lunes, 21 de abril de 2014

COMO UN ALCÓN

Por Claudio Zeiger
A las puertas del teatro San Martín, la vida es un torbellino. Adentro, el gran mundo del teatro; afuera, el gran teatro del mundo. Miserias y esplendores de los artesanos. Es 1984. Hay un chico tirado a las puertas del San Martín, presagiando una de las marcas de la democracia que está empezando: la locura en la calle. Pero ésa es otra historia. Adentro, unos años antes, en 1980, Hamlet dudaba pero no tanto. Tenía claro que afuera había una dictadura. Algo estaba podrido y putrefacto y no hacía falta irse hasta Dinamarca para corroborarlo. Hamlet era un nombre, un hombre, una corona en disputa y, sobre todo, una voz. Una voz inolvidable. Desfilaban otros nombres encantadores: Polonio, Guildenstern y Rosencrantz. Los niños aventajados de entonces, los hijos de padres cultos y de izquierda y progres y sobre todo seguidores de Alfredo Alcón, vimos ese Hamlet de 1980 sumergidos en la sala Casacuberta como en un Planetario oscuro y estrellado: en un éxtasis de sensual fascinación. Después crecimos y casi todos fuimos desertando del teatro porque sucumbimos al mundo audiovisual y a la alegría llena de desprotección de la apertura democrática. Por esa calle Corrientes no vimos caminar a Cortázar (juran que estuvo), pero años y años seguimos pasando por la puerta del teatro, asistimos a espectáculos en el hall y hasta volveríamos a ver a Alcón en alguna obra. Y lo vimos en películas (digan lo que digan, para mí lo mejor es el Pibe Cabeza. Glorioso. Torre Nilsson, sí pero tan lejos del Santo de la Espada. Se nota la mano loca de Beatriz Guido).
Hablando de volver: si volvemos a la adolescencia y a la biblioteca familiar, ahí hay una clave. Los libros de Roberto Arlt, la cara de Roberto Arlt torturado en las cubiertas de esos libros ya un poco polvorientos del PC y sus satélites. Claro: Alcón era arltiano. Cambiá Flores por las mil Casitas de Liniers, cambiá el arranque de siglo por los años treinta. Alcón era Saverio el Cruel. Silvio Astier era el Pibe Cabeza y, por supuesto, Hamlet. Alcón era Erdosain. Alcón era Arlt.
Desde chiquitos escuchando hablar sobre el teatro independiente, Alterio, María Rosa Gallo, Alcón. Alfredo: tenías todos los boletos comprados para que me encarnizara en tu figura y consumar mi rebeldía juvenil contra la cultura que supuestamente representabas. Y para colmo, la presión de todos los que en susurros desaprobaban tu estilo rocambolesco, barroco, tu faceta Lear, tu manera de ser como un león, como un Alcón, los que se dejaron ganar por la media neutra de la actuación sin énfasis (¡los mismos que después critican al naturalismo y al realismo!), los que se hartaban de tu “repertorio”, los que en el fondo creen que es un escándalo hacer Shakespeare en la Argentina; en fin. Yo no estaba tan lejos de eso, pero... A los 15 años fui imantado por tu voz. Y cada vez que te vi actuar (muchas veces, porque era una ceremonia, con los años, con mi padre, acompañándolo, ir a verte al teatro) el resultado era el mismo. Ver a Alfredo Alcón en el escenario era enfrentarse a un imán. ¿Demasiado intenso? ¿Autocomplaciente a veces? Lo que quieran: era un imán. Y en los últimos años, un maestro total. No porque ocupara el lugar del actor que enseña sobre el escenario sino porque además de la voz y la figura, sumaba una inteligencia luminosa para hablar de la actuación y de la vida, y en lo personal era el hombre menos pomposo del mundo, era divertido y chispeante. ¿Se le podía pedir más a un solo hombre?
Sí, que hubiera seguido por siempre, pero como él mismo dijo –se lo escuché en una de las múltiples entrevistas que se pasaron por estos días– era como el árbol. Los árboles también mueren, y no se cuestionan mucho, y tienen raíces y son hermosos y útiles.
Por estos días se nos están muriendo muchas personas valiosas, y en el periodismo eso genera una extraña mezcla de emoción y absurda adrenalina, de humor negro y gargantas apretadas. Pasar por la puerta del teatro San Martín, ya no será igual. Adentro, el gran teatro, afuera el gran mundo, y en una zona borrosa, intermedia y como de sueño, Arlt, Cortázar, Alcón y todos los demás personajes saludando desde el verdadero escenario de la vida y la muerte.
RADAR

