viernes, 15 de agosto de 2014

Aquel peronismo de juguete Por Osvaldo Soriano

Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas. Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola delante de una ventanilla que decía "Perón cumple, Evita dignifica", era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado público y no tenía la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos.

Estar en la fila agitaba el corazón: ¿quedaría todavía una pelota de fútbol cuando llegáramos a la ventanilla? ¿O tendríamos que contentarnos con un camión de lata, acaso con la miniatura del coche de Fangio? Mirábamos con envidia a los chicos que se iban con una caja de los soldaditos de plomo del general San Martín: ¿se llevaban eso porque ya no había otra cosa, o porque les gustaba jugar a la guerra? Yo rogaba por una pelota, de aquellas de tiento, que tenían cualquier forma menos redonda.

En aquella tarde de 1950 no pude tenerla. Creo que me dieron una lancha a alcohol que yo ponía a navegar en un hueco lleno de agua, abajo de un limonero. Tenía que hacer olas con las manos para que avanzara. La caldera funcionó sólo un par de veces pero todavía me queda la nostalgia de aquel chuf, chuf, chuf, que parecía un ruido de verdad, mientras yo soñaba con islas perdidas y amigos y novias de diecisiete años. Recuerdo que ésa era la edad que entonces tenían para mí las personas grandes.

Rara vez la lancha llegaba hasta la otra orilla. Tenía que robarle la caja de fósforos a mi madre para prender una y otra vez el alcohol y Juana y yo, que íbamos a bordo, enfrentábamos tiburones, alimañas y piratas emboscados en el Amazonas pero mi lancha peronista era como esos petardos de Año Nuevo que se quemaban sin explotar.

El General nos envolvía con su voz de mago lejano. Yo vivía a mil kilómetros de Buenos Aires y la radio de onda corta traía su tono ronco y un poco melancólico. Evita, en cambio, tenía un encanto de madre severa, con ese pelo rubio atado a la nuca que le disimulaba la belleza de los treinta años.

Mi padre desataba su santa cólera de contrera y mi madre cerraba puertas y ventanas para que los vecinos no escucharan. Tenía miedo de que perdiera el trabajó. Sospecho que mi padre, como casi todos los funcionarios, se había rebajado a aceptar un carné del Partido para hacer carrera en Obras Sanitarias. Para llegar a jefe de distrito en un lugar perdido de la Patagonia, donde exhortaba al patriotismo a los obreros peronistas que instalaban la red de agua corriente.

Creo que todo, entonces, tenía un sentido fundador. Aquel "sobrestante" que era mi padre tenía un solo traje y dos o tres corbatas, aunque siempre andaba impecable. Su mayor ambición era tener un poco de queso para el postre. Cuando cumplió cuarenta años, en los tiempos de Perón, le dieron un crédito para que se hiciera una casa en San Luis. Luego, a la caída del General, la perdió, pero seguía siendo un antiperonista furioso.

Después del almuerzo pelaba una manzana, mientras oía las protestas de mi madre porque el sueldo no alcanzaba. De pronto golpeaba el puño sobre la mesa y gritaba: "¡No me voy a morir sin verlo caer!". Es un recuerdo muy intenso que tengo, uno de los más fuertes de mi infancia: mi padre pudo cumplir su sueño en los lluviosos días de setiembre de 1955, pero Perón se iba a vengar de sus enemigos y también de mi viejo que se murió en 1974, con el general de nuevo en el gobierno.

En el verano del 53, o del 54, se me ocurrió escribirle. Evita ya había muerto y yo había llevado el luto. No recuerdo bien: fueron unas pocas líneas y él debía recibir tantas cartas que enseguida me olvidé del asunto. Hasta que un día un camión del correo se detuvo frente a mi casa y de la caja bajaron un paquete enorme con una esquela breve: "Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que nos guía desde el cielo". Y firmaba Perón, de puño y letra. En el paquete había diez camisetas blancas con cuello rojo y una amarilla para el arquero. La pelota era de tiento, flamante, como las que tenían los jugadores en las fotos de El Gráfico.

El General llegaba lejos, más allá de los ríos y los desiertos. Los chicos lo sentíamos poderoso y amigo. "En la Argentina de Evita y de Perón los únicos privilegiados son los niños", decían los carteles que colgaban en las paredes de la escuela. ¿Cómo imaginar, entonces, que eso era puro populismo demagógico?

Cuando Perón cayó, yo tenía doce años. A los trece empecé a trabajar como aprendiz en uno de esos lugares de Río Negro donde envuelven las manzanas para la exportación. Choice se llamaban las que iban al extranjero; standard las que quedaban en el país. Yo les ponía el sello a los cajones. Ya no me ocupaba de Perón: su nombre y el de Evita estaban prohibidos. Los diarios llamaban "tirano prófugo" al General. En los barrios pobres las viejas levantaban la vista al cielo porque esperaban un famoso avión negro que lo traería de regreso.

Ese verano conocí mis primeros anarcos y rojos que discutían con los peronistas una huelga larga. En marzo abandonamos el trabajo. Cortamos la ruta, fuimos en caravana hasta la plaza y muchos gritaban "Viva Perón, carajo". Entonces cargaron los cosacos y recibí mi primera paliza política. Yo ya había cambiado a Perón por otra causa, pero los garrotazos los recibía por peronista. Por la lancha a alcohol que casi nunca anduvo. Por las camisetas de fútbol y la carta aquella que mi madre extravió para siempre cuando llegó la Libertadora.

