miércoles, 2 de abril de 2014

LA HISTORIA DE MALVINAS



EL DESCUBRIMIENTO
Las más recientes investigaciones han demostrado que el descubridor de las Islas Malvinas fue el navegante florentino Américo Vespucio. Muchos historiadores habían rechazado esta posibilidad, guiándose por los relatos de Fernández de Navarrete que descartaba el hallazgo, dada la oscuridad que presentan las cartas vespucianas.

El ingeniero argentino Nicanor Alurralde, miembro de número del Instituto de las Islas Malvinas y Tierras Australes Argentinas, en un minucioso análisis de la carta de navegación del tercer viaje, en 1501, cotejando las mediciones de longitud y la denominación de los vientos empleada en aquella época, arriba a la conclusión de que Vespucio, al llegar al paralelo 52°, frente al estrecho de Magallanes, todavía no descubierto, es impulsado por un terrible temporal hacia el Oriente, con gravísimo peligro de zozobrar, y ve por primera vez las islas.

Alurralde trascribe la parte pertinente del relato de Vespucio, que dice: "En medio de la tormenta avistamos el 17 de abril una nueva tierra, de la cual recorrimos cerca de veinte leguas, encontrando la costa brava, y no vimos en ella puerto alguno, ni gente, creo que porque el frío era tan intenso que ninguno de la flota podía remediar ni soportarlo" (Nicanor Alurralde: “El primer descubrimiento de las Islas Malvinas”, Boletín del Centro Naval, Buenos Aires, marzo de 1967).

La posición geográfica, la distancia de la costa y la extensión de la tierra escarpada vista coinciden con la parte Suroeste de las Islas Malvinas.

Veinte años después, el piloto español Esteban Gómez, integrante de la expedición de Hernando de Magallanes, ve por segunda vez el archipiélago. Después del hallazgo del estrecho, el capitán Gómez desertó y retornó a España. Siguiendo el camino más corto, atravesó el océano Atlántico en busca del Cabo de Buena Esperanza, y a trescientas millas de la costa patagónica avistó las islas y las determinó aproximadamente. Con su informe, el portugués Diego Ribero, cartógrafo de Carlos V, confeccionó en 1527 la “Carta Universal que contiene todo lo que del nuevo mundo se ha descubierto hasta ahora”, donde ubica las islas con el nombre de la nave de Gómez: San Antón. La toponimia Sansón, que figura en algunas cartas geográficas, es errónea, y no puede atribuirse a barco ni a navegante homónimos, que no existieron en esa época. La transformación de la grafía se explica así: Ribero, en su extensa y minuciosa carta, registra las islas abreviadamente: S. Antón. En copias posteriores se elimina el punto y aparece Sansón, con la “t” sustituida por la “s” antigua, de donde resulta Sansón en lugar de Santón.

El prolijo estudio que del itinerario y la cartografía antigua hizo el capitán de fragata Héctor R. Ratto, prueba que las coordenadas del referido islario son las correspondientes a las Islas Malvinas. Ratto vio una copia antigua de la carta de Ribero en la biblioteca de Weimar, Alemania (Héctor R. Ratto: El descubrimiento del archipiélago de las Malvinas debe asignarse al piloto Gómez o al capitán Vera, "La Prensa", 17 de junio de 1934).

Las llamadas islas Sansón y de Los Patos por Alonso de Santa Cruz en su carta geográfica de 1541, no son otras que las Malvinas. Más tarde, en 1562, el cartógrafo Bartolomé Olives, en su mapa universal, repite la nomenclatura alterada. Alonso de Santa Cruz no viajó por el Sur y se basaba en cartas y datos obtenidos con posterioridad al islario de Ribero.

Aunque no pueden ser descartadas terminantemente, son inseguras las relaciones del español Pedro de Vera y del portugués Alonso de Camargo, a quienes algunos historiadores atribuyen el descubrimiento del archipiélago en 1525 y 1539, respectivamente.

Menos pueden tomarse en serio los presuntos descubrimientos adjudicados por Gran Bretaña a los navegantes ingleses John Davis, en 1592, y Richard Hawkins, en 1594, que merodeaban por las costas suramericanas, saqueando las florecientes colonias españolas, con cuyos botines acrecentaron el poderío de las Islas Británicas. En la “Historia de Davis”, escrita por John Jane, no se fija latitud ni se dan nombres, y se describe impropiamente la tierra por él supuestamente avistada. En cuanto al pirata Hawkins, condenado a muerte y perdonado por Felipe II, dos compatriotas suyos, Burney y Chambers, se encargan de desvirtuar la identificación de las islas por él supuestamente descubiertas.

El 24 de enero de 1600 recala en el archipiélago el navegante holandés Sebald de Weert, al mando del navío Geloof; se abastece de agua, ubica las islas, las bautiza con su nombre y desde entonces aparecen registradas como Sebaldinas. Durante todo el siglo XVII y parte del XVIII los geógrafos respetan la toponimia holandesa, creyendo de buena fe que el descubrimiento estaba bien atribuido.

El 28 de enero de 1690 el navegante inglés John Strong atraviesa el canal que separa las dos grandes islas principales, al que denomina Falkland Sound, en memoria de su protector Lord Falkland. Posteriormente, los ingleses extendieron el nombre del estrecho a la isla occidental y, más tarde, con su característica táctica imperialista, a todas las islas.


La primera ocupación

Historia de los inglesesLa Compañía del Mar del Sur, de La Rochelle, Francia, inició los grandes viajes de exploración con el capitán de navío Beauchesne en los barcos Phelypeaux, Maurepas y Bonne Novelle. Después de recorrer el Pacífico y regresar por el Cabo de Hornos avistan, el 19 de enero de 1701, un islote del archipiélago que bautizan con el nombre de Beauchesne y se internan en una gran bahía de la isla Occidental, por donde más tarde penetraría Bougainville.

El 14 de octubre de 1704, en el Saint-Charles, procedente de Saint-Malo, el comandante Pedro Poeré descubre otro islote no registrado, al que llama como su armador, Danycan.

El ingeniero Amadeo Frezier, en la nave Marianne, desembarca en el archipiélago en 1714 y a su regreso a Francia escribe “Relación del Viaje al Mar”, que Groussac considera "el primer trabajo científico referente a nuestro archipiélago".

Merecen destacarse los viajes de Luis Antonio de Bougainville, notable explorador francés, a quien se debe la primera ocupación de las Malvinas y la fundación de una colonia organizada. Bougainville contaba con la protección del duque de Choiseul y su expedición estaba integrada por las naves L'Aigle y Sphinx. Partió de Saint-Malo el 8 de septiembre de 1763, conduciendo un médico, un herrero, un carpintero, seis marineros y varios obreros, que viajaban con sus esposas y sus hijos.

Hicieron escalas en las Canarias y en Montevideo, y llegaron al archipiélago el 31 de enero de 1764. El 2 de febrero fondeó en la gran bahía que llamó Française, donde fundó el puerto San Luis, que inauguró con canto de Te Deum y salva de veintiún cañonazos. Los franceses levantaron viviendas con jardines, cultivaron la tierra y metieron el ganado en corrales. La madera de construcción la traían de Tierra del Fuego.

Cuando estaba en marcha la flamante colonia, Bougainville regresó a su patria. Luego de haber informado al rey de la ocupación de las islas organizó un segundo viaje y zarpó en L'Aigle el 5 de octubre, llevando herramientas, semillas y otro contingente de hombres. Al descender en Puerto San Luis, el 5 de enero de 1765, cuenta en su libro, "volví a encontrar a mis colonos sanos y contentos" (Luis Antonio de Bougainville: “Viaje alrededor del mundo”, Editorial Espasa Calpe, Buenos Aires, 1946). La colonia prosperaba rápidamente con la cría del ganado, el cultivo del suelo, la caza y la pesca.

Del gentilicio de los habitantes de Saint-Malo, de donde provenía la mayor parte de los viajeros, derivóse el nombre de las islas: malouins, maluinas, malvinas.

L'Aigle hizo un tercer viaje al archipiélago llevando otro grupo de hombres y provisiones. Pero Bougainville hubo de quedarse en París y viajar poco después a Madrid para afrontar la protesta del gobierno español, enterado de la ocupación francesa, que reclamaba las islas como pertenencia suya.

Bougainville no discute ni alega el título, no suficiente, pero sí importante, de la primera ocupación efectiva del archipiélago. Reconoce los anteriores derechos de la Corona española. Procede de acuerdo con el derecho internacional imperante, atendiendo la prioridad de España sobre los territorios de la América del Sur, aun de aquéllos no ocupados todavía, pero que estaban implícitamente contenidos en el tratado de Tordesillas. El noble Bougainville, que había puesto casi toda su fortuna en aquella empresa, es comisionado por el monarca francés para hacer la entrega de Puerto San Luis al representante español, el capitán de navío Felipe Ruiz Puente. La transferencia se hace efectiva el 1° de abril de 1767.

"España reivindicó estas islas como una dependencia de la América Meridional —dice francamente Bougainville—; y habiendo sido reconocido su derecho por el Rey, recibí orden de ir a entregar nuestros establecimientos a los españoles" (Luis Antonio de Bougainville: Viaje alrededor del mundo, Editorial Espasa Calpe, Buenos Aires, 1946).

Por los gastos invertidos en la colonia, España indemniza a Francia con 618.102 libras tortonesas. Respecto de este punto, añade Bougainville: "Habiendo reconocido Francia el derecho de Su Majestad Católica sobre las Islas Malvinas, el Rey de España, por un principio de derecho público conocido en todo el mundo no debía ningún reembolso por estos gastos. Sin embargo, como adquirió los navíos, bateles, mercaderías, armas, municiones de guerra y de boca, que componían nuestro establecimiento, este monarca, tan justo como generoso, ha querido reembolsarnos de nuestros adelantos, y la suma supradicha nos ha sido entregada por sus tesoreros, parte en París y el resto en Buenos Aires".

Antes de despedirse Bougainville leyó a sus compatriotas una carta del Rey francés por la que les permitía "quedar allí, bajo el dominio del Rey Católico. Algunas familias aprovecharon este permiso...".


El entredicho anglo-español

El Almirantazgo británico tenía conocimiento del proyecto confeccionado por el almirante Jorge Anson al regreso de su viaje por los mares del Sur (1740-1744), y en 1748 manifestó su deseo de explorar las islas; pero se vio obligado a desistir de su propósito ante la advertencia del ministro español Carvajal. Téngase presente que, en 1748, antes de que se produjera ninguna ocupación, ya España consideraba el archipiélago de su propiedad.

Varios años después, el 23 de enero de 1765, el comodoro John Byron, al mando de la fragata Dolphin, llegaba a la isla Croisade (Cruzada), del grupo de Malvina Oriental, visitada y bautizada con anterioridad por Bougainville, y desembarcaba en una caleta que denominó Puerto Egmont, en honor del primer lord del Almirantazgo. Al año siguiente, el capitán inglés John Mac Bride, al frente de la nave Jason, arribó a la isleta mencionada el 8 de enero de 1766, casi dos años después de la fundación del Puerto San Luis por Bougainville. De este modo Gran Bretaña, que se había abstenido ante la advertencia de Carvajal, acomete sin escrúpulos la ocupación de Puerto Egmont, sabiendo además que al otro lado se hallaba el fuerte francés.

Tal ocupación se hacía por iniciativa de lord Egmont, de acuerdo con el memorial preparado por el comodoro Byron. "La lectura de estos documentos —escribió Egmont— demostrará la importancia de la estación, que es indiscutiblemente la llave de todo el océano Pacífico. Esta isla debe dominar los puertos y el comercio de Chile, Perú, Panamá, Acapulco y, en una palabra, todos los territorios que dan sobre el mar. Hará que en adelante todas nuestras expediciones a esos lugares resulten lucrativas, de carácter fatal para España...".