UN FANTASMA LATINOAMERICANO

Por Alan Pauls
Cómo me fastidiaba García Márquez cuando clase tras clase, como una letanía militante, lo escuchaba repetir su fórmula triunfal: temas latinoamericanos + relato hollywoodense. No sé si el triunfalismo se justificaba. Corría 1987 y el Muro de Berlín seguía en pie, pero todo era frugal y precario en La Habana y ya había algo rancio en la jovialidad arrogante y descerebrada con que los obesos turistas soviéticos que despreciaban a los mozos y chapoteaban gritando en la pileta del Hotel Nacional se jactaban de ser los dueños de la isla. Pero la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños se había inaugurado un mes atrás, con la bendición –entre otros– de Francis Ford Coppola y los trece latinoamericanos que nos juntábamos todas las mañanas para cursar el taller de guión con García Márquez participábamos de algún modo de ese clima de euforia. Todo se derrumbaba (como nos enteraríamos sólo dos años después), pero algo parecía empezar con la Escuela de Cine de Cuba: una especie de latinoamericanismo nuevo, a la vez resignado y ambicioso, para el que ya no bastaba con dar batalla en las páginas de una novela o las paredes de los museos. La batalla, ahora, había que darla en el campo de las instituciones. La resignación, por supuesto, era hija directa del desastre de la revolución, el sueño de los ’70. La ambición, el eco que los complicados años ’80 encontraban en las fuerzas que el desastre de la revolución había dispersado.
El director de la Escuela era Fernando Birri, el “último soñador” del cine latinoamericano, pero su programa estético-político tenía poco y nada de lírico. Temas latinoamericanos + relato hollywoodense. Esa era la utopía profunda –la última– que animaba el proyecto de San Antonio de los Baños. Y si a mí me fastidiaba –a mí, que siempre había mirado con desconfianza todos los latinoamericanismos menos los suicidas: el de Glauber Rocha, por ejemplo, o el de Raúl Ruiz–, era básicamente por su “humildad”, por la carga de mediocridad que sentía latir en su pragmatismo, por la tristeza de su reformismo y su obsecuencia. No me acuerdo exactamente en quién pensaba García Márquez esas mañanas cuando enarbolaba la consigna, pero supongo que en películas eficaces como Gente como uno, en progresistas como Robert Redford o Warren Beatty, tipos que exploraban las convenciones de un Hollywood bienpensante y que –lo más importante de todo– tenían éxito masivo. (No creo siquiera que se mencionara una sola vez un antecedente como el de El beso de la mujer araña, el precoz experimento de internacionalismo indie de Manuel Puig, Héctor Babenco y David Weisman.) El modelo pregonado por García Márquez era el de la narrativa americana clásica ultra-standard, intimista, que la televisión había reformateado, profesionalizándolo, entre fines de los ’70 y principios de los ’80. Narrativa de conflictos fuertes, paroxística, basada en la identificación, inmediatamente legible, donde la materia política, si aparecía, sólo apareciera de manera indirecta, disfrazada, “traducida” a la jerga insospechable de los dramas personales, domésticos, familiares, etc. Ese era el caballo de Troya que había que rellenar con “nuestros” temas, “nuestras” problemáticas, “nuestros” intereses: lo que en su discurso de recepción del Nobel llamó “nuestra realidad desaforada”. Para García Márquez, “lo nuestro” era la Realidad y sólo la Realidad, suerte de Materia Prima Original que no había logrado hacerse un lugar en el mundo por un error de packaging o de presentación, un desliz imperdonable al elegir el idioma del manual de instrucciones. Es decir: un problema de formas. Daba por sentado que las formas que había que elegir eran las formas del éxito, y en materia de cine las formas del éxito eran las formas narrativas de Hollywood.
Tampoco me acuerdo si eso –contrabandear relleno latinoamericano en un envase aceptablemente hollywoodense– fue lo que efectivamente hicimos a lo largo de los dos soleados meses que duró el taller. Sé que el programa no incluía teorías sobre guión, ni bibliografía especializada, ni el análisis de películas, ni la lectura de guiones ajenos, ni la visita de guionistas que trasmitieran sus experiencias en la materia. En rigor, no había programa alguno. Sólo una “idea” (tan resignada y ambiciosa como la fórmula): escribir en dos meses una historia a veintiocho manos. Es decir: una historia ciento por ciento latinoamericana, teñida de los colores locales de las nacionalidades involucradas en el taller. No recuerdo que hubiera un solo intercambio de ideas a lo largo del taller. García Márquez, con gracia y buen timing, los disipaba tan pronto como despuntaban. Discutir le parecía una pérdida de tiempo (y acaso uno de los motivos del desastre del sueño de los ’70). Tenía una alergia particular a las teorías (que ni siquiera le interesaban como ficción); nuestras urgencias eran prácticas (teníamos una nueva ciudadela que conquistar: el mercado, sustituto del poder), y asociaba la teoría (cualquier cosa más o menos abstracta o conceptual que pudiera oler a teoría) con alguna forma de masturbación, sutil pero inexorablemente insatisfactoria.
Por supuesto, García Márquez no se equivocaba (y yo era un chichipío que en plenos años ’80 creía todavía en el suprematismo). ¿En qué, si no en su fórmula, voy a pensar cada vez que veo películas como Diario de motocicleta, que la encarnan a la perfección y prueban no sólo que era posible sino que es eficaz, que tamizada por los manuales de guión de Syd Field “nuestra realidad desaforada” no sólo encuentra un lugar en el mundo sino también un valor, un precio, un prestigio, un Oscar? No, no se equivocaba en eso –como no se equivocan los que piensan que para que el exotismo funcione en mercados extranjeros es preciso traducirlo al paladar local–, como tampoco se equivocaba al pensar que las novelas ya no eran los campos donde librar la batalla (y poco importa que la batalla fuera por los mercados y no por el control del Estado). Hoy, el legado más productivo de García Márquez no es literario sino institucional. No es Cien años de soledad (nadie en el mundo escribe hoy en esa huella) sino la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de Cartagena, y no es la literatura de ficción sino la crónica, género más apropiado, hoy, para dar cuenta de “nuestra realidad desaforada”, que de un tiempo a esta parte viene recorriendo el mundo como un fantasma latinoamericano.
RADAR

