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lunes, 20 de junio de 2016
Fiesta en las cloacas del poder Por Adrián Murano
El Sistema de negocios y negociados con contratos públicos nació antes que el kirchnerismo. Pero los gobiernos de Néstor y Cristina lo adoptaron y alimentaron con personajes como José López, Ricardo Jaime y otros miembros clave de su estructura de poder.
La excusa con la que se busca justificar esa "mordida" tampoco es original: "Para hacer política se necesita plata" es el nuevo "Hay que hacer caja" que los funcionarios alfonsinistas le replicaban al fiscal Ricardo Molinas cuando los denunciaba, o el "Robo para la corona" que Horacio Verbitsky le adjudicó al ministro menemista José Luis Manzano. Es cierto: la democracia argentina aún debe resolver el financiamiento de la política, un pozo ciego tapado de hipocresía transversal. Pero el pretexto resulta tan infame como la acción: robar en nombre de la política destruye la fe en la política como herramienta de transformación y allana el camino a los tecnócratas que ejecutan planes de hambre e inequidad.
Aunque abundan las muestras de indignación, la dirigencia de los partidos mayoritarios –y los principales empresarios, claro– no están interesados en abordar seriamente el asunto. Se entiende: la mayoría se pasó la vida chapoteando en esa ciénaga. Y un verdadero mani pulite provocaría un sismo que no dejaría casi nada y a casi nadie en pie. Esa es la carta que juega la defensa K cuando recuerda que Mauricio Macri, su familia y su entorno acumularon fortunas gracias al Sistema que ahora dice aborrecer.
El Sistema necesita tirar lastres como López para seguir a flote, pero también debe hacer control de daños y evitar ondas expansivas. Eso explica por qué el Gobierno, conformado por gente que saltó de un lado al otro del mostrador, dedicó sus primeros meses de vida a devolverle al Sistema sus cotos y cuotas de poder formal.
El 15 de diciembre pasado, a cinco días de la asunción de Macri, Daniel Angelici impulsó al abogado Darío Richarte como vicepresidente 3° de Boca. Se formalizó así una dupla que tiene historia y presente común: ambos poseen raíz radical, son ahijados políticos de Enrique "Coti" Nosiglia –referente ineludible del Sistema– y sus dominios se extienden a rincones inhóspitos del Poder Judicial, el espionaje y las fuerzas de seguridad.
Además de colocar leales en puestos clave –poseen ministros, secretarios y directores en Nación, Provincia y Ciudad–, la dupla recobró control sobre la caja de la ex SIDE a través de un decreto presidencial que restituyó el secreto sobre el presupuesto de inteligencia. Y está a un paso de recuperar algo mucho más preciado aún: el monopolio de las escuchas telefónicas, una herramienta efectiva de disciplinamiento y extorsión.
La avanzada provocó el alerta de la Iniciativa Ciudadana para el Control del Sistema de Inteligencia (ICCSI) –integrado por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), la Fundación Vía Libre y el Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (ILSED)–, que emitió un durísimo documento donde se advierte: "La gestión deficiente y sin voluntad de cambio en la AFI impidió llevar a cabo las reformas organizacionales y de las prácticas que proclamaba el decreto reglamentario. Pero restablecer el régimen precedente que llevó a la crisis del sistema y volver a fojas cero los avances logrados está lejos de ser la mejor opción."
Ex segundo de la SIDE delarruista, Richarte monitorea la restauración predemocrática en el aparato de inteligencia local a través de Juan José Gallea, un ex funcionario de La Casa que volvió a las oficinas de 25 de Mayo bajo la nueva gestión PRO.
Richarte fue parte del aparato que el Sistema puso al servicio de los gobiernos K. La relación se resquebrajó con el intento de "democratización judicial", y se terminó de romper cuando CFK decidió expulsar al espía Jaime Stiuso de la ex SIDE. La evidencia más visible de esa ruptura fue, precisamente, la retirada del Estudio Richarte de la defensa penal de funcionarios kirchneristas. Uno de los abandonados fue José López, el hombre que, de la noche a la mañana, se convirtió en un polvorín. Qué, quién y cómo lo detonaron es un misterio que alimenta teorías sobre el operativo de detención. "¿Quién podía conocer mejor las debilidades y vulnerabilidades de López que sus consejeros?", sugieren los responsables de un expediente que reuperó oxígeno después de ocho años de inanición. Y le otorgó aire político al Gobierno, justo cuando comenzaba a mostrar signos de ahogo.
Esa sospecha, sin embargo, no modifica lo esencial: si a López le hicieron una "cama", el mismo López la provocó con una fortuna obscena, de origen incierto y difícil de justificar.
En la Argentina se volvió rutina que al final de cada mandato los funcionarios desfilen por los tribunales. No ocurre lo mismo con los empresarios que se beneficiaron con la corrupción. El Sistema los protege. Le sobran recursos económicos y humanos para hacerlo. El Sistema distribuye porcentajes de la corrupción entre lobbistas, financistas, juristas y medios de comunicación. El kirchnerismo construyó masa crítica para terminar con eso. No lo hizo. Pretendió usarlo a su favor. Y ahora paga las consecuencias.
Nobleza obliga: Richarte ejercía influencia decisiva en el Grupo 23, que fundó y publicó Tiempo, y cuya cabeza visible fue Sergio Szpolski. Ese vínculo con el poder real explica por qué, aun habiendo perpetrado una estafa tan notoria como la de López, Szpolski y sus socios disfrutan de impunidad, y lograron reinsertarse rápido en la nueva estructura de gobierno. No es extraño. El Sistema es experto en adaptarse, sobrevivir y ganar. Esté quien esté. Y caiga quien caiga.
19/06/16 Tiempo Argentino
La excusa con la que se busca justificar esa "mordida" tampoco es original: "Para hacer política se necesita plata" es el nuevo "Hay que hacer caja" que los funcionarios alfonsinistas le replicaban al fiscal Ricardo Molinas cuando los denunciaba, o el "Robo para la corona" que Horacio Verbitsky le adjudicó al ministro menemista José Luis Manzano. Es cierto: la democracia argentina aún debe resolver el financiamiento de la política, un pozo ciego tapado de hipocresía transversal. Pero el pretexto resulta tan infame como la acción: robar en nombre de la política destruye la fe en la política como herramienta de transformación y allana el camino a los tecnócratas que ejecutan planes de hambre e inequidad.
Aunque abundan las muestras de indignación, la dirigencia de los partidos mayoritarios –y los principales empresarios, claro– no están interesados en abordar seriamente el asunto. Se entiende: la mayoría se pasó la vida chapoteando en esa ciénaga. Y un verdadero mani pulite provocaría un sismo que no dejaría casi nada y a casi nadie en pie. Esa es la carta que juega la defensa K cuando recuerda que Mauricio Macri, su familia y su entorno acumularon fortunas gracias al Sistema que ahora dice aborrecer.
El Sistema necesita tirar lastres como López para seguir a flote, pero también debe hacer control de daños y evitar ondas expansivas. Eso explica por qué el Gobierno, conformado por gente que saltó de un lado al otro del mostrador, dedicó sus primeros meses de vida a devolverle al Sistema sus cotos y cuotas de poder formal.
El 15 de diciembre pasado, a cinco días de la asunción de Macri, Daniel Angelici impulsó al abogado Darío Richarte como vicepresidente 3° de Boca. Se formalizó así una dupla que tiene historia y presente común: ambos poseen raíz radical, son ahijados políticos de Enrique "Coti" Nosiglia –referente ineludible del Sistema– y sus dominios se extienden a rincones inhóspitos del Poder Judicial, el espionaje y las fuerzas de seguridad.
Además de colocar leales en puestos clave –poseen ministros, secretarios y directores en Nación, Provincia y Ciudad–, la dupla recobró control sobre la caja de la ex SIDE a través de un decreto presidencial que restituyó el secreto sobre el presupuesto de inteligencia. Y está a un paso de recuperar algo mucho más preciado aún: el monopolio de las escuchas telefónicas, una herramienta efectiva de disciplinamiento y extorsión.
La avanzada provocó el alerta de la Iniciativa Ciudadana para el Control del Sistema de Inteligencia (ICCSI) –integrado por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), la Fundación Vía Libre y el Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (ILSED)–, que emitió un durísimo documento donde se advierte: "La gestión deficiente y sin voluntad de cambio en la AFI impidió llevar a cabo las reformas organizacionales y de las prácticas que proclamaba el decreto reglamentario. Pero restablecer el régimen precedente que llevó a la crisis del sistema y volver a fojas cero los avances logrados está lejos de ser la mejor opción."
Ex segundo de la SIDE delarruista, Richarte monitorea la restauración predemocrática en el aparato de inteligencia local a través de Juan José Gallea, un ex funcionario de La Casa que volvió a las oficinas de 25 de Mayo bajo la nueva gestión PRO.
