sábado, 9 de agosto de 2014
CFK II
En el Roffo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un importantísimo instituto, el más importante, en materia de Oncología, estamos poniendo hoy estos aparatos que son de tecnología alemana. Es un mamógrafo, que permite detectar pequeñas lesiones, de hasta un milímetro, que no son detectadas tal vez por los mamógrafos comunes, porque aparecen bajo la forma de calcificaciones o escondidas bajo otra forma. Es el único en su tipo en latinoamérica y uno de los pocos en el mundo.http://www.cfkargentina.com/nuevo-pet-cancer-mamario-roffo/
CFK DIXIT
La nota del diario inglés The Guardian que les leí hoy, la que dice: "En virtud del principio conocido como “respeto mutuo” (comity), lo único que tendría que hacer Obama es informar al juez federal Thomas Griesa que la demanda de Singer interfiere con la autoridad exclusiva que tiene el presidente para dirigir la política exterior. Caso desestimado.
De hecho, el presidente George W. Bush invocó esta facultad contra el mismo hedge fund que ahora amenaza a la Argentina."" Esto sí lo sabemos: desde que empezó a atacar a Argentina, Singer abrió su cuenta bancaria millonaria en dólares, convirtiéndose en el principal donante a las causas republicanas de Nueva York. En otras palabras, se paga un precio si se contraría a Singer. Y, a diferencia de la presidenta de Argentina, Obama no parece dispuesto a pagarlo."http://www.cfkargentina.com/como-podria-barack-obama-poner-fin-a-la-crisis-de-deuda-argentina/
De hecho, el presidente George W. Bush invocó esta facultad contra el mismo hedge fund que ahora amenaza a la Argentina."" Esto sí lo sabemos: desde que empezó a atacar a Argentina, Singer abrió su cuenta bancaria millonaria en dólares, convirtiéndose en el principal donante a las causas republicanas de Nueva York. En otras palabras, se paga un precio si se contraría a Singer. Y, a diferencia de la presidenta de Argentina, Obama no parece dispuesto a pagarlo."http://www.cfkargentina.com/como-podria-barack-obama-poner-fin-a-la-crisis-de-deuda-argentina/
› PANORAMA ECONOMICO (in)seguridad jurídica
Por Alfredo Zaiat
Las audiencias que convoca el juez Thomas Griesa están perdiendo atractivo porque se han convertido en el canal de respuesta de los fondos buitre a la defensa política del gobierno argentino. Griesa no decide nada de los temas pendientes a partir de requerimientos de terceros afectados. La audiencia de ayer estuvo motivada por los avisos legales publicados por Argentina en diarios nacionales y del exterior. Griesa amenazó con el desacato del país, sin precisar si involucra a toda la población o si deja fuera a los colaboracionistas locales de los buitres; afirmó que “Argentina debe dejar de engañar y decir que pagó”, cuando él mismo autorizó pagos y demuestra que ni leyó el prospecto de emisión de los bonos del canje y el contrato con el fiduciario (Bank of New York); y se quejó de las opiniones y solicitadas del Gobierno. Griesa ya dictó su extravagante sentencia y si ahora quiere responder a las declaraciones políticas de funcionarios del Gobierno tiene la posibilidad de escribir un editorial en La Nación que probablemente se la publicará con entusiasmo.
Con su fallo y sus confusas audiencias, Griesa favorece los intereses de los fondos buitre, provocando situaciones insólitas que impactan negativamente en la seguridad jurídica de la plaza financiera de Nueva York. Las más relevantes son las siguientes:
1. Un juez de Nueva York impide el pago de bonos emitidos por Argentina denominados en euros, bajo jurisdicción de la ley inglesa, pagaderos por un banco de Luxemburgo a bonistas con domicilio en Bélgica.
2. La orden para cumplir la sentencia a favor de fondos buitre afecta derechos de terceros (bonistas del canje).
3. Esa sentencia involucra a una entidad financiera (Bank of New York Mellon) ajena al litigio para bloquear el pago de vencimientos de deuda reestructurada.
4. Hace lo mismo con otras encargadas de distribuir también ese dinero entre bonistas del canje: JP Morgan, Euroclear, Clearstream y Citibank.
5. La situación del Citi reúne una particularidad: una sucursal de sociedad extranjera (Citibank Argentina) inscripta en el país conforme los términos del artículo 118 de la Ley de Sociedades Comerciales 19.550 y autorizada por el BCRA para operar dentro del sistema financiero argentino, siendo una entidad de derecho privado, sujeta a las normativas y regulaciones de las entidades bancarias operantes en Argentina, le pide permiso a un juez de Nueva York para girar el dinero a los bonistas.
