domingo, 9 de noviembre de 2014

IN MEMORIAM MEXICO HERMANO

Hegemonía posneoliberal Por Emir Sader

América latina fue una víctima privilegiada del neoliberalismo. Nuestra región fue la que tuvo más gobiernos neoliberales y en sus modalidades más radicales.

Basta pensar en lo que era el Estado social chileno, de los más avanzados del continente y cómo esos avances fueron destruidos por procesos de mercantilización de derechos conquistados por los chilenos a lo largo de décadas. Como Argentina, tuvo autosuficiencia energética, pero vio a su empresa estatal privatizada y entregada a corporaciones multinacionales.

Justamente por eso América latina se erigió como el continente donde han surgido y se han desarrollado gobiernos que buscan la superación del neoliberalismo, fenómeno único en el mundo actual. Nadie puede negar que esos gobiernos fueron la forma más efectiva de responder a la crisis del neoliberalismo. Basta ver cómo han reaccionado esos gobiernos y los resultados que han tenido y mirar hacia países del continente que no lo han hecho –como México– o hacia Europa, que insiste en respuestas neoliberales a la crisis neoliberal, tirando alcohol al fuego y ahondando una crisis que todavía no tiene horizonte de salida.

Los gobiernos antineoliberales de América latina –Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, por orden de aparición– han resistido al neoliberalismo y han dado inicio al proceso de construcción de alternativas, con gobiernos que llamamos de posneoliberales. Atacan a tres ejes fundamentales del neoliberalismo: la prioridad del ajuste fiscal, por medio de la prioridad de las políticas sociales; la prioridad de tratados de Libre Comercio con los Estados Unidos, por la prioridad de los procesos de integración regional y por los intercambios Sur-Sur; y la centralidad del mercado, por el rescate del rol activo del Estado como inductor del crecimiento económico y la distribución de renta.

Son formas de resistencia al neoliberalismo, pero que no constituyen todavía un modelo de su superación. Porque el modelo neoliberal fracasó, fue derrotado políticamente en esos países, pero dejó su pesada herencia. Y es a partir de ella, de las debilidades producidas por el neoliberalismo, que esos gobiernos tienen que resistir y construir alternativas.

Estados debilitados, economías abiertas al mercado internacional, desindustrializadas, dependiendo de la exportación de productos primarios, hegemonía del capital financiero bajo su forma especulativa, predominio del agronegocio en la agricultura de exportación, monopolio privado de los medios de comunicación, dominio de la ideología mercantil, entre otros.

Hubo un primer período en el que las políticas de redistribución de renta, más los precios altos de los productos de exportación y las demandas de China, fueron factores de recuperación para las economías de esos países, que a su vez han generado un apoyo extenso de amplias capas de la población. Esa fase ha transformado la fisonomía social de esas sociedades, disminuyendo la desigualdad, la pobreza, la miseria y la exclusión social, mientras en el mundo todos esos aspectos negativos siguen creciendo. Ha permitido que, congregados, esos países hayan de-sarrollado políticas externas soberanas y solidarias, mientras recuperaban la capacidad del Estado para actuar frente a la crisis recesiva internacional.

Pero ello no es suficiente para diseñar un modelo de superación del neoliberalismo. Se han desarrollado estrategias defensivas frente a un contexto internacional. Por una parte, el modelo de desarrollo económico con distribución de renta es una conquista irreversible. Pero, por otro lado, mantienen niveles de crecimiento económico que dependen de la exportación de productos primarios, en medio de la prolongada recesión internacional, asediados por los capitales especulativos locales e internacionales, lo que coloca límites claros a un nuevo ciclo expansivo de nuestras economías.

Un modelo superador del neoliberalismo supone la construcción de una fuerza regional, en la que se pueda definir nuevos nichos para un proceso de rescate de la industrialización, valiéndose de los recursos naturales de que disponemos, de la capacidad tecnológica acumulada, de los recursos propios de financiamiento, para no sólo resistir al neoliberalismo, sino construir una hegemonía posneoliberal en el conjunto de nuestros países. Esto implica una decisión política fuerte para establecer la prioridad de los mecanismos de integración regional –especialmente el Mercosur, por su grado de homogeneidad– de parte de los gobiernos que se proponen construir un mundo más allá del neoliberalismo.

09/11/14 Página|12

Por qué Ayotzinapa Por Tanalís Padilla *

En busca de respuestas fáciles a la tragedia de Ayotzinapa, varios señalamientos se han ido al Guerrero bravo, la guerrilla, la tendencia de los jóvenes normalistas para protestar y, la más amañada, el supuesto vínculo de los estudiantes con el crimen organizado. Este tipo de razonamiento y las superficiales respuestas que genera el porqué Ayotzinapa poseen una característica en común: si el fin que encontraron los estudiantes fue violento, las razones se han de originar en su propia violencia. Confunden causa y efecto.

Pero las movilizaciones nacionales e internacionales han obligado a ir más a fondo. En busca de respuestas profundas son muchos los que han recorrido el espacio de la escuela, han hablado con quienes allí estudian y han conocido a sus familiares. Allí han encontrado un entorno penetrante y multifacético cuya lógica organizativa, dignidad y persistencia es producto de una rica historia de lucha.

Ciertamente existe un Guerrero bronco, pero no aquel implicado por el superficial uso del término que atribuye una esencia violenta a los habitantes del estado. Existen razones históricas que explican la violencia en Guerrero y éstas empiezan con la pobreza y las estructuras de poder que la reproducen. Armando Bartra, en su libro Guerrero bronco (Ediciones Sinfiltro, 1996), hace un recorrido histórico que explica la formación de las redes de poder: los caciques y su apropiación de las ganancias de copreros y cafetaleros, los monopolios industriales, el enorme negocio de las empresas turísticas de Acapulco. Es una riqueza de unos cuantos generada a partir de la explotación de la mayoría.

De allí proviene la violencia: de un sistema que condena la población al hambre, de quienes detentan el poder y hacen uso de la fuerza para mantener lo que ellos llaman orden. Es una estructura que tiene sus raíces en la colonia, persiste en el siglo XIX, y poco cambia con la Revolución. Pero lo que sí se gesta a través de varias generaciones es la voluntad de resistir. De allí el Guerrero bravo cuyos recientes protagonistas fueron Genaro Vázquez y Lucio Cabañas.