CONTRATAPA Linchamientos en la literatura argentina

Por José Pablo Feinmann
Como la literatura, en sus orígenes, la escriben los cultos, las víctimas son ellos. Ningún culto, en el siglo XIX, escribirá el sacrificio de un pobre, de un bárbaro, ya que los cultos no son de linchar. Los cultos vienen a traer al país lo contrario de esa práctica deleznable. Los cultos tienen su espacio en la ciudad y la ciudad es el esprit de finesse, el lugar de los buenos modales, de la vida civilizada. El unitario de “El Matadero” se da de boca con su tragedia porque, precisamente, ha equivocado su camino. Tenía que ir a la ciudad, ese lugar al que él pertenece, en que es respetado, en que nada puede pasarle, y equivoca sus pasos. La historia de Echeverría es la historia de un extravío, pero no de los habituales sentidos con que esta palabra se usa. Se sabe que un extraviado puede ser un loco. Para no abundar en ejemplos, digamos: un hombre que ha perdido el camino de la razón. Así le sucede al unitario. Si bien, en una primera lectura, su extravío es territorial: equivoca su camino y termina en los parajes del matadero y no en los de la ciudad, en ese mismo extravío sale de la razón y entra en la barbarie.
Echeverría narra con mucho detalle el padecimiento del joven, la humillación a la que es sometido, su orgullo que nunca cede, la alegría de la “chusma”, la sangre que se derrama en ese matadero que no sólo es de bestias sino de seres humanos también, con algún propósito. Queda claro luego de leer el cuento que la “barbarie rosina” es ajena a la conciencia moral civilizada. Una de las preguntas que deja pendiente este cuento (que es muy bueno y cumple con todos sus objetivos sin escapar de la literatura) es qué se hará con esta gente el día que triunfen los que son lo Otro de ellos. Porque, en el planteo echeverriano, no hay alternativas, ni conciliación posibles. Ese antagonismo feroz no es dialéctico. Como no es dialéctica la contradicción civilización-barbarie, no hay una superación. No existe el aufheben (superar-conservando) hegeliano que permitiría llegar a una síntesis superior conciliadora que contuviera a los dos elementos antagónicos superándolos. Todo está pensado en términos de guerra. ¿Cómo contener, encauzar todo este odio? El bárbaro es el Otro absoluto del unitario. El unitario es el Otro absoluto del bárbaro. Así seguimos aún. Los que toman-un-café-en-Tolón son el Otro absoluto del que delinque o del sospechoso de hacerlo y siempre del que tiene “cara de chorro”. Hoy se mata por la cara. Se odia la cara morocha del llamado “negro de mierda”. Este personaje, que encarna la “negritud”, es el Otro de los ciudadanos de Tolón.
La semilla que plantó Echeverría sigue viva. No lo vamos a culpar, a enviar al infierno de los culpables de nuestra historia, nada de eso. El tenía sus motivos. Seguramente el episodio que narró es cierto. Pudo ocurrir en muchos ámbitos de la Confederación de Don Juan Manuel. No perdamos tiempo: matar, mataron todos. Tampoco vamos a entrar en estadísticas. Aunque nadie ignora quién ganó la guerra civil y (también se sabe) una guerra la gana el que más gente le mata al enemigo. Y el que menos consideraciones humanitarias tiene con él. De aquí que los revisionistas que siempre han exaltado la honorabilidad de Angel Vicente Peñaloza cuando, en el Tratado de las Banderitas, devuelve sus prisioneros con vida y pide los suyos a los porteños, quienes no los tienen porque los pasaron por las armas, deberán comprender por qué los porteños ganaron la guerra. Porque no tenían consideraciones de humanidad. El honorable Chacho era un hombre bueno. Pero los hombres buenos no sirven –en general y casi siempre– para la guerra.
Cuando Chacho les dice a los hombres de Mitre, ¿no éramos nosotros los bárbaros? ¿No eran ustedes los civilizados? ¿Dónde están entonces nuestros prisioneros? ¿Es posible imaginar que los han matado? Sí, los mataron a todos. Porque los hombres de Mitre representan un capitalismo neocolonial que hará un país terriblemente injusto y subalterno. Pero Angel Vicente Peñaloza representa un orden aún campesino, aún agrario y precapitalista. El filósofo agrario Martin Heidegger elegiría a Peñaloza, en caso de poder acercársele, olerlo. Diría que es el enemigo de esa modernidad que olvidó al ser y se entregó a la conquista de lo ente. Diría que el Chacho es la tierra, que no busca arrasarla, tecnificarla. Que no es hijo de la técnica, sino que, naturalmente, sólo por su condición de campesino, está más abierto al ser. Karl Marx diría que todas esas son pavadas reaccionarias. Que el progreso es el avance del capitalismo. Y ese progreso, con todas sus atrocidades, lo representa, en la Argentina, Mitre y Buenos Aires; así como en México Estados Unidos, potencia capitalista, representa el progreso ante los hombres de Santa Ana, pues EE.UU. penetrará en esas tierras con todo su vigor histórico, acabará con el feudalismo y surgirá de esa dialéctica espléndida el proletariado y su revolución liberacionista, la sociedad sin clases.
