domingo, 5 de junio de 2016

PANORAMA ECONOMICO Ni público ni de reparto

Por David Cufré
La principal definición del Gobierno sobre su plan para los jubilados aparece en el artículo 12 del proyecto de ley que elevó al Congreso esta semana. Dice así: “Créase el Consejo de Sustentabilidad Previsional, en el ámbito del Ministerio de Trabajo, que tendrá a su cargo la elaboración de un proyecto de ley que contenga un nuevo régimen previsional, universal, integral, solidario y sustentable, para su posterior remisión por el Poder Ejecutivo a consideración del Honorable Congreso de la Nación”. El macrismo pone en movimiento con este artículo la maquinaria para producir en el plazo de tres años una de las transformaciones económicas y sociales más importantes, que incidirá en la vida de millones de argentinos: el reemplazo del régimen jubilatorio actual, público y de reparto, por otro que no contempla en su origen ninguno de esos dos preceptos fundamentales. El nuevo sistema previsional deberá ser “universal, integral, solidario y sustentable”. Ni público ni de reparto. ¿Pudo haber sido una omisión involuntaria, un descuido? El resto del proyecto de ley, una verdadera bomba de tiempo para la sustentabilidad del sistema vigente, y los antecedentes del PRO y el radicalismo en la materia no dejan espacio para la ingenuidad.
Ambas fuerzas se opusieron en 2008 a la estatización de las AFJP, lo mismo que el partido de Elisa Carrió. El desprestigio que todavía cargan las antiguas administradoras le impide al Gobierno avanzar más rápido en su proyecto de reforma previsional, que aspira a concretar en 2019. Mientras tanto irá preparando el terreno. Es probable que ni siquiera entonces reúna el consenso político necesario para regresar al esquema de los 90. Deberá idear nuevas formas, pero el trasfondo ideológico es el mismo: establecer una división entre jubilados de primera y de segunda, cristalizando en la etapa pasiva las desigualdades que ya existen entre trabajadores de primera y de segunda. En definitiva, un modelo de organización social con ciudadanos de primera y de segunda.
El proyecto de ley llamado de “Reparación histórica para jubilados y pensionados” es otro paso en esa dirección. Detrás del valorable objetivo de aumentar los haberes de quienes ganan 10 mil pesos en promedio y cancelar la deuda que se generó con ellos entre 1991 y 2006, por el desastre previsional que ocasionó la estafa neoliberal, se empiezan a desmontar algunos de los derechos consagrados en el período posterior, durante el cual el sistema público y de reparto fue una plataforma esencial para ir reparando los daños ocasionados.
Los jubilados fueron víctimas del menemismo y de la Alianza, con haberes congelados durante 12 años, caída de la cobertura previsional -en 2001, cuatro de cada diez personas en edad de retiro no accedía a una prestación- y hasta el descuento nominal del 13 por ciento. La transferencia de la crema de los aportes de los trabajadores a las AFJP desfinanció mortalmente el sistema público. Cuando llegó el kirchnerismo hacía más de diez años que Norma Plá pedía por una jubilación mínima de 450 pesos y recién seis meses antes el duhaldismo había conseguido llevarla a 200. La puesta en marcha de un proyecto de base industrial, muy enfocado en la generación de puestos de trabajo y en una distribución del ingreso cada vez más progresiva, que rechazó las exigencias del FMI y de los mercados, y que más tarde logró desterrar a las AFJP, fue produciendo una verdadera reparación histórica de los jubilados. Ese proceso permitió que la cobertura previsional llegara al 97 por ciento, que la jubilación mínima fuera la más alta de América latina, que los jubilados tengan una tarjeta de compras con tasas subsidiadas y que los haberes vayan recuperando poder adquisitivo. Para saldar las deudas que faltan, como mejorar mucho más el monto de las jubilaciones o cumplir en no más de seis meses con el pago de sentencias por reajustes de haberes, hay que profundizar el recorrido de la última década, no dinamitarlo con leyes como la que presentó el macrismo en el Congreso.
¿Cuál es el problema con la nueva ley? Son varios.

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El primero es que no cumple con el objetivo inicial que declama: pagar las sentencias judiciales por reajustes de haberes. Ni a quienes tienen sentencia firme ni a quienes esperan el dictado de esos fallos. A los primeros se les ofrece un acuerdo menos conveniente que la sentencia que ya tienen en su poder, con un cambio en el índice de actualización –el Isbic por el Ripte– que disminuye considerablemente el reajuste de su haber y del retroactivo correspondiente. La única excepción son unos pocos casos de jubilados que accedieron al beneficio antes de julio de 1994, con la ley 18.037. A los que todavía no tienen sentencia, además, se les acota el retroactivo a 48 meses, cuando hay un número considerable que viene litigando desde antes y sufriría una pérdida con la limitación. En conclusión, no se pagan las sentencias, se ofrecen acuerdos a la baja.