En su libro Specters of Revolution (Espectros de revolución), publicado por Oxford University Press este año, Alexander Aviña escribe la historia de los movimientos guerrilleros liderados por Vázquez y Cabañas. El autor apunta: “Ambas insurgencias emergen de un proceso enraizado en la cultura política del campesino, una que se encuentra impregnada de utopías: memorias de fallidas y exitosas rebeliones, de anhelos incumplidos por tierra y democracia local, por revolucionarios martirizados. Aun en su derrota, sostiene Aviña, la lucha genera una constelación de posibilidades, alternativas y visiones, generadoras éstas de un futuro distinto al que impone el presente”.

De estas posibilidades dan cuenta los murales que cubren las paredes de la normal rural de Ayotzinapa. Por eso sus alumnos celebran a Cabañas y Vázquez así como celebramos a nivel nacional a Hidalgo, Morelos, Zapata y Villa. Lo hacen no de una forma estática, como las celebraciones oficiales, sino evocando los vínculos que unen a la escuela con el mundo campesino, con el mundo del cual provienen los propios estudiantes.

Es un vínculo que hace a los normalistas rurales sensibles a la injusticia, reacios a aceptarla. El mismo Cabañas contaba: “Cuando vimos el sufrimiento, muchos de los que nos fuimos a estudiar dijimos: vamos a estudiar, pero para el pueblo”. Estudiar para el pueblo es precisamente un concepto que no se permite dentro del modelo neoliberal; ni, al parecer, estudiar para ganarse la vida y sacar adelante a su familia.

Abel García, uno de los estudiantes de-

saparecidos, de cuya familia Arturo Cano nos proporcionó un acercamiento (La Jornada, 31/10/14) tenía en la normal de Ayotiznapa la posibilidad de realizar su sueño de ser maestro. La madre de Abel, indígena zapoteca de la comunidad de Tecoanapa, en Tierra Caliente, cuenta que su hijo quería darles a sus padres una vida mejor. Sabe del desprecio que hay para la gente humilde, de quienes, dice, “se cree que no tenemos sentimientos”. Entre lágrimas rememora el día que Abel nació, el día que se fue a la normal y la esperanza que mantiene de volverlo a ver. En sus constantes actos de resistencia, los compañeros normalistas de Abel transforman esas lágrimas en movilizaciones. Muestran que a los pobres no se les puede tratar como si no tuvieran sentimientos.

A la vida de Julio César Mondragón nos acerca Marcela Turati en su reportaje de Proceso (2/11/14, Nº 1983). La crónica nos proporciona la historia de un joven que, en su esfuerzo por ganarse la vida, pasó por distintas instituciones. En Ayotzinapa encontró su mejor posibilidad para estudiar. Con la carrera de maestro, Julio César quería darle un mejor futuro a su hija de dos meses. Esa posibilidad le fue arrancada de la forma más brutal. Su rostro, como escribe Turati, no aparece en las 43 fotos de los normalistas desaparecidos que ahora dan la vuelta al mundo. Julio César fue desollado; fue asesinado la noche del 26 de septiembre. La barbaridad del crimen que sufrió alimenta la voluntad de resistencia de sus compañeros.

La presencia de los asesinados y desaparecidos normalistas se hace viva en Ayotzinapa. Uno ve allí no sólo sus nombres, rostros y las butacas que debían ocupar, se encuentra también con los cultivos y las flores de cempasúchil que ellos ayudaron a sembrar. En su reportaje sobre el espacio agrícola de la normal de Ayotzinapa, Sanjuana Martínez (La Jornada, 2/11/14) nos describe las precarias condiciones en que se mantiene la granja y milpa de la normal. Pero en ese pequeño espacio agrícola vemos también la persistencia del campo, un verdadero milagro considerando la política del gobierno que tras décadas ha logrado estrangular la vida campesina. Las milpas y granjas de Ayotzinapa son un pequeño ejemplo del original proyecto que dio vida a las normales rurales; muestran la visión de sus arquitectos, quienes concebían el acceso a la educación y la reforma agraria como ejes imprescindibles del proyecto revolucionario.

En busca de la subversión se encuentra el orgullo de ser parte de una tradición de lucha; en busca de aventurismos se encuentra una dignidad indígena y campesina; en busca de ligas con el narco se encuentra a jóvenes deseosos de ganarse la vida de una forma honesta.

En 1964, cuando los estudiantes de las normales rurales de Saucillo y Salaices, junto con la normal del estado de Chihuahua, se movilizaban en apoyo a las luchas campesinas, el gobernador los declaró comunistas y a sus escuelas, nidos de agitadores. “Yo tengo deseos de saber qué cosa es comunismo –declaró entonces un estudiante–. Dicen que somos agitadores rojillos, ya que no tienen otra palabra para las demandas justas.”

¿Hasta cuándo se seguirá sin una concepción de lo que es la justicia?

* Profesora de historia en Dartmouth College y autora de Rural Resistance in the Land of Zapata: the Jaramillista Movement and the Myth of the Pax-Priista, 1940-1962.
De La Jornada, de México. Especial para Página/12.

¿Pueden China y Rusia echar a Washington a empujones de Eurasia? Por Pepe Escobar, Tom Dispatch/Rebelion



El futuro de una alianza Beijing-Moscú-Berlín. Un fantasma recorre el rápidamente envejecido “Nuevo Siglo Americano”: la posibilidad de una futura alianza comercial estratégica Beijing-Moscú-Berlín. Llamémosla BMB.

Su probabilidad está siendo analizada muy en serio en las más altas esferas de Beijing y Moscú, y observada con interés en Berlín, Nueva Delhi y Teherán. Pero no se les ocurra mencionarla dentro del circuito político –el Beltway– de Washington o en la sede de la OTAN en Bruselas. En estos lugares, la estrella del espectáculo de hoy y mañana es el nuevo Osama bin Laden: el Califa Ibrahim, alias Abu Bakr al-Baghdadi, el escurridizo y autoproclamado profeta y decapitador, jefe de un mini estado y un movimiento que ya nos ha deparado un festín de siglas –ISIS/ISIL/IS– a mayor gloria de la histeria reinante en Washington y otros lugares.