No volví a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo. Aunque el país sea distinto, y la felicidad esté tan lejana como el recuerdo de mi infancia al pie del limonero, en el patio de mi casa.

(De: Cuentos de los años felices, Sudamericana, 1993)

Ningún Nobel de la Paz Por Robert Fisk *

Sé que las fuerzas de defensa israelíes son famosas en la canción y la leyenda. Humanitarias, valerosas, con espíritu de sacrificio, prudentes, dispuestas a dar la vida por los inocentes entre sus enemigos, etcétera. La novela Exodo, de León Uris –ficticio recuento racista del nacimiento de Israel, en el que los árabes rara vez se mencionan si no son acompañados por los adjetivos “mugroso” y “apestoso”–, fue una de las mejores piezas de propaganda sionista-socialista que Israel pudo encontrar. Hasta Ben Gurion estuvo de acuerdo al llamarla “lo mejor que se ha escrito sobre Israel”, aunque tuvo el acierto de negar que esa sarta de tonterías tuviese alguna calidad literaria.

Pero cuando el embajador israelí en Estados Unidos nos dijo (luego de que dos mil palestinos habían sido asesinados, la mayoría civiles) que el ejército israelí debería recibir el Premio Nobel de la Paz por su inimaginable templanza en la guerra de Gaza, tuve que mirar el calendario. ¿Sería 28 de diciembre, tal vez? ¿Sería una especie de broma egregia, tan obscena, tan grotescamente inapropiada, que contenía algún mensaje interno, un resto de verdad que se me había escapado? El Premio Nobel por inimaginable templanza, según Ron Dermer (foto), tendría que entregarse solemnemente a un ejército al que gran parte del mundo considera culpable de crímenes de guerra.

Por supuesto, Ron hablaba en una cumbre de Cristianos Unidos por Israel, en Washington, y su auditorio, pese a algunas interpelaciones, fue bastante receptivo. Después de todo, los fundamentalistas cristianos en Estados Unidos creen que todos los judíos deben convertirse al cristianismo después de la batalla del Armagedón, así que sin duda pueden apoyar un Nobel o dos para la inimaginable templanza del ejército israelí.

Extrañamente me causa más estupor la palabra “inimaginable” –¿qué significa eso?– que la templanza que Occidente siempre suplica a Israel cuando está aplastando pueblos y ciudades (junto con sus ocupantes) en sus diversas guerras de civilización. Además, si se puede conceder el Premio Nobel a Obama –presumiblemente por sus dotes de orador–, ¿por qué no entregárselo a las fuerzas armadas israelíes después de una guerra sangrienta más?

Pero ya en serio: ¿será que Dermer, uno de los consejeros en los que Benjamin Netanyahu más confía, sólo estaba delirando? En algún momento de su extraordinario discurso hasta se refirió a los bombardeos de saturación de la RFA en ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial como si fueran el modelo para la templanza israelí. Pero Dermer agregó: “En especial no toleraré críticas hacia mi país en un momento en que soldados israelíes mueren para que palestinos inocentes puedan vivir”.

¿Delira ese hombre? Bueno, no nos precipitemos en llegar a esa conclusión. En el clímax del bombardeo israelí en Gaza, hace dos semanas, la embajada de Tel Aviv en Dublín subía a su cuenta oficial en Twitter imágenes de la estatua de Molly Malone, símbolo de la noble ciudad de Dublín... ¡con un niqab, la larga pañoleta musulmana, en la cabeza! Disculpen los signos de admiración, pero fue un gesto racista o monumentalmente infantil. Sobre la imagen –la estatua de Malone está frente a mi vieja universidad, el Trinity College de Dublín– estaban escritas las palabras “Israel ahora, luego Dublín”.

Si creen que era sólo para consumidores irlandeses, otra imagen, destinada a París, mostraba a la Mona Lisa con un hiyab y un misil en las manos. Para Italia, los israelíes presentaron el David de Miguel Angel con una falda hecha de explosivos. Dinamarca recibió una imagen de la Sirenita con una enorme arma de fuego. “Israel es la última frontera del mundo libre”, rezaba la inscripción en cada una.

Mientras tanto, en Canadá, el primer ministro Stephen Harper, al parecer más pro israelí que el mismísimo Netanyahu, anunció a su pueblo que Canadá reaccionará ante cualquier terrorista en la misma forma en que lo hace Israel. Luego que Estados Unidos condenara a Israel por bombardear una escuela de la ONU en la que se refugiaban tres mil palestinos, Harper, como escribió mi viejo amigo Haroon Siddique en el Toronto Star, no mostró compasión. De hecho anunció: “Sostenemos que la organización terrorista Hamas es responsable de este hecho. Ellos comenzaron el conflicto y siguen buscando la destrucción de Israel”. Podría haber salido de las páginas de la vieja novela de León Uris. O tal vez de allí salió, porque incluso los liberales canadienses, conducidos por el hijo de Pierre Trudeau, Justin, se han alineado patéticamente detrás de los conservadores de Harper.

Pero, dado el tipo de cambio de bajas del mes pasado –alrededor de 1 israelí por cada 28 palestinos–, supongo que sólo es cuestión de tiempo para que alguien recomiende al corrupto y lanzador de cohetes Hamas para el Premio Nobel de la Paz, en atención a su inimaginable templanza.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

ENEMIGOS

De grietas y cloacas Por Jorge Cicuttin

Primero fue la crispación. Palabra utilizada hasta el hartazgo por la oposición política y mediática cuando aún estaba con vida Néstor Kirchner.

