domingo, 13 de abril de 2014

LOS EJES DEL DISCURSO DE CAMPAÑA DE MAURICIO MACRI El libreto PRO para el 2015

Por Werner Pertot
”Soñar no cuesta nada”, dice el tema de Kevin Johansen. Pero eso no sería del todo cierto para Mauricio Macri, que sueña con ser presidente y viene invirtiendo dinero en ese proyecto desde 2002. Su última adquisición fue el alquiler de las flamantes oficinas de Balcarce y Belgrano, donde ubicó a sus equipos técnicos, de comunicación y a sus estrategas políticos. Los tres principales consejos que recibe el jefe de Gobierno de sus asesores son: buscar cercanía con la gente –para lo que está visitando a diversas personas en sus casas–, despegarse de a poco del rol de ser sólo jefe de Gobierno y diferenciarse de Sergio Massa. Para esto, idearon el discurso de “la tercera vía” que Macri repite por estos días. Sin posibilidad de tallar en el peronismo opositor, algunos le recomiendan aliarse con los radicales, pero eso recién se definirá en 2015.
La mudanza a las oficinas de Balcarce se concretó a comienzos de este año. Son cinco pisos en Balcarce y Belgrano, a los que los macristas le dicen “Balcarce”, no sin segundas intenciones. Un recorrido por la distribución de sus pisos equivale a las distintas tareas que tienen en el PRO en torno del proyecto de que Macri sea presidente en 2015. Al subir al ascensor, hay que tener cuidado en estos días con la pintura fresca:
- Primer piso, think tank: Allí se trasladó la Fundación Pensar, el think tank del PRO. La preside el ministro de Desarrollo Económico, Francisco Cabrera, flanqueado por el director ejecutivo Miguel “Mike” Braun y el director académico y legislador porteño Iván Petrella. Allí trabajan en los planes de gobierno de Macri. Hay unas 200 personas que transitan el lugar en distintos momentos de la semana coordinados por José Anchorena, un economista egresado de la UCA. Según advierten los macristas, la mayoría son voluntarios o provienen del staff de los ministerios.
Macri tiene reuniones con sus directivos una vez cada tres semanas. Hay más de 30 áreas de equipos de trabajo, que incluyen temáticas como infraestructura, vivienda, política social, fiscal, agroindustria, minería, política exterior, Banco Central, entre otras. Miguel Braun señala que las áreas sobre las que hacen más eje son las económicas: en especial, las destinadas a inflación, energía e infraestructura. “Es un trabajo minucioso y profesional, con la meta de llegar a armar las leyes que uno quiere pasar. Queremos llegar bien preparados, que es algo que muchas veces falta”, advierte Petrella.
- Segundo piso, comunicación: La impresión es la de una empresa de programación, con su playroom para que los asesores se distiendan (incluye ping pong y una wii). Allí trabaja el equipo comunicacional del PRO, dirigido por el secretario general Marcos Peña y por el secretario de Medios Miguel de Godoy. Son los que delinean la comunicación para la campaña nacional sobre las áreas más tradicionales de prensa (diarios, radio, televisión), así como sobre las redes sociales y la comunicación directa. Los principales esfuerzos de Macri por estos tiempos están centrados en esta última área. El jefe de Gobierno viene haciendo llamados en forma personal para conversar con potenciales votantes que dejan sus datos en una plataforma digital y, en algunos casos, los va a ver a la casa. Estas salidas se organizan los viernes y los sábados y tienen como objetivo “acercar a Mauricio a la gente”, según el consejo de Jaime Duran Barba. El gurú ecuatoriano sigue como asesor externo, desde su consultora.
Un segundo consejo que recibió Macri es plantarse como candidato nacional y no sólo como jefe de Gobierno. Al comienzo de su segundo mandato, intentaron que María Eugenia Vidal fuera la cara visible de la gestión porteña para que Macri ocupara otro lugar. Pero ahora con el traslado de Vidal a candidata bonaerense, ese plan deberá ser revisado. Cualquier cambio llegará después del mundial.
- Tercer piso, rosca política: En este piso de Balcarce se ubicaron las oficinas de la conducción del partido, en manos del presidente Humberto Schiavoni y del secretario Pablo Walter. Los dirigentes trabajan en la expansión del partido (la apertura de nuevos locales, las actividades en las provincias), mientras que otros aspectos del armado nacional están a cargo del ministro de Gobierno Emilio Monzó. Esto incluye la política de alianzas de Macri, que cada vez se aleja más de Massa. El ministro de Gobierno le recomienda a Macri que busque un acuerdo con los radicales, por más que en este momento parezca improbable. Analiza que Massa va a quedar envuelto en una interna peronista de la que es posible que salga victorioso Daniel Scioli. Monzó también está a la caza de nuevos candidatos, del estilo de Miguel del Sel o Alfredo de Angeli.
“Desde el punto de vista comunicacional, buscamos transferir la identidad de la gestión porteña al resto del país y que se vea que el país se puede gobernar sin ser peronista”, destaca Monzó. “La concepción de gestión es un punto clave. También el de la tercera vía. Necesitamos fortalecer mucho esto, sin que la identidad te lleve a ser testimonial. Lo que plantea Mauricio es llegar al poder: para esto tenemos apertura para acuerdos políticos”, indica Monzó, quien advierte que “Massa es más peronismo, disfrazado de estética de lo nuevo. Pero en el fondo es el mismo esquema y el mismo sistema con la misma gente”. “La prioridad del PRO es la construcción de la tercera vía. Esto explica la consolidación del partido”, se suma Schiavoni.
- Cuarto piso, la escuela PRO: Allí está la sede del PRO Capital y también la Escuela de Capacitación Nacional, que este mes comenzará a dirigir Paula Bertol. “La idea es salir por todo el país con los cursos de capacitación para profundizar la identidad del PRO”, afirma la ex diputada. En este trabajo la asistirán el rabino Sergio Bergman y Hernán Iglesias Illia, el autor de American Sarmiento, que llegó directo de Brooklyn para sumarse al PRO.
- Quinto piso, el candidato: El último piso está reservado para las oficinas de Macri, quien todavía no las utiliza. Aunque muchos macristas consideran que la gestión porteña es la carta principal del líder del PRO contra Massa, el jefe de Gobierno también insistirá con pegar al líder del Frente Renovador al peronismo. En el PRO observan con preocupación que Massa les está copiando el discurso –en muchos casos, los primerea– y hasta los proyectos en el Congreso. Por eso, la estrategia es que Macri cada vez se diferencie más de su ex aliado bonaerense. “Massa apostó al PJ más tradicional. Cada vez que incorpora un Othacehé, vuelven votos al PRO”, advierte uno de los estrategas del macrismo. “Tampoco necesitamos caer en un discurso anti Massa”, señala otro. Un dirigente de primera línea remata: “Vamos a insistir con que Massa es más de lo mismo y nosotros somos una alternativa al peronismo y el radicalismo”. Habrá que ver si con eso le alcanza a Macri para cumplir su sueño.