El comportamiento del Citi Argentina es insólito por el doble estándar que ha aplicado para definir sus acciones financieras en el país. En este caso responde a órdenes de Griesa, como si la filial local tuviera inmunidad diplomática y fuera estadounidense. En cambio, cuando se desplegó el corralito, una de las grandes estafas a los ahorristas, el Citi Argentina afirmó que su casa matriz no se hacía responsable de la devolución del dinero retenido de los inversores que confiaron en el respaldo de ese banco extranjero. Después de esa violación a la confianza del inversor, el Citibank empezó a aclarar que las obligaciones de su sucursal local “resultantes de sus operaciones son pagaderas en Argentina y únicamente con los activos de la sucursal de Citibank N.A. en Argentina”, según la Ley 25.738 y Comunicación “A” 3974 del BCRA. Pese a que esa situación es explicada por el mismo banco en el Documento de Disciplina de Mercado, de marzo de 2014, exigido por el Banco Central, donde debe divulgar en su página web la información básica vinculada con el riesgo, estructura y gestión, ha solicitado instrucciones a Griesa sobre cómo proceder con el pago de los intereses de los bonos argentinos del canje sujetos a ley y jurisdicción argentina.
Es otra extravagancia más derivada del juicio buitre que el Citibank en Argentina decida según las circunstancias que es una filial local sin responsabilidad de su casa matriz (durante el corralito) o una sucursal argentina que tiene que proteger a su sede central por la orden de un juez estadounidense.
Tribunales de primera y segunda instancia con jurisdicción en Wall Street han promovido un evento financiero inédito con esas extrañas consecuencias para beneficiar a un grupo de fondos buitre. Consagraron el privilegio de unos acreedores sobre otros estrujando el principio pari passu (igual trato), abordaron el caso como si fuera un contrato entre dos sujetos privados cuando una de las partes es un Estado soberano, afectaron derechos de terceros (bonistas del canje), involucraron a una entidad financiera ajena al litigio (Banco of New York Mellon) para bloquear el cobro del dinero del vencimiento de bonos pagado por el deudor. Son todos hechos que han puesto bajo cuestionamiento a Nueva York como una plaza financiera segura.
En los años de expansión de la globalización dominada por las finanzas, organismos multilaterales de crédito, grandes bancos internacionales y las potencias mundiales han recomendado a las denominadas economías emergentes brindar seguridad jurídica a inversores extranjeros para ser beneficiadas de la afluencia de capitales. Ese concepto en el ámbito de las normas legales consiste en garantizar la certeza del derecho a empresas e individuos de modo que su situación jurídica y patrimonial no fuera alterada por leyes, normas administrativas o fallos judiciales. En ese sentido, la seguridad jurídica está vinculada con la previsibilidad de las decisiones de los diferentes poderes del Estado.
Esta es la melodía monocorde que repiten políticos y empresarios conservadores respecto de la Argentina. El concepto de seguridad jurídica fue aplicado en su máxima expresión en beneficio de multinacionales y acreedores externos en la década del noventa. En esos años se sancionó una nueva ley de inversiones extranjeras equiparándola a las nacionales. Se firmaron Tratados Bilaterales de Inversión con más de medio centenar de países que establecen como tribunal competente uno dependiente del Banco Mundial (Ciadi) en caso de litigios por cualquier cambio en la política económica, por ejemplo la desdolarización de tarifas. También se resignó la jurisdicción local a favor de la de Nueva York en la emisión de bonos de deuda.
La plaza financiera de Nueva York no ofrece hoy seguridad jurídica por la imprevisibilidad de las decisiones del Poder Judicial estadounidense.
El Poder Ejecutivo de Estados Unidos tiene la posibilidad de recuperar la credibilidad del centro financiero mundial para cobijar la emisión de deuda soberana. Pese a la soberbia de los promotores de la ignorancia, que arremetieron contra el ministro Axel Kicillof por reclamar la intervención de la administración Obama, existen antecedentes en ese sentido: el presidente George W. Bush bloqueó la incautación de bienes del Congo-Brazzaville en Estados Unidos por parte del fondo buitre de Paul Singer invocando que esa acción estaba interfiriendo con la autoridad exclusiva del presidente para dirigir la política exterior. Es lo que tiene que informar Barack Obama al juez Thomas Griesa para detener el castigo a la plaza financiera de Nueva York.
Es lo que ha reclamando Kicillof. La intervención de Obama no estaría motivada entonces por un caso judicial que condena a la Argentina, sino fundamentalmente para preservar la seguridad jurídica de la meca financiera global. El fallo Griesa ha alterado el supuesto de que en Nueva York existe una mayor protección a inversores extranjeros ante imprevistos normativos o de discrecionalidad de jueces. No fue en Buenos Aires, sino en Nueva York donde los bonistas no pueden cobrar. Aquí están recibiendo sus dólares sin problemas. La mayor seguridad jurídica de Nueva York sobre la de Buenos Aires ha quedado herida por el fallo Griesa. Los inversores con bonos de deuda emitidos bajo legislación argentina hoy están más seguros que los que se rigen bajo jurisdicción neoyorquina.
azaiat@pagina12.com.arParecidos
Por Sandra Russo
Imagen: Guadalupe Lombardo.
