domingo, 5 de octubre de 2014

Los héroes de nuestra época Por Fidel Castro Ruz

La partida de la primera Brigada Médica Cubana hacia África a luchar contra el Ébola y el brutal asesinato en Caracas del joven diputado revolucionario Robert Serra, reflejan el espíritu heroico y la capacidad de los procesos revolucionarios que tienen lugar en la Patria de José Martí y en la cuna de la libertad de América, la Venezuela heroica de Simón Bolívar y Hugo Chávez.


Mucho hay que decir de estos tiempos difíciles para la humanidad. Hoy, sin embargo, es un día de especial interés para nosotros y quizá también para muchas personas.

A lo largo de nuestra breve historia revolucionaria, desde el golpe artero del 10 de marzo de 1952 promovido por el imperio contra nuestro pequeño país, no pocas veces nos vimos en la necesidad de tomar importantes decisiones.

Cuando ya no quedaba alternativa alguna, otros jóvenes, de cualquier otra nación en nuestra compleja situación, hacían o se proponían hacer lo mismo que nosotros, aunque en el caso particular de Cuba el azar, como tantas veces en la historia, jugó un papel decisivo.

A partir del drama creado en nuestro país por Estados Unidos en aquella fecha, sin otro objetivo que frenar el riesgo de limitados avances sociales que pudieran alentar futuros de cambios radicales en la propiedad yanki en que había sido convertida Cuba, se engendró nuestra Revo­lución Socialista.

La Segunda Guerra Mundial, finalizada en 1945, consolidó el poder de Estados Unidos como principal potencia económica y militar, y convirtió ese país —cuyo territorio estaba distante de los campos de batalla— en el más poderoso del planeta.

La aplastante victoria de 1959, podemos afirmarlo sin sombra de chovinismo, se convirtió en ejemplo de lo que una pequeña nación, luchando por sí misma, puede hacer también por los demás.

Los países latinoamericanos, con un mínimo de honrosas excepciones, se lanzaron tras las migajas ofrecidas por Estados Unidos; por ejemplo, la cuota azucarera de Cuba, que durante casi un siglo y medio abasteció a ese país en sus años críticos, fue repartida entre productores ansiosos de mercados en el mundo.

El ilustre general norteamericano que presidía entonces ese país, Dwight D. Eisenhower, había dirigido las tropas coaligadas en la guerra en que liberaron, a pesar de contar con poderosos medios, solo una pequeña parte de la Europa ocupada por los nazis. El sustituto del presidente Roosevelt, Harry S. Truman, resultó ser el conservador tradicional que en Estados Unidos suele asumir tales responsabilidades políticas en los años difíciles.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas —que constituyó hasta fines del pasado siglo XX, la más grandiosa nación de la historia en la lucha contra la explotación despiadada de los seres humanos— fue disuelta y sustituida por una Federación que redujo la superficie de aquel gran Estado multinacional en no menos de cinco millones 500 mil kilómetros cuadrados.

Algo, sin embargo, no pudo ser disuelto: el espíritu heroico del pueblo ruso, que unido a sus hermanos del resto de la URSS ha sido capaz de preservar una fuerza tan poderosa que junto a la República Popular China y países como Brasil, India y Sudáfrica, constituyen un grupo con el poder necesario para frenar el intento de recolonizar el planeta.

Dos ejemplos ilustrativos de estas realidades los vivimos en la República Popular de Angola. Cuba, como otros mu­chos países socialistas y movimientos de liberación, colaboró con ella y con otros que luchaban contra el dominio portugués en África. Este se ejercía de forma administrativa directa con el apoyo de sus aliados.

La solidaridad con Angola era uno de los puntos esenciales del Movimiento de Países No Alineados y del Campo So­cialista. La independencia de ese país se hizo inevitable y era aceptada por la co­munidad mundial.

El Estado racista de Sudáfrica y el Go­bierno corrupto del antiguo Congo Belga, con el apoyo de aliados europeos, se preparaban esmeradamente para la conquista y el reparto de Angola. Cuba, que desde hacía años cooperaba con la lucha de ese pueblo, recibió la solicitud de Agostinho Neto para el entrenamiento de sus fuerzas armadas que, instaladas en Luanda, la capital del país, debían estar listas para su toma de posesión oficialmente establecida para el 11 de noviembre de 1975. Los soviéticos, fieles a sus compromisos, les habían suministrado equipos militares y esperaban solo el día de la independencia para enviar a los instructores. Cuba, por su parte, acordó el envío de los instructores solicitados por Neto.

