martes, 18 de noviembre de 2014

ECOS DE LA CUMBRE Kicillof: "El apoyo del G-20 es de carácter sistémico"



“Formamos parte del G20, somos un país que todos tienen en consideración por lo hecho en estos diez años”, comentó Axel Kiccilof a radio del Plata, y agregó que Argentina “planteó fuertemente el tema de la deuda acompañada por otros países, no sólo por su amistad como es el caso de Francia, Rusia, México, Brasil, sino por el carácter sistémico”, ya que “la cuestión de los fondos buitre es algo que afecta al sistema financiero internacional”.
Comentó también que en el desarrollo de la reunión se reflejó "la preocupación de los líderes del G20 por la crisis internacional", y remarcó que "2014 era el año en que esperaban observar una recuperación definitiva, y en lugar de eso vamos por el tercer año de desaceleración mundial". Respecto de las posturas para salir de esta situación, señaló que "básicamente hay dos posiciones": por un lado quienes sostienen la necesidad de ajustar para achicar la deuda, y quienes proponen una acción contracíclica que reactive la demanda.
Además, contó que la charla informal con el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, surgió porque “se acercó para preguntar por la salud de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner”, así como en otros momentos lo hicieron “Angela Merkel, Puttin, Hollande, Abot, Rajoy”, para agregar que en el encuentro percibió “un enorme afecto” por la presidenta argentina de parte de los líderes del G20.

TRATADO SOUTHERN-ARANA (14 de noviembre de 1849)

La letra del tratado

Obras de Leonardo CastagninoCon motivo de la intervención anglo-francesa al Río de La Plata, el 24 de noviembre de, tras larga negociación, 1849 se firma del Tratado Southern-Arana. 

El Exmo. Sr. Gobernador y Capitán General de la provincia de Buenos Aires, Encargado de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina y su Magestad la Reyna de la Gran Bretaña, deseando concluir las diferencias existentes y restablecer las perfectas relaciones de amistad, en conformidad a los deseos manifestados por ambos gobiernos y habiendo declarado el de S. M. Británica no tener objetos algunos separados o egoístas en vista, ni ningún otro deseo que ver establecidas con seguridad la paz e independencia de los Estados del Río de la Plata, tal como son reconocidos por tratados, han nombrado al efecto por sus plenipotenciarios, a saber:

Su Excelencia el señor Gobernador y Capitán General de la provincia de Buenos Aires, al Ministro de Relaciones Exteriores, Camarista Dr. D. Felipe Arana y S. M. la Reina de la Gran Bretaña, al Exino. señor Ministro Plenipotenciario nombrado por su Magestad cerca del Gobierno de la Confederación, caballero don Henrique Southern, quienes después de haber comunicado sus respectivos plenos poderes, y hallándolos en buena y debida forma, han convenido lo que sigue:

Art. I Habiendo el Gobierno de S. M. Británica, animado del deseo de poner fin a las diferencias que han interrumpido las relaciones políticas y comerciales entre. los dos paises, levantado el día quince de Julio de mil ochocientos cuarenta y siete, el bloqueo que había establecido en los puertos de las dos Repúblicas del Plata, dando así una prueba de sus sentimientos conciliatorios; al presente se obliga, con el mismo espíritu amistoso, a evacuar definitivamente la Isla de Martín García, a devolver los buques de guerra argentínos que están en su posesión, tanto como sea posible en el mismo estado en que fueron tomados, y a saludar al pabellón de la Confederación Argentina con veinte y un tiros de cañón.

Art. II Por las dos partes contratantes serán entregados a sus respectivos dueños, todos los buques mercantes con sus cargamentos, tomados durante el bloqueo.

Art. III Las divisiones auxiliares argentinas existentes en el Estado Oriental, repasarán el Uruguay cuando el Gobierno Francés desarme a la Legión Extrangera y todos los demás extrangeros que se hallen con las armas y formen guarnición de la ciudad de Montevideo, evacue el territorio de las dos Repúblicas del Plata, abandone su posición hostil, y celebre un tratado de paz. El Gobierno de S. M. Británica, en caso necesario, se ofrece a emplear sus buenos oficios para conseguir estos objetos, con su aliada la República francesa.

Art. IV El Gobierno de S. M. reconoce ser la navegación del Río Parand una navegación interior de la Confederación Argentina, y sujeta solamente a sus leyes y refflamentos, lo mismo que la del Río Uruguay en común con el Estado Oriental. Art. Y Habiendo declarado el Gobierno de S. M. Británica que dá libremente reconocido que la República Argentina se halla en el goce y ejercicio incuestionable de todo derecho, ora de paz o guerra, poseído por cualquiera nación independiente; y que si el curso de los sucesos en la República Oriental ha hecho necesario que las Potencias Aliadas interrumpan por cierto tiempo el ejercicio de los derechos beligerantes de la República Argentina, queda plenamente admitido que los principios bajo los cuales han obrado, en iguales circunstancias habrían sido aplicables ya a la Gran Bretaña o a la Francia; queda convenido que el Gobierno Argentino, en cuanto a esta declaración, reserva sus derechos para discutirlo oportunamente con el de Gran Bretaña en la parte relativa a la aplicación del principio.

Art. VI A virtud de haber declarado el Gobierno Argentino que celebraría esta convención siempre que su aliado el señor Presidente de la República Oriental del Uruguay, Brigadier don Manuel Oribe, estuviese previamente conforme con ella, siendo esto para el Gobierno Argentino una condición indispensable en todo arreglo de las diferencias existentes, procedió a solicitar el avenimiento de su referido aliado, y habiéndolo obtenido se ajusta y concluye la presente.

Art. VII Mediante esta convención, queda restablecida la perfecta amistad entre el Gobierno de la Confederación y el de S. M. Británica, a su anterior estado de buena inteligencia y cordialidad.

Art. VIII La presente Convención será ratificada por el Gobierno Argentino a los quince días de presentada la ratificación del S. M. Británica, y ambas se canjearán.

Art. IX En testimonio de lo cual los Plenipotenciarios firman y sellan esta Convención en Buenos Aires, a veinte y cuatro de Noviembre del año del Señor mil ochocientos cuarenta y nueve.

