domingo, 22 de febrero de 2015

EL ROBO Y LA TRAICIÓN DE LA INVASIONES INGLESAS - 1806/1807:

EL “ROBO”

Los verdaderos motivos de la Invasión Inglesa a Buenos Aires

Ya antes de 1800, los ingleses, siempre ávidos no sólo de gloria sino de los bienes ajenos, habían incursionado por el Río de la Plata. Montevideo fue fundada en 1726, en el siglo XVIII. Inglaterra en el Siglo XVI no era una potencia a nivel de España y recién estaba comenzando a desarrollar su marina. Los que actuaban mayormente eran los piratas como Drake (que asolaba las costas americanas), Cavendish y otros. Lo que hizo Inglaterra durante los siglos XVI y XVII fue hostigar a España en el mar y en los puertos americanos desarrollando una especie de guerra de guerrillas marítimas a través de "empresarios" privados. También a Portugal y Holanda.

Así fue como en 1760 colaboraron con los portugueses en el ataque a la Colonia del Sacramento.

Después fue la expedición “privada” del Almirante MacNamara, que salió de Gran Bretaña con escala en Río de Janeiro, con nueve buques de guerra y 3.000 soldados, que atacaron Colonia como paso previo a invadir Buenos Aires. Pero fracasaron y murió en el intento.

En 1765 hacen un paso fugaz por las Islas Malvinas, reclamando soberanía y creando las bases “ilegales” para en 1833 ocuparlas definitivamente, echando a sus pobladores, a los colonos y a los presos del Río de la Plata, que redimían su pena con la sociedad.

Desde entonces sólo se dedicaron al contrabando de mercaderías y a la venta de esclavos negros en las colonias.
El 12 de diciembre de 1804, el inglés Almirante Cochrane ataca y apresa cuatro fragatas españolas que, desde Montevideo, transportaban un tesoro español que se debía entregar a Francia, hecho que motivó la declaración de guerra por parte de España a Inglaterra.

En estas naves viajaba a España la familia del ex-gobernador de las Misiones Jesuíticas Cnl Diego de Alvear, falleciendo en el ataque su mujer y uno de sus hijos, mientras Don Diego y su hijo Carlos salvan la vida, por encontrarse en otra nave, “CLARA”. La carga es apresada y todos son llevados a Londres, donde con el tiempo Don Diego vuelve a casarse, y recibiendo su hijo Carlos su educación en institutos ingleses. Y posteriormente ingresará al Ejército de España.

El lunes 21 de octubre de 1805 los ingleses derrotan en Trafalgar a las flotas aliadas de España y Francia. Como consecuencia quedan con el dominio naval sobre los mares. Después de la gran batalla naval, España todavía entregaba fuertes sumas a su “aliado” Napoleón, que obtenía de los “tesoros” extraídos de sus colonias americanas.

A principios de 1806 se instaló una estación naval británica en África del Sud, desde donde habían comenzado la ocupación de ese territorio, echando a los colonos holandeses hacia el interior del país. La tropa estaba ociosa y el Contralmirante Home Riggs Popham fue sugestionado por un tal White, comerciante yanqui establecido en Buenos Aires desde hacia unos años, con la idea de robar el tesoro que se estaba acumulando en las colonias españolas del Río de la Plata. Si bien en los planes de Gran Bretaña figuraba la invasión a varios lugares del continente americano, por otras prioridades había encarpetado los mismos. Así la misión que comenzó a gestarse, puede definirse como una especie de “empresa privada”, y sin órdenes expresas de SM Británica.

Convencido Popham de las riquezas que habría en Buenos Aires y de la indefensión de la misma, amén del apoyo según White, que le prestaría la población, se convierte en el “jefe” del emprendimiento. Convence al comandante de la base de El Cabo, el General David Baird, y este le “presta” 1.600 hombres, a cambio de una “comisión” en el botín. Y además nombra al General William Carr Béresford de su entera confianza, como Jefe de expedición.

Al producirse la Invasión Inglesa, las órdenes que imparte el Virrey Sobremonte, dejan al descubierto que la Monarquía española en América se había organizado unicamente para extraer y acumular “tesoros”, marginando la política gubernamental, social y la defensa militar de sus provincias.

Sobremonte sin armas y sin fuerzas militares, ordena a último momento armar las milicias, y ejerce una débil defensa de la ciudad. Pero lo que si tenía muy bien organizado, era una rápida evacuación de los fondos acumulados en lingotes y monedas de oro y plata, enviándolos a la ciudad de Córdoba con un tren volante, con tropas de caballería, más su familia y amigos. Dejando a la capital del Virreynato en manos de sus segundos para que negociaran la capitulación.

La ciudad fue ocupada bajo la lluvia, en la noche del 27 de junio de 1806. Los Ingleses Gobernaban Buenos Aires.

Los Fondos Públicos Robados

El General Béresford recién concedió las condiciones de la rendición de Buenos Aires, el día 2 de julio. Sólo después de tener en su poder, los caudales del virreynato que habían estado reuniendo en la ciudad para ser enviados a España, y que Sobremonte al conocer ésta invasión, sacara en forma urgente para ocultarlos en la ciudad de Córdoba, con una fuerte custodia.

Los caudales consistían en la suma de un millón doscientos noventa y un mil trescientos veintitrés pesos plata ($ 1.291.323,00), de los que se enviaron a Inglaterra sólo un millón, distribuyéndose el resto entre la tropa, después de tomar para sí abultadas cantidades, los jefes de la expedición saqueadora, conforme al régimen de presas vigente en la época.

El reparto del botín robado se realizó de la siguiente manera:

- al gobernador del Cabo Gral David Baird, que facilitó las tropas a cambió de una buena paga, la suma de veintitrés mil novecientos noventa libras (Libras 23.990,00).
- al General Béresford once mil ciento noventa y cinco libras (Libras 11.195,00).
- al Contralmirante Popham siete mil libras (Libras 7.000,00).
- los Jefes de tierra o Capitanes siete mil libras (Libras 7.000,00).
- Capitanes y Tenientes de marina setecientos cincuenta libras (Libras 750,00).
- Tenientes de tierra o Alféreces de marina quinientas libras (Libras 500,00).
- para los sargentos o suboficiales ciento setenta libras (Libras 170,00).
- para cada soldado y marinero treinta libras (Libras 30,00).-
Esa fue la verdadera finalidad del Asalto militar a Buenos Aires.

Los informes del espía inglés William Pío White desde Buenos Aires eran acertados. Sobre el “tesoro” que se estaba reuniendo en la capital del Virreynato para enviar a España, que era una fortuna en lingotes y monedas de oro y plata y además toda la información sobre la poca defensa militar de la ciudad, que era casi nula. Y esta oportunidad no fue desaprovechada.

No perdió su tiempo el General Béresford. Su propio ayudante el Capitán Arbuthnot del Regimiento 20 de Dragones Ligero, fue inmediatamente designado para perseguir y obtener los caudales en camino a Córdoba. Con el apoyo de los Tenientes Graham y Murray, acompañados por el espía William White y una escolta de 30 soldados del hasta entonces invencible Regimiento 71 “Highlanders”. Los caudales fueron localizados en la Villa de Luján, oficiando de guía para el trayecto el criollo Francisco González (quién recibió de manos de Béresford el pago en efectivo por los servicios prestados).

El Jefe de las Fuerzas Navales inglesas contralmirante Popham, era partidario de embarcar inmediatamente el “botín apresado” una vez que fuera obtenido, y levando anclas alejarse prontamente con la misión cumplida, previo bombardeo de la ciudad.



El botín

La Fragata Narcissus al mando del capitán Donelly, que recibió cinco mil quinientas libras en concepto de flete, más lo que le correspondiera del Botín, desembarcó en Portsmouth el 12 de setiembre de 1806, en medio del júbilo popular. Conocida la noticia en Londres, estalla la euforia. Al día siguiente el diario TIMES daba a conocer la noticia: “…Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico…”

El 17 de setiembre el capitán Donelly desembarcó el Tesoro que cargó en ocho carros. Cada uno con seis caballos de tiro adornados con banderas, penachos y cintas azules, que trasladaban una carga de un total de cinco toneladas de pesos plata. En Portsmuth la caravana fue acompañada por la banda militar del apostadero naval y una escuadra de marineros de Popham, con uniformes rojos y el capitán sentado sonriente en uno de los carros. El 20 de setiembre llegaron a las afueras de Londres. El “Tesoro” desfiló por las calles de la ciudad. Los “Voluntarios Leales Británicos” a órdenes del Cnl Prescot, escoltaron el tesoro y sobre las banderas estaba escrita la palabra “TESORO”. Cerraban la columna los “Voluntarios de Clapham. Una excelente Banda Británica tocaba “Dios Salve al Rey” y “Rule Britannia” . Pararon en la casa del Cnl Davidson cuya señora ofreció dos cintas con letras de oro que decía: “Buenos Aires – Popham – Beresford – Victoria” .- El Tesoro llegó al Banco de Londres donde más de dos millones de dólares de esos tiempos, fueron depositados.

El botín, se repartió entre el Gobierno británico y todos los intervinientes, incluso la tropa. Con cantidades muy importantes para Baird, Beresford (comandante de tierra) y Popham. El gobierno inglés, dado el éxito de la expedición, la autoriza post facto y sus bucaneros son aplaudidos como héroes del imperio.

Tal política tuvo que ser cambiada rápidamente, no sólo al saberse la reconquista de Buenos Aires, sino por la necesidad del apoyo de España para combatir a Napoleón.

Fue la primera vez en la Historia que España derrotara a los ingleses, no sólo eso, en la segunda Invasión enviada al año siguiente, Gran Bretaña envió “oficialmente” un ejército poderoso de más de 16.000 hombres, y una gran flota naval con sus más conspicuos Generales y Almirantes. Y también fueron derrotados y rendidos incondicionalmente.

Todo el mérito se lo lleva Buenos Ayres y su pueblo. Que sin las autoridades nombradas por España porque huyeron, designó nuevas autoridades, y formó un ejército de la nada, designando a sus Jefes militares. Y es de destacar la colaboración inclaudicable de la población, fundamentalmente de los jóvenes, de los gauchos, de los negros y de nuestros indios tehuelches (los pampas), que ayudaron y ofrendaron sus vidas incondicionalmente.

Del “Tesoro” que robaron los ingleses de Buenos Aires …. ! Bien y Gracias ¡ . Nunca más se supo, ni se reclamó, ni nadie habló de ello.

Al día de hoy, si se afila bien el lápiz, con intereses e indexaciones, más el valor actualizado del Oro y la Plata, sin contar el daño a la ciudad, a las gentes, a las propiedades, etc, etc, cubriría un poco más que todo lo adeudado por Argentina (Deuda Estatal y Deuda Privada).


LA “TRAICIÓN”

16 de febrero de 1807 - La Fuga de Beresford

El 12 de agosto de 1806, se rindieron en Buenos Aires las Fuerzas Inglesas de la Primera Invasión al mando del Gral William Carr Beresford, ante el comandante de las Fuerzas Patriotas el Capitán de Navío Santiago Liniers y Brémond. Fueron un poco más de 1500 oficiales, suboficiales y soldados, además unas 60 mujeres y niños que acompañaban la expedición. Entre ellos 1 General, varios Jefes de Regimiento, oficiales antiguos y de rango, músicos, banderas, banderolas de Regimiento y guiones.

La Flota naval inglesa al comando del Contralmirante Sir Home Riggs Popham se retiró de Ensenada sin combatir, abandonando a su suerte a los derrotados soldados ingleses ya “Prisioneros de Guerra”.

Los prisioneros de guerra 

Ya prisioneros los oficiales y tropa reciben sus sueldos, pagados por las autoridades de Buenos Aires y durante los primeros tiempos que viven en la ciudad de Buenos Aires, se alojaban en el Fuerte, en la “Ranchería” fuera del Fuerte, y en los cuarteles abandonados de la ciudad, mientras que los oficiales se alojaban en casas de familias importantes, comiendo en las posadas y cantinas de la ciudad.

Los heridos ingleses, algunos se encontraban alojados en “casas de familia” bajo atención médica y los más en el Hospital de Belén (creado para estos fines), donde llegaron a estar hospitalizados 37 ingleses. Bajo la dirección de Fray José Vicente (de San Nicolás), el enfermero mayor Fray Blas (de los Dolores) y como secretario y ayudante Fray José (del Carmen).

Ante las noticias previas y posteriormente la nueva Invasión Inglesa a Maldonado y Montevideo (en la Provincia Oriental del Uruguay), el Cabildo de Buenos Aires le ordena a Liniers el traslado y la Internación de la totalidad de los prisioneros. Muchos de ellos ya se encontraban “detenidos” en los Fortines de la Campaña como la Guardia del Salto, Rojas, San Antonio de Areco, la Villa de Luján y otros fortines más.

Traslado al interior

Se decide internar bajo fuerte custodia, a 500 prisioneros a los fortines del Oeste del País, a 500 presos al Norte y a otros 500 prisioneros al Litoral y las Misiones, a cargo de los Húsares de Pueyrredón.

Los principales Jefes de la Primera Invasión, que ya se encontraban internados en la Villa de Luján, con amplias facilidades y consideraciones; fueron destinados a Catamarca en forma “urgente”, al recibir los integrantes del Cabildo el informe que “Montevideo estaba en manos inglesas”.

