lunes, 11 de agosto de 2014

“Yo estaba destinado a tener una idea pesimista sobre el objetivo de la existencia humana si no se hubiera abierto en mí la idea de que en medio de esta mugre de la civilización empezaba a germinar la semilla de un profundo cambio, lo que nosotros llamamos la Revolución Social. Este descubrimiento cambió en mí el aspecto de las cosas, y todo lo que faltaba para convertirme en socialista era ligarme al movimiento práctico, lo que he tratado de hacer al máximo de mis posibilidades…”

Declaración del gran poeta inglés William Morris, 1894.

La canción de los trabajadores
¡Oh vosotros, hombres ricos, escuchad y temblad! Pues con el aire
Viene la canción:
Hemos trabajado para vosotros y para la muerte; ahora la lucha
Es diferente.
Somos hombres y nos batiremos por el mundo de los hombres
y de la vida;
Y nuestro ejército está en marcha.
Así marcharemos nosotros, los trabajadores, y el rumor que escucháis
Es el ruido donde se mezclan la batalla y la liberación próxima;
Pues la esperanza de todo ser humano está en la bandera que llevamos,
Y el mundo está en marcha.

William Morris, fundador de la Liga Socialista (1895)

Nuestro ombligo




Atiende
si mi hijo
si nuestro hijo
fuera naciera sol o
luna homosexual poeta o
guerrillero ha si creciera
guerrillero o usurero al tanto
o asesino oficinista vendedor de
peines en el subte o suicida flor
o cardo violador de tumbas o impasible
espectador del mundo comprensible padre de
familia actor de cine Rita Hayworth, Tyrone Power
sacerdote verdugo militar terrorista puta carcelero
en la exacta mitad de tu ombligo te explico Manés que
si nuestro hijo recoge la bandera que dejamos o por
el contrario un ejemplo la olvida la traiciona la
veja la vende a razonable precio entendéme si
nuestro hijo mañana es muerto por ir más
allá de donde fuimos o por menos o por
error o por justicia o por lo que sea
si los muertos somos vos y yo o los
dos y él quien nos fusila de todos
modos Manés habremos ganado porque
la libertad es lo único que
debemos legarle lo demás
compañera amiga mía
no tiene mayor
relevancia