Los textos que siguen salen siempre de plumas cultas. La refalosa, de Hilario Ascasubi, poeta unitario, feroz enemigo de Rosas, es desagradable y exagerado. La exageración de estos textos es temible porque implica una advertencia: esto que Uds. hoy nos hacen a nosotros mañana se lo haremos a Uds. tres veces peor, lo menos. Importa señalar que, si bien hay sin duda un valor de verdad en lo narrado, el odio lo ha exasperado hasta el límite. El odio de las clases dirigentes argentinas suele ser inexplicable para muchos. Aun para ellas mismas. Por ejemplo, Adolfo Bioy Casares, comentando “La fiesta del Monstruo”, del que algo renegaba, decía: “El cuento está lleno de odio. Estábamos llenos de odio bajo el peronismo”. Tiene su explicación. Lo que no se tolera es que se le discuta algo que considera propio por historia y linaje. La clase media se suma a esto y quiere sentirse tan dueña del país como los dueños de la tierra. Habrá que entender que, aquí y en cualquier parte, para un burgués tener los odios de la oligarquía es sacar patente de distinción, de clase. “Yo odio lo que ellos odian, yo pertenezco a lo que ellos pertenecen. Somos iguales.” Para los días de hoy el siguiente ejemplo es perfecto. El burgués mediocre, de vida gris, de pronto descubre al inmigrante. Lo insulta y dice a todos: “Nos vienen a robar Argentina”. De ser nada súbitamente él es Argentina. Cualquier argentino que dice que un peruano le viene a robar el país se siente, de golpe, dueño de la Argentina. La gente necesita odiar. La oligarquía –por naturaleza– desprecia y por hábito (ante cualquiera que la contradiga con cierto grado de seriedad) odia. Bioy lo dice con abierta sinceridad: él y Borges estaban llenos de odio durante el peronismo. También –en los señorones de la oligarquía– está el asco que les produce que les solivianten a las masas. Sin embargo, aguantaron una década de grasada menemista sin chistar. Porque la juntaban con pala. El bolsillo manda.
Con los escritores de la burguesía que toman –desde su originaria libertad– partido por el proletariado empiezan a aparecer algunos textos en que los castigados son los poseedores. No sabría decir si “Casa tomada” de Cortázar es uno de ellos. El autor no había tomado partido por casi nada cuando lo escribió. Más claro –o demasiado claro– resulta “Cabecita negra” de Rozenmacher, que cita “Casa tomada” como antecedente de su texto, como si el mismo viniera a resignificar al de Cortázar. Aquí el agredido es un señor de clase media en ascenso y los que castigan un policía y una prostituta, si es que eso son. Se trata de un texto de 1961, se convirtió en un best seller y fue acremente reseñado por la revista Sur, que lo consideró peronista. Peronista o no, Rozenmacher nunca lo fue, aunque murió, desdichadamente, muy joven y muy absurdamente, el cuento toma partido por los morochos (o los cabecitas negras) y trata con desdén al protagonista, al que no deja de llamar “señor Lanari”, como hacen los malos polemistas con sus rivales. Importa su texto final porque refleja el odio de ese señor de clase media que ha sido injuriado por dos “negros de mierda”, según el eterno vocabulario clasemediero. “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que aplastarlos, aplastarlos (...) La fuerza pública (...) tenemos toda la fuerza pública y el ejército”. Sintió que odiaba... Y Rozenmacher, según los tiempos, termina con unas líneas amenazantes para los poseedores y esperanzadas para los negros: “Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada”. Más exactamente: las clases bajas y todos los que unieron su praxis política e ideológica a ese destino, lejos de estar tranquilos, sufrieron las salvajes persecuciones de las fuerzas que el señor Lanari invocaba para vivir tranquilo.
El texto que con mayor impiedad exhibe el padecimiento del proletario ante los niños de la oligarquía es “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini. Es posible, a causa de esa impiedad, que sea el más actual de todos. Lamborghini es un escritor difícil de leer. Puedo compartir las afirmaciones que Germán García ha hecho sobre el autor: “Burgués asustado”, etc. Pero, como él, no me quedo tranquilo. Siempre siento que he sido injusto. Que Lamborghini es más que un escritor que quiere horrorizar a sus lectores de clase media, ya que no hay otros. De todos modos, “El niño proletario”, si bien narra el padecimiento extremo de ese personaje, es precisamente, casi imposible de leer. Sobre todo por los propios proletarios. Hice la prueba, lo juro. Y siempre terminaron puteándome. Y que les leyera otra cosa, qué joder. Ignoro si “El Matadero” provocó en su tiempo lo que texto de Lamborghini provoca hoy. Llevamos cuarenta años de su aparición y aún es ilegible para los lectores masivos. Para los que, de todos modos, no lo escribió Lamborghini. ¿Es un gran cuento? Creo que no. Es valioso, sin duda. Pero es una explosión de los conflictos internos del autor. Que los haya unido a los del proletariado es un hallazgo excepcional. Paco Jaumandreu, en el film Eva Perón, le dice a ella, que se muere de cáncer en pocos días: “Señora, en este país de machos, ser pobre, ser puto y ser Eva Perón es la misma cosa” (Eva Perón, film dirigido por Juan Carlos Desanzo protagonizado por Esther Goris y con guión mío). El texto que he citado encabeza los panfletos o textos de la agrupación Putos Peronistas, que, dicen, se llaman así, porque “gay es de garcas”.

