Edición número 324. Domingo 3 de agosto de 2014
La madrugada del 13 de mayo de 1975, un grupo de tareas de la CNU platense asesinó a cuatro militantes del Partido Comunista Revolucionario (PCR) en La Balandra, cerca de Berisso.
Otra vez en la zona de Berisso, siempre cerca del agua, las balas de los grupos de tareas de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) volvieron a romper el tenso silencio de la noche. La madrugada del 7 de abril de 1975 su blanco había sido el cuerpo de Luisa Marta Córica, una militante peronista y trabajadora del hipódromo platense secuestrada la tarde anterior. Su cadáver acribillado fue encontrado por unos pescadores en un paraje casi inaccesible de Los Talas. Poco más de un mes después, el 15 de mayo, el matutino El Día tituló en tapa: “Encontraron asesinadas a cuatro personas en la zona de Los Talas”.
El copete de la nota decía: “Dos hombres y dos mujeres fueron hallados asesinados en el camino mejorado que comunica la ruta provincial número 11 con el balneario La Balandra, en la costa del Río de La Plata, jurisdicción de Los Talas, partido de Berisso. Los cadáveres presentan múltiples perforaciones de bala y los crímenes –se dijo– se habrían producido pocas horas antes de que un comerciante de la localidad de Bartolomé Bavio que accidentalmente (sic) pasaba por el lugar conduciendo su automóvil efectuara el macabro descubrimiento. Ello aconteció en la media mañana de la víspera y los investigadores policiales se inclinan por suponer dadas las circunstancias similares que presenta el múltiple homicidio con otros casos acaecidos en nuestro medio y en otros puntos del país que se está frente a un hecho con connotaciones políticas”.
El hecho presentaba sobradas evidencias para que el diario El Día y los investigadores policiales “supusieran” bien. El cuádruple crimen había sido un fusilamiento de características casi idénticas al que poco más de un mes antes se había cobrado la vida de Córica. En ambos casos, las “múltiples perforaciones de bala” revelaban el uso de muchas armas, de diverso tipo. En el caso de los cuatro muertos de La Balandra se trataba de calibres 22, 38, .45 y 7.62, este último correspondiente a un fusil automático liviano (FAL). El Día también informaba: “Los cuerpos estaban desnudos y, además de las heridas ocasionadas mediante disparos con arma de distinto calibre, presentaban lesiones”. En otras palabras: antes de fusilarlos, la patota los había torturado.
El copete de la nota decía: “Dos hombres y dos mujeres fueron hallados asesinados en el camino mejorado que comunica la ruta provincial número 11 con el balneario La Balandra, en la costa del Río de La Plata, jurisdicción de Los Talas, partido de Berisso. Los cadáveres presentan múltiples perforaciones de bala y los crímenes –se dijo– se habrían producido pocas horas antes de que un comerciante de la localidad de Bartolomé Bavio que accidentalmente (sic) pasaba por el lugar conduciendo su automóvil efectuara el macabro descubrimiento. Ello aconteció en la media mañana de la víspera y los investigadores policiales se inclinan por suponer dadas las circunstancias similares que presenta el múltiple homicidio con otros casos acaecidos en nuestro medio y en otros puntos del país que se está frente a un hecho con connotaciones políticas”.
El hecho presentaba sobradas evidencias para que el diario El Día y los investigadores policiales “supusieran” bien. El cuádruple crimen había sido un fusilamiento de características casi idénticas al que poco más de un mes antes se había cobrado la vida de Córica. En ambos casos, las “múltiples perforaciones de bala” revelaban el uso de muchas armas, de diverso tipo. En el caso de los cuatro muertos de La Balandra se trataba de calibres 22, 38, .45 y 7.62, este último correspondiente a un fusil automático liviano (FAL). El Día también informaba: “Los cuerpos estaban desnudos y, además de las heridas ocasionadas mediante disparos con arma de distinto calibre, presentaban lesiones”. En otras palabras: antes de fusilarlos, la patota los había torturado.