Jorge Money
Asesinado por la Triple A
A mediados de marzo de 1975

Estados Unidos, los fondos buitre y la Panamericana

Estados Unidos llega para ayudar. La frase la pronunció Barack Obama y no fue para referirse a un fallo de un juez, municipal o de la Manzana Financiera del Mundo, como quiera llamarse. El presidente de Estados Unidos emitió un breve mensaje el jueves por la noche para anunciar lo que al día siguiente resultaba la primera operación punitiva de las fuerzas militares de la primera potencia de la Tierra en Irak desde la retirada de las tropas norteamericanas tras nueve años en ese país. El viernes por la mañana, dos cazabombarderos Phantom, de una versión más moderna de los que masacraban población vietnamita, dispararon sus misiles cerca de Erbil, la capital del Estado autónomo del Kurdistán iraquí. Hace unos meses, la Unesco declaraba como Patrimonio de la Humanidad la histórica ciudadela de esa ciudad, porque se considera que es el aglomerado urbano más antiguo de la humanidad. El viernes picaron las bombas norteamericanas en esa región. El inicio de este ataque norteamericano es contra el Estado Islámico en Irak y el Levante, asentado en la ciudad de Mosul, cercana a Ebil. Según la visión de la Casa Blanca y el Pentágono, las bombas son para cuidar a los iraquíes desplazados de los conflictos internos de ese país. Pero, cabe aclarar, que en junio el gobierno de Obama instaló un centro militar de operaciones en Ebil.
En la edición 219 de Miradas al Sur, del 29 de julio de 2012, salió un artículo firmado por David Vine, profesor de la American University de Washington DC, que no habla de las Mil y una noches –los célebres relatos y poesías musulmanes–, sino de las mil bases bélicas que tiene Estados Unidos fuera de sus 50 estados. “En Afganistán –dice Vine–, la fuerza internacional dirigida por Estados Unidos todavía ocupa más de 450 bases. En total, los militares de Estados Unidos tienen alguna forma de presencia de sus tropas en aproximadamente 150 países extranjeros, para no mencionar las once fuerzas de tareas de portaaviones –esencialmente bases flotantes– y una presencia militar significativa, y creciente, en el espacio. Estados Unidos gasta actualmente unos 250 mil millones de dólares al año en mantener bases y tropas en el exterior.” La invasión a Afganistán fue denominada por George Bush, predecesor de Obama, como Operación Libertad Duradera y comenzó a principios de octubre de 2001, a menos de un mes del ataque a las Torres Gemelas. Obama anunció que retirará las tropas a fines de este año. En noviembre, Estados Unidos tiene unas elecciones legislativas donde republicanos y demócratas se disputan a ver quién mete más terror en el mundo. Es evidente que el electorado norteamericano, donde el voto es voluntario y no llega a votar más que la mitad del padrón, es muy eficaz mostrarse como una nación en armas.
Es preciso tomar dimensión de que el poderío norteamericano en materia militar es solidario con su dominación financiera para cualquier análisis sobre lo que sucede en otros conflictos del mundo. Incluyendo, por supuesto, este pequeño –en comparación con la ocupación territorial o las invasiones militares– litigio que mantiene el Estado argentino. El discurso del jueves de la Presidenta a través de la cadena nacional tuvo una serie de consideraciones respecto de cuáles son las vías de reclamo del gobierno ante el hecho consumado de la sentencia de Thomas Griesa. Muchos analistas de medios enfatizan que la Corte Internacional de La Haya no tiene competencia sobre este conflicto y señalan, con ironía, que el gobierno debería saber que Estados Unidos no adhiere a la Corte Internacional de Justicia. Se confunden con el Tribunal Penal Internacional, creado a medio siglo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y el motivo del rechazo fue que podía perseguir a los ciudadanos norteamericanos fuera de su territorio. El motivo concreto tiene que ver con los cientos de miles de soldados ubicados en bases o en operaciones punitivas. El reclamo argentino ante el Tribunal Internacional podrá tener –o no– un resultado positivo. Incluso, se podrá tener una visión positiva –o no– del gobierno nacional. La pregunta de cualquier observador desapasionado es si el Gobierno, en esta iniciativa, defiende o no la soberanía. La respuesta es, sin ninguna duda, positiva. Y para quienes hablan de la malvinización del gobierno cabe preguntarles qué hicieron contra la dictadura cívico-militar quienes pretenden la burda e insultante asociación.
La estrategia del Gobierno recibe el apoyo de la población de modo mayoritario. Eso lo dan encuestadores diferentes, desde Backman y Asociados hasta Poliarquía. Y no hay en ello el sentido de una gesta antiimperialista, pero sí un sentido patriótico y una memoria de los atropellos de Estados Unidos tanto en la Argentina como en otros países latinoamericanos. El punto sería complicado si detrás de recurrir a un tribunal internacional o de la denuncia de la arbitrariedad de Griesa hubiera una política que ponga en riesgo el resultado. Es decir, concretamente, si Cristina tensara la cuerda más de lo conveniente. Muchos analizan con la expectativa de un fracaso ante los tribunales de Nueva York. Es difícil saber qué pasará en las próximas horas o semanas. Hay una operación en marcha, encabezada por el consorcio de cuatro bancos extranjeros. Hay, además, declaraciones de Eduardo Eurnekian y trascendidos de otros empresarios argentinos en el sentido de aportar fondos para alguna salida, que puede ir desde hacer un depósito en caución hasta la compra del total de los títulos del fondo de Paul Singer. No es un aporte patriótico ni una cruzada solidaria. El sector financiero, en particular, y los empresarios que tienen títulos de deuda, en general, prefieren un escenario sin default. Se trata de intereses. Como cada movida debe contemplar muchos frentes, parece sensato que el Gobierno maneje la tensión con un máximo de responsabilidad pero, a la vez, con la determinación de saber que la soberanía no debe negociarse. Esto es, debe cumplir con los bonistas reestructurados, debe sentarse con Dan Pollack y también debe dar señales a la sociedad para que las medidas anticíclicas sirvan para dar confianza en el rumbo del país.
La dirigencia opositora tiene comportamientos muy contradictorios. Por un lado es prudente respecto del comportamiento del Gobierno en el juzgado de Griesa, por otro lado en lo único en que se ponen de acuerdo los diferentes bloques del Senado es en no concurrir al recinto si está presente Amado Boudou. A ver, se puede estar en contra de que Boudou no pida licencia, pero no hubo obstrucción de justicia por parte del vicepresidente ni hubo actitudes extorsivas por parte del Gobierno ante el juez Ariel Lijo ni ante el tribunal de alzada que entiende en el caso Ciccone. No es momento para mandar señales tremendistas.
Lear. Más allá de qué suceda en la frágil economía argentina si continúa esta indefinición sobre el default, el Gobierno tomó un rumbo sensato, valiente y apoyado por gran parte de la sociedad. Quizá debería haber convocado al resto de la dirigencia tanto política como empresarial y gremial. Sin perjuicio de las grandes divergencias en las cúpulas sindicales, circula un borrador de rechazo a los buitres entre representantes de los distintos sectores de la CGT y de la CTA. Al respecto, cabe consignar que el mismo Hugo Moyano levantó el pie del acelerador respecto a una convocatoria a un paro general y que el conflicto docente de la provincia de Buenos Aires, tras las 48 horas de huelga, se encaminó después de la reunión de los gremios docentes con todo el gabinete de Daniel Scioli y las medidas concretas de inversión en infraestructura y de respuesta a los otros reclamos de los maestros. La agencia fiscal bonaerense salió a la búsqueda de los dueños de autos de alta gama y de otros evasores. Una señal clara. Se sabe, Scioli quería emitir un bono en el exterior y no tiene apoyo con recursos de Nación para sus gastos corrientes. Sin embargo, apoya a la Presidenta en esta jugada y escucha a los docentes. Se podrá discutir su política con la Bonaerense y seguramente muchas otras cosas más, pero nadie puede decir que antepuso sus expectativas de acceder al mercado de deuda externa al conflicto de los buitres.
Dicho todo esto, el problema con Lear no es que sea de capitales norteamericanos ni que los delegados echados sean de la izquierda no peronista. Con la misma vara con que el Gobierno encara el conflicto con los buitres, debería pensar que en la Argentina no se puede perseguir y reprimir a gente que lucha por sus derechos. Que Jorge Capitanich haya dicho el viernes por la mañana, mientras Gendarmería reprimía en la Panamericana, que los trabajadores están representados en el Partido Justicialista y sus sindicatos y que el Partido Obrero es el preferido por los capitalistas es una perfecta estupidez que le traerá perjuicio al Gobierno y no sólo al jefe de Gabinete. En principio, porque nadie puede hacerse el distraído: la ministra de Industria Débora Giorgi es una interlocutora del sector empresario de la industria metalmecánica y el modelo que se lleva adelante en ese sector tiene un altísimo nivel de dependencia de las importaciones de autopartes y porque no faltan las voces de alerta sobre los niveles de sobrefacturación de importaciones que requerirían una presencia seria de auditorías de la autoridad fiscal. Pero, hay otra pieza clave en el vínculo entre las empresas extranjeras automotrices y el Gobierno, que es la dirigencia del sindicato mecánico que, como hizo muchas veces en la historia, es denunciado por delegados de base y de comisiones internas como parte del entramado en los despidos de militantes de sectores opuestos a la conducción de Ricardo Pignanelli.
Sin perjuicio de que merece un debate más profundo qué es ser peronista en un momento de fragmentación gremial y de distintas variantes peronistas en el terreno político, el jefe de Gabinete no es quién para empezar una cruzada contra la izquierda no peronista. Menos con la Gendarmería en acción y con Victoria Moyano, nieta restituida, golpeada con saña por las fuerzas de seguridad. No hay nietos peronistas y nietos malos. No hay soberanía en Nueva York y palos en la Panamericana. El Gobierno también tiene que hacer cosas para sumar o al menos no provocar a quienes acusa de provocadores y que son trabajadores que protestan porque la empresa cierra la planta por dos semanas. Al respecto, cabe consignar que el Juzgado del Trabajo de feria de la Capital Federal dictaminó la semana pasada que el Smata debía restablecer en su lugar a la comisión interna desplazada. Podría decirse que tiene tanta fuerza legal como la decisión del juez municipal de Nueva York, guste o no guste. La medida estableció que el Ministerio de Trabajo de la Nación debía hacer cumplir la medida. El viernes por la mañana, en una entrevista con Radio del Plata, Carlos Tomada dijo que mandarían los inspectores. Habrá que ver cómo se efectiviza si Lear deja cerrada sus puertas.

