domingo, 17 de agosto de 2014

DIARIO DE VIAJE. RUBEN DARIO EN PARIS Flâneur latinoamericano

Por Rubén Darío *
Abril de 1911 Permítaseme que al comienzo de este artículo haga una modesta propaganda. Heme aquí convertido en director de un magazine en castellano –el primero en su género por sus condiciones gráficas–, que procuraré sea órgano parisiense del pensamiento hispanoamericano.
Al celebrar su advenimiento, de noche, alguien me dijo: “¿Por qué no da usted sus impresiones sobre París nocturno, usted, antiguo noctámbulo, y a quien hoy se ve por milagro, alguna vez, en un café, o en un cabaret?”. Y yo escribí las líneas siguientes, que reproducen mi pensar y mi sentir.
He aquí el crepúsculo. El cielo toma un tinte rojizo. El abejeo de las vías urbanas se acentúa. Monsieur se “viste”. Madame inspecciona singularmente sus cabellos, sus hombros, sus ojos, y sus labios. Los “autos” vuelven del bosque, como una enorme procesión de veloces luciérnagas. La ciudad enciende sus luces. Se llenan las terrazas de los bulevares, y se deslizan las fáciles peripatéticas, a paso parisiense, en busca de la buena suerte. Los anuncios luminosos, a lo norteamericano, brillan fija, intermitentemente, en los edificios, y los tzíganos rojos comienzan en los cafés y restaurantes sus valses, sus cakewalk sus czardas, y su hoy indispensable tango argentino, por ejemplo: “Quiero papita”.
Un pintoresco río humano va por las aceras, y la “tiranía del rostro”, que decía Poe, se ve por todas partes. Son todos los tipos y todas las razas: los norteamericanos importantes e imponentes, glabros y duros; los levantinos, los turcos y los griegos, parecidos a algunos sudamericanos; los chinos, los japoneses y los filipinos con quienes se confunden por el rostro de Asia; el inglés que en seguida se define; el negro de Haití, o de la Martinica, afrancesado a su manera, y el de los Estados Unidos, largo, empingorotado y simiesco, alegre y elástico, cual si estuviese siempre en un perpetuo paseo de la torta. Y el italiano, y el indio de la India y el de las Américas, y las damas respectivas, y el apache de hongo, y el apache de gorra, y el empleado que va a su casa, y la gracia de la parisiense por todas partes, y todo el torrente de Babel, al grito de los camelots, el clamor de las trompas de automóvil, al estrépito de ruedas y cascos, mientras las puertas de los establecimientos de diversión o de comercio echan a la calle sonora sus bocanadas de claridad alegre.
El morne Sena [triste Sena] se desliza bajo los históricos puentes, y su agua refleja las luces de oro y de colores de puentes, barcos y chalanas. El panorama es de poesía. En el fondo de la noche calca su H de piedra sombría Notre Dame. De las ventanas de los altos pisos sale el brillo de las lámparas. En la orilla izquierda del gran río parisiense, por donde hay aún gentes que sueñan, artistas y estudiantes, el movimiento en la luminosidad de bulevares y calles se acentúa, y “autobuses” y tranvías lanzan sus sones de alerta. Mimí modernizada pasa en busca de, sonríe por, o va del brazo con Rodolfo, el Rodolfo del vigésimo siglo. Ya no se ve entrar en las cervecerías y cafés el béret de antaño, y junto a las mesas se oyen tanto como el francés las lenguas extranjeras, sobre todo los varios castellanos de la América latina. Un japonés de sombrero de copa flirtea con una muchacha rubia; un negro fino y platudo se lleva a la más linda bailadora de Bullier.
Aunque Bullier no sea ya como antes, a él acuden los que gustan de la danza en el país de los escolares. Así, después que ha pasado la comida en la taberna del Panthéon para unos, para otros su bouillon o crémeries propicios a la economía o a la escasez, es a Bullier donde principalmente se dirigen, como no sea a algún cine o cabaret de cancionistas. Después los cafés se llenan, los discos de fieltro se multiplican en las mesitas; hasta que el vecindario que tranquilo duerme se suele despertar por la madrugada, a los cantos en coro de los noctámbulos.
En la orilla derecha, por la enorme arteria del bulevar, los vehículos lujosos pasan hacia los teatros elegantes. Luego son las cenas en los cafés costosos, en donde las mujeres de amor que se cotizan altamente se ejercen en su tradicional oficio de desplumar el pichón. El pichón mejor, cuando no es un “azucarerito” francés, como el que aún se recuerda, es el que viene de lejanas tierras, y aunque el rastacuerismo va en decadencia, no es raro encontrar el ejemplar que mantenga la tradición.
Cerca de la Magdalena y de la Plaza de la Concordia está el lugar famoso que tentara la pluma de un comediógrafo. Allí esas “damas” enarbolan los más fastuosos penachos, presentan las más osadas túnicas, aparecen forradas academias o ultrapicantes figurines, para gloria de la boîte y regocijo de viejos verdes, anglosajones rojos y universales efebos de todos colores, poseídos del más imperioso de los pecados capitales, bajo la urgente influencia del extradry. Allí, como en tales o cuales establecimientos de los bulevares, se consagra la noce verdaderamente parisiense, para el calavera de París o d’ailleurs, que cuenta con las rentas de un capital, o con los productos de una lejana estancia, pushta, hacienda, rancho, fundo o plantación.
Por la calle del faubourg Montmartre y de Notre Dame de Lorette, asciende todas las noches una procesión de fiesteros, tanto cosmopolitas como parisienses, afectos al Molino Rojo y a las noches blancas. Nadie tiene ya recuerdos literarios y artísticos para lo que era en antaño un refugio de artistas y de literatos. Además, se sabe ya la mercantilización del arte. Pero existen Montoya y otros que no quieren que la Musa sea atropellada por el automóvil.
Lo incómodo para la ascensión a la sagrada butte [cima] es la afluencia de apaches de todas las latitudes y de apaches de todos los tonos. Cuando se llega ya bajo la iluminación del Molino Rojo, si se tiene la experiencia de París acompañada de un poco de razonamiento, entra uno a un cabaret artístico; si se es el extranjero recién llegado con cheques u oro en el bolsillo, entran en esos establecimientos llenos de smoking, relucientes de orfebrería, adornados de espaldas bellas y manchados por el rojo de los tzíganos y en donde la botella de champaña obligatoria se ostenta en la heladera.
Montmartre ha cambiado. Hay una verdadera transformación de ese rincón de alegría, en donde hace algunos años todavía se soñaban sueños de arte y se amaba con menor desinterés. Aun los tiempos del Chat Noir se recuerdan con vagas nostalgias. Se dice que los artistas de hoy, ¡los mismos artistas!, no piensan más que en la ganancia, y que el asno Boronalí, del Lapin Agile, es el único artista verdaderamente independiente. Así, los hombres cabelludos y con anchos pantalones y con pipas, que se ven por Montmartre, no son ni artistas siquiera. El talento mismo, en los cabarets artísticos, piensa en el producto de cada noche, y no seré yo quien lo censure. El Moulin Rouge da vuelta a sus aspas de fuego sangriento, cerca de los lugares de placer que atraen al extranjero, con nombres de abadía rabelesiana o de roedor difunto. Allí los indispensables violinistas hacen bailar a las hetairas o heteras que convierten en champaña los luises de los gentlemen ciertos o dudosos, danzarinas de España o de Italia, o de Inglaterra, demuestran las tentaciones de las jotas, garrotines, tarantelas o gigues; monsieur Bérenger no estaría muy tranquilo, desde luego, si presenciase tales ejercicios coreográficos y, sobre todo, cuando las matchichas brasileñas y los tangos platenses son interpretados con fioriture [ornamento] montmartresa, exagerando la nota en un ambiente en que la palabra pudor no tiene significado alguno. Pero como esos centros no son para las niñas que comen su pan en tartines, como aquí se dice, están en tales fiestas a sus anchas quienes vienen de los cuatro puntos del mundo en busca del fabuloso París eternamente renombrado como el paraíso de las delicias amorosas y de los goces de toda suerte. A pesar de lo que se diga, el París nocturno tendrá siempre para los amantes de la diversión y del jolgorio, para los derrochadores de dinero y de salud, un imán irresistible. El chino en su China, el persa en su Persia, el más remoto rey bárbaro y negro que haya pasado por el paraíso parisiense recordará siempre sus encantos y pensará en el retorno.
Es que, si en cualquier gran ciudad moderna puede encontrarse confort, lujo, elegancia, atracciones, teatros, galantería, en ninguna parte se goza de todo eso como en París, porque algo especial circula en el aire luteciano, y porque la parisiense pone en la capital del goce su inconfundible, su singular, su poderosísimo hechizo, de manera que los reyes de otras partes, reyes de pueblos, de minas de algodones, de aceites, o de dólares, a su presencia se convierten en esclavos, esclavos de sus caprichos, de sus locuras, de sus miradas, de sus sonrisas, de su manera de andar, de su manera de hablar, de su manera de recogerse la falda, de comer una fruta, de oler una flor, de tomar una copa de champaña, de oficiar, en fin, como la más exquisita sacerdotisa de la diosa “hija de la onda amarga”, patrona de la ciudad de las ciudades, y cuyos devotos peregrinos habitan todos los países de la Tierra.
París nocturno es luz y música, deleite y armonía, y, hélas!, delito y crimen. No lejos de los amores magníficos y de los festines espléndidos, va el amor triste, el vicio sórdido, la miseria semidorada, o casi mendificante; la solicitud armada; la caricia que concluye en robo, la cita que puede acabar en un momento trágico, en el barrio peligroso, o en la callejuela sospechosa.
Mas los felices no se percatan de estas cosas. Los que van al bar elegante en un 40 HP no piensan en el proletariado del placer. Ni el extranjero pudiente viene a fijarse en tales comparaciones. El ha venido con la visión, con el ensueño, de un París nocturno, único y maravilloso. Halla todo lo que solicita para sus inclinaciones y sus gustos. Sabe que con el oro todo se consigue en las horas doradas de la villa de oro, en donde el amor no es ciego, no lleva venda; cuando más, un monóculo, que por lo general es un Luis de Francia, una libra esterlina, o una águila americana. Y ese amor, que no es ciego en París, ve mejor de noche que de díaz
* “Noches de París”. En: Viajes de un cosmopolita extremo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica (Colección Tierra Firme), 2013.