Richarte fue parte del aparato que el Sistema puso al servicio de los gobiernos K. La relación se resquebrajó con el intento de "democratización judicial", y se terminó de romper cuando CFK decidió expulsar al espía Jaime Stiuso de la ex SIDE. La evidencia más visible de esa ruptura fue, precisamente, la retirada del Estudio Richarte de la defensa penal de funcionarios kirchneristas. Uno de los abandonados fue José López, el hombre que, de la noche a la mañana, se convirtió en un polvorín. Qué, quién y cómo lo detonaron es un misterio que alimenta teorías sobre el operativo de detención. "¿Quién podía conocer mejor las debilidades y vulnerabilidades de López que sus consejeros?", sugieren los responsables de un expediente que reuperó oxígeno después de ocho años de inanición. Y le otorgó aire político al Gobierno, justo cuando comenzaba a mostrar signos de ahogo.
Esa sospecha, sin embargo, no modifica lo esencial: si a López le hicieron una "cama", el mismo López la provocó con una fortuna obscena, de origen incierto y difícil de justificar.
En la Argentina se volvió rutina que al final de cada mandato los funcionarios desfilen por los tribunales. No ocurre lo mismo con los empresarios que se beneficiaron con la corrupción. El Sistema los protege. Le sobran recursos económicos y humanos para hacerlo. El Sistema distribuye porcentajes de la corrupción entre lobbistas, financistas, juristas y medios de comunicación. El kirchnerismo construyó masa crítica para terminar con eso. No lo hizo. Pretendió usarlo a su favor. Y ahora paga las consecuencias.
Nobleza obliga: Richarte ejercía influencia decisiva en el Grupo 23, que fundó y publicó Tiempo, y cuya cabeza visible fue Sergio Szpolski. Ese vínculo con el poder real explica por qué, aun habiendo perpetrado una estafa tan notoria como la de López, Szpolski y sus socios disfrutan de impunidad, y lograron reinsertarse rápido en la nueva estructura de gobierno. No es extraño. El Sistema es experto en adaptarse, sobrevivir y ganar. Esté quien esté. Y caiga quien caiga.
19/06/16 Tiempo Argentino
Kirchnerismo herido
Aun se siente el olor a pólvora. El estruendo de la bala que rozó el corazón del kirchnerismo aun ensordece a la política. José López y sus millones de dólares hirieron en sus entrañas al Frente para la Victoria. El daño atraviesa a todo el cuerpo político de la construcción colectiva que gobernó durante poco más de doce años la Argentina. Va desde la militancia hasta la conducción. También hirieron a la política. Los tiempos parecen haber cambiado. Ahora las discusiones serán otras.
Por Agustín Alvarez Rey
La imagen grotesca de José López intentando esconder casi 9 millones de dólares en un Monasterio sacude a la militancia de base. Enfrenta de manera cruda y descarnada a esos pibes que se sumaron a la política en los últimos años a los peores vicios del sistema. Los asoma al abismo de la antipolítica.
La imagen repugnante que agigantan las pantallas atentan de lleno contra la política. Y, claro, también atentan contra el proyecto político que gobernó 12 años la Argentina y que sueña aun con volver. También derrumba las posibilidades, por ahora, de poner en discusión los asuntos que aquejan al país, la política de exclusión premeditada y el ajuste salvaje.
Los bolsos llenos de billetes destrozan las posibilidades de que el kirchnerismo duro y puro pueda, por ahora, ser el articulador que necesita el peronismo para lograr el retorno al poder.
A la imagen de un ex funcionario escondiendo billetes en un monasterio no hay que contraponerle. Allí no cuajan ni los Panamá Papers ni las cuentas en las Bahamas ni los ahorros en el exterior. Por eso en Balcarce 50 la noticia se festejó como un gol en tiempo de descuento.
Nada importa ya. No hay distinción entre lo accesorio y lo principal, lo urgente y lo importante, ni entre las formas y el fondo porque la imagen se lo devora todo.
Ya no habrá lugar, por un tiempo, para discutir proyectos. Para debatir sobre inclusión y exclusión, modelos de producción, incentivo al consumo interno, retenciones, impuesto a las ganancias, despidos, recesión, apertura a las exportaciones y la salud de las economías regionales porque la corrupción ha ganado el centro de la escena.
Así el discurso de la antipolítica se multiplica a través de comunicadores superficiales que sin capacidad de análisis y sin más sustento formativo que unos cuantos libros de autoayuda atizan el odio contra la política. Frases burdas y estúpidas como “con esa plata se podría haber evitado la tragedia de once” o “las Escuelas, Hospitales y kilómetros de ruta que se podrías haber financiado con ese dinero” se repiten hasta el cansancio en noticieros baratos y programas de chimentos devenidos en una suerte de kermese política.
Al mismo tiempo que la cúpula macrista se agita por mostrar decencia manda a sus diputados a votar un blanqueo de capitales. Los defensores de la transparencia mandan al Congreso leyes reñidas con la ética y acumulan cuentas en el exterior que, con fondos de procedencia incierta, los hicieron protagonistas de los Panamá Papers. En la desquiciada política Argentina y ante una sociedad de memoria frágil y selectiva todo puedo suceder.
No hay memoria de que algún caso de corrupción le aseste un revés definitivo a un sector de la política. La condena social dura mientras el bolsillo no aprieta. Fe de esto puede dar Carlos Menem que en 2003 ganó la primera vuelta electoral y hoy sigue ocupando una banca en el Senado de la Nación. El kirchnerismo deberá mensurar cual es el daño real cuando pase el temblor.
La corrupción es una preocupación que la Argentina se permite de vez en cuando. Siempre sobreactuada. Porque los Panamá Papers, más allá de los nombres propios, vinieron a dejar en claro que la corrupción en un mal endémico del mundo. Que está lejos de ser un invento argentino.
También sirvieron para dejar en claro que, por lo menos en Argentina, los corruptos no son todos iguales ni merecen la misma condena social. Si sos rubio, de ojos claros, abogas por los intereses de las grandes corporaciones y sos benefactor de los medios hegemónicos tu condena será leve. Ahora, si sos peronista la condena será lapidaria.
La sociedad argentina tiene memoria frágil y tantas varas como hechos haya que medir. Por eso aquí no hay nada definitivo. Esa sensación de derrumbe que hoy acorrala al kirchnerismo podrá desaparecer en un tiempo. Esa sensación de victoria que hoy parece abrazar al PRO puede esfumarse en algunas semanas. Por eso certificar la defunción del kirchnerismo hoy sería apresurado, tanto como asegurar que los daños no son tantos. Como siempre la respuesta la tendrá el tiempo.
Diario Registrado
Por Agustín Alvarez Rey
La imagen grotesca de José López intentando esconder casi 9 millones de dólares en un Monasterio sacude a la militancia de base. Enfrenta de manera cruda y descarnada a esos pibes que se sumaron a la política en los últimos años a los peores vicios del sistema. Los asoma al abismo de la antipolítica.
La imagen repugnante que agigantan las pantallas atentan de lleno contra la política. Y, claro, también atentan contra el proyecto político que gobernó 12 años la Argentina y que sueña aun con volver. También derrumba las posibilidades, por ahora, de poner en discusión los asuntos que aquejan al país, la política de exclusión premeditada y el ajuste salvaje.
Los bolsos llenos de billetes destrozan las posibilidades de que el kirchnerismo duro y puro pueda, por ahora, ser el articulador que necesita el peronismo para lograr el retorno al poder.
A la imagen de un ex funcionario escondiendo billetes en un monasterio no hay que contraponerle. Allí no cuajan ni los Panamá Papers ni las cuentas en las Bahamas ni los ahorros en el exterior. Por eso en Balcarce 50 la noticia se festejó como un gol en tiempo de descuento.
Nada importa ya. No hay distinción entre lo accesorio y lo principal, lo urgente y lo importante, ni entre las formas y el fondo porque la imagen se lo devora todo.
Ya no habrá lugar, por un tiempo, para discutir proyectos. Para debatir sobre inclusión y exclusión, modelos de producción, incentivo al consumo interno, retenciones, impuesto a las ganancias, despidos, recesión, apertura a las exportaciones y la salud de las economías regionales porque la corrupción ha ganado el centro de la escena.
Así el discurso de la antipolítica se multiplica a través de comunicadores superficiales que sin capacidad de análisis y sin más sustento formativo que unos cuantos libros de autoayuda atizan el odio contra la política. Frases burdas y estúpidas como “con esa plata se podría haber evitado la tragedia de once” o “las Escuelas, Hospitales y kilómetros de ruta que se podrías haber financiado con ese dinero” se repiten hasta el cansancio en noticieros baratos y programas de chimentos devenidos en una suerte de kermese política.
Al mismo tiempo que la cúpula macrista se agita por mostrar decencia manda a sus diputados a votar un blanqueo de capitales. Los defensores de la transparencia mandan al Congreso leyes reñidas con la ética y acumulan cuentas en el exterior que, con fondos de procedencia incierta, los hicieron protagonistas de los Panamá Papers. En la desquiciada política Argentina y ante una sociedad de memoria frágil y selectiva todo puedo suceder.