LA FUNDACION CONCORDIA, FLAMANTE USINA DE IDEAS DEL FRENTE RENOVADOR Guardianes del pensamiento massista

Por Gustavo Veiga
La Fundación Concordia se identifica con el eslogan “Renovar ideas, proyectar el país”. Es el flamante think tank de Sergio Massa, según su mentor, el intendente de San Miguel, Joaquín de la Torre, y quedó formalmente presentada en el auditorio Santa Cecilia de la Universidad Católica Argentina (UCA). No podía ser de otra manera. Algunos de sus integrantes pertenecen al Opus Dei, como Max Perkins Oneto Gaona, secretario de Seguridad de aquel municipio, quien pasó antes por la agencia gubernamental porteña cuando la dirigía Federico Young, el ex juez defensor de la última dictadura. La cohesión ideológica entre estos personajes queda a la vista: el jefe comunal, uno de los pioneros en saltar del Frente para la Victoria al Frente Renovador, firmó una solicitada el 26 de junio de 1989 que defendía el régimen cívico-militar. Veinticinco años después, ahora dice que, desde Concordia, “la idea es generar cuadros técnicos para cuando nos toque gobernar la Argentina”.
Parado frente al atril y con un enorme crucifijo a su derecha, De la Torre presentó el seminario sobre Gestión y seguridad. El caso de Río de Janeiro, la actividad bautismal de su fundación. Había invitado a disertar a José Mariano Benincá Beltrame, el creador brasileño de las Unidades de Policía Pacificadoras (UPP), que impusieron su presencia en las favelas para contrarrestar al narcotráfico (ver aparte). En el auditorio que lo escuchó se destacaban los intendentes massistas Gabriel Katopodis (San Martín), Carlos Selva (Mercedes) y Jorge Macri (Vicente López), pero también al ex jefe de la Policía Metropolitana, Eugenio Burzaco. Este último es un viejo conocido de otro miembro de Concordia: el abogado Diego Gorgal colaboró con aquél como coautor del libro Rehenes de la violencia (Editorial Atlántida 2001).
Experto en seguridad, Gorgal es el cuadro técnico con más experiencia en la función pública de la fundación. Trabajó para el gobierno nacional de Eduardo Duhalde; en la ciudad, para los intendentes Aníbal Ibarra y Jorge Telerman; y en la provincia de Buenos Aires, con Daniel Scioli. Fue asesor, subsecretario, secretario de Estado y ministro. Su trayectoria en la política se consolidó bajo el padrinazgo de Juan José Alvarez. Un funcionario multipropósito que además se consagró como agente de la SIDE durante la dictadura y fue el último jefe de campaña de Massa.
Concordia es el nombre que lleva otra fundación de los misioneros de los sagrados corazones de Jesús y María, aunque nada tiene que ver con la del intendente de San Miguel. De la Torre conformó un grupo de especialistas en seguridad, desarrollo social, desarrollo económico y salud. Además de Perkins Oneto Gaona y Gorgal, la integran el politólogo Daniel Arroyo, el licenciado en Administración de Empresas y Comercialización Federico Kruse y el médico Mario Russo. La mayoría trabaja en el equipo de colaboradores que De la Torre tiene en el municipio.
En su página web, la incipiente industria de cuadros del Frente Renovador, enuncia su declaración de principios: “La política es esencialmente vida en común. Esta dimensión requiere, para favorecer a la comunidad toda, sobrepasar los límites de los intereses individuales. La política no consiste en satisfacer deseos u objetivos egoístas; se sitúa en otra esfera. Alcanzar este plano superior implica contratos, promesas, debate y pactos. Todos éstos son pasos necesarios, pero todavía no completos de la vida social”.
El intendente de San Miguel aspira a metas mayores. La gobernación de Buenos Aires podría ser la próxima. Desde el municipio pretende posicionarse con ese objetivo, comparando su gestión con la de su jefe político en Tigre. Es su modelo a seguir. En la inauguración del período de sesiones del Concejo Deliberante de este año dijo que el distrito “sólo fue superado por Tigre en la disminución del robo automotor”. Y se floreó con detalles referidos a la compra de cámaras de seguridad como señala el decálogo del Frente Renovador.
Prometió llegar a unas 310 en 2014, lo que arrojará un promedio de más de una cámara cada mil habitantes. Entre aplausos, leyó estadísticas, mencionó logros de su aparato orwelliano y dijo que gracias a las benditas videocámaras quedaron grabados 2878 delitos o contravenciones en la vía pública. “De 2012 a 2013 el delito bajó en San Miguel un 19 por ciento”, se ufanó el ex alumno del Colegio Don Jaime.
De la Torre se formó en ese instituto educativo que cerró hace algo más de diez años. Ahí se desempeñó como capellán durante la dictadura monseñor Héctor Aguer, el actual arzobispo de La Plata, uno de los más conservadores de la Iglesia. También estudiaron los hijos menores del dictador Videla. Y el intendente se recibió de bachiller con Orientación en Ciencias Humanas. El Don Jaime lo marcó. Acaso por esas influencias refrendó la solicitada del ’89. Bien entrada la democracia, el texto decía: “Expresamos nuestro reconocimiento y solidaridad a la totalidad de las Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales que defendieron a la Nación en la guerra desatada por la agresión subversiva y derrotaron a las organizaciones terroristas que pretendieron imponernos un régimen marxista”. Compartió la lista de apoyos con Videla, Massera y el ex jefe de la Policía Bonaerense, coronel Ramón Camps.
Su vocero, Juan Martín Roldán, cuando se difundió el tema en 2010, reconoció que “la solicitada existió y no lo negamos”. Pero trató de comprenderlo porque “él en ese momento tenía 25 años, no tenía militancia política y fue una iniciativa del padre, que viene de una familia conservadora”.
En el ’89, De la Torre todavía jugaba al rugby en el club Regatas de Bella Vista, donde se destacó como medio apertura, capitán y salió campeón del torneo de Seven de la UAR en 1985, además de integrar el seleccionado juvenil Los Pumitas. Los datos están en una página del club bajo el título: “Jugadores que no se olvidan”.
El colegio Don Jaime, del que también salieron muchos rugbiers de Regatas, formó estudiantes católicos durante 45 años, hasta su cierre por problemas económicos. En el libro El dictador, de María Seoane y Vicente Muleiro, los autores le dedican un párrafo al instituto donde forjó su pensamiento el fundador de Concordia: “...situado en Bella Vista, llevaba el nombre de un caballero español de la Edad Media que alentaba la imposición del Evangelio mediante la fuerza. Allí los adolescentes recitaban estos versos: Ay Virgencita que luces / ojos de dulces miradas / que vieron pasar espadas / que dieron paso a las cruces / brillen de nuevo las luces / del filo de las espadas”.
gveiga12@gmail.com