› OPINION No hablemos del petróleo

Por  Robert Fisk *
En el Medio Oriente, los primeros disparos de cada guerra definen la narrativa que todos seguimos obedientemente. Así también, esta gran crisis desde la última gran crisis en Irak. ¿Los cristianos huyen por sus vidas? Hay que salvarlos. ¿Yazidíes muriendo de hambre en las cimas de las montañas? Démosles comida. ¿Islamistas que avanzan sobre Irbil? Bombardeémoslos. Bombardear sus convoyes y “artillería” y sus combatientes, y bombardear una y otra vez hasta que...
Bueno, la primera pista sobre el plazo de nuestra última aventura en Medio Oriente llegó el fin de semana, cuando Barack Obama dijo al mundo –en la más encubierta “ampliación de la misión” de la historia reciente– que “no creo que vayamos a resolver este problema (sic) en semanas, esto va a tomar tiempo”. Entonces, ¿cuánto tiempo? Por lo menos un mes, obviamente. Y tal vez seis meses. ¿O tal vez un año? ¿O más? Después de la Guerra del Golfo de 1991 –se han producido en realidad tres de esos conflictos en las últimas tres décadas y media, con otro en proceso– los estadounidenses y británicos impusieron una zona de “no vuelo” sobre el sur de Irak y el Kurdistán. Y bombardearon las “amenazas” militares que descubrieron en el Irak de Saddam para los próximos 12 años.
¿Obama ha sentando las bases –la amenaza de “genocidio”, el “mandato” estadounidense por parte del impotente gobierno en Bagdad para atacar a los enemigos de Irak– para otra guerra aérea prolongada en Irak? Y si es así, que lo hace –o nos hace– pensar que los islamistas ocupados en crear su califato en Irak y Siria van a jugar en este escenario alegre. ¿El presidente de Estados Unidos, el Pentágono y el Comando Central –y, supongo, el infantilmente llamado comité Cobra británico– realmente creen que ISIS, a pesar de su ideología medieval, se va a sentar en las llanuras de Nínive a esperar ser destruido por nuestras municiones? No, los muchachos de ISIS o el Estado Islámico o califato o lo que sea que les guste llamarse a sí mismos, simplemente van a desviar sus ataques a otras partes. Si el camino a Irbil está cerrado, van a tomar el camino de Alepo o Damasco, que los estadounidenses y los británicos estarán menos dispuestos a bombardear o defender, porque eso significaría ayudar al régimen de Bashar al Assad de Siria, a quien debemos odiar casi tanto como al Estado Islámico. Sin embargo, si los islamistas tratan de capturar Alepo, sitiar Damasco y empujar hacia el otro lado de la frontera libanesa –la ciudad mediterránea de mayoría sunnita de Trípoli parece un objetivo clave– vamos a estar obligados a ampliar nuestro precioso “mandato” para incluir dos países más, entre otras cosas porque bordean a la nación aún más merecedora de nuestro amor y protección que el Kurdistán: Israel. ¿Alguien pensó en eso?
Y luego, por supuesto, está el innombrable. Cuando “nosotros” liberamos Kuwait en 1991, todos teníamos que recitar –una y otra vez– que esta guerra no era por el petróleo. Y cuando “nosotros” invadimos Irak en 2003, de nuevo tuvimos que repetir, hasta la saciedad, que este acto de agresión no era por el petróleo –como si los marines estadounidenses hubiesen sido enviados a la Mesopotamia, cuya principal exportación eran los espárragos–. Y ahora, mientras protegemos a nuestros queridos occidentales en Irbil y socorremos a los yazidíes en las montañas de Kurdistán y nos lamentamos por las decenas de miles de cristianos que huyen de las maldades de ISIS, no debemos –no lo hacemos y no lo haremos– mencionar el petróleo. Me pregunto por qué no. ¿No es acaso importante –o simplemente un poco relevante– que Kurdistán represente 43,7 mil millones de barriles de los 143 mil millones de reservas de Irak, así como 25,5 mil millones de barriles de reservas probadas y de tres y hasta seis trillones de metros cúbicos de gas? Conglomerados de petróleo y gas globales han acudido en masa a Kurdistán –de ahí los miles de occidentales que viven en Irbil, aunque su presencia ha sido en gran medida inexplicada– para invertir más de 10 mil millones de dólares. Mobil, Chevron, Exxon y Total están en el terreno –y no vamos a permitir que ISIS se meta con empresas como estas– en un lugar donde los operadores de petróleo se caracterizan por recoger el 20 por ciento de todas las ganancias.
De hecho, informes recientes sugieren que la producción de petróleo kurdo actual de 200 mil barriles por día llegará a 250 mil el año que viene –la prestación de los chicos del califato se mantiene a raya, por supuesto– lo cual significa, de acuerdo con Reuters, que si el Kurdistán iraquí fuera un país real y no sólo una porción de Irak, estaría entre los 10 países ricos en petróleo más importantes del mundo. Lo cual, sin duda, vale la pena defender. ¿Pero alguien ha mencionado esto? ¿Algún reportero de la Casa Blanca ha molestado a Obama con una sola pregunta acerca de este hecho sobresaliente?
Claro, lo sentimos por los cristianos de Irak –aunque nos importaba bien poco cuando su persecución empezó después de nuestra invasión de 2003–. Y debemos proteger a las minoría de los yazidis, como prometimos –pero fallamos– proteger a los 1,5 millones de cristianos armenios de sus asesinos musulmanes en la misma región hace 99 años. Pero no olvidemos que los maestros del nuevo califato de Medio Oriente no son tontos. Los límites de su guerra se extienden mucho más allá de nuestros “mandatos” militares. Y ellos saben –aunque no lo admitamos– que nuestro verdadero mandato incluye esa palabra indecible: petróleo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12