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A consecuencia de ello, es probable que la mayoría de quienes tienen sentencia firme rechacen el acuerdo y también lo haga una buena proporción de quienes esperan sentencia. Por lo tanto, no se termina con la litigiosidad previsional como publicita el Gobierno. Pero además la ley puede llegar a habilitar nuevos reclamos, como la confiscación que supondría para algunos abogados la aplicación del tope jubilatorio de 36 mil pesos en los reajustes de haberes o la retención del 35 por ciento del impuesto a las Ganancias sobre los retroactivos. Por otra parte, más allá de que se homologuen los convenios, el artículo 14 bis de la Constitución y el nuevo Código Civil y Comercial establecen que los derechos previsionales son irrenunciables, por lo cual puede darse el caso de jubilados que cobren el acuerdo y después vuelvan a la carga a pedir más.

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La ley no asegura el financiamiento a mediano plazo para cumplir con las promesas asumidas con aquellos dos grupos de jubilados y con quienes nunca hicieron juicio al Estado. El costo estimado es de 150 mil millones de pesos en retroactivos y 80 mil millones anuales por reajustes de haberes, con los aumentos correspondientes por movilidad. El blanqueo aportaría, según distintas estimaciones de especialistas tributarios, unos 50 mil millones siendo optimistas, mientras que las ganancias del FGS rondarían este año los 100 mil millones de pesos de acuerdo a lo expresado por el titular de la Anses. El resultado es ajustado para 2016 y una gran incógnita a futuro.

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Con ese esquema de financiamiento, se entregan de manera indefinida las ganancias del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses. En el mejor de los casos, para saldar la deuda con un tercio de los jubilados actuales -2,2 millones sobre 6,6 millones totales- se pone en riesgo la solvencia del fondo de cobertura que debe salir en rescate de todos frente a cualquier contingencia económica que afecte la actualización constante de los haberes. No solo de los jubilados actuales, sino sobre todo se expone el reaseguro para las futuras generaciones. El FGS no es la plata de los jubilados, es la plata de los trabajadores, activos y pasivos.

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Por lo expuesto en el punto anterior, el Estado pierde un instrumento valioso para financiar el desarrollo y hacer política anticíclica, como lo demostraron el Procrear, las centrales eléctricas y las rutas apalancadas con el FGS. Además, el proyecto permite a la Anses volver a invertir parte de los recursos en activos externos, tanto acciones como bonos de otros Estados, como en la época de las AFJP, cuando ponían plata en Coca Cola, Disney o British Petroleum. La ley también habilita al FGS a endeudarse hasta en un 25 por ciento de la cartera total.

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Si no alcanza con la rentabilidad del FGS para pagar los juicios, la ley prevé la venta de activos del fondo. La sustentabilidad del sistema previsional, por lo tanto, sería cada vez más endeble, facilitando la vuelta a esquemas de capitalización individual.

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La ley consagra el final de una de las moratorias, lo cual restringe el acceso al derecho previsional a cientos de miles de personas.

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Se crea una pensión por vejez que pagará el 80 por ciento de la jubilación mínima, lo que implica una pérdida de ingresos para los adultos mayores en comparación con las moratorias vigentes, que al cabo de cinco años permiten acceder a un haber pleno, que como piso es la jubilación mínima. Así es como se avanza hacia un sistema con jubilados de primera y de segunda.

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La pensión por vejez no asigna el derecho a pensión por viudez. En cambio, los familiares de los jubilados por moratoria sí tienen esa protección.

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El cambio de la moratoria por la pensión por vejez implica para las mujeres un aumento de cinco años en la edad jubilatoria. En lugar de acceder a un beneficio a los 60, como hasta ahora, tendrán que esperar hasta los 65, y también cobrarán el 80 por ciento de la mínima en lugar del haber pleno.