El mensaje pascual de Francisco

Al impartir la bendición "urbi et orbi", a la ciudad y al mundo, Francisco recordó a los afectados por la epidemia de ébola en África y rogó por "los que padecen enfermedades, que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza".
El pontífice llamó a "derrotar el flagelo del hambre, agravado por los conflictos y los inmensos derroches de los que a menudo somos cómplices" y rezó: "Haznos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono".
Luego, el Papa pidió "para todos los pueblos de la Tierra, Señor, tú que has vencido a la muerte, danos tu vida y tu paz". En particular, Francisco suplicó por "la amada Siria, para que todos los que sufren las consecuencias puedan recibir la suficiente ayuda humanitaria y para que las partes en causa no usen más la fuerza para sembrar la muerte".
Y también clamó a Dios que "inspire iniciativas de paz en Ucrania, para que todas las partes implicadas, apoyadas por la comunidad internacional, lleven a cabo todo esfuerzo para impedir la violencia y construir, con su espíritu de unidad y diálogo, el futuro del país".
Por último, el Papa pidió por Venezuela, para que "los ánimos se encaminen hacia la reconciliación y la concordia fraterna" tras los enfrentamientos entre la oposición y los partidarios del presidente Nicolás Maduro, que ya dejó más de 40 muertos.
Francisco habló sólo en italiano y también se refirió a la situación de los inmigrantes que buscan "una vida con dignidad". "Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo", puntualizó.
Página12

domingo, 20 de abril de 2014

◄ Por Genaro Grasso Las claves para desconcentrar y nacionalizar la economía argentina


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Usualmente se habla de los procesos de transformación del sector público en la economía argentina. Sin embargo, las políticas económicas, la desregulación y la apertura económica y financiera generaron cambios en el sector privado, particularmente sobre la concentración económica y, fundamentalmente, la extranjerización. Sin dudas, la incorporación de empresas multinacionales y transnacionales han tenido efectos positivos en la economía, pero también fueron numerosas las consecuencias negativas, y ambas deben ser puestas en una balanza.
 
Asimismo, la existencia de tanques multinancionales exige un mayor poder del Estado para regular la economía y poner las reglas del mercado, contrastando el peso político que estas empresas poseen.
 
La política market friendly implementada por Domingo Cavallo y Carlos Menem no sólo incentivó la entrada de empresas extranjeras sino que, en afán de promover la seguridad jurídica de ellas, se aceptó la cesión de soberanía en los litigios con esas empresas, por lo que Argentina debe recurrir al tribunal del CIADI (el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones) para dirimir las disputas. Es necesario replantear el rol del Estado como empresario y la unión latinoamericana en el repudio contra este tipo de entrega de soberanía judicial.
 
Antes de la dictadura militar de 1976, el Estado tenía una gran participación en la economía con el objetivo del desarrollo industrial nacional manteniendo la equidad. Se buscaba, por lo tanto, generar campeones nacionales, emisarios emergentes de una burguesía nacional con honor de cuerpo que –esperaban los gobiernos– en algún momento pudieran insertarse en el mercado mundial. Paradójicamente, algunas de esas empresas, como Techint, se convirtieron en las últimas décadas en grupos concentrados con casa matriz en el extranjero, que pujan, al igual que una multinacional extranjera, por las mismas políticas antipopulares.
 
Pero 1976 marcó un cambio de rumbo en las políticas económicas. Se procuró desnacionalizar los depósitos bancarios, abrir el comercio exterior, flexibilizar el trabajo y reducir los salarios, privatizar empresas públicas y autorizar fusiones entre empresas que concentraron el mercado y desregular el mercado financiero con la Ley de Entidades Financieras y la Ley de Inversión Extranjera, las altas tasas de interés, y la búsqueda de apreciación cambiaria, generando grandes rendimientos en divisas para esa clase de empresas. De esta manera, se indujo un cambio brutal en la composición de la estructura económica que privilegió a los grandes productores y a las multinacionales. 
 
Con el tipo de cambio anclado para frenar las subas de precios y necesidad apremiante de divisas, el gobierno menemista no discriminó, y privatizó a cambio de entradas de dólares todo tipo de empresas estratégicas.
La política del ex presidente Carlos Menem, de la mano de su ministro de Economía, Domingo Cavallo, terminó de dinamitar el peso del Estado en la economía, al mismo tiempo que un nuevo discurso, de la mano del neoliberalismo, promovía la "inserción en el mundo" a través de las transnacionales. Se eliminaron las juntas de granos, se reformó la Constitución dándoles a los acuerdos comerciales vigencia constitucional (algo que ningún país hace, dado que en general estos pactos tienen peso de ley y pueden ser derogados por el Congreso), se promovió la inversión en minería con la Ley de Inversiones Mineras y el ingreso de capitales extranjeros, en particular hacia las empresas públicas de servicios que se estaban privatizando. 
 
Con el tipo de cambio anclado para frenar las subas de precios y necesidad apremiante de divisas, el gobierno menemista no discriminó, y privatizó a cambio de entradas de dólares todo tipo de empresas estratégicas, muchas de las cuales siguen en manos de extranjeros. Por otro lado, cuando se avecinó la crisis, una forma de reacción era la venta de empresas quebradas a productores más grandes, lo que hizo aumentar la extranjerización y la concentración. 
 
El argumento del neoliberalismo era que las empresas nacionales no habían sido del todo competitivas y dependían de la protección indefinida del Estado para competir con atraso tecnológico. Las empresas extranjeras, por el contrario, traerían nuevas tecnologías, lo que mejoraría nuestra competitividad e inserción en el mundo con productos confiables. Si bien era cierto que parte de la industria nacional no podía competir, la extranjerización sólo logró un cambio de manos. 
 
