miércoles, 6 de agosto de 2014
Parir identidad
El nieto varón de Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, hijo de una de sus hijas, Laura Carlotto, asesinada durante la dictadura, recuperó su identidad luego de 37 años de incansable búsqueda.
Por GBA
A mi querido nieto Guido: "Hoy cumples 33 años. La edad de Cristo como decían, 'decimos', las viejas. Con esta inspiración pienso en los Herodes que 'te mataron' en el momento de nacer al borrar tu nombre, tu historia, tus padres. Laura (María), tu madre, estará llorando en este día tu crucifixión y desde una estrella esperará tu resurrección a la verdadera vida, con tu real identidad, recuperando tu libertad, rompiendo las rejas que te oprimen. Querido nieto, qué no daría para que te materialices en las mismas calles en las que te busco desde siempre. Qué no daría por darte este amor que me ahoga por tantos años de guardártelo. Espero ese día con la certeza de mis convicciones sabiendo que además de mi felicidad por el encuentro tus padres, Laura y Chiquito y tu abuelo Guido desde el cielo, nos apretarán en el abrazo que no nos separará jamás", escribía Estela allá por el 2011, nunca bajando los brazos, siempre esperando el encuentro, el abrazo.
Hoy, en conferencia de prensa, confirmó la noticia la misma Estela y mostró su gran felicidad, que por esos minutos era masivamente compartida en redes sociales que desbordaban de emoción colectiva. Y dijo Estela “he soñado todos estos años con este momento”. Y resaltó que esta nueva restitución es para aquellos que quieren que olvidemos y demos vuelta la página de la Historia “como si nada hubiera pasado” y como si fuera posible construir un futuro portando una identidad falsa y un miedo inoculado por el terrorismo de Estado.
Laura nació el 21 de febrero de 1955 en la ciudad de La Plata. Militaba en la organización Montoneros. Sus compañeros la llamaban "Rita". Fue secuestrada el 26 de noviembre de 1977 en su domicilio de la ciudad de Buenos Aires. Estaba embarazada de dos meses y medio. Por testimonios se supo que permaneció detenida en el CCD "El Casco" y en "La Cacha". El 26 de junio de 1978, Laura dio a luz un niño al que llamó Guido en el Hospital Militar Central "Dr. Cosme Argerich". Luego del parto fue devuelta al CCD "La Cacha" sin su bebé. El 25 de agosto de 1978 la joven fue asesinada. En 1985 sus restos fueron exhumados en el Cementerio de La Plata e identificados por el EAAF.
El niño, a quien Laura llamó Guido, tiene 37 años y permanecía desaparecido hasta hoy. Antes de culminar la conferencia Estela en medio de sonrisas dijo que “no me quería ir sin abrazarlo” y agregó que ya no habrá una silla vacía en sus mesas de domingo y “los portarretratos vacíos van a tener su imagen” para vencer al blanco y negro en que los verdugos pretendieron detener la historia de su familia y del país
MEDIOS Y COMUNICACION Comunicación y guerra
Por Washington Uranga
Además de las muchas consideraciones políticas y humanitarias que se pueden hacer en torno del conflicto armado en la Franja de Gaza, también se puede señalar que las bombas y los misiles no son la única munición que se usa. Dentro de la estrategia de la guerra la información y la comunicación son parte de las armas a utilizar. Y puede decirse que en este plano se registra el mismo desbalance que existe en el terreno militar y que queda en evidencia en el saldo de víctimas de uno y otro bando en conflicto. Junto a su poderío militar, Israel y sus aliados despliegan también una enorme maquinaria propagandística y comunicacional para justificar sus acciones bélicas.