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La pensión por vejez dejará de otorgarse a quienes todavía no la hayan recibido dentro de 3 años, cuando debería ser reemplazada por las prestaciones que disponga la reforma previsional.
En resumen, la ley recorta beneficios a quienes tienen sentencia firme y a quienes están litigando, puede desatar miles de juicios de aquellos que no fueron contra el Estado y ahora ven la posibilidad de obtener un resarcimiento por esa vía -para lo cual tienen todo el derecho-, expulsa de la jubilación plena a quienes fueron víctimas del trabajo en negro y no pudieron completar aportes, especialmente a las mujeres, consume la rentabilidad del FGS, que no podrá utilizarse para otros fines, y compromete la sustentabilidad del sistema jubilatorio en su conjunto al asumir compromisos que no se sabe si se podrán cumplir. Dentro de tres años, cuando el Gobierno presente el proyecto de reforma previsional, el argumento será que no se podía seguir con el régimen actual, que no había fondos para sostenerlo. Seguramente tampoco propondrá un aumento de las contribuciones patronales que siguen rebajadas desde 2001, como ocurre con los bancos, sino que la variable de ajuste serán, entonces como ahora y como ya pasó en la Argentina, otra vez los jubilados.

LA VENGANZA SOCIAL EN MARCHA, FACTOR DE UNIDAD DEL CAPITAL ¿Sustentabiliqué?

