímpica, pero nada asegura que mantendrá ese puesto de dudosa gloria. Al fin y al cabo, los Juegos todavía no empezaron.
Las aguas de la bahía de Guanabara, en que ocurrirán las pruebas de vela y del triatlón, bien como de las lagunas donde se disputarán las pruebas de remo están absolutamente contaminadas. Expertos advierten sobre los altísimos riesgos que los atletas enfrentarán en semejante escenario.
Eso, para no mencionar los robos ya registrados en torres de la Villa Olímpica: desaparecieron lámparas, cables telefónicos, instalaciones eléctricas. O el secuestro de un atleta neozelandés por dos policías militares, que hicieron que su víctima sacara dinero de cajeros electrónicos antes de liberarla.
Los sondeos más recientes indican que el 63 por ciento de los brasileños son contrarios a la realización del evento en medio a la actual crisis. Le tocará al interino Michel Temer, que cuenta con el respaldo del 13 por ciento de los brasileños, aparecer al lado de jefes de Estado que en su mayoría serán reyes o príncipes o sultanes o jeques, en fin, figuras más bien decorativas. Todas ellas serán testigos del delicado momento en que el interino será contemplado por silbidos y abucheos olímpicos.