› OPINION Mi derecho a la identidad

El 2 de agosto depositamos en el mausoleo de los caídos en Monte Chingolo, del cementerio de Avellaneda, los restos de quien en vida fuera mi madre, Aída Leonora Bruschtein.
Mi vieja fue militante del PRT-ERP y tenía 24 años cuando la asesinaron. Estaba a cargo de un grupo de doce personas en la periferia de lo que fue el asalto al cuartel. Ella y seis más habían logrado pasar el cerco del Ejército, pero en vez de retirarse ella volvió a buscar a sus compañeros y no pudo volver a salir. La capturaron y asesinaron el día siguiente, 24 de diciembre de 1975, en la víspera de Navidad.
Dos meses antes, el 21 de octubre de 1975, ella y su compañero Adrián Saidon habían tenido un hijo, yo, Hugo Roberto Saidon. Estaban clandestinos, perseguidos por el gobierno de Isabel Perón y López Rega, y nunca lograron tramitar mi partida de nacimiento. Sin embargo, a riesgo de su propia vida, anotaron en los registros del hospital, con sus verdaderos nombres, que ellos dos eran los padres de ese bebé buscado y deseado.
Los días posteriores al asesinato de mi mamá, mi abuela Laura Bonaparte fue a pedir información y reclamar el cuerpo de su hija. Le respondieron que el cuerpo acribillado estaba bajo secreto de sumario y le ofrecieron una mano en un frasco de formol. Ella y su ex marido, mi abuelo Santiago Bruschtein, iniciaron un juicio por asesinato a las Fuerzas Armadas.
El 24 de marzo de 1976 fue asesinado mi papá, Adrián Saidon, su cuerpo continúa desaparecido.
Me adoptaron mis tíos Irene Bruschtein y Mario Ginzberg, que me anotaron como hijo propio. No había muchas otras opciones en medio de la persecución. Tuve así mi primera partida de nacimiento, en la que fui inscripto como Hugo Roberto Ginzberg. Pasamos un año y medio juntos como familia, con ellos y mi prima hermana Victoria Ginzberg, hasta que un grupo de tareas del Ejército allanó la casa donde vivíamos. Victoria tenía casi tres años; yo, dos. Presenciamos el secuestro y nos dejaron en la casa de unos vecinos. Irene tenía 21 años; Mario, 24, y creemos que fueron trasladados a Campo de Mayo. Continúan desaparecidos.
Mi abuelo Santiago Bruschtein, enfermo cardíaco, fue secuestrado de su casa en junio de 1976. La enfermera que lo cuidaba contó que los milicos le gritaban que “cómo un judío hijo de puta se atrevía a hacerle juicio al Ejército argentino”. Nunca nos entregaron el cuerpo. Muchos años después, aparecieron en algún archivo policial las fotos de un grupo de cadáveres incendiados en un predio de Cañuelas entre los cuales se reconoce la mitad del rostro de mi abuelo, preservado por la escarcha junto al cuerpo calcinado de una mujer con un avanzado embarazo.
Poco tiempo después fue secuestrado otro hermano de mi mamá, mi tío Víctor Bruschtein, junto a su compañera Jacinta Levi. Continúan desaparecidos.
En 1984, mi abuela Laura Bonaparte hizo la primera excavación en fosas comunes buscando identificar restos de desaparecidos, en el fondo del cementerio de Avellaneda, en una zona que era un basural y donde ella había investigado y sabía que estaban los cuerpos de aquella masacre. Hay una foto terrible, que fue tapa de la revista Life, y que en parte impulsó la conformación del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Ese fondo del cementerio de Avellaneda se fue transformando con los años, primero con césped, después con un pequeño cantero. Mi abuela era una persona fuerte y alegre, trataba de no llorar delante de mí, excepto los 24 de diciembre, que era algo así como su día permitido de la mañana a la noche. Cuando vivíamos en Almagro se levantaba muy temprano para ir al mercado de flores que quedaba a unas cuadras, compraba dos docenas de claveles rojos, nos tomábamos el colectivo 24 y llegábamos al fondo del cementerio. En ese pedacito de césped íbamos dejando las flores para todos los compañeros y para mi vieja, nos sentábamos un rato y se acercaban siempre algunos vecinos del barrio a darle un beso y dejar también alguna flor. A veces, también alguien que había ido a visitar a sus seres queridos separaba una de su ramo y la acercaba al lugar donde los muertos no tenían derecho ni siquiera a un nombre.
Con los años y la tenacidad de algunos familiares, ese lugar se fue transformando. Hoy en ese baldío hay un mausoleo con un hermoso mural que rinde homenaje a los militantes asesinados. Los antropólogos hicieron su enorme y generoso trabajo identificando cada uno de los cuerpos mutilados y permitiendo que tengan al fin un lugar de descanso.
Los restos de mi mamá fueron identificados en parte con mi ADN. Pero cuando fui a realizar los trámites para poder llevarla al mausoleo, en el juzgado me contestaron que no podía porque no era el hijo, ya que mi DNI es el de Hugo Ginzberg. Mi tío Luis, el único familiar vivo de mi madre reconocido por el Estado, se ocupó de realizar los trámites.
En los ministerios tampoco me reconocen como hijo de Irene y Mario. Es razonable, primero porque es cierto y además porque mi expediente en la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) en el que solicito al Estado que interceda institucionalmente ante la Justicia para recuperar mi verdadera identidad lleva ya 18 años de iniciado. Por alguna razón que no termino de entender, hay compañeros funcionarios que hacen y han hecho un gran trabajo en la búsqueda y recuperación de identidad de mucha gente, pero que consideran que no es importante en el caso de mi historia particular. La Justicia, además, parece que necesitara años y años para resolver lo evidente.
Mi acta de nacimiento se hizo bajo el peor gobierno de la historia reciente argentina, en medio de una terrible persecución y aniquilamiento familiar. El acta de nacimiento de mis dos hijas, Franca y Carmela, en medio del mejor gobierno y la mayor libertad de la historia reciente argentina. Pero, hasta ahora, ninguno de los tres tenemos derecho a nuestra verdadera identidad.
Mis viejos arriesgaron sus vidas el 21 de octubre de 1975 en un hospital de Avellaneda, dejando registro con sus verdaderos nombres. También se merecen que su hijo y sus nietas sean reconocidos como tales.
Este agosto, antes de ir al cementerio charlamos con Franca, mi hija de cinco años, sobre el ADN, porque despedíamos a su abuela 38 años después. Ella dejó en el lugar señalado con nombre y apellido un clavel rojo antes de cerrar el nicho y afuera un ramo que también era para los demás compañeros. En algún momento vamos a volver a charlar sobre ADN con ella y también con Carmela, cuando los tres llevemos con orgullo los apellidos que nos pertenecen, será en poco tiempo o será en otros 38 años, pero será.
Memoria. Verdad. Justicia.