No hay memoria de que algún caso de corrupción le aseste un revés definitivo a un sector de la política. La condena social dura mientras el bolsillo no aprieta. Fe de esto puede dar Carlos Menem que en 2003 ganó la primera vuelta electoral y hoy sigue ocupando una banca en el Senado de la Nación. El kirchnerismo deberá mensurar cual es el daño real cuando pase el temblor.
La corrupción es una preocupación que la Argentina se permite de vez en cuando. Siempre sobreactuada. Porque los Panamá Papers, más allá de los nombres propios, vinieron a dejar en claro que la corrupción en un mal endémico del mundo. Que está lejos de ser un invento argentino.
También sirvieron para dejar en claro que, por lo menos en Argentina, los corruptos no son todos iguales ni merecen la misma condena social. Si sos rubio, de ojos claros, abogas por los intereses de las grandes corporaciones y sos benefactor de los medios hegemónicos tu condena será leve. Ahora, si sos peronista la condena será lapidaria.
La sociedad argentina tiene memoria frágil y tantas varas como hechos haya que medir. Por eso aquí no hay nada definitivo. Esa sensación de derrumbe que hoy acorrala al kirchnerismo podrá desaparecer en un tiempo. Esa sensación de victoria que hoy parece abrazar al PRO puede esfumarse en algunas semanas. Por eso certificar la defunción del kirchnerismo hoy sería apresurado, tanto como asegurar que los daños no son tantos. Como siempre la respuesta la tendrá el tiempo.
Diario Registrado
La náusea Por Roberto Caballero
El proceso de reconversión ideológica que pretende el macrismo para asegurar el pasaje de una Argentina regida por aires distribucionistas a otra de corte neoliberal, halló en José López el atajo perfecto para intentar resumir, de modo macabro y nauseabundo, la totalidad de un proyecto político a apenas tres artículos del Código Penal.
Doce años de políticas públicas inclusivas, avaladas por el voto democrático en elecciones sucesivas, parecen hoy lastimosamente reducidas a la imagen de un ex secretario de Estado de ojos desorbitados paseado con casco y chaleco antibalas, luego de haber sido atrapado in fraganti con valijas conteniendo 9 millones de dólares y un fusil, adentro de un monasterio de General Rodríguez.
Es inútil disimular el efecto devastador del episodio. Hay un antes y un después de esas imágenes brutales.
El arquetipo indeseable del kirchnerista violento y corrupto que el antikirchnerismo de todos estos años construyó en sagas increíbles, bastardeando el esfuerzo militante de gente convencida de actuar dentro de un proceso de transformación de época, corporizó de la noche a la mañana en la figura bestial de López, alguien innegablemente asociado al área de Obras Públicas de las tres últimas administraciones.
El impacto es demoledor. La ex presidenta habló de una trompada en el estómago, de esas que dejan sin aire. Otros calificaron el suceso directamente de puñalada en el corazón. Es inútil disimular el efecto devastador del episodio. Hay un antes y un después de esas imágenes brutales y sorprendentes. Nada será igual a lo que era, al menos por un tiempo largo.
López es una realidad de la invención más amarga. Nadie recordará por estas horas atribuladas las leyes que hicieron posible un modelo que permitió a la sociedad asegurar una asignación para cada argentino recién nacido por el solo hecho de ser argentino, el matrimonio igualitario, la identidad de género, la discusión para democratizar la comunicación, los derechos para las trabajadoras de casas particulares, las inversiones en ciencia y tecnología, el mayor presupuesto asignado a la educación en la historia, la creación de universidades nacionales, el retorno del instituto paritario, el funcionamiento del sistema previsional solidario y de reparto, el pedido de perdón en nombre del Estado a las víctimas de violaciones a los Derechos Humanos y las condenas a sus victimarios y todos los etcéteras que convirtieron al kirchnerismo en la mayoría política del país, después del desastre de 2001, cuando la dirigencia, en todos los órdenes, era mala palabra.
Porque los que se fueron entonces, volvieron. Con sus mismas políticas excluyentes, sus partidos conservadores, sus funcionarios indolentes, esta vez animados de un espíritu de revancha rayano en la negación del otro. Y López y su rufianismo político se les ofrece como un festín a los que procuran tomar la parte por el todo, traducir un proyecto con claroscuros en la nueva mala palabra, de ahora y para siempre, porque alguna vez se atrevió a rozar sus privilegios y expandir los derechos ciudadanos.
Los zócalos de la TV con agendas unificadas, los editorialistas de los diarios oficialistas, encontraron en López el nombre a inscribir en la lápida última del odiado kirchnerismo. No quieren ni preguntarse quién ni por qué le dio la millonada que revoleaba sobre los muros del monasterio. Su anhelo de transparencia se detiene en la necesidad de sepultar una experiencia populista, con este escándalo a modo de epitafio.
El sistema político y empresario trata de deskirchnerizarse del mismo modo que se kirchnerizó, histéricamente, cuando en 2003 irrumpió en escena Néstor Kirchner como emergente de un país en ruinas, moralmente derrumbado y a la deriva. Necesitaron de un Kirchner para que la gente dejara de correrlos por las calles, de un atrevido que reinventara el Estado que ellos habían reventado, de un jefe que devolviera la gobernabilidad a una democracia capitalista exánime donde no había caja para pagarles a los maestros y la reactivación de la obra pública era una quimera.
Fue el kirchnerismo el que comandó la nave en medio de una situación desmadrada, herencia pesada si las hubo. Los dueños de las empresas que componen el listado de contratistas de obra pública que nadie quiere mostrar se peleaban en aquel momento por sacarse fotos con los funcionarios de primer, de segundo y hasta de tercer rango. Aunque parezca un siglo, no pasó hace mucho.
Todo ese sistema de saqueo que ahora toma distancia del kirchnerismo aprovecha los escándalos pestilentes de Baéz y de López para transformar una identidad política exclusiva en el Azazel sacrificable que lave las culpas de todos. No quieren la verdad completa, quieren iluminar una parte de la escena, en la que ellos no aparecen. Pero si se mira toda la saga, hasta quizá sean los protagonistas, beneficiarios de un blanqueo inédito e inverosímil: no tienen que traer la plata sucia ni invertirla, apenas pagar un mínimo porcentaje para lavarla con fuerza de ley. No necesitan palas, ni monasterios.
Son los dueños de siempre de la Argentina y se ocupan de determinar qué sirve y qué es lastre en la nueva etapa de reorganización de la economía, la sociedad y la cultura.
El país vive atrapado en una encrucijada dolorosa. La derecha se vuelve a vestir de impoluta y se rasga las vestiduras con la corrupción supuestamente ajena, mientras produce día a día una impresionante transferencia de recursos de los sectores más pobres a los más ricos de la pirámide social.
La culpabilidad de López es ineludible. La corrupción, estructural. Y funcional, además, al nuevo modelo de exclusión planificado. El escándalo de General Rodríguez es la alfombra roja necesaria para que los saqueadores se vuelvan a pavonear como lo que no son, salvadores de virtudes que no tienen y nunca tendrán.
Habrá que hacer muchos esfuerzos para que los que creyeron y trabajaron por un modelo de inclusión dejándolo todo, los cientos de miles que no son ni fueron López, vuelvan a creer y se involucren de nuevo con energía en un proyecto de transformación. Único camino posible para dejar en evidencia la verdadera tragedia a la que asistimos, porque sin gente con convicciones y honestidad no hay manera de desbancar a los sectores del privilegio y a los deshonestos que confunden el servir a la sociedad con servirse de ella.
19/06/16 Tiempo Argentino
Doce años de políticas públicas inclusivas, avaladas por el voto democrático en elecciones sucesivas, parecen hoy lastimosamente reducidas a la imagen de un ex secretario de Estado de ojos desorbitados paseado con casco y chaleco antibalas, luego de haber sido atrapado in fraganti con valijas conteniendo 9 millones de dólares y un fusil, adentro de un monasterio de General Rodríguez.
Es inútil disimular el efecto devastador del episodio. Hay un antes y un después de esas imágenes brutales.
El arquetipo indeseable del kirchnerista violento y corrupto que el antikirchnerismo de todos estos años construyó en sagas increíbles, bastardeando el esfuerzo militante de gente convencida de actuar dentro de un proceso de transformación de época, corporizó de la noche a la mañana en la figura bestial de López, alguien innegablemente asociado al área de Obras Públicas de las tres últimas administraciones.
El impacto es demoledor. La ex presidenta habló de una trompada en el estómago, de esas que dejan sin aire. Otros calificaron el suceso directamente de puñalada en el corazón. Es inútil disimular el efecto devastador del episodio. Hay un antes y un después de esas imágenes brutales y sorprendentes. Nada será igual a lo que era, al menos por un tiempo largo.
López es una realidad de la invención más amarga. Nadie recordará por estas horas atribuladas las leyes que hicieron posible un modelo que permitió a la sociedad asegurar una asignación para cada argentino recién nacido por el solo hecho de ser argentino, el matrimonio igualitario, la identidad de género, la discusión para democratizar la comunicación, los derechos para las trabajadoras de casas particulares, las inversiones en ciencia y tecnología, el mayor presupuesto asignado a la educación en la historia, la creación de universidades nacionales, el retorno del instituto paritario, el funcionamiento del sistema previsional solidario y de reparto, el pedido de perdón en nombre del Estado a las víctimas de violaciones a los Derechos Humanos y las condenas a sus victimarios y todos los etcéteras que convirtieron al kirchnerismo en la mayoría política del país, después del desastre de 2001, cuando la dirigencia, en todos los órdenes, era mala palabra.
