Cuando Altamira participa del programa de TN conducido por Marcelo Bonelli, creerá realmente que la clase trabajadora enciende masivamente o aunque mas no sea un poquito los televisores para escucharlo?
O, creerá que el voto de la clase obrera ya lo tiene asegurado y va por el voto clase mediero cacerolero que sigue con anteojeras equinas al grupo Clarín.?
O simplemente el Partido Obrero se estará transformando en un movimiento nacional proletario-clasemediero?
De ser así, habrán releído y aggiornado el pensamiento de León Trotsky, para esta nueva construcción.?
O simplemente los estudios de TN le son funcionales para ser reconocidos un poquito mas por la calle?
Qué opina Altamira de la ideología del grupo Clarín?
Prof GB
sábado, 2 de agosto de 2014
Los Mau Mau y el cine Oeste
Yo andaría por los nueve años. Cabe aclarar que esos nueve eran aquellos del año 1957 (cumplo años en noviembre, última semana). Con mis amigos del barrio y con mi primo, Luis, nuestra máxima diversión era el cine. Esta historia se circunscribe al barrio de La Paternal y en el espacio ubicado entre Añasco, Juan B. Justo, Trelles y Cucha Cucha. Cualquier persona humana (varón o hembra) que ancle sus subjetividades a cualesquiera y cada uno de los decires de esta publicación, y que no pertenezca al espacio debidamente circunscripto y exactamente delimitado entre las calles nombradas, y que no haya sido adolescente o pre–adolescente, en la época señalada, podrá ser acusado/a por plagio. Conducta reprochable que prevé un severa pena, castigo que sólo podráser conmutado por la entrega por parte del reo de una cajita de maní conchocolate (de las posta).
Bueno vuelvo: Nosotros, vale decirlos pibes del barrio y mi primo, repartíamos programas, casa por casa, del Cine Oeste, sito en aquel entonces en la Avenida San Martín entre las calles Paysandú y Fragata Sarmiento. Esto nos significaba la entrada gratis a ver tres por día. Así fue que mi territorio emocional post-infantil fue sembrado con imágenes de varias layas y calidades. Vale decir que el acervo de mis fantasmas viene alimentado por una mezcla rara de bodrios con piezas como: “Fuga en cadenas”, “La gran guerra”, “Mañana lloraré” o “La patrulla infernal”.
La cosa es que entre las primeras llegó “Safari”; bazofia ad libitum protagonizada por uno de los peores actores de la historia del cine. Cosa ésta que es reconocida por él mismo. Se cuenta que en las épocas duras del macarthysmo, un aristocrático restaurante de USA tenía por norma no permitir el ingreso de actores, detenido que fue en la puerta el personaje de marras le dijo al empleado de custodia: "No soy actor, tengo sesenta y cuatro películas y cientos de artículos de crítica de cine que así lo avalan". El genio en cuestión (sería mal actor, pero genial era; y esta anécdota demuestra que sin dudas lo era) se llamaba Víctor Mature. Fue el protagonista de “El Manto Sagrado”, de “Demetrio, El Gladiador”, de “Androcles y el león”; trabajó como co-protagonista de Edmund Purdom en “Sinhué, El Egipcio”
Sí, Mature sería de madera, pero en las boleterías facturaba como si fuera de platino. Fue por entonces cuando lo convocaron para hacer: “Safari”. Esta película, que data del cincuenta y seis,fue dirigida nada menos que por Terence Young. Sí, Young, el mismo de las primeras de James Bond con Sean Connery. El que dirigió: “De Rusia con amor”, “Elsatánico Dr. No” y “Operación trueno”. Es más, el bodriazo este no sólo fue dirigido por él sino que tambiénfue producido por Albert Broccoli. Yo calculo que en “El Oeste”, “Safari” la debemoshaber visto un par de años después de su estreno internacional. Así que sería por los finales del año cincuenta y nueve; y hasta –en una de ésas– durante laprimera parte del sesenta.
La cuestión es que en la película,había un inglés que quería cazar a un león asesino de hombres. El personaje del inglés, Sir Vincent Brampton, lo encarnaba Roland Culver; el hombre viajaba con su novia, Linda Latham, personaje que interpretaba la bella Janet Leigh. Pero, como en toda película de acción deaquellos tiempos (y de estos también que se precie de tal) era necesaria la presencia de un “blanco norteamericano”. Fue entonces que esta parejita de súbditosde Su Majestad Británica contrató los servicios de un famoso “American White Hunter” que respondía al nombre de Ken Duffield; quien no era otro que nuestro inefable Víctor Mature.
