Publicó Amalita, una biografía de Amalia Lacroze de Fortabat, en colaboración con Marina Abiuso, y Trimarco, la mujer que lucha por todas las mujeres, un retrato de Susana Trimarco y su lucha contra la trata; dos temas poco relacionados que muestran la amplitud de mirada de Soledad Vallejos, la periodista que ahora firma Vida de ricos, costumbres y manías de argentinos con dinero, editado por Aguilar. En su expedición al mundo de los ricos y sus rituales retoma, indirectamente, la senda de un éxito editorial de los años ’60, Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, libro que catapultó al conocimiento público a Juan José Sebreli.
Las diferencias que se observan entre uno y otro libro señalan el paso del tiempo y la mirada, crítica e ideológica en los ’60, pragmática y distante en la actualidad; el agua corrida bajo los puentes, y los muros y los imperios derruidos ya se escurrieron en ese reloj de arena. Sebreli se detenía en lo que consideraba las cuatro clases básicas de aquella sociedad. Hoy, neoliberalismo mediante, la distancia entre los que tienen mucho y los que tienen casi nada se agigantó, y no son pocos los que se proponen atisbar qué sucede en ese mundo poco visible, que se oculta en edificios torres que, para un habitante del conurbano bonaerense sur, rozan los delirios de los fumadores de hachís de Las mil y una noches.
La lectura de Vida de ricos dibuja el perfil actual de quienes tienen dinero en cantidad suficiente para no titubear ante el consumo suntuario, que en muchos casos se concibe como una necesidad cotidiana. Por ejemplo, más allá de los viajes, el avión propio, los entrenadores físicos personales o los colegios exclusivos, son los compradores de obras de arte, hecho que, más allá de que está predeterminado por el tener o no tener, se ve como una necesidad espiritual. Así, una lectura del capítulo titulado “Comprar belleza”, informa del galerista que dice: “Sé que está catalogado como un lujo, como un objeto suntuario, y la verdad es que no es así. El arte es el trabajo de otro trabajador, que trabaja en el arte, que lo que hace es vender su producto. (...) Si uno piensa que es un trabajo de un artista, que lo que hace es hacerte mejor al alma, mejorarte la vida cuando lo comprás... No es una joya, no es un diamante que de por sí tiene valor, que no se mueve. Es fluctuante”; lo que abre una puerta al componente de la inversión especulativa, porque lo que hoy se compra por poco tal vez mañana cueste mucho, o al contrario.
Soledad Vallejos dialogó con Miradas al Sur, que le propuso algo así como una ampliación de temas desde la óptica del periodista que investiga, para saber, entre otras cosas, si había tenido muchas dificultades para hacer este trabajo.
“En todo momento dejé claro que soy periodista, y que estaba trabajando para escribir un libro, no quería ocultarme, y la respuesta que tuve fue muy buena. A veces sorprendente, porque hay gente de la que uno piensa que será de difícil acceso, y te llaman al otro día para confirmarte la entrevista. En cambio otros, que parecen más fáciles, dan vueltas y vueltas y al final, nada”, dice.
El periodista tiene que conectar con el otro y, al mismo tiempo, mantener la distancia que le permita observar, lo que no siempre es fácil: “En todo el libro, yo no doy opinión sobre lo que observo, lo cuento, lo narro; mi intención era mostrar. Y, en ese sentido, tuve la satisfacción de que cuando se publicó hubo entrevistados que me llamaron para agradecerme que hubiera respetado sus declaraciones”.
Como lo mejor de un libro es poder leerlo, esta nota cruza fragmentos deVida de ricos, costumbres y manías de argentinos con dinero, con breves comentarios, como para que el lector de Miradas al Sur tenga un aperitivo de lo que encierra entre tapa y contratapa.
Viejos y nuevos ricos. Para los foráneos, puede ser incomprensible que las pequeñas batallas por el prestigio se diriman en terrenos ajenos y supuestamente neutrales como peluqueros, maquilladoras, personal trainers. En el combate todo vale para generar clima. Un estilista que recorre las zonas acomodadas de Buenos Aires para atender a sus clientes dice que todo el tiempo escucha las cantinelas: “El viejo rico te habla mal del nuevo rico. El rico nuevo te dice: Ah, pero ésos son los ricos viejos, los de antes. (…) Los que hablan mal son siempre los ricos viejos de los ricos nuevos. Te dicen: ‘Estos qué se creen, mirá Puerto Madero, todos corruptos’. Claro, porque el rico viejo dice que hizo la plata bien. Bueno, que la heredó.”