La extranjerización no se ha revertido. Según Martín Schorr y Pablo Manzanelli, en el documento llamado "Extranjerización y poder económico industrial en Argentina" de 2012, hubo "ausencia de modificaciones significativas del perfil de especialización, profundización de la dependencia tecnológica y la incipiente manifestación de una dinámica de stop-and-go."
 
Las estimaciones realizadas por ambos investigadores de FLACSO determinaron que hay incluso más extranjerización de la producción industrial en el promedio 2003-2009 (27,8% del total) que en 2002, luego de la alta devaluación. Para 2009, estas empresas todavía retenían un 48,8% de las exportaciones industriales. Esto les da un peso político y económico muy grande. 
 
Las desventajas de la participación excesiva de transnacionales en la economía es evidente. Por un lado, las ganancias se remiten al exterior para sus casas matrices. Por otro, qué se produce en el país y qué afuera es una decisión exenta de soberanía y digitada desde la casa matriz, lo cual suele implicar una gran cantidad de insumos importados. Por último, están los llamados precios de transferencia entre empresas. Según Arístides Corti, abogado tributarista, "antes de la dictadura existían límites a la remisión de utilidades y no podía haber contratos entre filiales y matrices; ahora las empresas pueden saquear al país remitiendo utilidades por tecnologías obsoletas." Esta última cuestión no es menor. Dado que las dos partes son la misma empresa, el empresario puede "venderse" a sí mismo un bien a un valor artificial para pagar menos impuestos o fugar dólares. 
 
De esta manera, se pueden sobrefacturar importaciones o traer tecnología obsoleta, ponerla a valores más caros que máquinas nuevas, y contarlo como inversión tecnológica. 
 
Corti aclara: "Todo está relacionado: remisión de utilidades y déficit de la balanza comercial industrial por importación de partes, una evasión fiscal del 30% de la recaudación potencial y activos en el exterior producto de la fuga en el exterior por U$S 400 mil millones." 
 
En un documento reciente llamado "La economía desde la izquierda", Claudio Katz, economista de EDI, criticó las políticas que se implementaron en los últimos años: "Las empresas transnacionales controlan el grueso de la actividad industrial y no realizan transferencias de tecnologías. Como el mercado argentino es marginal a sus estrategias globales, el nivel de reinversión local o creación de empleo son muy bajos." 
 
Sin embargo, tampoco tuvo consideración para las políticas de desarrollo de la industria nacional: "La burguesía local participó de todos los negocios rentables que le ofreció el kirchnerismo y se retiró cuando debía aportar capital propio. Con esta conducta participaron de las privatizaciones en los '90 y ahora observan con atención el regreso de los fondos de inversión, al lucrativo negocio de reestructurar empresas." 
 
Se necesitan, ahora, estrategias para desextranjerizar la industria, promoviendo a las empresas privadas y públicas nacionales. 
 
Martín Burgos, economista coordinador del Departamento de Economía del Centro Cultural de la Cooperación, considera que la política actual no va hacia una nueva ley de inversiones extranjeras. Según él, "la única manera de reducir la extranjerización es la estatización de empresas clave en términos de servicios, transportes, comercio exterior y otras áreas en las que las multinacionales predominan".
 
De hecho, este fue el camino empleado por Argentina en el sector hidrocarburífero, con la estatización del 51% de Repsol, retrocediendo en la extranjerización de uno de los sectores más estratégicos para un país, que es la producción de energías fósiles. "Los privados nacionales no van a nacionalizar las empresas. Y sería poco importante. El problema no es el origen del capital, sino el destino. Si una empresa nacional fuga sus divisas hacia el exterior, el resultado es el mismo", aclara, subrayando que "la política de compra a proveedores nacionales para estimular el crecimiento de las pymes con tecnología de punta sólo la puede lograr el Estado con sus empresas, y es la política de desarrollo industrial que se viene". 
 
El problema es que cualquier expropiación lleva a un conflicto con el CIADI, organismo que excede nuestra soberanía. La posibilidad de una sanción impide al gobierno tomar medidas osadas en materia de expropiaciones, o posponerlas hasta que resulta inevitable. 
 
"Es flagrantemente inconstitucional", señala Corti. "El artículo 27 de nuestra Constitución dice que los tratados internacionales deben estar en conformidad con los principios del derecho público de la misma, y eso mismo es lo que corrobora la Convención de Viena". 
 
El artículo 116, además, dice que estos casos "corresponden a la Corte Suprema". Sin embargo, no estuvo de acuerdo con derogar las cláusulas de prórroga de soberanía que habilitan al CIADI a intervenir, porque "seguirían valiendo por diez años. Hay que pedir la nulidad en base a la inconstitucionalidad para que no rijan más." 
 
Otros países, como Bolivia, Ecuador y Venezuela, han tenido litigios en el CIADI, y estos países han rechazado los fallos por ir contra la soberanía. Esto da cierto margen a una alianza estratégica entre estos países para declarar inapropiada la injerencia de esta clase de tribunales internacionales. 
 
Corti también llamó a discutir en el mismo sentido la Ley de Inversiones Extranjeras, la Ley de Entidades Financieras y la Ley de Inversiones Mineras. "Hay un principio que es el de razonabilidad de la ley. Algunas de estas leyes garantizan ganancias extraordinarias que son poco razonables y, por lo tanto, inválidas."
 