Claro que en verdad esta nota no se trata de contar esta película, a la que la crítica especializada destrozó oportunamente, ni de hablar de las capacidades artísticas de Víctor Mature ya que ambas son cosas sin importancia alguna. De lo que quería hablar es de los Mau Mau. La cosa es así: si bien Sir Vincent Bramptonestaba obsesionado con cazar a ese león, Ken Duffield acepta el conchabo porque está obstinado en vengara su propio hijo a quien habían asesinado unos asquerosos salvajes, caníbales, bebedores de sangre humana, practicantes de los más repugnantes rituales y dignos de todos los castigos de los dioses (o de Dios; que cada uno se sirva dedonde quiera) que integraban una execrable tribu llamada los Mau Mau.
Las imágenes que proveyó la película a mi imaginario pre–adolescente, barrial y de postrimerías de la década del cincuenta fue que los Mau Mau deberían desaparecer del mundo. Por las noches en mi cama más de una vez tuve pesadillas con aquellos espantosos negrazos pintarrajeados, con sus insultantes cuerpos atravesados por las cicatrices de los ritos iniciáticos, que vendrían a destrozarme para hacerme pagar por ser de piel blanca y civilizado, armados con machetes, azagayas y distinto tipo de mazas, hachas o macanas.
Hoy, si pensara igual que entonces (cuando andaba por los once años, en La Paternal, y a fines de los cincuenta), podría hasta haber llegado a decir que era del todo imperdonable que estos negros bárbaros hubieran sido capaces de acabar con la vida de un promisorio ejemplar de blanco caucásico, educado según la rigidez positivista primero, con sólidos conocimientos empíricos sobre la vida silvestre desde la mirada de la superioridad étnica después; y seguramente capaz de alcanzar doctorados y vaya uno a saber cuántas cosas más, de haber podido alcanzar la adultez
Debo confesar que esto pasó pronto. En el año 1963, Jomo Kenyatta, quien había sido encarcelado acusado de organizar a los Mau Mau, era elegido parlamentario primero y después Primer Ministro de Kenya. Un año más tarde se practicaba en Kenya una razonablemente pacífica reforma agraria, y la ya conformada República de Kenya se incorporaba a las Naciones Unidas. Yo pensé entonces: una de dos: o los Mau Mau no eran tan bárbaros como me lo habían contado Mature y sus compañeros; o los civilizados ahora aceptaban caníbales en sus máximas organizaciones. Por aquí, y tal vez por ese hábito tan propio de nuestra burguesía de banalizar todo, Mau Mau se convirtió en ícono de la nocheporteña. Enclavada en la paquetísima en la zona de Retiro (Arroyo 866), laboîte de ese nombre abrió sus puertas en 1964 y las cerró treinta años despuésquizá como farsesca metáfora del intento de hibridación entre los restos de una desteñida oligarquía, con veleidades de aristocracia, y una incipiente burguesía con apellidos que (como dijera un conocido periodista) “veinte años atrás ninguno de estos, llamándose así, salía en ‘sociales’ de La Nación.” Pero la vida sigue,y en 2011 me encontré con un artículo aparecido en El País, firmado desdeLondres por Walter Oppenheimer, del que copio algunos parágrafos:
“Son ancianos ya, pero han recorrido 6.500 kilómetrosdesde Kenia para estar esta semana en un tribunal de Londres. Apenas entienden inglés, pero han seguido con enorme atención las audiencias de un caso que ellos, junto a miles de compatriotas, protagonizaron hace más de medio siglo. Son cuatro supervivientes de las torturas que sufrieron militantes, simpatizantes y sospechosos de pertenecer o apoyar al movimiento independentista Mau Mau en los cincuenta, cuando las autoridades coloniales británicas sofocaron su levantamiento.(…)
Los Mau Mau no eran santos. Hoyprobablemente se les tacharía de terroristas y su crueldad llevó a muchos kenianos a alinearse con los británicos en lo que en la práctica era una guerra civil. Se sabía también de los excesos británicos en aquellos años, de loscampos de internamiento indefinido, de las ejecuciones sumarias, de la represión, sobre todo de la etnia kikuyu, en la que los Mau Mau concentraban sus apoyos.(…)
A Paulo Nzili lo detuvieron sin cargos y lo castraron con unas tenazas. Pero allí estaba Paulo Nzili, de 84 años, el único de ellos que ha admitido que en 1954 llegó a pronunciar el juramento de pertenencia a los Mau Mau, pero que lo único que hizo fue hacerles llegar comida. (…) Los dejó en1957, aprovechando una amnistía. Cuando volvía a casa, las autoridades ledetuvieron y le llevaron al campo de Athi River. Entre otras torturas, lo castraron con unas tenazas. Salió en libertad sin cargos un año después.
A Ndiku Mutua (79 años) lo detuvieron en 1954. También lo castraron. Se escapó del hospital al que lo habían llevado tras la castración. A Wambugu Wa Nyingi (83 años) no lo castraron, pero pasó nueve años encerrado en distintos campos sin que jamás lo acusaran de nada. Una vez le dieron por muerto después de una fenomenal palizaa un grupo de detenidos que se habían negado a cavar su propia tumba: estuvo tres días inconsciente junto a 11 cadáveres, presos que no habían resistido los golpes. (…)
A Jane Muthoni Mara (72 años) ladetuvieron en 1954, cuando tenía 17 años. En sus tres años de detención sufrió numerosas palizas y la violaron con una botella de agua caliente. Una práctica que ella dice que era moneda corriente en el campamento.