“Es algo muy típico de la gente rica de la Argentina verse como alguien aristocrático, término que yo evito, porque aquí no hay aristocracias, solo burguesía, alguna más antigua y otra más reciente”, precisa Soledad Vallejos. El tema, como un sonsonete, se repite de generación en generación desde principios del siglo XX: “Ya en Caras y Caretas se hablaba de los arribistas, y de las primeras familias, hay algo snob en esa actitud que aún persiste”.
Vestidos. La elegancia de la sangre necesita el dinero, y sin embargo el dinero no siempre garantiza esa elegancia. Los viejos ricos, los de apellidos conocidos, pueden tener debilidad por señalar esa paradoja. La distinción, insisten, tal como lo señalaban en los años veinte los cronistas sociales temerosos de la aparición de parvenus y rastaquoères, esos arribistas sin gusto, no viene sola con los billetes.
En países también nuevos, como Australia, sus viejas familias se enorgullecen de ser descendientes de presidiarios expulsados de Inglaterra, en la Argentina pocos quieren recordar que su ancestro fue un pastor vasco o escocés analfabeto. “Creo que debería ser al revés –dice Vallejos–, que alguien haya comenzado de abajo, como inmigrante, hasta tener fortuna es meritorio, algo así como un símbolo.”
Fiestas benéficas. En las tazas humea el té. Ante las mesas hay señoras vestidas con el esmero que merece todo cóctel; algunas hasta se han provisto de tocados. Aunque en la vida hay un tiempo para jugar a la sociedad y otro para disfrutar de la buena moda, aquí se puede hacer todo a la vez. Además, el ambiente es todo lo exclusivo que puede desearse para un rato de small talk, besos, saludos. Si algo viene a demostrar el Six O’Clock Tea, el té-desfile que Carminne Dodero –hija del naviero y autodefinido “historiador autodidacta” Alberto Dodero y Marina Tchomlekdjoglou, famosa por su amistad con Christina Onassis– organiza en embajadas que fueron palacios de familias tradicionales y mansiones que pertenecen a grandes fortunas actuales, es que el chic cotidiano es posible.
En tal vez añorada época, las señoras de la sociedad hacían beneficencia anónimamente, pero desde hace un tiempo se encaminaron hacia el show, como el desfile de modas a la hora del té. Para Soledad Vallejos “en esos encuentros hay más cercanía entre los nuevos y los viejos ricos, y se busca la participación de la prensa. No son como antes, donde se privilegiaba la exclusividad. Ahora se mezclan los de antes y los famosos”. En ese sentido es un claro ejemplo la gala anual de Fundaleu (fundación para combatir la leucemia), donde hay que ser elegido y pagar para compartir mesa con famosos.
Red carpet. “Gana el smoking, claro”, señala Gloria Basavilbaso (Relaciones Institucionales de Fundaleu), para quien el hecho de que la cita cumpla a rajatabla las exigencias de una gala no es menor. “Es la única fundación que sigue haciéndolo. La nuestra es la única gala. (…) Que sea gala, a las famosas les encanta, y a los diseñadores también, porque es el momento de lucir sus productos. Nosotros hacemos red carpet (alfombra roja), es un momento como los Oscar. Sobre esa red carpet quiso caminar Ricardo Fort, pero sin suerte, porque sus gestores fracasaron en el intento de ganarle el pedido de ser famoso para la velada. (…)”. Para mantener el concepto de “gala”, la consigna es sencilla: el escándalo y la polémica no suman a la idea de glamour.
“Fundaleu, en su origen, era el esfuerzo de algunas mujeres que lo llevaban con dificultades y hoy, en ese sentido, es modélico, se lo administra como una empresa rigurosa y su fiesta anual es una manera de recaudar los fondos que se necesitan para asistir a la investigación médica –señala la autora deVida de Ricos, costumbres y manías de argentinos con dinero–. En la gala todo está preparado para explotar el show, como la red carpet que recorren a la entrada los famosos para que la prensa los fotografíe. Es una costumbre que comenzó en la época de Menem, y de alguna manera tiene ese estilo; hay mucho de cholulismo.”
Modelos de mujer. Aunque el atletismo común y silvestre, convertido en running a fuerza de marketing, esté cada vez más de moda y se haya extendido a un mercado amplio, en el mundo de los que tienen entrenadores personales lo preferible es caminar y no correr. Por lo menos las mujeres, con cuerpos intervenidos y tan trabajados por la ciencia que el universo de ejercicios posibles se reduce. Pecho operado y aumentado, cola modelada en quirófano son tan habituales que difícilmente se comenten, aun entre conocidos. (…) Por eso son pocos los que se ofenden y muchos los que están acostumbrados a escuchar las preguntas cuando el personal, o el health staff de turno, es nuevo y prepara la rutina. “¿Algún toquecito en la cara?”, “¿Lolas, lipo, algo retocado?”, “¿Tenés extensiones, alguna cosita nueva?”, “¿Qué otra cosa hacés?”.