El 10 de febrero de 1807, se inicia la marcha a caballo desde la Villa de Luján de los siguientes prisioneros ingleses:

- el Gral Williams Carr Beresford., Comandante de la Fuerzas Invasoras,
- el Jefe del Regimiento 71 “Highlanders”, Coronel Dennis Pack,
- el Cap y asistente Robert Williams Patrick , del Cuartel Maestre General,
- el My de Brigada Alexander Forbes,
- el Capitán de Dragones y Edecán del Gral Beresford, Roberth Arbuthnot, del Regimiento 20 de Dragones Ligeros,
- el Teniente Alexander Mac Donald , de la Real Artillería,
- el Teniente Edgard L´Estrange, del Regimiento 71 “Highlanders”,el Cirujano Santiago Evans , del Regimiento 71 “Highlanders”.
A cargo de la custodia, es designado el Capitán de Blandengues Manuel Luciano Martínez de Fontes, destinado en el Fuerte de Rojas, quién debió presentarse en Luján 2 días antes y allí le fue impuesta la misión por el oidor del Cabildo de Buenos Aires Juan Bazo y Berry acompañado por el Tcnl de Infantería Pedro Andrés García, trasladados de urgencia a la Villa de Luján a los efectos de “dar las órdenes del traslado de los Prisioneros”.

Integran la custodia: de la frontera de Salto 1 cabo y 7 blandengues de la frontera, de la frontera de Rojas, 1 sargento mayor y 7 blandengues, y además de 1 blandengue de la novena compañía. Total 18 hombres incluído el Jefe. Además se le asignaba el “tropero” Manuel Álvarez a órdenes directas, quién debería proveer de carne a la escolta y a los prisioneros. Llevarían consigo una sopanda en que iría el general inglés.

Esta custodia debía cesar en el paraje llamado “La Encrucijada”, donde comenzaba el camino que conducía hacia Catamarca, destino final de los ingleses; donde la seguridad debía entregar los prisioneros ingleses a una escolta enviada especialmente desde Córdoba, para su cuidado y vigilancia hasta Catamarca. El Capitán Martínez de Fontes requeriría al oficial a cargo de la nueva custodia desde “La Encrucijada”, la entrega de un recibo, con la cantidad de prisioneros y el nombre de cada uno de ellos.

El 12 de febrero de 1807 los baqueanos en su marcha, eligen para acampar la Estancia Grande de los Padres Betlemitas, próxima a Arrecifes, y a unas cuarenta leguas de Buenos Aires. Desde allí Martínez de Fontes oficia al Gobernador de Córdoba Victorino Rodríguez, con tiempo suficiente, para que prepare todo lo atinente para que los prisioneros ingleses continúen su camino a Catamarca. En el oficio explicaba que el equipaje de los ingleses iba en siete carretas con sus peones, otra con galleta y además una sopanda con cajones y para uso del general inglés. Señalaba que los oficiales ingleses prisioneros eran ocho, acompañados por cuatro mujeres, con dos niños y quince criados.

La conjura

Debemos mencionar que el día 6 de febrero, Saturnino José Rodríguez Peña secretario, ayudante y confidente de Santiago de Liniers (Comandante de las Fuerzas militares), mantuvo una entrevista con Juan de Dios Dozo, capitán de la Primera Compañía del Cuerpo de Voluntarios Patriotas de la Unión, al que ambos pertenecían, siendo Dozo secretario y de la íntima confianza de Martín de Álzaga. Rodríguez Peña inicia el diálogo expresando que la situación de Buenos Aires era lamentable y que sería imposible derrotar a los ingleses, dueños ya de Montevideo, y que no podrían defenderse de los nuevos invasores. Agregó que lo conveniente era cambiar de medios y de partido para salvaguardar sus vidas, la de sus familias, y “preservar sus patrimonios”. Que ya había mantenido charlas con el Gral Beresford en varias oportunidades y que esperaba que éste los ayudase a independizarse de España. Rodríguez Peña pretendía obtener el apoyo del partido español en Buenos Aires, que dirigía Álzaga.

La reunión entre Martín de Álzaga y Saturnino José Rodríguez Peña se realizó en la noche del 7 de febrero.

La Fuga de Beresford y Pack 

El 16 de febrero Saturnino J. Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla, llegaron a la Estancia Grande de los Hermanos Betlemitas. Acompañados por los soldados Machuca y Medina del Batallón de los Cuatro Reinos de Andalucía participantes de la Reconquista de Buenos Aires, a revienta caballos desde la Ciudad.

Cabe acotar que la hermana de Manuel Luciano Martinez de Fontes, María Magdalena estaba casada con Juan Ignacio Rodríguez Peña, hermano de los mencionados Saturnino J. y Nicolás Rodríguez Peña. Este vínculo familiar estaba acrecentado porque Manuel Luciano se había casado con María de la Concepción Amores, hermana de Gertrudis Amores, quien se había casado a su vez con Saturnino José Rodríguez Peña.

Al llegar manifestaron que debían entregar una carta de Liniers al Gral Beresford y que le tenía que transmitir una orden verbal impartida por Liniers y por el Cabildo de Buenos Aires que decía “que debía entregar bajo su custodia al general inglés y a otro oficial prisionero”, con la finalidad de trasladarlos a Buenos Aires, que así lo exigían “razones del servicio, el bien del monarca español y los intereses de la Patria”.

Comunicado esto último el general inglés eligió para que lo acompañase a su amigo y futuro cuñado, el Coronel Dennis Pack. (El Cnel inglés contrajo matrimonio con Lady Isabel Luisa Beresford, en 1816).

Se le informó que debía esperar en la Estancia de Fontezuelas durante seis días, y que recibiría órdenes. A los seis días Martinez de Fontes, recibió una carta de Saturnino José Rodríguez Peña, en la que se le avisaba que al llegar a Buenos Aires, encontraron tan mal la situación, que debieron viajar con los oficiales ingleses a Montevideo. Entonces advirtió Martínez de Fontes el engaño que había sido victima.

Martínez de Fontes se presentó detenido el día 8 de marzo ante el teniente Mariano Gazcón. Quién lo condujo arrestado a sus órdenes hasta Buenos Aires, donde fué entregado a las autoridades.

Al enterarse de la “fuga y traición”, la clase media y baja que fueron el núcleo de las fuerzas que reconquistaron Buenos Aires, se encontraba totalmente irritada y contrariada con los dos Oficiales ingleses que se fugaron de Buenos Aires. Ellos habían dado su palabra de honor de NO escaparse, ni volver a tomar las armas contra la ciudad, el virreynato del Plata y de España, Se les habían dado todo tipo de facilidades y libertades, bajo “su palabra de honor y de caballeros que eran”.

No cumplieron con su palabra de HONOR.

Beresford, cumplió parcialmente su palabra No queriendo tomar el mando de la “nueva Invasión”, y regresando de inmediato a Londres. Pero No cumplió su palabra cuando en 1816, el Reino de Portugal lo “contrata” cómo asesor del Jefe del Estado Mayor, para que organice la invasión y destrucción de los Pueblos Jesuitas de Corrientes y Misiones, la invasión y ocupación permanente de los Pueblos Jesuitas orientales del Río Uruguay hasta el océano Atlántico (los actuales Estados de Paraná, Santa Catarina y Río Grande del Sur), y además con la excusa de atacar al Caudillo Artigas, a la Provincia Oriental del Uruguay, que invade y ocupa al mando del portugués Gral LECOR, toda la Banda Oriental incorporándola después de Tacuarembó (en 1820) como la “Provincia Cisplatina” del Reino de Portugal y Algarves. Bajo la mirada distraída de los “centralistas porteños”, posteriormente llamadas “unitarios”.

El Cnl Dennis Pack, Jefe del “temido” Regimiento 71 “Highlanders”, que se había rendido incondicionalmente en la reconquista de la primera ocupación, con gran número de bajas y con “todo“ el Regimiento prisionero, al llegar a Montevideo toma nuevamente las armas contra los criollos del Plata. Y en la segunda invasión cae nuevamente prisionero bajo rendición incondicional en la Iglesia de Santo Domingo, donde se había refugiado, pidiendo clemencia por su vida. Cuentan que los soldados y el pueblo lo quería fusilar ”allí mismo”, por su “falta de honor y hombría de buen”, pero que fue salvado por el Párroco y Jefes prestigiosos como Liniers y Belgrano.

Escape y llegada a Montevideo

Mientras tanto los dos ingleses y sus cómplices en la fuga, llegaron a Buenos Aires y se escondieron en la casa del Celador del Cabildo Francisco González, quien dejó la casa vacía llevando a su familia a la quinta de Mercedes Bayo, prima de su señora, próxima a la ciudad, donde también se encontraba Mariano Moreno, que era el abogado representante de los hacendados ingleses instalados en el Plata. El veinte de febrero cruzaron la ciudad de noche, pero en la desembocadura del Riachuelo, ninguna tripulación los quiso llevar, regresando a la casa de González. Al día siguiente 21 de febrero, hicieron el mismo camino donde los esperaba un lanchón de la balandra portuguesa “Flor del Cabo”, cuyo patrón era Antonio Luis de Lima. Pagaron por anticipado al doble de lo estipulado y los marineros los llevaron hasta Ensenada. A las ocho de la mañana atracaron contra la corbeta de la marina de guerra inglesa “Charwell”, quién se hizo a la vela de inmediato.

Llegaron a Colonia del Sacramento y por tierra se dirigieron a Montevideo, donde llegaron el 25 de febrero.

Los verdaderos gestores de la fuga – Los Juicios realizados.

En el Memorial elevado a Wellesley (Primer Ministro Inglés) el 8 de abril de 1808 por el criollo Manuel Aniceto Padilla, desde Londres donde se había instalado, mencionaba como partícipes en la fuga del General Beresford a: Nicolás Rodríguez Peña hermano menor de Saturnino, Juan José Castelli, Hipólito Vieytes, Antonio Luis Berutti, y prestando su consentimiento miembros de las clases altas de Buenos Aires.

Posteriormente el general inglés Beresford, en señal de agradecimiento, obsequió un “juego de mesa de loza del Cabo” a Juan J. Castelli.

El 21 de marzo de 1807, la Real Audiencia dictó un decreto iniciando juicio a los imputados del delito de “independencia y fuga de William Carr Beresford”. Se resolvió remitir a los imputados con escolta y la seguridad del caso a la Capitanía de Chile, para mantenerlos arrestados hasta que fuese posible su retorno a Buenos Aires, para continuar las causas y el trámite debido. Los presos eran los siguientes: Pedro José Zabala, Antonio Luis Lima y su criado Cleto, Francisco González, Antonio de Olavaria (Jefe de Frontera), Manuel Luciano Martínez de Fontes, José Presas y Marull, Felipe Sentenach, y el sargento Juan de Vent.

El Juicio concluyó el 7 de octubre de 1808, se había sobreseído de la causa a don Antonio de Olavaria y a don Manuel L. Martínez Fontes, a Francisco González, Antonio Luis Lima y José Zabala. Ordenando su libertad, y levantando el embargo sobre sus bienes, los que serían devueltos.

El proceso final a los verdaderos culpables, lo inicia el Fiscal Caspe el 6 de diciembre de 1808, encontrándose algunos de ellos prófugos. Queda en la duda, si la orden que transmitió Saturnino J. Rodríguez Peña al Capitán Martínez de Fontes fue una orden falsa o verdadera, dado los intachables antecedentes del Secretario privado de Liniers, Saturnino J. Rodríguez Peña y del Secretario privado de Martín de Álzaga, Juan de Dios Dozo.

El Final

Los tres principales involucrados fueron embarcados el 8 de setiembre de 1807 desde Montevideo hacia Río de Janeiro, en un navío de guerra inglés enviado por el inglés Alte Murray a tal fin.

En premio por la organización y fuga del Gral Beresford y el Cnl Dennis Pack, y por su actitud a favor de Gran Bretaña, Saturnino José Rodríguez Peña, Manuel Aniceto Padilla y Antonio Luis de Lima (patrón de la balandra portuguesa “Flor del Cabo”), fueron gratificados con una pensión de trescientas libras anuales hasta su muerte.

El Alcalde de Primer voto Martín de Álzaga recibe desde Montevideo una carta de Beresford fechada el 26 de febrero de 1807 informándole “ ... estoy por irme a Europa: pero a pesar de cuanto me ha ocurrido, me siento interesado por la gente de Buenos Aires ...”.

El mismo Santiago de Liniers, recibe otra carta desde Montevideo enviada por Beresford, donde le informa “ … que se había evadido con la esperanza de poder hacer algo útil para ambas partes y evitar en lo posible los horrores de la guerra” y le aseguraba “… que no obstante todo lo sucedido, trabajaría para el bien de Buenos Aires...”.

Fuente: 
www.lagazeta.com.ar

TRAIDORES DE LA INVASIONES INGLESAS - 16 de Febrero de 1807:

Un grupo de dirigentes españoles y criollos, decidió después de la rendición de las fuerzas británicas, en la Reconquista de Buenos Aires el 12 de agosto de 1806, poner en libertad y permitir su fuga del país a los dos más importantes Jefes de la Invasión , el Comandante General William Carr Béresford y el Jefe del Regimiento 71 “Higlanders” Cnl Denis Pack , que eran “prisioneros de guerra” ; seis meses después de ser presos incondicionales, con los más de 1600 invasores.

La traición de este grupo de criollos y españoles, la realizan aparentemente con la intención de evitar la próxima nueva invasión que los ingleses estaban preparando, y/o lograr un acuerdo para la emancipación bajo la tutela de la Gran Bretaña y su reina.

Los involucrados fueron Saturnino José Rodríguez Peña, Manuel Aniceto Padilla y el portugués Antonio Luis de Lima, con un grupo de personas importantes que se movieron tras de ellos.

Fue la primera vez en la Historia que España derrotara a los ingleses

No sólo eso, en la segunda Invasión Inglesa a Buenos Aires, Gran Bretaña envió “oficialmente” un ejército poderoso de más de 16.000 hombres, y una gran flota naval con sus más conspicuos Generales y Almirantes. Y también fueron derrotados y rendidos incondicionalmente, siendo obligados a retirarse del Río de la Plata , debiendo también abandonar de inmediato la ocupada ciudad de Montevideo, en la Provincia Oriental del Uruguay.

Puede ver tambien: Robo y traición en las infvasiones inglesas.