El régimen racista de Sudáfrica, condenado y despreciado por la opinión mundial, decide adelantar sus planes y envía fuerzas motorizadas en vehículos blindados, dotados de potente artillería que, tras un avance de cientos de kilómetros a partir de su frontera, atacó el primer campamento de instrucción, donde varios instructores cubanos murieron en heroica resistencia. Tras varios días de combates sostenidos por aquellos valerosos instructores junto a los angolanos, lograron detener el avance de los sudafricanos hacia Luanda, la capital de Angola, adonde había sido enviado por aire un batallón de Tropas Especiales del Ministerio del Interior, transportado desde La Habana en los viejos aviones Britannia de nuestra línea aérea.

Así comenzó aquella épica lucha en aquel país de África negra, tiranizado por los racistas blancos, en la que batallones de infantería motorizada y brigadas de tanques, artillería blindada y medios adecuados de lucha, rechazaron a las fuerzas racistas de Sudáfrica y las obligaron a retroceder hasta la misma frontera de donde habían partido.

No fue únicamente ese año 1975 la etapa más peligrosa de aquella contienda. Esta tuvo lugar, aproximadamente 12 años más tarde, en el sur de Angola.

Así lo que parecía el fin de la aventura racista en el sur de Angola era solo el comienzo, pero al menos habían podido comprender que aquellas fuerzas revolucionarias de cubanos blancos, mulatos y negros, junto a los soldados angolanos, eran capaces de hacer tragar el polvo de la derrota a los supuestamente invencibles racistas. Tal vez confiaron entonces en su tecnología, sus riquezas y el apoyo del imperio dominante.

Aunque no fuese nunca nuestra intención, la actitud soberana de nuestro país no dejaba de tener contradicciones con la propia URSS, que tanto hizo por nosotros en días realmente difíciles, cuando el corte de los suministros de combustible a Cuba desde Estados Unidos nos habría llevado a un prolongado y costoso conflicto con la poderosa potencia del Norte. De­sa­parecido ese peligro o no, el dilema era decidirse a ser libres o resignarse a ser esclavos del poderoso imperio vecino.

En situación tan complicada como el acceso de Angola a la independencia, en lucha frontal contra el neocolonialismo, era imposible que no surgieran diferencias en algunos aspectos de los que po­dían derivarse consecuencias graves para los objetivos trazados, que en el caso de Cuba, como parte en esa lucha, tenía el derecho y el deber de conducirla al éxito. Siempre que a nuestro juicio cualquier aspecto de nuestra política internacional podía chocar con la política estratégica de la URSS, hacíamos lo posible por evitarlo. Los objetivos comunes exigían de cada cual el respeto a los méritos y experiencias de cada uno de ellos. La modestia no está reñida con el análisis serio de la complejidad e importancia de cada situación, aunque en nuestra política siempre fuimos muy estrictos con todo lo que se refería a la solidaridad con la Unión Soviética.

En momentos decisivos de la lucha en Angola contra el imperialismo y el racismo se produjo una de esas contradicciones, que se derivó de nuestra participación directa en aquella contienda y del hecho de que nuestras fuerzas no solo luchaban, sino que también instruían cada año a miles de combatientes angolanos, a los cuales apoyábamos en su lucha contra las fuerzas pro yankis y pro racistas de Sudáfrica. Un militar soviético era el asesor del gobierno y planificaba el empleo de las fuerzas angolanas. Discrepábamos, sin embargo, en un punto y por cierto importante: la reiterada frecuencia con que se defendía el criterio erróneo de emplear en aquel país las tropas angolanas mejor entrenadas a casi mil quinientos kilómetros de distancia de Luanda, la capital, por la concepción propia de otro tipo de guerra, nada parecida a la de carácter subversivo y guerrillera de los contrarrevolucionarios angolanos. En realidad no existía una capital de la UNITA, ni Savimbi tenía un punto donde resistir, se trataba de un señuelo de la Sudáfrica racista que servía solo para atraer hacia allí las mejores y más suministradas tropas angolanas para golpearlas a su antojo. Nos oponíamos por tanto a tal concepto que más de una vez se aplicó, hasta la última en la que se demandó golpear al enemigo con nuestras propias fuerzas lo que dio lugar a la batalla de Cuito Cuanavale. Diré que aquel prolongado enfrentamiento militar contra el ejército sudafricano se produjo a raíz de la última ofensiva contra la supuesta “capital de Savimbi” —en un lejano rincón de la frontera de Angola, Sudáfrica y la Namibia ocupada—, hacia donde las valientes fuerzas angolanas, partiendo de Cuito Cuanavale, antigua base militar desactivada de la OTAN, aunque bien equipadas con los más nuevos carros blindados, tanques y otros medios de combate, iniciaban su marcha de cientos de kilómetros hacia la supuesta capital contrarrevolucionaria. Nuestros audaces pilotos de combate los apoyaban con los Mig-23 cuando estaban todavía dentro de su radio de acción.