Cuatro militantes del PCR. Los cadáveres fueron rápidamente identificados como pertenecientes a Ana María Cameira, Carlos Polari, David Lesser y Herminia Ruiz. Ana María Cameira tenía 31 años, era asistente social y era empleada de la Municipalidad de La Plata en el Centro de Promoción del barrio de Villa Montoro, de esa ciudad. Carlos Polari era estudiante de la Carrera de Psicología de la Universidad Nacional de La Plata y, como Cameira, también trabajaba en la Comuna platense. Herminia Ruiz había trabajado en el Instituto del Torax y se desempeñaba en el Hospital San Juan de Dios. David Lesser era odontólogo.
Aunque el diario El Día aseguraba –en una enumeración que parecía igualar los tres términos– que “se informó que ninguno de ellos registraba antecedentes policiales, penales o políticos”, los cuatro fusilados eran reconocidos militantes del Partido Comunista Revolucionario (PCR), un desprendimiento de orientación maoísta del viejo Partido Comunista (estalinista). Polari había sido uno de los fundadores del PCR; Lesser había sido un destacado dirigente estudiantil en la Facultad de Odontología y seguía militando activamente luego de haberse recibido; Cameira desarrollaba un importante trabajo político barrial en Villa Montoro, y Ruiz había sido delegada de los trabajadores del Hospital San Juan de Dios.
El testimonio de otros militantes del PCR permitió reconstruir las circunstancias de sus secuestros. La noche del 13 de mayo, los cuatro habían salido a bordo del Citroën 3 CV patente B–976.666, propiedad de Polari, para cumplir con una tarea partidaria: hacer pintadas callejeras reclamando la liberación de otro militante de la organización, Horacio Micucci, detenido por la Policía de la Provincia de Buenos Aires el día anterior. Aproximadamente a las 11 de la noche, cuando comenzaban a pintar una pared ubicada en la esquina de las calles 17 y 42 de La Plata fueron sorprendidos por un grupo de hombres que, amenazándolos con armas de fuego, los obligó a subir al auto de Polari y a otro vehículo, que partieron con rumbo desconocido. En la pared quedó escrita una pintada inconclusa. Alcanzaba a decir: “Libertad...”.
La investigación de Miradas al Sur puede agregar que el grupo parapolicial que los secuestró estaba integrado por varios notorios integrantes de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) a las órdenes de Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio. El automóvil utilizado por los secuestradores, un Torino blanco robado con placas correspondientes a otro vehículo –una camioneta robada en Florencio Varela semanas antes–, fue luego abandonado en la localidad de Melchor Romero, cercana a La Plata.
Los autores de esta investigación también han podido establecer que la operación que costó la vida a Lesser, Polari, Micucci y Ruiz fue otra de las acciones de la banda de la CNU capitaneada por Castillo pero todavía operando en conjunto con otro grupo de tareas de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A) conducida por Aníbal Gordon (a) El Viejo. Esa misma patota conjunta –con algunas variaciones en sus miembros– ya había sido responsable de varios secuestros y asesinatos perpetrados en los últimos meses en La Plata y su zona de influencia, entre ellos los de Córica, el médico Mario Gershanik, el sindicalista Carlos Ennio Pierini, el docente universitario Luis Macor, el histórico dirigente de la resistencia peronista Horacio Chaves y su hijo Rolando.
Aunque el diario El Día aseguraba –en una enumeración que parecía igualar los tres términos– que “se informó que ninguno de ellos registraba antecedentes policiales, penales o políticos”, los cuatro fusilados eran reconocidos militantes del Partido Comunista Revolucionario (PCR), un desprendimiento de orientación maoísta del viejo Partido Comunista (estalinista). Polari había sido uno de los fundadores del PCR; Lesser había sido un destacado dirigente estudiantil en la Facultad de Odontología y seguía militando activamente luego de haberse recibido; Cameira desarrollaba un importante trabajo político barrial en Villa Montoro, y Ruiz había sido delegada de los trabajadores del Hospital San Juan de Dios.