OPINION La mirada y los temas de los obispos

Por Washington Uranga
El debate y las discrepancias entre el episcopado católico y el Gobierno son tan inevitables como interminables. Son lugares institucionales diferentes, que obligan a poner la mirada y el acento en cuestiones distintas, pero existen también perspectivas político-sociales discordantes. Esto dicho más allá de que en la actualidad desde las dos partes se afirme la “cordialidad” de la relación y el funcionamiento aceitado de las “relaciones institucionales”. La caracterización es cierta, también correcta, por ambos lados. Al margen de chispazos ocasionales, la relación entre Gobierno e Iglesia atraviesa una época de calma en la que, por cierto, tiene mucho que ver la presencia de Francisco en el Vaticano, así el pontífice se mantenga alejado de la cotidianidad y sin intervención directa inmediata en los asuntos locales, que sin embargo sigue con atención.
Aguijoneado por ciertos medios de comunicación sumamente interesados en construirle opositores al Gobierno, pero también facilitados por algunos trascendidos surgidos de la reunión de la Comisión Permanente del Episcopado, que estuvo reunida durante la semana que terminó, volvieron a aparecer en los últimos días algunos cortocircuitos verbales entre el Gobierno y los obispos. El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, salió al cruce de presuntas declaraciones de los obispos sobre el desempleo y reclamó una toma de posición de la jerarquía sobre los fondos buitre, lo que valió una desmentida del vocero del Episcopado, sacerdote Jorge Oesterheld, para aclarar que la “problemática del desempleo” no formó parte del temario episcopal de esta semana y que los obispos ya se habían pronunciado el 24 de junio último, después del fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos, advirtiendo sobre la gravedad del tema y haciendo un llamado a la unidad de todos los sectores frente a la situación.
Es correcta la afirmación de Oesterheld cuando sostiene, en términos estrictos, que la problemática del desempleo no fue parte formal de la agenda episcopal. Pero no menos cierto es que, en sus diócesis y en los ámbitos colegiados, los obispos vienen manifestando su preocupación por la situación social y por las consecuencias de la realidad económica. Lo hacen dentro del marco de lo que la jerarquía católica denomina “visión pastoral de la realidad”. Bajo ese título, los obispos cobijan todos sus intercambios sobre la política, la economía, las cuestiones sociales. También en ese espacio las críticas al Gobierno vienen subiendo de tono, aunque hay sumo cuidado en las declaraciones y en las manifestaciones institucionales. Pero existen otros caminos. Los estudios hechos por el Observatorio Social de la Deuda Argentina, de la Universidad Católica Argentina, o las declaraciones en el marco de la Semana Social que organiza el episcopado, sirven de caja de resonancia para manifestar las inquietudes al respecto.
Nadie debería esperar, menos en tiempos de debate electoral como el que se avecina, que los obispos acerquen posiciones con el Gobierno. Tampoco hay motivos para que lo hagan. En el Gobierno, en general, se conforman si no hay declaraciones altisonantes o críticas demasiado severas con fuerza institucional. Admiten, sin embargo, que puede haber manifestaciones de algunos obispos que resultan incómodas. Pero no habrá reacciones frente a ello. Preferirían sí, que por lo menos junto a las críticas haya también reconocimiento por lo realizado. Además de la cuestión social, los temas de discrepancia siguen siendo los mismos: aborto, familia y, en el último tiempo, el debate en torno de la posible despenalización del consumo de drogas.
Al acercarse el tiempo de las disputas electorales, los obispos intentarán cuidar al máximo sus declaraciones para evitar que se los señale por intromisión en política partidaria. Sin embargo, la asamblea episcopal de noviembre próximo –en la que además se renovarán las autoridades del episcopado– puede dar lugar a un documento general en el que la jerarquía católica fije su posición sobre cuestiones políticas y sociales. La resolución sobre una declaración pública en esa ocasión dependerá en gran medida de la evaluación que los mismos obispos hagan respecto de la posible utilización –por los diferentes bandos– de sus declaraciones en el contexto de un debate político cada día más polarizado.
Por otro carril, vinculado con los derechos humanos, las Abuelas de Plaza de Mayo siguen esperando de los obispos una respuesta más concreta respecto de la ofrecida colaboración –ratificada por el Papa y por el arzobispo José María Arancedo, como presidente de la Conferencia Episcopal– en el aporte de información que pueda ayudar en la identificación de niños nacidos en cautiverio durante la dictadura militar.
Con ocasión de la restitución de identidad de Ignacio Guido Montoya Carlotto, el episcopado le hizo llegar un mensaje a Estela de Carlotto en el que, además de expresar su alegría por la recuperación de la identidad de su nieto, formulan el deseo de que “este logro siga impulsando la tarea que realizan las Abuelas”. Desde Roma, el papa Francisco envió una carta –de puño y letra– en la que resalta que el “el sufrimiento no la paralizó, sino que la sostuvo en la lucha” y agrega que “hoy, por la constancia en esa lucha, no es sólo su nieto el que la acompaña sino también otros 114 que han recuperado su identidad”.
Si bien las Abuelas valoran estos gestos, siguen aguardando que el espíritu de colaboración expresado en los diálogos y en las cartas –tanto por parte de Bergoglio como de los obispos locales– se traduzca también en el aporte de información valiosa que, se descuenta, existe en poder de la Iglesia Católica y que podría echar luz sobre muchos casos aún no esclarecidos de apropiación de niños.