Cuando rebasaban aquellos límites, el enemigo golpeaba fuertemente a los valerosos soldados de las FAPLA con sus aviones de combate, su artillería pesada y sus bien equipadas fuerzas terrestres, ocasionando cuantiosas bajas en muertos y heridos. Pero esta vez se dirigían, en su persecución de las golpeadas brigadas angolanas, hacia la antigua base militar de la OTAN.

Las unidades angolanas retrocedían en un frente de varios kilómetros de ancho con brechas de kilómetros de separación entre ellas. Dada la gravedad de las pérdidas y el peligro que podía derivarse de ellas, con seguridad se produciría la solicitud habitual del asesoramiento al Presidente de Angola para que apelara al apoyo cubano, y así ocurrió. La respuesta firme esta vez fue que tal solicitud se aceptaría solo si todas las fuerzas y medios de combate angolanos en el Frente Sur se subordinaban al mando militar cubano. El resultado inmediato fue que se aceptaba aquella condición.

Con rapidez se movilizaron las fuerzas en función de la batalla de Cuito Cuanavale, donde los invasores sudafricanos y sus armas sofisticadas se estrellaron contra las unidades blindadas, la artillería convencional y los Mig-23 tripulados por los audaces pilotos de nuestra aviación. La artillería, tanques y otros medios angolanos ubicados en aquel punto que carecían de personal fueron puestos en disposición combativa por personal cubano. Los tanques angolanos que en su retirada no podían vencer el obstáculo del caudaloso río Queve, al Este de la antigua base de la OTAN —cuyo puente había sido destruido semanas antes por un avión sudafricano sin piloto, cargado de explosivos— fueron enterrados y rodeados de minas antipersonal y antitanques. Las tropas sudafricanas que avanzaban se toparon a poca distancia con una barrera infranqueable contra la cual se estrellaron. De esa forma con un mínimo de bajas y ventajosas condiciones, las fuerzas sudafricanas fueron contundentemente derrotadas en aquel territorio angolano.

Pero la lucha no había concluido, el imperialismo con la complicidad de Israel había convertido a Sudáfrica en un país nuclear. A nuestro ejército le tocaba por segunda vez el riesgo de convertirse en un blanco de tal arma. Pero ese punto, con todos los elementos de juicio pertinentes, está por elaborarse y tal vez se pueda escribir en los meses venideros.

¿Qué sucesos ocurrieron anoche que dieron lugar a este prolongado análisis? Dos hechos, a mi juicio, de especial trascendencia:

La partida de la primera Brigada Mé­dica Cubana hacia África a luchar contra el Ébola.

El brutal asesinato en Caracas, Vene­zuela, del joven diputado revolucionario Robert Serra.

Ambos hechos reflejan el espíritu heroico y la capacidad de los procesos revolucionarios que tienen lugar en la Patria de José Martí y en la cuna de la libertad de América, la Venezuela heroica de Simón Bolívar y Hugo Chávez.

¡Cuántas asombrosas lecciones encierran estos acontecimientos! Apenas las palabras alcanzan para expresar el valor moral de tales hechos, ocurridos casi simultáneamente.

No podría jamás creer que el crimen del joven diputado venezolano sea obra de la casualidad. Sería tan increí­ble, y de tal modo ajustado a la práctica de los peores organismos yankis de inteligencia, que la verdadera casualidad fuera que el repugnante hecho no hubiera sido realizado intencionalmente, más aún cuando se ajusta absolutamente a lo previsto y anunciado por los enemigos de la Revolución Venezolana.