Ninguno pide dinero para sí mismo. Quieren que el Gobierno británico se disculpe por lo que hizo en Kenia y ponga en marcha un fondo de ayuda para los supervivientes de aquel horror. Pero Londres dice que no es responsable de aquello porque han pasado muchos años y porque la responsabilidad quedó asumida por el Gobierno de Kenia cuando el país se independizó en 1963. (…) Los documentos confirman lo que habían empezado a denunciar hace unos años. Lo sintetizó en The Times la profesora Caroline Elkins, del Centro de Estudios Africanos de Harvard, cuando se presentó la denuncia en 2009: "Al final de 1955, las autoridades coloniales habían detenido a casi toda la población kikuyu en alguno de los 150 campos de detención o alguno de los más de 800 pueblos cercados con alambres de espino. Detrás de los alambres, agentes británicos perpetraban inconfesablesactos de violencia. Castraciones, sodomías forzadas con botellas rotas y ratas, torturas utilizando materias fecales y violaciones colectivas no eran más que algunas de las tácticas utilizadas para forzar a los detenidos asometerse".
Escribí esto porque algunas cosas que leo y escucho recientemente, parece que estuvieran creadas con el mismo rigor histórico y político de Trerence Young, y –más de una vez– dichas con una calidad de construcción de verosimilitud propia de un Víctor Mature. Yo les agradezco a todos los que aportaron a este regreso mío, sin necesidad del sabor de una magdalena mezclada con te mediante, a mi barrio, a mi pre–adolescencia, al olor de las butacas del cine Oeste, al borroso color de aquellas matinées, al gusto de los palitos salados comprados en la confitería Fierro, y a los primeros miedos que me importaron desde bastante lejos entre proyectores y pantallas; pero desde hace unos años, lo confieso, a mí me asustan otras cosas.
F.M.
FERNANDO MUSSANTE
F.M.
lunes, 21 de julio de 2014
domingo, 20 de julio de 2014
Por Hernan Dearriba Entre chinos y rusos
La Argentina, ese país aislado del mundo, recibió en menos de diez días al presidente de Rusia, Vladimir Putin, y a su par chino, Xi Jinping, y participó de la primera cumbre entre mandatarios de los BRICS y el bloque regional de la Unasur.
A esta altura, la cantilena del aislamiento debería estar completamente superada. Sin embargo, es un argumento con el que todavía se sienten cómodos algunos sectores, tal vez porque no consideran que China o Rusia formen parte de "su" mundo. Este país ya no es lo que solía ser. Hay una manifiesta añoranza a aquellos años de las relaciones carnales en los que éramos el alumno más aplicado de las políticas que se dictaban en Washington.
Para no ir muy lejos, el economista mendocino Claudio Loser –ex director para el Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional en la compleja segunda mitad de la década de los 90– reconoció que la última solicitada que publicaron en algunos medios argentinos los lobistas de la American Task Force Argentina (ATFA) tiene la impronta de su autoría intelectual.
Los rumores consignan que los letrados de los buitres podrían respaldar el planteo argentino para que el magistrado reponga la medida cautelar que permita cobrar a los bonistas que aceptaron el canje.
En el texto, los representantes de los fondos buitre advirtieron que si la Argentina no hace frente a la sentencia del juez Thomas Griesa, corre riesgos de quedar aislada del mundo. A esta altura se hace difícil seguir el razonamiento: ¿El país está aislado ahora o va a estar así en el caso de no pagar a los buitres?
Los mismos lobistas que intentan –hasta ahora con poco éxito- torcer la opinión mayoritaria de los argentinos sobre los buitres recurrieron a un artículo del economista republicano Bernard Weinstein (casualmente financiado por el NML Elliot), quien pronosticó que en caso de no pagar, las inversiones previstas por empresas internacionales en el yacimiento de Vaca Muerta no se concretarán.
Los argumentos que utilizan esos grupos de presión son tan endebles que la realidad los destruye en apenas horas. ¿Cuántas veces van a anunciar la llegada del lobo?
La comitiva que acompañó al presidente chino llevó adelante una intensa rueda de negocios, que se suman a las inversiones previstas en los acuerdos firmados por ambos países, por más de 7000 millones de dólares. O los chinos se han vuelto locos, o el abismo no está a la vuelta de la esquina.
El acuerdo incluyó una renovación del crédito "swap" por 11 mil millones de dólares. Se trata de un crédito puente del que podrá disponer el Banco Central de la República Argentina para hacer frente a movimientos especulativos o mejorar la balanza comercial con China que el año pasado fue ampliamente deficitaria para el país.