RESPUESTAS A LOS DICHOS DEL OBISPO JOFRE GIRAUDO Pedidos para que la Iglesia fije posición




El Centro de Estudios Legales y Sociales y el equipo coordinador de Cristianos para el Tercer Milenio le pidieron ayer a la Iglesia Católica de la Argentina que explicite su posición institucional frente al proceso de justicia por delitos de lesa humanidad durante la última dictadura. El reclamo es producto de las declaraciones del obispo de Villa María, Samuel Jofré Giraudo, quien en línea con la teoría de los dos demonios cuestionó la legitimidad de los juicios por la represión ilegal, de los cuales la Iglesia es protagonista por partida doble: con religiosos victimarios que ya fueron procesados y hasta condenados, como Christian von Wernich, y de otros que fueron víctimas, como monseñor Enrique Angelelli.
Cristianos para el Tercer Milenio, una agrupación de referentes de distintos ámbitos que cuestiona a la jerarquía católica, le envió a Jofré Giraudo una carta en la que destacó “la escandalosa confusión creada por sus declaraciones, que no son las primeras que ponen en duda sus atributos de pastor” y le exigió “una clara ratificación o rectificación”. En una segunda misiva, dirigida a la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina que encabeza José María Arancedo, el grupo que integran Hernán Patiño Mayer, Alicia Pierini, Ana Cafiero y Felipe Solá, entre otros, le reclama a la conducción de la Iglesia “una rápida, clara y precisa toma de posición”. El CELS, en un comunicado, consideró “imprescindible que la Iglesia Católica de la Argentina se posicione” sobre los juicios y “se comprometa con una colaboración permanente y sustantiva con el proceso de memoria, verdad y justicia por los crímenes de lesa humanidad”.
“Habría dicho usted que ‘los juicios son discutibles porque en la Justicia se nombraron infinidad de cargos puestos a dedo que le hicieron perder credibilidad al Poder Judicial’”, apunta Cristianos para el Tercer Milenio en referencia a declaraciones publicadas en medios de Villa María. Luego le formula una serie de preguntas al obispo: “¿Qué autoridad tiene usted para hablar de elección a dedo, cuando la suya responde a la misma metodología que, por otra parte, contradice las tradiciones de la Iglesia primitiva y los deseos de buena parte de la grey católica? ¿Con qué fundamentos discute usted las sentencias de la Justicia democrática y la credibilidad del Poder Judicial?”, le plantean a Jofré Giraudo, quien cursó el secundario en el Liceo Militar General Paz de Córdoba y se formó como sacerdote en plena dictadura.
Las preguntas siguen. “¿Cuáles son ‘las voces serias y bien plantadas que hablan de juicios políticos’? ¿Se refiere usted a los criminales que fueron recientemente condenados por el asesinato de nuestro hermano obispo Enrique Angelelli? ¿Qué quiso decir al plantear una amnistía como camino para la reconciliación? ¿Olvidó acaso que la ‘paz es hija de la justicia’ y que el perdón reclama verdad, arrepentimiento y reparación? ¿Avala usted con su afirmación de que ‘los militares no fueron los únicos culpables’ la perversa teoría de los dos demonios, que pretende equiparar a delitos comunes con crímenes de lesa humanidad?”
Luego de exigirle al obispo que ratifique o rectique sus palabras, la agrupación le pide a Jesucristo que a través de la Virgen de Luján “lo ayude a reparar el daño causado y en el futuro a servir con honestidad, humildad y prudencia las necesidades del rebaño puesto a su cuidado”. En su carta a la comisión de la CEA, que encabeza Arancedo, la agrupación destaca “la gravedad” de las declaraciones y “las dudas que alimentan” sobre la posición del Episcopado, y por ese motivo les demandan a los obispos que “en su condición de pastores y servidores de nuestro pueblo, (hagan pública) una rápida, clara y precisa toma de posición”.
El comunicado del CELS se titula “La Iglesia Católica frente al proceso de memoria, verdad y justicia” y recuerda que ya en 1984 la Conadep hizo constar en su informe final que miembros de la Iglesia “cometieron o avalaron con su presencia, con su silencio y hasta con palabras justificatorias” la represión ilegal. “Hace treinta años que la Iglesia Católica aparece mencionada reiteradamente en los testimonios de las víctimas por su falta de respuesta o su compromiso con los represores”, destaca. “Ocho sacerdotes fueron procesados por su participación en delitos de lesa humanidad. El capellán castrense Christian von Wernich está condenado por su actuación en centros clandestinos de detención pero continúa siendo sacerdote”, advierte. “En otros casos, la investigación judicial no avanzó en la determinación de responsabilidades penales aunque la participación eclesiástica está documentada”, recuerda, y cita el ejemplo de los secuestrados de la ESMA que ante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fueron trasladados a un centro de detención que funcionó en la isla El Silencio, en Tigre, propiedad del arzobispado porteño. El organismo recuerda también que en el juicio por el asesinato de Angelelli, que concluyó este año, “la Iglesia Católica de la provincia de La Rioja fue parte querellante y el Vaticano aportó documentación conservada en sus archivos durante 39 años”. Finalmente, dado que se trata de “un proceso protagonizado por toda la sociedad argentina” y con “reconocimiento mundial”, considera “imprescindible” que la institución se posicione sobre los juicios y “se comprometa con una colaboración permanente y sustantiva”.