LA COMPLICIDAD ECONOMICA CON LA DICTADURA DEBATIDA EN LAS NACIONES UNIDAS Cuentas pendientes

Por Horacio Verbitsky
Desde Ginebra
La investigación sobre los cómplices económicos de la dictadura que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983 marca un momento de madurez de la democracia que la sucedió. Ya en el juicio de 1985 a las Juntas Militares esa complicidad fue analizada con cierto detalle, pero sin que eso tuviera consecuencias penales ni administrativas, porque la democracia argentina era frágil y en el mundo prevalecía el neoliberalismo. Fue recién después de la crisis de fin de siglo y la bancarrota de ese modelo cuando resultó posible incluir en la necesaria rendición de cuentas a los instigadores del golpe militar, a los autores de su programa de reformateo económico de la sociedad, a los partícipes de sus crímenes y a los beneficiarios de las políticas aplicadas. En 2012, el ex dictador Jorge Videla se decidió a hablar sobre aquellos años en términos distintos de los habituales. En reportajes con un periodista español y dos argentinos dijo que con la reelección de la presidente CFK había perdido sus últimas esperanzas, por lo que deseaba dejar sentada su posición sobre el régimen que condujo como jefe del Ejército y de la Junta Militar y presidente de facto. Por primera vez admitió que entre 7 y 8000 personas detenidas-desaparecidas habían sido asesinadas y expuso que los militares contaron para ello con la actitud de importantes sectores de la sociedad. Entre ellos mencionó al sector empresarial, “que nos pedía que matáramos a otros 10.000”. Para llegar a esta lisa y llana confesión fue necesario recorrer un largo camino, que puede dividirse en dos grandes etapas. Los primeros veinte años de la democracia argentina, entre 1983 y 2003, fueron de afirmación de principios y valores, pero de fuerte condicionamiento por parte de los poderes fácticos. Recién a partir de 2003 fue posible sostener la primacía de la voluntad popular soberana por encima de los intereses particulares y los poderes corporativos.

CONADEP y Obediencia debida

El presidente Raúl Alfonsín tuvo el enorme mérito de crear la primera Comisión de la Verdad, la CONADEP, que investigó el destino de los detenidos desaparecidos, y cuyo informe sirvió de base para el juicio a las Juntas Militares. Consciente de su vulnerabilidad, aquel gobierno concibió el juicio como una forma de mantener a raya a los militares e impedir que volvieran a opinar sobre la política económica, la cultura y las costumbres, un camino que a partir de 1930 produjo no menos de un golpe de Estado por década, cada uno más sangriento que el anterior. El mismo día de otoño de 1985 en que se inició el juicio, Alfonsín recibió en Olivos a una veintena de grandes empresarios, quienes le prometieron que respaldarían la acción de la justicia contra los ex Comandantes pero le exigieron que modificara su política económica, que propiciaba una reparación de los daños causados por la dictadura sobre vastos sectores de la sociedad, cosa que el gobierno jaqueado por la inflación y por un sindicalismo hostil debió aceptar. La fiscalía de Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo contó con el apoyo económico de grandes empresarios que habían sido firmes aliados del poder dictatorial. En esas condiciones era ilusorio cualquier avance sobre los cómplices del poder militar. Alfonsín pretendía que con la condena a Videla, Massera & Cia se cerrara en ese proceso. Pero los jueces que en diciembre de 1985 firmaron la condena también abrieron, en el punto 30 de la sentencia, la posibilidad de proceder con nuevos juicios contra aquellos oficiales que tuvieron capacidad de decisión, en las jefaturas de Zonas y Areas de Seguridad o en algunos cargos de especial relevancia. De ese modo, en 1986 fue juzgado y condenado el ex jefe de policía de la Provincia de Buenos Aires, general Ramón Camps, y en 1987 se abrieron las megacausas de la Escuela de Mecánica de la Armada y del Cuerpo I de Ejército, en las cuales se ordenó la detención de oficiales de distintas jerarquías, algunos de ellos aún en servicio activo. Esto provocó el alzamiento carapintada de la Semana Santa de 1987, origen a su vez de la ley de obediencia debida, que dejó sin efecto el procesamiento de centenares de oficiales.

Indultos y neoliberalismo

Electo en medio de la primera hiperinflación y los saqueos en Rosario y el Gran Buenos Aires, el presidente Carlos Menem indultó a todos los militares condenados y bajo proceso y adhirió con entusiasmo a las políticas de desregulación, privatización y apertura irrestricta del Consenso de Washington, que profundizaron la transformación económica y social iniciada durante la dictadura. Tanto las leyes de amnistía de Alfonsín cuanto los decretos de indulto de Menem excluyeron del perdón dos delitos: la apropiación de los hijos de los detenidos desaparecidos y el saqueo de sus bienes. Estas ventanas quedaron abiertas durante años, sin que los jueces se sirvieran de ellas para avanzar, más allá de algunas medidas de instrucción penal. Cuando parecía que la cuestión había desaparecido del interés público, la confesión del marino Adolfo Scilingo, en marzo de 1995, causó una profunda conmoción. Este capitán de fragata de la Armada narró cómo había arrojado al mar desde aviones navales a 30 personas aún con vida, en dos vuelos destinados a eliminar prisioneros de la ESMA. Entre las repercusiones de esta confesión debe contarse la gigantesca movilización popular del 24 de marzo de 1996, al cumplirse veinte años del golpe.
El presidente fundador del CELS, Emilio Mignone, sostuvo que las leyes de impunidad impedían castigar a los responsables, pero no suprimían la obligación del Estado de informar lo sucedido con cada una de las víctimas, cuya posibilidad demostró la confesión de Scilingo. La Cámara Federal de la Capital le dio la razón y así quedaron formulados dos derechos concurrentes: el individual de los familiares a enterarse del destino sufrido por sus seres queridos y el colectivo de la sociedad a conocer lo sucedido durante el terrorismo de Estado y quiénes fueron los responsables. Al mismo tiempo que los juicios por la verdad, en distintos países tuvieron lugar procesos basados en el principio de soberanía, por la desaparición o el asesinato en la Argentina de ciudadanos de Francia, Italia o Alemania. La mayor innovación fue aportada por el fiscal español Carlos Castresana, quien impulsó el juzgamiento en Madrid de militares argentinos por crímenes cometidos contra ciudadanos argentinos en la Argentina. El juez Baltasar Garzón aceptó este principio de justicia o jurisdicción universal, según el cual los crímenes contra la humanidad pueden y deben ser perseguidos allí donde sea posible, con independencia de la nacionalidad de víctimas y verdugos, y abrió un proceso por el cual solicitó la extradición de un centenar de militares argentinos, que fue rechazada por Menem y por su sucesor, el presidente radical Fernando de la Rúa.

