Tres imágenes satelitales (de 2008, 2009 y 2012) pueden ser útiles para comprender el impacto de las urbanizaciones cerradas sobre el cauce natural del río Luján. La mirada de la urbanista Laila Robledo.
Por Laila Robledo
La imagen que ilustra esta nota no hace más que evidenciar las consecuencias producidas luego de que una urbanización privada ocupara el valle de inundación del Río Luján. Como puede apreciarse, se trata de un simple ejercicio de visualización en Google Earth, donde es posible obtener imágenes en el tiempo sobre un mismo sitio, e instantáneamente, observar los cambios producidos. Entre ellos, el más contundente es el de la distorsión del cauce natural del Río Luján y su desborde, luego de la urbanización cerrada.
En este caso, se trata de aplicar el sentido común: todo río o arroyo cava con sus crecidas un área llamada “valle de inundación”, que es la que vuelve a ocupar cuando llueve por encima del promedio. De modo que si ese espacio es modificado, tanto por refulados, endicamientos, terraplenes, como alterado en sus cotas, para favorecer a emprendimientos que lucran con la generación de lagunas artificiales, se terminan alterando los regímenes hidráulicos, e inundando las ciudades.
Ahora bien, el problema no termina aplicando el sentido común. ¿Son por sí mismas, las urbanizaciones cerradas, las que provocan las inundaciones? Es una discusión necesaria, pero no suficiente. Es preciso, por lo tanto, encarar la cuestión considerando que dichas urbanizaciones se han producido en el marco de una privatización de la ciudad, propiciada desde los 70s, estimulada en los 90s, y escasamente regulada hasta la actualidad. La existencia de normas permisivas, la no aplicación de normas adecuadas, o bien, la falta de control y monitoreo de estas últimas, ha propiciado que los humedales fuesen ocupados, y valorizados, a pesar de los efectos en cuanto a la peligrosidad y vulnerabilidad evidenciados en cada inundación.
Haciendo un paréntesis, pareciera que el término “humedal” sólo debiera utilizarse en escritos académicos, o en simposios de ecología. Sin embargo, y muy sencillamente, los mismos son los principales reguladores de las inundaciones: funcionan como una esponja, retienen el agua de las crecidas y la purifican, favorecen al desarrollo de la biodiversidad, y gradualmente, contribuyen al completamiento natural del ciclo hidrológico. Sin embargo, los mismos se “taponan” con urbanizaciones que, paradójicamente, promocionan un estilo de vida asociado al disfrute del agua y la naturaleza.
Siguiendo: ¿cómo funcionan estas urbanizaciones? Primero, remueven el suelo a partir de refulados y excavaciones, trasladando el suelo y generando grandes pozos, luego generan una especie de muro de contención (endicamientos perimetrales) que son rellenados con agua y suelo. Una vez que estos decantan, forman el terreno sobre el que luego se construirá. Por último, se elevan los sectores donde se emplazarán las viviendas -no vaya a ser que se inunden!- y se generan las enormes lagunas que posibilitan “amarrar el velero en la puerta de casa”. Luego, si el río crece, el problema es de otros.
No estamos hablando de un country, existen más de 650 urbanizaciones cerradas en la Región Metropolitana de Buenos Aires, sin contar a los barrios semicerrados (los cerrados ilegalmente por los propios vecinos), la mitad está sin declarar, y nada indica que fueran a detenerse, las rentas que generan son extraordinarias.
La cuestión es compleja pues no sólo ocupan valles inundables, sino también el periurbano productivo. ¿Cómo pensar en un Sistema de Áreas verdes metropolitano en este escenario?
La falla principal radica en la ausencia, en algunos casos, y en la no aplicación, en la mayoría de ellos, de reglas específicas de ocupación del territorio a partir de Planes concretos e integrales que den cuenta, no sólo acerca de qué ciudad se pretende, sino también, y fundamentalmente, sobre cómo la misma se gestionará.
En la ciudad consolidada, donde el crecimiento urbano y edilicio propicia un aumento del coeficiente de impermeabilidad y de escorrentía, también deben considerarse políticas urbanas que reconozcan la pertenencia a un sistema de cuencas hidrográficas. Los problemas no empiezan y terminan en un mismo municipio, por lo tanto, las soluciones pasan por la elaboración, gestión y ejecución de Planes Integrales de ordenamiento Territorial y Urbano, que incluyan, tanto la dimensión económico-social, como la cuestión ambiental. En otras palabras, que logren adaptarse a la realidad local, pero siempre, dentro de lógicas mayores y más complejas, como son las cuencas, coadyuvando a la interjurisdiccionalidad, y a la transdiciplinariedad.
Planificar la ciudad y hacer ciudad implica comprender que la misma es una construcción social, y que por lo tanto, no debe dejarse la cuestión urbana en manos de quienes la consideran sólo como un bien de mercado, ocupando y destrozando recursos necesarios para el conjunto, o construyendo e impermeabilizando el suelo ilimitadamente.
Nos encontramos en un punto de inflexión, y desde esta perspectiva, lo mínimo esperable es la actuación:
- A corto plazo, atendiendo a los sectores vulnerados, invisibilizados históricamente por la ineficacia; generando las obras de infraestructura necesarias, y limitando efectivamente el modo de apropiación, uso y valorización del suelo por parte del mercado inmobiliario.
- A mediano plazo, considerando escenarios urbanos tendenciales que incluyan la variable ambiental, la topografía urbana, la capacidad de soporte, los indicadores urbanísticos, la determinación de zonas de riesgo por inundaciones (con sus respectivos planes de contingencia), la regulación de las urbanizaciones privadas, la prohibición de movimientos de suelo en humedales, y la aplicación de las normas en vigencia por parte de los Comités de Cuenca.
- Y a largo plazo, generando una ciudad resiliente, donde sin este tipo de urbanizaciones, la imagen satelital del 2050 presente claros signos de integración y equilibrio urbanoambiental.