(L. S.) Felipe Arana. (L. S.) Henry Southern. (1)
Debate en el parlamento inglés

El proyecto fue remitido a Londres el 3 de marzo de 1849, y el 22 de febrero de 1850, a instancias de Palmerston, se lleva a cabo una interpelación en la Cámara de los Lores. El conde Aberdeen dijo entender por palabras del subsecretario de relaciones exteriores, Iansdowne, que el tratado concluido aunque todavía no ratificado, era entre Inglaterra y la Argentina pero excluía al Uruguay, lo que le parecía alarmante, pues coma a todos los europeos le preocupaba que no se dejaran ambas márgenes del Plata bajo de una sola jurisdicción política; censura la falta de concierto con Francia (no por francofilia, sino al contrario por. desconfianza de que, una vez excluida por Inglaterra, aquélla prosiguiera por su cuenta una política colonizadora, lo que afirma aduciendo declaraciones de legisladores y gobernantes franceses en el reciente debate de la Asamblea) ; dijo preferir la presencia de los franceses en Montevideo, a la de Rosas; y declaró insoportable el insulto del dictador argentino al agente inglés sufrido durante más de un año. (Irazusta, Julio: Vida política de Juan Manuel de Rosas.t.VII..p.325)

Lo más interesante de este debate entre los Lores es la declaración que las palabras de Aberdeen le arrancaron a Lord Howden, que conocemos por al versión del Times.

Lord Howden se dirigió a la Cámara por algún tiempo, pero solamente pudimos oír algunas frases sueltas de su discurso, de las cuales apenas podemos hacer uso, ignorando el propósito con que las usó. Le oímos denunciar la expedición pirática en el Río Paraná como uno de los ataques más groseros contra un Estado independiente que hayan sido cometidos jamás, y declarar que los resultados esperados de ella en abrir a nuestro comercio el gran continente del Paraguay, que se presenta a la distancia como un vasto panorama, fueron puramente ilusorios. Fue una grosera infracción del derecho de gentes, e irritó al General Rosas en un tiempo en que nuestro objeto era apaciguarlo. El no se sorprendía que después de tal ocurrencia, el General Rosas haya sido algo minucioso en la fraseología de nuestro tratado, particularmente respecto a los ríos que corren por los territorios de diferentes poderes. El esperaba que la Francia convendría en el mismo tratado en que nosotros habíamos consentido, porque estaba muy seguro de que nosotros, al firmar aquel tratado, habíamos arreglado la cuestión. El había visto recientemente que en la Asamblea Francesa habían sido recibidas como hechos muchas aserciones respecto del tratamiento que el General Rosas daba a los Europeos, cuando por su propia experiencia sabía que eran enteramente destituidas de verdad. El sabía muchos casos en los cuales el General Rosas había ofrecido a los Europeos toda clase de cuidados y protección; y creía que el tratado que habíamos celebrado con aquel Jefe sería observado religiosamente por él en todas sus estipulaciones. En este tiempo en que solamente había 200 ó 300 miserables orientales dentro de la ciudad de Montevideo, podía ser necesario que aquella plaza tuviese la protección de una potencia extranjera; pero si los habitantes ricos e inteligentes que estaban en el campo del General Oribe lograban la entrada a la ciudad, no había temor de que entregasen su independencia al Gobierno de ,Buenos Aires, a la Asamblea Nacional de Francia, a una corporación de especuladores comerciales, o cualquiera otro.(2)

Dos días más tarde, el Daily News de Londres epilogaba acertadamente sobre el debate, diciendo que Aberdeen hacía mal en "agravar las dificultades de una cuestión, por la discusión parcial de la otra", cuando Inglaterra estaba por desgracia empeñada en una coerción a Grecia, "no solamente separada de los franceses, sino también desagradable para ellos". Y agrega:

"Las vistas de los franceses sobre Montevideo son suficientemente patentes. M. Thiers las desenvolvió y confesó francamente. La Francia necesita colonias; la Francia necesita marina. Para tener un poder naval debe ejercer dominio en algún punto distante del globo y Sudamérica es el último campo, desocupado por los poderes naUcs de Europa. Para'conseguir este poder naval Thiers ha prometido hace tiempo, y ahora propone por plan el hacer a Montevideo tan independiente y tan francés como sea posible…No necesitamos demostrar el descaro, la desconsideración y lo absurdo de semejante plan."

Luego historia la intervención desde sus comienzos, y afirma que ningún estadista la quiso; pero que en todos los casos cedieron a razones políticas de orden interior en cada uno de los países; y le reprocha a Aberdeen haber dicho que prefería en Montevideo la presencia de los franceses a la de Rosas, por temor a que el caudillo porteño cerrara los ríos al comercio inglés, cuando si hay algo seguro es que los franceses podrían cortarlo, como lo han hecho en Argel, pero no Rosas, cuyo cierre de los ríos obedeció a razones circunstanciales.

Este escollo levantado por la oposición al tratado Southern Arana no iba a estorbar la conclusión del arreglo anglo argentino, pero los obstáculos mucho mayores que los opositores en la Asamblea nacional de Francia siguieron oponiendo incansablemente a los arreglos de Lepredour con Rosas y Oribe, demoraron aún por muchos meses la aprobación de la tarea desarrollada en el Plata por el contralmirante francés. (Ibídem.p.327)

(1) Archivo Americano, Nueva Serie, N° 21, ps. 135 139, con los textos destinados al gobierno argentino, y al gobierno inglés, cada uno traducido a tes idiomas, castellano, inglés y francés; Tratados, convenciones, protocolos, etc. de la República Argentina, Bs. As., 1911, t. VIII; ps. 319 322; Compilación en honor de Pago Largo, ed. por el gobierno de Corrientes en 1939, t.III; y Muñoz Azpiri, Rosas, ps. 136 138.

(2) Archivo Americano, Nueva Serie, N° 19, ps.125-126


Fuentes:
- Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas.t.VII.ps.236.325
La Gazeta Federal 
www.lagazeta.com.ar

AYOHUMA - 14 de noviembre de 1813

Después de la derrota de Vilcapugio, Belgrano debió reorganizar su ejército. El 5 de octubre se hallaba en Macha, a tres leguas de los ingenios de Ayohuma; y allí tomó todas las medidas necesarias para reorganizar su ejército y afrontar nuevamente la suerte de las armas. A principios de noviembre, Belgrano, situado en Ayohuma, contaba de nuevo con 3.000 hombres y 8 piezas de artillería, en regular estado de organización. Había tenido que remontar sus efectivos con reclutas del país, por lo cual debía combatir a todo trance, pues se hallaba persuadido de que una retirada, en su situación, lo exponía a los riesgos de una deserción considerable y, en consecuencia, a la desbandada total de sus tropas.