Ese instrumento financiero está ampliamente arraigado en el mundo y los bancos centrales de países considerados "serios" lo suscriben habitualmente. Incluso los BRICS anunciaron en su cumbre de la semana pasada en Fortaleza la creación de un fondo contingente por 100 mil millones de dólares para asistir a sus miembros frente a movidas especulativas del tipo de cambio.
Sin embargo, para economistas referentes del masismo como Carlos Melconián, el acuerdo financiero con China es "una absoluta fantasía", una nueva versión de un cuento chino. Su colega Aldo Pignanelli postuló en sintonía que, como el acuerdo es en yuanes, no tiene trascendencia porque la moneda china no tiene peso en los mercados internacionales.
La economía argentina atraviesa por una nueva fase de su cíclica restricción externa, que implica una carencia de divisas para desarrollar su proceso de sustitución de importaciones. Si el problema es de financiamiento externo, cuando se abre una ventanilla hay que celebrarlo.
Mientras los chinos deciden invertir en un país sin destino, la atención estará esta semana puesta en el martes, para cuando el juez Griesa llamó a una reunion en su juzgado neoyorkino a banqueros y abogados de las partes para ver cómo desarma esa maraña legal que construyó a partir de un fallo incumplible.
Los rumores consignan que los letrados de los buitres podrían respaldar el planteo argentino para que el magistrado reponga la medida cautelar que permita cobrar a los bonistas que aceptaron el canje. Ese paraguas permitiría avanzar en la negociación que pilotea a 6000 dólares la hora el "Special Master" Daniel Pollack.
La disputa con los buitres fue la única cuestión que sobrevivió a los 30 días de fiebre mundialista. Cerrado el capítulo de la Selección, lentamente la política recupera su protagonismo en la agenda y los primeros escarceos de cara a las primarias empiezan a ganar terreno.
Mauricio Macri acumuló una importante cantidad de buenas noticias esta semana, aunque es difícil decir cuál fue la mejor. La Cámara de Apelaciones lo dejó por ahora al margen del juicio oral en la causa de las escuchas ilegales, aunque sigue procesado. Tuvo mejor suerte que el vicepresidente Amado Boudou, quien apareció una vez más cuestionado por la justicia, en este caso por la presunta inscripción irregular de un auto de su propiedad.
En el caso de Macri, según el fallo de la Cámara, el gobierno porteño estaría plagado de obsecuentes que espiaban al ex cuñado del jefe de Gobierno sin que el mismísimo líder del PRO lo supiera. Es, cuanto menos extraño.
Después de años de críticas, finalmente Franco Macri pronosticó que su hijo será presidente. Hasta ahí todo bien para el jefe del PRO. El problema es que vaticinó que los principales colaboradores de su hijo serán los integrantes de La Campora porque Mauricio construirá un país para todos. Es cierto que la política es el arte de lo imposible, pero esa alquimia que imagina Franco Macri parece algo más que imposible.
Mientras transita ese camino, entre beneficios judiciales y elogios paternos, el jefe del PRO estudia todas las variantes posibles de cara a 2015. Tiene en la mira al radicalismo como socio necesario y hasta estudia posibles cambios en la ley electoral de la Ciudad para mejorar sus chances.
Macri no encontró críticas a los acuerdos de la Casa Rosada con el estado y empresarios chinos. Por el contrario, hubo foto, llaves de la Ciudad y camiseta de Boca para Jinping. No sorprende, Franco Macri hace años que representa los intereses chinos en la región y allí también coincidieron padre e hijo.
La oposición aparece más apurada por definir sus internas. El del Frente Unen es el caso más claro. Los socialistas no ahorran esfuerzos en ventilar sus diferencias. Mientras Hermes Binner intenta construir una proto fórmula presidencial junto a Margarita Stolbizer, Rubén Giustiniani le cuestiona su conducción verticalista del socialismo santafesino.
Mientras unos y otras hacen su juego, la Argentina protagonizó la triste ceremonia en recuerdo de las víctimas del atentado a la AMIA. Veinte años de impunidad en los que la justicia no sólo no supo ofrecer la reparación de la verdad, sino que hasta en algunos casos es juzgada por el delito de encubrimiento.
Como nunca antes las diferencias entre los mismos deudos y puertas adentro de las entidades de la comunidad judía se plasmaron en la concreción de actos separados, con pedidos de renuncia para el fiscal Alberto Nisman unos y con críticas para el gobierno nacional otros.
Dos décadas son demasiados años para convivir con el horror, especialmente para una democracia que lucha todos los días en su intento por reparar las consecuencias del terrorismo de Estado.