La nulidad de las leyes

En aplicación del mismo principio, Garzón obtuvo en 1998 el arresto en Londres del ex dictador chileno Augusto Pinochet. Tuve el privilegio de asistir a una de las audiencias del juicio de extradición, en Westminster, durante la cual la abogada defensora de Pinochet dijo que se le debía aplicar el principio de la inmunidad soberana, del cual dio el peor ejemplo imaginable, cuando estaban por cumplirse 50 años de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Dijo que si Hitler hubiera sobrevivido a la guerra y hubiera querido tomar el té en Harrods, la justicia británica no podría haberlo arrestado. El máximo tribunal de justicia británico concedió la extradición de Pinochet a España, pero los gobiernos de Inglaterra y Chile acordaron enviarlo a Santiago, con el compromiso de que allí sería juzgado, tal como ocurrió, si bien falleció antes de la sentencia. Estos procesos incentivaron a los jueces argentinos, que en pocos meses ordenaron el arresto de los ex dictadores Videla y Massera, en dos causas que luego se unificarían en una única investigación sobre el plan sistemático del robo de bebés. La audiencia nacional de Madrid condenó a Scilingo a 640 años de cárcel. En 1998, a propuesta de la hija del escritor y militante detenido-desaparecido Rodolfo Walsh, el Congreso derogó las leyes de punto final y obediencia debida, pero no le alcanzaron los votos para declarar nula su aplicación previa. En ese contexto, el CELS pidió a la justicia la nulidad de las leyes y decretos de impunidad, considerando que al aproximarse el 25º aniversario del golpe, la creciente movilización social equilibraría las presiones secretas de los poderes fácticos. Así fue, y en marzo de 2001 un juez las declaró nulas e inconstitucionales, por lo que debían reabrirse los procesos cerrados cuando se dictaron. Pocos días después, la Corte Interamericana de Derechos Humanos pronunció un fallo similar en el caso peruano de Barrios Altos, estableciendo que las graves violaciones a los derechos humanos no podían ser amnistiadas ni su persecución prescribir por el paso del tiempo. Esta decisión se repitió en distintos lugares del país y fue apoyada por diversos jueces de primera instancia, cámaras de apelaciones y la Procuración General de la Nación. Tres precedentes importantes eran los fallos de la Corte Suprema que, durante los gobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, declararon imprescriptibles los delitos cometidos por los criminales nazis Franz Leo Schwammberger, Erik Priebke y por agentes en Buenos Aires de la dictadura chilena. En 2003, al asumir la presidencia Néstor Kirchner, había cerca de un centenar de jefes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad bajo arresto, por el robo de bebés, el saqueo de bienes y la reapertura de las causas. Pero faltaba la confirmación de la Corte Suprema de Justicia, que recién llegó en 2005, para que esos procesos llegaran a la instancia del debate y la sentencia.

Memoria, Verdad y Justicia

Kirchner produjo un corte nítido con la política seguida hasta entonces. En su primera semana de gobierno pasó a retiro a las cúpulas de las tres Fuerzas Armadas, que intentaban reaparecer como Partido Militar y convalidar las leyes de impunidad; pidió al Congreso que las declarara nulas y basó su política en la materia sobre los principios de Memoria, Verdad y Justicia. A propuesta del CELS ordenó al jefe el Ejército bajar los cuadros de los ex dictadores Videla y Benito Bignone de la galería de honor del Colegio Militar, del que habían sido directores, y recuperó el predio de la ESMA para que se erigiera allí el Museo de la Memoria, cuya creación había sido dispuesta por la Legislatura porteña. A partir de 2006, tribunales de todo el país comenzaron a emitir sentencias por los crímenes de la dictadura. Desde entonces y hasta diciembre de 2013, se pronunciaron 494 condenas y 47 absoluciones, es decir, casi el 10 por ciento. Sólo el 41 por ciento de las condenas fueron a prisión perpetua. El 43 por ciento de los procesados aguarda la sentencia en libertad. El 15 por ciento murieron antes de la sentencia, porcentaje no mayor al de víctimas y sus familiares, que fallecieron sin que la justicia se pronunciara. Los 541 procesos concluidos con una sentencia son apenas el 26 por ciento del total de las causas que están en condiciones de ser elevadas a juicio. Todo esto muestra que se trata de juicios en los cuales se respeta el debido proceso y el derecho de defensa de los imputados y que nadie es condenado sin sólidas pruebas en su contra. Pese a todas las demoras y a las dificultades organizativas, debidas en buena medida a la reticencia del Poder Judicial, muchos de cuyos integrantes se resistieron a procesar a quienes gobernaron con su colaboración en aquellos años, estos juicios fueron exitosos en la reformulación del rol castrense en la sociedad. Ni siquiera en los momentos de intensa crisis política, social y económica algún sector de las Fuerzas Armadas contempló la posibilidad de desalojar a las autoridades civiles. Los desafíos a la institucionalidad democrática provinieron, en cambio, de los mismos sectores sociales y económicos que acompañaron a la dictadura, por lo que nadie les pidió cuentas. Esto se hizo evidente en 2008, cuando la Sociedad Rural declaró un extenso lockout en protesta por el incremento de las retenciones a sus ventas al exterior de granos y aceites, organizó piquetes y cortes de rutas en todo el país con el expreso propósito de desabastecer a las grandes ciudades y, como confesó su presidente Hugo Biolcati, forzar la renuncia de la presidente CFK. Los diarios Clarín y La Nación, socios en la feria de negocios agropecuarios Expoagro, que cada año mueve transacciones por 300 millones de dólares, presentaron esa actividad destituyente como una gesta histórica. El año pasado me tocó declarar como testigo en el juicio por los crímenes cometidos en la zona de Rosario. Expuse que los militares y policías que cometieron los crímenes no eran lunáticos ávidos de sangre que actuaron por maldad sino ejecutores de un plan racional que tuvo autores y beneficiarios en el poder económico. Al día siguiente, uno de los militares procesados pidió ampliar su declaración indagatoria y dijo que las visitas al comando de “gente de la sociedad, eclesiásticos, empresarios y de la justicia” eran constantes.
En el nuevo contexto nacional han comenzado a progresar en distintos puntos del país los juicios contra hombres de negocios que colaboraron con la dictadura, ya sea entregando listas de trabajadores y activistas sindicales a ser secuestrados porque sus reclamos mermaban la producción o incrementaban los costos; prestando las instalaciones de sus plantas para el funcionamiento de campos de concentración o vehículos para efectuar secuestros y traslados. Pero falta una lectura sistemática de esos acontecimientos, que además de individualizar a los responsables, detecte pautas de comportamiento y brinde un panorama global de lo sucedido. La semana pasada, el diputado nacional Héctor Pedro Recalde presentó un proyecto de ley de creación de una comisión bicameral investigadora que lleve a cabo esa tarea que propusimos en el libro Cuentas pendientes. Lo acompañó en el acto público de presentación el presidente de la Cámara de Diputados Julián Domínguez, y entre otros firmaron el proyecto los diputados Eduardo De Pedro, Juliana Di Tulio, Adela Segarra, María Teresa García, Andrés Larroque, Carlos Kunkel, Nancy Parrilli, Verónica Magario, Jorge Rivas, Adriana Puiggros, Edgardo De Petris, Juan Cabandié, Horacio Pietragala y Carlos Raimundi. Esta es la hoja de ruta para democratizar la democracia.


