A la redacción de
El Eslabón llegó el dato de que en la librería Ross ya no se venden libros de escritores rosarinos y enseguida fuimos hasta allá para corroborarlo. Efectivamente, nada. “Esta ya no es una librería rosarina”, nos informó amablemente un vendedor del local. Entonces salimos a consultar a los actores involucrados. Escritores, editores y libreros opinaron y abrieron un profundo debate acerca de la compleja situación del mercado del libro, o de la falta de uno en la ciudad.
De este modo, la pérdida de una boca de expendio tan emblemática de libros hechos en Rosario y por rosarinos resultó ser la punta de un inmenso bloque de hielo. Debajo del océano, están los pulpos que silenciosamente van por todo. El vendedor tenía razón: la casa fundada por Arnoldo Ross ya no es más una librería rosarina porque desde hace un año pasó a ser una de las 25 sucursales que tiene en todo el país la cadena Cúspide, cuyo capital fue adquirido hace tres años por el Grupo Clarín. Cúspide es, además, una de las tres distribuidoras más grandes de Argentina y se sumó a las editoriales, imprentas, emisoras de radio y televisión, productoras y empresas proveedoras de internet y telecomunicaciones que tiene el monopolio Clarín.
Con el desembarco de Cúspide en Rosario se impuso una política empresarial excluyente que censura e invisibiliza una parte de la producción cultural que hace a la identidad de una ciudad y, por si fuera poco, en un lugar comercialmente estratégico como la Peatonal Córdoba, poniendo en peligro a las librerías rosarinas del centro, que desde hace tiempo vienen resistiendo la aplastante ventaja que tienen sobre ellas los grandes comercios del rubro instalados en los shoppings, como Yenny y Ateneo.
“Cuando Ross era Ross, llegaban los editores y hasta los propios escritores con sus libros bajo el brazo, los dejaban a consignación y tenían una mesa exclusiva donde se exhibían”, contó uno de los vendedores que conservó su puesto de trabajo en el traspaso de firma. Sobre la mesa donde en algún tiempo se exhibieron libros rosarinos hoy hay libros de una colección de bolsillo de Planeta, la editorial de capital español. Para que los escritores de Rosario vuelvan a ocupar ese lugar, aunque sea chiquito, el editor debe dirigirse directamente a la casa central en Buenos Aires y ofrecer a consignación un volumen de por lo menos tres mil libros para que sean distribuidos en todas las sucursales de la firma. La política de la empresa impone un mismo catálogo para todas las sucursales.
“Entrar a Ross hoy es lo mismo que entrar a una librería en San Isidro o en Temperley”,comentó el escritor y docente Marcelo Scalona, al ser consultado por el tema.
Por otra parte, Scalona también consideró: “Si vas a Ross sabés que vas a encontrar lo mismo que en la góndola de un supermercado. Autores rosarinos, olvidate. Y si sos un lector aguzado, fino, tampoco vas a encontrar lo que buscás.Y ni hablar de la clara tendencia del multimedio, antipatriótica, bah”.
Para comprobarlo, basta con pararse unos minutos en la vidriera donde se exhiben las novedades que ofrece el Grupo: La Dueña, 10K: la década robada, de Jorge Lanata, seguido de ¿Década ganada?; Fue Cuba, de Yofre; Matar sin que se note (Nisman Gate); Mundo Pro, otro libro sobre nazis; Lo que no dije de Recuerdo de la muerte de Miguel Bonasso, y 50 sombras de Grey. Ah, y un nuevo libro de Haruki Murakami, un escritor japonés que vive en Hawai y publica dos o tres títulos por año.
“A Cúspide la compró Clarín, y en el medio de esta polarización discursiva en lo político, la literatura no es ajena a eso. Yo hoy pasé por la puerta, vi la vidriera y es tremendo: son todos libros opositores al gobierno. Vos podés estar de acuerdo o no, pero es cierto que terminan por condicionar al lector con la llegada de determinados libros”, consideró el escritor y docente Marcelo Britos sobre el tendencioso catálogo que reluce en el escaparate de la peatonal.
“Es una de las librerías que más libros vendió de Ciudad Gótica” reconoció Ulises Oliva, quien junto a Sergio Gioachini llevan adelante esa editorial local. “Más allá de algunas cuestiones, siempre fue uno de los lugares más emblemáticos para la venta de libros; siempre fue Ross la que más se destacó en la venta porque tenía una afluencia de personas distinta al resto, y en ese sentido se siente la falta, pero no porque le hayan dado un lugar específico o de privilegio a los escritores rosarinos, salvo con algunos autores específicos”, aclaró el joven editor.
En el mismo sentido se expresó Britos, para quien “Ross no era la panacea de la promoción de la cultura rosarina, pero para no entrar en esa polémica, lo que sí es preocupante es que haya cerrado una empresa familiar en el mercado editorial. Acá en Argentina el apogeo del mercado editorial fue en los años sesenta y los que llevaron adelante esa época de oro fueron las editoriales que eran manejadas por familias, por eso Ross es un símbolo”, aseguró.
Ya no es lo que era
Más allá de los avatares y el desgaste que llevaron a la quiebra al emprendimiento familiar que data de 1937, la desaparición de Ross no pasó inadvertida ni para los escritores rosarinos, ni para los músicos y pintores, artistas e intelectuales que la habitaron, ni para los rosarinos que seguimos pasando por ahí y seguimos viendo libros en lugar de tomates.