Con tales términos se expone a la faz del mundo la política que siguió posteriormente Gran Bretaña con los territorios españoles y sus sucesores en la América Latina.
Port Louis - Acuarelas de Conrad Martes.   
Port Louis
Felipe Ruiz Puente, primer gobernador español en las Islas Malvinas, desarrolló una considerable administración. Mantuvo una estricta vigilancia en las costas insulares y patagónicas hasta el Cabo de Hornos, y se preocupó de la atención religiosa de los habitantes. De este modo obtuvo la llegada a las islas de sacerdotes y de una imagen de Nuestra Señora de la Soledad, que le envió el gobernador Francisco de Paula Bucareli desde Buenos Aires.

Sabedor un día Ruiz Puente de la existencia de un establecimiento inglés en Puerto Egmont, en la isla de la Cruzada o Trinidad (llamada por los ingleses Saunders) envía al teniente de navío Mario Plata con instrucciones para requerir al jefe británico, capitán Anthony Hunt, comandante de la fragata Tamar, se retirara de aquella tierra perteneciente a la Corona española. El capitán Hunt hace caso omiso al aviso y Ruiz Puente comisiona entonces al capitán Fernando Rubalcava que efectúe un relevamiento de la zona de Puerto Egmont y se traslade a Buenos Aires para comunicar los hechos a Bucareli.

El gobernador de Buenos Aires comprendió que no conseguiría nada por medios pacíficos y resuelve poner en ejecución las órdenes recibidas de Madrid, por cédula real del 25 de febrero de 1768, de proceder por la fuerza en caso necesario. Da instrucciones al capitán de navío Juan Ignacio Madariaga, apostado en Montevideo, el cual parte el 11 de mayo de 1770 al frente de una escuadra integrada por cuatro fragatas y un jebeque.

Cuando Madariaga llega a las islas se entera de que el capitán Hunt había abandonado el fuerte, quedando en su lugar el capitán Guillermo Maltby, comandante de la fragata Favorite. Madariaga intenta por la persuación obtener que los ingleses evacuaran el fuerte. Ante una respuesta negativa envía un ultimátum al capitán Maltby y otro al capitán Jorge Farmer, que tenía a su cargo el torreón artillado. El jefe británico contesta que se defenderá hasta "dar la vida".

El 10 de junio Madariaga ordena el disparo de dos cañonazos a modo de advertencia, sin resultado. Los jefes británicos pensaban sin duda que se trataba de simples amenazas, sin entender que la demora de Madariaga se debía a su intención de agotar los términos pacíficos para evitar derramamiento de sangre. Ante aquella obstinación, las fragatas españolas comenzaron a cañonear el fuerte y las naves inglesas. Al mismo tiempo se despacharon lanchas a tierra con soldados que tiraban contra el torreón. Los ingleses, por su parte, descargaban sus baterías desde mar y tierra. La lucha fue mucho más reñida de lo que traslucen las crónicas escuetas de la época. Hubo bajas por ambas partes.

La fragata Favorite se rindió y el torreón izó bandera de parlamento. Un oficial inglés corrió al encuentro del jefe español que dirigía las operaciones de tierra, en demanda de capitulación. Las condiciones estipuladas por el capitán Madariaga fueron moderadas: los ingleses retirarían sus efectos y tendrían los víveres necesarios; pero no podían partir hasta que lo dispusiese el gobernador, capitán de navío Felipe Ruiz Puente.

En la entrevista que ambos jefes españoles mantuvieron en Puerto Soledad, el 27 de junio, se resolvió que el teniente Juan Serveto permaneciera en Puerto Egmont con treinta hombres, un médico y el capellán Fray Valentín Ponce de León. Madariaga partió hacia España para dar cuenta al Rey de la expulsión de los ingleses de Puerto Egmont. Esta es la primera victoria lograda por fuerzas españolas contra los ingleses en la América del Sur.

La expulsión de los ingleses dio origen a una enérgica protesta del gobierno de Londres ante el rey Carlos III, a quien exigían desagravio y reparaciones. Al mismo tiempo retiraba su embajador en Madrid y amenazaba con desencadenar la guerra. España solicitó ayuda a Francia y ésta le aconsejó negociar con Gran Bretaña. A fin de evitar un conflicto bélico, el gobierno español transige mediante un acuerdo (22 de enero de 1771), que lo obliga a desautorizar a Bucareli y restituir temporariamente Puerto Egmont a los ingleses, estableciendo, sin embargo, que el convenio "no puede ni debe afectar en nada la cuestión del derecho anterior de soberanía de las Islas Malvinas". Y en un pacto secreto se establecía que Puerto Egmont sería desalojado definitivamente por los ingleses al cabo de tres años, como ocurrió efectivamente el 22 de mayo de 1774.

Acerca del pacto secreto, que eliminaba toda futura pretensión británica, habla extensamente el jurista norteamericano Goebel. Expresa en uno de los párrafos: "Después del abandono de Puerto Egmont por los británicos, en 1774, los españoles ejercieron la más absoluta soberanía sobre todo el grupo de las islas, no limitando sus actos de gobierno y de control a las mismas, sino que extendieron su dominio hasta los mares adyacentes, en un esfuerzo tendiente a prohibir o, por lo menos, a dificultar, las actividades de pesca practicadas por otras naciones en los mares del Sur. No parece que estos actos hayan encontrado resistencia alguna. Los británicos los aceptaron, y mediante la convención de Nootka Sound les dieron su consentimiento formal al reconocer el status quo existente en la mitad meridional de la América del Sur".

En su obra “La guerra y la política constitucional”, el historiador Adolfo Saldías expresa: "Los publicistas y estadistas británicos de ese tiempo están acordes en el alcance del convenio del 22 de enero de 1771, por el cual, según ellos mismos, Inglaterra cedió las Islas Malvinas a España". Miller, en su “Historia del reinado de Jorge III”, refiriéndose a este arreglo dice: "Los ministros se habrían hecho responsables en el más alto grado si hubiesen envuelto a la nación en una guerra por no admitir una excepción tan insignificante como la reserva del mejor derecho a uno o dos puntos estériles, bajo un cielo ventoso y en tan dispares comarcas... La posibilidad de igual disputa desapareció por el total abandono que hizo del establecimiento tres años después".

Durante 43 años las Malvinas estuvieron administradas, sin interrupción, por mandatarios españoles, designados por el gobernador o el virrey de Buenos Aires, y desde 1785 regidas, con inclusión de la Tierra del Fuego, bajo una misma comandancia. La nómina de los gobernadores españoles y sus actos de gobierno están contenidos en la obra del historiador argentino Antonio Gómez Langenheim: “Elementos para la historia de Nuestras Islas Malvinas”.
Don Luis Vernet, tercer gobernador de las Malvinas.   
designado comandante político y militar de las   
islas por decreto del 10 de junio de 1829.   
Luis Vernet

El dominio argentino

Aunque comúnmente la capital argentina de las islas es llamada Puerto Soledad, su nombre de origen es Nuestra Señora de la Soledad, declarada Patrona del puerto insular. Cuando el capitán español Felipe Ruiz Puente solicitó a Bucareli asistencia espiritual para los isleños, el gobernador de Buenos Aires le envió, en enero de 1768, en la fragata Águila, "una imagen de bulto de Nuestra Señora de la Soledad, tutelar de dichas islas, con vestido de terciopelo guarnecido, a más de diversos ornamentos y otras cosas del culto " (Fray José Brunet, mercedario: “La Iglesia en las Islas Malvinas durante el período hispano (1767-1810)”, Buenos Aires, 1969).

Casi nunca faltó clero en las islas. Con Bougaiville había ingresado el historiador benedictino Dom Pernetty. Durante el período español jamás faltó asistencia religiosa en el archipiélago, provista por las autoridades de Buenos Aires. Fray José Zambrano, español, actuó hasta 1810 y le sucedió el presbítero Juan Canosa, quien permaneció hasta el 13 de febrero de 1811. Según el historiador salesiano Raúl A. Entraigas, fray José Zambrano había retornado a Soledad a ejercer su ministerio entre los años 1823 y 1829 (Raúl A. Entraigas, SDB: "Monseñor Fagnano", Buenos Aires, 1945).

Pero si durante alrededor de un decenio no hubo asistencia espiritual en las islas, no por eso estuvo abandonado Puerto Soledad, como alegaban algunos diplomáticos norteamericanos y británicos, para tratar de justificar los actos de violencia cometidos por esos dos países en 1831 y 1833. Permaneció en el archipiélago un grupo de españoles criollos e indios afincados a la tierra y dedicados al cuidado del ganado vacuno disperso por las praderas.

La soberanía argentina en Islas Malvinas comenzó a ser ejercida automáticamente con la revolución victoriosa del 25 de Mayo de 1810. Existen constancias, poco divulgadas, de actos administrativos cumplidos por las autoridades argentinas o sus mandantes, durante el interrego de 1810-1820. Damos algunos:

1° Una de las primeras medidas tomadas por la Primera Junta de Gobierno consistió en el despacho de un expediente, demorado por la renuncia del virrey Cisneros, referente a la solicitud de sueldos complementarios del capitán Gerardo Bordas, último gobernador español de las Malvinas. El documento fue suscripto por el presidente Cornelio Saavedra y el secretario Juan José Paso, el 30 de mayo de 1810.

2° Existe constancia de un pedido de Enrique Torres, del 13 de enero de 1813, para cazar lobos marinos en el archipiélago con el bergantín El Rastrero.

3° El ministro de guerra interino Berutti remite, en 1816, un oficio al general José de San Martín, gobernador de Cuyo, requiriéndole el envío de presidiarios para mandarlos a las islas.

4° En la primavera de 1818 viaja a las islas el foquero argentino Espíritu Santo, y luego de abastecerse en Puerto Soledad, prosigue hacia la isla Decepción, en la Antártida.

5° El buque francés Uranie, comandado por el capitán Freycinet, naufraga, en febrero de 1820, al nordeste de Soledad, y la tripulación logra salvarse gracias a la ayuda prestada por los malvinenses, quienes le facilitan otra embarcación para trasladarse a Montevideo.

Cuando llegó a conocimiento de las autoridades de Buenos Aires el estado penoso en que se hallaban las islas por la caza indiscriminada de anfibios que hacían barcos extranjeros, el director José Rondeau ordenó la partida de un oficial para que se hiciera cargo del gobierno insular. Correspondióle esta importante empresa al coronel de marina David Jeweet, corso norteamericano al servicio del gobierno argentino.

Jeweet penetra con la fragata Heroína en la bahía de la Anunciación el 27 de octubre de 1820; y al ver la gran cantidad de barcos dedicados a la caza clandestina se apresta a proceder con firmeza, poniendo en ejecución su experiencia marítima. El 6 de noviembre toma posesión solemne de las Malvinas, izando la bandera argentina y lanzando una salva de veintiún cañonazos. Reúne a los comandantes de los barcos fondeados en los contornos, entre los cuales se hallaba el marino inglés James Weddell, y da lectura a la siguiente proclama:

"Tengo el honor de informarles que he llegado a este puerto comisionado por el Supremo Gobierno de las Provincias Unidas de América del Sur, para tomar posesión de las islas en nombre del país a que éstas pertenecen por ley natural. Al desempeñar esta misión deseo proceder con la mayor corrección y cortesía para con todas las naciones amigas. Uno de los principales objetivos de mi cometido es evitar la destrucción desatentada de las fuentes de recursos necesarias para los buques que de paso o de recalada forzosa arriban a las islas".