El testimonio de otros militantes del PCR permitió reconstruir las circunstancias de sus secuestros. La noche del 13 de mayo, los cuatro habían salido a bordo del Citroën 3 CV patente B–976.666, propiedad de Polari, para cumplir con una tarea partidaria: hacer pintadas callejeras reclamando la liberación de otro militante de la organización, Horacio Micucci, detenido por la Policía de la Provincia de Buenos Aires el día anterior. Aproximadamente a las 11 de la noche, cuando comenzaban a pintar una pared ubicada en la esquina de las calles 17 y 42 de La Plata fueron sorprendidos por un grupo de hombres que, amenazándolos con armas de fuego, los obligó a subir al auto de Polari y a otro vehículo, que partieron con rumbo desconocido. En la pared quedó escrita una pintada inconclusa. Alcanzaba a decir: “Libertad...”.
La investigación de Miradas al Sur puede agregar que el grupo parapolicial que los secuestró estaba integrado por varios notorios integrantes de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) a las órdenes de Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio. El automóvil utilizado por los secuestradores, un Torino blanco robado con placas correspondientes a otro vehículo –una camioneta robada en Florencio Varela semanas antes–, fue luego abandonado en la localidad de Melchor Romero, cercana a La Plata.
Los autores de esta investigación también han podido establecer que la operación que costó la vida a Lesser, Polari, Micucci y Ruiz fue otra de las acciones de la banda de la CNU capitaneada por Castillo pero todavía operando en conjunto con otro grupo de tareas de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A) conducida por Aníbal Gordon (a) El Viejo. Esa misma patota conjunta –con algunas variaciones en sus miembros– ya había sido responsable de varios secuestros y asesinatos perpetrados en los últimos meses en La Plata y su zona de influencia, entre ellos los de Córica, el médico Mario Gershanik, el sindicalista Carlos Ennio Pierini, el docente universitario Luis Macor, el histórico dirigente de la resistencia peronista Horacio Chaves y su hijo Rolando.
Terror contra los chinos. Los asesinatos de Ana María Cameira, Carlos Polari , David Lesser y Herminia Ruiz formaron parte de una escalada de la banda platense de la Concentración Nacional Universitaria contra militantes del Partido Comunista Revolucionario cuando, paradójicamente, la dirección de esa organización se había pronunciado en apoyo al gobierno ultraderechista de María Estela Martínez de Perón. En noviembre de 1974, el Comité Central del PCR había bajado una consigna delirante –por las evidentes e irresolubles, aunque negadas, contradicciones que contenía– que no dejaba dudas: “No a otro ’55. Junto al pueblo peronista, contra el golpe pro ruso o pro yanqui, para avanzar en el camino de la revolución”. Las consignas que los militantes del PCR plasmaban en las paredes reflejaban esa posición: “Defendamos al gobierno democrático de Isabel contra el golpe ruso o yanqui”, decía la mayoría de ellas. En ocasiones, los aerosoles chinos agregaban el nombre de López Rega al de la viuda de Perón.
Por esa misma razón, el PCR se negó sistemáticamente a acusar a la CNU por las muertes de estos cuatro militantes, como tampoco por los asesinatos del dirigente Enrique Rusconi, ocurrido el 7 de diciembre de 1974, y el del arquitecto Guillermo Guerini, que ocurriría el 22 de mayo de 1975, poco más de una semana después de los fusilamientos de La Balandra. Que la CNU operara en ese momento contra el PCR no encuentra otra explicación política que el fundamentalismo de sus ideólogos y de algunos de sus jefes operativos.
Los autores de la investigación de Miradas al Sur saben de fuentes inobjetables que en diciembre de 1974 el grupo de tareas de la Concentración Nacional Universitaria platense capitaneado por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio estaba realizando la inteligencia previa para asesinar a Rusconi. La información había sido obtenida por Enrique Rodríguez Rossi, un militante de las Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de Agosto (FAL 22) que, utilizando sus vinculaciones sociales y la cercanía de su familia con el arzobispo Antonio Plaza, llevaba más de un año infiltrado en la CNU. Rodríguez Rossi –que fue descubierto y asesinado por Castillo y sus secuaces meses más tarde– dio aviso a la dirección regional de las FAL 22, que a su vez informó a la dirección nacional de esa organización. Cuando se decidió advertir al PCR sobre la operación en marcha contra uno de sus dirigentes ya era tarde. La información nunca llegó a destino. Según testigos del hecho –choferes de una línea de colectivos con terminal en el lugar–, Rusconi murió gritando cuando le llovían las balas: “Me secuestran los rusos”.