Porque los que se fueron entonces, volvieron. Con sus mismas políticas excluyentes, sus partidos conservadores, sus funcionarios indolentes, esta vez animados de un espíritu de revancha rayano en la negación del otro. Y López y su rufianismo político se les ofrece como un festín a los que procuran tomar la parte por el todo, traducir un proyecto con claroscuros en la nueva mala palabra, de ahora y para siempre, porque alguna vez se atrevió a rozar sus privilegios y expandir los derechos ciudadanos.
Los zócalos de la TV con agendas unificadas, los editorialistas de los diarios oficialistas, encontraron en López el nombre a inscribir en la lápida última del odiado kirchnerismo. No quieren ni preguntarse quién ni por qué le dio la millonada que revoleaba sobre los muros del monasterio. Su anhelo de transparencia se detiene en la necesidad de sepultar una experiencia populista, con este escándalo a modo de epitafio.
El sistema político y empresario trata de deskirchnerizarse del mismo modo que se kirchnerizó, histéricamente, cuando en 2003 irrumpió en escena Néstor Kirchner como emergente de un país en ruinas, moralmente derrumbado y a la deriva. Necesitaron de un Kirchner para que la gente dejara de correrlos por las calles, de un atrevido que reinventara el Estado que ellos habían reventado, de un jefe que devolviera la gobernabilidad a una democracia capitalista exánime donde no había caja para pagarles a los maestros y la reactivación de la obra pública era una quimera.
Fue el kirchnerismo el que comandó la nave en medio de una situación desmadrada, herencia pesada si las hubo. Los dueños de las empresas que componen el listado de contratistas de obra pública que nadie quiere mostrar se peleaban en aquel momento por sacarse fotos con los funcionarios de primer, de segundo y hasta de tercer rango. Aunque parezca un siglo, no pasó hace mucho.
Todo ese sistema de saqueo que ahora toma distancia del kirchnerismo aprovecha los escándalos pestilentes de Baéz y de López para transformar una identidad política exclusiva en el Azazel sacrificable que lave las culpas de todos. No quieren la verdad completa, quieren iluminar una parte de la escena, en la que ellos no aparecen. Pero si se mira toda la saga, hasta quizá sean los protagonistas, beneficiarios de un blanqueo inédito e inverosímil: no tienen que traer la plata sucia ni invertirla, apenas pagar un mínimo porcentaje para lavarla con fuerza de ley. No necesitan palas, ni monasterios.
Son los dueños de siempre de la Argentina y se ocupan de determinar qué sirve y qué es lastre en la nueva etapa de reorganización de la economía, la sociedad y la cultura.
El país vive atrapado en una encrucijada dolorosa. La derecha se vuelve a vestir de impoluta y se rasga las vestiduras con la corrupción supuestamente ajena, mientras produce día a día una impresionante transferencia de recursos de los sectores más pobres a los más ricos de la pirámide social.
La culpabilidad de López es ineludible. La corrupción, estructural. Y funcional, además, al nuevo modelo de exclusión planificado. El escándalo de General Rodríguez es la alfombra roja necesaria para que los saqueadores se vuelvan a pavonear como lo que no son, salvadores de virtudes que no tienen y nunca tendrán.
Habrá que hacer muchos esfuerzos para que los que creyeron y trabajaron por un modelo de inclusión dejándolo todo, los cientos de miles que no son ni fueron López, vuelvan a creer y se involucren de nuevo con energía en un proyecto de transformación. Único camino posible para dejar en evidencia la verdadera tragedia a la que asistimos, porque sin gente con convicciones y honestidad no hay manera de desbancar a los sectores del privilegio y a los deshonestos que confunden el servir a la sociedad con servirse de ella.
19/06/16 Tiempo Argentino
Cambios en la política exterior de Sudamérica Por Aritz Recalde
Uno de los datos fundamentales para comprender la situación política actual de la región, es el deterioro de los precios de varios productos de exportación. La caída reciente de los valores de las materias primas como la soja (Argentina, Brasil o Paraguay), el petróleo y gas (Venezuela, Ecuador o Bolivia) o el hierro (Brasil), perjudicaron la estructura económica de algunos países. En mayor o menor medida, esta realidad trajo aparejado:
- Reducción del crecimiento y/o recesión económica.
- Falta de divisas, saldos negativos de la balanza comercial y déficit fiscal.
- Deterioro social.
- Aumento de la conflictividad social y política.
No son pocas las dificultades que atravesaron varios de los países sudamericanos, como resultado de la modificación de los patrones de intercambio internacional. Los gobiernos asumieron el desafío de diversas maneras. Dilma Roussef aplicó metas de inflación, redujo el presupuesto público y Brasil atravesó dos años de difícil recesión. Cristina Kirchner gobernó con déficit fiscal reforzando el mercado interno con inversión pública y el país creció a tasas bajas a la espera de mejores condiciones económicas mundiales. Actualmente, Venezuela atraviesa una etapa de recesión de la actividad económica y de pronunciados conflictos sociales y políticos.
Contextos nacionales cambiantes
Un dato importante a tener en cuenta, es la asunción de varios gobiernos de ideología de derecha neoliberal. Dentro del bloque de países del MERCOSUR se está generando una avanzada conservadora. En Paraguay fue destituido Fernando Lugo en el año 2012 y asumió su lugar Horacio Cartes que es un empresario recientemente afiliado al Partido Colorado. La Argentina la gobierna el frente neoconservador CAMBIEMOS, conjuntamente con un bloque de ministros y asesores de los poderes concentrados trasnacionales. En Brasil, Dilma Roussef fue destituida, principalmente, por la acción política de una alianza entre el PMDB y PSDB y una conjunción de poderes mediáticos, judiciales y económicos.
En Venezuela hay en curso un proceso revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro. No es la primera oportunidad en la cual se aplica este mecanismo constitucional, habiendo tenido un antecedente en el año 2004 cuando Hugo Chávez triunfó con el 58% del electorado. A diferencia de lo ocurrido hace una década, los números no parecerían beneficiar al mandatario Maduro. Venezuela atraviesa un contexto de severa crisis económica inducida por el bajo precio del petróleo y el país no consiguió un desarrollo económico sustentable por fuera de la renta hidrocarburifera.
En el bloque del ALBA se están generando modificaciones políticas, aunque no tan radicales como en el contexto del MERCOSUR. En Bolivia el presidente Evo Morales perdió un referendo de una reforma constitucional que tenía como eje la continuidad presidencial. Rafael Correa en Ecuador recibió diversas manifestaciones en el año 2015. Cuba se encuentra en un proceso de descongelamiento de las relaciones con los EUA.
La estrategia política neoliberal
En varios países de la región, los poderes económicos, judiciales y mediáticos están recuperando el protagonismo al punto de poner a sus representantes directos en el gobierno. El mecanismo político que aplicaron puede resumirse en los siguientes aspectos:
- Unidad de las oposiciones partidarias y sociales.
- Disputa mediática. El poder económico tiene una influencia fundamental en la organización de los oligopolios de medios, como es el caso de Clarín (Argentina), Globo (Brasil), Cisneros (Venezuela) o El Mercurio (Chile). La estrategia mediática de cada país, se articula con la construcción de la noticia a nivel internacional que realizan los EUA desde sus cadenas CNN o FOX. Las agencias de noticias y la prensa Europea conservadora, protagonizan una acción hostil permanente contra los nacionalismos sudamericanos.
- Acción judicial. En la Argentina un sector del Poder Judicial está jugando, públicamente, de manera partidaria enfrentando a Cristina Kirchner y el FPV. En sintonía con lo acontecido en nuestro país, en Brasil la justicia impidió la asunción de Lula Da Silva como Jefe de Gabinete de Dilma.
- Desestabilización económica. Los gobiernos populares coexisten con operaciones de fuga de capitales, de devaluación o de desabastecimiento inducido, tendientes a generar inestabilidad política y social.
El contexto de deterioro económico y social acentúa las operaciones mediáticas y políticas, creando un clima de malestar que facilita la estrategia neoliberal.
¿ALIANZA PACIFICO en lugar del MERCOSUR?
Los actuales Cancilleres de la Argentina (Susana Malcorra) y de Brasil (José Serra), manifestaron la decisión de integrar la Alianza Pacifico conjuntamente a los miembros plenos Chile, Perú, Colombia y México.
La Alianza nació en 2011 y en coincidencia con las orientaciones de los países miembros, va en sintonía con las propuestas comerciales y políticas norteamericanas para la región. No es casualidad que Estados Unidos firmó tratados de libre comercio con los cuatro miembros de la Alianza e incluso México integra el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte).