El kirchnerismo como único responsable de una sociedad crispada, dividida. La responsabilidad del enfrentamiento focalizada con exclusividad en lo que decía el gobierno. El kirchnerismo como único portador del virus de la violencia.

Las patronales camperas llamaban a derrocar un gobierno: culpa K. Néstor aparecía en tapas de revista con uniforme nazi y una líder opositora lo compara a él y a Cristina como el matrimonio Ceaucescu: culpa K, por supuesto. Que desde la oposición se alertara sobre jóvenes militantes de La Cámpora armados recorriendo calles para liquidar las voces en contra: y sí, de quien otro podía ser la culpa que del gobierno.

Pasaron los años y la palabrita cayó en desuso. Pero apareció otra: la grieta. Esta les encantó. La figura de un país atravesado por una grieta creada y alimentada por CFK es la preferida de algunos opositores políticos y comunicadores.

Insisten con la idea del gobierno como un castillo rodeado por un foso. Del otro lado están los biempensantes, los republicanos y las mentes independientes. Dentro del castillo están sólo quienes están interesados por "la caja". Aquellos que insisten con esa palabra como una de las herencias más terribles que dejará el kirchnerismo son los primeros en alentarla y ahondarla aún más.

Pero por momentos surgen temas que parecen tapar esa grieta. Hechos en los que la sociedad se unifica en un gesto de alivio, de alegría.

La aparición de Guido Montoya Carlotto, o Ignacio, como él prefiere que lo llamen, o simplemente –y maravillosamente– "el nieto de Estela", es una noticia que tendría que unir a las personas de buena voluntad. A quienes son "buena leche", como dirían en el barrio.

La sonrisa de Estela cuando hizo el anuncio una semana atrás es una de las imágenes más hermosas de los últimos tiempos. Conmovedora.

Treinta y seis años de perseverancia, de búsqueda pacífica, de amor. Y que termina con Justicia, así, con mayúscula.
¿Cómo no compartir la felicidad de un reencuentro tan buscado?

Hubo quienes no la compartieron. Que no encontraron en la aparición de Guido un hecho para festejar, sino todo lo contrario. Algunos manifestaron esa bronca desde el silencio. Otros, escudados en el anonimato de Internet desplegando toda su bajeza y odio.

Entre quienes le pusieron nombre y apellido al odio estuvo el periodista y ex funcionario menemista defensor de la tortura Vicente Massot, procesado por complicidad con los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar. En su diario, La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, reconoció que "nadie que no fuera un desalmado dejaría de alegrarse de que Ignacio Hurban haya recobrado su verdadera identidad", pero, y ahí lanzó su veneno: "Ello no cambia nada de la militancia terrorista de sus padres. Tampoco borra la defensa de la lucha armada de los años '70 ensayada por la señora Estela de Carlotto y los elogios encendidos prodigados por ella a Fidel Castro." Para el director de La Nueva Provincia, "la recuperación del nieto no tiene nada que ver con la decisión de sus padres y las ideas de su abuela. Pertenecen a mundos diferentes, aunque hoy son legión quienes insisten en negarlo y los consideran a todos en la misma categoría de víctimas", concluyó.

Para Massot, Laura –la hija de Estela– se mereció el secuestro, la tortura, el parir encadenada y en condiciones infrahumanas, que le arrebataran su hijo cinco horas después de haber nacido y los tiros en la cabeza con los que dos meses después la asesinaron.

Así y todo, aunque cueste creerlo, las palabras de un procesado por violar los Derechos Humanos aparecen como más comprensivas que cientos de comentarios que dejaron en los sitios de Internet los lectores de los diarios La Nación, Clarín y Perfil.
En La Nación, acostumbrados y reconociendo la cloaca del pensamiento nacional en que se han convertido los comentarios de muchos de sus lectores en Internet, ante temas como la salud de Cristina y su familia cierran las notas a comentarios. "Debido a la sensibilidad del tema…", explican habitualmente. En el caso del nieto de Estela no dieron explicaciones, pero los dos primeros días cerraron directamente los comentarios. Los diarios de Magnetto y Fontevecchia los dejaron abiertos: allí aprovecharon desde el anonimato, algunos otros no, a desplegar su inmenso odio.

No voy a utilizar este espacio para repetir las palabras que aparecieron en esas cloacas, pero en su gran mayoría ponían en duda la veracidad de la aparición de Guido, insultaban a Estela y las Abuelas, festejaban la muerte de los verdaderos padres de Guido, y hasta se animaban a cargar contra el muchacho, pronosticándole un sueldo de "ñoqui" a costa del Estado nacional.
La grieta y la cloaca.

En los castillos medievales, muchas veces los fosos se llenaban con aguas putrefactas, cadáveres de animales y hasta de hombres. Una buena conjunción de grieta y cloaca. Como estos sitios de comentarios en la red.

Con estas personas hay una grieta. ¿Vale la pena taparla? ¿Es posible? Para el autor de estas líneas la grieta que lo separa de alguien como Vicente Massot no sólo debe existir, sino que es bueno ahondarla. ¿Qué me puede unir con un personaje de esa calaña sacando que habitamos la misma roca que flota en el espacio y dependemos de la misma atmósfera? Nada. Absolutamente nada.

Existen grietas que ya existían desde antes del kirchnerismo y que lo van a sobrevivir. No depende de quién esté en el gobierno la seguridad con que sostengo que un gigantesco foso me separa de alguien como Massot y de quienes reaccionaron con bronca y odio ante la aparición del nieto de Estela. Así como no puedo seguir manteniendo una charla amable con alguien que se refiera a los pobres o habitantes de barrios carenciados como "negros de mierda".