 Por Horacio Verbitsky
El proyecto de ley de emergencia y sinceramiento sugiere que la reparación histórica en marcha no es a los jubilados sino a las grandes empresas, que avizoran la anhelada recuperación de los paquetes accionarios en poder del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del Sistema Previsional Argentino. Así se desprende de sendos análisis realizados por el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA), fundado por Eduardo Basualdo, y por el ex Administrador Nacional de la Seguridad Social (ANSES), Amado Boudou, quien en 2008 fue el impulsor de la estatización de las AFPJ, acaso la política más exitosa de los dos gobiernos de CFK.
CIFRA entiende que el objetivo de la reforma previsional es liquidar las disponibilidades y las acciones del Fondo de Garantía de Sustentabilidad. Este Centro de Estudios de la CTA estima que el blanqueo alcanzará unos 20.000 millones de dólares, con una recaudación para el Estado Nacional de aproximadamente 2.000 millones, lo que no cubriría ni una cuarta parte de los fondos requeridos para aplicar el Plan en 2016. Las colocaciones en títulos y obligaciones negociables constituyen el 65 por ciento de los recursos del Fondo y no son liquidables, ya que de volcarse al mercado los títulos soberanos producirían un desplome de su precio. Tampoco es posible recuperar en el corto plazo las inversiones en proyectos productivos y/o de infraestructura, que insumen largos plazos. Quedan así las disponibilidades del FGS, valuadas en 3.728 millones de dólares y sus acciones, en 5.673 millones de dólares.
El apetecido Fondo de Sustentabilidad, al 31 de diciembre de 2015
Fuente: CIFRA, sobre información de ANSES
Esto incluye la participación del Estado en el capital de unas 40 empresas, de las que en el cuadro se muestran las 15 más importantes. La estatización de las AFJP, en 2008, desató el conflicto más duro del Estado con todas las fracciones del capital y dio lugar a una declaración de guerra de la trasnacional italiana Techint y del Grupo Clarín contra el gobierno de la ex presidente CFK. A fines de 2010, Héctor Magnetto, dijo en un reportaje con el diario inglés Financial Times que el gobierno de Cristina “está entrando en una fase confiscatoria”. Y el de Techint, Paolo Rocca, pronunció un discurso incendiario contra cualquier distribución de ganancias y protección laboral, y presionó como hace siempre por una nueva devaluación. En 2011 el Estado modificó la legislación por la cual las acciones de la ANSES en las empresas sólo tenían derechos políticos en la asamblea de accionistas hasta el 5 por ciento. Desde entonces el Estado hace oír su voz en forma proporcional a su paquete accionario, una ofensa intolerable para el conjunto del patronato y su principal término de unidad.
El Fondo de Garantía de Sustentabilidad y las empresas
Fuente: CIFRA, sobre información de ANSES
“Si bien, en las apariencias, el proyecto de ley de reparación histórica persigue beneficiar a una porción de los jubilados con el incremento de sus haberes, la naturaleza de la medida, tal como está planteada, se orienta a otros propósitos que pueden retornar como un boomerang hacia el propio sistema jubilatorio al tornarlo insustentable”, concluye CIFRA.
El estudio de Boudou llega a conclusiones similares, basado en un análisis técnico. Dentro del total de 6,6 millones de integrantes del Sistema Previsional Argentino, los potenciales beneficiarios serían sólo los jubilados del sistema nacional, ya que no se extiende a quienes ingresaron por el sistema de moratoria, que comenzó a implementarse a partir de 2006, sin los cuales el sistema sería minúsculo, tal como lo dejaron las AFJP. De los 6,6 millones quedan así comprendidos en la norma, 3,1 millones.
Pero de allí hay que detraer los 102.225 casos que tienen regímenes especiales (ex trabajadores docentes, mineros, portuarios, de Luz y Fuerza, el servicio exterior). También a los felices magistrados judiciales, cuyo régimen les garantiza un ingreso promedio de 70.000 pesos mensuales. Con lo cual el universo de potenciales beneficiarios queda reducido a 3.023.774. Sin embargo (también contradiciendo lo que el presidente intenta instalar) durante los últimos doce años se implementó una potente política de liquidación de sentencias. Solo durante 2016 se liquidaron 54.028 y en el total del periodo llegaron al medio millón. El universo de potenciales beneficiarios vuelve a reducirse así a unos 2.523.774 casos.