La Alianza Pacifico podría oficiar como la aplicación concreta del ALCA, que fue frustrado en el año 2005 por las resistencias de Brasil (Lula), Argentina (Kirchner) y de Venezuela (Chávez).
¿La vuelta del poder norteamericano?
Durante los últimos años se produjo un cambio en los flujos comerciales de Sudamérica, caracterizado por un mayor crecimiento de China y un deterioro del intercambio con los EUA.
Más allá de la mayor incidencia económica que alcanzó Asía en el continente, los norteamericanos siguen teniendo un importante poder de decisión. En particular, mantienen su poder financiero al direccionan las agencias calificadoras de riesgo, al emitir el patrón de intercambio fundamental (dólar), al controlar el FMI y al disponer de la principal Plaza Financiera Mundial (Wall Street). Su Reserva Federal influye en la fijación de las tasas de interés y en el comportamiento económico mundial.
El país ejerce un poder judicial mundial controlando, en buena medida, las decisiones del CIADI y poniendo a sus tribunales como espacios arbitrales. La negociación de la deuda externa argentina en los tribunales de New York es un claro ejemplo.
Los EUA disponen un sistema de organización mundial de la información y de la cultura.
La influencia económica o política de los norteamericanos, se completa con su poder militar.
Frente al mayor grado de injerencia norteamericana, surgen varios interrogantes. ¿Se debilitaría la UNASUR en relación a la OEA?, ¿se afianzará la estrategia de extensión de sus bases militares descartando la posibilidad de conformar el Consejo de Seguridad de la UNASUR?, ¿el MERCOSUR se verá debilitado política y económicamente apostando a nuevas alianzas con Europa y los EUA?.
Los BRICS, Europa y Sudamérica
Los BRICS nacieron en 2006 y dos años después hacían su primera reunión oficial. En el terreno de la Economía, siguen los lineamientos del G20 e impulsan una agenda propia tendiente a la democratización de decisiones del FMI y en 2014 lanzaron el Banco de Desarrollo con un capital originario de 100.000 millones de dólares. En el plano de la política, continúan los lineamientos del Consejo de Seguridad de la ONU y proponen ampliar el Consejo de Seguridad.
En lo relativo a Sudamérica, mencionamos que China reforzó su comercio con el continente y mantienen una supremacía tecnológica y económica en Iberoamérica con varios los países, pero no así financiera. En este marco, la reducción de sus tasas de crecimiento afectó los volúmenes de exportación de Iberoamérica y mantuvo a la baja los precios de las materias primas.
Rusia venía reforzando acuerdos con Sudamérica. En algunos casos, se avanzó en pactos militares como es el caso de Venezuela y Bolivia. En otros como Argentina, había articulaciones tendientes al intercambio científico y al desarrollo de obras públicas. La caída mundial de los precios del petróleo debilitó el poder económico ruso. La disputa por la supremacía geopolítica en Europa (Ucrania) y en Asia (Siria) ocupa buena parte de la agenda de política exterior rusa.
Europa atraviesa una etapa de nueva Guerra Fría dominada por Alemania, Francia e Inglaterra. En este marco, se reavivan las tensiones entre países pobres y ricos dentro del bloque y se exacerban las disputas neocoloniales en Asia, África y América.
El gran dato de los últimos años, es la modificación del accionar del Vaticano que enarbola un discurso crítico del funcionamiento del sistema mundial imperialista.
En un contexto económicamente adverso para la región en el corto plazo, el bloque neoliberal va a transferir los costos de los ajustes al pueblo. A partir de acá, todo indicaría el inicio de una etapa de alta conflictividad social y política, con intervenciones (de baja intensidad) de los EUA a nivel regional.
Más allá de los cambios de política destacados, hay una continuidad de varios gobiernos populares en Sudamérica. Es de suponer por ello, que la etapa que viene estará signada por la alternancia neoliberal y por la reconstrucción del poder Nacional y Popular.
Junio 2016
www.sociologia-tercermundo.blogspot.com.ar
Meritocracia: sin “otro” y sin derechos, un lujo para pocos Por Natalia Torrado
Si algo tenemos para defender luego de la experiencia histórica popular que significó el kirchenrismo (y hablo de la experiencia popular y su estatura histórica, más allá de los líderes que la condujeron y sus intenciones) es la certeza de que ese amor vale, pero vale y cambia el mundo en sentido fuerte, justamente porque no es hacia el que es “como yo”, sino hacia el que es radicalmente diferente".
’Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina...’ así se presenta al mundo, en pocas líneas, el resultado de acuerdos y consensos alcanzados tras arduos desencuentros, luchas armadas, visiones distintas y antagónicas que tuvieron disímil impacto en la historia.
Esos acuerdos constituyen los más elevados principios filosóficos, políticos y jurídicos que rigen nuestra vida como Nación.
La Ley Suprema, fundada en la libertad, nos da la estructura de una República identificada con el estado de derecho”
Comentario al Preámbulo. Constitución Argentina. Publicación del Bicentenario
En tiempos de cinismo posmoderno, en el que las conclusiones a las que se arribaron tras esforzadas discusiones históricas son ignoradas por completo (me refiero a esas que, como dice el comentario al preámbulo, para establecer algún acuerdo común que funcione como marco de referencia, se pagaron con sangre); en tiempos en los que las apreciaciones sobre qué y cómo son las cosas parece surgir de la nada y no tener contexto de origen localizable, signados por la negación rotunda de los pensamientos que nos antecedieron y que conforman, a la vez, nuestro propio pensamiento (qué fresca! Qué espontánea es la posmodernidad!) se vuelve indispensable repetir lo obvio como si fuera una novedad: las personas tienen derechos.
No necesitan ganárselos como si se tratara de una competencia, no necesitan merecerlos porque los tienen desde que nacen, desde antes de nacer, incluso. Así lo garantiza la Ley, y así lo expresa la Constitución. Y si se hace necesario repetirlo es porque la estrategia del discurso dominante anula, una y otra vez y con gran efectividad, nuestra conciencia (y nuestra creencia) con respecto al Derecho, así como nuestra confianza en la Justicia.
Hace algunas semanas, a través de una publicidad de autos, asistimos (con estupor) al surgimiento de un nuevo (viejo) término, que en una operación ideológica por excelencia, ha sabido condensar los genuinos y atendibles anhelos de un amplio (y heterogéneo) sector - tales como la valoración del trabajo, el esfuerzo, la formación, el compromiso con la actividad sea cual fuera - articulándolos de manera tal que su sentido, ya distorsionado (o mejor, “torsionado”, incluso extorsionado) vehiculice también los anhelos y la mirada de mundo del liberalismo dominante: he aquí una versión muy particular (histórica, interesada, tendenciosa) de la meritocracia.
Para empezar debemos señalar que la utilización del término (o al menos de parte de su significado) en el contexto de su surgimiento y en sus diversas resignificaciones, dista ostensiblemente de lo que podemos entender en el contexto actual. El sentido del “mérito” en la antigüedad griega responde a una episteme que pone a competir a aquellos que ya se encuentran en condiciones equiparables (quiénes son esos, por qué son sólo esos y no otros, es ya otra, muy distinta, discusión que no daremos aquí). También la Historia ha visto resurgir el concepto en momentos en los que confrontar con los privilegios adquiridos por herencia se hacía indispensable, justo el problema que hoy, en el marco de un rebrote nacional y regional de la derecha, se tergiversa perversamente al extremo de pretender estar haciendo una crítica de aquello que en realidad se está defendiendo, a saber: la concentración de riqueza y poder en un sector social históricamente privilegiado, a costa del empobrecimiento de otro sector, históricamente desfavorecido.
Es necesario, entonces, revisar el criterio con que se sostiene hoy la bandera de la meritocracia, y señalar su profunda incongruencia con respecto a un sistema basado en el Derecho. Si realmente las personas tuvieran que hacer mérito para ser consideradas “sujeto de derecho”, si realmente tuvieran que hacer mérito para alimentarse, tener techo, vestirse (por no hablar de realizar sus acciones con plena libertad, resguardar su integridad física, su vida, su honor, su libertad de expresión etc.) ¿qué pasaría entonces con los bebés o los niños pequeños, las personas enfermas, o incapacitadas para actuar o decidir por sí mismas? ¿se constituirían en excepciones a contemplar? ¿con qué criterio se decidiría cuándo una persona está en condiciones de hacer mérito y cuándo no? ¿en manos de quién estaría la decisión? La sola proyección imaginaria de un sistema de tales características resulta escalofriante.
Sin embargo, para muchos la idea aparece como una luz de esperanza, como una forma de contrarrestar el mal mayor de la “corrupción”, otra interesante condensación de sentido capaz de incorporar todo tipo de fenómenos tan diversos, y configurar un enemigo contra el que luchar, el culpable de todos nuestros males. La meritocracia, en su resignificación local actual, no solo ignora el Derecho sino que instala otro sentido, a la vez prometedor y amenazante: meritocracia hoy es sinónimo de portarse bien, portarse bien para recibir un premio (promesa eternamente incumplida que ejerce su eficacia en cuanto tal) o para no recibir un castigo. Y esto consonancia directa con algunas decisiones de gobierno que aparecen como periféricas, pero que sin embargo hablan de una concepción de mundo discriminadora y exclusiva, fundante del neoliberalismo.