Casi el 10 por ciento de los procesados fueron absueltos, con estricto respeto por el debido proceso y el derecho de defensa.


Los empresarios son el 5 por ciento de los civiles imputados. Los rubros principales son agentes civiles de Inteligencia y personal del Poder Judicial.

› OPINION La amenaza como herramienta política

Por Edgardo Mocca
Es imposible un juicio histórico sobre el significado del paro del último jueves. Político como fue, el análisis que puede empezar a hacerse pocas horas después del acontecimiento debe atender sus efectos en el tablero que se insinúa un año y medio antes de la elección presidencial de octubre de 2015.
La definición de la medida de fuerza sindical como política no afecta en sí mismo su buen nombre y honor. El movimiento obrero argentino ha realizado muchos paros políticos que pertenecen a su mejor tradición: el paro con movilización en mayo de 1969 recordado como el Cordobazo, el que derrocó a López Rega de su lugar virtual como cabeza del gobierno en julio de 1975 y el que estremeció el edificio de la última dictadura dos días antes del desembarco en las islas Malvinas vienen rápidamente a la memoria. La cuestión no es el carácter político sino el sentido que la acción toma en una coyuntura política concreta. La medida de fuerza del jueves apeló a banderas reivindicativas salariales en medio del desarrollo de las negociaciones paritarias que varios gremios ya han cerrado satisfactoriamente. Volvió sobre el reclamo de subir el techo salarial para el pago del impuesto a las Ganancias, reconocido como justo en general, aunque el Gobierno ha adelantado que se estudia la cuestión para definirla después del cierre de las paritarias. Se sumaron algunos reclamos genéricos por la cuestión de la seguridad y el narcotráfico, lo que parece un guiño a la agenda adoptada por los medios de oposición después de la estabilización de la situación económica. Ninguna de esas situaciones cambia el día siguiente. La acción tiene su efecto más directo en el clima político; su sentido es tensar la cuerda de la disputa por el poder.
El mensaje del grupo que convocó y organizó la huelga parece ser, ante todo, una demostración de fuerza propia en un momento en que empieza a respirarse el aire de una definición política por la continuidad o no del actual proyecto político en curso. Quedó públicamente demostrado en la concentración excluyente que los jefes sindicales hicieron de su discurso contra el gobierno de Cristina Kirchner; no se les escapó ninguna observación crítica sobre el accionar de los grandes especuladores financieros en los dos primeros meses del año y la apelación genérica a la inflación escondió cualquier debate serio sobre sus causas y sus responsables. Un insólito arco de adhesiones y simpatías que abarcó desde Luis Barrionuevo y la simpatía de la Sociedad Rural hasta el trotskismo incluyó en un lugar central a los engranajes mediáticos dominantes que adhirieron a un paro general como nunca se había visto; su único punto de confluencia fue y sigue siendo la oposición encarnizada al Gobierno. La tónica del paro la dieron tres circunstancias: la adhesión de los gremios del transporte, el despliegue de “piquetes” que bloquearon distintos puntos de tránsito y acceso a la ciudad y la ausencia de una movilización masiva que enunciara el significado de la acción, tal como suele hacerse en este tipo de experiencias. Queda la sensación de que la fuerza de los grupos convocantes no radica en la adhesión consciente de las bases, sino en la capacidad de paralizar virtualmente algunas grandes ciudades, particularmente el Gran Buenos Aires.
El sindicalismo opositor ha dejado planteada una amenaza. Se intenta compensar la visible orfandad política de sus líderes –que se confirma y profundiza en cada elección en la que aparecen en un lugar visible de las listas de candidatos– con su capacidad extorsiva sostenida más en las áreas sensibles que controlan algunos gremios que en el prestigio de sus conducciones y el atractivo de su propuesta política. La amenaza no se limita al Gobierno, que por otro lado ya ha experimentado varias veces los efectos de esa estrategia; su primera insinuación data de 2013, cuando los dirigentes sindicales del transporte amenazaron con un paro general del sector en solidaridad con Moyano cuando la Justicia suiza envió un pedido vinculado con la investigación de sus cuentas bancarias. En aquel momento el camionero dijo que el paro, finalmente levantado, no era contra el Gobierno sino contra los grandes medios que habían montado su habitual despliegue pirotécnico alrededor de la cuestión. A nadie medianamente avisado del estilo de Moyano podía escapársele que esa escena insinuaba la dureza que sus relaciones de entonces con el Gobierno empezaban a adquirir. En este paro que sí se concretó los medios pasaron a ser amigos. Hay otros interlocutores de la medida de fuerza y están, curiosamente, en las filas de la oposición