De todas formas me parece absolutamente correcta la posición de las autoridades venezolanas de plantear la necesidad de investigar cuidadosamente el carácter del crimen. El pueblo, sin embargo, expresa conmovido su profunda convicción sobre la naturaleza del brutal hecho de sangre.

El envío de la primera Brigada Médica a Sierra Leona, señalado como uno de los puntos de mayor presencia de la cruel epidemia de Ébola, es un ejemplo del cual un país puede enorgullecerse, pues no es posible alcanzar en este instante un sitial de mayor honor y gloria. Si nadie tuvo la menor duda de que los cientos de miles de combatientes que fueron a An­gola y a otros países de África o América, prestaron a la humanidad un ejemplo que no podrá borrarse nunca de la historia humana; menos dudaría que la acción heroica del ejército de batas blancas ocupará un altísimo lugar de honor en esa historia.

No serán los fabricantes de armas letales los que alcancen merecido honor. Ojalá el ejemplo de los cubanos que marchan al África prenda también en la mente y el corazón de otros médicos en el mundo, especialmente de aquellos que poseen más recursos, practiquen una religión u otra, o la convicción más profunda del deber de la solidaridad humana.

Es dura la tarea de los que marchan al combate contra el Ébola y por la supervivencia de otros seres humanos, aun al riesgo de su propia vida. No por ello debemos dejar de hacer lo imposible por garantizarle, a los que tales deberes cumplan, el máximo de seguridad en las ta­reas que desempeñen y en las medidas a tomar para protegerlos a ellos y a nuestro propio pueblo, de esta u otras enfermedades y epidemias.

El personal que marcha al África nos está protegiendo también a los que aquí quedamos, porque lo peor que puede ocurrir es que tal epidemia u otras peores se extiendan por nuestro continente, o en el seno del pueblo de cualquier país del mundo, donde un niño, una madre o un ser humano pueda morir. Hay suficientes médicos en el planeta para que nadie tenga que morir por falta de asistencia. Es lo que deseo expresar.

¡Honor y gloria para nuestros valerosos combatientes por la salud y la vida!

¡Honor y gloria para el joven revolucionario venezolano Robert Serra junto a la compañera María Herrera!

Estas ideas las escribí el dos de octubre cuando supe ambas noticias, pero preferí esperar un día más para que la opinión internacional se informara bien y pedirle a Granma que lo publicara el sábado.





Fidel Castro Ruz
Octubre 2 de 2014
8 y 47 p.m.
Cubadebate

sábado, 4 de octubre de 2014

SLEMENSON, Claudio Alberto.