Los representantes extranjeros acataron sin discusión las órdenes impartidas por el flamante gobernador argentino. La noticia llegó a Buenos Aires, a Madrid y a Londres. El periódico El Redactor, de Cádiz, informaba en agosto de 1821: "El coronel Jeweet, de la marina de las Provincias Unidas de Sud América y comandante de la fragata Heroína, en circular de fecha 9 de noviembre de 1820, previene haber tomado, el 6, posesión de las Islas Malvinas".

En su libro “Un viaje al Polo Sur”, el capitán James Weddell dice que viajó a pie desde San Salvador a Puerto Soledad, y visitó al comandante Jeweet en la Sarandí; y añade: "El capitán Jeweet me recibió con gran cortesía y a pesar del aspecto agotado y mutilado de su buque y tripulación, adoptó un aire de poder y de autoridad superior a lo que yo esperaba".

Ni el gobierno de Gran Bretaña ni el de los Estados Unidos de Norte América protestaron ni presentaron entonces reclamación alguna, dando por sentado que reconocían la soberanía argentina en las Malvinas.

Sucede a Jeweet en el gobierno insular el comandante Pablo Areguatí, oficial de raza indígena educado en las misiones jesuíticas, ex capitán de milicias en Entre Ríos, a quien Belgrano había nombrado alcalde en Mandisoví, Corrientes, en su campaña al Paraguay. En el lapso comprendido entre 1824 y 1828 administraron oficiosamente las islas Jorge Pacheco y Luis Vernet, quienes tenían una concesión de tierra otorgada por el gobernador Balcarce.

El 10 de junio de 1770 los españoles habían desalojado a los ingleses de Puerto Egmont. Parece que deliberadamente se eligió este aniversario para hacer un nombramiento con mayores atribuciones en el archipiélago. El 10 de junio de 1829 el general Martín Rodríguez designa a Luis Vernet, nativo de Hamburgo, de padres franceses, argentino por adopción, tercer gobernador de las islas. La parte pertinente del decreto dice así:

“Habiendo resuelto por decreto de esta fecha que las Islas Malvinas y las adyacentes al Cabo de Hornos, en el Mar Atlántico, sean regidas por un comandante político y militar, y teniendo en consideración las calidades que reúne don Luis Vernet, he tenido a bien nombrarlo, como en el presente lo nombro, para el expresado cargo de Comandante Político y Militar de las Islas Malvinas, delegando en su persona toda la autoridad y jurisdicción necesarias al efecto".

El nuevo mandatario toma posesión del cargo el 30 de agosto de 1829 y se instala con su familia en una gran casa de piedras locales, construida en una elevación próxima al embarcadero de Puerto Soledad. El capitán Roberto Fitz Roy hace una referencia halagüeña a la visita al hogar de Vernet en su recalada en las islas, con la Beagle, en 1830. El diario personal de la señora María Sáenz de Vernet contiene amenos detalles que revelan su espíritu animoso y la convivencia insular en aquellos años. He aquí algunos párrafos:

"Domingo, 30 de agosto. Muy buen día de Santa Rosa de Lima, por lo que determinó hoy Vernet tomar posesión de la isla en nombre del gobierno de Buenos Aires. A las 12 se reúnen los habitantes. Se enarbola la bandera nacional, a cuyo tiempo se tiraron 21 cañonazos, repitiéndose sin cesar: ‘¡Viva la Patria!’. Puse a cada uno en el sombrero cintas con los colores que distinguen nuestra bandera. Se dio a conocer el comandante".

"Martes, 8 de septiembre. Tiempo regular. Algunos ratos ha caído nieve. Me fui a un arroyo donde suele haber abundancia de patos y becacinas. Estuve largo rato recreándome en ver tanta variedad de aves".

"Miércoles, 30 de septiembre. Hermoso día. Salí con Vernet y los chiquitos. Estos se entretuvieron en juntar mejillones y yo en buscar mi llavero que había perdido el día antes, y con un vaso en la mano probaba el agua de cada manantial, la que encuentro sumamente rica. Pasó el capitán a bordo y nos dijo que enviaría el bote a buscarnos".

Conocedor de aquel territorio, como asimismo de gran parte de la costa meridional argentina, Vernet se propuso emprender en vasta escala la industria agropecuaria y pesquera. A .ese efecto había confeccionado un plan de obras muy completo. Crueles contingencias imprevistas que se produjeron poco después, le impidieron llevar adelante su excelente proyecto. Había transportado a las islas un centenar de hombres entre gauchos e indígenas, hábiles en la cría de ganado, y colonos y balleneros europeos, expertos en la agricultura y en la pesca.

El asalto de la “Lexington”

El encargado de negocios de Gran Bretaña, Woodbine Parish, protestó el 29 de noviembre de 1829, por la designación de Luis Vernet como comandante político y militar de las Malvinas. En su breve nota vierte tres inexactitudes: que sus derechos sobre las islas, "fundados en el primer descubrimiento y subsiguiente ocupación de dichas islas, fueron sancionados por la restauración del establecimiento de S. M. B. en el año 1771, el que había sido atacado y ocupado por una fuerza española del año anterior".

La protesta fue al archivo. ¿Qué podría responderse a tales incongruencias? 1º - Ya se ha demostrado que las Malvinas no fueron descubiertas por los ingleses, sino por navegantes de otros países; 2° - La primera ocupación la hizo el francés Bougainville, quien reconoce el anterior derecho de España y las devuelve sin mayor discusión. 3° - Las fuerzas británicas fueron expulsadas de Puerto Egmont en 1770, restituidas, como desagravio, al año siguiente y, en cumplimiento de un pacto, las evacuaron definitivamente tres años después; y por la convención de Nootka Sound, de 1790, Gran Bretaña se había comprometido a respetar las tierras españolas de la América del Sur.

Los hechos posteriores parecieron demostrar que se estaba tramando un complot entre Gran Bretaña y los Estados Unidos de Norte América.

Luis Vernet se vio obligado en agosto de 1831 a capturar tres barcos de bandera norteamericana que, sin autorización, hacían cargamento de pieles de foca al noroeste de Puerto Soledad. En la nave Harriet se trasladó luego a Buenos Aires para informar a su gobierno de la transgresión. El suceso dio origen a penosos episodios y a un largo pleito con el gobierno de Wáshington.

El cónsul norteamericano Jorge W. Slacum protestó por el apresamiento de las embarcaciones clandestinas y se puso de acuerdo con el encargado de negocios Francisco Bayles. El comandante del buque de guerra estadounidense Lexington, capitán Silas Duncan, debidamente aleccionado, desembarcó en Puerto Soledad el 28 de diciembre de 1831 y se tomó una brutal represalia: inutilizó la artillería, quemó la pólvora y tomó prisioneros a Mateo Brisbane y a seis oficiales de la guarnición argentina. La Lexington había entrado "bajo pabellón francés", y en la nave Dash se llevaron todas las pieles de foca requisadas por Vernet. Brisbane dijo que, "luego que llegó a bordo, el comandante lo trató de un modo indigno, dándole el nombre de pirata y de ladrón, y que merecía ser ahorcado".

El atropello causó profunda indignación en Buenos Aires. El gobernador Juan Manuel de Rosas instruyó a su ministro Maza, quien presentó una enérgica protesta ante el gobierno de Wáshington el 8 de agosto de 1832, en la que justifica el procedimiento de Vernet, acusa a Duncan de piratería y exige reparaciones al pabellón argentino mancillado e indemnización por la iniquidad cometida contra los habitantes de Puerto Soledad. El cónsul Slacum y el encargado de negocios Bayles son consideradas personas no gratas y se les entregan los pasaportes.

Antes de abandonar Buenos Aires, a fines de septiembre de 1832, Bayles advirtió al ministro británico Fox que los Estados Unidos no pedirían nada sobre las islas, excepto el medio de libre pesca, y le preguntó si después de notificar a los Estados Unidos de su derecho soberano a la posesión de las Malvinas "encontraría justificado que la Argentina sostuviera una horda de piratas en las islas con el objeto de molestar el comercio norteamericano". Y añadió: "Siendo así favorable a los propósitos británicos el aspecto de los acontecimientos, Inglaterra envió a las Malvinas dos buques de guerra, el Clio y el Tyne".

Parece que con estas manifestaciones caben muy pocas dudas respecto de la connivencia secreta que debió de haber entre ambos países anglosajones para la consumación de los hechos que dieron cima a la usurpación británica.

El ministro plenipotenciario en Washington, general Carlos M. de Alvear, reiteró la reclamación el 21 de marzo de 1839, y el secretario de Estado, Daniel Webster, el 4 de diciembre de 1841, contestó que convenía "suspender la discusión respecto de la responsabilidad hacia el gobierno argentino hasta tanto se arreglara la controversia pendiente entre aquel gobierno y la Gran Bretaña acerca de la jurisdicción sobre las Islas Malvinas".

Sin embargo, con anterioridad, el 18 de octubre de 1840, el ministro norteamericano en Buenos Aires, W. H. Harris, en carta dirigida a Luis Vernet, le decía no tener "inconveniente en manifestarle que es usted acreedor a una equitativa compensación por los perjuicios que usted ha sufrido, ocasionados por una fuerza naval de los Estados Unidos, la corbeta Lexington, comandada por el capitán Silas Duncan".

El ministro argentino Luis L. Domínguez, por mandato del canciller Francisco J. Ortiz, renovó ante Washington la reclamación, el 26 de septiembre de 1884. El presidente norteamericano, Cleveland, en su mensaje al Congreso el 2 de diciembre de 1885 dio por concluido el asunto con este despropósito: "En vista de la amplia justificación que tiene el acto de la Lexington y del estado de voluntario abandono de las islas, antes y después de su pretendida ocupación por colonos argentinos, este gobierno considera esa reclamación totalmente infundada".

Parece mentira que un presidente haya expresado tal desatino: o ignorancia absoluta del problema, o desparpajo contra la justicia para apoyar la actitud británica.

Al referirse al atropello de la Lexington, el poeta José Hernández escribió en "El Río de la Plata", el 26 de noviembre de 1869: "A consecuencia de ese apresamiento, el comandante de un buque de guerra norteamericano destruyó la floreciente colonia de Soledad, y ese hecho injustificable fue precisamente el que indujo a Inglaterra a apoderarse de las Malvinas, consumando ese atentado contra la integridad territorial de la Nación Argentina, cuya soberanía sobre aquellas islas había sido siempre respetada".

En distintas épocas los ingleses invadieron los dominios latinoamericanos desde México a la .Antártida. En 1670 el capitán Narbrough había tomado posesión de Puerto Deseado, en nombre de Su Majestad Británica, y en 1806 y 1807 los ingleses invadieron a Buenos Aires, siendo invariablemente rechazados. No abandonaban, empero, su antiguo objetivo preconizado por lord Egmont en 1765, de controlar la unión de los océanos Atlántico y Pacífico y de saquear las colonias españolas y acechaba la ocasión propicia para apoderarse de una presa que consideraba de importancia estratégica. Asestó el golpe cuando Buenos Aires ventilaba su pleito con Washington y reinaba desorden en Puerto Soledad, después del motín de los presidiarios que asesinaron al mayor Esteban Mestivier.

El 1° de enero de 1833 hallábase el comandante José María Pinedo, que sucedió a Mestivier, en la penosa tarea de reorganizar la administración insular, cuando entró en la bahía que daba a Puerto Soledad, sin aviso alguno, la corbeta de guerra británica Clio, cuyo capitán John James Onslow enviaba a tierra un mensaje declarando que se disponía a ocupar las islas y concedía un plazo de veinticuatro horas para que la guarnición argentina las evacuase.