Hay uno de los cuentos más breves de Raymond Carver, uno que se llama “El padre”, que nunca descifré y siempre me fascinó. La fascinación, en este caso, tiene mucho más que ver con lo que se siente al leerlo que con lo que uno comprende. Hay tres niñas, una madre y una abuela rodeando un moisés de mimbre en el que el hermanito recién nacido está chupándose su propio puño, a falta de chupete, pateando la frazadita y las cintas celestes que indican que se trata de un varón. El padre de las niñas, en la cocina, le da la espalda a su familia mientras lee el diario. Las niñas, la madre y la abuela observan al bebé y discuten entre ellas a quién se parece. Más que una historia, el cuento entero es apenas una escena. Lo que siempre me fascinó es el tema del cuento. Los parecidos. Esa necesidad casi autónoma que lleva a los miembros de una familia a preguntarse desde el mismo momento del nacimiento de un nuevo integrante a quién se parece. Como si lo primero que nos surgiera hacer ante un nuevo ser es esa verificación de rasgos, carácter o actitud. Como si en lo delgado de los deditos, en lo difuso de un perfil, en el color de las cejas o en la expresión de los ojos se reinventara constantemente la especie, como si se interrogara a sí misma, como si se pusiera a prueba, en el juego de los parecidos, esa misma capacidad de reinvención.
El parecido emerge como la prueba genética natural a simple vista que ofrece la especie para dar cuenta de su reproducción, y también como la marca humana de la reproducción, porque es improbable que las vacas o los colibríes o los cerdos o las moscas busquen el rasgo físico del parecido del recién nacido con esa rara perturbación espiritual que mueve a los miembros de una familia a encontrar en el que llega algo de lo que ya fueron o son los que lo precedieron. Quizá los humanos nos entreguemos al sentido de la vista más que al del olfato, quizás ese impulso de descubrir los parecidos provenga de la necesidad de la certeza de la paternidad, en culturas patriarcales que han sospechado siempre de quienes gozan de la certeza completa por excelencia, que son las madres. Quizás esa necesidad de establecer linajes desde tiempos en que era imposible garantizarlos por otros métodos haya generado la búsqueda de los parecidos, y entonces el parecido permita la tranquilidad de la constatación y se constituya en el DNI natural que aleja los fantasmas y certifica vínculos.
En el plano mítico, como entre muchos otros ha descripto Otto Rank, los héroes son personas a las que les fue arrebatada la chance del parecido. En todas las latitudes y en muchas culturas, pero especialmente en la occidental, el héroe es un chico expropiado, un hijo desconocido o arrebatado, alguien cuya peripecia personal termina siendo colectiva –siempre un hijo de un rey es criado por un campesino, nunca al revés–, pero al mismo tiempo alguien que completa el círculo de la verdadera identidad. Es el Arturo de la espada en la piedra, criado por gente simple, un niño del pueblo, uno entre tantos, que inexplicablemente lograba sacar la espada de la piedra sin hacer ningún esfuerzo: estaba en su sangre la posibilidad de hacerlo, aunque él no fuera consciente de eso y fuera el primer sorprendido por la imbatible energía de su genética: Arturo, con la espada todavía en la mano, no es un héroe triunfante, sino un adolescente atribulado por lo que acaba de hacer y no comprende. Arturo, en esa escena, es alguien preguntándose “quién soy”.
Uno lee ficción para encontrarle respuestas a la no ficción que es la vida. Cuando hace años leí ese breve cuento de Carver, dejé apuntado el tipo de incomodidad que sentían las niñas mientras le encontraban múltiples parecidos al hermanito varón y la súbita perturbación cuando descubrían que el bebé se parecía al papá, pero que el papá no se parecía a nadie. Esta semana esa escena reapareció en mi memoria, pensando en cómo y a través de qué caminos insondables, los argentinos convivimos con ese malestar de tantos niños, luego adolescentes y ahora adultos jóvenes que no se parecen en nada a sus padres, porque sus padres no son sus padres, ni han festejado sus cumpleaños en sus fechas reales de nacimiento, ni han sabido nunca la verdad sobre sus orígenes, que en todos los casos han sido violentos, porque nacieron en la inoportunidad del genocidio.
En los relatos de los nietos recuperados siempre llega el momento en el que la que se narra es la historia colectiva. Cada uno tiene la propia, hecha de terror y mentira, sospecha, duda, acontecimientos distintos que siempre alimentaban más y más, a medida que pasaba el tiempo, esa angustia que crecía en el pecho, porque la certeza del linaje nunca había pasado la prueba interna, la más íntima y personalísima de todas, que requiere que alguien sepa quién es para recién después saber a qué familia pertenece.