Sin embargo, al margen de cómo Washington nos depara con asiduidad nuevos remix de la Guerra Global contra el Terror, las placas tectónicas de la geopolítica euroasiática continúan en movimiento, y no van a dejar de hacerlo porque las elites estadounidenses se nieguen a aceptar que su históricamente breve “momento unipolar” está de capa caída. A ellos, el cierre de la era del “full spectrum dominance” (dominio de espectro completo), como el Pentágono le gusta llamarlo, les resulta inconcebible. Después de todo, la necesidad de que el país “indispensable” controle todo el espacio –militar, económico, cultural, cibernético y exterior– es poco menos que un dogma religioso. A los misioneros “excepcionalistas” no les va la igualdad. A lo sumo, aceptan “coaliciones de voluntarios” como la que amontona a “más de 40 países” para luchar contra ISIS/ISIL/IS, países que o bien aplauden (y maquinan) entre bambalinas o envían algún que otro avión a Iraq o Siria.

La OTAN, que a diferencia de parte de sus miembros no combatirá oficialmente en Jihadistan, sigue siendo un montaje vertical controlado desde la cúspide por Washington. Nunca se ha molestado en aceptar plenamente a la Unión Europea o permitir que Rusia se “sintiera” europea. En cuanto al Califa, se trata únicamente de una distracción menor. Un cínico postmoderno podría incluso afirmar que se trata de un emisario enviado al terreno de juego mundial por China y Rusia para que la hiperpotencia perdiera de vista la pelota.

Divide y aísla

Así pues, ¿cómo se aplica la “dominación de espectro completo” cuando dos potencias competidoras reales –Rusia y China– comienzan a hacer sentir su presencia? El enfoque de Washington hacia cada una de ellas –en Ucrania y en los mares de Asia– podría considerarse como de dividir y aislar.

Con el fin de mantener el Océano Pacífico como un clásico “lago americano”, el gobierno de Obama ha estado “pivotando” de vuelta a Asia desde hace varios años. Esto ha implicado sólo movimientos militares modestos, sino también un poco modesto intento de enfrentar el nacionalismo chino contra la variante homóloga japonesa, mientras reforzaba sus alianzas y relaciones en todo el Sudeste asiático, con un enfoque en las disputas energéticas del Mar del Sur de China. Al tiempo que movía sus peones para cerrar un acuerdo comercial futuro, la Asociación Trans-Pacífico (TPP).

En las fronteras occidentales de Rusia, el gobierno de Obama (coreado por sus cheerleaders locales, Polonia y los países bálticos) ha avivado las brasas de un cambio de régimen en Kiev hasta hacerlas llamear y crear lo que Vladimir Putin y los líderes de Rusia perciben como una amenaza existencial para Moscú. A diferencia de EE.UU., cuya esfera de influencia (y sus bases militares) son globales, se trataba de que Rusia no tuviera ninguna influencia significativa en lo que fue su bloque cercano, el cual, en lo que respecta a Kiev, no es para la mayoría de los rusos en absoluto “extranjero”.

Para Moscú, pareciera que Washington y sus aliados de la OTAN estuvieran cada vez más interesados ​​en imponer un nuevo telón de acero a su país desde el Báltico hasta el Mar Negro, con Ucrania simplemente como punta de lanza. En términos de la alianza BMB, el nuevo telón se concibe como un intento de aislar a Rusia e imponer una nueva barrera a sus relaciones con Alemania. El objetivo final sería dividir Eurasia e impedir nuevos avances hacia una integración comercial futura a través de un proceso no controlado por Washington.

Desde el punto de vista de Beijing, la crisis de Ucrania ha sido un acontecimiento en el que Washington ha cruzado todas las líneas rojas imaginables para acosar y aislar a Rusia. Para sus líderes, pareciera un intento concertado de desestabilizar la región de manera favorable a los intereses estadounidenses, con el apoyo de toda la amplia gama de élites de Washington, desde los neoconservadores y “liberales” de la Guerra Fría hasta los intervencionistas humanitarios del tipo Susan Rice y Samantha Power. Por supuesto, si usted ha estado siguiendo la crisis de Ucrania desde Washington, esta perspectiva le parecerá tan extraña como la de un marciano cualquiera. Pero el mundo se ve de manera diferente desde el corazón de Eurasia, en particular a partir de una China en ascenso con su “sueño chino” (Zhongguo meng) de nuevo cuño.

Según el presidente Xi Jinping, ese sueño incluiría una futura red de nuevas rutas de la seda, organizada por China, que crearía el equivalente de un Trans-Asian Express para el comercio euroasiático. Así que cuando Beijing, por ejemplo, siente la presión de Washington y Tokio en el frente marítimo, parte de su respuesta es un avance de tipo comercial en dos frentes a través de la masa terrestre de Eurasia, uno de ellos a través de Siberia y el otro a través de los “stans” de Asia Central.

En este sentido, aun que usted no lo sepa –si sólo sigue los medios estadounidenses o los “debates” en Washington– estamos entrando potencialmente en un nuevo mundo. No hace mucho tiempo, los líderes de Beijing coqueteaban con la idea de redefinir su juego geopolítico-económico codo con codo con EE.UU., mientras que el Moscú de Putin daba a entender la posibilidad de algún día unirse a la OTAN. Ya se acabó. Hoy en día, la parte de Occidente en que ambos están interesados ​​en un posible futuro es una Alemania ya no dominada por el poderío estadounidense y los deseos de Washington.

De hecho, Moscú lleva ya no menos de medio siglo de diálogo estratégico con Berlín que hoy día incluye la cooperación industrial y la interdependencia energética. En muchas partes del Sur global ya se está al corriente de ello, y Alemania está empezando a ser considerada como “la sexta potencia BRICS” (después de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

En medio de unas crisis mundiales que van desde Siria a Ucrania, los intereses geoestratégicos de Berlín parecen ir divergiendo lentamente de los de Washington. Los industriales alemanes, en particular, parecen ansiosos por continuar con unos tratos comerciales con Rusia y China que no tienen límite. Estos podrían colocar al país en camino hacia un poderío mundial sin los límites de las fronteras de la UE y, a largo plazo, indicar el final de la era en la que Alemania, por mucha sutileza que se quisiera, era esencialmente un satélite estadounidense.

Será un camino largo y sinuoso. El Bundestag, el parlamento de Alemania, sigue dependiente de una agenda atlantista fuerte y de una obediencia preventiva a Washington. Y siguen habiendo decenas de miles de soldados estadounidenses en suelo alemán . Sin embargo, por primera vez, la canciller alemana Angela Merkel ha dudado a la hora de imponer sanciones más estrictas ​​a Rusia, por cuanto no menos de 300.000 puestos de trabajo alemanes dependen de las relaciones con este país. Los líderes industriales y el establishment financiero ya han dado la voz de alarma, temiendo que dichas sanciones sean totalmente contraproducentes.