política. Ante todo hay que hablar de Massa, quien empieza a advertir que el juego de juntar todo lo que enfrenta al Gobierno tiene sus dificultades. El paro intenta también marcarle la cancha: si no le da relieve suficiente a la presencia sindical en su armado electoral, el massismo puede sufrir también las consecuencias de la estrategia del apriete. En el campamento del diputado tigrense, el dilema empezó a percibirse cuando el macrismo se colocó cómodamente en el rechazo a los métodos prepotentes con que se logró un nivel importante de ausentismo en algunos lugares. El hecho es que la derecha argentina no tiene ya una sola fórmula política, sino dos. Una tiene una larga historia en la práctica de hacer valer su peso dentro de la estructura del justicialismo o en sus confines cuando ésta es dirigida por sus adversarios: el menemismo no es la primera experiencia de gobierno conocida bajo el signo de la derechización del peronismo; antes vivimos el copamiento del gobierno por López Rega, después de la muerte del líder y fundador del movimiento. La historia dice que ese tipo de jugadas necesita una presencia sindical importante, como muralla de contención del descontento de los trabajadores con líneas de acción que los perjudican. La otra fórmula que tiene la derecha es la de la “nueva política”, es decir una experiencia que nunca hasta hoy pudo concretarse a través de elecciones limpias y sin proscripciones: la de un gobierno de derecha surgido fuera de las entrañas de los dos grandes partidos populares del siglo XX, el peronismo y el radicalismo. Macri está sintonizando correctamente la onda: su candidatura no tendrá la apoyatura federal del peronismo, por lo menos en un volumen suficiente como para descargar sobre ella el peso de una elección reñida como la que se insinúa para el año próximo. Su intento es hacer de la debilidad una oportunidad, la de presentarse como lo nuevo y mostrar a los dos grandes partidos como los responsables estructurales de los problemas argentinos, según la interpretación liberal-conservadora.
Hugo Moyano empezó el penoso periplo que lo condujo a la sociedad con Barrionuevo y a la bendición de toda la derecha argentina que durante años clamó para que se lo persiguiera y se lo penalizara, con un reclamo de poder. Lo hizo explícito en un acto del Frente para la Victoria realizado en el estadio de River, en 2010, poco antes de la muerte de Néstor Kirchner. Allí dijo que era hora de que la Argentina tuviera un presidente trabajador y Cristina le contestó que ella trabajaba desde muy joven. Nació en esa circunstancia un nuevo capítulo de un viejo tema de las relaciones entre el peronismo y el movimiento sindical. Se trata de una matriz que nace desde la experiencia de Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión del gobierno militar surgido del golpe de 1943 y que curiosamente adquirió su máxima relevancia política después del derrocamiento del líder en 1955. Desde ese momento hasta 1973, los sindicatos fueron la presencia central del movimiento, su “columna vertebral”, como la definió el propio Perón. El enorme poder del movimiento sindical peronista fue tributario de la adhesión de los trabajadores a Perón y se consolidó con la gran conquista de la estrategia que el líder estableció desde Madrid: la ley sindical aprobada durante el gobierno de Frondizi mantuvo y profundizó la estructura sindical unida y acentuó el poder y los recursos de las conducciones gremiales. No tardó en aparecer, sobre esas bases, la ilusión de uno de los símbolos más connotados de ese poder sindical, el metalúrgico Augusto Vandor, de convertirse en el líder de un peronismo “sin Perón”, dado el prolongado exilio del general. Es el sueño sindical del “salto a la política”. Es la proyección imaginaria de la autoridad corporativa al terreno de la conducción del Estado. Frustrado en épocas en las que la clase obrera constituía el corazón de los sectores populares, antes que la dictadura empezara y el menemismo coronara la destrucción del tejido industrial y el deterioro de las organizaciones sindicales, el proyecto de un “laborismo” como expresión política que gira alrededor de la estructura obrera no parece tener hoy mejores perspectivas. Del sueño laborista que el moyanismo empezó a tejer hace unos años, ha quedado poco. Hoy defiende su lugar bajo el sol en alguna de las propuestas de restauración del neoliberalismo, mostrando su capacidad de daño en términos de manejo de resortes estratégicos para paralizar el país.
El hecho incontrastable de los avances laborales de estos años y el apoyo electoral de los trabajadores al actual gobierno en todas las consultas electorales están señalando un gran problema para su desarrollo futuro, el de tener una expresión sindical orgánica y programática que exprese una mirada superadora de la práctica corporativa del “presionar y negociar” vandorista. Es una de las principales cuestiones políticas pendientes.