Todos esos nietos han buscado en algún momento de sus infancias o adolescencias los parecidos, y no los han encontrado. Pueden haber sido más o menos negadores, pueden haber encubierto con más o menos suerte esa angustia, la habrán justificado mejor o peor, pero han vivido en la mayor y absoluta soledad esa carencia de lo que tenemos todos los demás, el pelo igual que el de mamá, las espaldas anchas como el tío, el carácter del abuelo, la sonrisa de la hermana. Todos los demás, que hemos contado con uno o varios o múltiples parecidos con la familia que nos ha tocado, nunca hemos experimentado ese abismo al que ellos sí tuvieron que asomarse, cuando los abrumaba no la certeza del linaje, sino la tristeza de la exclusión. Porque empezando por los rasgos familiares, esos quinientos argentinos que hoy rozan los cuarenta años fueron también excluidos del juego de los parecidos como el gran calmante de la identidad. En ese territorio yermo de la duda que persiste, en esa contradicción entre lo que debería sentirse y lo que efectivamente se siente, en esa desolación subjetiva inenarrable, late todavía el terrorismo de Estado. Los cuatrocientos nietos que falta encontrar indefectiblemente deben haber sido, y siguen, rehenes de esa falta de parecidos, físicos y anímicos. La maravillosa historia de Estela y Guido Carlotto ha impregnado a esta sociedad con su perfume, sencillamente porque el amor venció al odio, y no era una frase de señalador, sino el reencuentro, después de treinta y seis años, entre una abuela que por amor a su hija buscó hasta el límite de sus fuerzas y un nieto que se dejó llevar por la corriente más interna de su ser y fue hacia ella. La historia no se redujo a ese reencuentro, que por sí solo hubiese sido grandioso, porque les cambia la vida a los dos y corona con justicia poética la terquedad de Estela en esa búsqueda. En un mismo movimiento liberador de una verdadera identidad, apareció también su familia paterna, los Montoya, que, desde Santa Cruz, también habían buscado a Guido, dando su sangre al Banco de Datos Genético, aunque recién hace pocos años se enteraron de su posible existencia. Guido les trae, como mostraron esta semana algunas fotos, el increíble parecido con Oscar, el hijo asesinado en 1978. La forma de la nariz, el enclave de los ojos, ese aire a Oscar que seguramente les deparará un tipo de reparación desconocida e inesperada. Guido podrá, ahora sí, atar cabos, explicarse a sí mismo muchas de sus inclinaciones personales, pasarse en limpio a la luz de las fotos en blanco y negro que quedan de sus padres, pero sobre todo de los cuentos que le cuenten sobre sus padres sus abuelos y sus tíos. Es la vida que vuelve, la vida que Laura y Oscar dieron antes de que les quitaran las suyas.
Si de algo muy primario y abarcador nos habla la historia de Guido Carlotto es de lo indetenible de la vida.
OPINION Suprema hipocresía
Por Robert Fisk *
No quiso bombardear el califato sangriento de Abu Bakr al Baghdadi, cuando estaba masacrando a la mayoría musulmana de chiítas de Irak. Pero Barack Obama va al rescate de los refugiados cristianos –y los yazidis– debido a “un posible acto de genocidio”. A bombardear. Y menos mal que los refugiados en cuestión no son palestinos.
Esta hipocresía casi nos deja sin aliento, sobre todo porque el presidente de Estados Unidos está todavía demasiado asustado –por temor a disgustar a los turcos– para usar la palabra “G” sobre el genocidio de 1915 de Turquía de un millón y medio de cristianos armenios, una masacre masiva a una escala que incluso los matones de Abu Bakr aún no han intentado. Vamos a tener que esperar otro año para ver cómo Obama se maneja con las conmemoraciones del 100º aniversario de esa particular masacre musulmana de los cristianos.
Pero, por ahora, “Estados Unidos está llegando a ayudar” en Irak con los ataques aéreos sobre los “convoys” de combatientes del Estado Islámico. Pero, ¿acaso no es eso lo que los estadounidenses protagonizaron contra los talibán en Afganistán, a menudo confundiendo bodas inocentes por “convoys” islamistas? Dejar caer paquetes de alimentos a la minoría de refugiados por el temor que le causan sus vidas en las laderas de las montañas desnudas del norte de Irak es exactamente la misma operación que las fuerzas estadounidenses llevaron a cabo para los kurdos casi un cuarto de siglo atrás; y al final tuvieron que poner soldados estadounidenses y británicos en el terreno para crear un “refugio seguro” para los kurdos.
Tampoco Obama dijo nada acerca de su amigable aliado, Arabia Saudita, cuyos salafistas son la inspiración y la recaudación de fondos para las milicias sunnitas de Irak y Siria, al igual que lo fueron para los talibán en Afganistán. El muro entre los saudíes y los monstruos que crean –y que Estados Unidos ahora bombardea– se debe mantener tan alto como invisible. Esa es la medida de disimulo estadounidense en este último acto de duplicidad. Obama está bombardeando a los amigos de sus aliados saudíes –y enemigos del régimen de Al Assad en Siria, por cierto–, pero no lo dirá. Y sólo por si acaso, él cree que Estados Unidos debe actuar en defensa de su consulado en Erbil y la embajada en Bagdad.
Esa es la misma excusa que Estados Unidos utilizó cuando disparó sus cañones navales a las montañas Chouf del Líbano hace treinta años: que los jefes militares pro sirios del Líbano estaban poniendo en peligro la embajada estadounidense en Beirut. Que es tan poco probable que los islamistas tomen Erbil como que capturen Bagdad. Obama dice que tiene un “mandato” para bombardear del gobierno iraquí de Nouri al Maliki, el elegido pero dictatorial chiíta que ahora dirige a Irak como un Estado quebrado y sectario. La manera en que a los occidentales les encantan los “mandatos” desde el Tratado de Versalles de 1919, que atrajo a las fronteras de Oriente Medio para nuestros “mandatos”, las mismas fronteras que ahora el califato de Abu Bakr juró destruir. No hay muchas dudas acerca de la terrible e igualmente sectaria Isis que Abu Bakr está creando.