El banquete de la Ruta de la Seda china

El nuevo juego de poder geopolítico de China en Eurasia tiene pocos paralelos en la historia moderna. Los días en que el “pequeño timonel” Deng Xiaoping insistía en que el país debía mantener un perfil bajo en la escena mundial han desaparecido. Por supuesto, hay desacuerdos y estrategias en conflicto cuando se trata de la gestión de los puntos calientes del país: Taiwán, Hong Kong, Tíbet, Xinjiang, el Mar del Sur de China, los competidores India y Japón, y los aliados problemáticos como Corea del Norte y Pakistán. Y el descontento popular en algunas “periferias” dominadas por Beijing está creciendo hasta niveles incendiarios.

La prioridad número uno del país sigue siendo llevar a cabo las reformas económicas del presidente Xi, al tiempo que se aumenta la “transparencia” y se lucha contra la corrupción en el seno del Partido Comunista gobernante. En un distante segundo lugar está el problema de cómo protegerse progresivamente contra los planes de “pivote” del Pentágono en la región –mediante el aumento del poderío militar de una flota de alta mar, submarinos nucleares y una fuerza aérea tecnológicamente avanzada– sin llegar a ser tan asertivo como para hacer entrar en pánico al establishmentde Washington y su temida “amenaza amarilla”.

Mientras tanto, con una Marina estadounidense capaz de controlar las vías de comunicación globales marítimas en un futuro previsible, la planificación de las citadas rutas de la seda a través de Eurasia prosigue a buen ritmo. El resultado final podría ser un triunfo de las infraestructura integradas –carreteras, trenes de alta velocidad, oleoductos, puertos– que conectaría China a Europa Occidental y el Mediterráneo, el viejo Mare Nostrum imperial, en todas las formas imaginables.

En un viaje inverso al de Marco Polo, remixed para un mundo con Google, uno de los ramales claves de la Ruta de la Seda irá desde la antigua capital imperial Xi’an a Urumqi, en la provincia de Xinjiang, y luego, a través de Asia central, Irán, Iraq y la Anatolia turca, hasta terminar en Venecia. Otro será una ruta marítima de la seda a partir de la provincia de Fujian, pasando por el estrecho de Malaca, el Océano Índico, Nairobi, en Kenia, para finalmente continuar hasta el Mediterráneo a través del Canal de Suez. Tomados en conjunto, es a lo que Beijing se refiere como el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda.

La estrategia de China es crear una red de interconexiones entre no menos de cinco zonas clave: Rusia (puente clave entre Asia y Europa), los “stans” de Asia Central, Asia del sureste (con importantes funciones para Irán, Iraq, Siria, Arabia Saudita y Turquía), el Cáucaso y Europa del Este (entre otros Belarús, Moldavia y, en función de su estabilidad, Ucrania). Y no se olviden de Afganistán, Pakistán y la India, en lo que podría ser considerado como una ruta de la seda plus.

Esta ruta plus conectaría el corredor económico Bangladesh-China-India-Myanmar con el corredor económico China-Pakistán, y podría ofrecer a Beijing un acceso privilegiado al Océano Índico. Una vez más, un paquete total –carreteras, trenes de alta velocidad, oleoductos y redes de fibra óptica– uniría la región con China.

Xi en persona situó la conexión entre India y China como parte de un bien definido conjunto de imágenes en un artículo de fondo que publicó en el periódico The Hindu poco antes de su reciente visita a Nueva Delhi. “La combinación de la ‘fábrica del mundo’ y la ‘oficina administrativa del mundo’”, escribió, “dará como resultado la base productiva más competitiva y el mercado de consumo más atractivo”.

El núcleo central de la elaborada planificación china para el futuro euroasiático es Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang y sede de la mayor feria comercial de Asia Central, la Feria de China-Eurasia. Desde el año 2000, una de las mayores prioridades de Beijing ha sido la urbanización de esta provincia, en gran parte desierta pero rica en petróleo, e industrializarla a toda costa. Lo que implica, en opinión de Beijing, la homologación de la región con China, con el corolario de la supresión de cualquier disidencia de la etnia uigur. Li Yazhou, general del Ejército Popular de Liberación describió Asia Central como “el más sutil pedazo de pastel donado por el cielo a la China moderna”.

La mayor parte de la visión de China de una nueva Eurasia conectada con Beijing por todo tipo de transporte y comunicación se detallaba claramente en el documento “Marching Westwards: The Rebalancing of China’s Geostrategy” (“Marchando hacia el oeste: el reequilibrio de la geoestrategia china”) un estudio de referencia publicado en 2012 por el académico Wang Jisi, del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de la Universidad de Beijing. Como respuesta a este futuro entramado de conexiones de eurasiáticas, el mayor logro del gobierno de Obama ha sido a una versión de la contención naval desde el Océano Índico hasta el Mar del Sur de China, al tiempo que un agudizamiento de los conflictos y las alianzas estratégicas alrededor de China, de Japón a la India. (La OTAN se queda, por supuesto, con la tarea de contener a Rusia en Europa del Este).

Contra las rutas de la seda, telón de acero

El “acuerdo de gas del siglo”, de 400.000 millones dólares, firmado por Putin y el presidente chino en mayo pasado, sentó las bases para la construcción del gasoducto Power of Siberia ya en construcción en Yakutsk, que hará llegar un diluvio de gas natural ruso al mercado chino. Está claro que sólo representa el comienzo de una alianza energética turboasistida entre los dos países. Entre tanto, los empresarios e industriales alemanes ya se han percatado de una nueva realidad: del mismo modo que el mercado final de los productos made-in-China que circularán por las futuras nuevas rutas de la seda será Europa, una circulación en sentido inverso es asimismo evidente. En un posible futuro comercial, China está destinada a convertirse en el principal socio comercial de Alemania para 2018, por delante tanto de EE.UU. como de Francia.

Un posible obstáculo a esta evolución, grato a los ojos de Washington, es una Guerra Fría 2.0, que ya está desgarrando no la OTAN sino la Unión Europea. En la UE de este momento, el campo antirruso incluye Gran Bretaña, Suecia, Polonia, Rumanía y los países bálticos. Por otra parte, Italia y Hungría, pueden considerarse en el campo prorruso, mientras que una imprevisible Alemania sigue siendo la clave para saber si el futuro va a consistir en un nuevo telón de acero o en una nueva apertura al Este. Para ello, Ucrania sigue siendo la clave. Si se la consigue finlandizar con éxito (con una autonomía significativa para sus regiones), como ha propuesto Moscú –sugerencia que Washington rechaza de plano–, la vía hacia el Este seguirá abierta. Si no, la propuesta de una BMB tendrá un futuro incierto.

