martes, 12 de enero de 2016

NINGUNO PUEDE TIRAR LA PRIMERA PIEDRA

Por Robert Fisk *
Cuando Arabia Saudita, con ayuda del premier británico David Cameron, fue electa al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en 2013, todos lo consideramos una farsa. Ahora, horas después de que los sauditas musulmanes sunnitas cortaron la cabeza a 47 de sus enemigos –entre ellos un prominente clérigo musulmán chiíta–, esa designación resulta grotesca. Desde luego, el mundo de los derechos humanos está escandalizado, y el chiíta Irán habla de un castigo divino que destruirá a la casa de Saud. Multitudes atacan la embajada saudita en Teherán. ¿Qué hay de nuevo?
Durante siglos se han buscado de distintas maneras castigos divinos y seculares contra gobernantes de Medio Oriente, el más reciente contra Bashar al Assad de Siria, quien según el ministro francés del Exterior no merece vivir en este planeta. Desde hace mucho tiempo los sauditas instan a los estadounidenses a cortar la cabeza a la serpiente iraní, pero obviamente se han conformado, al menos por ahora, con cortársela al jeque Nimr al Nimr. Pero ni todos los gritos y aullidos detendrán el flujo de petróleo de los pozos sauditas ni evitarán que los amigos del reino sigan usando evasivas para disculpar sus escándalos.
Las ejecuciones son asunto interno, tal vez un paso retrógrado, y sin duda sucesos que no contribuyen a la paz en Medio Oriente. Toda esta verborrea clásica, debo añadir, de Crispin Blunt, el presidente conservador del Comité Selecto de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes británica, se produjo horas después de la decapitación en masa, ocurrida el sábado. También declaró al Canal 4 británico que tenemos que juzgar cuándo es apropiado intervenir con los sauditas en tales cuestiones. Seguro que sí. Yo apostaría a que nunca. Después de todo, no es posible hacer ondear las banderas a media asta cuando el último rey de Arabia Saudita fallece de muerte natural, y después ponerse nervioso cuando los sauditas comienzan a rebanar el pescuezo a sus enemigos.
Sin embargo, hay un pequeño paso que quienes protestan, se indignan y rugen por la reciente carnicería saudita podrían considerar, si se calman lo suficiente para concentrarse en la letra pequeña. Porque la resolución que instituyó el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas –al que los sauditas se enorgullecen de pertenecer– prescribe que todos los miembros electos deben mantener los más altos estándares en la promoción y protección de los derechos humanos. Es más, la Asamblea General de la ONU, que elige a los miembros que ocuparán los 47 lugares del consejo, tiene la facultad de suspender, mediante votación de dos tercios, los derechos y privilegios de cualquier miembro del consejo que con persistencia haya cometido violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos durante su ocupación del cargo.
Pero he aquí la dificultad. Haciendo a un lado a los serviles líderes occidentales que objetarían la menor insinuación en ese sentido contra Arabia Saudita –David, obviamente, junto con sus contrapartes de Francia, Alemania, Italia, de hecho toda la Unión Europea y Estados Unidos (por supuesto)–, y a cualquier beneficiario de la generosidad saudita, tendríamos que atestiguar el absurdo voto de Irán contra el reino. Irán, vean ustedes, ha colgado a unos 570 prisioneros –entre ellos 10 mujeres– tan sólo en la primera mitad de 2015. Eso quiere decir dos linchamientos diarios de criminales y enemigos de Dios, cifras que exceden a las de los pobres sauditas, que hace apenas dos años ponían anuncios solicitando más verdugos oficiales. En marzo, seis sunnitas fueron ejecutados en Irán en un ahorcamiento en masa.
En otras palabras, el que lance la primera piedra –frase que sería literal si el talibán aún tuviera el poder en Afganistán– haría mejor en mirar su propio historial. Y muy aparte de Estados Unidos (28 ejecuciones en 2015, sin contar ataques con drones, matanzas selectivas y otros asesinatos extrajudiciales), tenemos que recordar que en el Consejo de Seguridad de la ONU podemos encontrar defensores tan vigorosos de los derechos humanos como China y Rusia.
Así que los sauditas tienen poco de qué preocuparse por parte de la ONU, de Estados Unidos o de Dave. Hasta la revolución.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