Por Rodolfo Yanzón Las eternas trampas de la derecha
Nueva Mayoría es la alianza política que llevó a Michelle Bachelet a su segundo mandato en Chile. Está conformada por los partidos que integraron la Concertación (Socialista y Democracia Cristiana) –que gobernó hasta que la derecha pudo imponer su candidato Sebastián Piñera– además de otros partidos, como el Comunista (PC), que decidieron integrar esa nueva alianza con el objetivo de propiciar cambios drásticos en rubros como la educación, los sistemas tributario y de pensiones y, sobre todo, en la Constitución Política heredada de la dictadura, que estableció el sistema binominal, que otorga a la derecha al menos el 50% de los cargos y, de esa forma, asegura la supervivencia del modelo pinochetista.
A meses de haber asumido su segundo mandato, Michelle Bachelet se enfrenta a una pesada realidad, como el aumento de la desigualdad aunque muchos insisten en la fortaleza de la economía chilena. El 50% de los trabajadores gana menos de 500 dólares mientras que las 4500 familias más ricas tienen un ingreso mayor a 40 mil dólares mensuales. El 5% de las familias más pobres recibe 257 veces menos que el 5% más rico. La pobreza alcanza al 14,5% de la población. Las estadísticas dicen que el ingreso per cápita es de 22.600 dólares cuando el 50% gana menos de 500, lo que hace de Chile uno de los países con mayor desigualdad de la región. Todo se acentuó durante los últimos 20 años de gobiernos constitucionales.
En Chile, los medios que fueron cómplices de la dictadura, ocultando sus crímenes y celebrando los mayores beneficios para la élite, hoy se refugian en las fuerzas de derecha que, por imperio de la Constitución de Pinochet, mantienen al menos la mitad del gobierno e imponen sus condiciones.
Mientras tanto, las condiciones de empleo fueron precarizándose ante leyes que quitaron a los trabajadores todo poder de negociación; sólo unos pocos tienen derecho a huelga y negocian por empresas en lugar de hacerlo por rama, lo que permite a los empresarios aumentar sus márgenes de ganancia. Esas leyes fueron sancionadas por la dictadura y continúan vigentes. Durante el gobierno de Salvador Allende la sindicalización ascendía al 33,5% y actualmente es del 14 por ciento. El sistema de jubilaciones heredado de la dictadura genera injusticias similares para los trabajadores, mientras que los fondos de pensiones siguen siendo administrados por 20 corporaciones que los utilizan para financiar sus inversiones. Se trata de diez bancos y diez holdings que reciben el dinero a bajo costo para dar crédito a los trabajadores, que terminan financiando a los grupos económicos. De allí la resistencia a cambiar el sistema de "capitalización individual" en el que la jubilación se presenta como un ahorro personal y no como una previsión solidaria.
En ese contexto, el oficialismo ha trabajado en una reforma tributaria con el argumento de beneficiar a pequeñas y medianas empresas, y aumentar la recaudación. Con miras a esa reforma, arribó a acuerdos con la derecha, hoy en la oposición, para lograr su aprobación en el Senado. La reforma cuenta con la aprobación del presidente de la Asociación de Bancos, lo que para varios legisladores significa que pierden los sectores más vulnerables. El diario El Mercurio –propiedad de Agustín Edwards, una de las patas civiles de la dictadura– dice que es una reforma que genera incertidumbre y paraliza la inversión. La ex candidata presidencial por la Alianza de derecha, Evelyn Matthei, fue crítica con el acuerdo, pero afirmó que debía evitarse un mal mayor porque el proyecto inicial del gobierno "era horroroso" e iba a causar una debacle en la economía. Atizó el fantasma de la pérdida de empleos y del temor a aventar inversiones. Por otra parte, la diputada del PC, Camila Vallejo, criticó el acuerdo entre el oficialismo y la oposición, pero poniendo énfasis en el deterioro que significaba en el interior de Nueva Mayoría. Según Vallejo, el acuerdo se realizó sin que el PC fuera oído. "Nos enteramos por la prensa", dijo, y atisbó a que el gobierno persiste en los viejos mecanismos de negociación política, en los que, para obtener consenso y votos de la derecha, la Concertación dejaba de lado principios y aspiraciones. La derecha termina contaminando todo el espectro político por imperio de la constitución pinochetista. También el presidente del PC, Guillermo Teillier, se mostró disconforme con el acuerdo del que, dijo, no tenían noticias, y alertó sobre el deterioro en las relaciones políticas. "El consenso a la antigua desnaturaliza cualquier proyecto", afirmó.
Otro punto en el que la derecha y el gobierno coinciden es en la aplicación de la ley "antiterrorista" heredada del pinochetismo. El Ministerio del Interior pidió su aplicación en una causa criminal iniciada por una bomba puesta en el metro, lo que fue celebrado por legisladores derechistas. Por esa misma ley han sido sometidos a juicio y encarcelados varios dirigentes mapuches en las distintas administraciones.