Como suele ocurrir repetidamente en los conflictos armados, los periodistas –entendiendo bajo este concepto a todos aquellos que realizan o desarrollan actividades de comunicación– quedan sobrecargados de responsabilidades éticas que superan largamente las que tiene cualquier trabajador de los medios en aquello que llamamos la vida cotidiana “normal”. Refiriéndose a la “Etica e información responsable del corresponsal de guerra”, el catedrático Jaime Vázquez Allegue, de la Universidad de Granada (España), sostuvo que “el corresponsal tiene en sus manos la responsabilidad de informar sobre unos hechos, pero también posee el poder de convertirse en un medio de presión y una manera de crear conciencia. Al mismo tiempo, el corresponsal sabe que con sus palabras y la información que transmite puede crear una determinada opinión pública y dar lugar a una conducta social. En cierto sentido, su responsabilidad ética incluye la capacidad de presionar sobre gobiernos y administraciones generando una opinión pública determinada o presionando a través de la información en una dirección específica”. Y agrega que “sólo de esta forma, el corresponsal puede ofrecer una visión completa y objetiva, humana y solidaria en la transmisión del estado en que se encuentra un conflicto”. (Ponencia presentada en el Congreso “La ética de la comunicación a comienzo del siglo XXI”, realizado en la Universidad de Sevilla, publicado en actas, pág. 90, en línea http://monitorando.files. wordpress.com/2011/04/libro-actas-congreso-etica-comunicacion.pdf).
Los periodistas no somos objetivos ni neutrales. Pero eso no exime de la exigencia ética de atenerse a la veracidad de los hechos. La ofensiva israelí sobre Gaza replantea el tema de manera dramática. En medio de la guerra, la información veraz, ajustada a los hechos y en perspectiva de derechos humanos es, sin duda, una salvaguarda para la vida de muchas personas. Aunque, paradójicamente, acceder a esa información y difundirla puede ocasionar riesgo de vida y aun la muerte de los periodistas.
“El corresponsal de guerra –sigue diciendo Vázquez Allegue– ya no es un mero descriptor del conflicto (...) es un observador internacional que da cuenta de lo que ve para confirmar o desmentir los datos y las informaciones oficiales.”
Para muestra están los ejemplos. El 17 de julio último la cadena norteamericana NBC decidió retirar de la Franja de Gaza a su corresponsal, el periodista egipcio-estadounidense Ayman Mohyeldin. Motivos: “razones de seguridad”, adujo la emisora. Mohyeldin fue acusado de parcialidad en favor de los palestinos, entre otros motivos por publicar en Twitter e Instagram fotos de familiares de las víctimas. Dos días después el corresponsal fue repuesto tras una avalancha de denuncias de censura planteadas en las redes sociales. La CNN también relevó a Diana Magnay, su corresponsal en Gaza, después de que la periodista publicó el 17 de julio un tweet informando que “los israelíes en la colina de Sderot aplauden cuando las bombas impactan en Gaza; amenazan con destrozarnos el coche si digo una palabra equivocada. Escoria”, sintetizó Magnay en su mensaje en Twitter. Luego la CNN decidió trasladarla a Moscú.
No hay información neutral. Menos en medio de la guerra. Pero aun en situaciones extremas el ocultamiento de los hechos no puede ser nunca un aporte. La única contribución a la paz, inclusive con el riesgo que ello implica, consiste en atenerse a la veracidad de los hechos.
OPINION Apareció
Por Mario Wainfeld
Mensajes de texto, llamadas, guasap, mails. “Parece que apareció el nieto de Estela”, primero. Y, al toque, “apareció el nieto de Estela”. Todos saben de qué y de quién se habla. La certeza sorprende, abomba, conmueve. Da motivos para compartir lágrimas, risas, abrazos y caricias materiales o a la distancia.
La sensación, por ahí, es la de una formidable novedad en la familia. Así que liberamos las emociones sin mayor empacho, moqueamos o reímos en grupo y con gratitud.
Escribir en un diario es un privilegio y una profesión, un servicio a quien nos lee. La labor del periodista es sumar a lo que el público ya conoce. Ahora, mientras se teclea, suena imposible o casi. ¿Qué se puede agregar a esas cinco palabras en un día que amaneció como tantos y que será histórico? Hay ocasiones en que los acontecimientos nos superan, revelan la limitación de nuestros recursos. “Apareció el nieto de Estela” está tan connotado o expresa tanto: las acotaciones se arriesgan a sonar redundantes.