El futuro y la nada

El futuro minado hasta nadie sabe cuándo. Literalmente. Aquí y allá, por todo el planeta, bombas de tiempo. Radiactivas. Miles de toneladas de residuos nucleares capaces de contaminar y matar durante cientos de miles de años. Enterrados, o en el fondo del mar, o en sofisticados depósitos igualmente precarios, esperando una fisura, un temblor, el óxido, el paso del tiempo, la fatiga inexorable del metal. Y no hay solución. Ahí el horror: no hay solución.
El doble amanecer atómico de Hiroshima y Nagasaki alumbraba una nueva era. Laboriosa, ingeniosa, osada, la humanidad había logrado fusionar el átomo. Lo celebró aturdida. Como quien rompe un sello sagrado ignorante de sus consecuencias. Un telón de espanto clausuraba la Segunda Guerra Mundial, y ya se le buscaba el lado brillante a esa luna tan negra. La era nuclear despertaba llena de muerte y de promesas.
Energía limpia, revoluciones en la medicina, en la industria, en la agricultura; el sueño de escapar por fin a los combustibles fósiles; economías inmensas, grandes progresos y más promesas. Muchas se cumplirían. Los reactores nucleares surgían y se multiplicaban como los nuevos molinos de la nueva prosperidad. La crisis del petróleo en 1973 los convirtió en altares. El sello roto parecía una panacea.
Hasta que el tiempo lanzó fatal una sencilla pregunta casera: ¿y con la basura qué hacemos?
Y no hubo respuesta. Albert Einstein se había ido. Nadie sabía qué hacer. Residuos de baja, media y alta radiactividad empezaban a acumularse en depósitos propios del pasado, amenazando el presente, pero sobre todo el futuro. Por los siglos de los siglos, ya sin amén que salve.
El mar y listo. Para que el plutonio-239 deje de contaminar, por ejemplo, deben pasar unos 482 mil años. En cambio, ya para el carbono-14, sólo 112 mil. Y nada, casi, para el radio-226, minutos apenas: 34 mil años. El sello roto no era gratis.
Ni tres décadas llevaba la nueva era cuando el problema ya era grave. En 1979 el senador demócrata por Colorado, Gary Hart, presidente por entonces del Subcomité de Regulación Nuclear norteamericano, gritaba para nadie: “Si la palabra escándalo puede ser utilizada con respecto a la energía nuclear, ello se debe a que hemos permitido durante 25 años la expansión de esta industria sin que exista una solución aceptable para el almacenamiento de sus residuos”. Ese mismo año, el 28 de marzo, el mundo conocía su primer gran accidente nuclear: Three Mile Island, en Estados Unidos. Cien mil vecinos dejaban sus alrededores en estampida atómica. Era el desastre más grande de la historia. Pero sólo hasta entonces. Pronto sería superado una vez y otra vez.
Hoy, la nueva era lleva ya más de medio siglo, y el problema crece sin solución, y cada solución trae nuevos y mayores problemas. Sencillamente, nadie sabe qué hacer. Nunca lo supo.
Como quien esconde su mugre bajo la alfombra, primero fue el mar.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se encontró de golpe con todas las sobras del programa concluido en el doble genocidio de Hiroshima y Nagasaki. Por premura, desidia y/o ignorancia, todo eso lo metieron en barriles metálicos más o menos sellados, y los tiraron al mar, ahí, frente a las costas de California. El mundo siguió andando.
Las centrales nucleares no paraban de nacer, y la basura radiactiva cada día era más. Inmenso, insondable, el mar parecía hecho a medida para la ocasión. Se buscaron los puntos más profundos, y el vertido oceánico de material radioactivo se volvió rutina.
Hoy se estima que la fosa atlántica situada a 700 kilómetros de las costas de España, con una profundidad de 4000 metros, contiene ya más de 150 mil toneladas de basura nuclear, arrojadas allí entre 1967 y 1982. Según algunos grupos ecologistas, durante ese período, esa fosa ya acumuló una radiactividad superior al millón de curios (unidad en que se mide la radiactividad). Casi ocho veces más de la que fue liberada en el accidente de Chernobyl. Pero por nada de eso la Tierra dejaba de rodar, y mientras la Unión Soviética descargaba sus desechos en el Mar del Norte, en el Mar de Japón y en el de Barents; Estados Unidos, Japón y Australia los tiraban en el Pacífico. Y todos tan contentos.
Hoy, ni la mismísima Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) es capaz de calcular siquiera la cantidad aproximada de residuos radiactivos vertidos en los océanos, ni mucho menos el estado de esos barriles y contenedores, ni, por lo tanto, sus efectos sobre el medio ambiente. Lo que sí ya fue comprobado es que aquellos recipientes no servían de nada.
En 1970, el ya legendario capitán Jacques Cousteau presentó, ante el Consejo de Europa, fotos de bidones franceses encontrados en el Atlántico y prácticamente podridos. Más tarde, Greenpeace exhibiría filmaciones hechas en la fosa atlántica donde se veían barriles perforados, rasgados o directamente abiertos. Resultados concretos de aquella premura, desidia y/o ignorancia. El mar no servía más. Pero siguieron igual.
Así las cosas, en 1972 las Naciones Unidas organizaron una Reunión Internacional en Londres a fin de acordar sistemas de eliminación respetuosos del medio ambiente. Entre las resoluciones más importantes, allí se decidió la prohibición de arrojar al mar residuos de larga actividad radiactiva. Los de media y baja actividad, en cambio, siguieron impunes; hasta que la presión social, en 1983, consiguió una moratoria internacional de dos años que en 1985 se prorrogó indefinidamente a fin de realizar un estudio de los efectos económicos, sociales, políticos y medioambientales del vertido oceánico. En junio de 1993 se conocieron sus resultados.
Y sí: la dispersión radiactiva en el mar era un hecho cierto. En sus aguas, y por lo tanto en su flora y en su fauna. Y, por esos caminos, en el hombre.
Con desesperación, ya no con premura, en noviembre de 1993 la Reunión Consultiva del Convenio de Londres prohibía definitivamente el vertido de residuos radiactivos en los océanos. Pero igual siguieron.
Es decir, hoy ya no se arrojan barriles desde los barcos, los modales sí fueron mejorados y ahora se usan tuberías que van directamente desde las centrales nucleares al mar más a mano. Francia, el Reino Unido, Estados Unidos, China y Rusia hacen así. Desde instalaciones de reprocesamiento de residuos nucleares –construidas en su gran mayoría durante los años ’50 para la obtención de más uranio y plutonio–, apenas se reduce la radiactividad de los desechos en un 3%, pero en cambio se incrementa en 160 veces el volumen de los residuos. Y todo va al mar.