Pinedo contestó negativamente y el marino inglés reiteró su amenaza el 2 de enero: “Debo informaros que he recibido orden de su excelencia el comandante en jefe de las fuerzas navales de S. M. B., fondeadas en América del Sur, para hacer efectivo el derecho de soberanía sobre las islas Falkland. Siendo mi intención izar mañana el pabellón de la Gran Bretaña, os pido tengáis a bien arriar el vuestro y retirar vuestras fuerzas con todos los objetos pertenecientes a vuestro gobierno”.

Pinedo se atemorizó. ¿Qué hubiera podido hacer con sus reducidas fuerzas frente a aquella intimación rubricada con los cañones que apuntaban al puerto? El 3 de enero bajó a tierra Onslow con un contingente de marineros, que arrió el pabellón argentino sustituyéndolo por el británico. Pinedo, consternado, incapaz de afrontar la emergencia, sentó su protesta, designó un representante suyo y se embarcó el 6 de enero en la Sarandí para dar cuenta a su gobierno de la usurpación consumada.

La débil conducta de Pinedo fue juzgada con severidad. El tribunal que se constituyó en Buenos Aires consideraba que debió haber hecho frente al atropello extranjero. Seis de los miembros votaron por la pena de muerte y tres por la destitución. Pero no fue condenado a la pena máxima porque el fiscal había designado como testigo a Henry Gwinne, piloto de la Sarandí, quien guardaba rencor a Pinedo por haberle éste aplicado una sanción disciplinaria.
Gaucho Rivero   
Criollo entrerriano subleado contra los gringos,   
se mantuvo en rebelión por seis meses.   
Gaucho Rivero

La acción del gaucho Rivero

Once días después de consumado el despojo, el capitán John James Onslow abandonó el puerto de Nuestra Señora de la Soledad, permaneciendo en tierra treinta y un hombres, sin contar las mujeres ni los niños: 14 argentinos y 17 extranjeros. El 3 de marzo entró la nave Harriet, donde regresaba el escocés Mateo Brisbane. La situación de éste era equívoca, pues había estado al servicio del gobernador Vernet y ahora actuaba bajo las órdenes de los ingleses.

Cuando a los pocos días fondeaba la goleta inglesa Beagle, el capitán Fitz Roy, sin duda en entendimiento con la gente de Onslow, se dirigió a Brisbane pidiéndole que confirmase al francés Juan Simón como capataz de los peones. Hacía el oficio de carnicero el irlandés William Dickson, y de este modo, tres extranjeros, bajo el pabellón británico, tomaron las riendas de la colonia.

De los argentinos había ocho en desacuerdo con nuevo estado de cosas, y formaron grupo aparte capitaneados por el gaucho entrerriano Antonio Rivero. Estos habían presenciado con natural desagrado la intrusión arrogante del capitán Onslow y el arriamiento de la bandera argentina, reemplazada por la insignia de la Jack Union. Ahora Dickson tenía el coraje de rechazar los vales que Vernet había entregado a los peones en pago de sus trabajos, y Simón les prohibía faenar ganado manso, viéndose obligados a salir en busca de alimento persiguiendo a las vacas chúcaras.

No pudiendo tolerar más aquella situación, los gauchos se sublevan el 26 de agosto, atacan la comandancia y matan a Brisbane, a Dickson, a Simón y a otros dos más. "Los gauchos, llevados casi al frenesí, con una furia patriótica, sacaron la enseña inglesa y, delirantes, enarbolaron la de Belgrano", dice el historiador Martiniano Leguizamón Pondal. El resto de los pobladores, con las mujeres y los niños fueron respetados (Martiniano Leguizamón Pondal: “Toponimia criolla en las Malvinas”, Editorial Raigal, Buenos Aires, 1956).

De este modo el gaucho Rivero y sus hombres recuperaron las Islas Malvinas y mantuvieron dominio sobre ellas durante seis meses, ignorados totalmente por las autoridades de Buenos Aires y sin que los reconquistadores pudieran comunicarlo.

El 23 de octubre entró a puerto la goleta Hopeful, comandada por el teniente inglés Henry Rea, y poco después las naves Rose y Susannah Anne; pero luego de enterarse de la situación y de matar tres toros, zarparon sin atreverse a izar la bandera inglesa, para ir a dar cuenta a sus superiores del cambio operado.

Por esos días llegó a San Salvador la Antarctic, y su comandante, el capitán norteamericano Nash, se entrevistó con Rivero, quien le llevó a bordo varias reses vacunas. También se proveyó de carne a los demás pobladores, recluidos en el islote Peat. Al ver que no llegaban socorros de la costa argentina, el gaucho Rivero y sus compañeros se dispusieron a preparar una balsa que los condujera a la Patagonia; pero no pudieron cumplir su propósito porque el 7 de enero de 1834 llegó a Soledad el Challenger, al mando del capitán Seymour, y la Hopeful, con el teniente Rea, que había ido a buscarlo.

A bordo llegaba el teniente Henry Smith, constituido, probablemente por Onslow, en comandante de las islas, quien tornó a izar la insignia británica y organizó una partida armada para capturar a los gauchos, alejados ante la llegada de aquel relevo. Era una empresa ardua, pues éstos estaban dispuestos a jugarse la vida y, como se hallaban escasamente armados, se refugiaron en los cerros.

Cerca de tres meses duró esta encarnizada persecución que acabó por agotar a los argentinos. Uno de los peones, Luna, traicionó a sus compañeros, y otro, Brasido, desertó, temiendo perecer en alguna emboscada.

El 6 de febrero el comandante Smith envió una nota al capitán Nash, diciéndole: "Yo, Henry Smith, teniente de la Armada de Su Majestad Británica, y comandante de la Falkland del Este, pongo en conocimiento de todos los buques de que hay un establecimiento en Puerto Luis y que los seis gauchos de la campaña son asesinos y que cualquier ayuda o apoyo que se les dé a cambio de carne vacuna o de otro modo, será considerado por mí como una agresión contra el gobierno británico".

¡He aquí a un inglés en tierra argentina juzgando a gente argentina!

Los extranjeros se vieron reforzados con la llegada de la Beagle y la Adventure y pudieron, "valiéndose de un engaño", apresar a los compañeros de Antonio Rivero. Entonces éste, solo, acorralado, fue capturado y engrillado. Los cinco fueron embarcados en la Beagle, conducidos a Gran Bretaña y encerrados en la prisión de Sherness, en el Támesis.

The Weekly Despatch, de Londres, del 3 de agosto de 1834 comentaba, sin embargo: "Se cree que valiéndose de un engaño los villanos fueron arrestados. A este acto espantoso se añade otro proceder infame llevado a cabo por la goleta Susannah Anne, cuyo capitán Ferguson se llevó del establecimiento, aprovechándose de los acontecimientos, todas las pieles de foca del capitán Brisbane".

¡El norteamericano Silas Duncan, después del atropello de la Lexington, robó las pieles de Puerto Soledad, y el inglés Ferguson, capitán de la Susannah Anne, lo imitó pocos meses después robándose las pieles del mayordomo de Vernet!

Las actas labradas en las islas por Smith, Helsby y Rea, con las declaraciones de los deponentes, fueron entregadas al Almirantazgo. Mas el tribunal británico, luego de analizar los hechos y no hallando elementos de juicio suficientes para condenar a los prisioneros argentinos, resolvió devolverlos a su patria. Los cinco gauchos fueron embarcados en el Talbot y dejados en Montevideo, desde donde Rivero pasó a Entre Ríos, su provincia.

No existe documentación argentina contemporánea que permita juzgar la conducta de los criollos en aquella emergencia. La única conocida, al menos hasta hoy, es la documentación de la parte interesada: la británica. Pero la sensatez nos dice que si el Almirantazgo y la prensa británicos no se atrevieron a condenar a Rivero y a sus compañeros, mucho menos habríamos de condenarlos nosotros. La acción decidida de Rivero contra extraños en la propia tierra, ¿merece el repudio o el aplauso de sus compatriotas?

Sin embargo, cuando la Cancillería argentina requirió opinión a la Academia Nacional de la Historia con motivo del homenaje que proyectaba la Comisión Pro Monumento al héroe Antonio Rivero, presidida por el doctor lsmael Moya, la Academia se apresuró a expedir, en abril de 1966, un dictamen suscripto por los miembros Ricardo Caillet-Bois y Humberto F. Burzio, declarando que Rivero no era acreedor al homenaje por tratarse de un delincuente.

El dictamen es contradictorio y está redactado con premeditado fin de restar mérito a la acción de los criollos. Da total crédito a las actas inglesas, omite datos que favorezcan a Rivero, e insinúa sospecha de que éste estuviera implicado en la muerte del mayor Mestivier, cuando los criminales fueron identificados y fusilados en el Retiro el 8 de febrero, entre ellos el asesino de Mestivier, el negro Manuel Sáenz Valiente.

"La documentación conocida —dice el dictamen— es indudablemente auténtica y no obstante su origen nada hace presumir que los hechos relatados no se ajustan a la verdad".

Una cosa es decir que la documentación es auténtica y otra muy distinta que se ajuste a la verdad. Un historiador responsable no puede basarse exclusivamente en papeles extranjeros para juzgar actitudes argentinas. Un poco de sentido común nos advierte que si los norteamericanos y los ingleses trataron de pirata a Luis Vernet, porque había apresado naves clandestinas, no puede aceptarse su testimonio para juzgar a gauchos criollos en una acción antibritánica. Rivero y sus compañeros no estaban del lado de los usurpadores como los extranjeros muertos. ¿Quién es tan crédulo para aceptar que los ingleses redactaran actas en términos favorables a quienes les hicieron tremenda oposición? ¿Qué valor jurídico tienen las declaraciones hechas bajo coacción por los enemigos, tomadas a gente en su mayoría analfabeta que ignoraba lo que estaba escrito? ¿Qué valor moral tiene el informe del teniente inglés Rea, capitán de la Hopeful, que se retiró de Puerto Soledad "dejando a los pobladores extranjeros, entre los que se encontraban mujeres y niños, completamente abandonados en un islote sin más comida que la pesca y los huevos de aves marinas, y sin techo ni paredes, totalmente a la intemperie", según Leguizamón Pondal?

Resulta ingenuo atribuir buena fe a documentos redactados por ingleses que siempre consideraban delincuentes a quienes se les enfrentaban. "El anglosajón ha pretendido cohonestar alguna vez su fechoría afirmando no haber desbaratado allí ninguna ocupación organizada y responsable, sino factorías de aventureros sin ley: a piratical colony" (Carlos Obligado: Prólogo de “La tercera invasión inglesa”, por Antonio Gómez Langenheim, Editorial Tor, Buenos Aires, 1934).

¡Ellos, los británicos, son los honorables; los otros, los que se les oponen, los bandidos! A piratas como Drake y Hawkins se los considera caballeros y han sido premiados por sus depredaciones; Beresford y Popham son héroes en su patria, y los reconquistadores de Buenos Aires, bandidos, pagando Liniers por su hidalguía con su vida en Cabeza de Tigre.

La actitud del inglés, con respecto a la Argentina, representa el caso del ladrón que defiende su botín alegando que el dueño legítimo es un delincuente porque lucha por recuperarlo.