Guillermo Guerini, también militante del PCR, fue secuestrado por un grupo de tareas de la CNU y la Triple A en las inmediaciones de la estación del Ferrocarril Roca, en La Plata, la noche del 21 de mayo de 1975 y fusilado a la vera de un canal cercano al Puente Roma, en Berisso, horas después. La investigación de Miradas al Sur estableció (ver nota “Un fusilado en el Puente Roma”, publicada el 16 de marzo de 2014) que de ese crimen participaron, entre otros, Aníbal Gordon (a) El Viejo, Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, un asesino llamado Gustavo –sobrino de un juez de la época, Carnevale–, un ladero de Gordon apodado El Mudo, y por lo menos un agente de la Policía Bonaerense.
Hasta el momento, los autores de esta investigación no han obtenido información alguna que permita sostener la hipótesis de que en esos grupos de tareas hubiera asesinos pro rusos o pro yanquis. La verdad es mucho más sencilla: eran fachos, culatas, lúmpenes y policías al servicio del terrorismo de Estado del “gobierno democrático de Isabel y López Rega”. Casi todos ellos están todavía vivos, libres e impunes.
Por esa misma razón, el PCR se negó sistemáticamente a acusar a la CNU por las muertes de estos cuatro militantes, como tampoco por los asesinatos del dirigente Enrique Rusconi, ocurrido el 7 de diciembre de 1974, y el del arquitecto Guillermo Guerini, que ocurriría el 22 de mayo de 1975, poco más de una semana después de los fusilamientos de La Balandra. Que la CNU operara en ese momento contra el PCR no encuentra otra explicación política que el fundamentalismo de sus ideólogos y de algunos de sus jefes operativos.
Los autores de la investigación de Miradas al Sur saben de fuentes inobjetables que en diciembre de 1974 el grupo de tareas de la Concentración Nacional Universitaria platense capitaneado por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio estaba realizando la inteligencia previa para asesinar a Rusconi. La información había sido obtenida por Enrique Rodríguez Rossi, un militante de las Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de Agosto (FAL 22) que, utilizando sus vinculaciones sociales y la cercanía de su familia con el arzobispo Antonio Plaza, llevaba más de un año infiltrado en la CNU. Rodríguez Rossi –que fue descubierto y asesinado por Castillo y sus secuaces meses más tarde– dio aviso a la dirección regional de las FAL 22, que a su vez informó a la dirección nacional de esa organización. Cuando se decidió advertir al PCR sobre la operación en marcha contra uno de sus dirigentes ya era tarde. La información nunca llegó a destino. Según testigos del hecho –choferes de una línea de colectivos con terminal en el lugar–, Rusconi murió gritando cuando le llovían las balas: “Me secuestran los rusos”.
Guillermo Guerini, también militante del PCR, fue secuestrado por un grupo de tareas de la CNU y la Triple A en las inmediaciones de la estación del Ferrocarril Roca, en La Plata, la noche del 21 de mayo de 1975 y fusilado a la vera de un canal cercano al Puente Roma, en Berisso, horas después. La investigación de Miradas al Sur estableció (ver nota “Un fusilado en el Puente Roma”, publicada el 16 de marzo de 2014) que de ese crimen participaron, entre otros, Aníbal Gordon (a) El Viejo, Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, un asesino llamado Gustavo –sobrino de un juez de la época, Carnevale–, un ladero de Gordon apodado El Mudo, y por lo menos un agente de la Policía Bonaerense.
Hasta el momento, los autores de esta investigación no han obtenido información alguna que permita sostener la hipótesis de que en esos grupos de tareas hubiera asesinos pro rusos o pro yanquis. La verdad es mucho más sencilla: eran fachos, culatas, lúmpenes y policías al servicio del terrorismo de Estado del “gobierno democrático de Isabel y López Rega”. Casi todos ellos están todavía vivos, libres e impunes.