“Ross es de las más emblemáticas librerías de Rosario y fue la primera que rompió con la estructura de librería para transformarse en un centro cultural. En los 60 y en los 70 a Ross iban todos los intelectuales argentinos que pasaban por Rosario, pero no sólo escritores, también músicos y pintores. Incluso también hubo movimiento ligado a la militancia, Arnoldo Ross era un intelectual y militante filo izquierdista y por aquel tiempo pasaron poetas de izquierda como Hamlet Lima Quintana, Armando Tejada Gómez y Jaime Dávalos, entre muchos otros”, enumeró Scalona, quien además dirigió una colección de narrativa, Adán sin costilla, de la Editorial Fundación Ross. “La quiebra de Ross termina con la tradición de que en Rosario las librerías importantes eran todas rosarinas. Ahora queda una sola, que es Homo Sapiens”, concluyó.
“Lo de Ross como editorial es un fenómeno. Para entenderlo hay que saber cuál era su política de edición. Silvina Ross viene del Frente Estudiantil Nacional (FEN) que tiene que ver con el giro que pegan los sectores medios en los 70 hacia el peronismo. Ross, por ejemplo, es el único sello editorial que hoy en la Argentina tiene las obras completas de Scalabrini Ortiz, y eso tiene que ver con la formación política de Silvina. No existe en Argentina ningún otro sello que tenga las obras completas de Rodolfo Kusch. También editó a Adolfo Colombres y a un montón de pensadores del campo nacional y popular y tuvo la capacidad de ponerlos incluso a riesgo de perder” rescató Esteban Langhi, politólogo y responsable de la editorial Remanso.
Clarín en Rosario
“Cúspide no es Cúspide, es Clarín, y hay que decirlo así, porque nadie lo sabe”, arrancó Perico Pérez, titular de la editorial Homo Sapiens, ante la consulta respecto del cambio en Ross. Y siguió: “La gente tiene que saber que cuando está comprando un libro ahí, ese dinero va a parar a Buenos Aires, al grupo Clarín; y que cuando compran un libro en una librería rosarina están apoyando a un emprendimiento local, que en general son los que le dan cabida a los escritores rosarinos. El tema es más profundo y no quiero caer en chauvinismos, pero siempre hay que defender la producción local”, señaló.
“El problema es mucho más profundo pero en Rosario han hecho un desembarco que llama la atención, porque tienen una política empresarial muy agresiva y sucede igual en muchas otras ciudades del país, es una ofensiva mayor. Y cómo termina esto, no lo sé. Estamos hablando de seis bocas de expendio de cadenas nacionales, porque de Yenny y Ateneo, como vinieron antes nadie dice nada, pero hacen todo muy dificultoso. Tienen mayor rentabilidad en relación a las librerías de la ciudad”, contó Perico, quien integra la Cámara Nacional del Libro.
Otro circuito
En algunas editoriales locales el desembarco de Cúspide no provoca gran preocupación. Se trata de emprendimientos que reivindican una apuesta a ediciones más cuidadas y a otros circuitos por donde viaja el libro de autor, de mano en mano, de librero a librero. También apareció la crítica ante la falta de un verdadero mercado editorial rosarino y un esquema adecuado de distribución en un escenario atomizado, en el que cada cual resiste los embates desde su lugar, pero en soledad.
“Nunca fue importante la cadena Cúspide ni otra cadena para nuestra editorial. No nos sirve, no nos conviene ni nunca nos acercamos. Preferimos organizarnos en un plan de distribución dirigida en sitios puntuales que puedan interesarse por nuestras ediciones, que quieran venderlas y mostrarlas”, reconocieron los jóvenes que dirigen Editorial Iván Rosado. “En Rosario estamos en nuestra librería y en tres más, es suficiente. En otras ciudades hacemos lo mismo, buscamos tener una comunicación un poco más específica con los libreros y no desparramar libros en vano”, afirmaron.
“Nosotros no tenemos problemas en dejar los libros en esas cadenas, pero buscamos proyectarnos de otra manera. Nos agradan aquellas librerías que ofrecen nuestros libros de una manera más personal. Se puede pensar como que nos interesa estar en un circuito diferente”, sostuvo Liliana Ruiz, al frente de Baltasara Editora, que con mucho esfuerzo y el reconocimiento de sus pares, fortalecieron esos circuitos de comercialización por los que llegan a varias ciudades del país. No por ello deja de ser un caso excepcional. Por ahí viene también la queja del escritor Marcelo Britos, cuando planteó que “en Rosario nunca nos hemos preocupado por crear un escenario o un mercado interno, como la experiencia de Córdoba, por ejemplo, y ese es el gran problema de los escritores rosarinos, porque en definitiva el que se jode acá es el autor. Mis libros no están en ninguna librería rosarina”.
Por último, Nicolás Manzi, uno de los editores que dirige el proyecto artesanal Ombú Bonsai, sintetizó un poco la situación, desde una mirada más integradora y convocante. “Esto es un negocio que no se sostiene si no es en gran escala. Y como podés ver perfectamente, para que se vendan los libros no basta con que estén en las librerías. También se requiere un aparato de prensa al que tampoco tienen acceso las editoriales locales, porque la prensa también está monopolizada desde el centro. La gente compra la revista Ñ o el Radar y después lee los libros que estas publicaciones recomiendan. La industria del libro se basa en eso, pero esto no es el pecado mortal, sólo es el pecado venial. Lo repito siempre: el pecado mortal es no proponer para Rosario el localismo, o sea, la eterna mirada del rosarino hacia la metrópolis. Estamos fascinados con el centro, el rosarino es buenosairesdependiente. Rosario es el único barrio porteño al que se llega en avión, dijo Britos. O sea, que no estén nuestros libros en Cúspide es solo un dato más, no aporta nada”.
Nota publicada en la edición 184 de el eslabón