Fuente: www.lagazeta.com.ar

BARRANCA YACO - ASESINATO DE QUIROGA (16 de febrero de 1835)

La situación previa

En la Confederaion se presentaba una compleja situación previa al suceso de Barranca Yaco. Facundo Quiroga se había impuesto las provincias del norte y de cuyo, Estanislao López el Litoral y Rosas la Provincia de Buenos Aires. En la provincia de Córdoba mandaban los hermanos Reinafé, hombres de confianza de López, y Quiroga la consideraba dentro de su influencia natural, y durante la campaña al desierto apoyo una revolución contra los hermanos Reinafé. La revolución de del Castillo, llevada por Ruiz Huidobro, hombre de confianza de Facundo, fracasó en parte por la influencia de los Reinafé en su territorio, y por el apoyo deEstanislao López. Esto provocó la desconfianza y recelo entre los dos caudillos, mientras Rosas se mantenía equidistante e intentando un entendimiento.

Facundo, derrotado por Paz en La Tablada y Oncativo, residía en Buenos Aires mientras se produjo una disputa entre los gobernadores de Tucumán y Salta, Alejandro Heredia y Latorre, ambos colocados en eso posición por Quiroga. El gobernador de Maza, le pidió a Facundo Quiroga que intercediera en la disputa, y éste acepto previa conferencia con Rosas en Flores. Quiroga acepta la misión y Rosas lo acompaña hasta Luján y luego hasta la Estancia de Figueroa, próxima a Carmen de Areco, donde se despiden y convienen en que Rosas le redactaría una carta que lo alcanzaría en el viaje, documento que se conoce como la “Carta de hacienda de Figueroa”


Los Reínafé tienen miedo

José Vicente ReinaféQuiroga parece no tener enemigos, pero alguien lo espía, le teme. Alguien espera una oportunidad para asesinarlo: los hermanos Reinafé, que siguen reteniendo el gobierno de Córdoba, a pesar de la oposición de aquél.

Estos cuatro hermanos, bastan por sí solos para dominar una provincia situada entre los dominios de Facundo Quiroga y Estanislao López, sufren la obsesión de sentirse amenazados por Quiroga. Lo conocen, están al corriente de los intereses políticos que tiene en juego, con relación a la provincia de Córdoba, no se les oculta ímpetu de este hombre apasionado, y saben muy bien lo que es capaz de hacer cuando entran en juego sus pasiones. Le temen. Están convencidos de que no los dejará vivir en paz, y de que no perderá ocasión de aniquilarlos. Esta obsesión llega a colocar a los hermanos Reinafé frente al dilema de que Facundo ha de morir, para que vivan ellos, o viceversa. Tienen que matar o que morir, porque no caben todos en el mismo escenario.

Los amigos de Facundo también lo saben, Ruiz Huidobro entre ellos. Por eso le escribe a Facundo desde Mendoza:

"Que Reinafé es hechura de López, y que éste, se me asegura, se halla en campaña, me hacen sospechar una combinación contra el general Quiroga".
Facundo, por su parte, no se recata cuando se trata de injuriar o de amenazar a los Reinafé. Después del fracaso de dos revueltas quiroganas en Córdoba, uno de los anmigos más íntimos del caudillo riojano, y al propio tiempo uno de los enemigos más encarnizados de los Reinafé, dice:

- A la tercera será la vencida. Ya volveremos. Esta ciudad tiene que ser la capital de la federación quirogana.
Por dificultades relacionadas con la vigilancia de las fronteras, la lucha contra los indios y el traslado de oficiales expedicionarios de un regimiento a otro, se produce un entredicho que conduce a la suspensión de relaciones oficiales entre las provincias de Buenos Aires y Córdoba. El coronel Francisco Reinafé, siempre el hombre de mayor acción entre los cuatro hermanos, se siente amenazado y va a la provincia de Santa Fe para entrevistarse con Estanislao López, quien llega hasta la población cordobesa de El Tío. El pretexto es la necesidad de combinar operaciones militares contra los indios del Chaco.

Cuando el coronel Reinafé regresa de la entrevista, le informa a su hermano el gobernador que todo está arreglado, que ha resuelto aumentar a 500 el número de veteranos de la guarnición de Río Cuarto y a 125 los del departamento de Achiras. Estas guarniciones de nada sirven, cuando se trata de luchar contra los indios del Chaco, pero robustecen la situación militar del gobierno de Córdoba, el cual, por otra parte, reorganiza todas las milicias de la provincia, nombrando jefes y oficiales de confianza, entre los cuales se encuentran algunos que luego intervienen en el asesinato de Quiroga.

Aunque las finanzas de Córdoba están en una situación calamitosa, los movimientos y las concentraciones de tropas no cesan, con el pretexto de organizar la guerra contra los indios. Poco después de la entrevista de El Tío con Estanislao López, el coronel Reinafé va a visitarlo a Santa Fe, donde permanece varios días, realizando conversaciones privadas.

López, quizás alarmado del giro que puedan tomar los acontecimientos, le escribe a Rosas, algún tiempo más tarde:

"El coronel Reinafé estuvo aquí en Septiembre del año pasado, cuando yo menos lo esperaba. Luego que llegó el tal hombre, sus primeras conferencias estuvieron reducidas a referirme todas las ocurrencias de la revolución de del Castillo, y las del Ejército del Centro, a manifestarme las quejas del gobierno de Córdoba contra el de Buenos Aires por la ocupación que se había dado al coronel Seguí, y luego descendió a hablarme sobre las posibilidades que había de que el general Quiroga me atacase, dejando entrever cierta ingerencia de parte de usted en la empresa. Con este motivo hablé muy claro, diciéndole que jamás le haría daño al general Quiroga, ni creía que él me lo hiciera, porque no había mérito para ello; y por lo que respecta a usted le hablé muy extensamente, demostrándole con hechos y con cartas, que era el único de quien los pueblos debían esperar bienes, que era un fiel amigo, y que por mi parte tenía en usted depositada tanta confianza como en mí mismo".
Respecto a las misteriosas vistas de los Reinafé a López, este luego dice a Rosas que fueron hechas con excusas intrascendentes, con la finalidad de involucrarlo en lo que se preparaba. (Ver La sagacidad de Rosas)


A la espera de una oportunidad

El lugar y las circunstancias en que los Reinafé resuelven matar a Facundo no están probados documentalmente. Estos hechos, estos antecedentes, no pueden probarse, pero por una versión que publica el doctor Ramón J. Cárcano en su obra Juan Facundo Quiroga puede suponerse que ello ocurre poco después de la visita que el coronel Reinafé le hace al brigadier Estanislao López:

"El coronel -dice Cárcano-, a su regreso de Santa Fe, muéstrase resuelto a eliminar a Quiroga. Lo que antes es una idea cambiada con sus hermanos, ahora es una voluntad aplicada"... "El coronel conversa con José Antonio y José Vicente, el gobernador, y parte a los departamento del Norte. La noche del día de su salida, don Francisco duerme en Portezuelo, en casa del capitán Santos Pérez, sobre el camino real. Al día siguiente ambos continúan a Tulumba y bajan en la casa de Guillermo Reinafé, donde pasan la noche. A la mañana salen los tres para la estancia de Chuña Huasí, pasando por Chañar, el centro entonces de mayor comercio y población de los departamentos del Norte, situado sobre el camino principal de Santiago del Estero. De Chañar regresa Santos Pérez y los dos hermanos continúan camino, acompañados de Domingo Oliva, comandante de milicias, hermano de señor de Chuña Huasí".
El doctor Cárcano continúa su relato haciendo referencia al propietario principal de esta hacienda, con una de cuyas hijas va casarse Francisco Reinafé. Refiere la forma en que permanecen allí un tiempo, y luego continúa:

"Una tarde, desaparecido ya el sol tras los cerros verdes de Chuña Huasí, conversan en el patio abierto sobre el campo, de pie y en rueda, Clemente y Domingo Oliva, Guillermo Reinafé, el cura Soria y el Coronel. Hablan en voz baja. El último tiene la palabra, y por sus ademanes violentos se advierten sus pensamientos. Las campanas de la capilla llaman a oraciones"... "Los hombres del patio se descubren su cabeza, y en ese momento, acentuando su palabra con un movimiento enérgico del brazo, el Coronel exclama: 'Al general Quiroga hay que matarlo'."
Esta versión puede parecer un poco novelesca, y quizá lo sea. pero son muchas las referencias que obligan a tomarla como seria. Evidentemente, la idea de matar a Quiroga no es la obra de un momento, sino el producto de una larga reflexión, a cuyo término los hermanos Reinafé llegan a un convencimiento: el de que para que puedan sobrevivir ellos, tiene que morir el otro.

Lo cierto es que en uno de aquellos momentos, y a raíz de uno de esos viajes al Norte, viajes de los que participa Santos Pérez, el "clan de los Reinafé”, como suele llamársele, resuelve la muerte de Facundo Quiroga, y permanece a la espera de una oportunidad para materializar la idea. Por lo tanto, es muy probable que en la oportunidad a la que se refiere el doctor Cárcano, el coronel Francisco Reinafé comience a seleccionar la gente. Santos Pérez está allí. Y los restantes también son hombres de armas llevar, dispuestos a cualquier cosa. Clemente Oliva, entre ellos, aunque convertido ahora en sosegado jefe de familia, y en hombre de sólida posición social y económica, fue guerrillero en otros tiempos, integrante de las huestes que vieron caer sin vida al Supremo Entrerriano Francisco Ramírez, en el norte de Córdoba.

¿En qué momento, y debido a qué circunstancias han de encontrar los Reinafé la oportunidad que esperan? No lo saben, pero esta oportunidad tiene que presentarse. No en Buenos Aires, donde vive ahora Facundo, porque allí lo protege Rosas y lo oculta una ciudad en cuyo seno no es posible, aún, asesinar en el medio de la calle. Ellos esperan, como el árabe que sentado frente a su puerta tiene la certeza de que tarde o temprano ha de pasar por allí el cadáver de su enemigo.

Y la oportunidad esperada llega. La noticia no puede tener mejor procedencia. Es el mismo gobernador de Buenos Aires quien lo comunica, pidiendo que en todas las postas se tenga caballos de repuesto. ¿Qué mejor ocasión para ellos? No obstante, cuando todo parece haberse realizado para que cumplan sus designios, vacilan.

¿Quién y cómo asesinará a Quiroga? Los Reinafé son hombres de acción, capaces de enfrentar a cualquiera, pero se resisten a cometer personalmente el asesinato. Piensan. Cambian impresiones, remiten hombres de confianza a los confines de la provincia para que les informen sobre cualquier movimiento sospechoso.


El Monte de San Pedro

Alguien previene a los Reinafé de que Facundo ya está en marcha rumbo al Norte; alguien les hace saber, "posta por posta", los lugares en que ha de detenerse para cambiar caballos, y los caminos que deberá transitar. No se explica de otro modo que el mismo día en que llega a Córdoba, los Reinafé participan de una reunión en la que estudian los pormenores del primer intento de asesinato.

Desde días antes, desde que llegan de Buenos Aires los primeros informes sobre la misión que Rosas va a confiarle a Quiroga, el coronel Francisco Reinafé y su hermano José Antonio no pueden dominar su pasión y sus nervios. Hablan sin precauciones de la conveniencia de eliminar a Facundo.

El mismo día en que Facundo llega a Córdoba, Francisco y José Antonio Reinafé van a la casa de José Lozada, donde se encuentra de visita un empleado de ellos, llamado Rafael Cabanillas, hombre de confianza absoluta para los Reinafé, y de pocos escrúpulos, puesto que forma parte, voluntariamente, de los pelotones de fusilamiento. Esperan en la puerta de la casa al amigo, lo llevan a caminar por la orilla del río, y una vez allí es el coronel quien se encarga de plantearle el problema:

- Va usted a realizar un servicio de mucha importancia para su país y toda la República. El general Quiroga viene pasando a Tucumán. Este hombre viene con el disfraz de mediador, y su principal objeto es incendiar. Viene a convocar a los pueblos de arriba, para una guerra contra Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes".
Como Francisco vacila un poco, interviene prestamente José Antonio Reinafé:

- Andemos claro. Usted lo va a matar al General Quiroga. Usted va a lo del capitán Santos Pérez, y allí llamará al teniente Santos Peralta y con ellos y la gente que le entreguen, le saldrá al camino al general, y si resiste lo ataca, y de cualquier modo que lo tome lo fusila.

Cabanillas enmudece dominado por el terror. Tiene miedo le increpa José Antonio.

- Yo lo hacía más gaucho.
Cabanillas trata de justificarse. No es lo mismo fusilar a un reo que asesinar a una persona. Invoca cuestiones de honor, de hombría. Recuerda que tiene familia.

- Le abonaremos dos mil pesos -prosigue José Antonio- y, además, dispondrá usted de todo lo que le secuestre al general.
Cabanillas mueve negativamente la cabeza. Francisco Reinafé observa entonces a su hermano.

- Es preciso ver la persona con quien se trata.
José Antonio insiste invocando razones, mas al advertir la resistencia de Cabanillas amenaza con el castigo. Cabanillas cede, aunque pensando ya en que ha de encontrar la forma de no cometer el asesinato.

A las ocho de la noche de esa misma fecha Cabanillas concurre al domicilio del coronel Reinafé, donde también se encuentra José Antonio.

- Aquí tiene tres cartas le dice el coronel : para mi hermano Guíllermo, comandante de Tulumba, para el capitán Santos Pérez y para el comandante José Vicente Bustamante. Ellos le proporcionarán inmediatamente los hombres, las armas y todo lo que necesite.
Cabanillas recibe las cartas, mientras José Antonio le obsequia un hermoso par de pistolas, de su uso personal, diciéndole: - Le aseguro el éxito. Dichoso usted que va a prestar un gran servicio a la patria.
El lugar elegido es el Monte de San Pedro, al que Facundo Quiroga tiene que llegar al cabo de pocas horas. Todo está listo. A pesar de esto, la duda se refleja en los semblantes, como si se temiese algo.