Su amenaza a los cristianos de Irak –conviértanse, paguen impuestos o mueran– ahora se ha vuelto contra los yazidis, la pequeña secta inofensiva cuyas raíces persas-asirias, rituales cristianos-islámicos y perdonando a Dios los han condenado como a los cristianos. Los kurdos étnicos, los pobres viejos yazidis creen que Dios, cuyos siete ángeles supuestamente gobiernan la Tierra, perdonó a Satanás: así que, inevitablemente, este antiguo pueblo llegó a ser considerado como adoradores del diablo. De ahí que sus 130 mil refugiados –al menos 40 mil de los cuales viven en las rocas de la montaña en por lo menos nueve lugares alrededor del Monte Sinjar– cuentan historias de violación, asesinato y matanza de niños a manos de los hombres de Abu Bakr. Por desgracia, todo puede ser verdad.
Los yazidis probablemente son descendientes de los partidarios del segundo califa omeya Yazid el Primero; su represión de Hussein, el hijo de Ali –cuyos seguidores son ahora los chiítas de Medio Oriente–, podrían teóricamente haber encomendado los yazidis al ejército musulmán sunnita de Abu Bakr. Pero sus rituales mezclados y su negación del mal nunca iban a encontrar el favor de un grupo que –como Arabia Saudita y los talibán– cree “en la supresión del vicio y en la propagación de la virtud”. En las fallas geológicas que se encuentran en el antiguo Kurdistán, Armenia y lo que era la Mesopotamia, la historia les dio a los yazidis una mala mano.
Pero por ellos, y los nestorianos y otros grupos cristianos, Obama ha ido a la guerra. Los franceses, con sus viejos espíritus de cruzados revividos, le pidieron al Consejo de Seguridad que reflexione sobre este pogrom cristiano. Pero la pregunta persiste: ¿Estados Unidos habría hecho lo mismo si los refugiados pertenecientes a minorías miserables del norte de Irak hubieran sido palestinos? ¿O la última campaña de bombardeos de Obama simplemente proporcionará una bienvenida distracción de los campos de exterminio de Gaza?
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.
PANORAMA POLITICO La vida no es una encuesta
Por Luis Bruschtein
Las encuestas vuelan porque apareció el nieto Guido-Ignacio. Y las encuestas siguen volando por la pelea con los buitres. Cristina va por los aires. Los medios opositores buscan bajar las encuestas, se acuerdan de Boudou, lo ponen en tapa y contratapa, se acuerdan de Massa y de Macri. Las encuestas vuelan y aterrizan y vuelven a volar. Pero las encuestas no pueden medir el amor de una abuela o identidades verdaderas o lo que pesa la familia de sangre. Y tampoco miden soberanía o la presión que mete el poderoso, ni miden convicciones. Hay muchas cosas que las encuestas no miden y otras que sí. Hay gente en la política que vive de las encuestas, los que las consumen y los que las producen, como las drogas. Es un extremo que no sirve. Pero tampoco es bueno ignorarlas.
Todos saben que el resultado de una encuesta depende de la forma como está construida la pregunta o de las opciones que se presentan y varían incluso si son telefónicas o personales. Y también dependen de quién las paga y con qué objetivo. Algunas son de uso público y otras nunca trascenderán. Hay encuestas para instalar temas o personas, otras para crear climas y otras para sondear verdaderamente. Y la mayoría son efímeras porque toman la muestra de un momento que puede durar lo que un parpadeo, o no. Con todos esos recaudos, las encuestas sirven para orientar. Lo que se espera es que sean las acciones, los personajes y sus decisiones, la vida real, los que muevan las encuestas y no al revés, que las encuestas sean las protagonistas para delinear convicciones o crear consensos virtuales.
En febrero los medios opositores ya publicaban encuestas sobre la caída de la imagen presidencial. En ese momento se dijo que la imagen positiva de Cristina Kirchner se había hundido de 45,3 puntos a 34,8. Se tituló que había bajado diez puntos. Había un liderazgo en baja. La encuesta de Raúl Aragón y Asociados para Infobae no estaba midiendo a una candidata, se sabía que no lo era. Es más, a pesar de eso, se la medía con los que sí eran candidatos. Massa encabezaba el pelotón, después Scioli y atrás Cristina, y abajo, pero cerca, Mauricio Macri. La publicación buscaba esmerilar un liderazgo que además contiene para el kirchnerismo un porcentaje muy grande de sus posibilidades para proyectarse hacia el futuro. Una Presidenta débil es a la vez una electora débil. La capacidad de incidir en la definición del candidato está en relación directa con su respaldo. Por otro lado, la encuesta no era mala si después de ocho años de gestión todavía tenía una imagen positiva de 35 puntos, una marca que tienen pocos ex presidentes. Pero la publicación daba a entender que mantenía la curva descendente y que los demás candidatos la superaban.
Quitar a la Presidenta como electora –o disminuirla– potencia la posibilidad de los medios para elegir ellos a los candidatos que les interesan. Hasta la recta final no será uno solo porque les conviene mantener una oferta diversa, con varias opciones, tratando incluso de incidir en la interna del oficialismo.
En marzo, Management & Fit, aseguraba en Clarín que la imagen negativa del Gobierno era del 67,5 por ciento. Era un dato duro porque la imagen negativa es mucho más difícil de remontar que la imagen baja.