Esta columna, entonces, será casi capicúa: empezará y terminará de modo parecido. En un intento de abrazar a los seres queridos cercanos, a los compañeros que persisten viviendo o a los que ya no están. De agradecerle y acompañar a Estela de Carlotto. Porque, como ella predica y encarna, esto es vida y construcción colectiva. Lo que llamamos “milagros” son sólo (nada menos) militancia y laburo concretados.
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Apareció el nieto de Estela. Sabemos “desde siempre” que es varón. No es “desde siempre”... pero hace décadas que las Abuelas nos iluminan y de algún modo conducen.
Ese bebé arrancado ahora es un hombre, al que su abuela buscó con tenacidad sin cejar en sus demás tareas. La ausencia familiar no le restó nada a la sonrisa plena que mostró cada vez que presentó a una nieta o a un nieto recuperado. El dolor no minó su ternura ni su capacidad para compartir.
Estela de Carlotto ejerce desde hace décadas un liderazgo ético luminoso. La firmeza armoniza con la sonrisa, la convicción con la palabra medida, justa. Es persuasiva, didáctica, ha adquirido una capacidad infrecuente de decir lo adecuado ante cada auditorio, sin sonar jamás a casete, sin contradecirse.
La labor de las Abuelas combina tenacidad, respeto por cada persona y una dulce alegría contagiosa.
Puede haber quien no comprenda el mestizaje entre la lucha y las sonrisas. Posiblemente le pase a quien nunca participó en acciones colectivas. Marchar juntos, reclamar, corear consignas, guardar silencios corales son comuniones. La fuerza conjunta, los afanes compartidos dotan una cuota de alegría. Tal vez porque más allá del pasado cruel y del presente sin respuestas se sabe (o se anhela, tanto da) que se está cimentando el futuro.
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Con mira estrecha los periodistas y muchos que no lo son llamamos “noticias” a los hechos, cuando el orden conceptual es inverso. Lo que se difundió ayer es, primero y principal, una gran hazaña humana. Fue construida en años de procura infatigable, de aprendizaje, de lecciones de vida, de desilusiones. Hecha noticia, recorrerá el mundo como un triunfo de la paz sobre la violencia, de la vida sobre la muerte, de los indómitos organismos de derechos humanos contra los represores y sus cómplices de toda laya.
Se da por hecho que los cronistas vamos narrando la historia. Confesemos que se hace a menudo a las apuradas, de a puchos, seguramente sin calibrar siempre la dimensión de los sucesos cotidianos. A menudo transitamos días o semanas de vacuidades, de cuestiones que serán olvidadas pronto o de primicias autosatisfactorias que no moverán la aguja.
“Apareció el nieto de Estela” zamarrea a las rutinas, compensa con creces tantas jornadas iguales a otras. Sabemos que este diario será recordado por ustedes, que lo están leyendo. Uno mismo quiere, en paralelo con el orgullo irrenunciable de escribir, “leer el Página de hoy”, el de mañana, el de pasado, el del domingo. Hay voces insustituibles, reconocidas, que uno ansía reencontrar.
Este es, qué tanto, el diario que mantuvo en alto las banderas cuando varios contradecían su pasado, callaban, urdían canjes, hacían real politik mezquina, pactaban impunidades o decretaban indultos. Este es el diario que desde hace miles de días persiste en publicar los recordatorios, la memoria de los seres queridos.
De identidades hablamos porque resistimos, cuando la lucha era de minorías, jamás de sectas. A menudo daba la impresión de estar perdida en muchos aspectos, lo que no llevó a bajar los brazos ni a dejar de amucharse. Ni a privarse de compartir con los lectores los avances, los sinsabores, las semblanzas de los nietos y nietas recuperados, las peripecias de los juicios.
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Apareció el nieto de Estela. La jueza federal María Romilda Servini de Cubría le avisa, ambas lloran. La trayectoria de Servini tiene lunares serios, como es regla entre los jueces federales. En materia de derechos humanos, lo suyo es intachable. Acaso el ejemplo concrete, ayude o incite a pensar cuán compleja es la realidad, cuán impropio tratar de pintarla en blanco o negro.