La planta de reprocesamiento de La Hague, en Normandía, procesa unas 1600 toneladas diarias, y vierte al mar unos 230.000 metros cúbicos anuales de residuos radiactivos, que no sólo han contaminado ya toda la periferia de la planta, sino también grandes zonas del Canal de la Mancha, del Mar del Norte y el de Noruega. La planta de Sellafield, en marcha desde 1952, descarga cada día unos 9000 metros cúbicos de residuos radioactivos en el Mar de Irlanda, en cuyas cercanías ya se encontraron niveles de contaminación muy superiores a los registrados en el atolón de Bikini durante los ensayos atómicos de los años ’50, y que afectan directamente a los mares del Norte y el Báltico. La planta de Dourneay, en Escocia, arroja sus residuos en el Mar del Norte desde 1955.
Amenazados, rodeados, minados, un día los países nórdicos se unieron en protestas oficiales y conjuntas exigiendo el cierre de todas esas centrales. Entonces, ejecutiva, la Comisión para la Protección del Atlántico Norte reconoció la urgente necesidad de reducir los vertidos en el mar. Pero siguieron igual. Peor incluso: durante los años ’90 se registró un incremento sustancial de los vertidos. Después de todo, las otras soluciones tampoco eran solución.
Poco, pero malo. En 1954, en Rusia, se inauguraba el uso de reactores nucleares para la producción de energía eléctrica. Rápidos, Inglaterra y Estados Unidos hicieron lo mismo. Más países los siguieron. Era la panacea: el futuro ahora. Entre 1942 y 1992, un promedio de diez reactores nucleares por año entraban en funcionamiento. La euforia cundió. Hoy Francia, Bélgica, Suecia, Corea y Taiwán encabezan la lista de países con mayor densidad de reactores por kilómetro cuadrado.
Los defensores de la energía nuclear tienen razón: el volumen de contaminación es mínimo en comparación con el resto de residuos industriales. Una central nuclear de 1000 megavatios, por ejemplo, genera 25 toneladas de material irradiado, de los cuales tan sólo unos 200 kilos son de larga actividad. El volumen es mínimo, sí. Pero el peligro potencial es máximo.
Una central nuclear tiene una vida útil de entre 25 a 40 años. Luego los problemas surgen y los riesgos crecen. Y de nada sirve demolerlas o desmantelarlas, porque muchas de sus partes son en sí mismas altamente radiactivas, y el desmantelamiento de una planta nuclear genera la misma cantidad de residuos que 40 años de funcionamiento. Soluciones hay muchas, aunque ninguna sirva.
Una es clausurar la central y dejarla en custodia de la empresa que la explotó, al menos por un período de cien años, mientras la radiación disminuye, y el desmantelamiento se vuelve menos riesgoso. Pero el peligro sigue ahí.
Otra alternativa es sepultar la propia central en hormigón y acero, como se hizo finalmente con Chernobyl. Sólo que, al igual que en Chernobyl, nadie puede garantizar que no haya fisuras con el correr de los siglos, de los pocos siglos. Ni hablar de milenios. El peligro continúa.
La mejor opción, según los expertos –y algunas pruebas ya realizadas en pequeñas centrales–, es el desmantelamiento de la planta, y luego almacenar sus residuos en depósitos apropiados. Sólo que “apropiados” se dice fácil, pero...
Según el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, su sigla en inglés), “la gestión de los residuos nucleares es uno de los problemas más intratables a los que se enfrenta el sector, ya que ningún país ha implantado con éxito un sistema para deshacerse de ellos. En la actualidad, no existen cementerios nucleares operativos para materiales de alta actividad, y todos los estados han encontrado dificultades en sus intentos”.
A falta de soluciones definitivas, buenas son las transitorias. En muchos casos, los residuos son almacenados en piscinas construidas dentro de las propias centrales, lo cual no resuelve el problema, pero multiplica los riesgos. Ya en 1980, luego del accidente de Three Mile Island, la Comisión Presidencial Kemeny advertía en su informe sobre “los peligros de la acumulación de los residuos dentro de los recintos de las centrales nucleares”.
Por un lado, porque esas piscinas no fueron diseñadas para guardar por mucho tiempo grandes volúmenes de basura radiactiva; pero sobre todo, porque ya muchas de esas plantas provocaron riesgos sobre el entorno una vez que las piscinas alcanzaron sus límites. Y si algún accidente exigiera el inmediato vaciado de residuos, al estar saturadas las piscinas receptoras… el gran desastre es lo que sigue.
Otras soluciones que nada resolvieron se han intentado con depósitos de superficie, silos y sarcófagos de hormigón, o en cavernas subterráneas a gran profundidad.
Esta última opción, por ejemplo, inspiró en Estados Unidos el megaproyecto Yucca Montain que, mucho antes de ser terminado, fue considerado un extraordinario fracaso.
La montaña mágica. Como era de prever, la situación de los residuos nucleares es particularmente grave en Estados Unidos, donde unas 80 mil toneladas de material radiactivo esperan alguna solución esparcidas mientras tanto en depósitos de emergencia por todo el país.
Ya en 1957, la National Academy of Sciences concluía que lo mejor era buscar un yacimiento subterráneo a gran profundidad y meterlo todo ahí, y listo. Grandioso.
En 1982, no menos grandioso, el congreso norteamericano convirtió el sueño en ley y le pasó la responsabilidad de encontrar el lugar al Departamento de Energía (DOE, su sigla en inglés). Y después de mucho andar, en 1984, el DOE eligió la cadena montañosa de Yucca Montain, en el Estado de Nevada, contenida en la ya célebre Área 51, y a sólo 160 kilómetros de la luminosa ciudad de Las Vegas. Y por fin en 2002, el hijo de Bush, el inefable George W., daba el visto bueno para su construcción. El gran fracaso estaba en marcha.
El presupuesto imaginado iba de los 200 mil millones al billón de dólares. Nada más que los estudios preliminares insumieron ocho mil millones verdes. La idea era excavar en la montaña túneles de 80 kilómetros de largo a 300 metros de profundidad.
Los túneles serían revestidos por dentro con un material de acero inoxidable llamado Aleación 22, y por fuera con una capa de titanio para evitar filtraciones de humedad.
Los residuos repartidos hasta entonces en depósitos de 39 Estados del país serían transportados en camiones y trenes especialmente preparados para luego ser almacenados en 12 mil containers, debidamente sellados y alineados en las vísceras de la montaña. Una vez saturada, toda la montaña sería cerrada para siempre. Aunque para siempre, según los cálculos más optimistas, eran apenas 10 mil años.