Entre esa cloaca y quien escribe existe una grieta enorme. Ellos seguirán pensando así aun cuando no exista ningún Kirchner enla Casa Rosada. Massot participó de la desaparición de personas mucho antes de que Néstor y Cristina llegaran al gobierno.

Y la grieta que me separa de este sujeto es gigantesca.







Me alegro tanto.

Infonews
 

Las pequeñas patrias de la Argentina Por Pedro Patzer

El país de los de tierra adentro, que como decía María Elena Walsh, son los de cielo afuera: “Cuando una es de tierra adentro/ también es de cielo afuera. Si viene pa’ Buenos Aires un calabozo la espera y pregunta dónde está el cielo de la ciudá’”

El país de las casas de adobe, donde pervive el aire del Tawantinsuyo, y el país de los conventillos y sus patios de sainete.

El país de los galopes lejanos y el país del motor de la chata que enciende el amanecer del pueblo.

El país de la vidalita, en la que la pequeña vida se canta y el país del ombú, en el que el trovero enumera milongas perdidas.

El país de las manos de las tejedoras, en el que se recupera el ancestral color del continente, y el país de las manos del zafrero pelando la caña, patria en la que una sagrada zamba vence al acecho del diabólico familiar.

El país del molino viejo, donde el tiempo parece ser hijo de la lerda brisa campera, y el país del viento de agosto, en el que la polvareda levanta su imperio en el cielo de Río Cuarto.

El país de los galpones en el que archivan graves voces encendiendo nocturnas leyendas y el país del caldén donde la soledad de la llanura se hace madera.

El país de la coca, patria de los apunados y el país del payé, patria de los supersticiosos

El país de los inmigrantes, que fundaron la cultura de la nostalgia, y el país de los exiliados, que forjaron la cultura de la esperanza

El país del sapucay, ese alarido de resistencia de una cultura, y el país del silencio de los Onas, que han desaparecido y con ellos su lengua

El país del hachero talando desesperadamente el mundo de sus hijos y, el país del sojero que se enriquece empobreciendo la tierra

El país de los pescadores, entre parábolas de apóstoles e himnos de ahogados y el país de los niños de la sequía que coleccionan huesos y bailan su desesperación en el misachico

El país del piano de Marta Argerich y el país del retumbar del kultrún de la machi mapuche en pleno machitún

El país de la vendimia: “La vendimia de la cueca yo la aprendí cosechando, la vida es como un racimo se goza gajo por gajo” (Armando Tejada Gómez) y el país del río robado, la patria del río Atuel - Salado, el país de la ausencia del río que ha fundado soledades en el oeste pampeano aunque también ha edificado la lírica del cancionero de los ríos: “hay un río que algunos creen perdido, sin embargo es el río que nos ha encontrado”

El país de los “civilizados” que le cortaban las cabezas a los “bárbaros” y el país de los “caudillos salvajes” que murieron en la pobreza luchando por la unión latinoamericana: “Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución jurada, del orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás repúblicas americanas” (Proclama de Felipe Varela)

El país de la taba y el de las calesitas, el país de los perros de terminal y el de los gallos de paraje, el país de la matera de campo y el país de los cafetines de Discépolo

El país del otoño porteño en la poesía de Juan Gelman (“Debí decir te amo./Pero estaba el otoño haciendo señas,/clavándome sus puertas en el alma”) y el país del invierno en el salitral en los versos de Edgar Morisoli: “Cuando el pampero sopla/ sobre la soledad hialina del inmenso/ Salitral del Potrol, toda la música/ es suya”

El país del circo criollo de los Hermanos Podestá y el país del cine de Raymundo Gleyzer

El país de los trenes, y sus milagros puebleros, y el país de los camioneros y las inscripciones en sus camiones: “El amor es una cosa esplendorosa...¡hasta que te sorprende tu esposa!”

El país del cardón y sus solitarias bagualas andinas y el país del abrazo de Estela de Carlotto y su nieto, abrazo puente, abrazo memoria, abrazo porvenir.

Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer
www.pedropatzer.blogspot.com.ar

DARIO VILLARRUEL Y SU LIBRO (IN)JUSTICIA MEDIATICA “El periodismo se equivoca al intentar resolver los casos”

Darío Villarruel y su libro (IN) Justicia mediática

“Escucho colegas que se golpean el pecho con que son como fiscales. Hay que definir si uno es periodista o fiscal.”

Como abogado y experimentado periodista judicial, Villarruel buscó darle forma a un libro que aclare las confusiones disparadas por un tratamiento mediático que suele desconocer las verdades del expediente y regirse más por el rating que por el rigor de la verdad.

Por Emanuel Respighi

Las escenografías periodísticas televisivas como estrados judiciales y los periodistas fundiéndose en el rol de jueces. Aunque exagerada, la imagen bien vale como representación de una manera en que buena parte del periodismo –fundamentalmente el televisivo, pero no exclusivamente– aborda los casos policiales y judiciales. Detrás de la prepotencia propia de un fiscal, pero sin la solidez investigativa, o de la misma ignorancia sobre las causas y la legislación competente, existen periodistas que, cual jueces autónomos y express, condenan sin que les tiemble el pulso, construyendo una peligrosa Justicia mediática. Esa suerte de tribunal paralelo televisivo instala en la sociedad asesinos, ladrones, estafadores y narcotraficantes con la misma liviandad con la que comentan lo que ocurrió en el reality show de la noche anterior. Esa cotidiana mala praxis profesional llevó a Darío Villarruel a escribir (In)justicia mediática (Ed. Su-damericana), trabajo de investigación que desmenuza con conocimiento de causa la relación entre los medios y la Justicia.