Facundo, entre tanto, continúa su viaje, sin otra compañía que la del doctor Ortiz, su secretario. Va enfermo, cada vez más mortificado por el reumatismo, cuyos ataques lo dejan postrado. Pero no se queja; no acepta demorar un poco el viaje para tomar descanso. En las postas donde se detiene para cambiar caballos, sus amigos le previenen que van a matarlo, que pida una escolta para que lo acompañe. Facundo no lo dice, pero quizá lo piensa: el caudillo que necesita una escolta para que lo cuide, no está capacitado para cuidar a nadie. Por lo tanto, no puede ser caudillo. Y él quiere seguir siéndolo.

Al llegar a Pitambalá, el atentado parece materializarse, porque de pronto los caballos se encabritan y la galera queda atascada en el medio del río. Sólo se trata de un desperfecto del vehículo. Pero esto obliga a los ocupantes a pasar la noche entre el agua. Allí lo alcanzan correos con malas nuevas sobre lo que ocurre en las provincias del norte, donde ya han comenzado las hostilidades entre los partidarios de Heredia y Latorre. Facundo aprovecha el alto forzoso para escribirle a Rosas:
"Pitambalá, 25 leguas de Santiago, diciembre 29 de 1834.

Compañero y muy apreciado amigo. Hoy a las 7 de la mañana llegué a este de la fecha y por ello verá que no he sido moroso en la diligencia".

"Estando trabajando en el pasaje de este río, pues ya es de noche, y que existe sepultado en el agua el rodado de la galera, menos la capa, ha llegado el correo de Games con la noticia de que la guerra entre Tucumán y Salta es concluida, con la prisión del gobernador Latorre, por los jujeños; sin embargo yo paso a Tucumán a hacer notoria mi comisión de paz, a dar pasos en el otro ramo de ella, y hacer valer en cuanto sea posible la mediación de este gobierno en favor de los infelices vencidos, sobre cuyo punto insistiré hasta donde lo permita el carácter y la delicadeza de mi misión, pues estos triunfos tienen por inevitable consecuencia las confiscaciones y total exterminio de las personas, de aquí las miserias de las familias, lo insanable de los odios y el inextinguible germen de la discordia; hacer parar estos males es de muchísima más importancia a mi juicio, que si se hubiese evitado el desenlace que han tenido las cosas. No puedo extenderme más porque el tiempo es muy corto, pero ya usted penetrará toda la extensión de mis ideas."

"Mi salud sigue en una alternativa cruel que los ratos de despejo no compensan los de decaimiento y destemplanza que sufro, sin embargo, yo pugno contra los males y no desmayaré sí del todo no me abandonan las fuerzas."
He aquí al "caudillo gallardo, ágil y resuelto" que algunos historiadores presentan, durante el recorrido de los polvorientos caminos del Norte, cuando vive sus días postreros. A pesar de la edad, a pesar de estar en la plenitud de la vida, viaja como un anciano achacoso que se propone no abdicar, 'si del todo no lo abandonan las fuerzas". No obstante, es este hombre enfermo, casi inmovilizado, el que hace temblar a los caudillos más poderosos del país. Es el único a quien le teme López; no hay otro ante el cual se cuide Rosas en la forma en que ante él se cuida; sólo él es capaz de hacer temblar a una provincia poderosa, como Córdoba, y a los cuatro hermanos que la mandan. Lo que causa terror no es ya su capacidad física, sino su nombradía, su terrible fama.

Facundo tendría que sucumbir en el Monte de San Pedro. Los Reinafé lo han preparado todo, pero no es allí donde muere. ¿Porqué? Porque el hombre encargado de dirigir el crimen tiene miedo de matarlo. No por una cuestión de honor o de conciencia, como él mismo pretende, que poco puede ser el honor y menor la conciencia de quien se ofrece voluntariamente para integrar pelotones de fusilamiento.

Al día siguiente de haber recibido las cartas para quienes han de proporcionarle armas y hombres, Cabanillas pasa por la tesorería de la casa de gobierno y, a pesar de ser feriado, recoge algún dinero. Se aproxima la Nochebuena y la gente va hacia la iglesia, cuando él sale del pueblo, lentamente, como si temiese cansar el animal que monta, o como si no tuviese apuro. No obstante, el tiempo urge y él lleva caballo de repuesto. La vida de Facundo depende de la prisa o de la demora de este hombre, que tiene miedo de matar después de haberse comprometido a hacerlo.

Al amanecer se desvía de la ruta y a las 8 de la mañana se detiene en la casa de un amigo de toda su confianza, llamado Manuel Antonio Cardoso. Le dice la verdad y le pide que salga al encuentro de la galera de Facundo, para prevenirlo, a fin de que esa noche avance lo más rápidamente posible, y sin detenerse en ninguna parte, hasta después de haber pasado San Pedro, porque en esta forma podrá evitar el asalto.

Cardoso promete hacer lo que el amigo le pide, pero, por causas que se ignoran, no lo hace. De todos modos, al dar ese rodeo, Cabanillas pierde cuatro horas que van a ser preciosas para Facundo. Después de entrevistarse con Cardoso, Cabanillas se dirige a la casa de Santos Pérez, en Portezuelo, pero no lo encuentra. Sigue viaje a Tulumba, en procura del comandante Guillermo Reinafé, quien también está ausente. Le informan que ambos han ido a las famosas cuadreras de Villa del Chañar, que se realizan para Navidad todos los años. Busca y encuentra entonces al comandante Bustamante, le entrega la carta y recibe la gente armada.

Cabanillas duerme esta noche en Tulumba, reúne a su gente en Manantiales y luego se dirige hacia el Monte de San Pedro, retardando discretamente la marcha. Cuando llegan llama al capitán Saracho y le ordena mirar hacia el camino, desde la cumbre de un cerro, si se divisa la galera de Facundo. Saracho sube al cerro y mira hacia el Sur. No ve nada. Después mira hacia el Norte y ve, a más de media legua, un vehículo envuelto en las nubes de polvo de la carretera.

- ¡La galera del general Quiroga acaba de pasar! -grita.
Cabanillas se encamina hacia Tulumba al frente de su gente. Encuentra aquí a Guillermo Reinafé y le informa de las circunstancias en que ha fracasado el asalto. Después sigue rumbo a la ciudad de Córdoba, donde tiene que enfrentarse con el coronel.

- No he podido cumplir la comisión -dice- , porque no me entregaron la gente a tiempo.
El coronel Reinafé escucha el relato de Cabanillas y luego responde, entre contrariado y altivo:

- Si ahora se ha, frustrado, a su regreso no sucederá así. Sobre esto no sabe nada el gobernador don Vicente, y si desaprueba lo que hago a este respecto, le haré fusilar si puedo más, y si no seré fusilado yo junto con quien yo mande a fusilar a Quiroga. Si yo hubiese estado en el gobierno, lo hubiese sumariado y fusilado a media plaza. La muerte de Quiroga será celebrada por todos los gobiernos, menos por el de Buenos Aires".
En el estado a que han llegan las cosas, "la amenaza y el temor al despojo del poder", han fomentado en tal forma los odios, que ya no parece quedar otro camino que venganza, a muerte. "El odio ha desterrado al discernimiento. No se piensa en las graves consecuencias morales y políticas" que aquel crimen puede traer aparejadas. Los complotados piensan que todos los gobiernos aplaudirán "el bárbaro atentado", menos el de Buenos Aires, "y para enfrentar a ese gobierno ellos cuentan con la ayuda de Santa Fe, para contenerlo".


Facundo inicia el regreso

Una vez en Santiago del Estero Facundo convoca una reunión de personalidades políticas de las provincias del norte. Allí se trata lo relacionado con la misión de paz que lleva y él solicita que se trate con consideración a los vencidos. Después todos convienen en firmar un acuerdo, cuyas principales cláusulas son las siguientes: los gobiernos de Tucumán, Salta y Santiago del Estero, se comprometen a vivir en paz, sin recurrir en ningún caso "al funesto medio de las armas, para terminar cualquier desavenencia que en lo sucesivo tenga lugar". En el caso de que esas dificultades surgiesen, se recurrirá al arbitraje ,de provincias amigas. En vista de las luchas recientes, los vencedores se comprometen a respetar las personas y bienes de los vencidos. Los gobiernos de Salta y Santiago facultan al de Tucumán para que se dirija a las demás provincias, invitándolas a adherirse al presente tratado. Los tres gobiernos se comprometen a perseguir a muerte todo intento de desmembramiento del territorio patrio.

Lograda esa solución, Quiroga se dispone a iniciar el regreso sin atender las advertencias que le hacen sobre posibles atentados en el camino, y sin que parezca impresionarle mucho que el gobernador Latorre haya sido muerto en Salta. Lo acompañan su secretario, el doctor José Santos Ortiz, el correo Marín y su asistente.

La galera inicia la marcha en, forma resuelta, aprovechando que Quiroga se encuentra algo mejor. En un alto del camino alguien se aproxima al doctor Ortiz y le informa que serán atacados tan pronto como penetren al territorio de Córdoba.

En plena carrera, el vehículo que conduce a Facundo y a sus pocos acompañantes termina de cruzar los montes santiagueños y se detiene en la posta de Intiguazi, ya dentro del departamento cordobés de Tulumba, cuyo comandante militar es José Antonio Reinafé. Quiroga pasa aquí una noche apacible, porque el reumatismo parece dejar de mortificarlo. Se acuesta y duerme sin querer escuchar las advertencias del maestro de posta, que anuncia la proximidad de la partida que ha de matarlo.

- Con un solo grito que dé -asegura Facundo-, los que vienen a matarme, si es que vienen, me servirán de escolta.
Mientras Facundo duerme, el maestro de postas informa al doctor Santos Ortiz, quien tiene la certeza de que Quiroga será asesinado y, juntamente con él, todos los que lo acompañan. Los datos que proporciona el lugareño no pueden ser más amplios. Se sabe que lo esperan en un lugar llamado Barranca Yaco, y que el nombre del gaucho encargado de matarlo es Santos Pérez. El doctor Ortiz tiembla. Facundo duerme.


El Capitán Santos Pérez

Pero, ¿quién es Santos Pérez? ¿De dónde sale y cómo ha vivido el hombre que se atreve contra Facundo Quiroga, aunque sea tomando toda suerte de alevosas ventajas? Quizá no esté demás una breve biografía del hombre que, se encarga de poner fin a la vida de Facundo Quiroga.

El capitán Santos Pérez es un antiguo soldado, que revista en el departamento cordobés de Tulumba desde la época en que la provincia está gobernada por el general Bustos. Es un entusiasta adicto de los Reinafé, a cuyas órdenes sirve siempre. Emigra con ellos a Santa Fe, cuando el general Paz se apodera del gobierno cordobés. Incursiona por las sierras de esta provincia cumpliendo órdenes de sus antiguos jefes y llega a formar en aquellos lugares una pequeña republiqueta. Cuando los Reinafé regresan a Córdoba con el ejército confederado, está al lado de ellos. No sabe leer ni escribir, pero posee una inteligencia natural que le permite suplir tales conocimientos.

Cuando el general Paz cae prisionero, Santos Pérez es el capitán que manda la escolta encargada de llevarlo al campamento de Estanislao López, y en el momento en que los Reinafé llegan al gobierno de Córdoba, Santos Pérez desempeña las funciones correspondientes a su grado militar en las milicias provinciales.

En el departamento de Tulumba, que es donde actúa, tiene fama de hombre valiente, aunque también de arbitrario. De él se asegura "que castiga a quien le disgusta, carnea vacas y ensilla caballos sin consultar a sus dueños. En las reuniones de carreras es siempre juez de raya y nadie duda de su justicia. Es capaz de un crimen, pero no de una trampa en el juego o deslealtad en la conducta. En las canchas de taba todos apuestan a sus manos. Es tan diestro que siempre gana. En las pulperías le ceden el sitio de preferencia. El paga las copas y nunca llega a la embriaguez. Su casa está diariamente concurrida de paisanos y transeúntes, su hospitalidad es generosa,. pero jamás recibe a un desconocido, la enemistad o desconfianza terminan en el atropello y para él nunca hay jueces ni castigos. En la región del norte, donde es popular, se le teme y obedece".

Tales son los antecedentes del hombre a quien José Vicente Reinafé manda llamar, después de que Cabanillas fracasa en el Monte de San Pedro.

- Lo he mandado venir -le dice el gobernador-, para darle un socorro de cien pesos.
Un tiempo antes, Guillermo Reinafé, hermano del gobernador y comandante militar de Tulumba, le había ordenado a Santos Pérez que matase a Quiroga. Pero complicaciones posteriores hicieron necesaria la actuación de Cabanillas, con quien debió colaborar aquél.

El capitán Santos Pérez recibe los cien pesos en la fiscalía, después de lo cual va a saludar al coronel Francisco Reinafé, quien le pregunta:

- ¿Por qué motivo no ha dado muerte usted a Facundo Quiroga en el lugar indicado por mi hermano?

- A causa de una enfermedad que me sobrevino 
-dice Santos Pérez, sin atreverse a confesar que ha sido a raíz de las carreras de Navidad.

- Es necesario que ahora esté pronto -agrega el coronel-, para cumplir la orden cuando le avise don Guillermo, al volver el general para Buenos Aires.
Santos Pérez parece mostrar ciertos recelos.