OPINION El FA-Unen y el dilema radical Por Edgardo Mocca

La única discusión políticamente relevante que sostiene el FA-Unen tiene como protagonista a Mauricio Macri. Aceptar o no aceptar una interna abierta con el PRO para la elección presidencial del año próximo es el dilema que recorre las variadas escenas televisivas (grotescas algunas de ellas) que circularon profusamente en estos días posteriores al encontronazo mediático-político entre Carrió y Solanas.
Los sectores que impugnan el acuerdo sostienen su posición sobre la base de la existencia de dos proyectos de país claramente antitéticos entre las dos agrupaciones que eventualmente se unirían. En este orden de argumentación aparece, entonces, la cuestión de los “límites del proyecto”; es decir, cuáles son las máximas tensiones en materia de alianzas soportables por la presunta identidad colectiva del FA-Unen. Por su parte, quienes ven con buenos ojos la cercanía del macrismo defienden su posición desde la necesidad de ampliar al máximo las alianzas para derrotar a lo que describen como distintos rostros electorales del peronismo.
Hay mucha sustancia en la discordia, aunque el modo de su exposición pública venga envasado en un melodrama televisivo. Claro, hay que entender –como lo saben los asesores de imagen y lo maneja brillantemente Elisa Carrió– que las grandes audiencias no están para las complejidades ni para la explicación conceptual; pueden, en cambio, consumir discusiones políticas si están formateadas como telenovelas. A pesar de esta cuestión estilística, la discusión roza algunos aspectos centrales de nuestro sistema político-partidario. En ella está involucrada la definición política de los actores principales del drama argentino: qué es, hoy por hoy, el peronismo, qué es el radicalismo, qué es la izquierda (o el centroizquierda, para adoptar el lenguaje moderado que impera entre los participantes del debate). Y esa definición no puede hacerse en abstracto, es tributaria de una mirada sobre el pasado reciente y el presente de nuestro país. Es una pregunta sobre qué pasó en el país desde la crisis terminal de 2001, cuáles son las encrucijadas que enfrentamos, cómo podemos hacerlo.
Los participantes activos del diálogo discuten entre ellos, pero sin dejar de mirar ni un minuto –encuestas mediante– qué pasa entre los potenciales electores de la coalición en su conjunto y, muy en particular,
entre los de cada uno de los interesados. Quien logre conectar mejor con el clima de la masa de apoyo quedará en mejor posición para la competencia interna (o externa, si el debate deviene división). De alguna manera la discusión gira en torno de cómo responderían los electores del FA-Unen ante el caso de una alianza con el macrismo. Dicho de otro modo, la pregunta es quiénes son los votantes del FA-Unen. Hay quien cree que son votantes “progresistas” que no creen en el “falso progresismo” del Gobierno. Desde la otra vereda, le responden que en realidad son gente que está cansada de que gobiernen siempre los peronistas y conforman un grupo en el que convive la antinomia tradicional de la política argentina con la rabia antikirchnerista de estos últimos años. En realidad, las dos descripciones contrarias no son tales, sino algo así como “declaraciones de identidad” de los sectores que discuten: unos son “ante todo” progresistas, los otros son “ante todo” antiperonistas.
No es un detalle menor, para profundizar un poco en este juego de identidades abstractas, que el personaje central del drama sea Macri. Es posible que la potencia del impacto se deba a la fuerte representatividad del apellido, a su carga de significado social y político. El apellido Macri le pone final al juego de máscaras ideológicas encubridoras. Cuando se lo pronuncia, obliga a definiciones que no estaban previstas. Hay “una Argentina” en ese apellido. Macri es la Argentina de los grandes negocios, de los lobbies empresarios que fuerzan decisiones públicas, de la centralidad del mercado, de los “ganadores” (o los que se sienten tales). Claro que eso es Macri, pero no el macrismo. El macrismo es una de las experiencias conservadoras más importantes de la etapa democrática; hablando, claro está, de las que no han logrado hegemonizar ni el peronismo ni el radicalismo. Ha logrado un nivel de convivencia entre el conservadurismo histórico, más cerrado y opaco en su compromiso democrático, con las nuevas camadas, más influidas por los vientos neoliberales de la década pasada. La nueva derecha ha incorporado a su patrimonio una mirada más sensata de las libertades individuales y la nueva generación de derechos. Todo eso sin considerar que, a diferencia de sus predecesoras, ha aprendido a hacer política con sufragio universal, sin proscripciones y sin golpes de Estado.
En los conflictos concretos de estos años, el discurso macrista no ha sido muy diferente del de aquellos sectores opositores que se autoperciben a su izquierda. Juntos enfrentaron al Gobierno en todos los campos. Juntos –e igualmente subordinados al libreto de los medios dominantes– han construido una reducción de una etapa política compleja, rica y contradictoria del país como la de la última década, a la clásica monserga conservadora de la decadencia de la moral pública. Muchos de quienes hoy se escandalizan por la perspectiva de una unión con el PRO han desarrollado un nivel de afinidad con los intereses de los sectores dominantes casi totalmente indistinguible del discurso del partido de Macri: votaron juntos las mismas leyes, activaron en pie de igualdad las operaciones mediático-financieras desestabilizadoras. Ni al macrismo, ni a quienes se identifican con el centroizquierda, les ha resultado imposible firmar documentos programáticos comunes. Lo ilustra, por ejemplo, el Acuerdo para el Desarrollo y la Democracia impulsado por el Club Político Argentino. Se trata, claro está, de un documento pletórico de vaguedades bienpensantes y huérfano de cualquier tensión política: su párrafo dedicado a la educación, por ejemplo, se compromete a “garantizar la mejora continua de la educación”. Pero aún así, tiene importancia la puesta en escena de una “comunidad de valores” entre neoconservadores y liberales progresistas. ¿Por qué entonces tanta sorpresa y tanto encono para pasar de esa convivencia cada vez más armónica a un compromiso electoral?
Carrió y Solanas han ocupado el lugar mediático central de la discusión. La argumentación más coherente y la que mejor conecta con el electorado opositor parece ser la de la diputada. La atribución de los avances electorales del frente en la Ciudad de Buenos Aires a una ola de progresismo crítico de las falencias del Gobierno puede sonar satisfactoria en algún reducto militante de muy escaso volumen, pero es imposible basar en ese supuesto una estrategia política ganadora por el sencillo motivo de que es falso. Solanas debería saberlo y seguramente lo sabe. Pero el debate no remite a saberes sino a apuestas políticas y para el cineasta acompañar al macrismo significaría el último e irreversible acto del viraje político realizado en estos años, y con él su ocaso definitivo. No así para Carrió, que ha expulsado hace rato todo vestigio de apego a definiciones de orden ideológico.
Lo que resulta más llamativo e interesante es que los dos protagonistas públicos principales de la discusión están hablando de un problema, cuyo actor central es otro: concretamente, la Unión Cívica Radical. El radicalismo no es una conjunción circunstancial de referentes políticos más o menos bien colocados en cuanto a la visibilidad pública, es un partido político. El más importante, con mucha distancia, de los que integran el frente, el de estructura más desarrollada en el territorio, el de mayor peso y tradición histórica en el país. A pesar del deterioro y de las permanentes tensiones centrífugas, sigue siendo un partido, una memoria común, una pertenencia fuerte. La permanencia del radicalismo es un valor para una cantidad de personas, acaso poco relevante estadísticamente pero importante a la hora de tomar decisiones. Y el hecho es que el radicalismo no ha votado nunca a un candidato presidencial conservador; De la Rúa era y es conservador, claro, pero también radical. El conservadorismo fue el “otro” constitutivo del radicalismo, antes de que surgiera el peronismo. Las hoy borrosas señas de identidad radical son herederas de esa tradición de enfrentamiento con los conservadores. En estos días los radicales se enfrentan a un dilema muy complejo: sus liderazgos provinciales pueden fortalecerse e incluso ganar alguna provincia de las que hoy son ajenas si favorece un amplísimo frente que termine llevando en la boleta la candidatura presidencial de Macri, pero su peso político nacional habría entrado en una imprevisible zona de turbulencias.
Carrió ha alcanzado en estos años una enorme capacidad para dirigir al radicalismo desde afuera. Lo persuadió contra posiciones favorables a las políticas del Gobierno, sobre la base de denuncias de pactos y contubernios copiosamente reproducidos por los medios dominantes. Juega siempre una contradanza político-discursiva con su partido de origen. Es posible que la sobreactuación de estas horas lleve implícita una presión y una amenaza: la presión por el acuerdo con el macrismo y la amenaza de una fuerte crisis del partido en el caso de que lo rechace. Una crisis de la que ella misma sería protagonista, sin necesidad alguna de “regresar” a ningún lado.