Su doble papel de abogado y periodista especializado en casos judiciales conceden a Villarruel la solidez para analizar crítica, pero apasionadamente –tal su estilo– las razones por las cuales los medios instalan al calor del delito supuestos condenados que luego, aun cuando sean desacreditados por los fallos de la Justicia, permanecen en la opinión pública como verdades. A través de la comparación entre la cobertura periodística de casos resonantes de los últimos años con las pruebas y testimonios recabados en las causas judiciales, el periodista demuestra que la Justicia mediática suele expresar más razones de audiencia e intereses que judiciales. “Los medios, en general, se equivocan muy seguido en el uso de la terminología del derecho, y eso lleva a la confusión general de la sociedad. Muy pocos comunicadores conocen el expediente judicial, que es de donde surgirá la verdad jurídica. En Tribunales hay una máxima inobjetable: lo que no está en el expediente no existe. Hay casos donde aparecen testigos o arrepentidos que son mediáticos, pero que nunca fueron citados por el juez, y llegan a titulares televisivos y/o gráficos”, explica Villarruel, dando las razones que lo llevaron a escribir el libro que el próximo 26 de agosto, a las 14, presentará en el Auditorio de Radio Del Plata (donde conduce diariamente Secreto de sumario), con la presencia del juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni y del periodista Víctor Hugo Morales, quienes escribieron los prólogos de un libro de espíritu pedagógico.
–¿Cómo evalúa el tratamiento que, en general, hacen los medios de temáticas relacionadas con la Justicia?

–En general no es jurídicamente bueno. Suele pasar que cuando no se tiene información se la inventa, y acusar de asesino o violador a una persona sin pruebas, en los medios, es temerario: esa persona escrachada tiene familia y su honor se ve vapuleado mucho antes por un medio que por una sentencia judicial. A los medios les cuesta aceptar el principio jurídico básico de que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y eso se logra con un fallo condenatorio firme de los jueces. Nos guste o no, son los únicos en un Estado de derecho que pueden condenar o absolver a ciudadanos.
–El abordaje amarillo o cierta imprudencia mediática alrededor de los casos judiciales, ¿obedece más a la ignorancia de los profesionales o a la búsqueda de impacto?

–Mientras escribía me lo pregunté varias veces. Quizá sea materia de otro trabajo de investigación sobre qué buscan los medios. Creo que hay una gran parte de ignorancia o desconocimiento, pero eso se arregla leyendo el Código Procesal o el Código Penal, hablando con jueces, fiscales y abogados. Lo que sucede, me parece, es que a veces lo que se quiere publicar no coincide con lo que se busca instalar. El caso del portero Jorge Mangieri en el crimen de Angeles Rawson es un ejemplo. La historia es simple: un encargado que intenta abusar de una vecina, no puede y la mata... Sin embargo, hubo medios masivos que quisieron instalar la teoría del padrastro y su entorno familiar, lo que seguramente vendía mucho más. En el expediente que llevó a Mangieri al juicio oral no hay un solo elemento que modifique la línea investigativa. Hubo medios que titularon que el padrastro había quedado detenido y sólo declaró como testigo, al igual que el resto de la familia. En materia de hechos de corrupción no tengo dudas de que, en general, los medios se manejan por intereses de las partes en el proceso. Por ejemplo, el vicepresidente está procesado y hay medios que lo llaman ladrón o corrupto sin ningún prurito. Eso es faltar a la verdad, que es lo más grave que puede hacer un comunicador. Jurídicamente se debe decir con respecto a Boudou que hay una semiplena prueba de que podría haber cometido delitos en la función pública, pero guste o no sigue siendo inocente, al igual que Mauricio Macri. Y son políticos de distintas vertientes. Sin embargo, la verdad es una sola: ninguno es corrupto hasta que se demuestre lo contrario.
–¿Cuánto cree que influye lo que se dice en los medios en la opinión de la sociedad sobre la Justicia o algún caso policial?
–Es determinante. Quizá porque el ciudadano no tiene acceso al tema judicial de no ser por lo que dicen los medios. Si suben los precios, uno va al mercado y lo comprueba más allá de lo que dicen los medios. En materia judicial hay que ser cuidadoso, porque los tiempos periodísticos son muy distintos de los de la Justicia. Cuando en un hecho trágico se detiene a alguien, los medios titulan “detuvieron al asesino o al ladrón” y no siguen más el caso y a los tres días sale porque no hubo pruebas en su contra. Entonces, la gente dice que no hay justicia, y resulta que el tipo no tenía nada que ver. Hay que explicarlo bien para que se entienda. Lo grave es que la gente se queda con la verdad periodística y no con la verdad jurídica, lo que la Justicia puede descubrir con las herramientas legales que le da el estado de derecho. Hace días se conocía la absolución de Osvaldo “Karateca” Martínez por el cuádruple crimen de La Plata. Estoy seguro de que la mayoría de la sociedad piensa que es culpable. ¿Por qué? Porque los medios instalaron que era el asesino. Hubo un remisero ahora acusado de falso testimonio que se cansó de ir a los programas de TV diciendo que él lo había visto por el espejo retrovisor. Martínez estuvo preso y no tuvo nada que ver. ¿Quién le devuelve su honra, su trabajo y sobre todo que lo señalen como autor de crímenes horribles que no cometió? Lamentablemente, cuando un medio condena no hay vuelta. En la Justicia hay apelaciones, en los medios sólo el escarnio popular.
–¿Y cuánto influye el discurso mediático en los jueces, en las decisiones que toman?