- No tenga usted cuidado y esté tranquilo -agrega el coronel-, por que unidos los señores generales Rosas y López, en la resolución o plan convenido de matar al señor general Quiroga, el primero lo manda con pretexto de enviado, para que el segundo lo mate en el tránsito por esta provincia".
El gobernador sustituto de la provincia, presente en la entrevista, aprueba y confirma lo dicho por su hermano. Con estos antecedentes, el capitán Santos Pérez vuelve a Tulumba conduciendo cartas para el comandante Guillermo Reinafé y trescientos pesos enviados por el gobernador. Es aquí en Tulumba donde recibe las armas necesarias para cumplir con su misión, y donde el comandante Guillermo Reinafé le indica que el asesinato de Quiroga debe realizarse en el lugar denominado Barranca Yaco, con un grupo de los mejores hombres de su escolta personal para que lo secunden. Después, en tono imperativo, le ordena:

- Matará usted no sólo al general Quiroga y toda su comitiva, sino también a cualquier otra persona que pasase por aquel lugar en el momento de la ejecución.
Todo queda convenido, hasta en sus menores detalles, para que el crimen sea ejecutado por un capitán de las milicias cordobesas, de acuerdo con lo que le ordena el comandante militar de Tulumba, con tropas provinciales que éste proporciona y con el conocimiento pleno de las principales autoridades. Se quiera o no, ésta es una forma de darle carácter oficial al crimen.

Recibidas las órdenes, Santos Pérez regresa a su domicilio, para esperar que se le comunique la fecha y hora en que debe cometer el crimen. ¿Qué ocurre en estos momentos dentro de su alma? ¿Cuáles son los sentimientos de esta naturaleza primitiva' ¿Siente algún remordimiento o considera que va a cumplir con una misión de hombre, por gratitud a quienes lo distinguen con su confianza? He aquí un secreto y un misterio que Santos Pérez se lleva a la tumba, porque jamás habla de ello.


La última advertencía
Posta de Sinsacate    
El drama de Barranca Yaco se va gestando simultáneamente en dos frentes. Allá, en Córdoba, los Reinafé preparan con todo cuidado el crimen. Aquí, en la galera que ocupa Facundo, éste se deja llevar por su orgullo selvático, quizá por su fatalismo, y marcha al encuentro de la tragedia sin escuchar las voces de alerta, se trate de lo que se tratare.

Existe una versión según la cual, antes de que la galera llegue a la posta del Ojo de Agua, un joven pide a gritos al postillón que la detengan en el linde de un bosque. El postillón accede y el joven reclama la presencia del doctor Ortiz, a quien conoce y por quien ha sido favorecido en otra oportunidad. El doctor Ortiz desciende del vehículo y escucha cuando el asustado joven le dice:

- En las inmediaciones del lugar denominado Barranca Yaco está apostado Santos Pérez con una partida; al arribo de la galera deben hacerle fuego de ambos lados y matar en seguida; de postillones arriba nadie debe escapar; ésta es la orden. Le pide al doctor que monte en el caballo que le lleva, y que lo acompañe a la estancia de su padre, que está allí cerca.

El doctor Ortíz sube a la galera e informa a Facundo de lo que acontece. Le pide que hable con el joven Sandivaras, tal el su apellido. Facundo acepta, haciéndolo subir a la galera. Escucha atentamente el relato, agradece la información y trata de tranquilizar al informante:

- No ha nacido todavía el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga. A un grito mío, esa partida, mañana, se pondrá a mis órdenes y me servirá de escolta hasta Córdoba. Vaya usted, amigo, sin cuidado.
Facundo está de buen humor. Y todo parece coincidir para que así ocurra. Inclusive el reumatismo, que deja de mortificarlo en esta etapa del viaje. El orgullo que caracteriza sus acciones y el terror que está seguro de despertar con su sola presencia, contribuyen a convertir su trágico final en algo inevitable. Porque Facundo tiene mucho menos miedo de morir que de pasar por cobarde. Su conducta parece inspirada por la idea de que, muerto él con altivez, se salva su hombría, que es lo que más valoriza. Y no parece dispuesto a cambiar la salvación de su concepto de la hombría, ni por la prolongación de la vida misma.

Durante la noche que pasan en la posta del Ojo de Agua, el doctor Ortiz, "que va a una muerte cierta e inevitable, y que carece del valor y de la temeridad que animan a Quiroga", permanece a la espera de los trágicos acontecimientos, sin atreverse a insistir ante su jefe. Quizá por eso, mientras Facundo duerme como si nadie le hubiese prevenido nada, Ortiz llama aparte al postillón y le pide informes sobre las versiones circulantes. Le promete no decir nada que sea capaz de comprometerlo, y el postillón habla:"Santos Pérez ha estado allí con una partida de treinta hombres", una hora antes del arribo de la galera en que viaja Facundo. Lleva a todos sus hombres bien armados de tercerola y sable. En esos momentos seguramente están ya esperándolo en el lugar prefijado, con instrucciones de matar a Quiroga y a todos los que lo acompañan.

Alarmado ante estas noticias, el doctor Ortiz le pregunta al postillón si está seguro de lo que dice, y el postillón le responde:

- El propio Santos Pérez me lo dijo.
Cuando Facundo se despierta, a media noche, el doctor Ortiz le transmite la nueva información y lo insta a tomar precauciones. Todo inútil. Facundo pide una taza de chocolate y la saborea como si nadie le hubiese dicho nada. Se tiende nuevamente en la cama, al saber que es media noche, y un instante después duerme.

Poco más tarde, mientras Facundo descansa, el doctor Ortiz, que no puede hacerlo, va en busca del postillón, entablándose entre ambos un breve diálogo:

- ¿Duerme, amigo?
- ¿Quién ha de dormir, señor, con esta cosa tan terrible?
- ¿Con que no hay duda? ¡Qué suplicio el mío!
- ¡Imagínese, señor, cómo estaré yo que tengo que mandar dos postillones, que deben ser muertos también! Esto me mata. Aquí hay un niño que es sobrino del sargento de la partida y pienso mandarlo; pero el otro... ¿A quién mandaré?, ¡a hacerlo morir inocentemente!
A la vista de todo esto, el doctor Ortiz resuelve hacer un nuevo esfuerzo. Despierta a Facundo y lo pone al corriente de todo. Facundo se levanta, molesto, airado. Da a entender al doctor Ortiz que puede haber tanto peligro en contrariarlo a él, como en enfrentar a la partida de Santos Pérez, si es que se presenta. Después llama a su asistente y le ordena que limpie y que cargue las armas que van en la galera.


En vísperas del crimen

Mientras tanto, en el otro sector donde se preparan los actores ejecutivos del drama, todos se mantienen alertas. Tan pronto como la galera de Facundo comienza a cruzar el territorio de Córdoba, Jesús de Oliva, comandante de Chañar, envía un chasque a Guillermo Reinafé para prevenirle que Quiroga, viajando muy de prisa, está sobre la frontera sin que lo acompañe ninguna escolta. El comandante Reinafé manda llamar a uno de sus ayudantes, un joven llamado Justo Casas, y le ordena:

- Vaya y dígale al capitán que ha llegado el momento de cumplir su palabra.
Cuando el joven llega a su destino y retransmite el mensaje, Santos Pérez le contesta, secamente:

- Ya lo sé.
Después le ordena al celador que salga a citar a los soldados, previniéndole que nadie debe faltar a la cita. Los hombres comienzan a llegar a media noche y al amanecer están todos presentes, cuando se les une un grupo de nueve soldados de la escolta del comandante Reinafé, que vienen a las órdenes del teniente Feliciano Figueroa. Son hombres jóvenes, que oscilan entre los 20 y los 30 años, procedentes de las clases campesinas más analfabetas y pobres.

Santos Pérez los hospeda en su propia casa, les da de comer y les proporciona los mejores caballos. Vigila que las armas estén en condiciones, examina disimuladamente a los hombres, por si entre ellos hay algún cobarde. Al día siguiente emprenden la marcha después de haber almorzado.

Nadie sabe para qué los han reunido ni a dónde van, aunque algunos lo sospechen. Nadie les ha pedido reserva, pero ellos comprenden que se trata de una comisión reservada. Por otra parte, el capitán marcha a la cabeza de la tropa, muy acostumbrada a seguirlo a cualquier parte. El día es caluroso, y parece serlo aún más por lo resecos que se encuentran los campos.

- No pasará el día sin tormenta -dice el teniente Figueroa, a cuyo lado marcha el sargento Basilio Márquez, quien le responde:

- Cuando salimos con el capitán estamos acostumbrados a mojarnos.
Ambos se miran y ríen nerviosamente, como si estuviesen en el secreto de que van a matar a Facundo Quiroga.

Viajan todo el día, sin hacer alto, sin formular preguntas de ninguna clase. Al atardecer acampan en las Lomas de Macha, cerca de un río y "al reparo de corpulentos algarrobos, talas y sauzales". Desensillan para que los caballos puedan descansar. Les dan agua y los dejan comiendo en una rinconada. Poco después, Marcelo Márquez, maestro de postas de Macha, llega con una res que carnean. "Allí come la gente esa tarde. El capitán y el maestro conversan a solas, permaneciendo apartados todo el tiempo. El asistente Flores les sirve mate, y planta al lado del asador de varilla de tala, la mejor achura."

Después, el encargado de la posta regresa a su rancho, acompañado por el soldado Roque Juncos, que es el encargado de volver con el aviso, cuando Facundo llegue a la posta. "Entrada la noche levantan el campo", para dirigirse a Pozo de los Molles, desde donde siguen rumbo a Río Pinto. Nadie se explica el porqué de aquella marcha y contramarchas. Lo mismo ocurre cuando amanecen en Coquitos, sobre la carretera del Norte, a tres cuadras de Barranca Yaco. El lugar, ciertamente, merece haber sido elegido para un crimen.


Barranca Yaco
Barranca Yaco     
El día del crimen, antes de que su galera salga de la posta del Ojo de Agua, Facundo pasea lentamente frente al rancho. Está de buen humor porque hace mucho tiempo que no puede caminar así sin que el reumatismo lo mortifique. Habla con el doctor Ortiz, mas sin darle lugar a que vuelva a prevenirle sobre los peligros que los esperan. Observa al maestro de postas mientras ata los caballos a la galera. Asiste serenamente, con una serenidad que no es propia de su temperamento, a todos los preparativos de aquella andanza, que ha de ser la última de su vida. Ve cómo se acomoda el postillón que va en el tiro; observa al niño que los acompaña; a dos correos que se han reunido por casualidad y al negro que monta a caballo para acompañarlo. Sube a la galera, haciéndose preceder por el doctor Ortiz, lo que quizá por primera vez acontece, y luego sube él, casi ágilmente, como si repentinamente se hubiese curado. La galera se pone en marcha.

Desde este momento, desde que el maestro de postas pierde de vista a la galera, nadie sabe nada de lo que acontece con los ocupantes de aquélla, puesto que todos mueren unas horas más tarde, y los dos hombres que han de sobrevivir por haberse retrasado, viajan fuera de ella.

La galera cruza por Macha, sin que sus ocupantes sospechen que poco antes acaba de pasar por aquí Santos Pérez, que el maestro de la posta está en el secreto de todo, y que ahí se encuentra Roque Juncos, soldado de las milicias cordobesas que los espía para prevenir a su jefe de la llegada de Facundo.

En Macha recogen a un correo, luego pasan por Sinsacate y finalmente se aproximan a Barranca Yaco. El tiempo es caluroso, sofocante y una tormenta se anuncia como algo inevitable.

Penetran a la parte en que el camino se enangosta, como si los montes que lo rodean tratasen de estrangularlo. Y es precisamente aquí donde la galera de Facundo se detiene, porque el postillón acaba de escuchar que alguien grita, fuertemente, y por dos veces consecutivas.

- ¡Alto! ¡Alto!
Se produce un extraño silencio, un silencio que dura solamente segundos, pero que parece eterno.

¿Qué ocurre? ¿Por qué se detiene aquí la galera de Facundo? ¿Quién se atreve a gritar, ordenando que se detenga?

Una hora antes, cuando Quiroga permanece aún en la posta, el soldado Roque Juncos llega a la carrera hasta el lugar donde se encuentra Santos Pérez y le previene:

- Han quedado ensillando los peones de la galera.
- ¿Qué dicen los que vienen? 
-pregunta aquél.

El soldado cuenta que el doctor Ortiz le dice al maestro de postas, mientras ambos se pasean frente a la galera, que los Reinafé los han querido hacer matar, que se han salvado milagrosamente.

Santos Pérez piensa que quizá hayan tenido noticias de lo que se les preparaba en el Monte de San Pedro, pero pronto lo olvida para entregarse a los preparativos del ataque. Distribuye su partida de treinta y dos hombres en tres grupos a lo largo del camino de Barranca Yaco. Avanza al Norte y se ubica él cola sus hombres probados. En rumbo opuesto, al Este de la carretera, coloca al teniente Figueroa, y más allá, sobre el costado del Oeste, al alférez Cesáreo Peralta, escalonados todos a una cuadra de distancia. En los extremos norte y sur establece guardias, con orden de matar a cualquier persona que transite. Nadie se mueve sin orden de Santos y nadie sabe lo que va a ejecutarse, pues lo único que él les dice, al clasificar a los grupos y tomar las posiciones, es esto:

- Vamos a sorprender un tráfico que viene, de orden del gobierno y del coronel Francisco Reinafé. Al que se muestre cobarde yo mismo lo fusilaré. A la voz de mando cargarán las tres emboscadas.
En ese momento aparece por el camino el correo Luis María Luegues, especie de vanguardia de Facundo. Santos Pérez lo hace detener y manda que lo internen en el monte con centinela de vista.

La gente permanece en sus puestos hasta que, a las once de la mañana, se escucha hacia el norte el ruido de un vehículo y el del galope de algunos caballos. Poco después aparece la galera de Facundo en el comienzo de un recodo. Es en este momento cuando Santos Pérez se cruza en el camino y grita:

- ¡Alto! ¡Alto!
En seguida, al advertir que la galera se detiene, vuelve a gritar, pero ahora dirigiéndose a sus hombres:

- iMaten, carajo!
Los integrantes de las tres emboscadas avanzan rápidamente y descargan sus armas sobre la galera. Se escuchan los gritos de los conductores y auxiliares de la diligencia, que resultan heridos. En este momento Facundo asoma la cabeza por la ventanilla de la galera y alcanza a gritar, mientras hace fuego:

- ¡Eh! No maten a un General...
Son sus últimas palabras, porque Santos Pérez, que acaba de verlo, descarga sobre él su pistola. El tiro, certera o casualmente, da en el rostro de Facundo; le penetra por el ojo izquierdo y lo mata en el acto.