“Es gente que consume todo eso, que está acostumbrada. Y tenés que saber, porque si no sabés, por ahí lo ponés en riesgo”, explica un entrenador que también prefiere quedar en el anonimato por razones obvias.
Resulta interesante observar que a fines del siglo XIX o principios del XX, los perfiles de la “mujer de bien” y la “artista” se diferenciaban drásticamente, y que hoy, en las galas, la mayor parte de las mujeres asistentes se parecen mucho, sean modelos siliconadas o empresarias. Soledad Vallejos observa que “la relación de la mujer con su representación en la sociedad cambia todo el tiempo. En la antigua Caras y Caretas uno puede ver a aquellas mujeres, con unas cinturas estrechas que no podían ser naturales, que se asfixiaban con los corsets. Pero el cambio no es de ahora, ya en los ’40 la mujer estaba más suelta, más activa, y hoy se encuentra que tiene que responder a un modelo de juventud eterna. Siempre bien, siempre lozana, y recurre al gimnasio, a los masajes, a la cirugía. Pero nada de eso es exclusivo de los ricos”. La moda, hasta hace poco, de sortear retoques de pechos en las discotecas, o que fuera el regalo de quince en la clase media, señala esa democratización de un recurso. “Antes se hacía un elogio de la virtud y ahora del cuerpo perfecto –dice Soledad Vallejos–. Creo que se ha cambiado una esclavitud por otra.”
Lo que se tiene que saber. Para no pasar por un colado, los códigos de lenguaje son importantes. En ese sentido lo que manda es el inglés. En una invitación a gala, fiesta privada, boda o reunión social, se precisa la vestimenta, y no es lo mismo casual dress (ropa casual), que dress down(ropa sencilla) y menos dress suit, traje de etiqueta. Aunque en ciertas ocasiones el sentido es ambiguo, como dress up, que puede ser vestirse de etiqueta o incluso disfrazarse, dependiendo de la fiesta. Todo circuito social requiere cierto grado de atención a los códigos compartidos, para saber que hasta un cumpleaños puede ser un party time, que exija formal dress, si es por la tarde, y party dress, o sea traje de noche, si es por la noche. Por las dudas, si hay que señalar algo, es mejor hacerlo en inglés.
Postales por un peso
Tradición: Diálogo con un socio del Jockey Club (40 años, hijo de socio), sobre la no admisión de mujeres socias. –Bueno, son tradiciones. Es un lugar con seis mil socios, todos hombres, muchos con una mentalidad medio cerrada. Como es un lugar que siempre fue de hombres, no lo conocen abierto.
–¿Es tema esto en el club?
–No, ni siquiera se trata.
Parvenus y rastaquoères. Hay recelos entre ricos de antes y nuevos ricos, acepta Carminne Dodero, la organizadora del Six O’Clok Tea. Como vivió en los Estados Unidos dice que era un “país superdemocrático donde nunca vi esta boludez. Este país (habla de la Argentina) es un pueblo. Queda lejos. Andá a decirle a un americano me llamo Anchorena. Te va a responder ‘¿y a mí qué me importa?’”.
Sudor caro. De Daniel Tangona, el personal (con acento en la “e”) trainer de ricos y famosos: “Tengo que poder sentarme a una mesa con ellos y poder hablar sobre cómo es Venecia, cómo es Milán. Estar aggiornado. No puedo ser un ignorante que anda de musculosa, ojotas, con el tatuaje y nada más”.
Socialité. Se dice de quién realza las fiestas
con su presencia, sin que se le conozcan méritos especiales.
Princesas. De Patricia della Giovampaola, princesa D’Arenberg, heredera de empresas de su marido: “En la Argentina ser princesa o no, no importa, no existe, ni siquiera yo me acuerdo.
En Francia vas a una comida y por tu título sabés que vas sentada a la derecha del dueño de casa”. Preguntada si se siente una socialité, dice: “No soy una actriz, ni soy cantante, no soy bailarina, ni modelo. Entonces, probablemente sí, socialité”.
Confesiones de un masajista. Si una clienta le comenta que consiguió tres pasajes a Nueva York por 10.000 dólares, dice: “Qué suerte, encontraste barato. A Juan le salió 30 mil. Imaginate que si yo digo ‘¡qué barbaridad!’, no me cuentan más nada.
Y a mí me gusta charlar con la gente, hace que se sienta cómoda”.
EL LIBRO
Título: Vida de ricos. Costumbres y manías de argentinos con dinero
Autor: Soledad Vallejos
Editorial: Aguilar