Al comentar el opúsculo “El episodio ocurrido en Puerto Soledad de las Malvinas, el 26 de agosto de 1833”, editado por la Academia Nacional de la Historia, decía un diario porteño: "Cabe lamentar que piezas como éstas que, según parece, vienen a fallar definitivamente sobre un problema que ha suscitado amplios debates públicos, se publiquen fragmentariamente sin establecerse previamente el criterio con que los compiladores –Ricardo Caillet-Bois y Humberto Burzio– las han mutilado" ("Clarín", 11 de abril de 1968).

Un sentido más patriótico sin duda primó en el Consejo General de Educación de la provincia de Salta al imponer, por resolución 1.663 del 28 de diciembre de 1966, el nombre de Antonio Rivero a la Escuela Nocturna N° 9, de la capital provincial.


Las reclamaciones diplomáticas

El día de su arribo a Buenos Aires, el capitán José María Pinedo informó a su gobierno de la usurpación de las Malvinas por fuerzas británicas. El gobernador Juan Ramón Balcarce, por medio de su ministro Maza, protestó inmediatamente ante el encargado de negocios de Gran Bretaña, Philip G. Gore, y comunicó el hecho a la Legislatura y a todas las naciones con las cuales mantenía relaciones amistosas. Sólo Brasil y Bolivia se solidarizaron con nuestra protesta.

El ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, don Mariano Enrique Calvo, manifestaba el 19 de junio de 1833, entre otros conceptos expresivos:

"La ocupación de la isla Soledad sin previo reclamo, sin alegar título alguno y sin otro apoyo que el abuso de la prepotencia, ha sido en extremo sensible al gobierno de Bolivia, que respetando sobremanera los derechos de toda nación, quisiera que de todas ellas se desterrasen las vías de puro hecho, tan contrarias a la razón y a las luces del siglo. En violación tan manifiesta del derecho de gentes hay que considerar no sólo el ultraje hecho a la República Argentina, sino también el desprecio que envuelve hacia las demás naciones americanas".

El embajador argentino en Londres, Manuel Moreno, presentó el 17 de junio de 1833 ante el Foreign Office, una extensa protesta donde exponía circunstanciadamente los derechos de soberanía, basados en la propiedad y ocupación por España de las islas, reconocida explícitamente por Francia, cuando le devolvió el archipiélago en 1767, e implícitamente por Gran Bretaña, con el desalojo de Puerto Egmont, en 1774, después del conflicto angloespañol.

El canciller inglés Lord Palmerston contestó desentendiéndose del aspecto histórico y justificando la actitud del capitán John James Onslow, y aun tuvo la osadía de afirmar que la Argentina había hecho abandono de las islas, argumento especioso que deseaba sentar como precedente utilizable en el futuro, pues nunca hasta entonces los ingleses habían ocupado la Malvina Oriental ni la Occidental sino sólo Puerto Egmont, en la pequeña isla Saunders (de la Cruzada), la que, por otra parte, ya había sido enteramente abandonada en 1774.

El embajador Moreno presentó un segundo alegato el 24 de diciembre de 1834, historiando los descubrimientos y refutando la presunta prioridad de Inglaterra. Juan Manuel de Rosas, que retomó el poder el 13 de abril de 1835, persistió durante su gobierno en las reclamaciones ante Washington por el atropello de 1831, y ante Gran Bretaña, por la usurpación de 1833, sosteniendo la legitimidad de la soberanía argentina.

Otra tercera protesta del 18 de diciembre de 1841 mereció un frío acuse de recibo inglés. Y la cuarta, del 19 de febrero de 1842, fue contestada por el canciller lord Aberdeen con este arrogante sofisma: "El gobierno británico no puede reconocer a las Provincias Unidas el derecho de alterar un acuerdo concluido cuarenta años antes de la emancipación de éstas entre Gran Bretaña y España. En lo concerniente a su derecho de soberanía sobre las Malvinas o Falkland, la Gran Bretaña considera este arreglo como definitivo: en ejercicio de este derecho acaba de ser inaugurado en estas islas un sistema permanente de colonización. El gobierno de S. M. B. comunica esta medida al señor Moreno al mismo tiempo que su determinación de no permitir ninguna infracción a los derechos incontestables de Gran Bretaña sobre las Islas Falkland".

Como ha sido suficientemente demostrado por juristas e historiadores imparciales, la declaración de Aberdeen carece de todo valor legal. Aparte de no expresar la verdad, pues no se había concertado acuerdo alguno con España antes de la emancipación argentina, sino en el sentido de que España conservaba la soberanía en las Malvinas después del conflicto por el desalojo de Puerto Egmont, ni el descubrimiento ni la ocupación podían otorgar derecho alguno a Gran Bretaña.

La Argentina, como sucesora legítima de España, había adquirido un título legal inalienable, como sostiene el jurista norteamericano Julius Goebel, hijo, en su ya citada obra: "Si aplicamos este principio al caso de las Malvinas, resulta evidente que la tesis inglesa de que la Confederación Argentina no podía ser parte interesada en una causa arreglada entre España e Inglaterra, carece totalmente de fundamentos legales. El derecho de la Nación Argentina a ocupar el lugar de España respecto de la soberanía sobre las Malvinas quedó establecido por la revolución victoriosa y por la afirmación del mantenimiento de la soberanía sobre las Malvinas, incluso frente a España. Cuando Gran Bretaña ocupó las islas en 1833, las consecuencias legales fueron las mismas que si las islas no hubieran dejado nunca de pertenecer a España".

Al replicar Manuel Moreno la nota de lord Aberdeen el 10 de marzo de 1842 reiteró las anteriores reclamaciones, y renovó las protestas, ratificando "todo el valor que actualmente y en cualquier otra época pudieren tener".

Dice el historiador norteamericano Julius Goebel, hijo: "Después del regreso de Bayles a Wáshington, llegó a conocimiento del gobierno de los Estados Unidos la expedición de Onslow y la ocupación de las Malvinas. No se dijo, sin embargo, ni una palabra de la violación de la doctrina de Monroe".

Pero Gran Bretaña, con la orgullosa manifestación de lord Aberdeen, había cerrado el debate que no quiso reabrir. En notas posteriores, contestando a subsiguientes reclamaciones, se atuvo a aquella arbitraria respuesta. De este modo mantiene injustamente en su poder, desde hace más de un siglo, aquel fragmento reivindicado de nuestra patria.

Y sólo ahora, después que, en 1964, el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas la obligó a inclinar la cerviz y a someterse a negociaciones, la solución total del litigio se halla en vías de resolverse en términos satisfactorios.


Hacia una conciencia nacional

Después de cierto período de negligencia pública, aunque el gobierno jamás cejó en la reclamación de sus derechos en los congresos internacionales, actualizóse el movimiento reivindicatorio en la tercera década del presente siglo.

En 1933 el historiador argentino Antonio Gómez Langenheim publica su libro “La tercera invasión”. Al año siguiente el doctor Alfredo L. Palacios presenta un patriótico alegato en el Senado Nacional y da a la imprenta su trabajo “Las Islas Malvinas, archipiélago argentino”.

En 1936 la asociación El Ceibo solicita al Ministro de Justicia e Instrucción Pública se establezca el 10 de junio como “Día Nacional de las Malvinas”. En esa fecha se recuerdan dos episodios históricos: la expulsión de los ingleses de Puerto Egmont, en 1770, y la designación de Luis Vernet como comandante político y militar de las Islas Malvinas, en 1829.

En 1938 la Alianza de la Juventud Nacionalista realiza un gran acto público en el teatro Marconi, donde varios oradores reclaman la devolución de las islas a sus legítimos dueños.

El 23 de septiembre del mismo año, el presidente de la República, Roberto M. Ortiz, al promulgar la ley que ratifica las convenciones del Congreso de la Unión Postal de El Cairo, donde Gran Bretaña incluía a las islas como propiedad suya, salva el error del Parlamento que por descuido las había aprobado, y reafirma la soberanía sobre las Malvinas, "que pertenecen a la Nación Argentina por derecho irrenunciable".

El 9 de julio de 1939 se funda la Junta de Recuperación de las Malvinas, con la presidencia del senador Alfredo L. Palacios. A la renuncia de éste, el año siguiente, asume el doctor Antonio Gómez Langenheim, quien lleva adelante una efectiva campaña formadora de una conciencia nacional, por medio de conferencias públicas, confección de un mapa de las Malvinas con la toponimia argentina, edición de la “Marcha de las Malvinas”, con letra del poeta Carlos Obligado y música del maestro José Tieri, rectificación de datos históricos equivocados en varias publicaciones y gestiones para designar con el nombre del archipiélago a escuelas, calles y paseos públicos. Poco después del fallecimiento del doctor Gómez Langenheim, es designado presidente de la Junta el embajador Alberto M. Candioti.

El 2 de septiembre de 1946 el presidente de la República, Juan D. Perón, fija por decreto las normas a que deben ajustarse los mapas argentinos, por ser "necesario arbitrar todos los medios para que la cartografía que se divulgue en nuestro país y, con mayor razón en el extranjero, no adolezca de fallas que, producidas voluntaria o involuntariamente, puedan lesionar la soberanía nacional, dando lugar a un erróneo conocimiento de nuestro patrimonio territorial".

Por otro decreto, el 8 de agosto de 1948 el Poder Ejecutivo, en homenaje al general San Martín, dispone llevar la "llama de la argentinidad", encendida en la lámpara que arde en el peristilo de la Catedral, a todos los territorios nacionales, custodiada por docentes y estudiantes. La comisión organizadora, presidida por el doctor Oscar Ivanissevich e integrada por representantes de las fuerzas armadas, "continuará en sus funciones hasta tanto dé cumplimiento a su cometido de trasladar la lámpara votiva a las Islas Malvinas".

El 11 de abril de 1949, el rector de la Universidad de La Plata, doctor Carlos I. Rivas, inaugura un monumento alegórico de las Islas Malvinas, obra del escultor César Sforza, en el patio principal de aquella casa de altos estudios.

El 30 de agosto del mismo año, el juez en lo civil, doctor Roberto Palmieri, resuelve favorablemente el pedido del súbdito británico John Howard Poynor, quien solicitaba la inscripción en el Registro Civil de dos hijos suyos nacidos en el archipiélago, en 1942 y 1943, declarando "bajo juramento, que considera que sus hijos Miguel y Valeria, nacidos ambos en las Malvinas, son argentinos, por ser éstas parte integrante del territorio argentino".

El 4 de mayo de 1955, el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Jerónimo Remorino, refuta la nota del Foreign Office que proponía llevar el asunto de las "dependencias de las Islas Malvinas" a la Corte Internacional de Justicia de La Haya, rechazando el arbitraje y los presuntos derechos británicos en los territorios australes pertenecientes a la Argentina.

El 3 de enero de 1966, al cumplirse el 133° aniversario de la usurpación del archipiélago, el presidente Arturo Illia decreta la fundación del Instituto Nacional de las Islas Malvinas y Adyacencias, que presidió el doctor Ernesto J. Fitte. Al año siguiente, por controversias surgidas en la asociación acerca del carácter que debía darse a la sublevación del gaucho Rivero, el doctor Fitte renuncia y el ministro de Relaciones Exteriores, Nicanor Costa Méndez, disuelve el Instituto por decreto del 14 de febrero de 1967.