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OPINION Los meses después

Por Mario Wainfeld
No hubo paros generales contra el gobierno durante la presidencia de Néstor Kirchner ni durante el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner. En el segundo ya se registran dos, encarnados por una curiosa coalición gremial y política. La marca sugiere cómo les fue a los trabajadores sindicalizados en la larga década K.
Uno de los saldos más evidentes de la huelga reciente es que la seguirán otras. Sobre esa realidad deberá moverse el Gobierno y actuar el secretario general de la CGT Azopardo, Hugo Moyano.
Más allá de las argumentaciones del oficialismo, es Moyano quien lidera al abanico de huelguistas, lo que no equivale a decir que los “conduce” sin dificultades ni rebeldías. Las divergencias ideológicas, metodológicas y de proyecto se notaron el 20 de noviembre de 2012 y el 10 de abril, sin impedir la concreción de las medidas de fuerza.
La capacidad de los gremios de transporte que prevalecen en la CGT de Moyano es la que garantiza el resultado obtenido. Aun en la euforia socarrona de las conferencias de prensa, el Negro y sus adláteres mostraron bronca porque los piquetes de “los troscos” les robaron cámara, desflecaron un poco su preeminencia. A su ver, “con la chapa puesta” además, fueron superfluos porque la adhesión de los laburantes propios bastaba para lograr los mismos resultados. Claro que también le fueron funcionales para que un número indeterminable pero no menor de argentinos desistieran de trabajar ese día, no por adhesión sino porque la perspectiva de un día difícil les cerró el camino.
Dirigentes de la CTA que conduce Pablo Micheli y del Partido Obrero sinceraron la incidencia de la fuerza en la conducta de “otros” trabajadores. En cambio, Moyano y la prensa dominante (extraña pareja) se hicieron los distraídos.
La fuerza se hizo violencia en el caso de los subtes, que mostró un cambio interesante. El gremio de los trabajadores del subte (antes metrodelegados) decidió en asamblea que no adheriría al paro. Hubo divergencias y hasta tomas de posición diferentes. El nuevo gremio honró la democracia interna aun aceptando disidencias. En cambio, la burocrática conducción de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) optó por prepear y agredir. No fue el tono dominante de una jornada pero sí una señal de alarma acerca del variopinto conjunto que acompaña a Moyano.
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El líder camionero desprecia al secretario general de la UTA, Roberto Fernández, por su falta de representatividad interna. Y en su torno anotaron el escaso acompañamiento que le prodigaron los gastronómicos a Luis Barrionuevo.
Ya se conoce cuál es el sentimiento íntimo de Moyano sobre la CTA opositora y sobre las agrupaciones de izquierda radical. La “unidad en la acción”, más vale, es pragmática y no se nutre de preferencias.
Pero el diseño de las tácticas futuras toma en cuenta esa diversidad, que incluye la perspectiva de que las rebeldías compliquen el futuro común. Moyano es un protagonista muy despectivo de la opinión de quienes no lo siguen. Ya pagó caro esa tendencia en la arena política a la que se lanzó hace un buen par de años, con sonado fracaso.
La continuidad de las huelgas es cantada. Esta vez, Moyano se arregló para evitar una movilización que podría haber desnudado una limitada convocatoria propia. Y que podría habérsele escapado de las manos, comentan en su torno.
Barrionuevo y las izquierdas le piden acelerar el paso. Es su juego, en el que tienen menos que perder que Moyano porque muy otro es su capital. De cualquier modo, parece inexorable que el tercer paro antikirchnerista llegue antes del Mundial.
En el ínterin, Moyano no fisuró el frente gremial más cercano al Gobierno. Los alineamientos están cristalizados, en sustancia, desde hace un buen rato. El Gobierno apuesta a que las convenciones colectivas y una mejora general de las condiciones económicas acentúen ese cuadro.

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“ESTIMULAN EL NERVIOSISMO Y EL TEMOR” El rol de los medios

Por Raúl Kollmann
Seis de cada diez personas sostienen que “frente al conflicto, los medios estimulan el nerviosismo y el temor de la gente”. La definición es muy categórica, ya que en un sentido bastante directo apuntan a que esos medios jugaron un papel de trascendencia a favor del paro. Es que cuando se menciona que fomentan un clima de tensión, la consecuencia obvia es que el ciudadano que tal vez estaba en duda sobre si ir a trabajar o no, termina absteniéndose. Por temor –como señalan los encuestados– o porque piensa que sería imposible ir a trabajar, aunque sea en un auto compartido con otros empleados de su empresa.
La cuestión se vio nítidamente con la forma en la que se propagó la noticia de los piquetes. Se dio por cierto que habría 50 piquetes en toda el área metropolitana, algo que no se verificó después: hubo algunos, principalmente el de Panamericana, y pequeños grupos cortando otras vías, como puentes sobre el Riachuelo o General Paz o el Acceso Oeste. En todos los casos hubo caminos alternativos, pero ya estaba instalada la idea y, por consiguiente, el temor al que se refieren los encuestados. En la mañana del jueves, la cobertura estuvo centrada en los lugares de conflicto –Panamericana– y no en las alternativas por las que se podía pasar, reiterando ese diagnóstico que aparece en el sondeo de Ibarómetro.
Hay otro dato nítido. Los medios mayoritarios publicaron que no habría clearing bancario el jueves, es decir en ningún momento se puso en duda lo que sostuvieron Moyano y Barrionuevo. Sin embargo, hoy en día, los camiones de caudales no son decisivos en el clearing. El movimiento de los papeles sólo es un respaldo del clearing real que se hace y que fluje –-a esta altura del siglo XXI– digitalmente. Según confirmaron varios directivos de bancos a este diario, el jueves hubo clearing bancario normalmente.
Con los números a la vista –el 50 por ciento que señala que los medios contribuyeron al temor–, se concluye que fueron una pieza importante en la huelga, tanto en las vísperas como en el mismo jueves. Es que una franja de la población decidió no salir hacia su puesto de trabajo por precaución, entre otras cosas porque los medios mayoritarios repetían una y otra vez que no se podría pasar y que, en caso de pasar, había amplias chances de recibir un ladrillazo.

Qué hacen los medios

UNA ENCUESTA EXCLUSIVA SOBRE EL PARO MUESTRA UN ALTO GRADO DE OPOSICION Con dos tercios en contra

Por Raúl Kollmann
Más de seis de cada diez trabajadores manifestaron su vocación de no adherir al paro. La mitad de ellos aseguran que trabajaron normalmente, un tercio dice que quiso ir a trabajar pero no pudo y el resto que lo hizo desde su casa. Del otro lado, la adhesión voluntaria al paro rondó el 32 por ciento, sumando a los que conscientemente no fueron a trabajar y los que quisieron parar, pero no pudieron hacerlo, tal vez por trabajar en una pequeña empresa privada o porque se decidió no adherir en su trabajo. Una sólida mayoría, que va más allá del 60 por ciento, considera que el paro fue impulsado por Hugo Moyano y Luis Barrionuevo para posicionarse políticamente más que para conseguir mejoras para los trabajadores. También son más los que creen que el dúo Moyano-Barrionuevo no estuvo en contra de los piquetes, sino que los alentó, contrariamente a lo que ellos mismos manifestaron públicamente.
Las conclusiones surgen de una encuesta realizada especialmente para Página/12 por Ibarómetro, la consultora que dirige el sociólogo Ignacio Ramírez, actualmente coordinador del Posgrado en Opinión Pública de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). En total se entrevistaron mil personas, de las cuales 850 fueron trabajadores y 150 jubilados o pensionados. Es decir que se buscó opiniones en el mundo relacionado con el trabajo en relación de dependencia o autónomos. Además, se abarcó esencialmente Capital Federal y el Gran Buenos Aires, el área en la que se considera que el paro tuvo mayor repercusión. En el sondeo se respetaron las proporciones por edad, sexo y nivel económico social.