Un ejemplo paradigmático que vale la pena mencionar: la muy poco inocente vuelta de los aplazos para la educación primaria bonaerense (resuelta sin datos precisos sobre calidad educativa que lo justifiquen), que devuelve la vigencia de la calificación a niños de seis años con 1 (uno), 2 (dos) y 3 (tres) puntos, desconociendo los significativos desarrollos de la Teoría de la Educación que manifiestan la importancia de motivar y hacer sentir capaces a los alumnos en sus primeras etapas de escolarización para favorecer el proceso de aprendizaje. Parece que desde el gobierno de la Provincia (también) la mano dura comienza muy temprano y que, por un lado, se exige a los alumnos que hagan mérito, y por otro, se los desalienta ya en su entrada a la institución escolar con calificaciones que los avergüenzan frente a sus compañeros, los estigmatizan y que, más que calificarlos, los descalifican de movida en su inserción al universo de la educación. En todo caso, esta nueva muestra de la política de la exclusión característica del gobierno macrista no es para nada incoherente si pensamos en la situación de desfinanciamiento y franco ataque a la Universidad Pública que se viene sosteniendo desde Nación. Resulta entonces que la meritocracia, cuya función principal es, en principio, la de terminar con los privilegios obtenidos por herencia, se vuelve el semblante posmoderno, y una justificación de lo más eficaz, para la perpetuación de estos mismos privilegios.
En el mismo sentido debe leerse la actual discusión (explícita) respecto de descuentos sustanciosos a los trabajadores que ejerzan su (legítimo) derecho a la huelga, cuando no la (menos explícita pero muy frecuente, casi sistemática) persecución y despido por las mismas causas, y que da lugar a la necesidad de una Ley antidespidos que se encuentra actualmente en el centro de la discusión y cuyo veto será probablemente anunciado en estos días. Entonces, y en este estado de cosas, cabe preguntarse ¿qué es lo que en el imaginario colectivo permite que una publicidad como la de Chevrolet “Meritocracia” sea posible, y además, festejada por muchos?
Entendemos que una discusión de esta complejidad exige incluir el problema del “otro” como término central. En definitiva, el que tiene que hacer mérito siempre es el otro. Pero otro del que se supone que “como yo” puede, que “como yo” sabe, que “como yo” tiene. Y un otro “como yo”, un semejante, en rigor, no es un “otro”. Es una (mi) versión del otro. En última instancia, es yo. Entonces si yo puedo, él puede, tiene que poder. Pero el otro que es realmente “otro”, que no es como yo, de ese, nada quiero saber. Ese debe ser eliminado. Esta mala versión, una versión burguesa del semejante, que organiza el universo (en su totalidad) a su propia medida, y se instala a sí mismo y a su clase en el lugar del “uno”, del universal, nos hace oscilar entre las posiciones de compasión y de temor (efectos de la catarsis aristotélica, por cierto, y nada inocentemente, si pensamos que para que la catarsis se produzca en el teatro debe haber identificación del espectador). La compasión es, en la versión altruista, hacia un otro al que tengo que ayudar - en el sentido de la (mala) caridad cristiana - porque se supone que es otro al que debo amar “como a mí mismo”, pero que a la vez, (y por lo mismo) en la versión egoísta, me atemoriza, porque se me presenta como amenazante, capaz de poner en jaque “lo mismo” en mí, “lo mismo” de mí, y de hacerme tambalear en todo lo que de mí me identifica.
Poder decir “yo” es negar “lo otro” de uno mismo, que el otro “otro” me viene a recordar. En muchos casos, especialmente los de la clase media o media baja que acuerda y celebra la meritocracia, de lo que probablemente se reniega es de los propios orígenes. En otros, en los que se trata directamente de la producción de la desigualdad, el discurso de la meritocracia responde al cinismo propio de las clases altas, en las que se concentra el dinero y el poder, que justifican perversamente la obscena disparidad entre su riqueza y la extrema pobreza de otros, mediante argumentos perversos que afirman lo que niegan.
Así las cosas, advertir la diferencia respecto de los otros, pero también respecto de nosotros mismos , es decir, de todo lo que opera en nosotros como saber, pero que ignoramos, que es otra manera de decir “Ideología”. O como diría Zizek, lo que no sabemos que sabemos “ las cosas que nosotros no sabemos que nosotros sabemos - que es precisamente el inconsciente freudiano, el ‘conocimiento que no se conoce’, como Lacan decía” ( extraído de “Lo que Rumsfeld no sabe que él sabe de Abu Ghraib”, Zizek 2004) se vuelve indispensable para desarmar construcciones de sentido tan potentes y a la vez tan nocivas como la de meritocracia.
Para esto, es necesario comprender que el prójimo, el semejante, el otro, es “otro” justamente en la medida en la que constituye para mí (para el supuesto “uno”) una dificultad. La idea del “otro” engendra una contradicción constitutiva de toda subjetividad y de toda construcción social. No es algo que podamos amar por completo ni odiar por completo. No es algo con lo que podamos identificarnos por completo pero tampoco ignorar por completo. En 1960, en La Ética del Psicoanálisis, Libro VII, Lacan plantea “Se puede entender, por ende, que ante el amor al prójimo Freud literalmente esté horrorizado (…) cada vez que Freud se detiene (…) ante la consecuencia del mandamiento del amor al prójimo, lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que habita en ese prójimo, pero por lo tanto habita también en mí mismo (…) ese núcleo de mí mismo (…) al que no oso aproximarme (…) Pues una vez que me aproximo a él surge esa insondable agresividad ante la que retrocedo, que vuelvo en contra mío (…) no es llamativo que en estas condiciones todo el mundo esté enfermo, que haya malestar en la cultura”.
La posibilidad (y el impacto) de una versión publicitaria de la meritocracia como la de Chevrolet, en consonancia absoluta con la mirada de mundo y las políticas de exclusión del gobierno macrista, nos parece constituye el síntoma actual de un profundo malestar en la cultura, que bajo el signo de la posmodernidad, cristalizado en un inconsistente discurso que se pretende a favor de la diversidad, pero que no sabe qué hacer exactamente con el problema del “otro”, cada vez más nos convierte a todos en “lo mismo”, no en iguales en sentido jurídico (“todos somos iguales ante la Ley) sino en pertenencientes al orden de la mismidad, de la homogeneidad, de la absoluta semejanza que (así, mal definida y mal entendida, ya que la semejanza como sistema de afinidades y correspondencias nunca es absoluta) no admite en sus términos ver al otro como “otro”.
Digámoslo de una vez y crudamente: podremos parecernos o aproximarnos en algunos aspectos, pero en rigor, no somos semejantes. Todo lo que nos vincula es, debe ser, y debe comprenderse como del orden de la diferencia y del orden de la dificultad. Las relaciones sociales son contradictorias, y sólo son posibles con algún nivel, mayor o menor, de fricción. Pero en la medida en que esas contradicciones y esa fricción se pretendan negar en lugar de contemplarse como el material con el que trabajar políticamente, no sólo se crea una presión tal sobre ese contenido reprimido que encuentra luego su correspondencia en estallidos súbitos de violencia, sino que además se pierde la posibilidad de la acción conjunta, de la experiencia colectiva, y en última instancia, del Pueblo (ese que Deleuze en “¿Qué es el acto de creación?” de 1987, diría que hay que crear, porque es un Pueblo que no existe todavía).
Algo nos une, algo nos separa, y en esa brecha está el “otro”, y en esa brecha juega la política. Por no haberlo comprendido, entre otras cosas, y habiendo sido persuadido un porcentaje significativo de los votantes por cierto discurso de la indiferenciación (nos hemos cansado de escuchar en campaña la triste justificación del voto en blanco sosteniendo que, en todo caso, los candidatos eran “lo mismo”) es que en las últimas elecciones fue posible el triunfo del macrismo.
Parecería que tanto el descrédito con respecto a las radicales diferencias de las fuerzas políticas que se encontraban en tensión (producto del escepticismo de unos y del purismo de los otros) así como la apatía y la anemia de sentido propias de la experiencia histórica posmoderna , encontraron una satisfacción compensatoria en el lema de “Cambiemos”. Y hoy, tras ese triunfo, y advertidos ya de la orientación real (como el reverso siniestro de los globos y la alegría) que ese “cambio” fue tomando en el transcurso de los primeros meses de gobierno, es la publicidad (como órgano inteligente del poder), la que en un gesto que deja al descubierto la cara más patológica de la Ideología, para decirlo en términos de Paul Ricoeur ( en “La imaginación en el discurso y en la acción”, 1976) intenta convencernos de que todos estamos en iguales condiciones, y de que todos contamos con las mismas posibilidades, por lo cual, el que no hace mérito es porque no quiere.