Los miembros subsistentes constituyen entonces, a título privado, el Instituto de las Islas Malvinas y Tierras Australes Argentinas, con la presidencia del historiador Alfredo Díaz de Molina, quien fue reemplazado, en 1973, después de cumplir dos mandatos, por el escritor Carlos Barreiro Ortiz. Esta asociación, integrada por historiadores, diplomáticos y miembros del clero y de las Fuerzas Armadas, sigue cumpliendo una labor encomiable. Entre otras obras realizadas, destacamos la edición de la partitura y disco de la “Marcha de las Malvinas”; gestión para el otorgamiento de una condecoración al jurista norteamericano Julius Goebel, hijo, por su libro “La pugna por las Islas Malvinas”; auspicio al poema folklórico “El gaucho Rivero”, de Juan de los Santos Amores; respaldo al trabajo de investigación del ingeniero Nicanor Alurralde sobre el descubrimiento de las Malvinas por Vespucio; conferencias en salas públicas y por televisión y radiofonía, y conexión con la dirección general de Antártida y Malvinas y varias entidades patrióticas similares. Como contribución importante preparó un programa de estudio sobre historia y geografía de las Malvinas, que fue aprobado por el Ministerio de Cultura y Educación.

Es menester destacar dos hechos importantes que en su tiempo conmovieron a la opinión nacional e internacional. El primero es el audaz vuelo del aviador argentino Miguel Fitzgerald en un pequeño avión Cessna el 8 de septiembre de 1964, fiesta de la Natividad de la Virgen, el mismo día en que se iniciaba en las Naciones Unidas el debate sobre las Islas Malvinas, con aterrizaje en la cancha de carreras, enarbolamiento de la bandera argentina y entrega de un mensaje reivindicatorio al gobernador Thompson. Dos años después, el 28 de septiembre de 1966, es desviado un avión de Aerolíneas Argentinas y obligado a aterrizar en Stanley por el comando nacionalista "Cóndor", que constituyó una advertencia al país ocupante de que subsiste una demanda argentina que debe satisfacerse pronto y con justicia.

(Presidencia de la Nación, Secretaría de Prensa y Difusión, República Argentina; "LAS MALVINAS SON ARGENTINAS". PRIMERA PARTE: LA SOBERANÍA ARGENTINA. Codex. Bs. As., 1974, págs. 15 a 35. NOTA: Este trabajo ha sido encomendado expresamente al historiador y redactor de esta Secretaría de Prensa y Difusión, profesor Juan Carlos Moreno. Arch. Fundación "Dr. RAMÓN CARRILLO")


Fuentes:

- Colaboración de Teresita Carrillo
- Fundación Ramón Carrillo.
- La Gazeta Federal: www.lagazeta.com.ar

LA PATRIA DESPERTABA

Antecedentes de la disputa de soberanía

[Imagen: Dardo Cabo y María Cristina Verrier]









Integrantes del Comando Cóndor (28/09/66):

Dardo Manuel Cabo, 25 años, periodista y metalúrgico; Alejandro Armando Giovenco, 21, estudiante; Juan Carlos Rodríguez, 31, empleado; Pedro Tursi, 29, empleado; Aldo Omar Ramírez, 18, estudiante; Edgardo Jesús Salcedo, 24, estudiante; Ramón Adolfo Sánchez; María Cristina Verrier, 27, periodista y autora teatral; Edelmiro Ramón Navarro, 27, empleado; Andrés Ramón Castillo, 23, empleado; Juan Carlos Bovo, 21, obrero metalúrgico; Víctor Chazarreta, 32, metalúrgico; Pedro Bernardini, 28, metalúrgico; Fernando José Aguirre, 20, empleado; Fernando Lizardo, 20, empleado; Luis Francisco Caprara, 20, estudiante de ingeniería; Ricardo Alfredo Ahe, 20 estudiante y empleado y Norberto Eduardo Karasiewicz, 20, obrero metalúrgico.
Fotografía: Dardo Cabo y María Cristina Verrier
Antecedentes históricos 

Las Islas Malvinas fueron descubiertas por navegantes españoles a principios del Siglo XVI. Durante los dos siglos siguientes España ejerció actos de dominio en el archipiélago y mares vecinos.

Entre esos actos de dominio merece destacarse el nombramiento de gobernadores de las Islas Malvinas. Desde 1766, año en que fue nombrado el primer gobernador, hasta 1810 se sucedieron en forma ininterrumpida 32 gobernadores que residían permanentemente en Puerto Soledad y dependían directamente de las autoridades residentes en Buenos Aires.
 
Secuestraron un avión para pisar Malvinas
Al proclamar su independencia en 1816 y en virtud del principio de sucesión de estados, las Provincias Unidas del Río de la Plata delimitaron sus territorios sobre la base de las antigua división administrativa colonial y se declararon herederas únicas y excluyentes de todos los títulos y derechos soberanos de España en los territorios del ex-Virreinato del Río de la Plata. De esta manera, las Provincias Unidas continuaron en el ejercicio de la titularidad de las Islas Malvinas.
En noviembre de 1820, el Coronel de Marina David Jewett tomó posesión públicamente de las Islas en nombre de las Provincias Unidas, en presencia de ciudadanos de los Estados Unidos y de súbditos británicos, no registrándose al momento protesta británica por estos actos.

En 1825, con la firma del "Tratado de Amistad, Comercio y Navegación" el Reino Unido reconoció la independencia de Argentina y no efectuó reservas de soberanía con respecto a las Islas Malvinas.

Durante toda la década de 1820 y hasta 1833 la Argentina realizó actos concretos y demostrativos de la ocupación efectiva de las Islas Malvinas. El nombramiento de gobernadores y comandantes políticos y militares, el otorgamiento de concesiones territoriales y la legislación para la protección de los recursos naturales de esos territorios y sus aguas circundantes, fueron indicadores de ello.

El 3 de enero de 1833, los británicos tomaron por la fuerza Puerto Soledad y al año siguiente ocuparon el resto del archipiélago.

La protesta argentina fue inmediata: el 16 de enero de 1833, el Ministro de Relaciones Exteriores pidió explicaciones al encargado de negocios británico en Buenos Aires. La protesta fue reiterada en Buenos Aires el 22 de enero y el 17 de junio del mismo año en Londres por parte del Ministro Plenipotenciario de las Provincias Unidas ante Gran Bretaña. Desde entonces y hasta el presente, Argentina ha venido reivindicando de manera permanente su justo reclamo a nivel bilateral y en los foros internacionales competentes, entre ellos las Naciones Unidas y la Organización de los Estados Americanos.

En el marco del programa de descolonización de las Naciones Unidas y luego de la adopción de la Resolución 2065 (XX) del 16 de diciembre de 1965, que invitaba a la Argentina y al Reino Unido a proceder a negociaciones a fin de encontrar una solución pacífica al problema de las Islas Malvinas, se inició un proceso de negociaciones bilaterales que duró hasta 1982. Durante ese período, ambos países analizaron diferentes hipótesis de solución de la disputa, no pudiendo arribar a un acuerdo.

En 1982 tuvo lugar el conflicto armado entre la Argentina y el Reino Unido y la consecuente ruptura de relaciones diplomáticas.


Dardo Cabo y Andrés Castillo
El vuelo de los cóndores 
Por Roberto Bardini

...esas olvidadas islitas del sur,
en una fría mañana del Onganiato,
se incendiaron al paso de aquellos nacionales
.
[Jorge Falcone, Un dardo clavado en el sur]

Un día de primavera, 38 años atrás, dieciocho muchachos peronistas desviaron un avión de pasajeros en pleno vuelo, aterrizaron en las Islas Malvinas e hicieron flamear banderas argentinas en el lejano territorio usurpado. Fue uno de los primeros secuestros aéreos del siglo XX. La excluyente y selectiva historia oficial argentina -liberal antes, neoliberal hoy, conservadora siempre- continúa ignorando esa pequeña gran gesta patriótica.

El 28 de septiembre de 1966 cayó miércoles. En Buenos Aires fue un día soleado. Hacía tres meses que el general Juan Carlos Onganía, alias La Morsa, estaba el poder en nombre de una autodenominada revolución argentina. Noventa días antes, un pelotón de la Guardia de Infantería de la Policía Federal había desalojado de la Casa Rosada al presidente Arturo Umberto Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), quien había llegado al gobierno con poco más del 20 por ciento de los votos y con el peronismo proscrito.

Illia era un apacible médico originario de Cruz del Eje (Córdoba), con hábitos provincianos. Acostumbraba a dormir la siesta después de comer y cruzaba a la Plaza de Mayo sin custodia para darle de comer a las palomas o sentarse en un banco a leer el diario. La gran prensa de la época -tan antipopular como la de ahora- lo ridiculizaba constantemente. La revista Tía Vicenta, dirigida por el dibujante Juan Carlos Colombres (Landrú) lo caricaturizaba como La tortuga.

Un príncipe en la corte del general de ganadería
Onganía, a quien sus compañeros de promocióny  apodaban El Caño -recto y duro por fuera, hueco por dentro- no dormía siesta y detestaba a las palomas. Era un mediocre führer autóctono que aspiraba a un( módico Reich de alrededor de 20 años, tiempo suficiente para acabar con el incorregible peronismo. Con esa brillantez teórica propia de algunos oficiales de caballería -a quienes, según el periodista Rogelio García Lupo, se debería denominar generales de ganadería- el militar había proclamado sin ruborizarse que la Revolución Argentina tiene objetivos pero no tiene plazos. Dos periodistas habían aportado su intelecto para desplazar a Illia e instaurar a Onganía: Jacobo Timmerman, desde la revista Confirmado, y Mariano Grondona, en Primera Plana. El primero hoy está considerado casi como un héroe del cuarto poder; el segundo, es un lamentable neodemócrata que da lástima por televisión.
Como ocurre casi siempre que los hombres de uniforme suplantan a los ciudadanos de civil, se anunció que un Estatuto de la Revolución Argentina -aprobado por los tres comandantes en jefe del ejército, la marina y la fuerza aérea- reemplazaría a la Constitución Nacional. Para servir mejor a la patria, se prohibieron los partidos políticos y la actividad sindical, se impuso una estricta censura de prensa y se persiguió a estudiantes, intelectuales y artistas.

El 29 de julio de 1966, Onganía decretó la intervención de las universidades nacionales. El jefe de la Policía Federal, general Mario Fonseca, ordenó a la Guardia de Infantería expulsar violentamente de los recintos universitarios a estudiantes y profesores. Sáquenlos a tiros si es necesario, exhortó a sus huestes. La destrucción alcanzó a los laboratorios y bibliotecas de las casas de estudio y la adquisición más reciente y novedosa para la época: una computadora. Ese recio aporte castrense a la cultura se conoce hasta hoy como La noche de los bastones largos. Muchos profesores e investigadores partieron al exilio y fueron contratados por universidades de América Latina, Estados Unidos, Canadá y Europa.

Esa mañana del 28 de septiembre de 1966 una de las mayores preocupaciones del general Juan Carlos Onganía era la preparación del partido de polo que jugaría con Felipe de Edimburgo, el príncipe consorte inglés, quien se hallaba de visita en Buenos Aires.

Los kelpers

Ese mismo miércoles amaneció nublado en Puerto Stanley, capital de las Islas Malvinas. El día anterior había llovido. En esa época habitaban las islas poco más de mil personas, a los que ya se denominaba kelpers. Kelp es un alga marrón que se reproduce las frías aguas del Atlántico sur. Kelper quiere decir recolector de algas. La mayoría de ellos vivía en Puerto Stanley y un centenar en Puerto Darwin. El resto estaba distribuido en el campo, en grupos de 20 o 30 personas. Trabajaban en los settlements, establecimientos rurales dedicados a la cría de ovejas. Un explorador inglés visitó las Malvinas en 1914 y describió a Puerto Stanley como -una calle que costea la bahía, con un matadero a un extremo y un cementerio al otro.

El poblado conoció el pavimento recién en 1920. El archipiélago tiene una superficie de alrededor de 12 mil kilómetros cuadrados, lo que equivale a la mitad de la provincia de Tucumán. El conjunto de las islas es más grandes que Hawai, Puerto Rico y Jamaica.