Estela de Carlotto habla de “reparación”. Le brillan los ojos, da gusto verla. No quería morirse sin ver a ese nieto. Los años pasan, muchas de sus compañeras se despidieron sin lograrlo. Hay 114 jóvenes que recobraron su identidad, distan de ser todos, nada debe detenerse. “Hay que seguir buscando”, se compromete Estela y sobran motivos para creer en su palabra.
Mucho se aprendió en el camino. En el trato dispensado a los primeros pibes hoy adultos, en comprender que cada historia personal es un universo propio. En “capturar” las herramientas de los medios masivos y adecuarlas al servicio de una causa noble. En generar conciencia a cómo hubiera lugar, sea con los recursos convencionales o en el espacio de un teleteatro popular. Congregando a trabajadores de la cultura o a los muchachos de la Selección.
La llama no se apagó con las leyes de la impunidad o los indultos. La creatividad jurídica de los organismos encontró hendijas. Los casos de los nietos apropiados fueron un ejemplo cabal.
La reapertura de los juicios a los genocidas no fue un fenómeno aislado. Su proyección trascendió las paredes de los edificios de los tribunales. Claro que fue en ese escenario institucional donde las víctimas recobraron la voz y la autoestima. Fueron testigos de cargo, sus recuerdos se admitieron como pruebas concluyentes. La sociedad democrática les reconoció entidad y credibilidad.
En el pasado les pesaba o dolía hablar: la culpa los asediaba, eventualmente las sospechas de quienes habían sido sus compañeros. Una prensa despiadada, aliada objetivamente con los represores, cumplió un rol en esa tarea destructiva.
Los años recientes fueron reparadores para los familiares de los compañeros detenidos desaparecidos, para las víctimas sobrevivientes, para los hijos y los nietos.
Testimonios judiciales, películas, obras de teatro, libros, discusiones públicas dan cuenta de un proceso de revisión rico, con escasos precedentes en el mundo, constante e inacabado. Lo que brota es torrentoso, para nada un relato único o lineal. Poder expresarse implicó también revolver la memoria. Cuestionar o pedir explicaciones a los padres, criticar, autocriticar o empacarse, reclamar cada cual desde su lugar y su historia. Tres generaciones toman la palabra, dialogan, se entrelazan, polemizan. Las familias y las naciones albergan debates, tensiones, enojos, homenajes, todo mezclado. La saga de las Abuelas se enhebra en ese contexto histórico.
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Apareció el nieto de Estela. Uno intuye que no tiene con qué darle a esa frase redonda: que no podrá competir con la primera sensación que asaltó ayer a quien ahora está leyendo.
Cada nieto que se recupera concreta y cifra una búsqueda de años. Cada cual y cada trayecto son únicos y forman parte de un todo: son humanos por antonomasia y mágicos al mismo tiempo.
La historia nos toca, por una vez con cariño. El hecho es tangible y también un símbolo. Uno no es quien para descifrarlo plenamente, se conforma con señalarlo. Entre todos iremos comprendiendo según pasen los años.
Apareció el nieto de Estela de Carlotto. Una mujer sencilla e impar, sacada a la calle por la crueldad criminal. Se capacitó andando, aprendió y enseñó como pocos contemporáneos. Tanto amor, tanta templanza y tanta ejemplaridad merecían ese día. Tan generoso es lo tuyo, compañera Estela, que nos enaltece, nos conmueve y nos conforta a muchos. Todos los lectores de este diario te besan, te abrazan y te agradecen. El que firma es uno entre ellos.
OPINION Inmensa reparación para un daño infinito
Por Luis Bruschtein
Guido estuvo apenas cinco horas con su madre Laura, pero su abuela Estela tuvo que luchar 37 años para recuperarlo. Cinco horas contra 37 años. Es el reloj implacable de la Argentina, el reloj de la vida en tiempos alterados, el tiempo fulminante de la destrucción frente a la larguísima y esforzada lucha por la recuperación. La destrucción es una orden asesina que se ejecuta en unas horas. La recuperación de lo recuperable, en cambio, es lenta y esforzada.