Ya aprobada la obra, el 70% de la población de Nevada se opuso. Los hombres duros de Las Vegas dejaron de bailar: el turismo no volvería. La comunidad científica internacional se preguntaba temblando si era prudente hablar de soluciones definitivas con una tecnología tan incipiente como la moderna. La National Academy of Sciences y el National Research Council recordaban que 10 mil años son nada; y estudios posteriores demostraron que las escasas lluvias de la zona (19 centímetros anuales) eran sin embargo suficientes para corroer las paredes de los túneles con el correr de los milenios; y que antes o después la radiactividad alcanzaría los sistemas de irrigación, sus pozos de agua, y por fin a sus habitantes.
Para 2005, cuando los problemas ya superaban por mucho las soluciones, el DOE denunció una serie de omisiones en los estudios preliminares, irregularidades fraudulentas en los informes geológicos, y otras ligerezas letales.
Dos años después, en 2007, la Corte de Apelación Federal establecía que “un sitio destinado al enterramiento de los residuos nucleares tiene que demostrar que puede acogerlos en completa seguridad por al menos 300.000 años”.
La finalización de las obras estaba prevista para 2010, luego fue aplazada para 2017, pero tan luego en 2010, el proyecto Yucca Mountain era clausurado de una vez por todas. Aquello tampoco era una salida.
El hombre radiactivo. De un laberinto, sabido es, se sale por arriba. Pero éste parece techado.
Los que están a favor de la energía nuclear también tienen sus razones.
Según ellos, la Unión Europea, por ejemplo, produce cada año unos mil millones de metros cúbicos de residuos industriales; 10 millones de metros cúbicos de residuos tóxicos; 80 mil de baja y media actividad, y sólo 150 de alta actividad. Y mejor aún: una central típica, de 1,2 gigavatios, comparada con una central de combustibles fósiles –por caso, carbón–, evitaría la emisión de 8 millones de toneladas de CO2 en la atmósfera, además de 9 mil toneladas de gases nitrogenados, 39 mil de gases sulfurosos, y unas 380 mil toneladas de cenizas, cargadas a su vez con más de 5 mil toneladas de arsénico, cadmio, mercurio y plomo, que respiramos a diario. Razones tienen.
Mucho más cuando el petróleo y el gas natural prometen nuevos conflictos, y el calentamiento global amenaza el futuro inmediato. Pero, como fue dicho, a esa contaminación mínima le corresponden riesgos máximos.
Pocos temas tan misteriosos a nivel oficial. El hermetismo de los gobiernos de todas las latitudes y cualquier signo protege secretos, adelantos, pero sobre todos desastres. Las dudas sobre la cantidad y magnitud de los accidentes nucleares acaso durarán más que sus propios residuos. Los episodios conocidos son apenas aquellos que nos explotaron en la cara. Three Mile Island, Chernobyl… Fukushima.
La historia oficial registra el primer accidente en Canadá, en 1952, en el reactor de Chalk River, y otro otra vez allí en 1958. Al año siguiente, en 1959, el reactor de Simi Valley, en California, sufre una fusión parcial del núcleo. Pero la vida sigue igual hasta que en marzo de 1979 una inmensa nube tóxica eclipsa Three Mile Island.
Sin embargo aquella estampida era sólo un aviso. En la escala INES (Escala Internacional de Eventos Nucleares), alcanzaba el grado 5. Muy grave. Pero no hubo víctimas mortales. Más allá de los costos económicos en diez años de reparaciones, el sello sagrado todavía parecía gratis.
Pero en abril de 1986, Chernobyl le recordó a la humanidad con qué cosas jugaba. Doscientas toneladas de material fisible envenenaron el aire. Una cantidad equivalente a la de 100 a 500 bombas atómicas. Ciento treinta y cinco mil evacuados, y 31 muertos por causa directa, pero más de cien mil con los años, y heridos que todavía nacen. Nada más que en gastos médicos, el estado de Ucrania ya desembolsó 55 mil millones de dólares. En la escala INES el desastre alcanzaba el grado 7. Nadie podía imaginar un horror mayor. Pero llegó Fukushima, que alcanzó el grado 9, y que todavía sigue. Sin solución.
El 11 de marzo de 2011, un tsunami se llevaba puesta la central nuclear de Fukushima y al desastre general se sumaba el nuclear. Las aguas del Pacífico se mezclaban con las aguas radiactivas de las piscinas. Noventa mil personas fueron evacuadas en una sola noche. Pasado el primer espanto, otros espantos aparecieron. Fisuras, escapes, lo incontrolable. La desesperación inspiró mil tentativas.
Se levantaron muros de hormigón, de acero, y hace poco se inició la construcción de una barrera de hielo subterránea para congelar las tuberías; mientras los voluntarios son cada vez menos por mucho que se les pague. Los intentos continúan. Probar es todo lo que resta.
Sin embargo Wolfgang Weiss, presidente del Comité Científico de la ONU sobre los Efectos de la Radiación Atómica (Unscear), descarta toda esperanza: “En Fukushima sólo han hecho las mediciones necesarias para tomar decisiones. A estas mediciones yo las llamo rápidas y sucias. Las autoridades empezaron a monitorear a la población. Tienen un pequeño conjunto de individuos. Pero se evacuaron 90.000 personas que se distribuyeron por todo el país. No sabemos si tomaron yodo o si comieron vegetales por el camino. Nadie lo sabe y es difícil ahora reconstruir cada vida para entender dónde vive éste o aquel niño. Y sólo si sabemos esto podremos decir si hay riesgo o no”.
Hombres nucleares y radiactivos, todos tienen sus razones. Soluciones ninguno.
Más rápido que despacio, entre accidentes de pequeños volúmenes pero enormes consecuencias, la era amanecida en Hiroshima y Nagasaki no alcanzaba su mediodía cuando le llegó la noche. Nadie supo responder qué hacemos con la basura, y los residuos nucleares frenaron su desarrollo, y ahora condenan su suerte.
Los ambientalistas y ecologistas en general proponen cortar de raíz, cerrar todas las centrales, y olvidar ese delirio. Hablan de biomasa, de energía solar, eólica… Pero del otro lado enumeran los hasta ahora irremplazables beneficios de la medicina nuclear, sin ir más lejos.
Todos tienen razón, o un pedazo o varios. Pero la realidad científica es una sola: para resolver los problemas de los siglos 50 o 70, harían falta conocimientos y tecnología propios de ese tiempo. Los recursos presentes, en tal caso, son pasado hace mucho, y por eso de todas las salidas a la vista, ninguna es una salida. Simplemente no hay solución. Ahí el horror.
Ingeniosa, laboriosa, osada, la humanidad consiguió fusionar el átomo y se superó a sí misma, hay que decirlo. Igual que el Doctor Frankenstein, de Mary Shelley, cuando logró su bestia. Y ahora ve cómo la criatura se vuelve contra su creador.
Una metáfora que tampoco resuelve nada, pero acaso grafica la tragedia de ese laberinto techado que conduce al futuro, o a la nada.