El ejército realista, en cambio, se movía desde Ancacato, con 3.500 hombres estimulados por la victoria y 18 piezas de artillería.

Poco antes de la batalla, Belgrano reunió a los jefes de su ejército en junta de guerra. En ella se opuso a todo proyecto de retirada y a otros planes poco prudentes y tomó sobre sí la responsabilidad de la acción. Pero al ponerla en práctica, no mostró el arresto de otras veces. No tenía confianza en la moral de las tropas; ni ya era el hombre de Tucumán que, al advertir una falsa maniobra del enemigo, se precipitó sobre él, sable en mano. Guareció su ejército detrás de un barranco, frente a la pampa de Ayohuma, en que pensaba debía desarrollarse la acción, con la esperanza de envolver mediante su fuerte caballería el flanco izquierdo del ejército enemigo. “El plan de Belgrano – dice Mitre- era esperar el ataque en sus posiciones: dejar que el enemigo se comprometiese en la llanura, hasta que estrechado a su izquierda por el barranco que quedaba a la derecha de los patriotas, se viera en la necesidad de ganar terreno en dirección opuesta, y entonces lanzar sobre su izquierda los lanceros de Zelaya, envolviéndola y tomando a su espalda, al mismo tiempo que la infantería cargase a la bayoneta sobre el resto de la línea”. Para que dieran resultado estas disposiciones, era preciso que el ataque del enemigo se pronunciase de frente, como lo esperaba el general. Prestábase a críticas la colocación de la caballería, que hubiera tenido que concretarse a la izquierda, por tener un terreno propicio para sus operaciones, y no ser necesaria su presencia a la derecha, que estaba asegurada”(1)

Una hábil maniobra de Pezuela, que se corrió sobre la izquierda, apareciendo por sorpresa sobre el ala derecha de Belgrano, obligó a Belgrano a modificar bruscamente su formación, cambiando de frente. Pero al no introducir variantes en su plan de lucha, éste se inutilizó. Fueron desechas las dos alas patriotas y quedaron sin apoyo las columnas del centro. Bajo un intenso fuego de la artillería realista se produjo la dispersión de las fuerzas patriotas, perdiéndose fatalmente la batalla. La resistencia fue heroica y el triunfo resultó caro en vidas para el vencedor.

Según el parte de Pezuela, los soldados de Belgrano resistieron “como si hubieran criado raíces en el lugar que ocupaban”. (2) Las pérdidas fueron enormes para el ejército patriota. Los comandantes Cano y Superí, de Cazadores y de Pardos y Morenos respectivamente, quedaron muertos en el campo de batalla. Belgrano debió dejar en poder del enemigo cerca de l.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Al iniciar el movimiento de repliegue con aproximadamente l.000 hombres, Belgrano le encargó a Zelaya la dura tarea de protegerlo con 80 dragones. Al día siguiente de la batalla, Belgrano se hallaba en la quebrada de Tinguipaya, donde terminó la reorganización de sus tropas. Según el testimonio del general Paz, que acompañaba a Belgrano, la disciplina más severa se observó en todas las marchas. En esas críticas circunstancias Belgrano ordenó rezar el Rosario, a pesar de la cercanía del enemigo. La religión presente en los momentos de triunfo, les daba fortaleza a Belgrano y a su ejército en la derrota.

Lamentablemente esta derrota tuvo graves consecuencias militares y políticas; se perdieron las provincias altoperuanas en manos de los realistas y la Revolución quedó nuevamente seriamente amenazada desde el norte, por donde los realistas podían avanzar sin obstáculo.

Referencias:

1-Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Buenos Aires, 1887, 4ª. Edición, II, pp. 247-248. Citado por Mario Belgrano, Historia de Belgrano. 2da. edición. Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, 1996,pp.262-263.

2- Véase: Instituto Nacional Belgraniano, General Belgrano. Apuntes biográficos.2da. edición. Buenos Aires, 1995 y Luis Roque Gondra, Vilcapugio y Ayohuma. En: Instituto Nacional Belgraniano, Manuel Belgrano. Los ideales de la Patria. Buenos Aires, 1995, pp. 74-76.

Fuente:

- Instituto Nacional Belgraniano

GENERAL ANGEL VICENTE PEÑALOZA (EL CHACHO)

Asesinato de un General Argentino .
(Reportaje de Caras y Caretas Nº 607 - Mayo 1910)

El 12 de noviembre de 1863 el brigadier general Angel Vicente Peñaloza, a sus gallardos 70 años, está refugiado en la casona de su amigo Felipe Oros, en la pequeña población riojana de Olta, con media docena de hombres desarmados, a pocos días de su derrota en Caucete, San Juan, contra las tropas de línea del gobernador de la provincia y director de la guerra designado por el presidente Bartolomé Mitre: Domingo Faustino Sarmiento, que estaba desesperado entonces por saber dónde se escondía su peor enemigo.

A principios de mes el capitán Roberto Vera sorprende a un par de docenas de seguidores de Peñaloza. "Acto continuo se les tomó declaración", dice el escueto parte de su superior, el mayor Pablo Irrazábal: seis murieron pero el séptimo habló. El chileno Irrazábal lo manda a Vera con 30 hombres al refugio del caudillo, donde lo encuentra desayunando con su hijo adoptivo y su mujer. 

El Chacho, el amable gaucho generoso y valiente defensor a ultranza de las libertades de los pueblos, sale a recibirlo con un mate en la mano y, entregando su facón -en cuya hoja rezaba la leyenda "el que desgraciado nace / entre los remedios muere"-, le dice al capitán: "estoy rendido". Vera lo conduce a uno de los cuartos y le pone centinela de vista. Y le comunica el suceso a Irrazábal. El mayor no tarda en aparecer. Entra al cuarto y pregunta de un grito: "¿quién es el bandido del Chacho?". Una voz calma, desbordante de buena fe, le contesta: "yo soy el general Peñaloza, pero no soy un bandido".