En ocho años, la imagen presidencial medida por las encuestas anduvo a los saltos, algunos de ellos para el Guinness. En medio del conflicto por las retenciones con las patronales del campo hubo encuestas que le marcaban un menguante 19 por ciento. Y después del fallecimiento de Néstor Kirchner, hubo otras que la ponían por arriba del 70. Y lo concreto fue que ganó su reelección con el aplastante respaldo de más del 54 por ciento. Las mismas encuestadoras analizan con cierta sorpresa estos altibajos que, en definitiva las pone en evidencia. Entre uno y otro extremo, la masividad de los festejos del Bicentenario habían demostrado que por lo menos la primera cifra era discutible y que, si era verdadera, estaba forzada. El 19 por ciento real nunca existió, aunque es probable que la cifra verdadera haya sido más baja que en otro momento.
Ahora se da un salto parecido. De un camino al descenso que estaba anunciado como irremediable, con una cifra tan alta de imagen negativa de casi el 70 por ciento, saltó a una medición del CEOP que dio más del 54 por ciento de imagen positiva de la Presidenta. Tantos altibajos demostrarían que las encuestas no sirven para nada. Pero se puede sacar una conclusión de toda esa disparidad. A pesar de la manipulación, las fluctuaciones demuestran que se trata de una figura en vigencia y que sus relacionamientos con la sociedad son muy fluidos, lo cual pone de manifiesto un vínculo vigoroso si se piensa que ya tiene más de diez años en un lugar de fuerte exposición.
Los que llegaron al peronismo con el menemismo o tuvieron su primera experiencia de gestión con él tienden a pensar que eso es el único peronismo real y, por supuesto, analizan al kirchnerismo como algo ajeno a ese cuerpo, un injerto, una infiltración. Se consuelan imaginando un destino patético y solitario igual al que tiene su “Jefe” después de haber sido imbatible. Sueñan y festejan los números de los sondeos que, para ellos, confirman esa profecía.
No es tan fácil porque las encuestas van de aquí para allá. Hoy favorecen a la Presidenta y quizá mañana la castiguen. Seguramente hasta el 2015 habrá muchas que busquen defenestrarla.
Pero no todo tiene medida. Por ejemplo: en estos treinta años de democracia, la más real y duradera que conocen los argentinos, la marca distintiva han sido los derechos humanos. Tras los primeros años de Alfonsín, todos los gobiernos fueron concesivos con los represores civiles y militares, defendieron esos privilegios y se plantaron a contrapelo de una tendencia que impregnaba subterráneamente a la nueva sociedad. El primero que confluye y entronca con esa corriente ha sido el gobierno kirchnerista. La recuperación de la identidad del nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo fue percibida como un síntoma por el país. Es el nieto 114, pero resume a todos los demás, con una carga simbólica que detonó las zonas más sensibles de esta democracia. El Gobierno no figuró, eligió un segundo plano. No es necesaria ninguna exhibición para que el imaginario popular lo visualice alineado con los hechos, junto con la mayoría, embargado por los mismos sentimientos, conteniéndolo y formando parte de una escena que conforma el consenso mayoritario que más define a esta democracia. Todas las administraciones anteriores, incluyendo la segunda mitad del período alfonsinista, aparecieron confrontando con esa corriente a la que la propia historia le confería un espacio ético y moral que superaba a cualquier gobierno.
Hay un círculo perfecto que empieza con los primeros meses del gobierno de Alfonsín, con Bernardo Grinspun en el Ministerio de Economía y la realización de los juicios a los ex comandantes y se cierra con los gobiernos kirchneristas con la anulación de las leyes de impunidad y la realización de los juicios a los represores y el debate por la deuda externa. Aunque no pudo persistir en esa línea de acción, Alfonsín vio claramente la centralidad que tendrían las problemáticas de los derechos humanos y la soberanía económica en la etapa que comenzaba.
En la pelea con los fondos buitre, la idea abstracta de soberanía económica se hace muy concreta. Es tan evidente el abuso en el fallo del juez Griesa y en los reclamos de los fondos buitre que su rechazo está también embutido en esa veta subterránea que confluye con una conciencia de época igual que los derechos humanos. El Gobierno no necesita sobreactuar esa confrontación, allí se produce la misma sintonía que con los derechos humanos con esa corriente o sopa infrapartidaria en la que nada esta democracia. Los gobiernos anteriores no tuvieron esa empatía, por el contrario, expresaron intereses contrarios o fueron concesivos con esos intereses.
Algunas encuestas afirman que estos hechos hicieron subir la imagen de Cristina Kirchner, pero ninguna encuesta puede medir realmente el efecto que tiene este emotivo reencuentro de una abuela con el nieto que perdió cuando nació en medio del terrorismo de Estado. No hay encuesta que califique. Cualquier pregunta sonaría como una estupidez. Y la pelea con los fondos buitre ha sido tan poco usual en la historia de los gobiernos argentinos que sería difícil discernir la calidad de su impacto en el ánimo social a mediano y largo plazo. Son temas que derivan sobre ese nervio sensible. Van más allá de una proyección de imagen coyuntural. Cualquier pregunta se queda corta. La vida no es una encuesta.