Aun así es apenas la reparación inmensa, pero de un daño infinito. Porque el daño es infinito y nadie sale indemne, ni siquiera los que se dieron por no enterados o reconocen que sólo fueron espectadores. La sociedad fue demolida en cada uno de sus actores, infinitamente, con cada desaparecido, con cada torturado, con cada bebé apropiado. Principalmente las víctimas, pero también los victimarios que pasaron a convertirse en la lacra que la sociedad necesita excretar para crecer. Necesita separarlos de la condición a la que se aspira. La sociedad madura y decide que no puede contener a esos asesinos, que la condición humana a la que aspira es aquella en la que nunca más haya humanos como Videla, como Massera o como Menéndez.
El Nunca Más de 1985 expresaba ese deseo. Fue un punto de partida, un momento de maduración que no tenía todavía sustento firme. Lo más resistente eran los organismos de derechos humanos. Todo lo demás era endeble. Pasar de la expresión de deseos de 1985 a hechos concretos, a consensos reales, fue lento y doloroso. La soledad potencia el dolor, lo hace más intenso y notorio porque la injusticia se hace más injusta.
Laura Carlotto y Oscar Montoya no volverán a la vida. El daño es infinito e irreparable. La recuperación del hijo de ambos es una reparación inmensa para ese daño infinito.
Son historias que tienen nombres y apellidos, son íntimas y personales, pero desde el primer día, desde antes aun que se enamoraran Laura y Oscar, es una historia de los argentinos. Hay un entorno, una historia política y raíces culturales que los envuelven, los interpelan y les hablan y construyen sus palabras y sentidos y condicionan sus destinos, los de su hijo y los de la abuela. Ese entorno actúa en sus vidas y en sus muertes y en la apropiación del bebé y en la lucha de la abuela.
Eso es con cada uno de los treinta mil. Pero en el caso de Estela de Carlotto es más claro porque es la cabeza más visible de las Abuelas de Plaza de Mayo, a las que luego de todos estos años simboliza. Y al hacerlo surge como la representación de las fuerzas de la sociedad donde prevalece la dignidad humana en tensión con otras fuerzas que tienden a rebajarla para defender privilegios. Esa tensión que era tan desfavorable en los comienzos de las Madres y las Abuelas fue cambiando a partir de esa tenacidad y resistencia. En estos treinta años de democracia se generaron consensos, algunos esporádicos y otros más definitivos, que fueron cambiando la relación de fuerzas.
Durante estos treinta años, los concesivos, defensores y justificadores de los represores, que más allá de los viejos dictadores, representan un modelo de país, tuvieron un gran peso, como el que habían tenido en décadas anteriores. Ellos fueron los que modelaron la Argentina de la represión y las proscripciones, de los golpes militares, de las manos duras y las democracias tuteladas.
Del otro lado, además de los organismos de derechos humanos, la permanencia de la democracia ha sido el otro factor favorable. Porque democracia es lo opuesto a lo violento y autoritario. Con esos dos elementos los consensos de respaldo a las Abuelas y las Madres fueron creciendo hasta convertirse en política de Estado después de la crisis del 2001 y a partir del gobierno de Néstor Kirchner. La gran cantidad de jóvenes que se hizo los análisis de ADN fue posible por la amplia y masiva difusión que tuvo esa convocatoria, por la permanencia del banco de datos y por el respaldo oficial a las Abuelas frente a los permanentes ataques que sufrían. El kirchnerismo tiene el mérito de haber sido el gobierno que asumió a lo largo de todos estos años esa línea de acción como política de Estado. Pero la vigencia de los derechos humanos, como la búsqueda de los nietos que aún no recuperaron su identidad, requiere de consensos más amplios que el kirchnerismo y debe abarcar también a muchos sectores de la oposición. Y es de esperar, por el bien de la democracia, que se mantenga como política de Estado sin importar el partido que gobierne.