Así muere, casi sin darse cuenta de que lo matan, sin que le den tiempo de seguir aterrorizando con el bramido de su voz, el vencedor de "El Puesto"; el héroe que derrota y desarma a los veteranos del glorioso Regimiento 19 de los Andes; el vencedor de Lamadrid en "El Tala" y "Rincón de Valladares"; el vencido por Paz en "La Tablada" y "Oncativo"; el hombre que conquista la llanura y llega a dominar la región andina partíendo de Buenos Aires con trescientos ex presidiarios, y 150 vagos; el vencedor de "La Ciudadela"; el caudillo cuyo poder inspira tanto terror, que inclusive lleva al terreno del crimen a sus enemigos más encarnizados. Su cabeza queda colgando hacia afuera, desde la abierta ventanilla de la galera, mientras un hilo de sangre corre por su rostro.

Desde el momento en que Facundo cae muerto, todo lo demás es fácil. Santos Pérez penetra a la galera y atraviesa el pecho del doctor Ortiz con su espada, en el mismo momento en que aquél grita:

- ¡No! ¡No es preciso esto!

Santos Pérez llama al sargento Basilio Márquez y le ordena "despenarlos". En este momento, Quiroga, que ya está muerto, "recibe un golpe en la cabeza y un puntazo de cuchillo en la garganta. Su secretario, moribundo, es degollado".

Inconmovible ante la sangre que corre, Santos Pérez le ordena a Mariano Barrionuevo, señalando a los aterrorizados peones:

- A ésos llevenlos al monte.
"Les atan las manos atrás, les alzan en ancas de los caballos, y en dos grupos los internan a cuatro cuadras del camino". Un momento después aparece el asistente Flores y le consulta:

- Señor Capitán. Dice el sargento Barrionuevo si fusila a los presos o qué clase de muerte les da.
Santos Pérez se dirige al alférez Peralta, que está allí esperando órdenes al frente de su partida.

- Vaya, alférez; dígale que los degüelle a todos.
Entre los lamentos de los ajusticiados se escuchan las súplicas del postillón, un niño de 12 años, llamando a su mamita! El soldado Benito Guzmán le pide a Santos Pérez que perdone al chico, miembro de una familia amiga.

- No puedo, por ordenarlo así mis jefes responde Santos Pérez.
El soldado Guzmán insiste hasta que lo hacen callar de dos balazos. No muere en el acto, sino al cabo de una semana. Pero no se le permite confesar para que no revele aquel secreto.

Barrionuevo y Peralta son los encargados de los degüellos. Y no paran hasta que mueren todos, inclusive el postillón de doce años.

Sacan la galera delcamino, borran las huellas y se dedican al saqueo: "A los muertos se les despoja de las ropas útiles; se vacía el interior de la galera y el noque, y se bajan los baúles de cuero de la zaga delantera. El mismo Santos Pérez los abre. Extrae dos vejigas con treinta y cuatro onzas de oro y las guarda en su tirador. Encuentran una bolsa grande, con 382 pesos fuertes, en monedas de a ocho y cuatro reales y distribuye tres pesos por soldado. Al Alférez Peralta le obsequia con treinta y ocho, y cien le entrega al teniente Figueroa, para "contentar a su gente". Figueroa sólo le da un peso plata a cada soldado, mientras que Santos Pérez les dice:

- Esta gratificación en dinero se la doy yo. El gobierno ha de mandar mil pesos que ha ofrecido.
Se reserva los baúles y algunos objetos de valor que encuentra en el fondo del noque: una pava, tres cucharas y una jarra de plata, un yesquero y botones de oro, el reloj y cadena, los sellos y armas del General, una valija de cartas y papeles manuscritos. Las ropas usadas, en cambio, las distribuye entre su tropa. Terminada la tarea, Santos Pérez les muestra a sus soldados el cadáver de Quiroga y les dice de quién se trata. Los soldados tiemblan. No habían podido siquiera imaginarse que era a él a quien mataban.

Abandonan el lugar sin enterrar los cadáveres, dejándolos cubiertos de manchas rojas. Pero esa noche, al estallar la tormenta que amenazaba, la lluvia torrencial lava la sangre. Así termina en Barranca Yaco el 16 de febrero de 1835.

Cuando llegan a Los Timones, Santos Pérez disuelve a sus soldados, recomendándoles no usar todavía las ropas de los difuntos, y luego agrega:

- Mañana se presentarán en mi casa del Portezuelo a entregar las armas y caballos que son reyunos.
Al teniente Figueroa lo envía a Tulumba, para que informe al Comandante Reinafé, quien le contesta:

- Han hecho bien. Han cumplido con la orden.
Algunos días después también Santos Pérez llega hasta Tulumba para visitar al comandante Guillermo Reinafé. Lo acompaña el soldado Cándido Pizarro, que le sirve de asistente. Todos parecen convencidos de que el crimen quedará impune, que la pesadilla de un Facundo amenazante ha desaparecido sin dejar rastro de ninguna clase. Se distribuyen "los beneficios de la operación". En su visita a Tulumba, Santos Pérez le entrega a Guillermo Reinafé "el par de magníficas pistolas fulminantes de propiedad del General, un poncho de vicuña y seis onzas de oro". Después le informa detalladamente sobre la realización del crimen. Le asegura que nadie ha escapado, entre quienes iban con Quiroga.

"¿Nadie? parece preguntar Guillermo Reinafé, convencido de que la vida de ellos pende de tal secreto.
"Nadie", responde Santos Pérez, moviendo la cabeza.

También informa que más tarde distribuirá siete pesos a cada uno de los hombres de su partida, haciéndole la aclaración de que les paga por cuenta del gobierno, en cuya representación procede. Guillermo Reinafé aprueba la conducta de Santos Pérez, lo elogia, lo felicita, y como si nada importante se hubiese tratado allí, agrega, indiferentemente:

- Ya sabe, amigo, que el domingo venidero hay grandes carreras en San Pedro. Corre el famoso rosillo de Bustamante y un lobuno de Urquijo, traído de Santiago. No falte que usted tiene que ser el juez de raya.
Hablan como si lo ocurrido fuese a olvidarse en el transcurso de un lapso muy breve. Pero al día siguiente todos se sobresaltan. ¿Quién ha puesto, durante la noche, nueve cruces sobre el lugar que sirve de escenario al crimen? Imposible averiguarlo. Pero a partir de ese día, durante mucho tiempo, las cruces se encargan de señalar el sitio donde se desarrolla una tragedia, sobre la que se siguen tejiendo leyendas en nuestro tiempo.

"Los viajeros detienen el galope de sus cabalgaduras dice el doctor Ramón J. Cárcano, evocando el episodio , y paso a paso, mirando con recelo el espeso bosque cruzan la Barranca de las nueve cruces, la cabeza descubierta, orando por los muertos. La tragedia se reproduce en la imaginación del caminante. Quiroga, Ortiz y su servidumbre; los Reinafé, Santos Pérez y su partida

Leonardo Castagnino

Copyright © La Gazeta Federal / Leonardo Castagnin

JUAN FACUNDO QUIROGA

ArtigasLópez, Güemes, Quiroga, RosasPeñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución: son sus primeros soldados”(Alberdi, Juan Bautista. Los Caudillos. Colección Grandes Escritores Argentinos, 3; W. Jackson, Inc. Buenos Aires) (AGM-PLA.p.165)

“No teniendo militares en regla, se daban jefes nuevos, sacados de su seno. Como todos los jefes populares, eran simples paisanos las maás veces. Ni ellos ni sus soldados, improvisados como ellos, conocían ni podían practicar la disciplina. Al contrario, triunfar de la disciplina, que era el fuerte del enemigo, por la guerra a discreción y sin regla, debía ser el fuerte de los caudillos de la independencia. De ahí la guerra de recursos, la montonera y sus jefes, los caudillos: elementos de la guerra del pueblo: guerra de democracia, de libertad, de independencia”. (Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata. Edit. Garnier Hnos. Bibl. de Grandes Autores Americanos, París).(AGM-PLA.p.173)

Entre la correspondencia cruzada entre Rosas y Quiroga, se definen sus posiciones políticas:

“Ud sabe– le decía Quiroga -, porque se lo he dicho muchas veces, que no soy federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi opinión es muy humilde y yo respeto demasiado la voluntad de los pueblos, constantemente pronunciada por el sistema de Gobierno Federal, por cuya causa he combatido con constancia contra los que han querido hacer prevalecer por las bayonetas la opinión a que yo pertenezco, sofocando la general de la República…” y agrega “…es justo que ellos obren con plena libertad, porque todo lo que se quiera, o pretenda en contrario será violentarlos, y aún cando se consiguiese por el momento lo que se quiere, no tendría consistencia, porque nadie duda que lo que se hace por al fuerza, o arrastrado de su influjo, no puede tener duración, siempre que sean contra el sentimiento general de los pueblos” (Carta de Quiroga a Rosas. Tucumán 12 de enero de 1832. Enrique M. Barba. Correspondencia de Rosas y Quiroga en torno a la organización nacional. La Plata 1945)

Rosas le responde: “…cuando veo el respeto que ha consagrado a la voluntad de los pueblos pronunciados por el sistema federal, me es Ud. más apreciable. Por ese respeto, que creo la más fuerte razón de convencimiento, yo soy federal y lo soy con tanta más razón, cuando estoy persuadido de que la federación es la forma de gobierno más conforme a los principios democráticos con que fuimos educados en el estado colonial…” (Carta de Rosas a Quiroga. Borrador de Maza con correcciones y adiciones de Rosas. Arch. Gral. de la Nación, S.5,c.28,A a, A 1) (AGM. Proceso al liberalismo Argentino. p.219)


Reseña

Juan Facundo Quiroga, caudillo y militar, fue uno de los máximos exponentes del federalismo argentino, nació en San Antonio de los Llanos (La Rioja) en 1788.

Sus padres fueron José Prudencio Quiroga (sanjuanino) y Juana Rosa de Argañaraz (riojana), criollos de ilustre abolengo hispano, siendo descendiente por los Quiroga (casa con solar originario de Galicia) de los reyes visigodos Reciario II y Recaredo I “el Católico” y de varios guerreros que participaron en la conquista del Nuevo Mundo.

Por línea materna descendía de los Argañaraz, familia de alta estirpe establecida en La Rioja, descendiente del conquistador Francisco de Argañaraz y Murguía quien fundó San Salvador de Jujuy en 1593 y que fue también antepasado del general Martín Miguel de Güemes.

A los 20 años, Facundo es encargado por su padre de la administración y conducción de sus arrias de ganado, viajando por Mendoza, San Luis, Córdoba y otras provincias. En 1812 pierde el ganado de su padre en el juego y para lavar esta afrenta decide enrolarse en el ejército junto al coronel 
Manuel Corvalán, quien reclutaba soldados para el Ejército Grande del general San Martín en Buenos Aires.

Facundo ya alistado en la compañía de infantería que estaba al mando del capitán Juan Bautista Morón, permaneció un mes recibiendo instrucción militar, hasta que el comandante Corvalán consigue que se le dé la baja por pedido de Prudencio Quiroga, quien perdona a su hijo de ese error de juventud.

En 1814 se casa con María de los Dolores Fernández y Sánchez, señorita de la sociedad riojana, pero sigue viviendo en casa de sus padres en San Antonio.

Los generales Belgrano y San Martín reciben grandes colaboraciones de Quiroga, quien le remite ganado e insumos destinados a la guerra emancipadora, obteniendo el riojano el título de “Benemérito de la Patria”.

El 31 de enero de 1818 es nombrado Comandante Militar de los Llanos, reemplazando a Fulgencio Peñaloza. Por esos tiempos el prestigio de Quiroga es inmenso en toda la región. A él acuden todos los paisanos que necesitan algo de cualquier especie que sea: ayuda pecuniaria, protección contra una injusticia, recomendación para el gobierno, certificación de hombría de bien.

En ese escenario, en su condición de hombre más rico de Los Llanos y de Comandante Militar de las Milicias, pronto comenzará a actuar Facundo Quiroga, cuyo nombre y cuyas hazañas no han de tardar en recorrer todos los caminos de la República, llenándolos de admiradores y de asombro.

En el mes de diciembre de 1818, recibe orden del gobierno riojano de marchar a Córdoba por asuntos de su cargo militar y también por sus negocios de hacendado.

A fines de enero de 1819, regresa a La Rioja cruzando la provincia de San Luis. Cuando llega a esta ciudad, es detenido por el gobernador Dupuy por causa de desconfianza y recelos hacia su persona. Allí permanece alojado en el cuartel. Mientras dura su detención, el 8 de febrero se produce la sublevación de los prisioneros realistas presos en San Luis. Son todos oficiales y altos jefes del ejército hispano vencidos en Salta, Chacabuco y Maipú. Facundo ayuda a reprimir este movimiento y se lo manda poner en libertad.

En esos tiempos es felicitado por Tomás Godoy Cruz por su participación en la lucha contra la banda de los Carrera, y en carta del 24 de noviembre de 1820 le expresa:

“Puede usted gloriarse del haber merecido esta distinción en el suceso de San Antonio en que, según instruido por el señor gobernador de La Rioja, ha tenido usted una parte principal, cortando las alas a los muchos Carrera de la provincia de Cuyo y excusando, a más de cien mil habitantes el consecuente sobresalto por tal banda de salteadores y asesinos, pues a tales extremos habrá necesariamente conducido a la tropa el frenesí y perversidad de su desnaturalizado y execrable jefe”.