EL VIRREY MURIO EN MEDIO DE UNA PELEA SIN PRECEDENTES De Todman a los buitres

Por Martín Granovsky
En medio de la pelea con los fondos buitre murió el embajador norteamericano en la Argentina más famoso después de Spruille Braden. Terence Todman falleció el jueves a los 88 años. Queda vigente el refrán español que utilizaba: “Donde muchos mandan y ninguno obedece, el resultado seguro es que todo perece”.
Apodado El Virrey no sólo por sus enemigos sino por sus amigos argentinos, durante sus cuatro años aquí los dos Estados consolidaron lo que el canciller Guido Di Tella llamó “relaciones carnales”. Por primera vez en la historia la Argentina no solo se abstuvo de todo desafío sino que se integró al dispositivo de alineamiento estratégico-militar de Washington.
El mundo estaba en pleno cambio.
Los Estados Unidos y la Unión Soviética aún libraban la Guerra Fría que los enfrentaba desde que ambos, con el Reino Unido y Francia, habían derrotado a la Alemania nazi en 1945.
Washington le estaba ganando la carrera militar a Moscú. Y eran más los europeos envidiosos del american way of life que quienes soñaban con el hombre nuevo soviético.
En la Unión Soviética había comenzado la perestroika, un intento de modernización económica con mayores dosis de mercado. También la glasnost, la transparencia. La figura fuerte, o quizás no tanto, era Mijail Gorbachov, secretario del Partido Comunista de la URSS.
El jefe de la Casa Blanca era George Bush, el padre del George Bush que gobernaría entre 2001 y 2009. Bush padre había sido el piloto naval más joven de las fuerzas armadas en la Segunda Guerra, jefe de la Agencia Central de Inteligencia, primer embajador en Beijing después de la normalización de relaciones con los Estados Unidos y vicepresidente de Ronald Reagan entre 1981 y 1989.

“La propia seguridad”

Todman también había pertenecido a las fuerzas norteamericanas en la Segunda Guerra. Después estudió abogacía y terminó enrolándose en la carrera diplomática. Fue uno de los primeros afroamericanos que llegó al grado de embajador senior, el mayor nivel posible. Con James Carter (1977-1981) fue encargado del área latinoamericana del Departamento de Estado. Desde allí buscó ponerle tope al ala partidaria de las denuncias públicas contra las dictaduras, entre ellas la Argentina, encabezada por Patricia Derian y con la participación del consejero político en la Argentina Tex Harris. Todman quería como máximo que Washington ejerciera presiones discretas. En su opinión habría que evitar que quedara enajenado el compromiso proestadounidense de los Estados de la región y de sus castas militares.
En 1978 el periodista Bernardo Neustadt le hizo una entrevista donde ambos dejaron las cosas claras. “Las medidas que podemos tomar dependen de las relaciones que tenemos con los países”, explicó Todman. “Si tenemos relaciones militares o económicas, podemos jugar con eso cortándolo, reduciéndolo, parándolo. Cuando no tenemos ninguna relación no podemos mostrar nuestro sentimiento cortando lo que no existe. Entonces, en muchos casos, estamos obligados a hablar en público porque no hay otro remedio. En la mayoría de los casos empleamos conversaciones diplomáticas, privadas, para ver si con eso podemos llegar a un entendimiento que resulte en una mejoría. Si se produce, no hay necesidad de pasar a algo público o a algo más fuerte. Muchas veces lo logramos con sólo esas conversaciones, y la gente no se da cuenta de que estamos haciendo las mismas presiones pero en privado. Algunos ven solamente lo que sale a la luz y juzgan solamente por eso, pero eso no implica que son las únicas cosas que estamos haciendo.”
Todman añadió: “Pero hay una segunda consideración también, y ésa es que la relación, nuestras relaciones con cada país, es un complejo de muchas consideraciones, incluso incluye nuestra propia seguridad. Estamos viviendo en un mundo de realidad y tenemos que tratar nuestras relaciones sobre esa misma base”.
Negociador fino y a la vez pushy (la jerga llama así a los que son capaces de presionar duro), en España Todman tejió una excelente relación con Felipe González, que asumió en 1982. Con Felipe primer ministro España ingresó en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, un objetivo que los Estados Unidos no había logrado cumplir durante el mandato de transición de Adolfo Suárez.