–En principio no debiera influir. Una vez Raúl Zaffaroni, ante esa pregunta, me dijo: “Si los medios presionan sobre mi pensamiento jurídico tengo que renunciar, yo no siento presión de nadie”. Claro... es Zaffaroni. Creo que en la mayoría preocupa pero no es determinante para resolver un caso. Y está bien que sea así porque el único que tiene a la vista las pruebas y los indicios de un caso es el magistrado y no los medios. Además, hay un amplio margen de interpretación que está fuera del alcance del análisis lineal de los medios. No olvidemos que el derecho es una ciencia y cada sentencia se debe fundamentar. Asimismo, cada fallo puede ser revisado por la instancia superior hasta llegar a la Corte. No creo que si hubo un juez o tribunal presionado todos pueden estarlo. El derecho tiene los remedios institucionales para evitar una injusticia mediática, haciendo honor al título del libro.
–De un tiempo a esta parte, los medios disminuyeron sus equipos de investigación periodística. Pero las noticias judiciales-policiales cada vez ocupan más espacio. ¿Es ésa la más clara demostración de que ya no importa tanto la rigurosidad periodística como la persecución del rating?

–Las investigaciones periodísticas son eso: investigaciones periodísticas, no alcanzan para condenar a nadie. Muchos colegas se jactan de ser grandes investigadores. Eso sirve para escribir un libro, pero no para descubrir un hecho ilícito. Para eso, por más que a alguno no le guste, están los fiscales y los jueces de la Constitución. Que se pueda aportar algo desde el periodismo, estamos de acuerdo, pero definir que por esa investigación alguien es culpable o inocente, no. En el caso de Julio César Grassi, que salió a luz por Telenoche investiga, se instaló la idea de que la cámara oculta fue determinante para la condena. Nada tan alejado de la realidad, ya que no tuvo ningún valor jurídico. Fue necesario tomarles declaración a las víctimas, que ratificaran ante la Justicia sus dichos, se hicieran pericias sobre Grassi y los menores, declarasen testigos, etc. Es más: en la sentencia que condenó a Gra-ssi a 15 años de prisión no se dice que fue condenado por la cámara oculta de El Trece. Se lo condenó por las pruebas colectadas. Sí, lógicamente puede servir un trabajo serio de investigación como comienzo de una causa, pero nunca será determinante para resolver el caso.
–Por las actitudes de muchos periodistas, esa afirmación no parece cierta.

–Escucho a colegas que se golpean el pecho con que ellos son como fiscales. Hay que definir si uno es periodista o es fiscal. Son carreras tan distintas que para una se requiere título de abogado y para la otra no. Lamentablemente, hoy hay medios que determinan quién debe ser el culpable según cómo acompaña el rating, y si no resulta como lo planearon, dejan de cubrir el caso o le dan un pequeño espacio. Un ejemplo es el caso de Lucila Frend, la joven acusada de matar a su amiga Solange, en San Isidro, hace algunos años. Cuando llegó el día de la sentencia, los medios instalaron que a Lucila la iban a condenar por el homicidio, lo que implicaba que se retirase detenida del tribunal. Obviamente, eso vendía más que una absolución. Así lo prepararon los medios, cuando no había pruebas de cargo para que eso fuese así. No bien se escuchó el veredicto de absolución, los medios se retiraron porque ya “no vendía”. Y es más: el tema, que fue titular de tapa de los diarios el día previo, no lo fue al otro día. La querían presa, no servía mediáticamente su libertad. Se busca vender y no la verdad en términos generales. El buen periodismo judicial no es la regla, sino la excepción. No se mejora poniendo más periodistas especializados. Se mejora entendiendo que un tema judicial es mucho más serio que otros, inclusive los temas políticos, económicos o sociales, ya que está en juego el buen nombre de una persona.
–Cuando la Justicia no convalida en sus sentencias la Justicia mediática instalada durante meses, ¿la percepción social se modifica?

–Lamentablemente, aunque la Justicia le dé la razón al acusado mediático, en la conciencia de la gente queda como culpable de algo que la Justicia determinó que no hizo. Las condenas populares quedan para siempre. Las absoluciones judiciales a veces ni se publican, y eso es absoluta responsabilidad de quienes tienen la facultad de informar cuando hay un hecho notorio con repercusiones sociales, políticas o económicas, derivadas de un caso judicial.
–Teniendo en cuenta que tanto la Justicia como el periodismo sufren una crisis de credibilidad en los últimos años, ¿por qué la gente parece creerles más a los periodistas que a los jueces?