Ese día de septiembre, hace 38 años, había 554 mujeres y 520 hombres en el archipiélago. Asistían a la escuela 321 alumnos (146 varones y 175 chicas) y desconocían el origen de los actuales pobladores de la isla. Los malvinenses carecían de enseñanza superior y dependían de becas para enviar a los muchachos a estudiar a Gran Bretaña. Accedían a estas becas los ocho mejores promedios.

El grupo de los cóndores en Malvinas. Fotografía Revista Extra, octubre 1966
Un 10 por ciento de las tierras correspondía a la Corona Británica y un 20 por ciento a propietarios independientes. El 70 por ciento restante pertenecía a la Falkland Islands Company (FIC), la única empresa del archipiélago, que poseía 630 mil ovejas. La compañía, además, era dueña del muelle, los almacenes y los depósitos. Existía una sola máquina expendedora de golosinas en toda la isla, que por seis chelines en la ranura surtía a los niños de caramelos y chocolates ingleses. La máquina también era de la FIC.

La avenida costanera de Puerto Stanley, llamada Road Ross, tenía aproximadamente 12 cuadras. Iba desde el muelle -que era, por supuesto, de La Compañía- hasta el Battle Memorial. Este monumento se levantó en homenaje a un combate naval durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) entre alemanes y británicos en las inmediaciones de las islas.

Una pequeña emisora de radio, instalada en 1942, transmitía entre cinco y siete horas diarias, y divulgaba programas de la BBC de Londres. También existían muchos radioaficionados que se comunicaban con los settlements, otras islas y el exterior. Cumplían una labor importante durante las emergencias.

Tedio, alcohol y sexo
Entonces, como hoy, anochecía temprano, y los malvinenses tenían dos opciones: ir a dormir a la casa o a beber a los pubs. Había cinco cantinas: Rose, Globe, Pictroly, Ship y la de los militares. En todas se escuchaba música y se organizaban torneos de dardos. En alguna, se aceptaba la presencia femenina.

Emisión del programa radial Atrapados en libertad por AM530, La Voz de las Madres
Los puritanos del lugar aseguraban que esa apertura convertía a Puerto Stanley en la capital de la infidelidad. No andaban muy errados. Los habitantes se entretenían practicando equitación, tiro al blanco, pesca deportiva y rugby. Pero había otra forma de esparcimiento que no figuraba en las estadísticas oficiales: las relaciones extramatrimoniales. Las Malvinas poseían el más alto índice de divorcios en el mundo.

Las islas también tenían el récord mundial de consumo de alcohol per capita. En 1963 se habían vendido 80 mil litros de whisky, gin y cerveza. El horario de los pubs se cumplía rigurosamente, al estilo británico: de 8 a 12 y de 17 a 22. A las 10 de la noche, la radio transmitía el Himno Real y cesaban las actividades. Los domingos, las cantinas sólo abrían una hora, después del oficio religioso.

El Darwin era el único barco que una vez al mes vinculaba al archipiélago con el continente, desde Montevideo. Tras cinco días de navegación, el buque descargaba ropa, víveres, combustible, vehículos, materiales de construcción, muebles y artefactos electrodomésticos. El local comercial que ostentaba mayor surtido de mercaderías pertenecía, por supuesto, a la Falkland Islands Company. El Darwin también traía correspondencia, algunas revistas de Buenos Aires y el Times, de Londres. Desde Argentina -el tercer importador de productos- llegaban alimentos, especialmente manzanas. Hacia Gran Bretaña salía medio millón de kilos en lanas y cueros.

Un jefe de policía, un inspector, un sargento y cuatro aburridos agentes mantenían la ley y el orden. La delincuencia casi no existía y los uniformados actuaban generalmente en riñas de ebrios. Ni siquiera se generaban problemas de tránsito: había 77 camiones, 159 automóviles, 239 jeeps Land Rover y ocho motonetas, pero la mayoría de los vehículos estaba en el campo.

No había ministerio de Trabajo y existía un solo sindicato: el Falkland Islands General Employee Union. Richard Goss era el secretario general. Goss también ostentaba el grado de capitán de la Fuerza de Defensores Voluntarios, una milicia de reservistas. Seis ex comandos ingleses que participaron de la Segunda Guerra Mundial entrenaban una o dos veces por año a los voluntarios. En el arsenal local, cada uno de los habitantes que integraba la milicia poseía su fusil, la provisión de municiones y el equipo militar; algunos, incluso, guardaban el arma en la propia casa.

Veinte soldados constituían la fuerza militar del Reino Unido. Se cree que muchos de ellos eran mercenarios belgas que combatieron el ex Congo en los primeros años de la década del 60.

La primicia de un radioaficionado

En septiembre de 1966 residían sólo cuatro argentinos en las islas. Uno de ellos, Cecil Bertrand, había llegado en 1928 a la búsqueda de aventuras. Se dedicó a la pesca de ballenas y en 1963 le compró a un irlandés las islas Carcass en 10 mil libras esterlinas. En ese momento poseía una estancia. -Si alguna vez las Malvinas son argentinas, espero que no nos toque la misma suerte que a los tucumanos ni que estas islas sean poblados por chilenos como la Patagonia, declaró a enviados de la revista Panorama, de Buenos Aires.

Sir Cosmo Dugal Patrick Thomas Haskard era el gobernador de la isla, pero ese 28 de septiembre de 1966 no se encontraba en el archipiélago. Lo suplantaba el vicegobernador Albert Clifton; apodado Pinocho a causa de su prominente nariz, era uno de los personajes más populares de la isla. Había estudiado administración de empresas en Argentina. Como no consiguió trabajo en las islas, compró 30 vacas y se convirtió en lechero. Envasaba la leche en botellas de whisky vacías; gracias a los hábitos locales, no le costaba mucho trabajo conseguirlas. Clifton fue uno de los primeros malvinenses que aquel nublado miércoles 28 de septiembre de 1966 divisó un avión de Aerolíneas Argentinas que daba vueltas, sobrevolando el poblado. Pensó que la nave tenía un desperfecto mecánico.

Puerto Stanley carecía de pista de aterrizaje. Aquel día, el radioaficionado Anthony Hardy fue el primero en divulgar una noticia que conmovió a millones de argentinos: a las 9:57 de la mañana, informó que un avión Douglas DC-4 había descendido a las 8:42 en la embarrada pista de carreras cuadreras, de 800 metros. Su emisión se captó en Trelew, Punta Arenas y Río Gallegos. Y de esas ciudades se retransmitió a Buenos Aires. Habían transcurrido 133 años desde la última presencia oficial argentina en las Islas Malvinas.

Rumbo Uno-cero-cinco
En el Museo Marítimo de Ushuaia (Tierra del Fuego) se exhiben nueve armas cortas y largas. Hay tres revólveres: un Colt 45, un Tanque 38 y un Smith & Wesson 38. También se muestran tres pistolas: una Destroyer 7.65 y dos Mauser con culatín de madera desmontable. Completan la colección un rifle Winchester 44 y una carabina Pietro Beretta calibre 9 mm. Esas piezas -y algunas otras que no figuran en la exhibición- fueron parte del heterogéneo armamento utilizado en las Malvinas hace 37 años por un grupo comando de 18 jóvenes argentinos, entre los que había una mujer. Las armas permanecieron tres días en el territorio usurpado por Gran Bretaña en 1833. Una pistola Lüger se quedó de recuerdo en Puerto Stanley. Ninguna de ellas causó víctimas, porque no fueron disparadas.

Alrededor de las seis de la mañana de aquel miércoles 28 de septiembre, los muchachos tomaron el control del vuelo 648 que había despegado del aeroparque Jorge Newberry hacia Río Gallegos. Fue el inicio de una pequeña gran gesta patriótica, conocida como Operativo Cóndor.

-Rumbo uno cero cinco- ordenó Dardo Cabo, alias Lito, un joven alto y delgado de 25 años, periodista y afiliado a la Unión Obrera Metalúrgica, jefe del comando juvenil. Lo secundaba Alejandro Giovenco, de 21 años, de baja estatura pero fornido, apodado El chicato a causa del grueso aumento de sus lentes. El comandante Ernesto Fernández García obedeció la orden y enfiló la nave, con 35 pasajeros a bordo, rumbo a las Malvinas.
Querido Dardo Cabo:

Te escribo porque los compañeros han decidido acordarse en público de vos. Todos nos hemos venido acordando de vos íntimamente desde hace años. Pero, que te voy a explicar, no siempre se dan las condiciones políticas como para acordarse en público de los buenos compañeros que, como vos, tuvieron un amor tan grande por la Patria y por el Pueblo que se ahogaron en un mar de altruismo. Además, hace 30 años ya que tenemos que recordarte.

Los que creen que la política es un camino para "llegar" (a los puestos donde se obtienen privilegios personales) pensarán que te ahogaste porque no supiste nadar en el océano de los "vivos". Los que creemos que la política es un camino de la historia para la realización de proyectos de transformación social, sabemos que moriste para que la Patria viva.

Te diré que los pibes jóvenes no saben qué es la política. Ellos se criaron en una Argentina en la que el doble discurso se fue convirtiendo en "lo normal". En la perversión del discurso, ser militante se convirtió en sinónimo de "vivir del curro de la política". Hacer una alianza ya no fue negociar un acuerdo programático o un plan de acción; empezaron a llamarle alianza política al verticalismo con el que reparte "los recursos".

Vos, Dardo, te formaste en un hogar obrero peronista militante, con la guía de un viejo sindicalista luchador. Te formaste en un peronismo en el que ser nacionalista y reformador social eran sinónimos; en un peronismo en el que hablar de un "proyecto" era hablar del Segundo Plan Quinquenal y la América Latina del año 2000 cuando faltaban 50 años.

No es extraño que hayas osado desembarcar "de prepo" en las Islas Malvinas con un puñado de militantes para reclamar la soberanía nacional ante el Imperio Británico. Navegando con esos vientos, no es extraño que te hayas convertido en militante montonero jugándote la vida hasta morir como un patriota. ¡Pensar que vos te jugabas la vida escribiendo los editoriales de El Descamisado y hoy más de uno no se anima a opinar para no perder los favores del verticalismo! Pero en aquel tiempo no te dejaban afuera de un reparto sino que te mataban.

Tu vida es una historia de política en serio. Viviste en serio, fuiste militante político en serio, te encarcelaron en serio y te asesinaron en serio. Por eso hoy te homenajeamos en serio.

Querido Dardo, seguro que a veces sentís vergüenza ajena por las inconductas de algunos ex montoneros. También por eso venimos a homenajearte hoy, para desagraviar en tu persona a todos los compañeros que murieron luchando de frente o asesinados por la espalda, como vos, o desaparecidos. Tu muerte no fue una parodia irrespetuosa de no sé qué manejos electoralistas. Tu muerte fue en serio. Nunca hemos jugado con el dolor y menos con la muerte. Te prometo que seguiremos honrando el sacrificio militante con la dignidad que se merece.

Mario Eduardo Firmenich, 7 de enero de 2007

Fuente: www.uniondeargentinosencatalunya.com
La periodista y dramaturga María Cristina Verrier, de 27 años, era la tercera al mando del grupo. Su padre, César Verrier, había sido juez de la Suprema Corte de Justicia y funcionario del gobierno de Arturo Frondizi (1958-1961). Un tío, Roberto Verrier, fue ministro de Economía durante tres meses de 1957, en tiempos de la revolución libertadora.