Cabe señalar que hay también otra visión del futuro económico euroasiático que asoma en el horizonte. Washington intenta imponer a Europa un Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP) y un tratado Transpacífico de Asociación similar (TPP) a Asia. Ambos favorecen a las corporaciones americanas globales y su objetivo evidente es el de impedir el ascenso de las economías de los países BRICS y el surgimiento de otros mercados emergentes, a la vez que da solidez a la hegemonía económica global estadounidense.

Dos hechos flagrantes, debidamente registrados en Moscú, Beijing y Berlín, indican cuál es el núcleo duro geopolítico detrás de estos dos pactos “comerciales”. El TPP excluye a China y el TTIP excluye a Rusia. Es decir, ambos representan las líneas de fuerza, apenas disimuladas, de una futura guerra comercial y monetaria. En mis propios viajes recientes, he oído una y otra vez de boca de productores agrícolas de calidad en España, Italia, y Francia que el TTIP es nada más que una versión económica de la OTAN, la alianza militar que el presidente chino Xi Jinping, llama, quizás un tanto ilusoriamente, una “estructura obsoleta”.

Hay una resistencia significativa al TTIP en muchos países de la UE (especialmente en los del Club Med de la Europa meridional), del mismo modo que la hay contra el TPP entre las naciones de Asia (especialmente Japón y Malasia). Es esto es lo que da a chinos y rusos esperanzas para sus nuevas rutas de la seda y para un nuevo tipo de comercio a través del corazón de Eurasia respaldado por una Unión Euroasiática apoyada en Rusia. A esta situación están prestando mucha atención figuras clave en los círculos empresariales e industriales alemanes para los que la relación con Rusia sigue siendo esencial.

Después de todo, Berlín no ha mostrado una excesiva preocupación por el resto de una UE sumida en crisis (tres recesiones en cinco años). A través de una troika universalmente despreciada –Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y Comisión Europea– Berlín está ya a todos los efectos prácticos, al timón de Europa, prosperando y mirando al Este.

Hace tres meses, la canciller alemana Angela Merkel visitó Beijing. Apenas aparecieron en la prensa las conversaciones sobre la aceleración de un proyecto potencialmente revolucionario: una conexión ininterrumpida de ferrocarril de alta velocidad entre Beijing y Berlín. Su construcción será un imán para el transporte y el comercio entre decenas de países a lo largo de su ruta, de Asia a Europa. Pasando a través de Moscú, podría convertirse en el integrador definitivo de la Ruta de la Seda y quizás la pesadilla definitiva para Washington.

“Perder” Rusia

En medio de una gran atención de los medios, la reciente cumbre de la OTAN en Gales ha producido sólo una modesta “fuerza de reacción rápida” para su despliegue con vistas a cualquier situación futura tipo Ucrania. Mientras tanto, la creciente Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), una posible contraparte asiática de la OTAN, se reunió en Duchanbé (Tayikistán). En Washington y Europa Occidental nadie pareció dar importancia al encuentro. Deberían haberlo hecho. Allí, China, Rusia y los cuatro “stans” de Asia Central acordaron incorporar a un impresionante conjunto de nuevos miembros: India, Pakistán e Irán. Las implicaciones pueden ser de largo alcance. Después de todo, India, con su primer ministro Narendra Modi, está ahora contemplando su propia interpretación de la Ruta de la Seda. Detrás de ella se encuentra la posibilidad de un acercamiento económico de “Chindia”, que podría cambiar el mapa geopolítico de Eurasia. Al mismo tiempo, Irán está también incorporándose al tejido de la red “Chindia”.

De este modo, lenta pero segura, la OCS se perfila como la principal organización internacional en Asia. Ya es evidente que uno de sus objetivos fundamental a largo plazo será el de dejar de operar en dólares, mientras avanza en el uso del petroyuan y el petrorrublo en el comercio de la energía. Y EE.UU., por supuesto, nunca será bien recibido en la Organización.

Pero todo esto es hablar del futuro. En la actualidad, el Kremlin sigue enviando señales de que quiere empezar a hablar de nuevo con Washington, mientras que Beijing nunca ha querido dejar de hacerlo. Sin embargo, la administración Obama sigue miope, enfrascada en su propia versión de un juego de suma cero, confiando en su fuerza tecnológica y militar para mantener una posición ventajosa en Eurasia. Beijing, sin embargo, tiene acceso a los mercados y un montón de dinero en efectivo, mientras que Moscú tiene un montón de energía. Una cooperación triangular entre Washington, Beijing y Moscú sería sin duda –como dirían los chinos– un juego en el que todos saldrían ganando… pero no contengan la respiración por el momento.

En cambio, es de esperar que China y Rusia profundicen su asociación estratégica, al tiempo que atraen a otras potencias regionales euroasiáticas. Beijing ha apostado el resto a que el enfrentamiento entre EEUU/OTAN y Rusia por Ucrania hará que Vladimir Putin gire hacia el Este. Al mismo tiempo, Moscú está calibrando cuidadosamente lo que su presente reorientación hacia un gigante económico así puede significar. Algún día, es posible que algunas voces de cordura en Washington se pregunten en voz alta cómo fue que EE.UU. “perdió” Rusia en beneficio de China.

Mientras tanto, podemos pensar en China como un imán en el nuevo orden mundial de un futuro siglo euroasiático. El mismo proceso de integración que realiza Rusia, por ejemplo, parece cada vez más el de India y otras naciones de Eurasia, y, posiblemente, tarde o temprano también el de una Alemania neutral. En el juego final de un proceso así, EE.UU. podría verse progresivamente expulsado ​​de Eurasia, y el eje BMB podría aparecer como un factor de cambio de juego. Hagan sus apuestas, pronto. El resultado para el año 2025.

Pepe Escobar es el corresponsal itinerante de Asia Times/Hong Kong, analista de RT y colaborador habitual de TomDispatch. Su nuevo libro, Empire of Chaos, se publicará en noviembre por Nimble Books. Sigalo en Facebook.

Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175903/

Traducido para Rebelión por S. Seguí
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Derecho a decidir, una cuestión de salud pública Por Daniel Cecchini

La falta de dictamen de la Comisión de Legislación Penal tiene una sola consecuencia previsible: sin la sanción de la ley, el Estado seguirá siendo cómplice de violencia de género y habrá más mujeres muertas como consecuencia de intervenciones clandestinas.

La falta de dictamen de la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados sobre el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, ocurrida el martes pasado, tiene una sola consecuencia previsible: en la Argentina habrá mujeres que seguirán muriendo en una involuntaria clandestinidad al verse obligadas a someterse a abortos ilegales. Se trata, en definitiva, de una forma de violencia de género que cuenta con la complicidad del Estado. 

Por ser una actividad ilegal, es muy difícil precisar el número de víctimas de abortos clandestinos, aunque un solo caso ya sea un escándalo en una sociedad que viene creciendo desde hace más de tres décadas en un marco de convivencia democrática. Las últimas estadísticas oficiales las produjo el Ministerio de Salud de la Nación en 2011 y los números fríos dicen que en la Argentina se practican entre 300.000 y 400.000 abortos clandestinos por año. Como consecuencia, unas 80.000 mujeres terminan hospitalizadas a causa de prácticas abortivas, incompletas y realizadas en condiciones precarias. Siempre según esas estadísticas, cien de esas mujeres pierden la vida. Como se trata de un fenómeno donde la subnotificación de casos es inevitable, no es aventurado afirmar que las cifras reales son mucho mayores. Las más afectadas son las mujeres de los sectores más desprotegidos de la sociedad, ya que la falta de recursos económicos las obliga a abortar sin las más mínimas condiciones sanitarias.

Para comprobar de qué manera la ausencia de legislación hace que el Estado sea cómplice de todas y cada una de las muertes producidas como consecuencia de los abortos clandestinos basta comparar estas cifras con las de un país cercano. Un informe del Ministerio de Salud Pública de Uruguay, realizado en diciembre de 2013 –a un año de la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo–, señala que durante ese período se registró una fuerte disminución de casos con respecto a años anteriores. Se registraron 6.676 abortos realizados en instituciones públicas y privadas sin que se produjera ninguna muerte. En cambio, se tiene registro de una muerte como consecuencia de un aborto ilegal autopracticado. 

Los principales datos estadísticos elaborados por la cartera de salud uruguaya indican que, cuando en el período de 1995 a 2002 se estimaban unos 33 mil abortos ilegales por año de promedio, tras la puesta en vigencia de la ley, en 2012-2013, se registraron apenas los 6.676 casos mencionados, es decir disminuyeron un 80%. Desde la promulgación de la ley en diciembre de 2012, para acceder a una interrupción voluntaria del embarazo, la mujer debe cumplir una serie de requisitos, como acudir a una consulta médica ante una institución del Sistema Nacional Integrado de Salud, para que un equipo interdisciplinario evalúe la situación. Luego, tiene cinco días para ratificar su decisión mediante la firma de un consentimiento informado, que junto a otros datos se asientan en un registro oficial. En ese período, el 6,3% de las mujeres que consultan decide continuar con su embarazo.
El caso uruguayo, junto con el de Cuba –donde la interrupción voluntaria del embarazo es legal desde 1965–, muestra cómo el sinceramiento y el abordaje por parte del Estado de un problema sanitario que intenta ocultarse debido a prejuicios morales y religiosos (y también por motivos económicos, ya que la ilegalidad del aborto conlleva el montaje de un negocio clandestino). La comparación con lo que ocurre en el resto de América latina y el Caribe es altamente esclarecedora. Según una investigación divulgada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), 4 millones de mujeres inducen un aborto en la región todos los años. De este total, 1,4 millones son brasileñas y una de cada mil muere por causa del aborto debido a que la mayoría de los procedimientos son ilegales, se realizan en la clandestinidad y, frecuentemente, en condiciones peligrosas. “Como resultado de este hecho, la región enfrenta un problema serio de salud que amenaza la vida de las mujeres, pone en riesgo su salud reproductiva e impone una severa presión a sistemas de salud y hospitales ya sobrecargados”, dice el informe. Y agrega: “La preocupación existente por el alto nivel de abortos clandestinos en América latina no es nueva. Los legisladores y profesionales médicos, en los últimos treinta años, son conscientes de que son aplicados procedimientos inseguros en la mayoría de los países de la región, a un nivel que ha provocado graves consecuencias para la salud de la mujer y para el costo de los servicios de salud nacionales”.

AQUÍ Y AHORA. El proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo entró por quinta vez en el Congreso en abril de este año. Fue cajoneado cuatro veces para que perdiera estado legislativo. En ese sentido, lo ocurrido el martes en la Comisión fue un avance: por primera vez se pudieron escuchar las posiciones de los diferentes sectores en el ámbito que decidirá (o no) discutir sobre tablas y sancionar (o no) la ley. Tampoco se puede dejar de señalar cierto grado de hipocresía. La falta de quórum para que se avanzara en el tratamiento del proyecto se debió a la ausencia, entre otros, de un significativo número de diputados del Frente para la Victoria. En ese hecho es imposible soslayar un dato subyacente: la explícita manifestación contraria a la ley de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La posición nebulosa de muchos de los precandidatos presidenciales tampoco ayuda. En un tema como éste, la ausencia de tantos miembros de la Comisión puede interpretarse como decir, sin decirlo: de eso no se habla. O, a la manera de Bartleby: “Preferiría no hacerlo”.