–De ser así, es un tragedia institucional. Los jueces se pueden equivocar, pero hay mecanismos legales para revisar sus fallos. Hay “doble instancia” en causas penales, lo que da mayor garantía sobre la legalidad de una sentencia. El periodismo se equivoca al intentar resolver casos judiciales y bajar opinión sobre algo que en general se desconoce. En derecho no hay dos casos iguales, y los jueces interpretan las leyes de acuerdo con su saber y entender. La verdad periodística casi nunca coincide con la verdad jurídica, que es lo que se puede probar de un hecho delictivo. Y que sería lo más aproximado a la verdad histórica, lo que sucedió, que es muy difícil de reconstruir por diferentes razones, entre ellas la falta de pruebas. No nos olvidemos de que la Justicia aparece después de ocurrido el hecho, no antes. Los fallos judiciales no pueden prevenir, actúan sobre hechos consumados y tratan de encontrar la verdad, que a veces es imposible. Cuando un caso queda impune no es porque un juez investigó mal: generalmente es porque no hay ni pruebas ni indicios que puedan conducir a lo que sucedió. En su gran mayoría, los jueces tienen una gran desventaja: no son mediáticos, no hablan en los medios. Deberían, me parece, revisar la máxima de que hablan por sus sentencias, ya que hoy con la repercusión de los hechos sería bueno que explicaran con palabras simples lo complicado del lenguaje judicial. No sé si la gente lo entendería, pero sería un paso importante. Tengo la impresión de que los magistrados, en general, tienen miedo a enfrentar a los medios, sienten que no es su ámbito. Prefieren sus despachos o los claustros universitarios. Como digo en el libro, la gente cree que el derecho es lo que no es y tiene conclusiones de sentido común sobre determinados hechos, que no se ajustan a lo que dicen las leyes.

El rating y el compromiso con uno mismo
Una de las ideas propuestas por esta sección desde hace tiempo para elevar la calidad del abordaje televisivo de las noticias policiales y/o judiciales tiene que ver con la posibilidad de que se elimine a los noticieros de la medición del rating. Abogado y también periodista, Villarruel sienta su posición al respecto. “No creo que contar la realidad aumente o disminuya el rating”, explica, sin dejar de lado su tono pedagógico. “Todos los noticieros tienen las mismas noticias, con matices. Puede ser que al televidente le guste más cómo lo trata un medio u otro, o se identifica con un conductor o determinado periodista, pero no creo que se den grandes diferencias. La calidad le debe ganar al rating. Me parece que el tema pasa por la línea editorial y el nivel de información. Soy conductor de noticiero (lunes a viernes a las 21, en 360TV), y prefiero la calidad a la cantidad de información. En los temas judiciales, puntualmente, priorizo la explicación del caso y cómo se puede resolver, más que el morbo del caso en sí mismo. Seguro que la sangre da más rating, pero la calidad en la información da mayor tranquilidad al espíritu. Seguramente el no medir el rating haría que los gerentes de noticias se esforzasen más por la calidad y no, como se hace hoy, que todos corren detrás del mismo tema y casi no hay diferencias en el tratamiento. Falta creatividad y, sobre todo, compromiso. Cuando hablo de compromiso, no me refiero al que uno asume con el público, sino con un mismo, que es el que puede hacer que una misma noticia pueda ser vista de otra manera y que deje algo para aprender y pensar.”


LA INTROMISION DE LA POLITICA EN LA AGENDA JUDICIAL
La ignorancia y la mala intención
Por Emanuel Respighi

Más allá de las líneas editoriales y la información sobre las causas que maneja cada periodista, hay otro aspecto –no menor– que parece entrometerse cada vez con más asiduidad en la información policial/judicial: el de las opiniones de dirigentes políticos, que hicieron de las cuestiones judiciales y policiales parte de sus discursos de campaña. ¿Existe una relación directa entre el “uso político discursivo” y el mantenimiento en agenda de los casos policiales? “A veces se utilizan casos de gran repercusión, generalmente dramáticos en sus resultados –como puede ser un crimen, un secuestro de un menor, una violación– para decir lo que la gente quiere escuchar, que probablemente no es lo que va a resolver el juez del caso que se trate”, reconoce el periodista. Y cita el secuestro y posterior asesinato

de Candela Rodríguez, de gran e ininterrumpida repercusión mediática durante nueve días en 2011. “En ese caso se dijeron muchas cosas, se metió la política, se acusó a personas que no tenían nada que ver y a varios años del hecho el caso todavía sigue impune. Se habló de tráfico de drogas, de ‘vendettas’ contra el padre de la niña... nada de eso sucedió, o al menos no se comprobó. Un pueblo mejor informado sobre cómo funciona la Justicia constituirá una sociedad con mayor capacidad de entender los motivos de un fallo judicial”, subraya.

El abogado, que diariamente conduce Secreto de sumario en Radio Del Plata, cree que la responsabilidad de los políticos a la hora de pronunciarse sobre cuestiones judiciales es fundamental para “embarrar” investigaciones en curso. “Llama la atención –señala– cuando demagógicamente, inclusive políticos que son abogados, o sea que conocen la ley, dicen barbaridades jurídicas que se instalan en la opinión pública y quedan como mitos difíciles de extirpar, como el famoso ‘entran por una puerta y salen por la otra’, o la ‘puerta giratoria’. Es una gran mentira, que muestra la incapacidad o la decisión de no explicar cómo es un proceso penal desde que comienza hasta que termina.”

La discusión mediática que suscitó el anteproyecto de Reforma del Código Penal hace unos meses es, en su opinión, un ejemplo de irresponsabilidad política y oportunismo electoral. “Fue criminal –sentencia– lo que hizo el candidato del Frente Renovador Sergio Massa, para tirar abajo el proyecto de reforma, utilizando la demagogia, la mentira y, lo más grave, la ignorancia en el conocimiento del tema para instalar que no servía. En realidad, Massa dijo que era a favor de los delincuentes. Los medios, intencionalmente o por ignorancia, se hicieron eco de su irresponsabilidad política y mediática y lograron que gente firme contra el proyecto sin saber de qué se trataba. Una barbaridad que es muy grave en un político que quiere ser presidente. Dijo tantas mentiras y barbaridades sobre eso que creo que nunca lo leyó y tomó lo que se dice en los medios cuando se habla de inseguridad y lo tiró sobre la mesa. Lo mínimo que se puede decir es que el problema de la inseguridad no tiene nada que ver con el Código Penal.”