Una guerra con desempate Walter Goobar mundo@miradasalsur.com

Después de casi cuatro semanas de una cruenta invasión que se ha cobrado la vida de 1.800 palestinos –de los cuales medio millar eran niños–, y medio centenar de soldados israelíes, el gobierno de Benjamin Netanyahu experimenta serias dificultades para disfrazar de triunfo militar una operación que culminó en un empate que beneficia a Hamas. El sofista jefe del Estado Mayor, el teniente general Benny Gantz, fue tan lejos como para declarar: “Ahora entramos en un período de rehabilitación”. Esto no era exactamente el mensaje que los soldados querían escuchar de su comandante mientras salían de los campos de batalla de Gaza después de 28 días de duros combates y fuertes pérdidas.
El insobornable pacifista israelí, Uri Avnery señala que durante esas cuatro semanas, el gobierno de Tel Aviv fue cambiando de objetivos: “Cuando comenzó la guerra sólo queríamos ‘destruir la infraestructura terrorista’. Entonces, cuando los cohetes alcanzaron prácticamente la totalidad de Israel (sin causar mucho daño, debido en gran parte a la milagrosa defensa antimisiles), el objetivo de la guerra fue destruir los cohetes. Cuando el ejército cruzó la frontera hacia Gaza con este fin se descubrió una enorme red de túneles. Estos se convirtieron en el principal objetivo de la guerra. Los túneles debían ser destruidos”, señala Avnery al tiempo que recuerda que los túneles se han estado utilizando en las guerras desde la antigüedad.
Israel ha comenzado a buscar soluciones tecnológicas para neutralizar la estrategia palestina de tendido de túneles que cruzan a territorio israelí, que ha abierto un debate sobre responsabilidades entre el gobierno y los altos mandos del ejército.
Una de las posibilidades en estudio es la creación de un obstáculo subterráneo que evite la construcción de túneles, proyecto que necesitaría de una inversión de 2.328 millones de dólares), aunque el ejército sopesa otras opciones menos costosas para detectar labores de excavación bajo tierra, informó este miércoles el diario Haaretz.
El principal reto es localizar infraestructuras que se desarrollan a decenas de metros bajo la superficie y de longitudes a veces kilométricas. “Nos encontramos a 1,2 kilómetros de Gaza, ante una infraestructura que fue excavada a más de 15 metros de profundidad, aunque hay otras que alcanzan los 20”, explica a EFE el capitán Roni Kaplan, portavoz del ejército israelí, durante una visita a uno de estos pasadizos que llega hasta el kibutz Ein Hashloshá.
La boca de este corredor se abre próxima al lugar donde el pasado mes de octubre las fuerzas armadas descubrieron uno de los primeros túneles, lo que hizo saltar la alerta sobre las dimensiones de esta red de pasadizos, principal blanco de la actual operación militar.
En la de Ein Hashloshá, cables telefónicos y de electricidad rematan los miles de paneles de cemento alineados a lo largo de tres kilómetros que separan bajo el subsuelo a esta comunidad agrícola de argentinos y uruguayos inmigrantes en Israel de la palestina Jan Yunis en Gaza.
La luz se aleja a las espaldas del que se adentra en esta estrecha brecha en el terreno y deja paso a un asfixiante y ceñido camino donde, en fila india, los milicianos habrían desfilado hasta suelo israelí, sorteando el férreo control sobre el perímetro confinante en la superficie que ocho años atrás puso cerco a Gaza.
A la entrada del túnel, Kaplan explica a EFE que “la construcción de una infraestructura como ésta requiere toneladas de cemento y tiene un coste de unos tres millones de dólares”. En total, los cálculos israelíes estiman que los grupos armados palestinos en Gaza invirtieron “varios años” y “cerca de 100 millones de dólares en levantar los corredores descubiertos”.
Avnery también señala que a diferencia de Israel, Hamas no ha cambiado su objetivo: levantar el bloqueo sobre la Franja de Gaza.
Lo mínimo sería abrir los pasos fronterizos israelíes para permitir que las mercancías puedan entrar y salir libremente y que los habitantes de Gaza puedan ir a Cisjordania y más allá y que puedan mantenerse con las exportaciones.
El presidente Barack Obama dijo este viernes que Gaza “no puede sostenerse a sí misma aislada del mundo”, en referencia al embargo que pesa sobre la Franja por parte de Israel.
En una rueda de prensa celebrada al cierre de la cumbre africana que ha tenido lugar en Washington, Obama subrayó que una apertura de la Franja es el modo de terminar con la crisis que existe en los territorios y aseguró que “hay fórmulas disponibles”, aunque reconoció que complicadas.
“No tengo ninguna simpatía por Hamas –recalcó Obama–, pero tengo una gran simpatía por la gente común que lucha en Gaza”, agregó el presidente, en referencia al sufrimiento de la población civil.
Obama insistió en que el pueblo palestino, una sociedad muy densificada y joven, necesita poder trabajar para conseguir su propia prosperidad.
Los palestinos comunes que viven en la pobreza en el territorio gobernado por Hamas necesitan, según apuntó, “tener algunas perspectivas de una apertura de Gaza a fin de que no se sientan encerrados”.
Por su parte, los analistas militares de la publicación Debkafile –generalmente cercana a Israel–, señalan que la forma como los líderes de Israel han manipulado y llevado a una conclusión la Guerra de Gaza tiene varias consecuencias que trascienden de su esfera inmediata:
-El hecho de que, después de recibir una severa paliza, Hamas sigue en pie y se va con la mayor parte de su infraestructura militar indemne, le proporciona el núcleo de un ejército palestino regular, que los islamistas no tenían antes de la puesta en marcha de la Operación Borde Defensivo el 7 de julio.
Este núcleo es ya una fuerza de combate activa, con buen entrenamiento para el combate y con popularidad nacional –no sólo en la Franja de Gaza, sino también en el dominio de Cisjordania de la Autoridad Palestina–. Así que Hamas llega a la mesa de negociaciones de El Cairo con una tarjeta militar de nuevo cuño.
Avnery señala que la anterior guerra comenzó con el asesinato del comandante militar de Hamas, Ahmad al-Jaabari. Su sucesor es un viejo conocido, Mohammed Deif, a quien Israel ha intentado asesinar en varias ocasiones, lo que le causó graves lesiones. Ahora parece que es mucho más capaz que su predecesor: la red de túneles, la producción de cohetes más eficaces y combatientes mejor entrenados dan fe de que es un líder más competente.
“Esto ha sucedido antes. Asesinamos a un líder de Hezbollah Abbas al-Musawi, y obtuvimos al más talentoso Hassan Nasralá.”
La historia ha demostrado una y otra vez que aterrorizar a una población hace que ésta respalde a sus líderes y odie al enemigo aún más. Eso es lo que está sucediendo ahora mismo en ambos bandos.
Israel tiene una maquinaria militar de las mayores y más eficientes del mundo. Hamas y sus aliados locales ascienden a unos pocos miles de combatientes, como mucho.
Avbery hace una radiografía del penoso papel de Egipto como mediador: gobernado por un dictador militar manchado de sangre que es colaborador de Israel a tiempo completo, al igual que Hosni Mubarak antes que él, sólo que más eficiente. Dado que Israel controla el resto de las fronteras terrestres y marítimas de la Franja de Gaza, la frontera con Egipto es la única salida de Gaza al mundo.
Sin embargo, Egipto, el antiguo líder del mundo árabe, es ahora un subcontratista de Israel más decidido que el propio Israel a matar de hambre a la Franja de Gaza y a matar a Hamas. La televisión egipcia está llena de “periodistas” que maldicen a los palestinos en los términos más vulgares y se postran ante su nuevo faraón. Sin embargo, Egipto insiste ahora en ser el único intermediario del alto el fuego.