› OPINION La tentación de una dictadura parlamentaria

Por Atilio A. Boron *
La derecha venezolana estrenó su mayoría calificada en la Asamblea Nacional con un grito de guerra: desandar el camino iniciado en enero de 1999 cuando Hugo Chávez Frías juró sobre la moribunda constitución de la Cuarta República que impulsaría las transformaciones políticas, económicas y sociales que el pueblo de Venezuela reclamaba desde hacía mucho tiempo. Más allá de las especificidades y los innegables problemas del momento actual lo cierto es que la irrupción de Chávez marcó un antes y un después en la historia no sólo de su país sino de América Latina y el Caribe. Después de Chávez nada seguirá siendo igual, y se engañan quienes piensan –en Venezuela como en la Argentina de Mauricio Macri– que se puede desandar el reloj de la historia. Así como la izquierda sabe que una circunstancial mayoría electoral no basta para garantizar el triunfo de la revolución, no es menos cierto que una favorable aritmética parlamentaria tampoco es suficiente para hacer lo propio con un proyecto reaccionario. Las clases y capas populares pueden estar muy descontentas con la gestión macroeconómica o con los estragos de la corrupción en la Venezuela actual, pero parece muy poco probable por no decir imposible que la paciente labor pedagógica de Chávez y el aprendizaje popular de todos estos años de sueños, luchas y realizaciones hayan caído en el olvido. Los problemas económicos del momento no alcanzan para cancelar los notables cambios en la conciencia de las clases y capas populares. El pueblo sabe lo que fue la Cuarta República, al servicio de quienes gobernó y quienes fueron sus personeros, muchos de los cuales aparecen hoy travestidos como si fueran impolutos representantes de la república. Y el chavismo, antes y ahora, podrá haber cometido muchos errores pero sus aciertos históricos superan ampliamente sus desaciertos. En ese sentido, el balance deja un saldo positivo que los problemas del momento no alcanzan a eclipsar. Y si la derecha se confunde y cree que una transitoria mayoría en la Asamblea Nacional equivale a una carta blanca para volver al pasado más pronto que tarde caerá en la cuenta de que el poder social es una construcción mucho más compleja y que excede los límites del ámbito parlamentario. Este es importante, sin duda, pero está lejos de ser una plataforma desde la cual impulsar un proyecto que recorte ciudadanía, atente contra derechos económicos y sociales y socave la soberanía nacional. Si, ensoberbecida, aquella tuviera la osadía de pretender avanzar por este camino e instaurar una suerte de dictadura parlamentaria sus temerarios mentores tropezarían rápidamente con una encarnizada resistencia social. Aprenderían, rudamente, lo que es la dualidad de poderes y la posibilidad de perder en las calles lo que ganaron en las urnas. La protesta plebeya asumiría bien pronto un inesperado (para ellos) protagonismo, demostrando la eficacia práctica de un contrapoder nutrido en la memoria histórica de un pueblo y en los sueños emancipatorios que Chávez supo inculcar entre los venezolanos y que son como las brasas aún ardientes debajo de las cenizas engañosas del momento, que un simple soplo las hará renacer con fuerza. Y ese aliento lo puede desatar la tentación de la derecha al caer en el fetichismo de lo que Marx llamó el “cretinismo parlamentario”: pensar que una mayoría legislativa equivale a una mayoría social, y que una momentánea, transitoria, supremacía electoral es suficiente para ejercer una dictadura parlamentaria. Por una de esas trampas de la dialéctica histórica, o de una hegeliana “astucia de la razón”, ese mal paso de una derecha ganada por el odio visceral hacia los plebeyos soliviantados podría ser lo que hoy necesita el alicaído chavismo para reencenderse con fuerza en la noble tierra venezolana.
* Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