LA HIJA DE GUIDO Y ESTELA CARLOTTO, MILITANTE DE MONTONEROS EN LA PLATA, DESAPARECIDA EN 1977 Laura, la de la vida corta e intensa
Por Irina Hauser
Era de noche cuando Estela de Carlotto y su esposo, Guido, llegaron a la comisaría de Isidro Casanova. Llevaban un papelito con la convocatoria que decía: “A los progenitores de Laura Carlotto se los cita con carácter de urgente”. El subcomisario que los atendió los hizo pasar a una oficina, abrió un cajón y sacó una Libreta Cívica. “¿Conocen a esta persona?”, preguntó en un automatismo. Esa foto, una 4x4, la última de Laura con vida, la mostraba con los ojos cargados de maquillaje, la piel radiante, el pelo lacio y oscuro. “Sí, es Laura”, reconoció Estela. “Bueno, entonces lamento informarles que falleció”, dijo el policía, indolente. En el camino a la seccional habían fantaseado en voz alta con todo tipo de hipótesis junto con Ricardo, el padrino. Imaginaban que quizá la tenían detenida allí, o que la pasaban a disposición del Poder Ejecutivo, quizá hasta se volvían a casa con el bebé, Guido. “No vaya a ser cosa que estos desgraciados nos digan lo peor”, se frenaban.
Estela repasó la escena con el policía hace dos meses, cuando declaró ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, en el juicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino La Cacha, donde su hija Laura estuvo secuestrada. Se recordó a sí misma gritando con locura. “¡Asesinos! ¡Ustedes la mataron! ¿Cómo que falleció? ¡Canallas! ¿Dónde está el bebé?” Era agosto de 1978. La última vez que había tenido noticias de su hija fue el 16 de noviembre de 1977, cuando la llamó a la escuela donde Estela trabajaba. Por entonces Laura militaba en Montoneros y vivía en forma clandestina con su pareja. La llamaba y le escribía una vez por semana. En esa ocasión le contó que se sentía descompuesta y que iría al ginecólogo. Había perdido dos embarazos con anterioridad. Después de diez días sin noticias, Estela amaneció con la certeza de que le había pasado algo.
Laura, la mayor de cuatro hermanos, estudiaba historia en la Universidad La Plata. Su interés por la política y la militancia tuvo mucho que ver con su profesora de historia, Irma Zucchi, quien está desaparecida. Admiraba por su forma de enseñar y cuestionar los hechos, y de pedirles a los alumnos que no memorizaran sin comprender. Laura se levantaba muy temprano para ir a trabajar a la fábrica de pintura de su papá, en Berisso. Disfrutaba del contacto con los obreros y de las charlas con su padre, que era un hombre informado, que detestaba “a la Iglesia y a los militares”, cuenta la periodista María Eugenia Ludueña en el libro Laura, vida y militancia de Laura Carlo-tto, que recorre su vida.
En uno de los últimos cafés que se tomó con su mamá, Laura le dijo: “Vivir es lo más lindo que hay. Yo quiero vivir. Que todos podamos vivir bien. Nadie quiere morir. Pero seguramente miles de nosotros moriremos...”. No quería irse pese a las súplicas de sus padres. Laura pintaba, con los colores de la pinturería, paredes y objetos. El libro de Ludueña la describe como una militante de base hermosa y aguerrida, lúcida, sensible, convencida y valiente, quizás algo opacada dentro de una estructura vertical y machista de la organización, pero dueña de todas esas cualidades, que compartía con sus compañeras de cautiverio.
Estela y Guido desconocían el paradero de Laura. En el otoño de 1978 una mujer entró a la pinturería, que les contó que la habían liberado cinco días antes de un campo de concentración. Dijo que había estado con Laura, que estaba bien, con una panza de seis meses y medio y que por eso a veces la alimentaban mejor. Les transmitió que Laura le había pedido que fuera a verlos para decirles que su bebé nacería en junio y que estuvieran atentos a la Casa Cuna. Su deseo era que si el bebé era varón le pusieran Guido.