SLEMENSON, CLAUDIO 1
Se crió en el seno de una familia judía de clase media progresista. Muy buen alumno, exageradamente aplicado. También se lo recuerda como sumamente sensible y capaz. “Ordenado y obsesivo. Puntilloso y detallista” dice Mariana Slemenson una de sus hermanas menores que le había prometido a Claudio, en broma, crear en la escuela la Unión de Estudiantes Primarios (UEP) para sumarla a la lucha por la liberación nacional. Hincha de Independiente. Tuvo el berretín de coleccionar botellitas. Serio y reservado, por eso no dejaba de hacer jodas con sus amigos adolescentes con los que había armado una banda de rock que se llamaba “Algo”, donde gustaban de la música de los Beatles y Almendra. Vivía en Santa Fe y Canning (hoy Scalabrini Ortíz). Tenía un perro boxer que quería mucho, de nombre “Dog”. Claudio desarrollaba algunas costumbres muy particulares, como por ejemplo, desayunar con un bife de lomo bien jugoso todas las mañanas. Tenía obsesión por la limpieza: embebía un algodón en alcohol que pasaba por su cuello antes de ponerse la camisa. Casi todo el año se vestía igual: pantalón gris, blazer azul y en invierno bufanda escocesa tipo Burberries. Jefe natural de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), delegado de la Regional I de dicha estructura estudiantil y miembro titular por la Rama Juvenil del Consejo Superior del Movimiento Peronista Auténtico (MPA). Secuestrado y luego desaparecido por personal uniformado en San Miguel deTucumán el 4 de octubre de 1975 y visto luego en el campamento militar de Famaillá hasta su asesinato. Claudio hizo su secundario en el histórico Colegio Nacional Buenos Aires del cual salieron tantos militantes peronistas revolucionarios. En julio de 1972 fue uno de los organizadores en dicho establecimiento educativo de la Agrupación Secundaria “Evita Montonera” y allí se hizo muy amigo del “Roña” Eduardo Beckerman también asesinado. Mucha gente que convivió con él acerca su semblanza. María Susana Rossi, compañera de secundario: “Pero quizá Claudio ya tenía analizada una situación posible: en caso de que el soldado de la fila de adelante cayera, si esa fuera la circunstancia, el de la fila siguiente daría un paso al frente. Cuando mataron a Eduardo (Beckerman), me dio la impresión de que Claudio hizo, entonces, lo que había decidido y evaluado hacer hacía mucho, mucho tiempo antes (…) Solamente alguien que –bien o mal- se ha sopesado a sí mismo y a sus circunstancias, puede dar sin demora, cabalmente, y más allá de todo cálculo, un paso al frente, cuando la situación se le presenta. Y ese fue Claudio”. Alberto Schprejer, ex preso político lo recuerda así: “Para mí fue un amigo entrañable, un hermano y mi jefe político, un militante montonero convencido de la lucha que llevábamos, fue el gran organizador de la UES del 73 al 75, un hombre franco y honesto; inteligente y astuto”. Su hermana Adriana también dice lo suyo: “Claudio me había contado sus penas porque estaba enamorado de “La Petisa” (Rosana Szafirstein) y como ella no le daba bola, él se encerraba a tocar la batería hasta dejarnos sordos; pero todo llega. Un día, después de dar 20 vueltas a la manzana juntos en su Citröen 3 CV amarillo huevo, le preguntó si quería ser su novia. Ella le dijo que sí, y mi hermano sintió alcanzar el cielo con las manos y al toque sacó una rosa que sacó de abajo del asiento para dársela a su flamante compañera que quedó emocionada (...) En el departamento donde vivíamos, también habíamos estudiado, conversado y discutido interminablemente y nos habíamos formado para integrarnos al peronismo revolucionario, un compromiso que iba más allá de lo que nos había tocado en suerte. Queríamos la perfección, creíamos en el Hombre Nuevo y así lo vivíamos, con toda la intensidad y honestidad de los 20 años”. Otro compañero de la agrupación que se presenta como “Polo” recapacita sobre lo siguiente: “Alguna vez pensé que liderar algo como la UES, era como mantener bajo control y amaestradas a una bolsa llena de pulgas, es decir, una masa llena de inquietudes y energías, con tantas ideas y poca orientación. Probablemente la organización militante más difícil de liderar. Claudio Slemenson era capaz de aportar confianza en la seriedad de la Agrupación y sus objetivos, lo que era para nosotros de la base, una coordenada fundamental en aquellos difíciles tiempos”. Otro militante, Jorge Roberto López, recuerda su paso por Mendoza y le dice a otro compañero: “Como en el ’75 creo, vino acá y lo llevamos a tu casa a esa reunión super secreta  que hicimos: la del millón de pesos ¿A dónde habrá ido a parar esa guita? Después se fue a Tucumán y en una semana nomás cayó, no apareció más. ¡En una semana…! Nos podría haber mandado totalmente al muere y no lo hizo, pobre ‘Barbeta’. Sobre todo a vos, porque conocía tu casa”. Sus amigos, compañeros y vecinos colocaron una baldosa con su nombre en la calle, como recuerdo imperecedero de su paso justo y comprometido por este mundo.http://www.robertobaschetti.com/biografia/s
 IN MEMORIAM

LA VIDA HOY


El reverso de la utopía

Vivimos en un universo frío, la calidez seductora, la pasión de un mundo encantado es sustituida por el éxtasis de las imágenes, por la pornografía de la información, por la frialdad obscena de un mundo desencantado. Ya no por el drama de la alienación, sino por la hipertrofia de la comunicación que, paradojalmente, acaba con toda mirada o, como dirá Baudrillard con toda imagen y, por cierto, con todo reconocimiento.