Los otros integrantes del Comando Cóndor eran Ricardo Ahe, de 20 años de edad, empleado; Norberto Karasiewicz, 20 años, metalúrgico; Andres Castillo, 23 años, bancario (*); Aldo Omar Ramírez, 18 años, estudiante; Juan Carlos Bovo, 21 años, metalúrgico; Pedro Tursi, 29 años, empleado; Ramón Sánchez, 20 años, obrero; Juan Carlos Rodríguez, 31 años, empleado; Luis Caprara, 20 años, estudiante; Edelmiro Jesús Ramón Navarro, 27 años, empleado; Fernando José Aguirre, 20 años, empleado; Fernando Lisardo, 20 años, empleado; Pedro Bernardini, 28 años, metalúrgico; Edgardo Salcedo, 24 años, estudiante; y Víctor Chazarreta, 32 años, metalúrgico. La edad promedio del grupo era de 22 años. Todos eran peronistas.

-Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía.

Cuando el DC-4 logró aterrizar, los muchachos descendieron y desplegaron siete banderas argentinas. El Operativo Cóndor tenía previsto tomar la residencia del gobernador británico y ocupar el arsenal de la isla, mientras se divulgaba una proclama radial que debería ser escuchada en Argentina. El objetivo no se pudo cumplir porque el avión, de 35 mil kilos, se enterró en la pista de carreras y quedó muy alejado de la casa de sir Cosmo Haskard. La nave, además, fue rodeada por varias camionetas y más de cien isleños, entre soldados, milicianos de la Fuerza de Defensa y nativos armados.

Bajo la persistente lluvia y encandilados por potentes reflectores, los comandos bautizaron el lugar como Aeropuerto Antonio Rivero. El sacerdote católico de la isla, Rodolfo Roel, intermedió para que los restantes pasajeros -entre los que se encontraba Héctor Ricardo García, director del diario Crónica y de la revista Así- se alojaran en casas de kelpers, mientras los cóndores permanecían en el avión. Al anochecer, Dardo Cabo le solicitó al padre Roel que celebrara una misa en la nave y después los 18 jóvenes cantaron el Himno Nacional. Al día siguiente, luego de formarse frente a un mástil con una bandera argentina y entonar nuevamente el himno, el grupo entregó las armas al comandante aviador Fernández García, única autoridad que reconocieron. Los muchachos fueron detenidos bajo una fuerte custodia inglesa durante 48 horas en la parroquia católica.

El sábado a mediodía, el buque argentino Bahía Buen Suceso embarcó a los 18 comandos, la tripulación del avión y los pasajeros rumbo al sur argentino, adonde llegaron el lunes de madrugada. Los jóvenes peronistas fueron detenidos en las jefaturas de la Policía Federal de Ushuaia y Río Grande, en el territorio nacional de Tierra del Fuego. Interrogados por un juez, se limitaron a responder: -Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía. Quince de ellos fueron dejados en libertad luego de nueve meses de prisión. Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus antecedentes político-policiales como militantes de la Juventud Peronista.

La casi aristocrática María Cristina Verrier, hija de un juez, y el medio plebeyo Dardo Cabo, hijo de un legendario dirigente gremial, se casaron en la cárcel. El resultado de esa unión en cautiverio fue una niña llamada María.

El 22 de noviembre de 1966, los integrantes del comando fueron enjuiciados en Bahía Blanca. Como el secuestro de aviones aún no estaba penalizado en Argentina, los cargos de la fiscalía fueron privación de la libertad, tenencia de armas de guerra, delitos que comprometen la paz y la dignidad de la Nación, asociación ilícita, intimidación pública, robo calificado en despoblado y piratería. Así trató la dictadura militar del general Onganía al grupo de jóvenes patriotas, a quienes definió como facciosos. Y casi cuatro décadas después, ningún libro de historia o manual escolar recuerda la gesta.

La encrucijada de los años de plomo

La vorágine de los años 70, efímera y feroz, provocó que los miembros del grupo comando tomaran diversos rumbos políticos. Cuatro después del Operativo Cóndor, unos lucharon por la patria socialista y otros por la patria peronista.

El 20 de junio de 1973, cuando el general Juan Domingo Perón regresó definitivamente a Argentina y lo que debió ser una histórica fiesta popular se transformó en una orgía de pólvora y sangre, una parte de ellos estuvo arriba del palco de Ezeiza y el resto permaneció abajo, cuerpo a tierra.

Aquellos jóvenes idealistas que en la primavera de 1966 se convirtieron en hombres de acción y se jugaron la vida en las Islas Malvinas unidos por el amor a esa porción de patria desmembrada, fueron desunidos por recíprocas acusaciones de infiltrados. Unos terminaron como guardaespaldas en sindicatos del peronismo ortodoxo; otros, ingresaron a organizaciones guerrilleras. En cierta ocasión el escritor Osvaldo Soriano resumió este desencuentro con pocas palabras : ¡Viva Perón!, gritaba el que disparaba su arma de fuego. ¡Viva Perón!, exclamaba el que moría.

Hoy sobreviven 11 cóndores. De los siete que ya no están, sólo dos fallecieron de muerte natural o enfermedad. Los cinco restantes, de un lado y de otro, murieron en forma violenta. Hoy, a la distancia, quizá sea cierto lo que escribió el brasileño Jorge Amado en Los viejos marineros: -Cuando un hombre muere, se reintegra a su respetabilidad más auténtica, aunque se haya pasado la vida haciendo locuras: la muerte apaga, con mano de ausencia, las manchas del pasado, y la memoria del muerto fulge como un diamante.

Misiones silenciosas

El 18 de febrero de1974 Alejandro Giovenco, dirigente del grupo de derecha peronista CNU (Concentración Nacionalista Universitaria), quien participara de la Operación Cóndor en Malvinas, muere al estallarle una bomba que llevaba y que muy probablemente estaba destinada, como era costumbre, a un local de la izquierda peronista. Giovenco, de 28 años, también había participado activamente en la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973. Nota en El Descamisado Nº 41 del 26 de febrero de 1974, cuyo director era Dardo Cabo. Clic en la imagen para descargar la revista completa en pdf.
A fines de 1996, un periodista amigo me propuso que escribiéramos un libro sobre el Operativo Cóndor, y en eso estamos. En mi caso, deseo que los nombres de aquellos 18 muchachos figuren con letras destacadas en la historia argentina del siglo XX, sin importar los senderos por los que se bifurcaron sus vidas. Entre febrero de 1997 y marzo de 2000 entrevistamos a los sobrevivientes, a familiares y amigos de los muertos, a militantes de la época, a periodistas. El resultado se titulará Vuelo de cóndores. Y llevará un subtítulo: El día que los muchachos peronistas hicieron flamear banderas argentinas en las Islas Malvinas. En esos tres años de investigación nos enteramos que hubo otros jóvenes nacionalistas tras bambalinas que suministraron apoyo desde Buenos Aires al operativo en Puerto Stanley. En este momento quiero mencionar sólo a tres: Américo Rial, Emilio Abras y Rodolfo Pfaffendorf.

Los periodistas Rial y Abras, militantes del Movimiento Nueva Argentina (MNA), trabajaban en Crónica. Junto con Dardo Cabo, entonces también miembro del MNA, convencieron antes del Operativo Cóndor a Héctor Ricardo García, director del diario, de viajar en el DC-4 de Aerolíneas Argentinas. Después, aprovecharon su ausencia para convertir al periódico en el principal medio propagandístico de la hazaña.

En la quinta edición de la tarde de aquel 28 de septiembre Crónica tituló a ocho columnas: Secuestran un avión en vuelo y ocupan las islas Malvinas.Y abajo se lee: -Reeditando la hazaña del gaucho Rivero (...) un puñado de jóvenes argentinos, tras una audaz operación de comando (la denominaron Cóndor) cumplida a bordo de un DC-4 de Aerolíneas Argentinas en viaje a Río Gallegos, hicieron desviar la máquina hacia Puerto Stanley (desde ahora Puerto Rivero), ocuparon la isla, emitieron un comunicado y dieron a conocer una proclama. La noticia causó sensación en todo el ámbito nacional y a nivel mundial.

Los compañeros de los cóndores en Buenos Aires querían publicar también en La Razón, un importante diario de la tarde. En la noche del 27 de septiembre, Rial hizo una gestión para que Félix Laíño, el famoso editor del vespertino, recibiera a Pfaffendorf, otro militante del MNA. Pfaffendorf le llevó una carpeta con comunicados, fotos de los 18 integrantes del comando y sus datos biográficos. Laíño dudó en publicar algo sobre un hecho que aún no había sucedido.

-Dijo que no podía jugar el diario en algo que no estaba seguro, me relató Pfaffendorf una tarde en 1997. -¡Y yo le di mi cédula de identidad como garantía! Me creyó. Nuestros comunicados salieron en la tapa de la quinta edición de La Razón. Para no comprometerme, Laíño me describe como un joven de 27 años, padre de dos hijos.

-Si en medio del combate cayeras, compañero

Acto de la derecha peronista, Alejandro Giovenco (de anteojos) detrás de José Rucci.
El 28 de septiembre de 1966 me faltaban un mes y 10 días para cumplir 18 años. Al atardecer de aquella jornada, enterado de las noticias, salí espontáneamente a la calle. En el centro de la ciudad me uní a otros jóvenes que no conocía. Llegamos a la Plaza San Martín, donde está la sede de la cancillería argentina, gritando consignas nacionalistas. A la noche, cinco o seis muchachos terminamos presos en una comisaría del elegante Barrio Norte. Todos éramos menores y los policías nos trataron bien. O mejor dicho: no nos trataron mal. Tomaron nuestros datos y nos permitieron salir. Creo que hasta los canas estaban un poco eufóricos aquella noche. Mientras caminaba hacia mi casa, yo no podía imaginar que más de 30 años más tarde me convertiría en amigo de Américo Rial y Rudy Pfaffendorf.

Fueron ellos quienes me contaron que aquella misma noche tres militantes del Movimiento Nueva Argentina se subieron a un destartalado Citröen y decidieron pasar frente al consulado inglés. Los hoy muertos Jorge Money y Miguel Angel Castrofini, junto con un tercero que aún vive y que estuvo fugazmente vinculado a la guerrilla de los Uturuncos, llevaban una ametralladora PAM que había pertenecido a la Resistencia Peronista. Al pasar frente a la delegación diplomática, vieron luz en una ventana y dispararon una ráfaga. Al día siguiente leyeron en los diarios que cinco balas se habían incrustado en la pared de un salón. Y que diez minutos antes el príncipe Felipe de Edimburgo había estado parado exactamente ahí. Seguramente charlaba sobre su partido de polo con Juan Carlos Onganía.

Años después, se cumpliría -una vez más- el doloroso paradigma que enfrentó a ex camaradas de una misma generación, separados por ideología, unidos por vocación de patria y pueblo. El 8 de marzo de 1974, Titi Castrofini fue ultimado a tiros en la puerta de su casa por un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo 22 de Agosto (ERP-22). El 18 de mayo de 1975, el periodista y poeta Jorge Money fue asesinado por la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). Money trabajaba en el diario La Opinión, de Jacobo Timmerman, y era simpatizante del ERP-22.

En los años 70, el ERP imprimió algunos pequeños afiches con el siguiente poema:

Al pie de nuestros muertos
una flor crece.
Nuestra mano la recoge,
nuestro fusil la protege.

Una década antes, el MNA había hecho suyas estas otras estrofas:

Si en medio del combate
cayeras, camarada,
con el azul y blanco
tu cuerpo cubriré,
y besada por luna
de montes y de pampas,
en la tierra que descansas
florecerá el laurel.

Bambu Press, 2003