Quien esto escribe considera necesario, aunque ocupe espacio en estas líneas, dejar constancia de los nombres de todos y cada uno de los diputados que ya han manifestado su apoyo al proyecto: Adela Segarra (Fpv), Nicolás del Caño (PTS), Adriana Puiggrós (FpV), Victoria Donda (Libres del Sur), Manuel Garrido (UCR), Juan Carlos Zabalza (PS), Margarita Stolbizer (GEN), Claudio Lozano (UP), Araceli Ferreyra (FpV), Alcira Argumedo (Proyecto Sur), Ramona Pucheta (Frente por la Inclusión Social), Laura Alonso (PRO), Carlos Heller (Nuevo Encuentro), Juliana Di Tullio (Fpv), Néstor Pitrola (FIT), Jorge Rivas (FpV), Lautaro Gervasoni (FpV), Ana Gaillard (FpV), Jorge Barreto (FpV), Liliana Mazure (FpV), Verónica Magario (FpV), Víctor de Gennaro (UP), María Linares (GEN), Ricardo Cuccovillo (PS), Omar Barchetta PS), Élida Rasino (PS), Pablo López (FIT), Roy Cortina (PS), Gabriela Troiano (PS), Antonio Riestra (UP), Remo Carlotto (FpV), Leonardo Grosso (FpV), María del Carmen Bianchi (FpV), Diana Conti (FpV),Juan Carlos Junio (Nuevo Encuentro), Liliana Ríos (FpV), Héctor Recalde (FpV), María Eugenia Zamarreño (FpV), Gloria Bidegain (FpV), Herman Avoscán (FpV), Silvia Scotto (FpV), Mara Brawer (FpV), Mónica Gutiérrez (FpV), Gastón Harispe (FpV), Carlos Raimundi (Nuevo Encuentro), Horacio Pietragalla (FpV), Gladys Soto (FpV), Eduardo Santín (UCR), Fabián Peralta (GEN), Alicia Ciciliani (PS), Enrique Vaquié (UCR), Pablo Javkin (CC), Fabián Rogel (UCR), Miguel Ángel Bazzé (UCR), Ana Carrizo (UNEN), Edgardo Depetri (FpV), Josué Gagliardi (FpV), Andra García (FpV), Carlos Gdansky (FpV), Mario Oporto (FpV), Eduardo Seminara (FpV), José Ciampini (FpV) y Omar Plaini (Cultura, Educación y Trabajo).

Como se señaló más arriba, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se opone al proyecto, aunque dejó entender que no vetará la ley en caso de ser aprobada. Miradas al Sur consultó a algunos de los precandidatos presidenciales sobre su posición sobre el tema. Jorge Altamira se manifestó a favor; Daniel Scioli respondió a través de su vocero: “Daniel siempre estuvo en contra”; Ernesto Sanz se opone al proyecto; Mauricio Macri dijo que estaba “a favor de la vida”, sin aclarar la de quién; y Sergio Massa no contestó a la pregunta.

Por otra parte, la transversalidad que existe en el apoyo al proyecto permite un moderado optimismo. Desde el retorno de la democracia, sobre esa base se han logrado aprobar no pocas normas de insoslayable interés social, como en el caso de las leyes de divorcio vincular, de unión civil o de identidad de género. 

El tratamiento de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo es un tema urgente. Su sanción no implicará seguramente la solución total del problema. Deberá ser complementada con un fácil acceso a la información para prevenir los embarazos no deseados y a un Estado que favorezca el acceso a los métodos anticonceptivos. 

No sólo está en juego la salud de centenares de miles de ciudadanas argentinas. Se trata, también, de construir un país más justo e inclusivo.

09/11/14 Miradas al Sur

Ayotzinapa Por Gustavo Gordillo El problema es cuando la solución es el problema.

Se escucha con frecuencia la necesidad de convocar a un pacto nacional contra la violencia. El presidente Enrique Peña Nieto ya anunció que en los próximos días convocará a los representantes de los tres poderes de la Unión, a las fuerzas políticas y a las organizaciones de la sociedad civil para asumir el compromiso de emprender cambios de fondo que fortalezcan a nuestras instituciones, "para que unamos esfuerzos en favor del estado de derecho, combatir la corrupción y cerrar el paso a la impunidad".

El Consejo Coordinador Empresarial (CEE), el pasado 29 de octubre, hizo un llamado para arribar a “un Pacto que nos permita concretar los avances … en asuntos tan relevantes como la seguridad, el estado de derecho, la justicia, el combate a la corrupción e impunidad y la democracia”.

A veces los pactos han servido para mucho. Pienso en los pactos anti-inflacionarios de fines de los ochenta. Los grandes pactos sociales durante las presidencias de Lázaro Cárdenas, de Ávila Camacho y de Miguel Alemán. Uno para promover la justicia distributiva y otros para impulsar la industrialización del país; terminaron generando un estructura corporativa que permitió asentar una gobernabilidad autoritaria funcional durante varias décadas.

Pero a menudo los pactos no llevan a ninguna parte salvo a desgastar el nombre mismo. ¿Cuántas veces en la última década se han suscrito pactos por la seguridad pública? ¿Y con cuál resultado?

El horrendo crimen colectivo en Iguala sólo hace explícita la articulación, que se expande en muchas regiones del país, entre crimen organizado y corrupción política.

Desde que se desarrollaron las reformas estructurales de los noventas las mentes más lúcidas subrayaron la necesidad de establecer secuencias en la aprobación e implantación de las reformas. Una mal secuencia podría afectar el conjunto de las reformas. La secuencia es crucial para un pacto que abarque la violencia, la corrupción, la impunidad, el estado de derecho.

Primero partamos de la realidad en la que nos encontramos para evitar saltos al vacío. Hay 43 jóvenes desaparecidos y presuntos culpables, probablemente no todos y seguramente no en todas las instancias de gobierno involucradas. Si esto no se resuelve con razonable aceptación social, forzar un pacto, para muchos aparecerá como un mecanismo de desviación y no como una instancia de deliberación democrática para la grave crisis que aqueja al Estado mexicano.

Segundo, es indispensable un buen diagnóstico del momento actual. Se trata de una crisis de un régimen político constituido por tres fuerzas principales, pero excluyente de otras fuerzas ciudadanas, y un Estado disfuncional frente a una sociedad plural pero desarticulada, y débilmente implantado a lo largo del país. Todo esto en medio de una crisis de credibilidad hacia casi todas las instituciones por parte de segmentos importantes de la sociedad.

Tercero, la crisis es institucional y territorial. Todo aparece como que el poder central se desmadejó dejando constelaciones y archipiélagos colonizados por diferentes poderes fácticos, entre ellos desde luego las bandas del crimen organizado, pero no sólo. Se requiere entre otras cosas una amplia y profunda reforma municipal que construya con los habitantes de los municipios y sus localidades nuevas formas de ejercicio de poder.

Cuarto, ningún discurso, ninguna legislación es suficiente para generar la confianza que se necesita en materia de transparencia, rendición de cuentas y combate a la impunidad, sin castigos a responsables de acciones criminales en los altos niveles de la jerarquía. No se trata de actos ejemplares como los que ocurrían en el pasado, sino de una auténtica limpieza, minuciosa y estrictamente apegada a reglas claras. Tuve la tentación de sugerir ver la película Z de Costa Gavras. Pero el final invita a la reflexión sobre las virtudes del gradualismo.

gustavogordillo.blogspot.com/

Twitter: gusto47

La Jornada, México

Hace 25 años miles de alemanes cruzaron el muro que los separaba desde 1961 y adelantaron el derrumbe de la URSS. El día que cayó la Guerra Fría

Fue levantado a las apuradas en agosto de 1961 y por décadas fue el símbolo del enfrentamiento entre el occidente capitalista y el oriente comunista. Cuando la Unión Soviética entró en su crisis final, desapareció.