“Hace dos días que sé quién soy, o quién no era”
Por Victoria Ginzberg
La primera vez que pudo decir en voz alta que tenía dudas fue en 2010, después de participar en una jornada de Música por la Identidad, el ciclo organizado por Abuelas de Plaza de Mayo con el objetivo, justamente, de acercarse a jóvenes que sospechan que pueden ser hijos de desaparecidos. Por eso, este año, el día de su supuesto cumpleaños, cuando se enteró de que quienes creía que eran sus padres no lo eran, las piezas encajaron. Y no tardó nada en presentarse en Abuelas para hacerse el análisis de ADN que estableció que era hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar Montoya, ambos secuestrados y asesinados durante la última dictadura militar. Su madre le puso Guido. Fue durante 36 años Ignacio Hurban. Hoy, en él, se conjugan los dos. “Hace dos días que sé quién soy o quién no era”, dijo. Su abuela Estela de Carlotto, la presidenta de la institución que desde hace 37 años busca a los niños, hoy jóvenes, que fueron apropiados durante la última dictadura militar, lo miraba y sonreía con todo el cuerpo.
“Doy la cara para que el inmenso colectivo de gente que está feliz pueda verlo”, explicó, porque entendía que su restitución era “un símbolo”, “una pequeña victoria en esta gran derrota que nos hemos dejado hacer”.
–¿Cómo te sentís? –fue la primera pregunta. Desde allí todos lo tutearon. Fue sincero, trató de escapar de los lugares comunes y explicar lo que le pasaba a sólo 48 horas de saber que su madre lo parió mientras estaba secuestrada. Explicó que no daba grandes definiciones, que ésta era la foto de hoy, dentro de un proceso que llevará tiempo.
–No te sabría decir. Tal vez en unos meses lo tenga más claro... Hay alegría. Sabía que si tenía una respuesta positiva traía alegría a mucha gente. Veo la alegría en sus ojos y disfruto la felicidad de los demás. Hay sensación de un trabajo cumplido.
El inicio
La sede de Abuelas de Plaza de Mayo desbordaba de micrófonos y cámaras de televisión. Los trece primos Carlotto y las dos primas Montoya se habían ido acomodando en la sala. Los dos pequeños bisnietos de la presidenta de Abuelas estaban a upa de sus madres y uno de ellos amagaba con desenchufar el cable que podía cortar el audio de la sala. Poco después, entraron Claudia, Remo y Kibo, los tíos, y la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto, junto a su nieto. Los periodistas gritaban, se peleaban. Estela pidió, amablemente, orden, como maestra que es, en todos los aspectos. Y lo presentó: “Mi nieto, nuestro, el nieto de todos”, dijo. “Que era conocido como Guido Carlotto y hoy también es Montoya.”
El estaba con una campera de cuero negra, sus rulos entrecanos y su nariz aguileña, al parecer heredada de su padre. Y con su compañera, Celeste, un pilar en el que se apoyó para sobrellevar este trastrocamiento (o acomodamiento) del mundo, y que no paró de sonreír al borde de las lágrimas durante toda la conferencia de prensa.
Parecía sereno. Hasta demasiado. Aunque dijo que no lo estaba tanto. “Estoy un poco convulsionado, hace muy poco que pasó esto. Es maravilloso y mágico y quisiera que esto que me pasa a mí sirva para potenciar la búsqueda. Que todos entendamos la importancia de cerrar estas heridas. Tengo la suerte de ser parte de este pequeño proceso de cicatrización.” Demostró que comparte con su abuela la voz clara y tranquila, la posibilidad de explicar en forma didáctica, sin contrariar ni enojarse, pero a la vez con la firmeza de quien tiene claro lo que quiere decir. Y lo que no.
–¿Cómo te sentís más cómodo, con Ignacio o Guido? –le preguntaron.
–Me siento más cómodo en la verdad.
Era el hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar Montoya, que nació en el Hospital Militar Central o en el Penal de Olmos. El bebé que Laura pudo sostener sólo cinco horas antes de que se lo sacaran con la falsa promesa de entregarlo a su familia. También era Ignacio, el joven que creció en Olavarría con los Hurban y se hizo músico desafiando el supuesto mandato familiar (aunque en realidad casi que lo estaba cumpliendo).
Respecto de su nombre, explicó que se identifica con el Ignacio que lleva desde hace 36 años, pero que entiende a su familia, que lo nombró Guido durante el mismo tiempo. “Para ellos soy Guido. Y esencialmente estoy feliz y agradecido. Agradecido por la lucha de mi abuela.” El “mi” generó más sonrisas. Sus tíos, parados detrás, le tocaban la espalda y le apoyaban la mano en su hombro.
Reencuentros
–¿Cómo fue el encuentro con tu abuela y tu familia?
–El reencuentro fue maravilloso. Cuando hay amor siempre es maravilloso. Para mí es diferente que para ellos. Hace dos días que sé quién soy, o quién verdaderamente soy o quién no soy.