Otro mundo

Cuando Todman llegó a la Argentina, en junio de 1989, la Unión Soviética aún existía y el mundo era bipolar, aunque el final parecía cantado. El comunismo en la URSS hizo implosión en 1991. Cuando Todman dejó Buenos Aires el mundo ya era unipolar.
Cuando Todman llegó a Buenos Aires gobernaba Raúl Alfonsín. Ya estaba decidido el traspaso adelantado del mando. Carlos Saúl Menem asumiría el 8 de julio. En mayo la hiperinflación había arrojado un índice de precios al consumidor del 50 por ciento. En julio treparía al 200 por ciento. La discusión pública rondaba sobre la crisis económica, naturalmente, la deuda externa y la revisión de las violaciones a los derechos humanos.
Cuando Todman dejó Buenos Aires, en junio de 1993, Carlos Menem había dominado la inflación y regía el Plan de Convertibilidad de Domingo Felipe Cavallo. La Argentina había desregulado la economía a niveles que entusiasmaban a los neoconservadores que admiraban a Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Después de los servicios telefónicos avanzaba el resto de las privatizaciones, que siempre tenían una pata argentina, un operador empresario europeo y una tercera pata en una entidad financiera norteamericana. Por el Plan Brady, al que la Argentina se incorporó en abril de 1992, la Argentina consiguió un descuento del 35 por ciento sobre la deuda. En ese marco, activos de empresas estatales fueron canjeados por bonos de la deuda externa. J. P. Morgan terminó con parte de las acciones de Telecom y Citibank con las de Telefónica.
El delirante proyecto de misil de alcance intermedio, el Cóndor, quedó desactivado, aunque Menem optó por entregarlo como prenda de amor con Wa-
shington en lugar de interrumpir el desarrollo en acuerdo, por ejemplo, con los vecinos brasileños. A fines de 1992 un decreto de Menem complació a Todman: la Argentina se obligaba a no exportar materiales y equipos útiles para la conversión y el enriquecimiento de uranio.
El alineamiento militar tuvo un hito importante con la incorporación argentina a la fuerza multinacional que en 1991 formó Bush para castigar a Irak y obligarlo a dejar Kuwait, invadido en enero.
Ese año, 1991, empezó de manera explosiva. Una nota de Horacio Verbitsky publicada en este diario informó que a fines de 1990 Todman escribió una carta reservada al ministro de Economía Antonio Erman González. Un párrafo decía: “Swift/Armour desea invertir 115 millones de dólares en Rosario, pero nos informa que funcionarios del gobierno argentino han pedido pagos sustanciales para emitir la documentación necesaria para importar maquinarias”. Lo que vino después fue conocido como Swiftgate y terminó con un cambio de gabinete que incluyó a figuras del menemismo como el secretario general Alberto Kohan y el ministro de Obras Públicas Roberto Dromi.

Kirchner y Cristina

Ya sin Todman, que no le impuso nada sino que aprovechó bien el giro de Menem, la Argentina mantuvo hasta 1999 las relaciones carnales. La Alianza gobernó con “relaciones intensas”. Eduardo Duhalde fue presidente en un interregno en el que no se peleó con Washington aunque se acercó a Brasil. Después, Néstor Kirchner desplegó una política hacia los Estados Unidos basada en la reestructuración de la deuda, la crítica a los organismos multilaterales de crédito y la bolilla negra para la formación de un área de libre comercio en el continente. Con Kirchner, los enfrentamientos verbales públicos con Washington fueron solo reactivos. Ante el ataque de un funcionario de la administración norteamericana venía la reacción de Kirchner. Si no, predominaba la no personalización del adversario o del enemigo y el cuidado de no atacar a la Casa Blanca. Esa política cambiaría con Cristina Fernández de Kirchner por lo menos desde el asunto de las valijas del empresario multipropósito Guido Alejandro Antonini Wilson. Algunos hechos jalonaron la nueva estrategia: críticas frecuentes al propio Barack Obama, la orden al canciller Héctor Timerman para que en persona interviniera en el material de un avión militar con equipamiento de comunicaciones, el acuerdo con Irán y, en 2012 en las universidades de Georgetown y Harvard y el cuestionamiento, inclusive, de los sistemas de medición estadística de los Estados Unidos. En las dos últimas semanas esa serie se completó con una presentación en La Haya contra el Estado norteamericano y con la demanda oficial contra una empresa de capital norteamericano.
Si no hubieran existido los pagos a Repsol, los arreglos en el Ciadi, la seducción a Exxon para invertir en Vaca Muerta y el acuerdo con el Club de París, la confrontación verbal explícita y las demandas en La Haya contra los Estados Unidos y en Buenos Aires contra la firma Donnelley podrían tomarse como una forma de guerra estratégica contra el imperio. Con esos cuatro antecedentes parece más lógico incluir los hechos de confrontación dentro de un plano táctico. Se trata, por lo tanto, como toda táctica, de una apuesta medible por sus resultados.
La Presidenta parece haber partido de una premisa. En vez de buscar canales de alianza con la Casa Blanca contra Paul Singer, que además de cabeza de un fondo buitre es el puntero de los financistas de la extrema derecha republicana, decidió que es mejor confrontar de Estado a Estado. Puede haber dos lecturas previas. Una, que si la negociación ya está perdida lo mejor es que el tiempo pase y entretanto prepararse para la situación del 1o de enero de 2015, cuando habrá caído, presuntamente, la cláusula que podría enganchar a los holdouts con el 92,4 por ciento de los bonistas que aceptaron los canjes de 2005 y 2010. Otra, que el choque de Estado a Estado no podría empeorar las condiciones actuales de la economía y la política en la Argentina.
Cuando Todman llegó a Buenos Aires, hace 25 años, los Estados Unidos ya no eran un bloque monolítico pero tanto la emisión de moneda como las metas militares, entre otros factores, enlazaban el resto de las políticas hacia el mundo y le daban cierta homogeneidad.
Hoy la base del poder sigue siendo en esencia la misma pero los límites son mayores. No sólo los límites externos, por la emergencia de China y el mayor peso del Sudeste asiático en la economía mundial. También los límites internos, porque la extrema derecha republicana provoca polarización y dificultades para gobernar y tejer acuerdos bipartidarios en el centro. Esa extrema derecha es la que se encuentra ligada a franjas del poder financiero como la encarnada en Singer, a quien sería equivocado considerar un marginal. Quien no tenga ganas de estudiar a fondo la situación actual en los Estados Unidos puede ver las dos temporadas de House of Cards y prestar atención al papel de los financistas, siempre en coordinación con agencias de inteligencia públicas y privadas, en la articulación o la destrucción de mayorías parlamentarias.
La táctica oficial parece descansar en la asunción de que no vale la pena meterse en el frente interno norteamericano y buscar resquicios y alianzas útiles para fortalecer la posición argentina. La Casa Rosada parece haber optado por la idea de que es mejor tratar a la Casa Blanca como parte de un bloque común con los Singer y correr los peligros pertinentes –personales y estatales– que se desprenden de un desafío de ese tamaño.
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