Manuel Alfieri

Caida - El paredón, de 3,60 de alto y 155 kilómetros de largo, separó a familias que quedaron a un lado y otro. Alemania se reunificó en octubre de 1990.

Christiane está recostada en su habitación, decorada con cuadros del Che Guevara y un inconfundible estilo soviético. Aunque está enferma, se siente feliz. Rodeada de familiares, amigos y camaradas, festeja su cumpleaños al son de la Internacional Socialista. Pero, de pronto, algo la desconcierta. Por la ventana del cuarto ve cómo una enorme bandera de Coca-Cola se despliega sobre un edificio vecino. No puede reprimir la angustia y sus ojos se llenan de lágrimas. El mundo comunista que tanto admiraba se había derrumbado.

La escena pertenece a Good bye, Lenin!, la película alemana que cuenta la historia de una militante socialista de la Berlín oriental que sufre un accidente en octubre de 1989 y queda inconsciente durante ocho meses. En ese lapso, Christiane se pierde dos hitos que marcarán a fuego la historia alemana reciente: la caída del Muro de Berlín y la reunificación del país.
Al despertar, los médicos le advierten a los familiares que el estado de salud de la mujer es muy delicado, por lo que deben evitar que reciba cualquier noticia que pueda afectarla emocionalmente. Por eso deciden aislarla del mundo exterior y fabricar un falso ambiente comunista. Pero los profundos cambios que está sufriendo el país en su avance irrefrenable hacia el capitalismo son imposibles de ocultar y se filtran, como la bandera de Coca-Cola, por los resquicios de un sistema que prácticamente ya había desaparecido.

La película muestra con maestría lo que significó la caída del Muro de Berlín, un hito que mañana cumplirá 25 años y que no sólo cambió la historia de la propia Alemania y del mundo. Fue el reencuentro de miles de familiares y la reunificación del territorio germano, dividido durante casi tres décadas. Pero también constituyó el fin de la Guerra Fría y el golpe de muerte del modelo soviético ante un triunfante sistema capitalista que, a partir de ese momento, no dejaría fuera de su órbita ni un solo rincón del mundo.

El Muro fue construido en 1961, después de años complicados para Alemania. Tras la Segunda Guerra Mundial, el país se encontraba devastado, inmerso en una fenomenal crisis económica y partido en dos: el lado occidental, en manos de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, que en 1949 pasó a llamarse República Federal Alemana (RFA); y el lado oriental, bajo la órbita de la Unión Soviética (URSS), que se autodenominó República Democrática Alemana (RDA).
A pesar de las diferencias, antes del levantamiento del Muro ambas zonas estaban conectadas. Por esos años, unos 50 mil berlineses del este trabajaban en el oeste, mientras 12 mil de la RFA lo hacían en la parte oriental. Eran los llamados "cruzafronteras". Muchos otros se iban para siempre. Entre 1945 y 1961, salieron de la RDA unas 2.739.000 personas.


La ola de escape se hizo particularmente fuerte en la primera mitad de 1961, cuando 200 mil personas pasaron a la RFA. El flujo migratorio significaba un descrédito para la RDA. Pero, sobre todo, generaba un problema económico, ya que la mayoría de los exiliados eran agricultores y jóvenes con buena formación.

Por ese motivo, en la madrugada del 13 de agosto de 1961 y con el trabajo de unos 10.500 hombres, los dirigentes comunistas iniciaron la construcción del Muro de Berlín para aislarse definitivamente de la RFA. Alemania quedó dividida en dos monedas, dos sistemas políticos, dos ideologías. El oeste, bajo el imperialismo estadounidense; el este, bajo un régimen estalinista.

Pasar la faja fronteriza, vigilada por soldados y policías, implicaba serio riesgo: los occidentales la llamaban la "franja de la muerte". El muro tenía una altura de 3,60 metros y 155 kilómetros de largo. Contaba con alambre de púas y vallas electrificadas. Suboficiales y soldados bajaron a las alcantarillas para instalar barreras de contención con el objetivo de prevenir fugas. La Stasi –una de las policías secretas más numerosas del mundo, retratada en el film La vida de los otros– elaboró informes secretos sobre cada intento de fuga, cada declaración antigubernamental, cada detalle. Se estima que unas 136 personas murieron al intentar cruzarlo durante los 28 años y tres meses que se mantuvo en pie.

Unas 5000 lograron fugarse. Algunas entraban desde la zona capitalista a la comunista en auto y se las ingeniaban para volverse con algún amigo o familiar. Otros intentaron fugarse haciendo túneles. Incluso hasta hubo quienes intentaron cruzar en un globo aerostático.
El levantamiento del Muro implicó una enorme indignación entre los alemanes. Pero logró frenar el exilio de Berlín oriental y no molestó a la Casa Blanca, satisfecha con las tres garantías impuestas por la RDA: presencia de las potencias occidentales en la capital, libre acceso desde la RFA –los occidentales podían pasar a la parte oriental por el famoso checkpoint "Charlie", hoy uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad– e integración económica. El propio presidente estadounidense John F. Kennedy dijo en aquel momento que el muro no era "una solución cómoda pero, diablos, es mejor que una guerra".

Las cosas empezaron a cambiar en los años '80. En 1985, Mijail Gorbachov llegó al poder en la URSS, que algunos años atrás había comenzado un proceso de reformas y mayor apertura, potenciado ahora por la "perestroika". Dos años después, en 1987, el presidente estadounidense Ronald Reagan llegó a Berlín para dar un discurso en la mítica puerta de Brandeburgo. "Señor Gorbachov, derribe este muro", le dijo a su homólogo soviético. Ambos estaban dispuestos a hablar de paz, mientras las fronteras de países del este, como Hungría, Polonia y Checoslovaquia, comenzaban a abrirse.

En 1989 estallaron todos los problemas que la RDA cargaba en los hombros desde años atrás. Se desencadenó una feroz crisis económica que se sumó a las limitaciones de las libertades individuales y a la atracción que generaba el modo de vida occidental diagramado por Estados Unidos. Se organizó un cada vez más masivo movimiento de protesta.

Veintitrés