Una investigación de la UBA se puso a ver qué tiene el porteño en la cabeza. Tarea que parece imposible, pero que preguntando al final se puede. Para empezar a ver el panorama le cuento que descubrieron que casi el 90% de los porteños dice estar mejor económicamente que hace 5 años. Aunque casi ninguno de ellos atribuye esta mejora a alguna política del gobierno. Es que más de la mitad de los porteños cree que lo gobiernan las corporaciones y no los políticos. Pero en todo caso eso tampoco es tan importante porque casi la mitad de los porteños confiesa no tener ideología alguna. Resumiendo esto que ya es un resumen: el porteño está mentalmente más cerca del 2001 que del 2015. No cree que la política pueda ayudarlo en su vida, no cree que la política sea la que gobierna, y no cree en la política (en términos amplios, cósmicos). Estamos hablando de un tipo de porteño, claro, porque también hay porteños hipsters, troskos, veganos, rastafaris, melancólicos y hasta peronistas. Pero este porteño pasó los últimos doce años sin creer en nada de lo que vio, ni de lo que ve. Confiando en que su descreimiento es más astuto que la confianza (sobre todo la confianza en un gobierno), no puede evitar pensar que los choripanes y los micros llevan a la plaza a los falsos o tontos entusiastas. Su fe en el escepticismo –que él está convencido es más sagaz que el coraje o el amor- lo lleva a pensar que las peleas con las corporaciones son todo un verso. Porque “todo se arregla por atrás”. Ese porteño desconfía de todo lo que ve, como Descartes. Veo imágenes, dirá. Pero no puedo saber qué es lo que veo. Y eso lo lleva a votar siempre por “el menos malo” según esta investigación, y jamás por “el más bueno”. Que en su universo no existe, por supuesto. Porque este porteño se percibe a sí mismo como un tipo progresista. Es de suponer que más progresista que cualquier candidato que le pongan por delante. Apenas un 10% del universo porteño se asume de derecha. Minoría que no cuenta a la hora de amargarnos, porque se trata de un sector que sí tiene ideología, sí cree en algo, sí sabe por qué vota, y sobre todo: no te corre por izquierda mientras sueña con dimensiones paralelas. El porteño entonces, este porteño inteligente y sensible, difícilmente se vaya a convencer de que con la política se cambian las cosas. De ahí su voto. El cambio –que como progresista tiene la obligación de buscar siempre- vendrá de la mano de otras fuerzas. Fuerzas que no vengan a cambiar las cosas con política. Sino con gestión, equipos, liderazgo, y lo que venga en ese paquete (packaging, mejor). Pero sobre todo, los que vengan a gobernar sin política, deben ser tipos de guita. Porque si hay algo que molesta a este escéptico, son esos políticos que nunca laburaron, que dedicaron su vida a la política. O sea: vivieron del Estado y sin laburar. Muy diferente de los empresarios jóvenes y pujantes que se hicieron millonarios con puros negocios privados, y que cansados de la corrupción de la política decidieron arremangarse ellos para mejorar la vida de sus vecinos. Estoy –y creamé- tratando de comprender cómo piensa este sector de la población. Estoy –creamé- tratando de ser respetuoso para poder entenderlo. Aclaro esto porque esta vez, por esta vez, no quiero burlarme de compatriotas con los que comparto muy pocas cosas. O sea, para este porteño, que es una parte importante del electorado, Recalde sería un excelente candidato si fuera el dueño de Aerolíneas Argentinas. Ahí sí pensarían bien de un tipo joven, que invirtió, se compró una línea aérea venida abajo, la levantó, consiguió inversores, y la puso a niveles de las aerolíneas de los países serios. Pero sobre todo, porque ahora resulta que es dueño de una empresa que le permite tener –pongalé- la sexta fortuna más grande del país. Ese Recalde sería su hombre. Un joven emprendedor, valiente, con coraje, con audacia, con visión de futuro, con recursos para conseguir guita cuando le hace falta, y todo esto: sin recurrir a la política. No todos los porteños piensan así, pero son muchos. Habrá otros que piensen diferente, quizá no todos respondan a la descripción anterior. Existirán quienes no respondan a ninguna descripción imaginada ni relevada por los investigadores. Porteños misteriosos y desconocidos. Como esos especímenes que la ciencia todavía no descubre y que apenas puede conjeturar. Porteños conjeturales, diría Borges. Ese viejo porteño, complejo, esquivo y talentoso que se reía de la democracia argumentando que se trata de un abuso de la estadística. Esa ciencia que carga con el maldito teorema del pollo. Ese que dice que si tenemos dos tipos y uno se come un pollo, la estadística dirá que cada uno comió medio pollo. Y sí. Por eso las dificultades. Que si es difícil tratar de convencer a un pollo de que se meta en el gallinero, se vuelve casi imposible cuando hay que convencer a medio pollo.
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