Mientras tanto, El Mercurio se mostró disconforme con el proyecto oficialista sobre educación, apelando a la libertad de los padres a disponer de la instrucción de sus hijos y del modo en que se paga a los docentes. Para ello vuelcan sus críticas sobre el comunismo y su visión acerca de cómo deben generar acuerdos. "No hay que dejar entrar al monstruo totalitario… ahora les queda entregarle las habitaciones más íntimas: la vida y la educación", dijo, aunque agregó que este proyecto significaba el comienzo de las aspiraciones izquierdistas. "Acuerdos disolventes" llaman a las eventuales negociaciones con el oficialismo en este rubro.
En Chile, los medios que fueron cómplices de la dictadura, ocultando sus crímenes y celebrando los mayores beneficios para la élite, hoy se refugian en las fuerzas de derecha que, por imperio de la Constitución de Pinochet, mantienen al menos la mitad del gobierno e imponen sus condiciones, manifestando su desacuerdo con las negociaciones en temas que les son sensibles. Por otro lado, quienes se sumaron a Nueva Mayoría con la esperanza de dar vuelta algunas páginas del pasado autoritario ven con preocupación que el trabajoso tejido político obtenido se resquebraje para insistir en reclamar de la derecha lo que la derecha, por esencia e interés, desestima. Y parecerse a la derecha es a lo que la derecha aspira. La Argentina debería tomar nota.
Por Daniel Cecchini La falsa autopsia del apoderado de Graiver
El lugar era grande, con una mesada donde había un cadáver; estaba lleno de gente. Lleno de tipos con uniforme, de la Policía, de la Marina, del Ejército y otros. El ambiente parecía dominado por la exaltación. Los tipos se acercaban al cadáver y lo insultaban, le gritaban, lo puteaban: ‘¡Judío de mierda!’, ‘¡Judío hijo de puta!’. Era algo dantesco. Pasaron unos minutos y vi bajar a alguien por la escalera… ¡Era Camps! Se paró, miró a los presentes, que hicieron un inmediato silencio, y en tono de arenga militar, casi gritando, dijo algo así: ‘Ustedes, señores, están aquí para algo importantísimo. Este individuo –creo que ahí llenó también su boca con insultos de todo tipo– es un delincuente montonero… de los Graiver. Acá tiene que quedar claro que se murió por muerte natural, que no le hicimos nada. Se murió solo’.”
El testimonio pertenece al médico Alejandro Olenchuk, quien luego de 37 años de silencio relató lo ocurrido el 4 de abril de 1977 en la morgue policial ubicada en el subsuelo del edificio de la Jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, ubicada en la calle 2 entre 51 y 53 de La Plata. El cadáver al que se refiere Olenchuk era el de Jorge Rubinstein, de 51 años, apoderado del Grupo Graiver, asesinado ese mismo día durante una sesión de torturas en el centro clandestino de detención conocido como Puesto Vasco. Allí, en ese momento, también estaban detenidos-desaparecidos Lidia Papaleo e Isidoro, Juan y Eva Graiver, entre otros integrantes del grupo empresarial que poco antes había sido despojado de Papel Prensa por los propietarios de los diarios Clarín, La Nación y La Razón en complicidad con los máximos jefes de la dictadura cívico-militar instalada el 24 de marzo de 1976.
El relato del médico Alejandro Olenchuk fue obtenido por el también médico e investigador Ricardo Martínez en el marco de sus indagaciones sobre la participación de los médicos de la morgue de la Bonaerense en el encubrimiento del genocidio cometido por la última dictadura.
La presencia en el lugar del jefe de la Policía Bonaerense, coronel Ramón Camps, para dar en persona, a una “junta médica” de ocho integrantes, la orden directa de falsificar la autopsia de Jorge Rubinstein revela no sólo la importancia que la dictadura daba a la operación relacionada con los familiares y socios de David Graiver, a quienes había secuestrado pero necesitaba vivos para someterlos a un “consejo de guerra” que validara el despojo de todas sus propiedades, sino que también pone en evidencia una puja intestina entre los dictadores, con Camps –apoyado por el gobernador de facto de la provincia, Ibérico Saint Jean, y el Jefe del Primer Cuerpo de Ejército, Guillermo Suárez Mason (a) Pajarito– de un lado y Jorge Rafael Videla del otro.
Testimonio de un médico. El relato del médico Alejandro Olenchuk fue obtenido por el también médico e investigador Ricardo Martínez en el marco de sus indagaciones sobre la participación de los médicos de la morgue de la Bonaerense en el encubrimiento del genocidio cometido por la última dictadura. El resultado de este trabajo –anticipado por Miradas al Sur en su edición del 23 de marzo de este año– quedó reunido en el libro La marca de la infamia, de la Madre de Plaza de Mayo Adelina Dematti de Alaye con la colaboración de la investigadora Karen Wittenstein y el propio Martínez.