Inmediatamente, y sin importarle la presencia del hijastro y de doña Victoria Romero de Peñaloza, el mayor Pablo Irrazábal toma una lanza de manos de un soldado y se la clava en el vientre al general. Después lo hizo acribillar a tiros. Y mandó cortarle la cabeza y exhibirla clavada en una pica en la plaza del pueblo de Olta. Sarmiento, que nada deseaba más que esa muerte, le escribe a Mitre el 18 de noviembre: "...he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".

General ´Chacho´PeñalozaLa bandera abandonada por Urquiza en Pavón había sido alzada por el Chacho Peñaloza, brigadier general del ejército de la nación y jefe del III Ejército -el "Ejército de Cuyo"-, aunque sin tropas de línea ni armas. De una vieja familia fundadora de La Rioja, de larguísima carrera de luchas en las que había ganado todos sus grados en el campo de batalla, Peñaloza fue teniente coronel de Facundo Quiroga, y lo acompañó en todas sus campañas, sirviendo después de Barranca Yaco a las órdenes del gobernador Brizuela, con quien entró a la coalición del Norte. Este cambio de frente obedeció a la falsa versión unitaria que le achacaba a Rosasla inspiración del asesinato de Facundo.

Es después de Pavón, cuando el Chacho levanta una vez más su enseña, cabalgando sin sombrero, ceñida la melena blanca con una vincha gaucha, y son cientos, y pronto miles los que lo rodean, paisanos con sus caballos de monta y de tiro, y una media tijera de esquilar atada a una caña como lanza. De La Rioja a Catamarca, de Mendoza a San Luis, de Córdoba a San Juan, la montonera crece levantando voluntarios en marcha triunfal. En los Llanos, el caudillo es imbatible. Por eso, el gobierno nacional manda al sacerdote Eusebio Bedoya a ofrecerle la paz. El Chacho acepta complacidísimo y se fija La Banderitapara el cambio solemne de las ratificaciones y de los prisioneros de guerra. El acude con sus tenientes y montonera en correcta formación. El ejército de línea, conducido por los jefes mitristas Rivas, Arredondo y Sandes -los dos últimos orientales-, rodean a Bedoya.

José Hernández, el autor del Martín Fierro, narra la entrega de los prisioneros nacionales tomados por el Chacho. "¿Ustedes dirán si los han tratado bien?", pregunta éste. "¡Viva el general Peñaloza!", fue la única y entusiasta respuesta. 

Luego el riojano se dirige a los jefes nacionales: "¿Y bien, dónde están los míos?... ¿Por qué no me responden?... ¡Qué! ¿Será cierto lo que se dice? ¿Será verdad que todos han sido fusilados?"...

Los jefes militares de Mitre se mantenían en silencio, humillados; los prisioneros habían sido todos degollados sin piedad, como se persigue y se mata a las fieras de los bosques; las mujeres habían sido arrebatadas por los invasores... Al decir del joven periodista Hernández -testigo angustiado de las desdichas nacionales-, Bedoya y los propios jefes militares, conmovidos, sienten asco por haberse mezclado en la negociación. 

¡Y después dicen que es malo
el gaucho si los pelea!
Rancho donde asesinaron al ChachoLos Caudillos

“Artigas, López, Güemes, Quiroga, Rosas, Peñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución: son sus primeros soldados”(Alberdi, Juan Bautista. Los Caudillos. Colección Grandes Escritores Argentinos, 3; W. Jackson, Inc. Buenos Aires) (AGM-PLA.p.165)

“No teniendo militares en regla, se daban jefes nuevos, sacados de su seno. Como todos los jefes populares, eran simples paisanos las maás veces. Ni ellos ni sus soldados, improvisados como ellos, conocían ni podían practicar la disciplina. Al contrario, triunfar de la disciplina, que era el fuerte del enemigo, por la guerra a discreción y sin regla, debía ser el fuerte de los caudillos de la independencia. De ahí la guerra de recursos, la montonera y sus jefes, los caudillos: elementos de la guerra del pueblo: guerra de democracia, de libertad, de independencia”. (Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata. Edit. Garnier Hnos. Bibl. de Grandes Autores Americanos, París).(AGM-PLA.p.173)

Fuentes:
- Garcia Mellid, Atilio. Montoneras y Caudillos en la historia Argentina.
- Garcia Mellid, Atilio. Proceso al liberlismo argentino.
- “La guerra de exterminio” - Investigación periodística de José Hernández - Agenda de Reflexión Número 234, Año III, Buenos Aires.

JUAN BAUTISTA VAIROLETO - (1894 - 1941)

El apellido también se escribe con be larga, pero documentos judiciales de época dan cuenta de la ve corta. Además, así es como él mismo firmaba.

Juan Bautista Vairoleto forma parte de la historia y mitos polulares.

Nacido en Santa Fe, vivió en La Pampa. Se hizo matrero perseguido por la policía. Se estableció en Alvear, Mendoza. Casado con Telma Cevallos tuvo dos hijas.

El 14 de Septiembre de 1941, rodeado por la policía, luego de nutrido tiroteo y antes de entregarse, se quita la vida para no caer preso.

..."Juan se suicidó. No lo mataron, el se suicidó. Yo me levanté de la cama tras de él, protegiendo a las chicas. Veo que se pega el tiro y empieza a caer para atrás, se apoya en la pared y cae al piso. Luego, entró la policía y le tiraron ya muerto en el piso..." (relato de Telma Ceballos).

Forma parte de la mitologia de los humildes, que lo consideran "protector". 

Biografía breve

Hijo de una pareja de inmigrantes italianos, Juan Bautista Vairoleto fue el segundo de seis hijos. Nació en Santa Fe el 11 de noviembre de 1894. Su familia se radicó en la provincia de La Pampa, en una zona triguera que abarcaba Castex y Monte Nievas.

Cuando era chico, su familia se radicó en Colonia Castex, un pueblo de La Pampa.Parte de su juventud la pasó en los burdeles, donde conoció a los primeros anarquistas. Allí se enamoró de una mujer, que también era pretendida por un gendarme llamado Elías Farache. 

Farache y Vairoletto tuvieron una pelea feroz: Farache terminó con un balazo en el cuello. 

Fue acusado de homicidio y encarcelado hasta 1921. Se movía por ambientes peligrosos como casas de juego y prostíbulos. Fue asaltante de caminos, sosteniendo tiroteos con la policía de Castex y otras localidades de La Pampa y provincias vecinas. Era considerado el vengador de los sufrimientos de sus amigos y su figura de justiciero fuera de la ley hace que se vuelva popular, convirtiéndose en un mito.