En 2008 la ley de movilidad jubilatoria 24.617, con dos aumentos anuales, produjo un fuerte crecimiento en el monto de las jubilaciones, por encima de la inflación, sin afectar la sustentabilidad de mediano plazo del sistema, ya que el aumento se determina considerando el salario de los trabajadores activos y los ingresos tributarios del sistema previsional. Desde entonces los ajustes originados en el fallo Badaro perdieron sentido, e inclusive fallos posteriores de la Corte Suprema de Justicia convalidaron la aplicación del nuevo índice. Así, la litigiosidad del sistema tuvo una fuerte disminución y el impacto de los fallos judiciales fue perdiendo importancia. Los reclamos se centraron entonces en el cálculo del haber inicial. Durante los últimos ocho años se otorgaron 2.445.660 jubilaciones y pensiones del SIPA. En el cálculo más conservador sólo al 25 por ciento de ellos se le habría calculado bien el haber inicial, de modo que no tendrían derecho a ampararse en el fallo Ellif. Restando ese 25 por ciento que no tiene nada para reclamar, el universo disminuye a 1.892.830 casos. De allí hay que restar los 380.000 casos que según el gobierno están en juicio, lo cual coloca el subtotal en 1.512.830 personas.
¿Cuántos son los beneficiarios potenciales de la ley Macrì?
Fuente: Amado Boudou, sobre datos de SIPA y ANSES.
De las nuevas jubilaciones de cada año el 22,18 por ciento son trabajadores autónomos, monotributistas y empleados de servicio doméstico, que percibirán un haber inicial inferior al mínimo del sistema, por lo cual serán igualados a ese mínimo y no tendrán más derecho a litigar, lo cual desciende el universo a 1.177.284 personas, según calcula el ex administrador de la ANSES. La jubilación mínima es hoy de 4.959 pesos, que se logra con un promedio salarial de 9.356 en los últimos 10 años y de 14.168 para tramitar una pensión derivada, cuando a fines del año pasado el promedio salarial del país era de 13.000 pesos. Esto indica que un alto porcentaje de quienes solicitaron un beneficio previsional quedó por debajo del nivel de ingresos que le permitiría reclamar los ajustes del caso Badaro o del caso Elliff. Además hay que descontar al 17,7 por ciento del sistema que reciben doble beneficio (jubilación+pensión). Una vez practicadas esas sustracciones, los potenciales beneficiarios de la ley que la semana próxima discutirán las comisiones del Congreso apenas llega a 700.000 personas. Nadie discutirá la estricta justicia de la recomposición de sus haberes, pero el proyecto de ley también contiene otras acechanzas. De acuerdo con el proyecto de ley a los jubilados con sentencia firme favorable, que la ANSES está cancelando a un promedio de cuatro mil expedientes por mes, con recursos ya contemplados en el presupuesto 2016, se les pagaría la mitad al contado y el resto en doce cuotas trimestrales. Por tratarse de un ingreso alimentario, este desmejoramiento puede ser reclamado en los tribunales, lo cual reanudaría la denominada industria del juicio. Los abogados que aconsejen homologar este tipo de acuerdo también podrían ser denunciados por incumplimiento de su obligación profesional. Algo similar ocurre con el cambio del índice de actualización para el recálculo del haber inicial. Según el índice utilizado en el fallo Elliff el incremento sería del 65 al 80 por ciento de los haberes. Con el que elige el proyecto de ley, del 45 por ciento. Lo mismo podría suceder con el tope jubilatorio de 36.000 pesos mensuales y con el año menos de retroactividad que surge del proyecto. Las sucesivas moratorias permitieron que el 98 de las personas en edad de jubilarse accedieran a ese beneficio, percibiendo el haber mínimo, como piso digno de subsistencia. El proyecto oficial lo disminuye al 80 por ciento de la jubilación mínima, perpetuando en la vejez la discriminación que padecieron durante su vida activa quienes realizaban trabajos informales. De paso, se eleva la edad de retiro femenina a 65 años, en una excepcional y paradójica medida de igualdad de género. Sin el Fondo de Garantía de Sustentabilidad el Estado perdería una herramienta clave para su incidencia en la economía real y financiera. Otras de las reformas destructivas de un sistema que funcionó muy bien es el pago con el FGS no sólo de las deudas de capital sino también de los gastos corrientes y la habilitación en el artículo 28 de invertir en títulos y acciones de estados y sociedades extranjeras, cosa que estaba prohibida, partiendo de la premisa de que el FGS debería ser un instrumento del desarrollo nacional. El texto de la ley trae de contrabando una baja permanente del haber mínimo, un aumento en la edad de acceso a las mujeres y el desfinanciamiento del ANSES, mientras el nuevo beneficio asistencial a los adultos mayores será financiado por rentas generales. Esta liquidación es un objetivo estratégico de la venganza social en marcha y la puerta de entrada a una nueva privatización del sistema previsional, esta vez concentrada en los más altos ingresos, los mismos a los que se dirige esta ley, a diferencia del gobierno anterior, cuya prioridad fue la ampliación de la base de beneficiarios y el mejoramiento de su ingreso mínimo.
Afirma haber superado “un mundo de tristeza” gracias al arte. Y que Jorge Bergoglio, de quien es amigo personal, le puso "los patitos en fila”. “Soy el único…
CLARIN.COM|DE MAGDA TAGTACHIAN