12/08/14 Página|12

CONTRATAPA La nueva encrucijada brasileña

Por Eric Nepomuceno
Las posibilidades reales de la candidatura de Eduardo Campos a la presidencia brasileña eran muy remotas. A lo sumo hubiera podido forzar una segunda vuelta entre la presidenta Dilma Rousseff y su adversario más cercano, Aécio Neves. Pero su ausencia en las elecciones de octubre podría provocar un revuelo en el escenario político. Al morir en la caída de una avioneta, el pasado miércoles, Campos deja una situación de incertidumbre absoluta, tanto en el PT de Dilma como en el PSDB de Neves. Los rumbos de sus respectivas campañas están ahora en manos del Partido Socialista Brasileño, el PSB del cual Campos era, además de candidato, presidente.
Nada más comprensible, por lo tanto, que la tensa duda en que los estrategas de los dos partidos se encuentran desde el mediodía del miércoles, cuando se conoció la muerte de su adversario. Faltando pocos días para que empiece la propaganda masiva por radio y televisión –elemento crucial en la disputa– no se sabe siquiera qué pasará con el PSB: ¿elegirá, como sería natural, a la candidata a vice, la ambientalista y evangélica Marina Silva, para ocupar el puesto de Campos? ¿Presentará algún otro nombre? ¿Optará por no postular a nadie?
Las relaciones de Marina con el nuevo presidente del partido, el ex ministro Roberto Amaral, son francamente malas. En verdad, el grupo de Marina –también ella ex ministra de Lula da Silva– es considerado por los socialistas como una especie de cuerpo extraño incrustado en el partido. Tienen línea propia, se oponen a varias de las posiciones del PSB, rechazan alianzas regionales armadas por Campos y que serán mantenidas por Amaral. Todo el mundo político brasileño sabe que el único que lograba mantener un diálogo abierto y positivo con Marina Silva era el propio Eduardo Campos. Además, el político fallecido era la única figura del PSB que había alcanzado, y aun así de manera un tanto relativa, proyección nacional. Y eso, en una circunstancia curiosa y delicada: hasta abril, en todos los sondeos se incluía el nombre de Marina Silva, que trataba de crear su propio partido. Y ella aparecía bien por delante tanto de Aécio como de Campos, que ya eran candidatos declarados.
Después de haber anunciado que Marina sería su candidata a vicepresidente, Campos creció en los sondeos, pero sin amenazar, en momento alguno, a Neves. Y mucho menos a Dilma, que sigue favorita.
El camino natural sería que el PSB nombrara a Marina como sustituta de Campos. La decisión sólo será anunciada después del funeral de Campos, que nadie sabe cuándo ocurrirá: está previsto para el domingo, pero la familia dice que mientras todos los siete cuerpos no sean identificados, no habrá entierro.
Si la interna del partido efectivamente se decide por Marina, quedará prácticamente asegurada la realización de una segunda vuelta en las elecciones de octubre. Y la gran disputa será entre ella y Aécio Neves, para saber quién enfrentará a Dilma.
Varios analistas aseguran, además, que la postulación de Marina bajaría sensiblemente el número de electores que declaran voto nulo o en blanco. Al fin y al cabo, hace cuatro años ella obtuvo sonoros 19 por ciento de los votos en la primera vuelta, lo que forzó una segunda entre Dilma, que al final resultó elegida, y José Serra, del PSDB.
Ese, por lo tanto, sería el camino natural de los socialistas. Pero no todo es tan claro y fácil. Teniendo a Marina como candidata, su grupo ganaría un muy fuerte refuerzo dentro del partido, oscureciendo a los socialistas. Aunque sus posibilidades reales sean todavía discutibles, su candidatura seguramente fortalecería la votación de los postulantes a diputado nacional o provincial, en perjuicio de los socialistas. Además, hasta las piedras saben que Marina sigue obstinada en la creación de su propio partido, algo que no logró en su primer intento pero que con una candidatura presidencial seguramente se tornará viable (en el primer intento ella no logró reunir el número necesario –500 mil– de adhesiones).
Para Aécio Neves, todas las alternativas que el PSB baraja son pésimas. Con Marina candidata, él perderá buena parte de los votos de centroizquierda. Con otro en lugar de Marina, parte sustancial de los votos originalmente destinados a Campos migrará para Dilma. Y si el PSB decide no presentar ningún candidato, Dilma igualmente gana.
Para la actual presidenta, la mejor alternativa consiste en que Roberto Amaral, nuevo presidente del PSB, logre convencer a sus pares de respaldar su candidatura. Es algo prácticamente imposible, pero en la política brasileña nunca se sabe. La opción de presentar otro nombre que no sea el de Marina Silva también favorece a Dilma. Y en el caso de que ocurra lo más temible –la candidatura de Marina–, el PT ya sabe que enfrentará a un adversario bastante más complicado que el actual, Aécio Neves.
Así, con un escenario muy nebuloso, se preparan todos para el estreno de la propaganda en televisión. Habrá que rehacer toda la estrategia. El problema es complicado: ¿cómo lograr una nueva estrategia si no se sabe quién será el adversario?