Una guerra con desempate

Después de casi cuatro semanas de una cruenta invasión que se ha cobrado la vida de 1.800 palestinos –de los cuales medio millar eran niños–, y medio centenar de soldados israelíes, el gobierno de Benjamin Netanyahu experimenta serias dificultades para disfrazar de triunfo militar una operación que culminó en un empate que beneficia a Hamas. El sofista jefe del Estado Mayor, el teniente general Benny Gantz, fue tan lejos como para declarar: “Ahora entramos en un período de rehabilitación”. Esto no era exactamente el mensaje que los soldados querían escuchar de su comandante mientras salían de los campos de batalla de Gaza después de 28 días de duros combates y fuertes pérdidas.
El insobornable pacifista israelí, Uri Avnery señala que durante esas cuatro semanas, el gobierno de Tel Aviv fue cambiando de objetivos: “Cuando comenzó la guerra sólo queríamos ‘destruir la infraestructura terrorista’. Entonces, cuando los cohetes alcanzaron prácticamente la totalidad de Israel (sin causar mucho daño, debido en gran parte a la milagrosa defensa antimisiles), el objetivo de la guerra fue destruir los cohetes. Cuando el ejército cruzó la frontera hacia Gaza con este fin se descubrió una enorme red de túneles. Estos se convirtieron en el principal objetivo de la guerra. Los túneles debían ser destruidos”, señala Avnery al tiempo que recuerda que los túneles se han estado utilizando en las guerras desde la antigüedad.
Israel ha comenzado a buscar soluciones tecnológicas para neutralizar la estrategia palestina de tendido de túneles que cruzan a territorio israelí, que ha abierto un debate sobre responsabilidades entre el gobierno y los altos mandos del ejército.
Una de las posibilidades en estudio es la creación de un obstáculo subterráneo que evite la construcción de túneles, proyecto que necesitaría de una inversión de 2.328 millones de dólares), aunque el ejército sopesa otras opciones menos costosas para detectar labores de excavación bajo tierra, informó este miércoles el diario Haaretz.
El principal reto es localizar infraestructuras que se desarrollan a decenas de metros bajo la superficie y de longitudes a veces kilométricas. “Nos encontramos a 1,2 kilómetros de Gaza, ante una infraestructura que fue excavada a más de 15 metros de profundidad, aunque hay otras que alcanzan los 20”, explica a EFE el capitán Roni Kaplan, portavoz del ejército israelí, durante una visita a uno de estos pasadizos que llega hasta el kibutz Ein Hashloshá.
La boca de este corredor se abre próxima al lugar donde el pasado mes de octubre las fuerzas armadas descubrieron uno de los primeros túneles, lo que hizo saltar la alerta sobre las dimensiones de esta red de pasadizos, principal blanco de la actual operación militar.
En la de Ein Hashloshá, cables telefónicos y de electricidad rematan los miles de paneles de cemento alineados a lo largo de tres kilómetros que separan bajo el subsuelo a esta comunidad agrícola de argentinos y uruguayos inmigrantes en Israel de la palestina Jan Yunis en Gaza.
La luz se aleja a las espaldas del que se adentra en esta estrecha brecha en el terreno y deja paso a un asfixiante y ceñido camino donde, en fila india, los milicianos habrían desfilado hasta suelo israelí, sorteando el férreo control sobre el perímetro confinante en la superficie que ocho años atrás puso cerco a Gaza.
A la entrada del túnel, Kaplan explica a EFE que “la construcción de una infraestructura como ésta requiere toneladas de cemento y tiene un coste de unos tres millones de dólares”. En total, los cálculos israelíes estiman que los grupos armados palestinos en Gaza invirtieron “varios años” y “cerca de 100 millones de dólares en levantar los corredores descubiertos”.
Avnery también señala que a diferencia de Israel, Hamas no ha cambiado su objetivo: levantar el bloqueo sobre la Franja de Gaza.
Lo mínimo sería abrir los pasos fronterizos israelíes para permitir que las mercancías puedan entrar y salir libremente y que los habitantes de Gaza puedan ir a Cisjordania y más allá y que puedan mantenerse con las exportaciones.
El presidente Barack Obama dijo este viernes que Gaza “no puede sostenerse a sí misma aislada del mundo”, en referencia al embargo que pesa sobre la Franja por parte de Israel.
En una rueda de prensa celebrada al cierre de la cumbre africana que ha tenido lugar en Washington, Obama subrayó que una apertura de la Franja es el modo de terminar con la crisis que existe en los territorios y aseguró que “hay fórmulas disponibles”, aunque reconoció que complicadas.
“No tengo ninguna simpatía por Hamas –recalcó Obama–, pero tengo una gran simpatía por la gente común que lucha en Gaza”, agregó el presidente, en referencia al sufrimiento de la población civil.
Obama insistió en que el pueblo palestino, una sociedad muy densificada y joven, necesita poder trabajar para conseguir su propia prosperidad.
Los palestinos comunes que viven en la pobreza en el territorio gobernado por Hamas necesitan, según apuntó, “tener algunas perspectivas de una apertura de Gaza a fin de que no se sientan encerrados”.
Por su parte, los analistas militares de la publicación Debkafile –generalmente cercana a Israel–, señalan que la forma como los líderes de Israel han manipulado y llevado a una conclusión la Guerra de Gaza tiene varias consecuencias que trascienden de su esfera inmediata:
-El hecho de que, después de recibir una severa paliza, Hamas sigue en pie y se va con la mayor parte de su infraestructura militar indemne, le proporciona el núcleo de un ejército palestino regular, que los islamistas no tenían antes de la puesta en marcha de la Operación Borde Defensivo el 7 de julio.
Este núcleo es ya una fuerza de combate activa, con buen entrenamiento para el combate y con popularidad nacional –no sólo en la Franja de Gaza, sino también en el dominio de Cisjordania de la Autoridad Palestina–. Así que Hamas llega a la mesa de negociaciones de El Cairo con una tarjeta militar de nuevo cuño.
Avnery señala que la anterior guerra comenzó con el asesinato del comandante militar de Hamas, Ahmad al-Jaabari. Su sucesor es un viejo conocido, Mohammed Deif, a quien Israel ha intentado asesinar en varias ocasiones, lo que le causó graves lesiones. Ahora parece que es mucho más capaz que su predecesor: la red de túneles, la producción de cohetes más eficaces y combatientes mejor entrenados dan fe de que es un líder más competente.
“Esto ha sucedido antes. Asesinamos a un líder de Hezbollah Abbas al-Musawi, y obtuvimos al más talentoso Hassan Nasralá.”
La historia ha demostrado una y otra vez que aterrorizar a una población hace que ésta respalde a sus líderes y odie al enemigo aún más. Eso es lo que está sucediendo ahora mismo en ambos bandos.
Israel tiene una maquinaria militar de las mayores y más eficientes del mundo. Hamas y sus aliados locales ascienden a unos pocos miles de combatientes, como mucho.
Avbery hace una radiografía del penoso papel de Egipto como mediador: gobernado por un dictador militar manchado de sangre que es colaborador de Israel a tiempo completo, al igual que Hosni Mubarak antes que él, sólo que más eficiente. Dado que Israel controla el resto de las fronteras terrestres y marítimas de la Franja de Gaza, la frontera con Egipto es la única salida de Gaza al mundo.
Sin embargo, Egipto, el antiguo líder del mundo árabe, es ahora un subcontratista de Israel más decidido que el propio Israel a matar de hambre a la Franja de Gaza y a matar a Hamas. La televisión egipcia está llena de “periodistas” que maldicen a los palestinos en los términos más vulgares y se postran ante su nuevo faraón. Sin embargo, Egipto insiste ahora en ser el único intermediario del alto el fuego.