La gente lo ayudaba a huir, y cuando se refugiaba en un lugar le hacían llegar mensajes para prevenirlo, le proporcionaban alimentos, abrigo y cuidados. Como corresponde a la leyenda robaba a los ricos y ayudaba a los pobres, repartiendo lo obtenido entre sus amigos, protectores y gente necesitada.

En la década de 1930, se lo hacía responsable de cualquier asalto o muerte ocurrida, pero parecía un fantasma que la policía perseguía sin resultados. A principios de los años cuarenta se organiza una persecución dispuesta a terminar con él. Lo sorprendieron y le dieron muerte en la madrugada del 14 de septiembre de 1941, en General Alvear, Mendoza.

Lo velaron en el Comité Demócrata de dicha localidad. A su funeral asistieron miles de personas llegadas desde La Pampa. Sus restos descansan en el cementerio de la localidad dónde murió, en un pequeño mausoleo levantado con las contribuciones de sus fieles. Concurren hombres y mujeres que ofrendan flores, crucifijos, placas y objetos diversos para pedirle que proteja sus familias, trabajo, salud, amor, etc.

Algunos devotos recorren de rodillas la distancia entre la entrada del cementerio y su tumba. Aún hoy, algunos pampeanos se ufanan de que sus abuelos hubieran "protegido" a Vairoleto y recuerdan anécdotas vinculadas a este gaucho.

Vairoleto fue el último "gaucho alzado" que marca el fin de una época. Muere en los albores de una nueva Argentina con industrias, con sindicatos y vida predominantemente urbana en la que durante largo tiempo no volvió a repetirse el fenómeno.

Los relatos del "Viejo Acosta"
(Recopilados por LC)

“El viejo Acosta” fue un antiguo poblador del oeste pampeano, de “la zona de Acha”.

Paisano pícaro, allá por 1970 contaba cerca de ochenta años. Lo recuerdo como una especie de reencarnación del “Viejo Vizcacha”:

Viejo lleno de camándulas
con un empaque a lo toro,
andaba siempre en moro
metido no sé en que enredos,
con las patas como loro
de estribar entre los dedos.


Por las noches, en el campo, entre mate y mate brotaban de la boca de ese paisano, cuentos y anécdotas de su pasado en los montes, “por la zona de Acha”.

Decía haber sido “amigo” de Vairoleto, quien lo habría visitado en “las casas” en varias oportunidades, y a quien muchas veces habría protegido bajo su techo humilde.

En varias oportunidades, me hizo referencia a varios episodios que forman parte de la historia o la leyenda de Vairoleto. Según Don Acosta, en su vida de gaucho alzado, Vairoleto tenía varios compinches y contaba con varios caballos, entre ellos algunos de su preferencia, acostumbrados a correr boleados, a venir “al silbido” de Vairoleto, y en cuyo recado nunca faltaba un “Wincher”... “por lo que puta pudiera”.

Según me refirió Acosta, en una oportunidad Vairoleto dejó en casa de su madre uno de sus caballos preferidos. Un sargento de la “polecía” que lo perseguía, llegó hasta la casa de la madre de Juan Bautista, a quien quiso “sacarle” el paradero de Vairoleto. Ante la negativa, fue maltratada por el “polecía”, quien además en venganza por la “inquina” que le tenia al gaucho alzado, con un “fierro” caliente le quemó los ojos al pobre animal. No faltó oportunidad para que Vairoleto se tomar la revancha, castigando el salvaje hecho.

Una noche estaba el “sargento de polecía” con varios “ganchos” en un boliche de las afueras de Acha haciendo un alto en la persecución, tomando unas copas y tratando de conseguir información sobre el paradero de Vairoleto, cuando que en la puerta del boliche se presenta “bien montado, el mesmo Vairoleto”, que al ver la “polecía” se retira a “galope tendido”. El sargento manda “a la milicada” en su persecución, quedándose el propio sargento en el boliche, festejando la inminente captura.

Pero Vairoleto no dispara; ata las riendas a las clinas del caballo, “se apea” en el monte, y manda a la partida tras un caballo sin jinete. Al rato nomás, ante la sorpresa del “polecía” que festejaba por anticipado, se le presenta Vairoleto en el boliche...para tomar su revancha.

                            

 

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CACIQUE PINCÉN

Se llamaba Pincén. Tenía 70 años cuando dejó que su alma también fuera apresada en cinco fotos tomadas poco después de su captura, en noviembre de 1878 por el fotógrafo italiano Antonio Pozzo, con estudio en la calle Victoria 590 (hoy Hipólito Yrigoyen) esquina San José.

El 11 de noviembre de 1878, en un telegrama al nuevo ministro Julio A. Roca (Alsina había fallecido), el coronel Conrado Villegas le comunicaba su captura.

Pincén fue sentado sobre un matungo ayudado por su sobrino el capitanejo Mariano Pincén y con las manos atadas en la espalda con un tiento crudo, fue llevado a Trenque Lauquen, donde estaba acampado Villegas. Allí se desarrolló la siguiente escena, que muchos años después recordaría un testigo presencial, doña Martina Pincén de Cheuquelén, nieta del cacique: "...Estábamos todos nosotros (en Trenque Lauquen) cuando vino el General (Villegas) y le habló, y el abuelo dijo: ¡No me maten! Pero después dijo: Si me van a matar, que se salve mi familia. El cacique se paró, alto como era, blanco, estaba vestido de gaucho; chiripá y bota de potro, camiseta, camisa blanca.
Y lo sacaron así, con camisa y todo. Se lo llevaron. Estaban allí todos, la finada mamá, mi tía María. Se lo llevaron..."


La captura de Pincén marca el ocaso de la resistencia indígena que se inició un siglo antes, a mediados del siglo XVIII, cuando las incipientes estancias cercanas a la ciudad de Buenos Aires avanzaban sobre lo que era territorio indígena, ocupando progresivamente los campos donde los aborígenes se abastecían de ganado salvaje. Despojados de los campos y de su ganado, las comunidades comenzaron a asaltar las estancias con malones para conseguir alimento, tras lo cual los habitantes de Buenos Aires levantaron los primeros fortines, que fueron de hecho la primera frontera defendida por el Cuerpo de Blandengues, una especie de milicia formada paisanos mal armados y mal pagados.

