El género de ensayo político sumó un nuevo original y atractivo aporte para la compresión de la actualidad. Martín Rodríguez, una pluma proveniente de la poesía y el periodismo, escribió Orden y Progresismo. Los años kirchneristas, un libro que propone sumergirse y debatir en clave cultural el mar de significados y sentidos que forman parte de una época cargada de tensiones y contradicciones en la que clase media volvió a ubicarse, en opinión del autor, en el sujeto central y en el objeto de la política.
La publicación, editada por Emecé, incluye una serie de escritos que refieren a temas disímiles y que marcan las "huellas" de los tiempos. Se abordan los hitos y la mitología típica del gobierno nacional, entre ellos, los conflictos con el campo y el diario Clarín, la Asignación por Hijo, la Ley de Medios y la personalidad de Néstor Kirchner. E incorpora cuestiones poco discutidas: desde la persistencia y las similitudes en el imaginario oficialista del proyecto alfonsinista, pasando por la película El secreto de sus ojos y los "animales sueltos" del programa de Alejandro Fantino, hasta los linchamientos en los medios y el canal Volver.
Entrevistado por Infobae, "Pato" Rodríguez habló sobre Orden y Progresismo y mencionó algunas de las definiciones incómodas que se multiplican a lo largo de su obra de 240 páginas. "La sociedad no se dividió entera. No tiene el corte de clase de ricos contra pobres que existió en el peronismo", desafía.
En el libro discutís cómo se representa el kirchnerismo a sí mismo. Me llamó la atención que digas que "no suscitó el amor de lo pobres". ¿Cómo lo pensás en relación a lo que se propone fundar?
Si se hace el repaso de cómo se originó el kirchnerismo, se puede decir que su ecosistema está en las clases medias urbanas y progresistas. No es un movimiento de la periferia hacia el centro, sino más del centro hacia las periferias. Recupera algunas ideas y consensos culturales progresistas que ya había en los años noventa alrededor de los derechos humanos, de cierta recuperación de lo estatal, y los convierte en un programa político. Además, parte de las juventudes peronistas de los años 70, que habían votado al frepasismo o a Raúl Alfonsín, vuelven a retomar su relación con el peronismo a partir del kirchnerismo.
También lo ubicás al Gobierno más cercano al alfonsinismo...
Si, el kirchnerismo ha tenido una hoja de ruta similar que retoma la senda del alfonsinismo, como su concepción anti corporativa, la agenda de libertades civiles, y los enfrentamientos con sectores sociales, como los militares, la Iglesia o el sindicalismo peronista. Al principio no era tan visible, pero los dos proyectos se terminaron espejando. Cuando el kirchnerismo surge en 2003, el pasado inmediato de la democracia estaba muy rechazado: en el 2001 a Alfonsín le hacían escraches. Con el tiempo, la imagen de Alfonsín fue creciendo, y logrando una ponderación mayor por parte de Cristina Kirchner.
¿No recupera del alfonsinismo la consigna de que los opositores al Gobierno se transformen en un riesgo para la democracia?
Alfonsín inaugura una dialéctica muy eficaz en sus primeros años que fue democracia versus autoritarismo, que en primer lugar eran los militares, pero después podían ser todos los que desafiaban la consolidación democrática. En algún sentido esa eficacia fracasó cuando la economía se desplomó. Eso se retoma en el "democracia versus corporaciones" del kirchnerismo. Lo que pasó con Clarín desnudó la connivencia entre el poder político y los poderes corporativos, pero es difícil imaginar una democracia sin corporaciones, es una fantasía. Hay que transparentar y limitar lo mayor posible esos poderes. La virtud de estos años fue la posible autonomía de la política sobre lo económico, pero el kirchnerismo creyó que podía crear él mismo los poderes económicos, una especie de gran economía estatal con grupos amigos.
¿Cómo es la relación del kirchnerismo con la clase media? En los últimos años un sector se enfrentó y lo rechazó como identidad.
Discuto bastante el consenso que sostienen tanto los kirchneristas como los antikirchneristas de que la sociedad está fracturada. Yo creo que la sociedad no se dividió entera, no tiene el corte de clase que existió en el peronismo, de ricos contra pobres. Lo que generó el kirchnerismo fue una crisis y una tensión en el interior de las clases medias urbanas, entre progresistas y reaccionarios. En otras provincias, como San Juan, donde la mayoría es kirchnerista porque vota al peronismo, los gobiernos locales son más bien conservadores y no se diferencian entre sí. Algunos temas si dividieron a toda la sociedad, como el matrimonio igualitario, pero lo más cerca que se estuvo de la "grieta" de Lanata fue la pelea por la 125 en 2008, pero no así en el conflicto con Clarín.