Para Burgos, sin embargo, el sector transnacional tiene cierto rol en  este marco. "Las multinacionales tienen mejor acceso a los mercados mundiales, aunque las decisiones de fragmentación de la producción se dan a escala mundial. Esta es la forma de producir en el mundo, y tenemos que buscar la forma autónoma de insertarnos en ese esquema." 
 
Lo que está claro es que si los actores son más grandes y fuertes, necesitamos un Estado más grande y fuerte y con más potestades, y no menos, para controlarlos. Si no, se cristalizará la profecía del texto de Schorr y Manzanelli: "Todo esto tiene hondas repercusiones en términos políticos: una superior capacidad de coacción por parte de estos grandes agentes económicos y la desnacionalización en la toma de decisiones con la consecuente erosión del margen de maniobra estatal".
 
La cifra. 26,5 era el porcentaje de extranjerización de la producción industrial en 2009. El máximo desde 1991 fue en 2008, con un 30,2% de extranjerización.
 
Visiones
 
"Hay que declarar la nulidad de la cláusula de prórroga de soberanía, la Ley de Inversiones Extranjeras, la Ley de Inversiones Mineras, hacer una Junta de Granos y forzar la exteriorización de capitales", Arístides Corti, abogado tributarista.
 
"Hay que estatizar empresas extranjeras. El problema no es el origen del capital, lo que importa es el destino. Si una empresa nacional fuga sus divisas hacia el exterior, el resultado es el mismo", Martín Burgos, economista del CCC.

Domingo 20 de Abril de 2014 OPINIÓN Por Hernán Invernizzi El problema es el centro

Domingo 20 de Abril de 2014OPINIÓN 
Por Hernán Invernizzi

El problema es el centro

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Las elecciones legislativas del año pasado sugerían algo que hoy se repite a la luz de las nuevas encuestas de opinión. En octubre de 2013 se pretendió explicar el “sentido del voto”, esto es, qué intentó decir la sociedad con su selección de boletas electorales, con simplificaciones al estilo de “todo voto no-K es un voto anti-K”. Detrás de estos sofismas se agazapaba la idea de unir a todos contra el movimiento K.
 
Aquellas elecciones fueron hace apenas seis meses. En aquel entonces, Sergio Massa no podía renegar completamente de su reciente pasado kirchnerista y además sumó cerebros y referentes ex-K a su equipo de campaña y entre sus candidatos. Si los bonaerenses querían expresar su rechazo contra “el modelo”, los votos no se hubieran concentrado tanto en el intendente de Tigre y habrían apoyado más a De Narváez o a Stolbizer, por ejemplo. Pero, en vez de una oposición frontal, se optó por una propuesta impregnada de kirchnerismo. O sea que las cosas no estaban tan mal con los K, y la dirigencia massista tomó nota: “¿Cuánto nos votaron por diferenciarnos y cuánto nos votaron por parecernos?”
 
La mayor parte de las investigaciones actuales sobre mercados electorales incluyen o implican preguntas como la anterior, lo cual confirma la centralidad del fenómeno kirchnerista en el escenario político. No se trata sólo de investigar quiénes tienen más o menos intención de voto, sino de proyectar criterios estratégicos sobre la base de cuánto conviene parecerse o diferenciarse del movimiento K.
 
Entre los que quieren cambiar todo y los que quieren que todo siga igual, parece haber una mayoría de quienes quieren preservar algunas cosas y cambiar otras.
Tal es el caso de la encuesta de Poliarquía que dio a conocer La Nación el domingo 13 de abril. Aparentemente se trata de una investigación destinada a saber cuáles son los candidatos con más chances para las PASO –para las que faltan apenas 16 meses– y concluye algo que está a la vista de todos: un escenario fragmentado donde ninguno consigue una diferencia significativa.
 
La encuesta también se ocupó de estudiar un llamado eje “continuidad-cambio”, al cual se le dedicó poco espacio, aunque podría haber más información que no se hizo pública. Se trataba de saber si el electorado quiere que se cambie lo que hizo el kirchnerismo: el 46% votaría a un candidato que “cambie algunas cosas y continúe otras”, el 15% preferiría a uno que continúe la mayor parte de lo hecho y el 33% elegiría a alguien que “cambie la mayoría de las cosas” realizadas por los gobiernos K. Sólo un tercio quiere un cambio absoluto; el resto, para desesperación de la oposición, prefiere cambios relativos o ningún cambio.
 
En tales condiciones es difícil ser opositor. Después del período neoliberal 1975/2001, el kirchnerismo y distintas resistencias populares consiguieron instalar un estado de politización y una reivindicación de derechos ciudadanos y laborales que difícilmente serían atacados frontalmente por quienes tengan auténticas ambiciones electorales. Los tan debatidos límites y alcances del “modelo” se convierten, así, en límites y alcances de la oposición. Esto permite entender mejor la obsesión exclusiva y excluyente con que la oposición se dedica a dos temas: inseguridad/inflación.
 
Se tiende a analizar al amorfo pensamiento conservador según criterios de otras épocas. Ser conservador a principios del siglo XXI no es lo mismo que serlo en la década del ’30. Pero además se le presta poca atención al “voto conservador” de coyuntura, según el cual los K ya hicieron los cambios que había que hacer y llegó el momento de parar la mano. No quiere que se anulen las reformas sino que paren con los cambios. Nada de “profundizar el modelo”. Hasta aquí llegamos.
 