En nombre de esa igualdad es como nos seguimos dividendo y enfrentando unos con otros, sin tomar dimensión del poder que tenemos cuando entendemos justamente que no somos iguales, que somos diferentes; y del poder que tuvimos cuando pudimos, por un momento en la Historia (por un ciclo) comprender que “La Patria es el otro”. Tal vez la lucha hoy requiera empezar por redefinir estos términos, o por crear unos nuevos para pensar estos problemas: el otro, el semejante, el amor al prójimo. Y por refigurar también el sentido de ese amor. Si algo tenemos para defender luego de la experiencia histórica popular que significó el kirchenrismo (y hablo de la experiencia popular y su estatura histórica, más allá de los líderes que la condujeron y sus intenciones) es la certeza de que ese amor vale, pero vale y cambia el mundo en sentido fuerte, justamente porque no es hacia el que es “como yo”, sino hacia el que es radicalmente diferente.
A la vez, se vuelve imprescindible tomar conciencia de que es en estas zonas difusas, confusas e inestables del lenguaje, del discurso y del sentido, donde se libran las batallas políticas; porque el modo de nombrar (y de obrar) en contexto, en la emergencia del devenir histórico, también requiere que algunas veces hagamos un “como si” fuéramos iguales para poder actuar, y que otras veces develemos las diferencias para poder resistir. Mientras tanto, doblemos nuestro esfuerzo para impedir el avance enemigo en el terreno del sentido. Usemos las palabras a modo de barricada. Sepamos, y hagamos saber, que no necesitamos hacer méritos para que se respeten nuestros derechos. Porque en la lucha para obtenerlos se jugaron las vidas de nuestros compañeros, esos "otros" de la Historia que no hay que olvidar.
Agencia Paco Urondo
’Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina...’ así se presenta al mundo, en pocas líneas, el resultado de acuerdos y consensos alcanzados tras arduos desencuentros, luchas armadas, visiones distintas y antagónicas que tuvieron disímil impacto en la historia.
Esos acuerdos constituyen los más elevados principios filosóficos, políticos y jurídicos que rigen nuestra vida como Nación.
La Ley Suprema, fundada en la libertad, nos da la estructura de una República identificada con el estado de derecho”
Comentario al Preámbulo. Constitución Argentina. Publicación del Bicentenario
En tiempos de cinismo posmoderno, en el que las conclusiones a las que se arribaron tras esforzadas discusiones históricas son ignoradas por completo (me refiero a esas que, como dice el comentario al preámbulo, para establecer algún acuerdo común que funcione como marco de referencia, se pagaron con sangre); en tiempos en los que las apreciaciones sobre qué y cómo son las cosas parece surgir de la nada y no tener contexto de origen localizable, signados por la negación rotunda de los pensamientos que nos antecedieron y que conforman, a la vez, nuestro propio pensamiento (qué fresca! Qué espontánea es la posmodernidad!) se vuelve indispensable repetir lo obvio como si fuera una novedad: las personas tienen derechos.
No necesitan ganárselos como si se tratara de una competencia, no necesitan merecerlos porque los tienen desde que nacen, desde antes de nacer, incluso. Así lo garantiza la Ley, y así lo expresa la Constitución. Y si se hace necesario repetirlo es porque la estrategia del discurso dominante anula, una y otra vez y con gran efectividad, nuestra conciencia (y nuestra creencia) con respecto al Derecho, así como nuestra confianza en la Justicia.
Hace algunas semanas, a través de una publicidad de autos, asistimos (con estupor) al surgimiento de un nuevo (viejo) término, que en una operación ideológica por excelencia, ha sabido condensar los genuinos y atendibles anhelos de un amplio (y heterogéneo) sector - tales como la valoración del trabajo, el esfuerzo, la formación, el compromiso con la actividad sea cual fuera - articulándolos de manera tal que su sentido, ya distorsionado (o mejor, “torsionado”, incluso extorsionado) vehiculice también los anhelos y la mirada de mundo del liberalismo dominante: he aquí una versión muy particular (histórica, interesada, tendenciosa) de la meritocracia.
Para empezar debemos señalar que la utilización del término (o al menos de parte de su significado) en el contexto de su surgimiento y en sus diversas resignificaciones, dista ostensiblemente de lo que podemos entender en el contexto actual. El sentido del “mérito” en la antigüedad griega responde a una episteme que pone a competir a aquellos que ya se encuentran en condiciones equiparables (quiénes son esos, por qué son sólo esos y no otros, es ya otra, muy distinta, discusión que no daremos aquí). También la Historia ha visto resurgir el concepto en momentos en los que confrontar con los privilegios adquiridos por herencia se hacía indispensable, justo el problema que hoy, en el marco de un rebrote nacional y regional de la derecha, se tergiversa perversamente al extremo de pretender estar haciendo una crítica de aquello que en realidad se está defendiendo, a saber: la concentración de riqueza y poder en un sector social históricamente privilegiado, a costa del empobrecimiento de otro sector, históricamente desfavorecido.
Es necesario, entonces, revisar el criterio con que se sostiene hoy la bandera de la meritocracia, y señalar su profunda incongruencia con respecto a un sistema basado en el Derecho. Si realmente las personas tuvieran que hacer mérito para ser consideradas “sujeto de derecho”, si realmente tuvieran que hacer mérito para alimentarse, tener techo, vestirse (por no hablar de realizar sus acciones con plena libertad, resguardar su integridad física, su vida, su honor, su libertad de expresión etc.) ¿qué pasaría entonces con los bebés o los niños pequeños, las personas enfermas, o incapacitadas para actuar o decidir por sí mismas? ¿se constituirían en excepciones a contemplar? ¿con qué criterio se decidiría cuándo una persona está en condiciones de hacer mérito y cuándo no? ¿en manos de quién estaría la decisión? La sola proyección imaginaria de un sistema de tales características resulta escalofriante.
Sin embargo, para muchos la idea aparece como una luz de esperanza, como una forma de contrarrestar el mal mayor de la “corrupción”, otra interesante condensación de sentido capaz de incorporar todo tipo de fenómenos tan diversos, y configurar un enemigo contra el que luchar, el culpable de todos nuestros males. La meritocracia, en su resignificación local actual, no solo ignora el Derecho sino que instala otro sentido, a la vez prometedor y amenazante: meritocracia hoy es sinónimo de portarse bien, portarse bien para recibir un premio (promesa eternamente incumplida que ejerce su eficacia en cuanto tal) o para no recibir un castigo. Y esto consonancia directa con algunas decisiones de gobierno que aparecen como periféricas, pero que sin embargo hablan de una concepción de mundo discriminadora y exclusiva, fundante del neoliberalismo.
Un ejemplo paradigmático que vale la pena mencionar: la muy poco inocente vuelta de los aplazos para la educación primaria bonaerense (resuelta sin datos precisos sobre calidad educativa que lo justifiquen), que devuelve la vigencia de la calificación a niños de seis años con 1 (uno), 2 (dos) y 3 (tres) puntos, desconociendo los significativos desarrollos de la Teoría de la Educación que manifiestan la importancia de motivar y hacer sentir capaces a los alumnos en sus primeras etapas de escolarización para favorecer el proceso de aprendizaje. Parece que desde el gobierno de la Provincia (también) la mano dura comienza muy temprano y que, por un lado, se exige a los alumnos que hagan mérito, y por otro, se los desalienta ya en su entrada a la institución escolar con calificaciones que los avergüenzan frente a sus compañeros, los estigmatizan y que, más que calificarlos, los descalifican de movida en su inserción al universo de la educación. En todo caso, esta nueva muestra de la política de la exclusión característica del gobierno macrista no es para nada incoherente si pensamos en la situación de desfinanciamiento y franco ataque a la Universidad Pública que se viene sosteniendo desde Nación. Resulta entonces que la meritocracia, cuya función principal es, en principio, la de terminar con los privilegios obtenidos por herencia, se vuelve el semblante posmoderno, y una justificación de lo más eficaz, para la perpetuación de estos mismos privilegios.
En el mismo sentido debe leerse la actual discusión (explícita) respecto de descuentos sustanciosos a los trabajadores que ejerzan su (legítimo) derecho a la huelga, cuando no la (menos explícita pero muy frecuente, casi sistemática) persecución y despido por las mismas causas, y que da lugar a la necesidad de una Ley antidespidos que se encuentra actualmente en el centro de la discusión y cuyo veto será probablemente anunciado en estos días. Entonces, y en este estado de cosas, cabe preguntarse ¿qué es lo que en el imaginario colectivo permite que una publicidad como la de Chevrolet “Meritocracia” sea posible, y además, festejada por muchos?