En el libro mencionás que existe una "culpa" en la clase media por pertenecer a ese estrato social...
Hay una idea muy instalada en la tradición nacional y popular de que la clase media es estática. Sostiene que en el 55 los que celebraron la caída de Perón, son los mismos a los que en el 73 se asustaron con los montoneros o los que 76 aplaudieron al golpe militar. No son los mismos, la clase media se explica por los procesos de movilidad social que son dinámicos. Obviamente que hay un sector tilingo que se identifica con las clases dominantes. El militante político se ofende cuando decís que pertenece a la clase media. Esa calificación no es peyorativa, soy parte de esa clase y desde ese lugar entiendo la política.
¿El kirchnerismo no atacó algunos símbolos de los sectores medios en estos años?
Yo no diría que atacó a la clase media. Cuando se angosta el crecimiento, el consumo, y la distribución de la riqueza los malestares surgen. Y aparecen las expresiones de clase, gente que siente que le meten la mano en el bolsillo y cuestiona las compensaciones del Estado como la Asignación Universal por Hijo. Las minorías que se beneficiaron con el modelo sienten ahora que se podrían haber beneficiado más. Los números virtuosos de la economía ya no existen, y no hubo un cambio cultural a la altura de lo que pasó. Mucha gente sigue vinculando su propio progreso a la posibilidad privatizar de algún modo su vida, como asociarse a una prepaga, poder enviar a los hijos a una escuela privada, viajar al exterior, comprar dolares y electrodomésticos. Cuando se restringe en algún grado esos deseos y el kirchnerismo pide sacrificios, la clase media reacciona.
En el libro considerás al presidente Carlos Menem como alguien que debería ser reivindicado porque "democratizó" el derecho al consumo y al "mundo". Culturalmente, me da la impresión que menemismo y kirchnerismo en ese aspecto no son muy distintos.
En estos años hay una apelación al consumo y al trabajo como variable integradora. Son dos cosas que juntas parecen imposibles. Hoy se puede conseguir empleo, pero las condiciones de trabajo son paupérrimas, como lo que ocurre con la informalidad laboral, que está en torno del 30 y el 40 por ciento. Lo de Menem es más complejo, seguramente hay algo de noventas en la fiebre consumista que hubo también en esta década. Lo que digo de la virtud de Menem no es tanto lo económico, que generó un drama enorme, sino que consolidó un orden que consagró la transición democrática.
También recuperás la figura del ex presidente Eduardo Duhalde. Discutís la visión del que se vayan todos de 2001, que en tu opinión pareció no ser tal.
Si, la consigna era como la "imaginación al poder", un reclamo tan antipolítico que era imposible. Imagino, en clave de lectura metafísica, que entre Duhalde y la clase media se produce un pacto. La clase media pide que se vayan todos y termina aceptando las condiciones de un gobierno hecho por un peronista. Era un político que reunía tres condiciones: era un hombre que pactó con sectores de la economía real; venía del conurbano, lo que podía pactar la paz social con los intendentes; y principalmente era un politico sin futuro. Él se definía como un político de la "clase política de mierda". Esa triple garantía hizo de Duhalde como el hombre que le ofreció a la sociedad una salida institucional, y en esa carambola entró Néstor Kirchner.
Me llamó la atención cuando decís que la sociedad "reclama más Estado", como un intento de exculparse a sí misma de sus propios problemas.
En el caso de los linchamentos eso se vio muy bien. La escena donde una persona robó, tomó como prisionera a un ciudadano y lo lincharon, las lecturas políticas tendieron a pensar en una ausencia del Estado, nadie reclamaba "más sociedad". La vida democrática en Argentina supone que todas nuestras acciones están hechas a la sombra de una presencia estatal. Sergio Massa decía que tiene que haber más Estado porque los ladrones entran y salen de la puerta giratoria, y que tiene que haber más cámaras, mientras que Cristina Kirchner sostiene que para que los chicos no roben se necesita más derechos e inclusión. Pero las capacidades son limitadas. Funciona ahí una sociedad que ante su propio monstruo reclama la irrupción del monstruo estatal: para que no haya linchamientos, tiene que haber linchamiento estatal. Lo mismo ocurre cuando hay accidentes. Es una sociedad estadocéntrica, que ve política en todos lados.