Olenchuk, por entonces jefe de Anatomía Patológica del Hospital San Juan de Dios de La Plata, fue involuntario testigo de los hechos, ya que concurrió a la morgue policial por orden del ministro de Salud de la provincia en esa etapa de la dictadura, Joseba Kelmendi de Ustarán, sin saber para qué se lo convocaba. También –gracias a la intervención de un forense policial, cuyas motivaciones aún hoy desconoce– pudo evitar su participación en la falsa autopsia.
En su relato, Olenchuk recuerda con lujo de detalles lo que le ocurrió el 4 de abril de 1977. “Ese día no me puedo olvidar cuando el telefonista del hospital, un hombre alto y grande, me vino a buscar para decirme que el ministro quería hablar conmigo y que debía ir al Ministerio –cuenta–. Pensé muchas cosas y también de las peores, pero sin llegar a tranquilizarme me dije que si me quería echar no me llamaría el ministro, y si querían detenerme tampoco. Las dos veces que me echaron no me avisó nadie. La única precaución que se me ocurrió fue avisarle a otro de los jefes médicos del hospital. ‘Mire doctor, le dije, me llama el ministro para hablar conmigo, quiero que usted sepa’. El hombre entendió mi intención de inmediato”.
Una vez en el Ministerio, en la antesala del despacho del ministro, Olenchuk se encontró con otro médico, el entonces director del Policlínico General San Martín nombrado por la dictadura, Ramón Posadas, que también había sido citado. “Eso me tranquilizó, ya que a Posadas lo tenía como una persona alejada de cuestiones políticas (…). La verdad es que al saber que éramos dos, algo me tranquilizó”, explica. Una vez dentro del despacho, el ministro De Ustarán fue deliberadamente impreciso sobre el propósito de la citación. “Nos dijo: ‘Necesitamos que ustedes representen al Ministerio en una actividad en la Jefatura de Policía’”, recuerda. Y agrega: “Yendo para allá, me doy cuenta de que no llevaba guardapolvo, me pareció que si iba vestido con guardapolvo estaba, no sé, como más protegido. Así que paré en el Instituto Médico (n. de la r.: se refiere al Instituto Médico Platense, ubicado a menos de cien metros de la Jefatura), agarré uno de un médico amigo y me lo puse”.
En el hall de la Jefatura, Olenchuk no supo hacia dónde dirigirse, hasta que se encontró con otro médico. Se trataba del policía médico Jorge Antonio Bergés, hoy condenado por crímenes de lesa humanidad. “Ni bien entro, se me cruza un médico que me reconoció, uno de Quimes. El apellido era Bergés –dice–. Me conoció al instante porque había sido alumno mío, y con mucha amabilidad me atendió… y cuando le dije que me habían citado, enseguida me guió al lugar (…). Me señaló la puerta y entré solo. Bergés por entonces no era como ahora, ahí se movía como pez en el agua. Conocía todo. El lugar era un piso inferior o en un subsuelo, porque tuve que bajar una escalera. Cuando bajo llego a uno sala grande… lo que vi no me lo olvidaré jamás.”
Lo que el médico Alejandro Olenchuk vio y escuchó en la morgue es lo que se reproduce al principio de esta nota. La “junta” para cumplir con la misión ordenada por el genocida Ramón Camps estaba conformada por ocho médicos, dos civiles (Olenchuk y Posadas) y cinco policías médicos y un médico militar a quienes Olenchuk no conocía. La investigación de Adelina Dematti de Alaye, Ricardo Martínez y Karen Wittenstein pudo identificarlos de la siguiente manera: J. C. Rebollo (subcomisario), R.O. Calafell (subcomisario), R. Canestri (oficial principal), Eduardo Sotés (subcomisario), O. Raffo (jefe del Cuerpo Médico de la Unidad Regional de San Martín) y el teniente primero médico del Regimiento 7 de Infantería Ricardo Nicolás Lederer.
Después de la arenga, Camps se fue por donde había llegado. Olenchuk no sabía qué hacer. “Camps se retira y no sé cuánto pasó para que uno de los presentes, alguien que yo no conocía, se dirige a mí y me dice: ‘¿La autopsia la va a hacer usted, doctor?’ –recuerda–. Cuando escuché eso me quedé mudo, sin saber qué decir. Qué podía decir… En eso, un médico medio bajo y creo que de bigotes se apresura a cualquier respuesta mía. ‘Disculpe, doctor –dijo–, pero me parece que la autopsia la debo realizar yo porque soy médico forense de la Policía’. Yo tomé esas palabras como una salvación. Creo que ese médico me conocía, creo haberlo visto por el Policlínico… creo que también tenía una hija que era médica. Mi respuesta fue instantánea: ‘Sí, por supuesto, doctor’… Y me fui (…). Yo quería irme de allí”.