Luego contaría cómo fue el momento en que recibió el llamado de su tía Claudia Carlotto, titular de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), para contarle el resultado de su análisis genético. Aunque el protocolo seguido por las Abuelas y la Conadi establece que ese tipo de información se da personalmente, en este caso los datos se filtraron a través del juzgado, lo que hizo que hubiera que comunicarse de urgencia con él para que no se enterara por los medios de que su estudio de ADN indicaba que era el nieto de Estela de Carlotto. “Estaba tocando el piano, mate, bizcochos, amenazaba ser un día normal, hasta que me llama Claudia emocionada”, narró. Luego impostó la voz e hizo como un llanto agudo, que iba subiendo de tono, para cargar a su tía. “Me dice: ‘El resultado es positivo, sos Carlotto, el nieto de Estela y sos mi sobrino’. No se entendía mucho. Digo, bueno, bueno. Cuelgo, llamo a Celeste, a unos amigos y a partir de ahí estoy arriba de un auto, porque todos ustedes me estaban buscando.”
Le preguntaron cómo tomaba el hecho de encontrarse con una familia tan numerosa, ya que tiene trece primos por el lado Carlotto, más dos por el de los Montoya. “Sí, son un montón”, dijo, y levantó las cejas. “Es una familia hermosa, divina, pero yo me crié solo en el campo, el tema del abrazo lo tengo que desarrollar.” “No es muy agarrero, yo tampoco”, compartió Estela, en una de las pocas frases que dijo durante la conferencia de prensa. Pero los fotógrafos querían la imagen. Y comenzaron a arengar: “Abrazo, abrazo”. Así que ellos les dieron el gusto y compartieron con todos el gesto cariñoso que habían reservado para la intimidad.
Sobre su decisión de acercarse a las Abuelas para saber si era uno de los jóvenes que fueron apropiados siendo bebés durante la última dictadura dijo que tenía “algunos ruidos en la cabeza, algunas maripositas fuera del campo de visión” y que “hay cosas que no sabés que las sabés hasta que llega un indicio fuerte y arranca la búsqueda, en mi caso fue muy rápido”.
El indicio fuerte fue la confirmación de que no era hijo biológico de las personas que lo criaron, dato que le contaron a principios de junio, el día que festejaba su cumpleaños. Y lo que posibilitó que esa información le llegara fue la muerte de Francisco “Pancho” Aguilar. Ese hombre habría sido quien lo entregó a los Hurban, quienes trabajaban en un campo de su propiedad. “Tuve una infancia feliz. Y ahora también tengo una vida feliz. Y a esto se suma esta familia”, dijo. También dio a entender que no estaba dispuesto a hablar de la causa judicial en la que se investiga su apropiación.
Guido/Ignacio buscó escapar de las definiciones del determinismo genético, pero sí señaló que al saber su verdadera identidad le cerraba con algunas cosas que antes no podía explicar: “Me preguntaban de dónde viene tu pasión por la música. No sabía. Mi ambiente me destinaba a otra cosa”. Pero su padre, Walmir Oscar Montoya, era músico: tocaba la batería en una banda de Cañadón Seco, en Santa Cruz. Kibo Carlotto, su tío, es secretario de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, pero también toca la guitarra. “Ellos (Laura y Walmir) deben estar en algún lado, ser artista también es una actividad política”, señaló luego, cuando habló de la militancia de sus padres.
“Estoy en el lugar del que tal vez nunca debería haberme ido”, afirmó. También, que las “vueltas” que dio lo ayudaron a crecer. “Aunque hice esperar a Estela unos añitos”, agregó.
El nieto de la presidenta de Abuelas insistió mucho en que esperaba que la enorme repercusión que tuvo su caso ayudara a encontrar a alguno de los 400 nietos que aún faltan. “A los que dudan, les digo que vengan a Abuelas, que es extremadamente cariñosa la gente que atiende. Lo difícil es la incertidumbre, pero hay que hacerlo, no sólo para recuperar la identidad de cada uno, sino también para construir la identidad colectiva. Las Abuelas, a través del amor, buscan a sus nietos. Es una actitud loable. Hablar de las Abuelas es hablar de un acto de amor frente a la vida.” Luego, contó que su mayor miedo era no poder saber nunca quiénes habían sido sus padres.
–¿Cuál va a ser tu rol dentro de la institución? –fue otra de las preguntas, aunque sólo hacía 48 horas que había recuperado su identidad.
–Trabajo no me ofrecieron –contestó con una sonrisa.
También habló de la reunión del jueves por la noche con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Olivos –anticipado ayer por Página/12– de la que participaron todos los Carlotto: “El encuentro fue maravilloso. Yo la veía en televisión... y estaba charlando con ella y hasta creía a veces que ella charlaba conmigo. Yo sabía que estaba comprometida con esta causa. Le agradezco no sólo por el gesto mínimo de recibirnos, sino por la voluntad para lograr que esto suceda. Hay que apoyar esta búsqueda desde lugares políticos y ella ha tenido la voluntad”.
Casi al final, contó que aquello de que pudo verbalizar sus dudas luego de participar en una jornada de Música por la Identidad y que tenía alguna sospecha de que podía ser Carlotto. Que su mujer comparaba las fotos con el Photoshop y que bromeaban con que si era hijo de desaparecidos, “tenía que ser de Estela o de nadie”. “Cuidado con lo que deseas porque se puede cumplir”, completó el chiste. Pero la abuela, en pleno uso de las facultades que su nuevo rol le otorga, no se lo dejó pasar.
–¿Pero para bien o para mal? –preguntó.
–Para bien, para bien –se apuró él en contestar.
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