› OPINION ¿Preferimos la desigualdad?

Por Edgardo Mocca
Desde distintas pertenencias integrantes de la coalición gobernante se ha hecho explícita en estos días una concepción de la sociedad argentina (y acaso no solamente de ella). Han dicho Javier González Fraga y Gabriela Michetti que la experiencia de mejoramiento de la calidad de vida en estos últimos años es el producto de una mentira, de algo que “no podía durar”. Hay, en principio en estas palabras, un reconocimiento implícito de algo que la derecha argentina es muy remisa a reconocer: los trabajadores (empleados medios fue el sujeto de la ilusión elegido por el economista filo-radical) pudieron acceder a bienes y recursos a los que no accedían antes y que, por lo visto, no serán inmunes al realismo neoliberal.
El problema principal no es lo que dijeron sino por qué pudieron decir lo que dijeron sin que una avalancha de repudio social siguiera a sus palabras. La cínica naturalización de la desigualdad social y el espíritu de revancha clasista que llevan implícitas parece una imprudencia retórica destinada a dañar la causa para la que los hablantes militan, al poner al desnudo un poco brutalmente lo que ya intuye la calle: el macrismo es un gobierno de los ricos. Sin embargo, no fue el caso, no hubo escándalo social. La primera explicación que está siempre a mano es que los medios de comunicación no “hicieron agenda” con esas declaraciones. Pero el problema es que si todo lo explicamos por la acción de los medios abandonamos la pregunta sobre por qué una cantidad enorme de argentinos sigue creyéndoles. Y en el camino de respuesta a esa pregunta nos vamos a encontrar con un problema mucho más complejo, que es la comunidad de valores que existe entre el mensaje cuasi monopólico de los medios y una parte importante de los sectores medios y medios-altos de nuestra sociedad. Los neoliberales pueden hacer profesión de fe antiigualitaria y antisolidaria porque en una parte de nuestra sociedad esa fe existe e influye muy fuertemente en su conducta política. A la vez los medios reactúan y consolidan ese estado de la conciencia social.
¿Por qué preferimos la desigualdad (aunque digamos lo contrario) es el provocativo título de un libro más o menos reciente de Francois Dubet. ¿De qué se trata? De un cambio profundo de percepción social operado en el mundo occidental en las cuatro décadas transcurridas desde la gran revolución neoliberal de mediados de los años setenta. “La fortuna de los ricos es buena para todos” es el santo y seña de una creencia que abarca a muy amplios sectores. Sería una ilusión angelical si por un instante creyéramos que se trata de la expresión de una esperanza, la de vivir mejor en el futuro, la de que las superganancias monopólicas de hoy se convertirán en las inversiones de mañana y en el salario y las condiciones de trabajo de mañana. No es así. No puede creerse seriamente en ese goteo de arriba hacia abajo (la palabra “derrame” mejora la metáfora pero no modifica la realidad). Hasta cierto punto sería posible considerar esa creencia esperanzada en la Argentina de los noventa, cuando las “reformas de mercado” se desarrollaban en el contexto de un auge mundial del neoliberalismo y tenían como prólogo el incendio hiperinflacionario de 1989. Atribuir a esa creencia esperanzada la buena prensa de la desigualdad sería una ingenuidad. Equivaldría a pensar en términos elitistas, a dar por sentado que la gente “piensa mal” por su irremediable tontería y le cree a los medios porque no ha aprendido el arte de los intelectuales de decodificar sus mensajes. El cambio de perspectivas de un sector de la sociedad sobre la desigualdad podría ser pensado más productivamente no solamente como una de las condiciones para el triunfo del neoliberalismo sino como parte central de ese triunfo. Lo que alimenta ese estado de la opinión es la experiencia política de estas últimas cuatro décadas en nuestro país y en todo el mundo, el monopolio mundial de las “democracias de mercado”, el fin trágico de las experiencias de contestación política a este rumbo, los riesgos que en todas partes conlleva vivir a contramano de esa doctrina. No vivimos un capitalismo regido por la doctrina del fomento de la demanda popular como motor de la economía ni la de la protección social como estrategia para estabilizar el régimen de desigualdad, sino en un sistema abiertamente extorsivo que promete desgracias para cualquier intento de salirse de las reglas de juego y, peor aún, cumple sistemáticamente esas amenazas. Si se quiere ver un símbolo perfecto de esta época del capitalismo, hay que revisar la experiencia de la crisis griega y el nivel de chantaje público y violento que las camarillas del poder financiero ejercieron sobre su gobierno para “convencerlo” de volver al redil de la “austeridad” y el “europeísmo”.