El certificado de defunción de “NN o Jorge Rubinstein” (así se lo identifica en el Libro Morgue), firmado por uno de los médicos participantes de la falsa autopsia, Eduardo Sotés, consigna como causa de muerte “Insuficiencia cardíaca aguda como consecuencia de su propia patología. No se han encontrado violencias externas ni tampoco internas que planteen culpabilidad de terceros”. El informe está acompañado de once fotografías y en varias de ellas se aclara: “No se observan signos de violencia externa”. En otras palabras: Jorge Rubinstein, asesinado en la sala de torturas del centro clandestino de detención Puesto Vasco, había dejado de existir por causas meramente naturales, ni más ni menos que lo que había ordenado Camps. Y no se culpe a nadie.
Secuestros y tensiones intestinas. A principios de marzo de 1977, el genocida Ramón Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, pudo finalmente dar la orden a sus grupos de tareas para que pusieran en marcha la “Operación Amigo”, cuyo objetivo era el secuestro de los integrantes del Grupo Graiver. Al frente de la tarea puso a su hombre de mayor confianza, el comisario Miguel Etchecolatz.
El 14 de marzo fueron secuestradas la viuda de David Graiver, Lidia Papaleo, y dos de las secretarias ejecutivas del grupo, Lidia Gesualdi y Silvia Fanjul. Tres días después, el 17 de marzo, corrieron la misma suerte Isidoro (hermano de David), Juan y Eva Graiver (sus padres) y el apoderado del Grupo empresario, Jorge Rubinstein, cuyo estado de salud era delicado y estaba reponiéndose de un presunto accidente automovilístico del que se sospecha que fue un atentado. Días más tarde fueron secuestrados Rafael Ianover, quien había sido el principal testaferro de David Graiver en Papel Prensa, y otros familiares e integrantes del Grupo.
Para Camps se trataba de una operación largamente demorada. Tenía en la mira a los Graiver, por “judíos y montoneros”, desde poco después de instalado el golpe de Estado, pero hasta entonces habían estado fuera de su alcance por precisas órdenes del dictador Jorge Rafael Videla. Los dictadores los necesitaban libres pero presionados para darle visos de legalidad a una de sus operaciones más importantes: que los dueños de los diarios Clarín, La Nación y La Razón se quedaran con las acciones de Papel Prensa, la única empresa productora de papel para diarios del país.
En Silencio por Sangre. La verdadera historia de Papel Prensa, Jorge Mancinelli y quien esto escribe explicaron que se trataba de una necesidad estratégica de la dictadura, para contar con la complicidad comunicacional y propagandística de los tres diarios más importantes de la Argentina. En noviembre de 1976, los familiares del malogrado David Graiver y el testaferro Rafael Ianover se habían visto obligados, bajo amenazas de muerte, a traspasar sus acciones a los dueños de los tres diarios durante una reunión realizada por la noche, en las oficinas que el diario La Nación tenía en el edificio de Florida 1. Aunque la empresa estaba valuada en alrededor de 15 millones de dólares, la transacción se hizo por 996.000 dólares, de los cuales la viuda de Graiver sólo recibió 7.000 en ese momento. No recibiría más.
Conseguidas las firmas para el traspaso, faltaban aún algunos aspectos legales que prolongaron la operación de apropiación hasta principios de marzo de 1977. Recién entonces, el dictador Videla, a través del general Guillermo Suárez Mason, le dio luz verde a Camps para que secuestrara a los Graiver. Pero los necesitaba vivos –aunque quebrados por las detenciones ilegales y las torturas– para someterlos a un consejo de guerra, instruido por el general Bartolomé Gallino, que los encontrara culpables del delito de “subversión económica” para así poder expropiar, a través de la Comisión Nacional de Recuperación Patrimonial (Conarepa), el resto de las empresas del Grupo.
Una vez secuestrados, los integrantes del Grupo Graiver fueron confinados en Puesto Vasco y, más tarde, en el Pozo de Banfield, donde fueron sometidos a constantes torturas. Mientras esto ocurría, los dueños y los representantes legales de los tres diarios que se habían apropiado de Papel Prensa se reunían con Gallino para “darle letra” para los interrogatorios.
Pero en Puesto Vasco, Jorge Rubinstein “se les quedó” a los torturadores. La noticia de su muerte fue un duro golpe para Camps, que vio peligrar su posición en el Ejército y en el andamiaje represivo de la dictadura. No quería que Videla –contrariado por ese “exceso”– ordenara su desplazamiento. En ese contexto, la falsa autopsia de Rubinstein ordenada por Camps y perpetrada en la morgue de la Jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires no sólo fue una maniobra tendiente a ocultar una muerte más del plan sistemático de represión ilegal de la dictadura sino también un intento del jefe de la Bonaerense de armarse un escudo protector por haber contrariado las órdenes de sus superiores.
Ahora, el testimonio del médico Alejandro Olenchuk sobre la autopsia de Rubinstein arroja nueva luz sobre los hechos. Seguramente, su contenido llegará al conocimiento del titular del Juzgado Federal en lo Criminal N° 10, Julián Ercolini, donde la causa que investiga la apropiación de Papel Prensa parece dormir el sueño de los (in)justos.
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