En 1823 es elegido gobernador de su provincia y extendió su influencia a las provincias vecinas.

Con la llegada de Bernardino Rivadavia a la Presidencia en 1826, se establece un sistema unitario que viola las autonomías provinciales. Con empresarios londinenses ha creado varias entidades comerciales, industriales y de fomento. Una de ellas es la “River Plate Agricultural Association” y la otra es la “River Plate Mining Association”. La primera tendrá a cargo la explotación agrícola de las feraces tierras de la provincia de Buenos Aires, que por la ley de enfiteusis se cederán gratuitamente a la “River Plate Agricultural Association” para colonos ingleses. Mientras que la segunda se apoderará, también gratuitamente de las minas de plata de la Rioja, explotada por los riojanos con bastante éxito.

La oligarquía porteña apoya al nuevo gobernante y se mandan expediciones a reprimir a las provincias federales. En La Rioja el presbítero Castro Barros denuncia en la Sala de Representantes al gobierno de Rivadavia y a la persona misma del Presidente por su persecución a la Iglesia Católica. La Sala riojana resuelve no reconocer en esa provincia a Rivadavia como Presidente de la República, ni ley alguna emanada del Congreso General Constituyente, “hasta la sanción general de la Nación”, y declarar la guerra a toda provincia e individuo que atentase contra la religión católica.

El Congreso General era solamente “Constituyente”, y por lo mismo no podía tener la facultad ejecutiva de nombrar Presidente de la República. Además, de acuerdo con lo resuelto por el mismo Congreso, la Constitución debía ser previamente aprobada por las provincias, y ésta que se hacía regir había sido rechazada.

La Constitución unitaria de 1826 era centralista y establecía: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana, consolidada en unidad de régimen” (art. 7°); “en cada provincia habrá un gobernador que la rija, bajo la inmediata dependencia del Presidente de la República” (art. 130); “el Presidente nombra los gobernadores de las provincias” (art. 132).

Fue por indicación de Castro Barros, quien pasaba largas temporadas en casa de Facundo, y de cuya familia era una especie de capellán, que éste levantó su pendón con la inscripción de “Religión o Muerte”, que por otra parte se avenía perfectamente con el sentimiento del riojano, que era muy religioso y que diariamente leía los evangelios al extremo de saberlos de memoria.

Rivadavia envió a Tucumán al coronel Gregorio Aráoz de La Madrid para que organizara un contingente con el fin de reforzar el ejército que luchaba en la guerra que se había iniciado con el Brasil. La Madrid depuso al gobernador tucumano y se unió a los gobernadores de Salta y Catamarca, Arenales y Gutiérrez, formando una alianza contra el resto de las provincias que enfrentaban a Buenos Aires. Quiroga marchó contra La Madrid y lo venció el 27 de octubre de 1826 en la batalla de El Tala.

Ocupó después Tucumán y volcó la situación en el Noroeste argentino y Cuyo, controlando las provincias de Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza. Fue en esa batalla cuando Facundo enarboló por primera vez su bandera, respondiendo a un contexto que había llegado a identificar a los unitarios con la irreligión.

La Madrid en sus “Memorias”, la describe como una: “bandera negra con dos canillas y una calavera blanca sobre ellas y la siguiente inscripción: Rn. O. M. (Religión o Muerte)”. La calavera y las dos canillas no representaban la muerte física, como generalmente se cree, ni tampoco ninguna similitud con el pendón usado por los piratas, sino al cordero pascual, el Agnus Dei, el manso cordero que se sacrificó por los hombres y triunfó sobre la muerte. Es decir, significó religión o muerte eterna.

En carta a un amigo cuyo nombre no menciona, Quiroga afirma el 28 de enero de 1827 desde San Juan:

“¿que recelo puedo tener al poder, del titulado presidente, ni de cuantos conspiran en mi contra para hacerme desaparecer de sobre la tierra, y hacerse campo a la realización del inicuo proyecto de esclavizar las provincias y hacerlas gemir ligadas al carro de Rivadavia, para de este modo fácilmente enajenar el país en general y hacer también desaparecer la religión de Jesucristo, que igualmente es a donde se dirigen los esfuerzos del titulado presidente y sus secuaces? O de no ¿qué quiere decir esa tolerancia de cultos sin necesidad y esa extinción de los regulares? Pero acaso se dirá que esto no es minar por los cimientos el edificio grande que tanto costó al Salvador del mundo”.

El 5 de julio de 1827 se produce la batalla del Rincón de Valladares entre las tropas riojanas y santiagueñas al mando de Quiroga contra los unitarios mandados por La Madrid y sus aliados mercenarios colombianos de pésimos antecedentes. Tomadas por el anca, las caballerías de La Madrid se desarticulan, se atropellan, se enmarañan. Las lanzas riojanas y santiagueñas hacen un estrago espantoso. Una hora después el ejército federal, que parecía vencido, es dueño del campo, mientras no queda, de las fuerzas tucumanas, ninguna otra formación que un resto del escuadrón de colombianos al mando del célebre coronel Matute. Facundo, usando de una misma táctica, ha vencido nuevamente a La Madrid.

Celoso de su victoria, ordena al comandante Angel “Chacho” Peñaloza que persiga a La Madrid con los que huyen en dirección al norte. Dispone la asistencia a los heridos y la entrega de los cadáveres a sus deudos.

La Madrid escapa a Bolivia y pide asilo al general Sucre. Los caudillos y gobernadores de provincia, al ver alejado del gobierno a Rivadavia, se aprestaron a reconciliarse con Buenos Aires y a contribuir a la guerra contra el Brasil.

Tras el interinato de Vicente López en la presidencia, el 13 de agosto de 1827 asume como gobernador el coronel Manuel Dorrego, figura popular del partido federal.

Manuel Dorrego se apresuró a restablecer la concordia de la familia argentina; abrió comunicaciones con los caudillos Facundo Quiroga, Juan Bautista Bustos, Juan Felipe Ibarra y Estanislao López.

Dorrego propuso a los caudillos un tratado, mediante el cual se daría al país, por el órgano de un Congreso, una Constitución Nacional.

El 1° de diciembre de 1828 se sublevó, en la madrugada, la primera división del ejército a las órdenes del general Juan Lavalle. Pocos días después, el 13 de diciembre, Dorrego es fusilado en Navarro sin tener juicio previo y en forma contraria al derecho de gentes.

La noticia del fusilamiento de Dorrego consternó a la opinión pública. Los pueblos del interior se indignaron y los gobiernos hicieron oír sus protestas ante crimen tan alevoso. El general José María Paz toma Córdoba y entabla negociaciones con Facundo, pero éste apresta su ejército, con auxiliares de otras provincias, y se dispone a desalojar a Paz de Córdoba. Y nuevamente, labradores, gauchos llaneros, viñateros, carreteros, indígenas y morenos todos, vuelven a dejar sus herramientas de trabajo y formar el ejército de La Rioja a las órdenes de su caudillo, para enfrentar al ejército que atacaba las autonomías provinciales.

Los montoneros de Facundo son derrotados en la Tablada, el 23 de junio de 1829, conociendo la amargura de la derrota. Numerosos prisioneros riojanos son fusilados, entre ellos oficiales de alta graduación.

Paz derrota nuevamente a Quiroga en la batalla de Oncativo, el 25 de febrero de 1830. En esta batalla cae prisionero el general Félix Aldao, quien sufre humillaciones por parte del coronel unitario Hilarión Plaza quien lo hace montar en un burro y lo obliga a entrar así a la ciudad de Córdoba.

Facundo se establece en Buenos Aires y pide ayuda al gobernador Juan Manuel de Rosas, quien le facilita tropas. A comienzos de 1831 vence al coronel Pringles en Río Cuarto y a La Madrid en la Ciudadela, el 4 de noviembre. Con esta última victoria se pacifica todo el norte argentino y en diciembre del mismo año envía una circular a todos los gobernadores pidiéndoles apoyo en la guerra contra los salvajes, la que se llevó a cabo en 1833 con la Campaña al Desierto.

Respecto a las ideas constitucionales del riojano, éste en carta a Rosas del 4 de septiembre de 1832 afirmaba:

“No me mueve otro interés que el bien general del país. Primero es asegurar el país de la consternación en que lo tiene un enemigo exterior y bárbaro, que desarrollar los gérmenes de su riqueza a la sombra de las leyes que deben dictarse en medio de la tranquilidad y del sosiego, y verá aquí justificado su pensamiento en orden a la Constitución”.

En la Expedición al Desierto, Quiroga se hizo cargo de las divisiones del Centro y del Oeste, que confió a los generales Ruiz Huidobro y Aldao, combinada con la del general Rosas, ganando territorios para la soberanía nacional y rescatando numerosos cautivos.

En 1834 se instaló con su familia en Buenos Aires y frecuenta la sociedad porteña, trabando una gran amistad con Encarnación Ezcurra.

El 18 de diciembre de 1835, el gobierno porteño le encomienda una misión diplomática ante los caudillos de Salta y Tucumán, viajando hacia el norte. Rosas lo acompañó hasta la Hacienda de Figueroa (San Antonio de Areco), enviándole una carta con sus ideas sobre la organización nacional y le ofreció una escolta, pues había versiones de un plan para asesinar al caudillo riojano por parte de los hermanos Reinafé, que gobernaban Córdoba.

El 16 de febrero de 1835 Facundo fue asesinado en Barranca Yaco (Córdoba) junto al doctor José Santos Ortiz (ex gobernador de San Luis y figura prestigiosa del federalismo) y otros miembros de su comitiva, por una partida de sicarios al mando del capitán de milicias Santos Pérez. Un niño de 12 años, que sirve de postillón y llora aterrado, es degollado también. La galera en que viaja Quiroga es también internada en el monte; se borran con tierra las huellas de sangre y se saquea a los muertos. Allí mismo se reparten ropas y dinero. Cuando ya la tarde declina, la partida abandona el lugar del crimen. Durante la noche se desencadena una tormenta que borra todas las huellas. Por todo el país corre la noticia del asesinato del general Quiroga.

Poco después Rosas en carta a Estanislao López afirma: “Con respecto al infame atentado cometido en la persona del ilustre general Quiroga, ya estamos conformes con nuestro compañero el señor López, gobernador de Santa Fe sobre los poderosos motivos que hay para creer que la opinión pública no es equivocada al señalar por todos los pueblos que los unitarios son los autores y los Reinafé, de Córdoba, los ejecutores de tan horrendo crimen”.

La viuda del general Quiroga, reclama, el 8 de enero de 1836 el cadáver de su esposo. Rosas dispone que su edecán, el coronel Ramón Rodríguez vaya a Córdoba en busca de los restos mortales del caudillo riojano. Rodríguez marcha acompañado de una nutrida escolta y de una carroza, lo más suntuosa que fue posible construir, y toda pintada de rojo.

El 7 de febrero los restos mortales de Quiroga son depositados en la iglesia de San José de Flores, dictando el gobierno el consiguiente decreto por el cual se le rinden al difunto general honores apoteósicos. El 19 de febrero de 1836 su cadáver recibió un homenaje en la iglesia de San Francisco y fue trasladado al cementerio de la Recoleta.

En 1877, se erigió cerca del pórtico de la entrada un pequeño monumento de mármol blanco representado a una dolorosa con una placa que lleva la siguiente inscripción:

“Aquí yace el general Juan Facundo Quiroga. Luchó toda su vida por la organización federal de la República”.

Bibliografía:
PEDRO DE PAOLI, Facundo. Vida del brigadier general don Juan Facundo Quiroga víctima suprema de la impostura, Buenos Aires, 1952.
JORGE MARIA RAMALLO, La religión de nuestra tierra, Buenos Aires, 2006.


Pensamiento Constitucional de Facundo Quiroga

Síntesis de la conferencia sobre “Pensamiento Constitucional de Facundo Quiroga” a cargo del Dr. Alberto González Arzac en el XXVI seminario de los caudillos organizado por el Instituto Facundo Quiroga el jueves 12 de abril de 2007 a las 19,30 hs. en la sede del Instituto Nacional De Investigaciones Históricas Juan Manuel De Rosas.

El disertante afirmó que, pese a que en el libro “Facundo” Domingo F. Sarmiento presentó al caudillo riojano como arquetipo de la “barbarie”, se trata de un prócer con sólida formación cultural, pues fue ahijado y discípulo del canónigo Pedro Castro Barros, quien representó a La Rioja en la Asamblea del Año XIII, el Congreso de Tucumán (1816) y el que en 1821 convocó el caudillo cordobés Jun Bautista Bustos.

Se refirió González Arzac al importante rol desempeñado por Facundo Quiroga para producir el fracaso de la Constitución unitaria de 1826 (auspiciada por Bernardino Rivadavia) al negarse a recibir en su campamento militar de Pocito al enviado del Congreso Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, advirtiéndole que “se halla distante de rendirse a las cadenas con que se pretende ligarlo al pomposo carro del despotismo”.

También aludió a la trascendente influencia ejercida por Facundo Quiroga para la adhesión de La Rioja y otras provincias norteñas al Pacto Federal de 1831, primera Constitución argentina que auspiciaron los caudillos de Buenos Aires y Santa Fe, Juan Manuel de Rosas y Estanislao López.

De allí en más Quiroga colaboró con Rosas en dar solidez institucional y política a la Confederación Argentina, como está probado en la “Correspondencia entre el Brig. Quiroga y el Gdor. Rosas” que acaba de editar el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas juntamente con el Archivo General de la Nación y la Corporación del Sur. Destacó en ese sentido la importancia de la carta escrita por Rosas a Quiroga desde la Hacienda de Figueroa (San Antonio de Areco) el 20 de diciembre de 1834, antes de que Facundo iniciara su misión al Norte y que estaba entre las ropas del caudillo riojano al ser asesinado en Barranca Yaco.