En las décadas siguientes, el desarrollo de la ganadería con vistas a su exportación desde el puerto de Buenos Aires, reavivó la urgencia por expandir la frontera más allá del límite natural que trazaba el río Salado. Y si bien en un comienzo predominó la política de integración basada en tratados y negociaciones pacificas con los indígenas del sur, las hambrunas y la pérdida progresiva de los territorios aumentó la virulencia de los malones indígenas. Entre 1868 y 1874, durante la presidencia de Sarmiento, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina buscó frenar los ataques con el cavado de una zanja paralela a la línea de frontera, de unos 3 metros de ancho por 2 de profundidad, pero no tuvo éxito. Su sucesor, Julio Argentino Roca, se inclinó por asignar un gran presupuesto para armar un ejército que erradicara a los indios del territorio entre la frontera y el Río Negro. Y la estrategia fue exitosa: el avance de cinco divisiones de 2 mil hombres, bien vestidos, comidos y armados fue incontenible. De una población total indígena de unos 19 mil hombres y mujeres, la campaña al Desierto cosechó; - 5 caciques principales presos (entre los que estaba Pincén) y uno muerto (Baigorrita) - 1.271 indios de lanza presos. - 1.313 indios de lanza muertos. - 10.513 indios de chusmas presos. - 1.049 indios reducidos.

Es en ese contexto donde resalta la figura del cacique Pincén, al frente de una tribu de no más de 1.500 indígenas con tolderías en Toay, a unos 220 km al oeste de Guaminí, porque resistió hasta el final la colonización de sus tierras librada bajo la bandera del progreso y la civilización. Según explicó la investigadora Susana Rotker en su libro Las cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina, la campaña al Desierto tenía móviles bastantes más materiales: "Entre 1822 y 1830, los Anchorena - primos de Juan Manuel de Rosas, uno de los más exitosos líderes de las llamadas campañas del desierto - acumularon 352.000 hectáreas de la pampa. La conquista del desierto, comandada por Roca en 1878 y 1879 agregó unos 54 millones de hectáreas al "patrimonio nacional", que fueron entregadas en gran parte a especuladores y terratenientes, como ya era la tradición"

Misterio

¿De dónde había venido Pincén? ¿Cuál era su origen? Algunos decían que había nacido en Guaminí. Pero para fuentes consultadas por el historiador, diplomático, periodista y académico Estanislao Zeballos, Pincén era un indio nacido en Carhué y que hizo su fama en prácticas malhabidas: creció haciendo viajes desde la pampa de Buenos Aires a los valles andinos, traficando ganado robado en la República Argentina para llevarlo a Chile,"donde los indios eran recibidos como mercaderes honrados, mientras en nuestros campos dejaban marcado su paso con sangre y cenizas. En Chile les era comprada la hacienda a razón de un poncho por vaca, una botella de caña o aguardiente por yegua, como precios corrientes, sin perjuicio del negocio de prendas de plata, cuentas, armas y abalorios". También de acuerdo con esta versión, recreada en el libro de Zeballos, Episodios en los territorios del sur (1879). "La fama de Pincén subió de grado en los pagos andinos y lograba arrastrar en sus correrías y aventuras nuevos mocetones araucanos que, cediendo al espíritu aventurero y a la codicia, lo acompañaban a buscar fortuna; y como la bola de nieve, la clientela de Pincén aumentaba sin cesar."

En su libro Pincén, mito y leyenda, el historiador Juan José Estévez reseña varias teorías contradictorias sobre el origen del cacique. Como la del historiador y antropólogo Milcíades alejo Vignati quien asegura que los rasgos de Pincén no son los rasgos de un indígena cien por ciento. "Indudablemente hay mezcla, hay sangre india pero atenuada; casi podría asegurarse que no es fruto de primera mestización: es decir que uno de los abuelos ha sido el portador de la sangre indígena." O la de otro historiador; Dionisio Schóo Lastra quien, en La lanza rota (1951), cuenta que las ancianas de la tribu de Pincén recordaban que el cacique era hijo de una cautiva cordobesa de Río Cuarto y que de ella había heredado el ser ladino (conocer los dos idiomas y, por eso, podía precaverse más que los demás) y la audacia que siempre mostró.

Según Schóo las ancianas contaban que Pincén había heredado el cáracter de su madre, una cautiva blanca de Río Cuarto que se enamoró de un joven capitanejo que tenía por vocación el "amansar fieras", o sea, dedicado a la crianza y adistramiento de pumas americanos y que por ello dede joven lo llamaban Ayllapan (ailla=nueve, pangui=león o puma). De la unión de ambos nació Pincén, quien fue un eximio cazador y adiestrador de pumas, actividad que habría aprendido de su padre.

De contextura atlética y robusta, con su metro ochenta de altura, Vicente Pincén se destacaba por sobre las siluetas de los demás indígenas. Frente a un ejército poderoso y pertrechado, su nombre comenzó a ser leyenda en su juventud en la zona de Pergamino por vencer a los militares con ingenio y ferocidad. Se contaba por ejemplo la vez en que Pincén y cien de los suyos volvían de un malón con cerca de 4.000 potros arrebatados de las estancias del lugar. "Dieron contra un cuerpo de línea que los aguardaba pie a tierra, cerrándoles con las bocas de sus armas el paso entre los cañadones. Los indios, sintiéndose perdidos, se volvieron a mirar al cacique como requiriéndole que resolviera la situación. Pincén, con un golpe de vista de buitre, improvisó con sus hombres una manga y lanzando por entre ella a los 4.000 potros espantados, los llevó contra los soldados que resultaron pisoteados y dispersos. Pincén ganó el desierto sin una baja y con todo el arreo"

O cuando hacía frente a los fusiles a repetición con un arma de su invención llamada el lazo: la llevaban dos caballos unidos por un lazo y en medio de éste, suspendida, una bola grande de piedra. Se ponían al galope los caballos, que eran azuzados para que continuaran en esa ruta. La piedra golpeaba así el corazón del piquete haciendo el desparramo o impidiéndoles a los soldados tomar puntería, mientras los indios se acercaban con rapidez para ultimarlos.