En La Cacha, a Laura la conocían por su apodo, Rita. Cuando empezó con el trabajo de parto en las radios del centro clandestino escuchaban los partidos del Mundial 78, y ya la final Argentina-Holanda. Ella caminaba y practicaba las respiraciones que le había enseñado otra de las detenidas, Rosita. Esos días de Laura, y los que vinieron después, armarían un rompecabezas en el relato de unos pocos sobrevivientes en La Cacha: Norma Aquin, María Inés Paleo, Alcira Ríos, Luis Córdoba y María Laura Bretal.
Uno de los guardias avisó a otros detenidos cuando Laura dio a luz, dijo que era un varón, que estaba todo bien y que a ella la iban a mandar a una granja. Luego la devolvieron a La Cacha, aunque estuvo en un “chalecito”, sin contacto con el resto. Ludueña dice en su libro que se las ingeniaba para ir a conversar y que así contó que había pasado los últimos días sin su bebé, que creía que había parido en un hospital del Ejército, lejano, que la habían subido a algún lugar en ascensor, vio guardias armados custodiando la habitación. Parió engrillada y encapuchada. Y al bebé le susurró su nombre al oído: “Guido, como tu abuelo”. Como se resistía a entregarlo, la durmieron y se lo arrebataron. Después le mintieron y le dijeron que se lo habían entregado a su mamá.
El 24 de agosto le dijeron a Laura que su situación se estaba “por resolver”, que la llevarían a la ESMA y le harían un Consejo de Guerra. Logra despedirse de todos. A Alcira le pide algo de recuerdo y se lleva su corpiño negro. Lo tenía puesto cuando su papá fue a reconocer su cuerpo, en el furgón estacionado junto a la comisaría de Isidro Casanova. Tenía el rostro desfigurado por un disparo, medias verdes y ese corpiño. “Guido la besó, le acarició el rostro y se quedó unos minutos a solas con ella, contemplándola sin pronunciar palabra. Después volvió sobre sus pasos, entró en la comisaría y abrazó a Estela”, relata Ludueña en su libro. Laura tenía 23 años y había sido asesinada en una ruta de la provincia de Buenos Aires.
Cuando todavía Estela pensaba que quizá llegaría un día en que Guido recuperaría su identidad sin que ella llegara a conocerlo le escribió: “Soy la mamá de Laura. La primera hija, la soñada, la querida, la esperada, igual que los otros tres que vinieron después. Pero ella fue algo especial por la vida que vivió: una vida corta, intensa, con mucho contenido”.
Página 12
› EL HIJO DE LAURA "El ejercicio de no olvidar nos dará la posibilidad de no repetir
Con esa frase, Ignacio Hurban, el músico y nieto de Estela de Carlotto, según confirmó la jueza Servini de Cubría, editó en marzo de este año el single "Para la memoria", en el marco de "Música por la Identidad". "Ya no hay heridas que marquen los brazos de un hombre entero ni hay canciones que apañen lo que no guarda en el pecho", dice el estribillo.
Con la carroña apiñada, los nudos de otra madera
Apuran chispas hirientes y encienden lumbres de ojeras
Cargando en ancas los hombros se van quedando los años
no se han cerrado las puertas ni las heridas de antaño.
Fantasma viejo y roído, capullo de los rosarios
cuando se postran las sombras detrás del abecedario
si lapidando al poeta se cree matar la memoria
que más le queda a esta tierra que va perdiendo su historia
Camino al sol, que hace la sombra de todo igual
si al estrujar el viento contra un pecho labriego
ya no hay heridas que marquen los brazos de un hombre entero
ni hay canciones que apañen lo que no guarda en el pecho
Es la sutil diferencia de un cromatismo de negros
lo que separa el anverso en la palma del mismo dueño
cual si eso fuera importante en una caligrafía
dejando sentado en blanco cosas que el negro diría...
Surten menguar las ideas pues que se frena la clara
con dos monedas de cobre cubriéndome la mirada,
Cargando en ancas los hombros se van quedando los años
no se han cerrado las puertas ni las heridas de antaño.
Camino al sol, que hace la sombra de todo igual
si al estrujar el viento contra un pecho labriego
ya no hay heridas que marquen los brazos de un hombre entero
ni hay canciones que apañen lo que no guarda en el pecho
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