También existe un “voto conservador” para el cual las reformas K son buenas –o no son malas, o no les importan– pero estima que quedaron tareas pendientes que nunca serían asumidas por un “proyecto progre”, como la inseguridad o la inflación. Para este votante el “progresismo K” es intrínsecamente incapaz de resolver estos problemas y concluye con cierta ingenuidad: “Ya hicieron su parte y no la hicieron tan mal, ahora dejen que vengan otros para resolver mis problemas actuales, como la inseguridad”.
 
Y esto, que parece una debilidad para el oficialismo, se convierte en un problema paradojal para los opositores. Los factores de poder entrelazados con las fuerzas políticas quieren su parte y van a presionar por devaluación, endeudamiento externo, terminar con la actual política de derechos humanos, etc. Pero eso no sirve para una campaña electoral: ahora necesitan votos. Contra la idea de la derechización de la sociedad, convendría preguntarse: salvo que los foristas de La Nación sean candidatos, ¿cuál precandidato se atrevería a proponer que se derogue la Asignación Universal? ¿Cuál, que se vuelvan a privatizar YPF o las AFJP? Ni en un asado entre amigos un precandidato plantearía que hay que terminar con las paritarias... Sin embargo, éste era un mundo de ideas exitoso en aquella elección del 2003 en la cual NK obtuvo el 21% de los votos. Pero hoy ni siquiera la Iglesia Católica local, reanimada por la elección del Papa, se atrevería a proponer la derogación del matrimonio igualitario.
 
Entre los que quieren cambiar todo y los que quieren que todo siga igual, parece haber una mayoría de quienes quieren preservar algunas cosas y cambiar otras. Esto significaría, entonces, que el eje de la política nacional sigue siendo el fenómeno K, al cual hay que parecerse y del cual hay que diferenciarse para ser un opositor exitoso. Al mismo tiempo, ese “centro” cargado de matices y contradicciones, se convierte en el principal dilema electoral del kirchnerismo bajo cualquier candidato.

Buitres: creen que el país ganará un caso Especialistas observan que en este juicio secundario, la Argentina lleva la delantera por el respaldo que ha obtenido a nivel global. Habrá una audiencia el lunes ante la Corte Suprema de EEUU.


La Argentina y los holdouts se verán las caras el lunes en una audiencia oral ante la Corte Suprema de Estados Unidos en la que los abogados contratados por el Estado nacional intentarán profundizar los argumentos sobre la cuestión de fondo. El gobierno todavía no definió quiénes viajarán a Washington, pero según indicaron fuentes oficiales lo más probable es que se trate de equipos técnicos pertenecientes a las secretarías de Finanzas y Legales del Ministerio de Economía.
La convocatoria del máximo tribunal norteamericano busca determinar el futuro de una causa secundaria en la que los fondos buitre reclaman la búsqueda de activos argentinos en bancos de EE UU (Discovery, en la jerga legal), pero las posibilidades que otorga el encuentro van mucho más allá. Al contar con la chance de hablar de la cláusula pari passu (tratamiento igualitario), el país se juega una ficha importante: en los próximos meses los jueces supremos deben definir si aceptan la apelación pendiente en ese caso.
El abogado estrella Paul Clement y el estudio Cleary Gottlieb Steen & Hamilton aprovecharán la ocasión como ya lo hizo el propio gobierno estadounidense, que por el momento no se comprometió con la causa pari passu pero sí mandó un mensaje en el amicus curiae presentado ante la Corte Suprema por el Discovery. El texto firmado por el procurador general de EE UU, Donald Verrilli, utilizó las dos primeras notas al pie del escrito para hacer referencia a la cuestión de fondo en línea con los argumentos de la defensa argentina.
"Es posible que Argentina gane este caso. Imagino que si la Corte lo tomó fue para mantener la doctrina anterior en el caso Irán"
"Es posible que Argentina gane este caso. Imagino que si la Corte lo tomó fue para mantener la doctrina anterior en el caso Irán. Sin embargo eso no es indicativo sobre la cuestión del pari passu, donde todo está mucho más cuesta arriba para Argentina", indicó a Tiempo Argentino el abogado Marcelo Etchebarne, del estudio Cabanellas Etchebarne Kelly.
En esa línea, detalló que hay que esperar a ver si el máximo tribunal toma el caso y lo reenvía a la Suprema Corte de Nueva York (Court of Appeals) para la determinación sobre la cláusula Pari Passu bajo ley neoyorquina. "Hay que recordar que la definición final no compete a la Corte Suprema", sostuvo el especialista.
La audiencia del lunes será la segunda ocasión en doce años –luego del primer fallo en contra en 2003– en la que los jueces supremos de EEUU escuchan directamente a la defensa argentina. La anterior tuvo lugar en una disputa por las reservas del Banco Central en 2012 y terminó con la Corte fallando a favor de la Argentina. Allí el país logró que sea aceptado que la reservas son inembargables.
Además, el gobierno llega con la certeza de contar con un amplio apoyo político a nivel internacional, comprobado durante las reuniones de Primavera del G-20, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. "Es un tema en todos los foros porque en el futuro podría bloquear procesos de negociación de deuda", dijo el ministro de Economía, Axel Kicillof, al referirse a las preocupaciones que recolectó en las asambleas.