Entendemos que una discusión de esta complejidad exige incluir el problema del “otro” como término central. En definitiva, el que tiene que hacer mérito siempre es el otro. Pero otro del que se supone que “como yo” puede, que “como yo” sabe, que “como yo” tiene. Y un otro “como yo”, un semejante, en rigor, no es un “otro”. Es una (mi) versión del otro. En última instancia, es yo. Entonces si yo puedo, él puede, tiene que poder. Pero el otro que es realmente “otro”, que no es como yo, de ese, nada quiero saber. Ese debe ser eliminado. Esta mala versión, una versión burguesa del semejante, que organiza el universo (en su totalidad) a su propia medida, y se instala a sí mismo y a su clase en el lugar del “uno”, del universal, nos hace oscilar entre las posiciones de compasión y de temor (efectos de la catarsis aristotélica, por cierto, y nada inocentemente, si pensamos que para que la catarsis se produzca en el teatro debe haber identificación del espectador). La compasión es, en la versión altruista, hacia un otro al que tengo que ayudar - en el sentido de la (mala) caridad cristiana - porque se supone que es otro al que debo amar “como a mí mismo”, pero que a la vez, (y por lo mismo) en la versión egoísta, me atemoriza, porque se me presenta como amenazante, capaz de poner en jaque “lo mismo” en mí, “lo mismo” de mí, y de hacerme tambalear en todo lo que de mí me identifica.
Poder decir “yo” es negar “lo otro” de uno mismo, que el otro “otro” me viene a recordar. En muchos casos, especialmente los de la clase media o media baja que acuerda y celebra la meritocracia, de lo que probablemente se reniega es de los propios orígenes. En otros, en los que se trata directamente de la producción de la desigualdad, el discurso de la meritocracia responde al cinismo propio de las clases altas, en las que se concentra el dinero y el poder, que justifican perversamente la obscena disparidad entre su riqueza y la extrema pobreza de otros, mediante argumentos perversos que afirman lo que niegan.
Así las cosas, advertir la diferencia respecto de los otros, pero también respecto de nosotros mismos , es decir, de todo lo que opera en nosotros como saber, pero que ignoramos, que es otra manera de decir “Ideología”. O como diría Zizek, lo que no sabemos que sabemos “ las cosas que nosotros no sabemos que nosotros sabemos - que es precisamente el inconsciente freudiano, el ‘conocimiento que no se conoce’, como Lacan decía” ( extraído de “Lo que Rumsfeld no sabe que él sabe de Abu Ghraib”, Zizek 2004) se vuelve indispensable para desarmar construcciones de sentido tan potentes y a la vez tan nocivas como la de meritocracia.
Para esto, es necesario comprender que el prójimo, el semejante, el otro, es “otro” justamente en la medida en la que constituye para mí (para el supuesto “uno”) una dificultad. La idea del “otro” engendra una contradicción constitutiva de toda subjetividad y de toda construcción social. No es algo que podamos amar por completo ni odiar por completo. No es algo con lo que podamos identificarnos por completo pero tampoco ignorar por completo. En 1960, en La Ética del Psicoanálisis, Libro VII, Lacan plantea “Se puede entender, por ende, que ante el amor al prójimo Freud literalmente esté horrorizado (…) cada vez que Freud se detiene (…) ante la consecuencia del mandamiento del amor al prójimo, lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que habita en ese prójimo, pero por lo tanto habita también en mí mismo (…) ese núcleo de mí mismo (…) al que no oso aproximarme (…) Pues una vez que me aproximo a él surge esa insondable agresividad ante la que retrocedo, que vuelvo en contra mío (…) no es llamativo que en estas condiciones todo el mundo esté enfermo, que haya malestar en la cultura”.
La posibilidad (y el impacto) de una versión publicitaria de la meritocracia como la de Chevrolet, en consonancia absoluta con la mirada de mundo y las políticas de exclusión del gobierno macrista, nos parece constituye el síntoma actual de un profundo malestar en la cultura, que bajo el signo de la posmodernidad, cristalizado en un inconsistente discurso que se pretende a favor de la diversidad, pero que no sabe qué hacer exactamente con el problema del “otro”, cada vez más nos convierte a todos en “lo mismo”, no en iguales en sentido jurídico (“todos somos iguales ante la Ley) sino en pertenencientes al orden de la mismidad, de la homogeneidad, de la absoluta semejanza que (así, mal definida y mal entendida, ya que la semejanza como sistema de afinidades y correspondencias nunca es absoluta) no admite en sus términos ver al otro como “otro”.
Digámoslo de una vez y crudamente: podremos parecernos o aproximarnos en algunos aspectos, pero en rigor, no somos semejantes. Todo lo que nos vincula es, debe ser, y debe comprenderse como del orden de la diferencia y del orden de la dificultad. Las relaciones sociales son contradictorias, y sólo son posibles con algún nivel, mayor o menor, de fricción. Pero en la medida en que esas contradicciones y esa fricción se pretendan negar en lugar de contemplarse como el material con el que trabajar políticamente, no sólo se crea una presión tal sobre ese contenido reprimido que encuentra luego su correspondencia en estallidos súbitos de violencia, sino que además se pierde la posibilidad de la acción conjunta, de la experiencia colectiva, y en última instancia, del Pueblo (ese que Deleuze en “¿Qué es el acto de creación?” de 1987, diría que hay que crear, porque es un Pueblo que no existe todavía).
Algo nos une, algo nos separa, y en esa brecha está el “otro”, y en esa brecha juega la política. Por no haberlo comprendido, entre otras cosas, y habiendo sido persuadido un porcentaje significativo de los votantes por cierto discurso de la indiferenciación (nos hemos cansado de escuchar en campaña la triste justificación del voto en blanco sosteniendo que, en todo caso, los candidatos eran “lo mismo”) es que en las últimas elecciones fue posible el triunfo del macrismo.
Parecería que tanto el descrédito con respecto a las radicales diferencias de las fuerzas políticas que se encontraban en tensión (producto del escepticismo de unos y del purismo de los otros) así como la apatía y la anemia de sentido propias de la experiencia histórica posmoderna , encontraron una satisfacción compensatoria en el lema de “Cambiemos”. Y hoy, tras ese triunfo, y advertidos ya de la orientación real (como el reverso siniestro de los globos y la alegría) que ese “cambio” fue tomando en el transcurso de los primeros meses de gobierno, es la publicidad (como órgano inteligente del poder), la que en un gesto que deja al descubierto la cara más patológica de la Ideología, para decirlo en términos de Paul Ricoeur ( en “La imaginación en el discurso y en la acción”, 1976) intenta convencernos de que todos estamos en iguales condiciones, y de que todos contamos con las mismas posibilidades, por lo cual, el que no hace mérito es porque no quiere.
En nombre de esa igualdad es como nos seguimos dividendo y enfrentando unos con otros, sin tomar dimensión del poder que tenemos cuando entendemos justamente que no somos iguales, que somos diferentes; y del poder que tuvimos cuando pudimos, por un momento en la Historia (por un ciclo) comprender que “La Patria es el otro”. Tal vez la lucha hoy requiera empezar por redefinir estos términos, o por crear unos nuevos para pensar estos problemas: el otro, el semejante, el amor al prójimo. Y por refigurar también el sentido de ese amor. Si algo tenemos para defender luego de la experiencia histórica popular que significó el kirchenrismo (y hablo de la experiencia popular y su estatura histórica, más allá de los líderes que la condujeron y sus intenciones) es la certeza de que ese amor vale, pero vale y cambia el mundo en sentido fuerte, justamente porque no es hacia el que es “como yo”, sino hacia el que es radicalmente diferente.
A la vez, se vuelve imprescindible tomar conciencia de que es en estas zonas difusas, confusas e inestables del lenguaje, del discurso y del sentido, donde se libran las batallas políticas; porque el modo de nombrar (y de obrar) en contexto, en la emergencia del devenir histórico, también requiere que algunas veces hagamos un “como si” fuéramos iguales para poder actuar, y que otras veces develemos las diferencias para poder resistir. Mientras tanto, doblemos nuestro esfuerzo para impedir el avance enemigo en el terreno del sentido. Usemos las palabras a modo de barricada. Sepamos, y hagamos saber, que no necesitamos hacer méritos para que se respeten nuestros derechos. Porque en la lucha para obtenerlos se jugaron las vidas de nuestros compañeros, esos "otros" de la Historia que no hay que olvidar.
Agencia Paco Urondo
Con referencias al caso López, salió el primer informe del nuevo 678
Después de seis meses fuera del aire, ex trabajadores del programa lanzaron la primera emisión de "768", el nuevo formato que busca instalarse a través de internet.
Tras estar más de seis meses fuera del aire, el programa 678 se renovó y lanzó, a través de ex trabajadores, un nuevo formato que se difundirá por internet: "768", en respuesta a la frase del hoy presidente Mauricio Macri, quien había asegurado que bajo su gestión no quería "ni 678 ni 876".
En el primer informe, publicado ayer y visitado por más de 50 mil personas, se muestra al detalle cuáles fueron las medidas que adoptó el Gobierno y sus consecuencias. Además, comienza haciendo referencia al caso de José López y los bolsos de dinero.
Tras estar más de seis meses fuera del aire, el programa 678 se renovó y lanzó, a través de ex trabajadores, un nuevo formato que se difundirá por internet: "768", en respuesta a la frase del hoy presidente Mauricio Macri, quien había asegurado que bajo su gestión no quería "ni 678 ni 876".
En el primer informe, publicado ayer y visitado por más de 50 mil personas, se muestra al detalle cuáles fueron las medidas que adoptó el Gobierno y sus consecuencias. Además, comienza haciendo referencia al caso de José López y los bolsos de dinero.
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