La elección de la desigualdad no es, entonces, el fruto de un cálculo esperanzado sino de un temor. De un temor fundado en la experiencia. Alguna vez me he encontrado –en tiempos de empleados que vivían engañados con su poder de compra– con la pregunta sobre si yo creía que fuera posible sostener una política como la del kirchnerismo, que era rechazada por los sectores más influyentes del mundo. Mi interlocutor no hablaba desde una visión férreamente opositora al gobierno sino desde el sentido común que creo ampliamente esparcido entre mis compatriotas. ¿Cómo te vas a meter contra los yanquis, contra los grandes empresarios, contra los grandes medios? Eso no puede ir bien. En esa sensación de horizonte cerrado, de historia finalizada, consiste la piedra angular del dominio de los poderosos. Cuando esa piedra se remueve aunque sea mínimamente, la historia vuelve a andar. Es esa mirada del mundo penetrada por el temor –fundado temor– de perder lo mucho o lo poco que se tiene, a causa de una crisis económica o de una escalada de violencia, la que aconseja cerrarse en el mundo íntimo, clausurar la calle, defenderse del otro, potencial amenaza. Desconfiar del que está abajo y resignarse ante el de arriba, aún cuando se lo rechace.
En el período político que se cerró el 10 de diciembre pasado esas certezas colectivas entraron en crisis. Antes que nada entraron en crisis cuando la gran promesa de entrar en el Primer Mundo y recibir la bendición que trae el derrame de la plata hiperconcentrada en pocos bolsillos degeneró en la ruina colectiva y en la crisis política. Las contingencias y hasta el azar político quisieron que la desembocadura de ese drama fuera el ascenso al gobierno de Néstor Kirchner y la apertura de una experiencia política en la que la cuestión de la desigualdad no fuera desplazada de la agenda después de que se recuperara el orden político después de una rebelión popular inorgánica como la que se desarrolló en diciembre de 2001. La gran clave del desarrollo político posterior a mayo de 2003 fue el curso cambiante del ánimo de los sectores medios, ampliamente favorable al principio y sensible a la prédica del bloque de poder en varios momentos centrales del proceso. El mejoramiento de las condiciones de vida de los asalariados y los sectores populares produjo consecuencias en la estructura de la distribución del ingreso que achataron la pirámide social y acercaron a sectores que habían sido expulsados de la producción y la cultura al estatus de las clases medias. Estas últimas sintieron la doble presión de una pérdida de distinción social frente al avance de los más pobres –que se interpretaba como enteramente financiado por los sectores medios– y de la incertidumbre que la maquinaria mediática de los poderosos sembraba sobre el futuro. La generación de un clima de intranquilidad económica, la agitación sobre el autoritarismo del “régimen kirchnerista”, la sensación, en fin, de que los poderosos no querían que ese estado de cosas continuara fue inclinando la balanza hasta que lograron el cambio de gobierno.
El cambio de gobierno no tuvo la forma brusca de un cambio de régimen como consecuencia de una crisis de gobernabilidad sino el pacífico aspecto de una alternancia totalmente natural en la democracia electoral. Es un punto de partida que tiene la ventaja de la legitimidad popular pero al mismo tiempo la desventaja de que nunca se llegaron a cumplir las profecías catastróficas. Desde ese punto de partida se libra la batalla política. Por eso la situación es incierta. El gobierno insinuó en su comienzo –ayudado por las expectativas habituales que trae lo nuevo– que estaba en condiciones de construir un frente político relativamente estable, capaz de sostenerlo en las seguras tormentas que traería la puesta en marcha del ajuste. Ese frente muestra hoy grietas muy visibles. El movimiento sindical practica un curioso minué: palabras conciliadoras, muestra prudente de los dientes, agachada pero no tanto…En fin, los sectores tradicionales del sindicalismo se ven obligados a hacer contorsiones que les permitan conseguir ventajas corporativas a partir de las necesidades del gobierno y, al mismo tiempo, no perder el tren del estado de ánimo de una masa de trabajadores que sufrió muchos reveses en pocos meses y, de modo muy heterogéneo, va encontrando formas de expresarse en contra de la barbarie monopólica y gubernamental. La actitud firme de las dos CTA contribuye a hacer más compleja la estrategia del sindicalismo negociador. El Congreso y los partidos políticos viven en la misma incertidumbre: la idea de cambiar el llamado a la resignación social a cambio de ventajas sectoriales o provinciales vive en tensión con un estado de ánimo social adverso al brutal ajuste.
La preferencia por la desigualdad no es una “ley” de nuestras sociedades. Puede ser puesta en crisis por la realidad, siempre que se entienda por realidad algo más que la estadística de los precios y los salarios. Siempre que se entienda la realidad por un conjunto de experiencias colectivas, de organización, de discusión, de movilización. Ese es el único terreno donde puede disputarse con los frutos ideológicos de la extorsión neoliberal.
El 11 de enero se cumplieron 11 años [ahora el doble] del vuelo al Elíseo de un entrañable amigo y compañero de más de tres decenios, porque el alma grande de Héctor Tristán acaba de dejar al compadre cuerpo, para usar una expresión de Peguy que nos seduce. Se aproximaba a los setenta y cinco.
AGENDADEREFLEXION.COM.AR