En esta lucha entre indios y soldados, sólo se podía vencer con el ingenio porque, a diferencia de lo que sucedió en los Estados Unidos - con los comancheros o los traficantes de armas -, en nuestras pampas los aborígenes no tuvieron acceso a las armas de fuego. Por el contrario, ya en 1877 - cuando se inicia la última fase de la Campaña al Desierto -, el soldado bien montado y con un sable estaba notoriamente en mejores condiciones de defenderse frente a un indio con una lanza de casi tres metros o portando la llamada bola perdida o bola de combate, por más diestramente que se la manejara. (El coronel Villegas solía decir que un soldado en estas condiciones equivalía a tres o más indios.) Y a esto había que sumar el Remington. Porque con el antiguo rifle de un solo tiro - que le insumía unos minutos al soldado volverlo a cargar- el indio sabía que era el momento oportuno para irse al humo y ultimar al soldado (de ahí la frase: "se me vino al humo"). Pero el Remington, un rifle a repetición, puso de una vez y para siempre a los indios en franca desventaja en el combate dejándoles la huida como única salida posible.

Batallas y detención

Pero más allá de su astucia, la fama de Pincén creció por su postura ofensiva contra el gobierno de Rosas en desmedro de la postura acuerdista y sólo a veces defensiva del cacique Calfucurá.

Según Estanislao Zeballos, "Pincén pasó a la historia como indio cabal, baqueano consumado, guerrero corajudo, cazador de fama, jefe montaraz, huidizo, con frecuentes cambios de habitat (...) que emerge con fuerza su señera figura ofreciendo resistencia a todo intento de penetración militar en sus dominios. (...) Se distinguió siempre por su bravura y la efectiva táctica de rápidas guerrillas para mantener atemorizados a fortineros y pobladores. Se manifestó reacio a firmar tratados de paz; y cuando lo hizo, para asegurarse la entrega de raciones, abandonó la actitud pacífica ante el menor incumplimiento, dando muestras claras de su inveterado espíritu guerrero que de inmediato transmitía a sus capitanes, para así volver a malonear, una y otra vez, en el oeste y norte de la provincia de Buenos Aires, causando muertos, incendios y pillaje (La Picaza, Junín, La mula colorada; Fortín vigilancia, Colonia de Brizuela, Fortín Bagual, Carlos Casares, Tapera de Díaz, Fortín Esperanza, Bahía Blanca)

Entre sus mayores audacias se cuentan el robo de los famosos Blancos de Villegas, el 21 de octubre de 1877, cuando los indios se llevaron de la comandancia de Trenque Lauquen, 53 de esos caballos blancos, custodiados bajo siete llaves. Como viejos contrincantes, Pincén y el coronel Villegas se tenían gran respeto.

Fue Roca quien ordenó a Villegas batir a Pincén en sus propios dominios y conducirlo prisionero a Buenos Aires. Y Villegas cumplíó. El Cacique fue detenido con su familia en noviembre de 1878, cerca de la laguna Malal (noreste de La Pampa), y un mes después, arribó a la capital, para ser recluído en la Isla Martín García con parientes y otros de su tribu.

Muerte misteriosa

No hay datos exactos sobre su muerte. Hay quienes dicen que el cacique murió en la isla Martín García, en una segunda prisión tras cuatro años de libertad.

Otros aseguran que ya estando en libertad, Pincén decidió morir en Guaminí, donde para algunos habría nacido y donde vivió en sus años mozos y que por esto partió con algunos miembros de su familia hacia Los Toldos y después hacia su morada final, a orillas de la laguna El Dorado.

Dicen que la última vez que se lo vio, allá por 1896 ó 1897, el cacique juntaba maíz en las chacras de San Emilio. Dicen también que cuando se sintió morir Pincén viajó a Trenque Lauquen a despedirse de su familia. Y que su cadáver fue llevado por los blancos. Para otros, su cuerpo fue envuelto en cuero y arrojado a una laguna. Y Juan José Estévez se inclina por la versión de que algún familiar pudo haberse encargado de los restos y se hallen en custodia en algún cementerio.

Hoy Luis Eduardo Pincén, tataranieto del cacique, 45 años, profesor de Ciencias Naturales y presidente de la ONG Namuntu (Estar de pie), dice que el legado de Pincén es enorme porque da el marco de cómo vivir y cómo trabajar.

"Nosotros, los indígenas, no éramos tan malos como nos pintaban. Fuimos los primeros villeros, los primeros rebeldes por la frustración que sentimos al ser desalojados de nuestra cultura e incluidos en una sociedad que sólo nos acepta en los estratos más bajos."

Por esto hoy Luis Eduardo Pincén libra una lucha diaria y pacífica con el objetivo de que todos los indígenas que viven en la Argentina recuperen su dignidad. "Porque para nosotros el hombre está integrado al universo: el nehuén, o la energía espiritual del hombre, es uno más con el nehuén del agua, el del viento, del guanaco y del ñandú. Y nuestro espíritu, nuestro kempeu, es uno solo y sufre mientras haya un descendiente que está perdido y revive cuando hay un descendiente que pelea por su gente."

Fuente: Texto de Claudia Selser / Revista Viva 

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PACTO DE SAN JOSE DE FLORES (11 de noviembre de 1859)
CONVENIO DE PAZ ENTRE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA Y EL ESTADO DE BUENOS AIRES