CASANDRA

Por Mario Goloboff *
Una parte de la sociedad la desoyó espontáneamente; a otra parte, filósofos antiguos fueron convenciéndola de que era mala y no quería el bien de los suyos; una porción, quizá, fue indiferente a sus palabras y sus actos; otra, enorme a la luz de lo que se vivió como final y de lo que aún sigue pensándose de ella, la escuchó, la atendió, la siguió. Es probable que, como sucede muchas veces, su figura continúe creciendo con el tiempo.
Se sabe que cuando un dios atribuía a alguien un favor o un disfavor, ni él mismo o ningún otro dios, cualquiera fuese en jerarquía o en poder, podía después contradecirlo, eliminar la atribución, lo que antes se había producido. Sólo, sí, otorgar, si lo quería y se lo proponía, un favor o disfavor suplementario, llamado a modificar, en cierto sentido relativo, el anterior. Es lo que pasó, entre muchos otros ejemplos, con Casandra, la hija de Hécuba y de Príamo, reyes de Troya. Siendo sacerdotisa de Apolo, pactó con él, a cambio de un encuentro amoroso, el otorgamiento del don de profecía. Sin embargo, cuando accedió a los secretos de la adivinación, Casandra rechazó el amor del dios; éste, sintiéndose traicionado, al darle el único beso que logró arrancarle, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría poseyendo su don, pues ninguno podía quitárselo, pero nadie creería jamás sus profecías; la privó del don de persuasión, de convicción. Así, tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, no hubo troyano que diera crédito a sus vaticinios. Ella, junto a Laocoonte, fueron los únicos que predijeron el engaño mediante el célebre caballo, la derrota, la muerte de Agamenón y su propia desgracia, pero fue incapaz de evitar estas tragedias porque no se le creyó, tal era su castigo. Publio Virgilio, entre los más fieles lectores de los griegos, lo comenta así: “Cuatro veces se paró la enemiga máquina en el mismo umbral de la puerta, y cuatro veces se oyó resonar en su vientre un crujido de armas. Avanzamos, no obstante, desatentados y ciegos en nuestro delirio, y colocamos el fatal monstruo en el sagrado alcázar. Entonces también abrió la boca para revelarnos nuestros futuros destinos Casandra, jamás creída de los Troyanos por voluntad de Apolo; y nosotros, infelices, para quienes era aquél el último día, íbamos por la ciudad, ornando con festivas enramadas los templos de los dioses” (Eneida, Libro II). Por su parte, Apolodoro (Epítome, 16-17), Ioannes Tzetzes (Escolios sobre Licofrón), Higinio (Fábulas) cuentan también la historia: “Al amanecer los exploradores troyanos informaron que el campamento griego estaba reducido a cenizas y que su ejército se había ido dejando un caballo gigantesco en la costa. Príamo y varios de sus hijos salieron para verlo y se quedaron contemplándolo con asombro. El caballo resultó demasiado ancho para que pudiera pasar por las puertas. Incluso cuando ensancharon la brecha en la muralla se atrancó cuatro veces. Con enormes esfuerzos los troyanos lo subieron a la ciudadela, pero al menos tomaron la precaución de volver a cerrar la brecha en la muralla. Siguió otra agitada discusión cuando Casandra anunció que el caballo contenía hombres armados, y le apoyó el adivino Laocoonte /.../ Gritó: ¡Necios, no confiéis en los griegos ni siquiera cuando os traen regalos! Y dicho eso arrojó su lanza, que se clavó vibrando en el ijar del caballo e hizo que dentro de él se entrechocaran las armas. Se oyeron gritos de: ¡Quemémoslo! ¡Arrojémoslo por la muralla! Pero los partidarios de Príamo suplicaron: Dejadlo donde está”. En algunas versiones se afirma que la gente creía que ella deliraba; en otras, que su familia la trataba como insana o que la encerraba en la casa o la encarcelaba, lo que la hizo enloquecer. En otras versiones, simplemente parece incomprendida.
Terminada la guerra, durante el saqueo de la ciudad, Ayax, hijo de Oileo, encuentra a Casandra refugiada bajo un altar dedicado a la diosa Atenea. Aunque la princesa se agarra a la sagrada estatua, Ayax desoye sus ruegos, y la arrastra junto con aquélla. Según algunas fuentes, la viola en ese preciso lugar; para otras fuentes, el sacrilegio cometido por Ayax habría consistido en no respetar la sagrada estatua de la diosa. Este hecho condena al guerrero, pues Poseidón, solicitado por la ofendida Atenea, provoca una tormenta en las cercanías del promontorio de las rocas Giras, hundiendo el barco en que navega Ayax, quien muere ahogado, o clavado a las rocas por el tridente de Poseidón según otra variante de la leyenda. Hay versiones alternativas de la historia en las que Casandra, siendo niña, pasa la noche en el templo de Apolo con su hermano gemelo Héleno, y las serpientes limpian y absorben en sus orejas (“Los gemelos estaban dormidos y dos serpientes les pasaban la lengua por los órganos de los sentidos para purificarlos...”), por lo que ambos serían capaces a partir de entonces de oír el futuro. Otras versiones sugieren que Casandra adquiere la habilidad de entender el idioma de los animales, en lugar de la de conocer el futuro.
Casandra parece ser un arquetipo del líder desoído. Y siempre que eso ha pasado, los pueblos han perdido importantes atributos. El mensaje de la leyenda podría residir o ir dirigido, más que al emisor, a los receptores de las palabras del héroe mítico. En ciertos momentos de su historia, los pueblos no quieren oír voces de alerta que los apelan, no quieren escuchar advertencias, aunque sean verdaderas y sinceras, de fenómenos negativos, grandes males y hasta catástrofes a que un determinado comportamiento o elección pueden llevar, y prefieren recostarse en palabras dulces al oído que prometen paz y felicidad, aunque parezcan, o se verifiquen, falsas. En cuanto a ella, dice Emil Cioran en sus Pensamientos estrangulados: “Bien mirado, es más agradable verse sorprendido por los acontecimientos que haberlos previsto. Cuando uno agota sus fuerzas en la visión de la desdicha ¿cómo afrontar la desdicha misma? Casandra se atormenta doblemente: antes y durante el desastre, mientras que al optimista se le ahorran los tormentos de la presciencia”.
A su modo, Walter Benjamin implica e interpreta al personaje viendo en el Angelus Novus, de Paul Klee (1920) (relato que éste extrae del Talmud) a aquél que, a pesar de que contempla los deshechos de la historia, no puede detener su vuelo hacia el porvenir. “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso” (Tesis de Filosofía de la Historia, IX. Traducción de H. A. Murena). Humildemente (se trata nada menos que de Walter Benjamin), me permito moderar su mesianismo: no pienso que siempre lo que está en el futuro, por esa sola razón, deba llamarse “progreso”.
* Escritor, docente universitario.n convenciéndola de que era mala y no quería el bien de los suyos; una porción, quizá, fue indiferente a sus palabras y sus actos; otra, enorme a la luz de lo que se vivió como final y de lo que aún sigue...
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La decana de la Facultad de Periodismo de La Plata, Florencia Saintout, y el concejal de FPV, Guillermo Cara, también participaron de la marcha que…
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QUE PENSARAN ESTAS CHICAS AHORA?