La vicepresidenta afirmó que habrá que esperar hasta 2017 para sentir "un alivio o una reactivación" en la economía; "Cuando uno sale del populismo duele", dijo
LANACION.COM.AR

sábado, 4 de junio de 2016

EL PAIS › OPINION Libre la queremos

Por Sandra Russo
Hace un año, en un país muy diferente, el 3 de junio estalló algo más que una plaza extendida hacia todas sus calles laterales. Una convocatoria surgida de un colectivo de mujeres periodistas con militancia de género florecía mucho más allá, incluso, de esas calles desbordantes de mujeres y de hombres, que ayer replicaron su presente. En una nota publicada esta semana en el periódico digital Nuestras Voces, Florencia Abbate, miembro de ese colectivo, recordaba la sorpresa en los días previos al 3 de junio de 2015: en el muro de Ni una menos se multiplicaban incesantemente las respuestas desde todo el país, en voces de mujeres de todas las generaciones, con historias atravesadas de una u otra manera por la violencia patriarcal.
Ni una menos funcionó como una amalgama de muchísimas voces desperdigadas e inaudibles, que simultáneamente reaccionaron ante la posibilidad de tronar todas juntas, pasando por encima de diferencias entre sí. La consigna, que era y es clara y abierta, generó en principio un extraordinario fenómeno de comunicación, nunca visto antes, en un país que lentamente perdía los parámetros de la información y se iba hundiendo en el ruido de las operaciones y las falsas agendas.
Eso fue lo que pudo, en esa primera instancia, la conjunción de esas tres palabras: “ni” establecía un límite; “una” indicaba que cada una de las víctimas nos representa y es representada por todas; “menos” traía las imágenes y los nombres de las mujeres que faltan, las que no están. Desde la comunicación, Ni una menos las trajo de nuevo, las devolvió a esa otra agenda, y no es la única, que se abre paso en la sociedad a través de vías abiertas por la lucha y no por los canales preestablecidos por los medios.
Es oportuno subrayar ese aspecto de la capacidad comunicativa de Ni una menos, porque indica un camino. Vino de abajo para arriba, no fue sectario, recogió y vitalizó el sentido de mensajes que circulaban desperdigados y debilitados. Llegó a capas racionales y emocionales de una sociedad cuyo sentido común, si bien sigue atado a los mecanismos sexistas de la cultura de masas, tiene grietas para celebrar. Porque en este tema y en otros, precisamente es por las grietas que es posible ingresar al pensamiento hegemónico, fosilizado primero por el patriarcado y luego por la industria del entretenimiento y la lógica de la publicidad.
El patriarcado goza de buena salud y permanece naturalizado en miles de escenas cotidianas que protagonizan mujeres y hombres anónimos sin preguntarse si está bien o si está mal, si los hace felices o infelices, si es justo o es injusto todo el amplio abanico del maltrato y el avasallamiento. Sigue muriendo asesinada una mujer por día, y en general es asesinada por decir que no. Porque no quiere seguir adelante con una relación sentimental, o porque se resistió a un abuso o una violación: son los dos grandes móviles de los femicidios. Ahí está la cosificación hecha delito y hecha a su vez cultura: las mujeres no podemos decir que no en muchas circunstancias. Lo primero de lo que nos despoja el patriarcado es del poder de decisión.
Cuando hablamos de patriarcado, solemos pensar en la cultura judeocristiana. Pero patriarcados hubo y hay en muchas culturas, también en esa otredad geográfica y simbólica, como la asiática y la africana. Esos sistemas jerárquicos, muchos de cuyos rasgos ignoramos pero algunas de cuyas características reconocemos, mantienen la dominación de un género sobre el otro, y adoptan otras formas pero mantienen su esencia. En distintas épocas, en distintas lenguas, nuestra especie ha elaborado esos sistemas políticos, económicos y culturales tan disímiles unos de otros, pero constantes en la variable del sojuzgamiento de las mujeres. En China les quebraban los pies para convertirlas en fetiches vivientes. En algunos países africanos todavía les mutilan los genitales para dejar asegurada en principio la fidelidad, pero en el fondo el linaje: la cultura las ataca quitándoles la posibilidad el placer.
Hace un instante histórico que podemos elevar la figura del femicidio como escándalo o ignominia. Hasta hace muy poco, esos asesinatos no eran visibilizados ni cultural ni institucionalmente como hechos devenidos del odio de género. Algunos de ellos eran vistos por la cultura de masas como “excesos de amor” –y se los musicalizaba con fondo de boleros–, y otros como consecuencia de la provocación de las mujeres. Hoy podemos inferir que la provocación de esas mujeres, muchas de ellas apenas niñas, consistía precisamente en ser mujeres. Ser mujer, allanadas todas las excusas cómplices de la violencia, era un móvil para golpear, abusar, insultar, agredir, despreciar, explotar, acosar. El asesinato era el exceso de lo normal. Si hoy podemos inferir que esas excusas de la pollera corta, la insumisión o la vida ligera eran excusas cómplices es porque por la grieta del sentido común hemos logrado colectivamente sacarle la máscara a ese dispositivo mediático que retroalimentaba la idea de que “algo habría hecho” esa mujer.
Así de empañados están los ojos de nuestra cultura, que es falocrática. Tienen lagañas hechas costra para mirarnos. No quieren mirarnos a los ojos, porque alguien perdería dinero. La cultura de masas está estructurada en base a las mujeres como embajadoras de la limpieza de las medias de los hijos, y como cocineras a punto de la cena que encuentra el varón al llegar a la casa. Fuera de los roles de madre y esposa, las mujeres somos mercancías que la cultura de masas ofrece a sus audiencias mixtas. Y no se trata sólo y nada menos que del entretenimiento televisivo. En uno de los recientes avisos institucionales del gobierno macrista, uno de esos en los que mucha gente termina haciendo una empanada, se ve a la madre, se ve a la maestra, se ve a costurera, y después viene el diputado, el ministro, el presidente. El dudoso gabinete del brasileño Temer, por otra parte, ofrece otra postal de género de la derecha corporativa: ni un negro ni una mujer. Cuando se habla de la restauración de la derecha, también se habla de esto: de la restauración de la división patriarcal del trabajo.
Desnaturalizar. Informarse. Indignarse. Gritar. Luchar con otros. Es la secuencia de los cambios culturales. Estamos al principio de un camino lateral del que venimos recorriendo desde hace muchos siglos. El patriarcado no es un tema de hombres contra mujeres, sino un sistema de castración para las mayorías y un destructor de la empatía entre géneros y transgéneros. Por delante no hay una avenida, sino senderos que habrá que seguir uniendo. Hoy hay más conciencia, más voces, más espacio para decir estas cosas que un año atrás, pero sigue muriendo una mujer por día después de decir que no. Y a la violencia que conocíamos hace un año, se le ha sumado la violencia política cuyo objetivo ejemplificador es una mujer de piel oscura, rasgos collas y la insolencia de haber desafiado al establishment blanco en Jujuy. A Milagro, libre la queremos