Puso de relieve González Arzac las ideas fundamentales que Quiroga quería que quedasen sancionadas en la letra del “cuadernito” (como gauchescamente llamaba a la Constitución) y pueden sintetizarse así:

- Régimen republicano: rechazo a las monarquías.

- Sistema federal: rechazo al unitarismo.

- Regionalismo: rechazo a la desintegración reconociendo las realidades culturales del Noroeste y el Litoral.

- Sufragio universal: rechazo al voto calificado o discriminatorio, implantando lo que llamó “voto libre de la República”.

Para ello coincidió con Rosas en que inicialmente debían constituirse las provincias dentro del Pacto Federal de 1831 para cohesionar luego la Nación a través de una Constitución Nacional.

(Agradecemos al Dr. Alberto González Arzac, que nos enfió esta síntesis de su conferencia)

Rosas, López,y "el moro" de Quiroga

La animosidad de Quiroga contra López venía de tiempos de la misión Amenábar-Oro, y se había exacerbado después de Oncativo. La diplomacia de Rosas consiguió apaciguar al “Tigre de los Llanos”, cuyos estallidos de cólera no llegaban al rencor permanente, y Quiroga había aceptado el mando de la División de los Andes que lo subordinaba a López, general en jefe del ejército federal. Pero sea por recelo a sus resonantes triunfos en Río Cuarto, Río Quinto, San Luis y Rodeo del Chacón, o porque López oyera a los interesados en perjudicar a Quiroga, en vez de ir contra Lamadrid con la totalidad del ejército federal, le encomendó al Tigre de los Llantos la tarea de aniquilar a los atrincherados en la Ciudadela: “¿Qué quiere decir la orden que dio (López) para que marche contra los restos del ejército sublevado y el poder de las provincias aguerridas que más de una vez domaron el orgullo de los españoles, sino que el Señor General tenía interés en que la División de Los Andes fuese destruida?”, escribía Quiroga a Rosas. Se descargó airosamente el 4 de noviembre, pero presentó al día siguiente su renuncia del ejército.

Había otro motivo, al que Quiroga daba mucha importancia: Lamadrid se apoderó en La Rioja del caballo moro de Facundo, que quedó abandonado en Córdoba cuando su retirada después de El Tío. López, sin creer que “ese mancarrón”, como dice a Rosas, era el célebre caballo de Quiroga, se lo apropió. Quiroga no pudo conseguir que se lo devolviera, y su furor estallaría con estruendo.

De este caballo habla Paz en sus Memorias al mencionar las creencias populares sobre Facundo: “Tenía(Quiroga) un célebre caballo moro que a semejanza de la cierva de Sartorio le revelaba las cosas más ocultas y le daba los más saludables consejos... rodando la conversación (relata una sobremesa de oficiales), vino caer en el célebre caballo moro, confidente, consejero y adivino del general Quiroga. Fue grande la carcajada y la mofa en términos que picó a Güemes Campero (antiguo oficial de Quiroga), que dijo:

“Señores, digan ustedes lo que quieran, rían cuanto se les antoje, pero lo que yo puedo asegurar es que el caballo moro se indispuso terriblemente con su amo el día de la acción de La Tablada porque no siguió el consejo que le dio de evitar la batalla ese día: soy testigo ocular que habiendo querido el general montarlo el día de la batalla, no permitió que lo enfrenasen por más esfuerzos que se hicieron, siendo yo mismo uno de los que procuré hacerlo, y todo para manifestar su irritación por el desprecio que el general hizo de sus avisos”


El 7 de noviembre de 1831, tres días después de Ciudadela, Ruiz Huidobro escribió a Mansilla el disgusto de Quiroga por “un caballo oscuro que él estimaba mucho (que) se lo tomó Lamadrid en San Juan y ahora se halla en poder del señor López... (Quiroga) desde que le dieron la noticia se halla como en poder desahogarse del disgusto: quiso retirarse en el acto del ejército, y se conformó en no hacerlo por causa de Don Juan Manuel hasta dar una batalla. Ahora se dispone de hacerlo... recelo otros resultados que quizás nos pongan de peor con morir sin venganza ni darle al general López dos días de gusto, y eso se debe a López que devolviese el moro y tranquilizó a Quiroga:

“Suponiendo fuese cierto que López tiene el caballo, y éste es oscuro, ha estado muy lejos de la intención de agraviarle reteniendo el animal que sólo él puede montar y lo mira como una alhaja de un amigo recobrada del enemigo para ponerlo en sus manos en la ocasión que creyese conveniente hacerlo”

López se extrañó en carta a Rosas por la historia de ese maldito caballo “que puedo asegurarle, compañero, que doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera... no puede ser el decantado caballo del general Quiroga porque éste es infame en todas sus partes”.... Sin embargo no lo devolvió.

Tomás Manuel de Anchorena, viendo que López no se desprendía del moro, escribió a Quiroga que desistiese de reclamarlo y que no hiciera de esa cuestión minúscula un asunto que podía perturbar la marcha de la República, comprometiéndose a pagar su valor. Enfurecido Quiroga contestó el doce de enero:

“Estoy seguro de que pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro caballo igual, y también le protesto a usted de buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que usted contiene la República Argentina, (por eso) es que me hallo disgustado más allá de lo posible”

Sarmiento en Facundo menciona el incidente: “Sabe (Quiroga) que López tiene en su poder un caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece con la noticia. ¡Gaucho ladrón de vacas! – exclama –, ¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!”

Quiroga y Lamadrid

Al terminar su campaña de Cuyo, Quiroga se dirigió a Tucumán. Había motivos que lo impulsaban a dirimir su contienda con Javier López y con Lamadrid.

En mayo de 1830 el gobernador de Tucumán Javier López, a través de su delegado en Buenos Aires pidió que se le entregue al “famoso criminal Juan Facundo Quiroga para ser juzgado por un tribunal nacional que se nombraría al efecto”. El pedido fue publicado en El Lucero. Es de imaginarse la bronca de Facundo de verse insultado de esa forma.

No menos ni menores razones tenía Facundo en su encono contra la Lamadrid, que el año anterior, durante su comandancia militar en La Rioja y San Juan, no solo dio carta blanca a sus subordinados para actuar “con rigor”, sino que Lamadrid había insultado a la esposa de Quiroga, había engrillado a su anciana madre, y se había quedado con unas cuantas onzas de oro que Facundo tenía en su casa particular. De todo esto tenía pruebas Facundo, según los papeles que el historiador Adolfo Saldías encontró entre sus papeles.

El 30 de junio de 1830 Lamadrid le escribía a don Ignacio Videla dando cuenta de las providencias que acababa de tomar en La Rioja:

“...espero que dé usted orden a los oficiales que mandan sus fuerzas en persecución de esa chusma, que quemen en una hoguera, si es posible, a todo montonero que agarren. A Quiroga se le han pedido doce mil pesos y seis mil a Bustos, con plazo de tres días que vencen mañana. A mi retiro de la Rioja deben ir los presos conmigo: yo los pondré donde no puedan dañar. El pueblo está empeñado que reclame la persona de Echegaray, la cual hago de oficio. A estas cabezas es preciso acabarlas, si queremos que haya tranquilidad duradera. Espero pues que usted lo tomará bien asegurado el cargo de un oficial y cuatro hombres de confianza, con orden de que en cualquier caso de peligro de fugarse, habrá llegado su deber dando cuenta de su muerte” (Manuscrito original el poder de la hija de Quiroga. Saldías Adolfo, Historia de la Confederación. T.II.p.240)

El 19 de septiembre de 1830, el mismo Lamadrid le escribe a Juan Pablo Carballo:

“Acabo de saber por uno de los prisioneros de Quiroga, que en la casa de la suegra o en la de la madre de aquel es efectivo el gran tapado de onzas que hay en los tirantes, más no está como me dijeron al principio, sino metido en una caladura que tienen los tirantes en el centro, por la parte de arriba y después ensamblados de un modo que no se conoce. Es preciso que en el momento haga usted en persona el reconocimiento, subiéndose usted mismo, y con un hacha los cale usted en toda su extensión de arriba, para ver si da con la huaca ésa que es considerable. Reservado: Si da usted con ello es preciso que no diga el número de onzas que son, y si lo dice al darme el parte, que sea después de haberme separado unas trescientas o más onzas. Después de tanto fregarse por la patria, no es regular ser zonzo cuando se encuentra ocasión de tocar una parte sin perjuicio de tercero, y cuando yo soy el descubridor y cuanto tengo es para servir a todo el mundo...” (Ibidem)

Es notable ver como este “patriota” se creía en el derecho de no ser zonzo y robar “por la patria” y “sin perjuicio de tercero”. Tampoco no tenía problemas en dejarlo confesado por escrito.

Con estos antecedentes se presenta Quiroga en Tucumán, en la campo de La Ciudadela. En las filas unitarias estaban varios de los vencedores de San Roque, La Tablada y Oncativo: Pedernera, Barcala, Arengreen, Videla, Castillo, Balmaceda y otros. Las fuerzas era similares en número: tres mil de cada parte.

Lamadrid no tiene demasiado ascendiente en su tropa, mientras que en las tropas federales se encuentra encarnado el espíritu indomable de Quiroga, que arrastra a su gente a pelear como leones.

Quiroga se ubica convenientemente. Para neutralizar la artillería unitaria lanza a Vargas sobre la infantería de Barcala. Luego ordena a Ibarra y Reinafe que lo sigan con sus divisiones, y se larga en persona sobre el enemigo, y al cabo de dos horas queda en triunfo completo.

Cuando se encuentra dueño del campo, recibe a una comisión de vecinos que va a pedirle clemencia. Facundo les muestra a los jefes que tanto lo combatieron y a los prisioneros cuya vida respetaba, no obstante lo cual hace fusilar a varios enemigos en represalia por el asesinato del general Villafañe y por el trato dado a su madre anteriormente.

Quiroga manda a buscar a la esposa de Lamadrid que se encuentra en Tucumán, para preguntarle el paradero de los noventa y tres mil pesos fuertes tomados de su casa por Lamadrid. La deja en libertad luego de cerciorase que la mujer no sabe nada, e impone una contribución pecuniaria a la ciudad, del mismo modo que lo hicieran Paz, Dehesa, Lamadrid y Videla Castillo en Córdoba, Santiago del Estero, Mendoza, San Juan y La Rioja.

Luego de la batalla, Quiroga y Lamadrid se intercambian la siguiente correspondencia:

“General – le decía Lamadrid a Quiroga -, no habiendo en mi vida otro interés que servir a mi patria (omitía el interés por las onzas de oro de Quiroga), hice por ella cuanto juzgué conveniente a su salvación y a mi honor, hasta la una de la tarde del día 4 en que la cobardía de mi caballería y el arrojo de usted destruyeron la brillante infantería que estaba a mis órdenes. Desde ese momento en que usted quedó dueño del campo y de la suerte de la República, como de mi familia, envainé mi espada para no sacarla más en esta desastrosa guerra civil, pues todo esfuerzo en adelante sería más que temerario, criminal. En esta firme resolución me retiro del territorio de la República, íntimamente persuadido que la que la generosidad de un guerrero valiente como usted sabrá dispensar todas las consideraciones que se merece la familia de un soldado que nada ha reservado (salvo las onzas “de terceros”) en servicio de su patria y que le ha dado algunas glorias. He sabido que mi señora fue conducida al Cabildo en la mañana del 5 y separada de mis hijos, pero no puedo persuadirme de que su magnanimidad lo consienta, no habiéndose extendido la guerra jamás por nuestra parte a las familias. Recuerde usted, general, que a mi entrada e San Juan yo no tomé providencia alguna contra su señora. Ruego a usted, general, no quiera marchitar las glorias de que está usted cubierto conservando en prisión a una señora digna de compasión, y que servirá usted concederle el pasaporte para que marche a mi alcance...” (Ibidem)

Es notable que, derrotado, hablara en esos términos, quien antes maltrató a la madre y esposa de Quiroga, le robo unas onzas de oro, y ordenaba “que quemen en una hoguera, si es posible, a todo montonero que agarren”

Quiroga el respondía a Lamadrid con su natural grandeza y generosidad de espíritu, y le contestaba con altura:

“Usted dice, general, que han respetado las familias sin recordar la cadena que hizo arrastrar a mi anciana madre, y de que mi familia por mucha gracia fue desterrada a Chile como único medio de evitar que fuese a La Rioja, donde usted la reclamaba para mortificarla; mas yo me desatiendo de esto y no he trepidado e acceder a su solicitud, y esto, no por la protesta que usted me hace, sino porque no me parece justo afligir al inocente”. Y para mostrarle que su proceder fue espontáneo, le agrega con la rudeza de su carácter: “Es cierto que cuando tuve aviso que su señora se hallaba en este pueblo ordené fuese puesta en seguridad, y tan luego como mis ocupaciones me lo permitieron, le averigüé si sabia donde había usted dejado el dinero que me extrajo; y habiéndome contestado que nada sabía, fue puesta en libertad, sin haber sufrido más que seis días.” Y respecto a pasaporte que le concedió, concluía su carta “No creo que su señora por si sola sea capaz de proporcionarse al seguridad necesaria en su tránsito, y es por eso que yo se la proporcionaré hasta la última distancia; y si no lo hago hasta el punto en que usted se halla, es porque temo que los individuos que le dé para su compañía, corran la misma suerte que Melián, conductor de los pliegos que dirigí al señor general Alvarado” (carta original en poder de la hija de Quiroga, publicada en La Crónica el 24 de julio de 1854 con otros documentos relativos al litigio que la viuda de Quiroga le ganó a Lamadrid)

Fuentes:

- Saldías, Adolfo. Historia de la Confederación Argentina. T.II.
- Memorias de Paz. Tomo II
- Rosa, José María. Historia Argentina. T.IV.p.168
- García Mellid, Atilio. Proceso al liberalismo Argentino. Edit.Theoría
- La Gazeta Federal 
www.lagazeta.com.ar