En un escenario de ballottage, el Frente perdería las elecciones

Uruguay elegirá a su nuevo presidente en apenas dos meses. En términos políticos, el vecino país tiene dos claros hemisferios. Una mitad de la población palpita con las consignas de la izquierda y el resto de la sociedad es, más bien, conservadora, o moderada. No siempre fue así. Antes de la victoria frenteamplista en el año 2004, los tradicionales partidos Nacional (o blanco) y Colorado se repartían el manejo de la administración pública en un esquema bipartidista pétreo, casi inexpugnable. Fue necesario, entonces, que todos los partidos de centroizquierda o de izquierda tradicional se unieran en un Frente Amplio (FA) para dar vuelta la historia. Por lo tanto, la última década –ganada para el FA, pérdida para la oposición– fue, electoralmente, una pulseada pareja pero con una mínima ventaja para el campo progresista. De esa verdad, nació una ley no escrita: el Frente necesita la mitad más uno de los votos porque, de otra manera, pierde ante la ineludible unidad de sus adversarios en el siempre probable escenario del ballottage. En ese sentido, según los últimos trabajos de la consultora Cifra, la franja más conservadora del Uruguay está ensanchando su peso en la intención de voto presidencial y, en consecuencia, el Frente Amplio estaría perdiendo algunos votantes. Se trata de porcentajes mínimos pero significativos en un país pequeño cuyo escueto padrón cuenta con lealtades consolidadas, reacias a migrar hacia el otro hemisferio.
–Comencemos con lo más urgente, ¿qué intención de voto poseen los principales partidos uruguayos de acuerdo con su última medición?
–Según nuestra última medición nacional, correspondiente al mes de julio, el tablero electoral se muestra bastante estable con respecto al escenario planteado luego de las internas partidarias. En ese sentido, el Frente Amplio sigue cosechando un 43% por ciento de intención de voto, seguido del Partido Nacional con el 30% de adhesión, más atrás el Partido Colorado cuenta con un 16%; por último, el Partido Independiente (PI) llega al 4%%, y cierra Unión Popular (frente de izquierda) con el uno por ciento de intención de voto. La mayor novedad pasa por el crecimiento del PI. Si bien se trata de un número pequeño, por primera vez estaría obteniendo una banca en el Senado. De esta manera, el oficialismo sigue perdiendo chances de continuar manteniendo la mayoría parlamentaria. Un hecho clave para la gobernabilidad de una administración que tiene poca posibilidad de tejer acuerdos legislativos con la oposición dada la brecha ideológica existente entre los dos bloques. Por último, es significativo que, por primera vez luego de mucho tiempo, la sumatoria de los votos blancos y colorados es superior al arco frenteamplista en una primera vuelta electoral. El escenario de ballottage lo estamos midiendo y aún no tenemos conclusiones definitivas pero, seguramente, los números entre oficialismo y oposición serán muy equivalentes.
–Según los números de su trabajo, el Frente Amplio está cediendo una pequeña porción de votos. ¿En qué campo social, ya sea fracción de clase, género o franja etaria, se está produciendo la mayor sangría de adhesión hacia el oficialismo?
–Nosotros leemos que el Frente Amplio sigue siendo hegemónico en Montevideo, que fue el primer bastión electoral del oficialismo. Pero, contrariamente, sigue siendo una minoría relativa en el interior del país, donde su intención de voto no supera el 41%, a diferencia de la oposición que, unida, trepa al 52% de adhesión. En síntesis, si bien no han variado los trazos gruesos del cuadro geográfico partidario del Uruguay, la popularidad del Frente en la capital ha retrocedido levemente. Igualmente, el apoyo al gobierno viene retrocediendo, fundamentalmente, en las capas de la opinión pública con un perfil ideológico de centro. Es en ese nicho donde se está produciendo el mayor desplazamiento de intención de votos desde el Frente Amplio hacia la oposición. Es decir, se trata de personas no comprometidas orgánicamente con el oficialismo, originariamente adherentes a las administraciones blanca o colorada y cuyas pulsaciones políticas moderadas nunca fueron, precisamente, de izquierda. En concreto, esos sectores hoy podrían votar por Luis Lacalle Pou (candidato a presidente por el Partido Nacional, hijo del ex Jefe de Estado uruguayo) en desmedro de Tabaré Vázquez (cabeza de lista del Frente Amplio).
–¿Existe alguna novedad en los temas que priman la agenda ciudadana y en su consecuente demanda electoral hacia los partidos de cara a octubre?
–La principal preocupación ciudadana sigue siendo la inseguridad. Claro, la problemática de la delincuencia, sobre todo juvenil, dista de ser una novedad porque ya marcó el vértice de la agenda en otros comicios. Pero, en ese sentido, la permanencia de dicha demanda complica más al oficialismo por su responsabilidad en la gestión. Luego, aparecen, aunque con mucho menos interés en la preocupación de la opinión pública, la calidad educativa y la crisis en el sector de la salud pública, donde surgieron serios casos de corrupción.
-¿La despenalización de la marihuana sigue teniendo cierto peso en el debate nacional?
–Ese tema, al inicio de su presentación en el Congreso, tuvo cierto costo para el oficialismo porque muchos sectores de la población se mostraban desconfiados con la iniciativa. Sin embargo, ahora observamos que no es un eje gravitante en el escenario electoral.
–El gobierno presenta como candidato al ex Jefe de Estado Tabaré Vázquez, quien, en su momento, dudó con volver a embarcarse en la carrera política por “cuestiones de edad”. Según sus sondeos, ¿cómo toma la opinión pública la candidatura de Tabaré? ¿El ex mandatario logró reposicionar su figura en la góndola electoral o sus valores pasan por constituir, en criterios de marketing, una marca consolidada?
–Tabaré Vázquez es un candidato respetado transversalmente a nivel partidario. Por ese motivo, su candidatura es fundamental para el Frente Amplio porque le permite crecer y hacer pie en bases sociales poco vinculadas con los valores del centroizquierda. Pero, indudablemente, su avanzada edad (74 años) le resta fuerza de inserción a la hora de intentar instalar un discurso renovador.
–Por el contrario, los medios más influyentes recalcan la juventud del candidato blanco como una baza significativa y ausente en el mazo oficialista. Sin embargo, la poca experiencia en la gestión y el recoleto perfil de Lacalle Pou parecen mellar su popularidad. ¿Cómo decodifican las encuestas al candidato del Partido Nacional?
–Es indudable que el comando blanco está utilizando el valor de la renovación como estratagema principal de la campaña. En ese sentido, Luis Lacalle Pou es presentado en los spots como un candidato nuevo, poco contaminado con la compulsa parlamentaria y, en sentido, como una novedad dentro de una vidriera acotada, ya que los principales caudillos partidarios siguen teniendo una fuerte ascendencia en sus tribunas domésticas. Igualmente, el tramo más álgido de la campaña recién está comenzando. Por lo tanto, resta saber cómo se comportará Lacalle Pou en los debates televisivos y en las caravanas políticas por la capital y el interior, instancias donde él debuta. Por el contrario, Tabaré domina ese juego por haberlo transitado en más de una oportunidad.