BAUDRILLARD.

a lujan II

a LUJAN

MANUEL LÓPEZ, "QUEBRACHO"

Nació en Pampayasta, departamento Tercero Arriba, Córdoba, a fines del siglo XVIII. En 1817, durante el gobierno del doctor Manuel Antonio Castro, fue designado juez de paz del departamento Tercero Abajo. Por esa época estaba dedicado a labores rurales. Posteriormente, el gobernador Juan Bautista Bustos lo nombró comandante del departamento Tercero Arriba, cargo que desempeñaba cuando, en abril de 1829, tuvo lugar la batalla de San Roque en que el gobernador federal fue derrotado.

En 1830 se incorporó al ejército expedicionario del general Quiroga y en sus filas peleó en Oncativo(febrero). A comienzos del año siguiente sirvió con efectivos cordobeses en las fuerzas que comandabaEstanislao López, aliado de Rosas y de Quiroga para la guerra en Córdoba y en Cuyo. López lo mandó en persecución del coronel Juan Pascual Pringles, del ejército unitario, que había salvado sus fuerzas en Río IV, y que sería derrotado el 19 de marzo de 1831 en El Morro. El coronel Manuel López derrotó el 28 de junio del mismo año, en Puntas del Sauce, al coronel Juan Gualberto Echeverría, quien fue tomado prisionero por los federales y al día siguiente fusilado.

En tiempos del gobierno de José Vicente Reinafé desempeñó los cargos de juez general de Tercero Arriba y de Tercero Abajo.

En 1834 hizo la campaña contra los ranqueles, y de esa época data su amistad política con Rosas y Aldao. Después del asesinato de Juan Facundo Quiroga asumió, con el apoyo de Rosas y de López, el gobierno de Córdoba (17 de noviembre de 1835), y obró con energía en la investigación de la muerte de Facundo. En marzo de 1836 la Legislatura lo eligió gobernador titular, y en setiembre del año siguiente le otorgó facultades extraordinarias por el término de un año, para afrontar la guerra con Bolivia y la lucha contra los ranqueles. Para la guerra con estos últimos mantuvo una estrecha vinculación epistolar con los generales Rosas y Aldao.

El 25 de febrero de 1839 venció en La Trinchera a una partida de unitarios santafesinos comandada por el coronel Santiago Oroño; y el 28 de marzo de igual año derrotó en Las Cañas al ex gobernador Pedro Nolase o Rodriguez, que habla invadido la provincia desde Catamarca, con ayuda de Ibarra y Cubas. El coronel López secuestró a Rodriguez correspondencia que probaba la traición de Domingo Cullen, ex ministro de Estanislao López, a la Federación. Rodríguez fue fusilado en el lugar denominado Santa Catalina el 21 de mayo del mismo año.

En 1847 López Quebracho fue reelecto por un período de tres años. Durante su largo gobierno desarrolló una labor eficaz, en medio de guerras permanentes. Mandó levantar una columna en recuerdo de Dorrego, Rosas, Quiroga y López; creó un cementerio público en la ciudad capital; promulgó un Código Constitucional Provisional; y defendió con energía y sin pausa la frontera sur de Córdoba. Fue duro con los enemigos de la Federación; asi a fines de 1842, cuando descubrió una conspiración contra su gobierno e hizo fusilar a don Fermín Manrique, fiscal de Estado de la provincia y federal, complicado en el plan con jefes militares de los departamentos del Oeste y Pocho.

En 1842 dispuso que los libros secuestrados a los unitarios pasasen a la biblioteca de la Universidad de Córdoba. Según el doctor Nicolás Avellaneda, López Quebracho respetó en todo momento la autonomía universitaria. Creó, asimismo, el Departamento Topográfico, e hizo acuñar moneda menor de plata (pesetas, reales, medios y cuartillos), en la Casa de Moneda y por plateros particulares.

En 1852 el coronel López se pronunció en favor de Urquiza; en abril de ese año delegó el mando en la persona de su hijo José V. López. En abril de 1854, la Legislatura de Córdoba lo autorizó para que se fuese a Entre Rios.

Murió en la ciudad de Santa Fe el 5 de octubre de 1860.

Estaba casado con doña María de los Santos Arias dé Cabrera.


Fuentes:

- Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1970).
- La Gazeta Federal 
www.lagazeta.com.ar