Te cambio de tema. Desde el kirchnerismo, muchas veces se ensalza la "entrega" y militancia de Néstor Kirchner. Entiendo que sos muy crítico de esta concepción...
Kirchner fue quien dijo que para gobernar este país no hay que dormir. Mi lectura literaria sobre ese aspecto de Kirchner es que fue un hombre para el cual el poder es una acción de acumulacion permanente, el poder por el poder. No había en él, como Menem, una fiesta del cuerpo detrás del poder. Obviamente que en esta época hay fiesteros, como los Leonardo Fariña. Pero en Kirchner había una incapacidad en distinguir lo público de lo privado. Esa forma tan voraz de ejercicio del poder lo mató.
Esta lectura de la entrega y de mito de Kirchner aparece después de su muerte...
El problema aparece cuando Kirchner es explicado por los años setenta, como en la película de Paula de Luque. A Kirchner también lo explican los 90, es un hombre que entiende la política en la intendencia y gobernación de Santa Cruz, supo ser un cavallista. La mitología es la que supone que era el joven que correteaba en los bosques de Ezeiza, y que vino a gobernar la Argentina en 2003. En el medio está la verdad.
Teniendo en cuenta a alguien como Kirchner, ¿cómo se explica que "los años kirchneristas" terminen, según definís en tu libro, con la llegada de "políticos serios y normales" como Massa, Scioli y Macri.
Es una pregunta muy difícil. Al kirchnerismo siempre le costó construir políticos electorales. Hay algo del liderazgo de Cristina y Néstor Kirchner que se basó en el construir un microclima endogámico y de militancia autocentrada. Nestor era la síntesis de las mayorías que se benefician con las políticas económicas y las minorías de raíz ideológica. Lo que no hay ahora es un político capaz de constituir el puente entre esa mayoría y minoría. Los políticos a los que llamo de "generación intermedia" son de una densidad ideológica menor, sin ese microclima, y se construyen en base a la mayoría de la opinión pública. Salvo Scioli que aparece expresando una continuidad, no los veo con esa fuerza simbólica que inaugura ciclos. Son los hijos de la política de los noventa.
¿Cuál es la tensión entre orden y progresismo?
Al principio el kirchnerismo constituyó un orden en el que imaginó una política que absorbió y neutralizó el conflicto social. Se arrojó a la agenda de la sociedad en la que incorporó los derechos humanos, la modificación de la Corte Suprema y hasta las leyes penales de Juan Carlos Blumberg. El kirchnerismo entiende el orden de una forma inédita, no busca pacificar la sociedad de arriba hacia abajo, sino producir el conflicto, iniciarlo y regularlo, como en el conflicto con Clarín o la 125. Me parece que en los últimos años el kirchnerismo perdió esa brújula de cuál es el conflicto propio y cuál los de la sociedad.
¿Que pasó con el componente progresista en en esta última etapa? Ahora el Gobierno no solo carga contra las corporaciones, sino que reprime y carga contra piquetes y movilizaciones de los sectores subalternos.
Me parece que a partir de 2011 se descompuso la coalición de Gobierno. Se quedó sin alianzas sindicales sólidas, y no hay intendencias o gobernaciones que sean kirchneristas puras. Lo único que tiene es el aparato del Estado, y el conflicto lo termina regulando el ministerio de Trabajo o Sergio Berni.
¿Es Orden y Progresismo un ensayo de kirchnerismo "crítico"?
Es un ensayo crítico sobre esta época, de "política vivida". Fui parte del kirchnerismo y de la militancia, aunque ya no soy orgánico. Pero no es el libro de un arrepentido: hago una mirada crítica de una época más que del proyecto kirchnerista, sobre la que trato de pensar lo que pasó en el cine, en el rock, las narrativas históricas y cómo se cuenta el kirchnerismo. Lo que me importa es contribuir a la política, mi paso al periodismo político no está en la búsqueda de un ideal periodístico.
¿Qué herencia va a dejar el kirchnerismo después del 2015?
Pueden pasar un montón de cosas todavía. Fueron años intensos que van a dejar una huella cultural, en los que mucha gente se aproximó a la política, creció la izquierda y se revitalizaron algunas identidades, como la del radicalismo.
"Orden y Progresismo. Los años kirchneristas", de Martín Rodríguez (Editorial Emecé).