El Exmo. Señor Presidente de la Confederación Argentina, Capitán General del Ejército Nacional en Campaña, y el Exmo. Gobierno de Buenos Aires, habiendo aceptado la mediación oficial, a favor de la paz interna de la Confederación Argentina, ofrecida por el Exmo. Gobierno de la República del Paraguay, dignamente representado por el Exmo. Señor Brigadier General D. Francisco S. López, Ministro Secretario de Estado en el Departamento de Guerra y Marina, de dicha República, decididos a poner término a la deplorable desunión en que ha permanecido la República Argentina, desde 1852, y a resolver definitivamente la cuestión que ha mantenido a la Provincia de Buenos Aires separada del gremio de las demás que constituyeron y constituyen la República Argentina, las cuales unidas por un vínculo federal, reconocen por Ley fundamental la Constitución sancionada por el Congreso Constituyente en 1° mayo de 1853 - acordaron nombrar Comisionados por ambas partes plenamente autorizados para que discutiendo entre sí y ante el Mediador con animo tranquilo, y bajo la sóla inspiración de la paz y del decoro de cada una de las partes todo y cada uno de los puntos en que hasta aquí hubiere disidencia entre Buenos Aires y las Provincias Confederadas hasta arribar a un Convenio de perfecta y perpetua reconciliación, quedase resuelta la incorporación inmediata y definitiva de Buenos Aires a la Confederación Argentina, sin mengua de ninguno de los derechos de la Soberanía local, reconocidos como inherentes a las Provincias Confederadas, y declarados por la propia Constitución Nacional; y al efecto nombraron a saber: por parte del Presidente de la Confederación Argentina, a los Sres. Brigadier General D. Tomás Guido, Ministro Plenipotenciario de la Confederación Argentina, cerca de S. M. el Emperador del Brasil y del Estado Oriental, Brigadier General D. Juan Esteban Pedernera, Gobernador de la Provincia de San Luis y Comandante de la Circunscripción del Sud, y Dr. D. Daniel Aráoz, Diputado al Congreso Nacional por la Provincia de Jujuy, y por la del Gobierno de Buenos Aires a los Sres. Dr. D. Carlos Tejedor y D. Juan Bautista Peña, quienes canjeados sus respectivos Plenos Poderes, y hallados en forma, convinieron en los artículos siguientes:

ARTÍCULO 1° - Buenos Aires se declara parte integrante de la Confederación Argentina, y verificará su incorporación por la aceptación y jura solemne de la Constitución Nacional.

ARTÍCULO 2° - Dentro de veinte días de haberse firmado el presente Convenio, se convocará una Convención Provincial que examinará la Constitución de Mayo de 1853, vigente en las demás Provincias Argentinas.

ARTÍCULO 3° - La elección de los miembros que formarán la Convención se hará libremente por el Pueblo y con sujeción a las leyes que rigen actualmente en Buenos Aires.

ARTÍCULO 4° - Si la Constitución Provincial, aceptase la Constitución sancionada en Mayo de 1853, y vigente en las demás Provincias Argentinas, sin hallar nada que observar a ella, la jurará Buenos Aires solemnemente en el día y en la forma que esa Convención Provincial designare.

ARTÍCULO 5° - En el caso que la Convención Provincial, manifieste que tiene que hacer reformas en la Constitución mencionada, éstas reformas serán comunicadas al Gobierno Nacional para que presentadas al Congreso Federal Legislativo decida en convocación de una Convención ad hoc que las tome en consideración, y a la cual la Provincia de Buenos Aires se obliga a enviar sus Diputados, con arreglo a su población, debiendo acatar lo que esta Convención así integrada decida definitivamente, salvándose la integridad del territorio de Buenos Aires, que no podrá ser dividido, sin el consentimiento de su Legislatura.

ARTÍCULO 6° - Interín llega la mencionada época, Buenos Aires no mantendrá relaciones diplomáticas de ninguna clase.

ARTÍCULO 7° - Todas las propiedades de la Provincia que le dan sus leyes particulares, como sus establecimientos públicos, de cualquier clase y género que sean, seguirán correspondiendo a la Provincia de Buenos Aires, y serán gobernados y legislados por la autoridad de la Provincia.

ARTÍCULO 8° - Se exceptúa del artículo anterior, la Aduana, que como por la Constitución Federal corresponden las Aduanas exteriores a la Nación, queda convenido en razón de ser casi en su totalidad las que forman las rentas de Buenos Aires, que la Nación garante a la Provincia de Buenos Aires su presupuesto de 1859 hasta 5 años después de su incorporación, para cubrir sus gastos, inclusive su deuda interior y exterior.

ARTÍCULO 9° - Las leyes actuales de Aduana de Buenos Aires sobre comercio exterior seguirán rigiendo hasta que el Congreso Nacional revisando las tarifas de Aduana de la Confederación y Buenos Aires, establezcan la que ha de regir para todas las Aduanas exteriores.

ARTÍCULO 10° - Quedando establecido por el presente pacto un perpetuo olvido de todas las causas que han producido nuestra desgraciada desunión, ningún Ciudadano Argentino será molestado por hechos ú opiniones políticas, durante la separación temporal de Buenos Aires, ni confiscados sus bienes por las mismas causas conforme a las Constituciones de ambas partes.

ARTÍCULO 11° - Después de ratificado este Convenio, el Ejército de la Confederación, evacuará el territorio de Buenos Aires, dentro de quince días, y ambas partes reducirán sus armamentos al estado de paz.

ARTÍCULO 12° - Habiéndose hecho ya en las Provincias Confederadas, la elección de Presidente, la Provincia de Buenos Aires, puede proceder inmediatamente al nombramiento de electores para que verifiquen la elección de Presidente hasta el 1° de Enero próximo, debiendo ser enviadas las actas electorales antes de vencido el tiempo señalado para el escrutinio general, si la Provincia de Buenos Aires hubiese aceptado sin reserva la Constitución Nacional.

ARTÍCULO 13° - Todos los Generales, Gefes y Oficiales del Ejército de Buenos Aires, dados de baja desde 1852, y que estuviesen actualmente al servicio de la Confederación, serán restablecidos en su antigüedad, rango y goce de sus sueldos, pudiendo residir en la Provincia ó en la Confederación, según les conviniere.

ARTÍCULO 14° - La República del Paraguay, cuya garantía ha sido solicitada tanto por el Exmo. Sr. Presidente de la Confederación Argentina, cuanto por el Exmo. Gobierno de Buenos Aires, garante el cumplimiento de lo estipulado en este Convenio.

ARTÍCULO 15° - El presente Convenio será sometido al Exmo. Sr. Presidente de la República del Paraguay, para la ratificación del artículo precedente, en el término de cuarenta días, ó antes si fuere posible.

ARTÍCULO 16° - El presente Convenio será ratificado por el Exmo. Sr. Presidente de la Confederación Argentina y por el Exmo. Gobierno de Buenos Aires, dentro del término de cuarenta y ocho horas, ó antes si fuere posible.

En fé de lo cual el Ministro Mediador y los Comisionados del Exmo. Sr. Presidente de la Confederación y del Exmo. Gobierno de Buenos Aires lo han firmado y sellado con sus sellos respectivos. Fecho en San José de Flores a los diez días del mes de noviembre del año de 1859.

Francisco S. López
Tomas Guido
Carlos Tejedor
Juan E. Pedernera
Juan Bautista Peña
Daniel Aráoz