Acatamiento o adhesión

En los números, el 63 por ciento de los encuestados dice que no adhirió al paro y el 32 que sí. “Para dimensionar o pensar el éxito de la protesta resulta indispensable diferenciar entre acatamiento y adhesión –explica Ramírez– conceptos que aluden a lógicas muy diversas. El acatamiento pone en juego la lógica del poder. Es casi un término militar: se acata por obediencia o porque el poder lo impone. La adhesión concierne a la legitimidad. El sindicalismo argentino se encuentra envuelto en la desconfianza, con un déficit percibido de democracia sindical, recambio y trasparencia. La imagen de los dos líderes más visibles es ampliamente negativa, de manera que las calles vacías fueron más un signo de poder que de adhesión.”
Más allá de estos conceptos, el mismo cuadro sobre adhesión al paro muestra que incluso el acatamiento fue muy dividido. Hay casi un 30 por ciento que dice que fue a trabajar normalmente, otro diez por ciento que afirma haber trabajado desde su casa y un nueve por ciento más que sostiene que quiso adherirse al paro, pero no pudo, lo que significa que fue a trabajar. Sumando entonces a los que en la encuesta afirman que trabajaron, totalizan un 49 por ciento. Del otro lado quedaron los que directamente adhirieron al paro 23 por ciento y los que dicen que quisieron ir a trabajar, pero no pudieron, casi el 25 por ciento. O sea que la sumatoria de los que manifiestan no haber trabajado totaliza un 48 por ciento. Tácitamente se muestra lo dividida que estuvo la medida de fuerza.
La realidad –aunque se pretendió exhibir lo contrario– mostró lo que se refleja en la encuesta: panoramas muy disímiles. El gremio más numeroso del país, Comercio, trabajó casi en su totalidad, incluyendo supermercados y shoppings; el sindicato comandando por Luis Barrionuevo, Gastronómicos, protagonizó un estrepitoso fracaso ya que sus afiliados trabajaron en abrumadora mayoría –bares y restaurantes estuvieron abiertos–; también hubo actividad en bancos y en buena parte de las grandes fábricas. Por el otro lado, es sabido el paro generalizado del transporte, no hubo actividad en Tribunales y en la mayor parte de las administraciones públicas, así como en la educación, mientras que por adhesión o por problemas para viajar, no funcionaron buena parte de las oficinas céntricas.

Sin bondi

Cuando se le pregunta al encuestado por qué no fueron a trabajar los que no lo hicieron, la respuesta fue la esperada y la diagnosticada por la mayoría, aun antes del paro: el acatamiento fue alto por el paro de transporte. La mitad de los consultados dijeron que los ciudadanos no pudieron ocupar sus puestos de trabajo “porque no pudieron trasladarse” e incluso se suma otro veinte por ciento que sostiene que la gente “tuvo miedo de los piquetes”. Es decir, una abrumadora mayoría, el 70 por ciento de los encuestados, piensa que, más allá de la existencia de reclamos legítimos, ocurrió lo esperado: la clave de la jornada estuvo en la ausencia de transporte.

Motivos

“En relación a las motivaciones –dice el titular de Ibarómetro– resulta esencial distinguir entre los objetivos manifiestos (racionalidad verbalizada de la acción) y los objetivos ‘invisibles’ de la protesta. Si bien los objetivos manifiestos apuntaron contra el gobierno nacional, las causas invocadas no tuvieron contornos claros, existió bastante dispersión en las consignas y no hubo una que sintetizara el sentido de la protesta. Todo esto, sumado al contexto poco correspondido con la noción de paro general, contribuyó a alimentar en la opinión pública la presencia de motivaciones y objetivos no declarados, más ligados al posicionamiento de los actores sindicales que protagonizaron la medida en el escenario político-partidario.”
Esto se ve claramente en el sondeo realizado para este diario: el 59,4 por ciento de los encuestados dicen que Moyano-Barrionuevo convocaron al paro porque su objetivo fue “posicionarse políticamente para ser tenidos en cuenta”, mientras que apenas la mitad de ese porcentaje (27,8 por ciento) piensa que la dupla convocó a la huelga general “para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores”. Se traduce en esa respuesta la desconfianza en los dirigentes gremiales (ver aparte).
Y esto es así, pese a que entre los encuestados hay una franja importante –no una mayoría– que cree que existen motivos para la protesta: cerca de un 40 por ciento considera que una medida de fuerza estaría justificada por cuestiones generales como la inflación o la inseguridad. Incluso entre los que afirman que hay motivos para el paro, sólo una ínfima minoría ve al tema del Impuesto a las Ganancias como una razón para la huelga.
Asumido que lo que se dirimió en el paro fue una cuestión política, Ramírez analiza que “quedó en evidencia que se trataba de una demostración de fuerza. Igual resulta interesante y necesario interrogarse hacia quién estaba dirigida tal exhibición y cuál era el mensaje que contenía. En este sentido, es probable que en la estrategia discursiva de Massa de ‘Facundo sin Hugo y Graciela sin Luis’ aniden algunas de las respuestas. Los dirigentes políticos de la oposición quieren contar con bases sindicales que les permitan proyectar gobernabilidad, pero al mismo tiempo eluden lazos visibles con el sector, cultivando el terreno para las contradicciones”.

La política

Justamente uno de los interrogantes es cuánto le aportó el paro a la oposición. De acuerdo a lo señalado por Ibarómetro y otros encuestadores, los índices de imagen positiva y negativa del gobierno nacional y de la Presidenta no cambiaron con el paro y más bien registran cierta recuperación en marzo y abril. Es más, el paro tiende a complicar algo a los candidatos opositores. “Me parece que lo más interesante para observar reside en ese universo opositor –dice Ramírez–, donde hubo declaraciones ambiguas y contradictorias en relación con el paro. Hay que estar atentos al efecto que puede causar, especialmente, sobre la alternativa de Sergio Massa, cuyos atributos de renovación entran en contradicción conceptual con la imagen que tienen los dirigentes sindicales opositores y la metodología de protesta desplegada. Hay un dato del escenario político argentino que suele pasarse por alto, ante tanta obsesión por monitorear la imagen positiva del gobierno nacional, que efectivamente sube y baja como sucede en cualquier lugar del mundo. El dato al que me refiero es la brecha que existe entre la demanda opositora y la oferta opositora, es decir el universo de ciudadanos críticos del gobierno nacional continúan aferrados al ningunismo: al consultarles qué actor o institución los representa, la mayoría responde ninguno.”
raulkollmann@hotmail.com